ï LA TREPADORA ESCRITURA DE BERNARDO DE BALBUENA María Elena Campero University of Maryland, College Park En el presente trabajo me interesa analizar cómo la obra de Bernardo de Balbuena (Valdepeñas, 1562-San Juan de Puerto Rico, 1627) pone en escena uno de los primeros testimonios en el virreinato de Nueva España de un clérigo y hombre de letras por instituirse a través del ejercicio de la escritura en un miembro activo de la ciudad letrada en formación (Rama, La ciudad letrada 32). Al acometer dicha empresa, Balbuena pauta y define en su obra al poeta como un “arrimado” (Balbuena 20, 26, 107, 165) al poder, convirtiéndose así en una caracterización bastante anticipada del letrado colonial de larga descendencia en Hispanoamérica.1 Es imprescindible aclarar que en los desarrollos teóricos de Ángel Rama este grupo letrado se asocia específicamente con la ciudad barroca ya consolidada (32). Mientras que la obra de Bernardo de Balbuena es un poco anterior a este momento; esto es, de fines de siglo XVI y primeras décadas del XVII.2 En este sentido, hay que tener en cuenta la simultaneidad entre el momento de escritura 1 Trabajo la obra de Balbuena a partir de la edición de John van Horne citada en la bibliografía. Dicha edición se basa en la de 1604 tanto de Ocharte como de Dávalos. Quiero aclarar que me referiré al poema épico como “La grandeza mexicana” y al volumen completo publicado en 1604 en tanto Grandeza Mexicana, a los fines de evitar confusión. 2 Balbuena compone su poema épico-urbano “La grandeza mexicana” entre 1602 y 1603, pero lo publica recién en 1604 en una edición que incluye también el Compendio apologético en alabanza de la poesía. En 1608 publicó la novela pastoril el Siglo de Oro en las Selvas de Erífile (escrita ente 1580-1585) y en 1624 la épica Bernardo o la Victoria de Roncesvalles (compuesta aproximadamente entre 1585-1600 y con varios retoques y adiciones hasta su publicación décadas después). 2 de la obra de Balbuena y la eclosión de la ciudad letrada como tal: “… desde México [Balbuena] está asistiendo a la creación de un cuerpo social y urbano casi de la nada que necesita definir su orden y jerarquía” (Cortijo Ocaña 371). Por eso, considero la producción de Balbuena en tanto un testimonio pionero y sugerente, en el marco de la sociedad virreinal, acerca de la particular relación y articulación del intelectual con los sectores de poder. Posteriormente, este vínculo se afianzará e institucionalizará en casos representativos, como los de Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora. En la primera parte de este trabajo, examino entonces este esfuerzo permanente de Balbuena por congraciarse y liarse con las autoridades políticas y eclesiásticas, involucradas en el destino de las tierras americanas, en tanto expresión concreta de su deseo por incorporarse a la naciente ciudad letrada, aún en vías de conformación. En la segunda sección, analizo cómo la imagen de poeta esgrimida por Balbuena en su obra se hace eco de esta filiación del letrado con el poder, cristalizándose en la representación del poeta en tanto hiedra en su obra total Grandeza Mexicana (1604). Mi objetivo es pensar esta metáfora del poeta-hiedra no sólo en función de cada uno de los textos donde se despliega, sino también en relación con el conjunto. Asimismo, quiero aclarar que no me voy a centrar en los tercetos del poema “La grandeza mexicana”, en el que Balbuena adula a las autoridades del virreinato de Nueva España por su total grado de explicitación. 1. El eterno reclamo de Balbuena La crítica ha insistido una y otra vez en este deseo de notoriedad y aplauso por parte de Bernardo de Balbuena. “Fama, renombre y haberes no dejó de buscarlos Bernardo de Balbuena a lo largo de toda su vida” (Buxó 196). Me interesa, entonces, plantear esta demanda de reconocimiento público como un reclamo concreto de Balbuena por incorporarse a la naciente ciudad letrada novohispana. ¿Qué otro propósito más importante tiene entonces la publicación de la obra Grandeza Mexicana si no éste? La relación del poema “La grandeza 3 mexicana” con el Compendio apologético en alabanza de la poesía, las múltiples dedicatorias del conjunto a personas de poder, la carta y los elogios, sumado al afán de progresar en su carrera eclesiástica representada por esa continua petición por “‘una dignidad o canongía en las iglesias de México y Tlaxcala’” (Rojas Garcidueñas 26), dan cuenta de su constante interés por ganarse una posición dentro del grupo letrado novohispano. Como bien