E D I T A D O POR PRENSA ESPAÑOLA, SOCIEDAD ANÓNIMA D R I D ABC FUNDADO EN 1905 POR DON TORCUATO LUCA REDACCIÓN, ADMINIS» TRACION Y TALLERES: CARDENAL ILUNDAIN, 9 S E V I L L A DE TENA A B C es independiente en su linea de pensamiento, y no acepta necesariamente como soyas las ideas vertidas en los artículos firmados c IOMO los juga- LOS TRISTES DESTINOS dores de póquer, la Historia, de vez en cuando, hace un alto en la partida y cambia de baraja. A veces c a m b i a incluso d e juego. Es cuando a un «orden viejo» sucede un «orden nuevo». No sé cuántas veces se habrá producido esta mutación en la historia de Europa, pero recordamos muy bien tres nuevos órdenes: el que nació entre 1 8 1 4 y 1 8 1 5 del Congreso de Viena, y que fue el primero de los de la llamada «política de los Congresos»; la Conferencia o Congreso de Versalles ( 1 9 1 9 - 1 9 2 0 ) , y la Conferencia de Yalta, del 4 al 1 1 de febrero de 1 9 4 5 . En estas tres grandes ocasiones se procedió a nuevos repartos de Europa y a la creación de nuevos órdenes europeos, y en las tres tuvo un protagonismo Polonia. En Viena, Rusia se llevó la mayor parte de Polonia, incluida Varsovia; en Versalles, Polonia se llevó una buena tajada de Rusia, y en Yalta fue compensada en el Oeste por lo que había perdido en el Este, a expensas de Alemania. El nuevo y último orden europeo, todavía vigente, se instauró en las Conferencias interaliadas de Teherán, como boceto, en Yalta, como consagración, y d e Postdam, como desencanto. A Yalta acudieron ios aliados con un tema dominando en la agenda y que no podía ser otro que Alemania. Pero al final el papel estelar se lo llevó Polonia. Siempre sucede lo mismo; se empieza hablando de cualquier cosa, pero se acaba discutiendo sobre Polonia. Yalta no tuvo, ni con mucho, el esplendor imperial del Congreso de Viena ni ei formidable aparato burocrático de la Conferencia de Versalles. