Miguel Márquez El corazón de Jesús

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El corazón de Jesús
En la casa del pueblo de mis abuelos había en las paredes algunos
cuadros de esos que siempre había en las casas de la gente creyente.
A la vez que los cuadros, a mi abuela, a la que nunca vi en misa, le
gustaba encender unas velitas que nadaban en aceite, para pedir por
sus intenciones. Nunca supe sus peticiones, sólo que esa era la
expresión de su fe. A su modo era creyente.
No sé de dónde vinieron aquellos cuadros, típicos, del ángel de la
guarda velando para que un niño no se cayera en un pozo o en un
estanque, de un Cristo de mirada dulce y apacible, demasiado
acaramelado y poco humano. Eran imágenes que gustaban mucho a la
gente sencilla.
Imagino que la dureza con la que en ocasiones era presentado Dios, la
dureza en el trato que se vivía en el ambiente familiar a través de una
educación en la que la 'letra con sangre entraba', y en la que Dios
garantizaba un orden establecido, aplicando medidas severas si era
preciso para que se mantuviera dicho orden justificaban que la gente
acogiera con sumo agrado aquellas pinturas demasiado aterciopeladas
que pretendían mostrar así la dulzura de Jesús.
Hace dos días me topé con uno de esos cuadros en la bodega del
pueblo, cuando fui a coger cerezas, y volví a recordar que, en el fondo,
a aquel niño distraído le hacían pensar y sentirse atraído hacia el
personaje de la estampa.
Ahora, años después, reconozco que hemos jugado con imágenes
contradictorias de Jesús, de los santos, de Dios, según le concebimos o
añoramos, según necesitamos su cercanía o consuelo.
Pienso hoy en la fiesta que celebraremos en pocos días, el Sagrado
Corazón de Jesús, me pregunto qué imagen se ha quedado grabada en
mí, y no acabo de encontrar claramente su rostro, que aún sigue
formándose.
Pero ya no me dicen gran cosa esas imágenes tan dulces que parecen
de porcelana, los Cristos de cabellos rubios y ojos azules o verdes
intensos que te miran fijamente como seduciéndote a fuerza de tocar
tu sensibilidad.
Hay otras imágenes menos pintadas de Dios, revelaciones de Cristo
anunciando amenazas y castigos que se avecinan. Imágenes que
también me transmitieron en otra época y en las cuales creí. Un Cristo
implacable, escudriñador, vigilante, amenazador.
Hoy me encuentro bastante ateo de esas imágenes y buscador de su
rostro verdadero. Quisiera no jugar a imaginar el que más me
complazca, sino el que se revela en este instante, vivo, despertador,
capaz de remover y hacer crecer.
Vuelvo a creer mirando el corazón de Cristo que su gran denuncia es
nuestra falta de alegría y de amor. "A la tarde te examinarán en el
amor..." decía un enamorado (Juan de la Cruz). Sólo nos preguntará si
hemos despertado al amor, no cuántos fallos hemos cometido.
Cipecar
Cipecar
www.cipecar.org
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Información extraida del sitio web: CIPE
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