señala José P. Buxó: “… Balbuena sabía que sus obras serían el principal medio para atraerse la protección de un mecenas” (“Introducción” 197). John van Horne también coincide al respecto, asegurando que Balbuena pretendía ascender a cargos superiores en su carrera eclesiástica valiéndose de la publicación de obras literarias (11). Quiero aclarar que no son problemas económicos los que acucian a Balbuena y lo obligan a buscar el amparo de un patrocinador para su obra. A pesar de no ser rico, Balbuena siempre contó con capital suficiente como para mantenerse y poder viajar (Rojas Garcidueñas 21, 28). Recién en el ocaso de su vida mencionaría problemas económicos. Pero no en estos primeros años del siglo XVII. Balbuena asume que su vinculación con personas poderosas en Nueva España, como Pedro Fernández de Castro o el nuevo arzobispo de México, facilitaría su ingreso al cuerpo de la ciudad letrada hispanoamericana. José Rojas Garcidueñas también insiste sobre este aspecto de la vida del clérigo: … Balbuena se percataba de que ahora estaba en una madurez próxima al otoño, que tenía causas y méritos para alcanzar fama y posición pero que, de no apresurarse, ambas llegarían demasiado tarde o tal vez nunca… Para todo eso el primer paso debía ser abandonar el cortijo y acercarse a la corte, los pasos siguientes las circunstancias los determinarían. (25) Sin embargo, tampoco puede ignorarse que este lazo entre la poesía y el sector en el poder responde a las coordenadas propias de la época, dado que “… [l]a virtud y el gusto por las letras pertenecen a una clase rectora y poderosa que, entre sus cualidades, ha de contar con la del refinamiento y el gusto artístico” (Cortijo Ocaña 378). 4 A los fines de ahondar en esta cuestión quiero hacer dialogar las varias dedicatorias de la obra Grandeza Mexicana con momentos claves de la biografía de Balbuena. Sin embargo, es crucial primero detallar las varias piezas que componen las dos versiones originales de la obra Grandeza Mexicana (1604) y su respectivo orden dentro del grupo: 1) una nota titulada “Al Lector”; 2) seis sonetos dedicatorios compuestos por varios autores;3 3) la llamada “Carta al arcediano” cuyo destinatario es don Antonio de Ávila y Cádena, Arcediano de la Nueva Galicia, fechada el 20 de octubre de 1602 (ciudad de México), que, asimismo, incluye un elogio dedicado al nuevo arzobispo de México fray García de Mendoza y Zúñiga y una glosa explicativa de dicho poema; 4) el poema épico-urbano en tercetos endecasílabos titulado “La grandeza mexicana” compuesto entre 1602 y 1603; y 5) el Compendio apologético en alabanza de la poesía. Cabe aclarar que las dos versiones de Grandeza Mexicana son ambas del año 1604: a) la versión publicada por Melchor Ocharte (con licencia del 14 de septiembre de 1603) y dedicada al arzobispo de México, fray García de Mendoza y Zúñiga; y b) la versión cuyas primeras hojas fueron publicadas por Diego López Dávalos (con licencia del 10 de julio de 1603) y dedicada a don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos y Andrade, presidente del Consejo de Indias.4 Aparte de la portada y dedicatoria, la única diferencia entre ambas radica en que esta última versión de Dávalos cuenta con el “Elogio” a Pedro Fernández de Castro, seguido de unas “Advertencias” aclaratorias de dicho elogio en las cuales se especifican filiaciones genealógicas, hechos históricos, etc. (Van Horne “Introducción” 12). Esta curiosa existencia de dos versiones de una 3 Los autores de dichos sonetos preliminares al texto de Balbuena son: don Antonio de Saauedra y Guzman, Don Lorenzo Vgarte de los Rios, Licenciado Miguel Zaldierna de Maryaca, Dotor Don Antonio Auila de la Cadena, Licenciado Sebastian Gutierres Rangel y Francisco de Balbuena Estrada (hermano de Bernardo de Balbuena). 4 John van Horne puntualiza que desde el folio 9 en adelante las dos versiones son idénticas (“Introducción” 12). 