Cuadernillo 37

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37 – Historia de la Iglesia
INOCENCIO II
Ha subido al trono pontificio Inocencio II
(1130-1143). Pronto recibe el homenaje de
los reyes de Francia y de Inglaterra. El 22
de marzo de 1131 entra triunfalmente en
Lieja. Aquí le esperan el rey Lotario y su
esposa, que reciben de su mano la corona
imperial. «¡El Santo Padre debe volver a
Roma! —dice san Bernardo—. ¡Lotario,
ponte a su lado!» Y el emperador lo promete, convencido por la dulzura del santo.
También la escultura se va renovando. La
Iglesia se vale de este arte para explicar a
los fieles las verdades de la fe. Y es que los
hombres de la Edad Media, en casi su totalidad, son analfabetos. ¡Pero la escultura la
entienden todos! Como maestros de este
arte se dedican con gran tesón a esta labor
que es a la vez artística e instructiva.
De nuevo es un personaje eclesiástico quien
logra imponerse en Italia sobre los turbulentos acontecimientos: Alberto, obispo de
Milán. Él es el creador del valeroso común
lombardo cuando, en el año 1136, reunió al
pueblo en torno a sí. Se forman verdaderas
facciones políticas: unas que reconocen
como jefe ideal al Papa y otras que sostienen a la aristocracia. Los primeros son los
güelfos y los segundos los gibelinos.
Ahora es pontífice Lucio II (1144-1145).
Roma vuelve a ser escenario de nuevos
tumultos. Esta vez el provocador es un fogoso monje agustino, que sueña con una
Iglesia imposible, sin papa y sin obispos. De
estas ideas se hacen paladines varios nobles
de Roma. Naturalmente lo hacen por fines
políticos. «¡Renovemos la república! ¡El
poder político del papa está decaído!»
X CONCILIO ECUMENICO
Cuando llega a Roma el papa Inocencio II
abre el X concilio ecuménico que es el II de
Letrán. En este concilio, que se realiza en el
año 1139, se regulariza la elección de los
papas por medio del cónclave. También se
condenan los duelos y torneos, donde los
caballeros matan y se hacen matar sólo para
dar muestras de valentía y vanagloria.
Inocencio II se preocupa también del «aspecto externo» de la cristiandad, sobre todo
del trabajo de restauración de iglesias.
Los republicanos se eligen un antipapa.
Lucio II sabe muy bien que esta república es
un grave peligro para la Iglesia, ya que la
dirige, con el título de Patricio, precisamente el hermano del antipapa. Reúne algunos
soldados e inicia la protesta. «¡Atento, Santo Padre!» Demasiado tarde. El soldado no
consigue protegerlo. El Papa cae al suelo
víctima de una vil pedrada. Morirá poco
después en la iglesia de San Gregorio.
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EL SINODO DE REIMS
En la gravedad del momento, los cardenales
eligen pontífice (15 de febrero de 1145) a
un humilde abad cisterciense: Eugenio III
(1145- 1153). Un hombre sencillo, Cándido,
al que san Bernardo escribe: «¿...quién otro
si no vos, después del Señor, puede ser
nuestra esperanza?» Pero mientras el pontífice trata de dirigirse al Vaticano, los ejércitos de la república de Roma le cortan el
camino.
SEGUNDA CRUZADA
Los supervivientes de Edesa se reúnen con
el papa Eugenio III y le narran todo lo sucedido. El día primero de diciembre de 1145
el pontífice proclama la segunda cruzada.
Pero sólo un santo, como se dice, un «pacificador de príncipes, consejero de papas,
oráculo de concilios» puede practicarla y
despertar las conciencias. Y el encargo del
Papa lo recibe san Bernardo de Claraval.
Eugenio III escapa de Roma, esperando que
de este modo desaparezcan los tumultos.
Por el contrario, la plebe, agitada por el
patricio republicano, saquea los palacios de
los cardenales y las máquinas de guerra
penetran en la misma basílica de san Pedro,
profanando el mayor templo de la cristiandad. El Senado escribe al emperador Conrado III, invitándole a bajar a Italia y hacer de
Roma la capital del imperio alemán.
Su inspirada elocuencia penetra en los corazones. El santo consigue preparar una armada poderosa. Ciento cincuenta mil caballeros y trescientos cincuenta mil infantes
colocan en sus pechos la cruz para correr en
ayuda de Edesa y de los restantes reinos
latinos. ¿Quién guiará los ejércitos? Ante
san Bernardo comparecen dos soberanos:
Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. Las tropas parten. Desconocen todavía el fin desastroso que les espera.
Por fortuna, el emperador no escucha semejantes proposiciones. Su atención se dirige a
oriente. Los reinos latinos (los cruzados)
han resistido todo lo humanamente posible
la presión de las tropas del Sultán, pero en
el año 1144 cae Edesa. Los pocos supervivientes que consiguen huir llegan a Europa
con el grito de las ciudades «latinas» de
Tierra Santa que piden ayuda al continente
europeo.
El emperador de Bizancio, Manuel Comneno, no sólo les niega toda clase de ayuda,
sino que incluso los traiciona. Las tropas de
Conrado III quedan masacradas cerca de
Dorilea, cayendo en una emboscada, mientras los cadáveres de los franceses cubren
los desfiladeros de Anatolia. Los pocos
supervivientes tratan de reaccionar asediando Damasco. Pero tienen que abandonar
también el asedio. San Bernardo, aunque
amargado, reconoce humildemente los inescrutables designios de Dios.
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