5 misma publicadas el mismo año por dos impresores diferentes se resuelve recién en 1954, cuando Francisco Monterde plantea una explicación en su “Prólogo” a la segunda edición del volumen dedicado a Balbuena: Así, pues, la edición de 1604 de la Grandeza Mexicana, fue la primera y fue una sola, impresa por Melchor Ocharte, pero a un cierto número de ejemplares se les cambió el primer pliego, de ocho páginas, quitando el original y substituyéndolo por otro tirado en las prensas de López Dávalos, para incluir la Canción al Conde de Lemos en los ejemplares que se remitirían a ese personaje y probablemente a otros funcionarios en España (Rojas Garcidueñas 125). Este detalle pone de relieve a un letrado constantemente preocupado por ponerse bajo la protección del sector con poder, sea ya del orden civil (Pedro Fernández de Castro, presidente del Consejo de Indias), sea ya del religioso (arzobispo Antonio García de Ávila y Cádena y el nuevo arzobispo de México García de Mendoza y Zúñiga). En este sentido, tampoco puede ignorarse que Balbuena le dirige la denominada “Carta al arcediano” a Antonio García de Ávila y Cádena de Nueva Galicia, quien era sobrino de Luis de la Cádena, abad mayor de Alcalá y amigo cercano del nuevo arzobispo de México, García de Mendoza y Zúñiga. Refiriéndose justamente a este último juego de dedicatorias, Georgina Sabat-Rivers subraya cómo Balbuena siempre encuentra ocasión para captar la atención y la protección del sector gobernante en provecho propio: “Vemos, pues, que Balbuena no desperdiciaba ocasión para conseguir un mecenazgo que pudiera ayudarle en sus ambiciones, según era costumbre en la época: el arte de la poesía era sostenido por los poderosos y los poetas los hacían famosos con su poesía” (“Las obras menores de Balbuena” 100). De esta manera, Grandeza Mexicana se encuentra enmarcada por dedicatorias a figuras públicas que pertenecen a la esfera del poder a ambos lados del océano Atlántico. En este sentido, Barbara Fuchs y Yolanda Martínez-San Miguel hacen hincapié en el interesante hecho de que esta edición diseñada por 6 Balbuena abarca un “circuito trasatlántico de lectura” (4). Asimismo, el poema “La grandeza mexicana” en sí tiene por destinataria a Isabel de Tobar y Guzmán, conocida del poeta. Balbuena le escribe este poema épico-urbano a modo de epístola (tercetos endecasílabos) a esta viuda pronta a entrar al convento, cumpliendo así una promesa que le había hecho de describirle la ciudad de México una vez que arribase. Por otra parte, la publicación de la obra Grandeza Mexicana (1604) se produce en un año clave dentro de la biografía del poeta, justamente cuando su petición de ascenso está siendo revisada. En ese año se estaba redactando en Valladolid un suplemento a cierta información de 1592 que iba a integrarse al memorial de la petición de Balbuena para conseguir “‘una dignidad o canongía en las iglesias de México o Tlaxcala’” (Rojas Garcidueñas 26). En ese entonces, Balbuena se desempeñaba como cura del remoto poblado de San Pedro Lagunillas, carente de toda vida cultural e intelectual, lo que lo lleva a largas visitas a la capital del virreinato a los fines de tramitar ese cargo de mayor rango.5 En un pasaje de su “Carta al arcediano”, Balbuena describe el tipo de vida carente de todo estímulo socio-cultural al que un clérigo y hombre de letras como él se ve expuesto en poblaciones como San Pedro Lagunillas: “… que aunque de tierra grandisima es en gente abrebiado y corto, y fuera desta rica ciudad [la ciudad de México] casi de todo punto desierto y acabado, en lo que es trato de letras, gustos, regalos, y curiosidades de ingenio, por auer tiranizado las granjerías y codicia del dinero, los mayores pensamientos por suyos” (Balbuena 78). Dicha imagen se reitera en el poema “La grandeza mexicana” cuando se plantea la pobreza material de los pueblos con la correspondiente flaqueza moral de sus habitantes: “Gente mendiga, triste, arrinconada, / Que como indigna de gozar el mundo / Esta del y sus bienes desterrada” (103). De esta manera, Balbuena rechaza el motivo guevariano del menosprecio de la corte y 5 Balbuena inicia su educación formal hacia 1580 en la ciudad de México, tomando luego cursos en la universidad y participando de la activa vida socio-cultual de la capital del virreinato. En 1586 se ordena como sacerdote. Desde ese año hasta 1593, Balbuena se desempeña como capellán en la Audiencia de Guadalajara. 7 alabanza de la aldea para, en cambio, proclamarse a favor de la vida urbana en la ciudad de México. Por esos meses también vuelve a la universidad a los fines de obtener el título de licenciado. Entonces, es posible plantear que el reemplazo de la dedicatoria al nuevo arzobispo de México y al arcediano de Nueva Galicia por la de Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos y Andrade, responde a su deseo de ampliar el espectro de oportunidades que le podían ofrecer las dos esferas de poder que no sólo le competían, sino que estaban ligadas al territorio americano. No sorprende entonces, por ejemplo, que en el poema “La grandeza mexicana” se hayan interpolado los tercetos 9, 10 y 11 en el “Capítulo VI” dedicados al nuevo virrey Juan de Mendoza y Luna, que asumió su posición en 1604. Mientras que los tercetos 13 a 18 de dicho capítulo hacen referencia al conde de Monterrey Gaspar de Zúñiga y Azevedo, actual virrey en el momento de composición (1602 y 1603) del poema y a sus ocho predecesores. La publicación de la obra se produce en 1604, con el arribo del nuevo gobernante, de lo cual se deduce que Balbuena creyó conveniente incluir una referencia al virrey recién nombrado. Sin embargo, el clérigo no se percató que debía hacer los ajustes necesarios, de modo tal que la lista de virreyes fuesen 9 y no 8, como afirma en el poema (Rojas Garcidueñas 135). Con la publicación, Grandeza Mexicana no obtiene los resultados deseados y, por ende, decide emprender viaje a España (1606), a los fines de proseguir con los trámites que le permitieran ascender a un cargo más importante. Monterde señala la muerte del arzobispo de México en 1606 como desencadenante último de esta resolución de partir rumbo a España. Con su desaparición, Balbuena pierde así una figura de apoyo clave en México para lograr su ascenso. Estando en España, Balbuena se doctora en la Universidad de Sigüenza y publica su Siglo de Oro en las Selvas de Erífile (1608). Nuevamente, dedica esta obra a Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos y de Andrade, quien no sólo era un reconocido mecenas de las letras españolas (de Cervantes y Lope de Vega), sino también presidente del Real Consejo de Indias. Este último aspecto 8 era de especial interés para Balbuena, quien creía que su petición de ascenso –a pesar de su lugar de nacimiento– tendría mayor viabilidad de concretarse en el territorio americano en el que se había formado y ejercido su cargo que en España, donde la competencia por cargos menores era de por sí agobiante e imposible. La nueva estrategia pareciera haber sido exitosa. Balbuena es nombrado abad de Jamaica en 1608. Luego de haber cumplimentado todos los trámites necesarios, Balbuena deja España en 1610. Sin embargo, el aislamiento que dicho cargo implicaba era una “… desventaja máxima para quien deseaba la proximidad de una sociedad letrada y había demostrado gustar de la vida agitada y densa de las cortes” (Rojas Garcidueñas 37). En Jamaica, el abad Balbuena alterna actividades administrativas y ministeriales con la revisión y frustrada publicación de su obra más querida, el Bernardo o Victoria de Roncesvalles. Durante esos años solicita en el memorial de 1612 su traslado a la diócesis, ya sea del virreinato de Nueva España, ya sea al de Perú, cuyas capitales sí le ofrecían a Balbuena la tan ansiada posibilidad de prosperar en el ámbito intelectual. No logra su objetivo y, en cambio, es nombrado obispo de Puerto Rico por el Rey. En 1623 empieza a desempeñar su cargo, mientras que recién al año siguiente publica –tras varios intentos frustrados– en Madrid su Bernardo. 2. La metáfora del poeta-hiedra Esta imperiosa necesidad de encontrar apoyo entre los miembros de la clase en el poder no solamente constituye una preocupación que atosiga al clérigo a lo largo de toda su vida, sino también emerge y se cristaliza en la representación del poeta en tanto hiedra planteada por Balbuena en el conjunto de su obra Grandeza Mexicana. A los fines de abordar esta metáfora del poeta-hiedra, quiero hacer una breve referencia al Emblemata liberk, de Andrea Alciato, una colección de 212 poemas-emblemas, cada uno de los cuales incluye un motivo, un dibujo y un texto epigramático. La primera edición data de 1531, luego la obra se volvió a publicar reiteradamente y se convirtió en un texto de extraordinaria popular- 9 dad en los siglos XVI y XVII. El emblema 205 de la hiedra aparece por primera vez en la edición de 1546. En dicho emblema se presenta al poeta coronado de hiedra, pálido por su labor intelectual, pero obteniendo la anhelada fama imperecedera. La hiedra se describe como siempre activa, audaz, incapaz de marchitarse, de decaer, de envejecer. Quiero, entonces, inaugurar este recorrido por el conjunto Grandeza Mexicana a partir de una de las últimas citas con que Balbuena cierra su Compendio apologético. Se trata de un pasaje del libro 7 de las Repúblicas del mundo, de Hieronimo Roman y Zamora: …los tales poetas fueron alabados en lo antiguo y siempre lo merecieron ser, y comparados en las figuras Geroglificas a la aueja. Que de la misma manera que ella pone cuydado y solicitud en hacer sus panales de miel asi los poetas dan la dulçura de su dezir, con grande inuencion y artificio. Coronabanlos de Laurel, árbol que nunca se seca, ni la fama de los sabios se pierde ni enuejese jamás. (Balbuena 165) Este pasaje del Compendio apologético ofrece una particular representación del poeta en tanto letrado amalgamado a la y dependiente de la esfera del poder que se repite no sólo en algunos tercetos del poema “La grandeza mexicana”, sino también en el “Elogio” al conde de Lemos y Andrade. En esta cita, el poeta es comparado a la siempre buena predisposición y diligencia que muestra la abeja al empeñarse en hacer los panales de miel.6 De esta manera, Balbuena trae a colación la laboriosidad constante que exige dedicarse a la poesía y, al mismo tiempo, el carácter arquitectónico, edificatorio, monumental, que toda obra poética supone. En este sentido, Balbuena es el obrero y arquitecto simbólico de 6 También es necesario tener en cuenta que a esta altura del Compendio apologético, Balbuena ya se ha referido al papel clave que desempeña el poeta para la ciudad y ha enumerado en un catálogo bastante extenso las múltiples parejas de político-poeta de la antigüedad (160). Dicha lista se completa con una breve referencia a los poetas destacados de España (161), una lista de autores españoles contemporáneos –entre los cuales abundan miembros de la nobleza (161)– y, por último, una nómina de autores pertenecientes ya a “nuestros Occidentales mundos” (161). 10 la capital del virreinato de Nueva España configurada en su poema “La grandeza mexicana”. Ahora bien, Balbuena no solamente yergue discursivamente a México capital en su poema, sino también teoriza acerca de la poesía y de sus practicantes en el Compendio apologético. De esta manera, si, por un lado, en la obra total Grandeza Mexicana Balbuena proyecta y plantea una relación idílica y recíproca entre el poeta, la ciudad y las autoridades de modo tal que el letrado se encuentra perfectamente integrado a la urbe; sin embargo, por otra parte, la obra en su conjunto también exhibe las huellas de lo difícil que resulta acometer dicha empresa. Por eso, creo que la metáfora del poeta-hiedra es un punto de intersección clave a la hora de entender la realidad del poeta en toda su complejidad dentro de la sociedad virreinal novohispana. En esta cita seleccionada por Balbuena, México se introduce elípticamente por analogía con esa colmena en vías de constitución gracias al trabajo esforzado de cada uno de sus habitantes, entre ellos, el poeta por supuesto. O sea el pasaje de Roman y Zamora se re-significa a partir del marco global que le provee la obra Grandeza Mexicana en su totalidad con sus dedicatorias, elogios, carta y tercetos. Asimismo, es preciso señalar que en esta primera parte de la cita, organizada en torno a la metáfora del poeta-abeja, no se incluye referencia explícita al poder. O sea, la característica relación de dependencia con el poder únicamente existe en tanto objeto indirecto omitido del verbo “dar”. Para luego insinuarse en el sujeto tácito de “coronabanlos”. De esta manera, el vínculo del letrado con la autoridad palpita allí como pura sugerencia a la espera de la metáfora del poeta-hiedra para desplegarse y materializarse ya sí más allá de su contexto inmediato de enunciación. Así, esta cita de Roman y Zamora pone en escena al poeta en pleno acto de ofrecer su don de la palabra a la ciudad y a sus autoridades. Resulta significativo que a esta representación del poeta le suceda de manera inmediata una referencia concreta a la recompensa que obtendrá a cambio: eterna fama. En estas líneas se sintetiza esa relación tan ansiada por Balbuena en su calidad de letrado con el poder. Es más, se presenta un poeta exitoso, consagrado, coronado de 11 laurel. Como bien señala Ernest Curtius, el tópico de la poesía como inmortalización y del poeta como aquel que obtiene fama perdurable tiene sus antecedentes claros en la tradición clásica: Homero, Teócrito, Propercio, Horacio, Lucano y Ovidio, entre otros (669). El propio Balbuena en la “Carta al arcediano”, incluida en este conjunto, también reflexiona acerca de este tema: “Y es al fin de los premios humanos el mayor que tienen las letras la honra, el nombre y la fama eterna…” (51).7 Es más, Balbuena reitera la acepción del laurel como símbolo de gloria inmortal en el “Capítulo VI” de “La grandeza mexicana” cuando describe el carácter paradisíaco de la ciudad de México, superador incluso al del valle de Tempe. Precisamente, el autor inicia un extenso catálogo de árboles con la referencia concreta al laurel: “Florece aquí el Laurel, sombra y reparos / Del celestial rigor, graue corona / De doctas sienes y poetas raros” (Balbuena 115). Resulta lógico, entonces, que Balbuena decida cerrar su Compendio apologético con un dístico de Ovidio de la “Elegía X”, en el cual se contrapone el carácter perecedero de los bienes materiales con la fama eterna que le conceden al poeta sus versos: “Todo se acabara con los diversos / Cursos del tiempo, el oro, los vestidos, / Las joyas y los tesoros mas validos, / Y no el nombre inmortal que dan los versos” (166). Ahora bien, la cita de Roman y Zamora se continúa con la coronación del hombre de letras con hiedra, donde se cristaliza una representación del poeta que pone de relieve explícitamente los vínculos de este grupo con el sector de poder: … Tambien los coronaban de Yedra, que es vna yerba que con estraño artificio se enreda y engaza por los arboles, y edificios, tan asida y aferrada a ellos que antes faltara el arbol y la casa que ella del lugar donde vna vez se prende. En que se denota la artificiosa manera que los poetas tienen en orde- 7 En su glosa a la denominada “Carta al arcediano”, Balbuena especifica los dos significados principales que se le atribuye al laurel como índice agorero respecto al futuro (dependiente del tiempo que tarda en consumirse) y también como “insignia de triunfo / premio de grandes hazañas” (Balbuena 43). Roman y Zamora lo emplea en este último sentido a los fines de subrayar la gloria imperecedera que acompañará así el nombre del poeta. 12 nar sus libros y como perpetuan su memoria, que dura mas que los Imperios y Reynos del mundo. Como lo vemos en Homero y Virgilio que ambos escribieron de los Griegos y Romanos y los Reynos se acabaron y ellos viuen y viuiran mientras el mundo tuuiere hombres sabios y no bestias. Hasta aquí son palabras de Roman. (Balbuena 165) Es decir, la metáfora del poeta-hiedra hace hincapié en los medios necesarios para alcanzar el anhelado fin de la consagración poética. La cita de Roman y Zamora despliega la capacidad de amarrarse que debe tener todo letrado interesado en incorporarse a la ciudad y sus esferas de poder. Esta misma imagen se repite en el “Capítulo VI” del poema “La grandeza mexicana”, justamente en el catálogo dedicado al mundo vegetal, donde Balbuena afirma: “Y a la Haya y el Olmo entretexida / La amable Yedra con vistosas garras” (115). Al mismo tiempo, la cita de Roman y Zamora insiste en cómo la persistencia de su nombre depende de dicha habilidad de aferrarse. Mediatizada en palabras de Roman y Zamora, Balbuena da cuenta de las claras relaciones y filiaciones que el sector letrado mantiene con el poder a través de una metáfora condensadora y sugerente. Esta operación de apropiación textual llevada a cabo por Balbuena con la cita de Roman y Zamora se completa con el contexto de producción de Grandeza Mexicana: México y la vastedad del gran imperio español. Indirectamente, Balbuena, su poema “La grandeza mexicana” y la ciudad de México se filian con la tradición clásica de Homero y Virgilio. El hecho de que este pasaje solamente recupere los nombres de los poetas y no el de sus épicas fundaciones (la Ilíada y la Eneida) ni el de sus ciudad (Ilión y Roma) enfatiza aún más aquello deseado por Balbuena y ratificado con los versos ovidianos al final del Compendio apologético: son, en definitiva, los poetas quienes perduran a través del tiempo. Por otra parte, resulta curioso que a la hora de explicar qué significa esta metáfora del poeta-hiedra se explicite: “En que se denota la artificiosa manera que los poetas tienen en ordenar sus libros y como perpetuan su memoria, que dura mas que los Imperios y Reynos del mundo” (165). Aquí Balbuena pare- 13 ciera recuperar otro significado del verbo “ordenar”, sigo aquí al Diccionario de Autoridades: “Significa tambien encaminar y dirigir a algun fin” (III: 50). De allí entonces la interesante referencia a que el modo de llevar a cabo dicha acción sea “artificioso”; es decir, que el éxito logrado con la pluma depende de un esfuerzo consciente y sostenido por parte del poeta. No existen recompensas espontáneas, inmotivadas, provenientes de la clase en poder.8 Pasando al poema “La grandeza mexicana”, la metáfora del poeta-hiedra se cristaliza en los siete tercetos inaugurales del “Capítulo V”, justamente cuando Balbuena se propone contrastar las desventuras de su contexto de producción pasado con su presente de enunciación aparentemente exitoso y tranquilo (107108). El autor reflexiona así acerca de cuán importante es conseguir un olmo viejo, frondoso y fuerte que le sirva de pivote y cobijo próspero a la hiedra. Luego, trae a colación su experiencia personal como poeta de “lenguaje ronco” porque justamente se apoyó en un “roble bronco”. ¿Puede ser este “lenguaje ronco” una referencia a Siglo de Oro en las Selvas de Erífile o a Bernando, obras anteriores al poema “La grandeza mexicana” pero todavía no publicadas? Tal vez remita simplemente a lo difícil que le resulta al poeta ganarse la gracia y el benemérito de una persona de poder. De esta manera, este comentario puede pensarse en tanto crítica explícita a la clase dirigente, que muchas veces olvida, o mejor dicho, se desliga de la obligación que tienen –de acuerdo con Balbuena– de apoyar y compensar el talento de los poetas, incluyéndolos dentro de la estructura de poder.9 El uso del participio pasado “arrimado” en relación con el roble bronco no deja dudas que allí Balbuena está poniendo en escena un vínculo de tipo político-poético. De acuerdo con el Diccionario de autoridades el verbo “arrimar” “metaphoricamente es allegarfe a alguno, valerfe de fu patrocinio y autoridad para aprovecharfe de fu favor a amparo” (I: 413). Cabe des8 La otra definición del verbo “ordenar” registrada por la entrada del Diccionario de autoridades afirma: “Poner en orden, concierto y difpofición alguna cofa, physica o moralmente” (III: 50). 9 Por su parte, en el capítulo “Balbuena: géneros poéticos y la epístola épica a Isabel de Tobar”, la crítica Sabat-Rivers considera que el poeta está haciendo referencia a las muchas oportunidades que ofrece la vida cultural en México, en contraste con el panorama restringido de los pueblos o ciudades de provincia (“El Barroco de la Contraconquista” 77). 14 tacar que más adelante este roble bronco, primero parangonado a un mecenas poderoso, deja de ser tal para devenir árbol de la vida que ofrece ocasión para todos. Ya sea vía la vida religiosa, ya sea vía la vida humana. Estas adversidades y dificultades experimentadas por el poeta como resultado de su imposibilidad de encontrar el apoyo de una persona competente se complementan con la caracterización del medio como un espacio dominado por la competencia y los celos de los letrados. A grandes rasgos, Balbuena plantea una descripción de los múltiples esfuerzos que se debe estar dispuesto a enfrentar con el fin de ingresar en la ciudad letrada. A continuación, contrapone este pasado poco digno de recuerdo con su actual situación de supuesto gozo y de fama. Es significativo el hecho de que el poeta proyecte sus aspiraciones de progreso y consagración como si realmente ya hubiesen sido satisfechas, convirtiéndolas así en parte de su presente de enunciación. Su biografía justamente prueba lo contrario. Sin embargo, la estrategia de Balbuena se revela más que lógica. Como ya se ha arrimado a dos nuevas personas dignas e influyentes, a través de las dedicatorias de su obra, entonces ya inmediatamente se ha modificado no sólo su situación en tanto letrado, sino también el tipo de obra ahora posible. Por eso, a diferencia de su anterior lenguaje ronco, ahora se puede deducir que en “La grandeza mexicana” se plasma “la dulzura de su decir” –como afirma la cita de Roman y Zamora– en tanto servicio a quienes ha dedicado sus versos. De allí que en el “Capítulo VI” del poema, cuando describe la inmortal primavera mexicana, incluye una referencia al ruiseñor, símbolo por excelencia del poeta, atrapado, enmarañado, liado a ese árbol desde donde entona su canto: “Aqui suena vn Faysan, alli enredado / El Ruyseñor en vn copado Aliso / El ayre dexa en suavidad bañado” (Balbuena 114, el subrayado es mío). Donde sí se imbrica la metáfora del poeta-hiedra con un miembro de la clase gobernante es en el “Elogio” a Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos y Andrade, marqués de Sarria, presidente del Real Consejo de Indias. En este caso, el grado de explicitación es absoluto, total, de modo tal que el conde deviene muro sobre el cual crecerá la hiedra: 15 Nueuo Mecenas, gloria de la casa Mas noble, y mas antigua Que España en sus Archiuos atestigua, Pues siglos vence, y las edades passa, Passe tambien, y crezca como espuma, Mi humilde yedra, que en exselso muro, Busca arrimo seguro, Donde ni la marchite, ni consuma, El iuidioso aliento que procura Manchar el Sol, y hazer su lumbre escura. (Balbuena 20) Me interesa subrayar que Balbuena en estos versos tematiza aquello que justamente persigue por medio de su obra: “Mi humilde yedra, que en exselso muro / busca arrimo seguro” (20). La acción del poeta-hiedra aún esta desplegándose, llevándose a cabo. No se trata de una acción acabada y completa. De esta manera, el poeta todavía se muestra ávido por conseguir la protección del conde, que le garantice su acceso definitivo al sector letrado. En otras palabras, en el “Elogio”, que por su ubicación dentro del conjunto funciona como marco del poema “La grandeza mexicana” y del Compendio apologético, la metáfora del poeta-hiedra exhibe no sólo las condiciones reales de producción de Balbuena, sino también la estrategia a adoptar a los fines de ingresar en la ciudad letrada. Descubre así su trama. Esta actitud difiere bastante de la esbozada en el poema “La grandeza mexicana”, cuando la voz poética se presenta aparentemente ya consagrada y más allá incluso de la intriga de sus colegas en la competencia por hallar protector. En este elogio, ese aspecto tampoco ha sido superado aún; por el contrario, aquí Balbuena traza un panorama de la sociedad virreinal donde el individuo se encuentra siempre amenazado, a tal punto que ni siquiera el mismísimo conde de Lemos y Andrade escapa de tal suerte.10 Resulta interesante que Balbuena plantee este ataque como si se tratara de un enfrentamiento de tipo discursivo del cual su persona busca ponerse al abri10 La identificación del conde con el sol se realiza unos versos más adelante cuando se hace referencia a la luz que emana de su persona: “Oye a los rayos de tu luz mi canto” (20). 16 go acercándose a la figura del conde. Este accionar peligroso se juega así en el plano del orden de lo simbólico, de la palabra donde Balbuena, en tanto hombre de letras, tiene cabida y puede desempeñar un rol en concordancia con sus capacidades. En definitiva, sus palabras deberán batirse a duelo con las de esa otra voz que pareciera querer mancillar el buen nombre y accionar de su protector. Llama la atención que ninguna bibliografía consultada haga referencia a conflicto alguno de esta índole en que se hubiera visto involucrado Pedro Fernández de Castro. Más bien, Balbuena pareciera recurrir a la estrategia de inventarse un adversario que justifique sus versos dedicados a vanagloriar la figura del presidente del Consejo de Indias. O, mejor aún, se puede pensar que aquí indirectamente se cristalizan las críticas dirigidas a su persona por la escritura del poema “La grandeza mexicana” y que Balbuena las desplaza subrepticiamente a la persona del conde, quien, por su posición, obviamente se encuentra más allá de estos ataques. Por último, hacia el final del elogio nuevamente emerge esta metáfora del poeta-hiedra: “Y celebrando asombros y portentos, / Y a ti por mi Mecenas, / En Aulas de oro y Carcuncos llenas, / Deste arbol hallaras los fundamentos, / Y arrimada ya en el mi humilde rama, / Mio sera el pregon, tuya la fama” (26). Habiendo previamente desarrollado el árbol genealógico de Fernández de Castro, donde la hiedra arrimada puede encontrar cobijo seguro, ya ahora este muro excelso se convierte en árbol. Por ende, en este elogio resuena el eco del pasaje de Roman y Zamora donde se hace referencia a la capacidad que tiene la hiedra de adherirse tanto a edificios como a árboles. En este sentido, Fernández de Castro también de muro ha devenido árbol. Me interesa subrayar también cómo en el último verso Balbuena utiliza el tiempo futuro poniendo de manifiesto que aún no ha conquistado la ansiada posición. Eso en el marco textual específico del elogio. Considerado dentro del conjunto de Grandeza Mexicana, creo que Balbuena más bien se contentaría con afirmar “mío será el pregón y mía será la fama”. 17 Obras citadas Balbuena, Bernardo de. La Grandeza Mexicana. Ed. John van Horne. University of Illinois Studies In Language And Literature, 15.3. Urbana: University of Illinois, 1930. Barker, William, Mark Feltham y Jean Guthrie. Alciato’s Book of Emblems. The Memorial Web Edition in Latin and English. Departament of English en Memorial University of Foundland. Web. 25 de octubre del 2010. Buxó, José Pascual. “Bernardo de Balbuena: el arte como artificio.” Homenaje a José Durand. Ed. Luis Cortest. Madrid: Verbum, 1993. 189-215. Cortijo Ocaña, Antonio. “El Compendio Apologético de Balbuena: la inserción del poeta en el edificio civil.” Nueva Revista de Filología Hispánica 45.2 (1997): 369-89. Curtius, Ernst Robert. Literatura europea y Edad Media latina. México: Fondo de Cultura Económica, 1955. 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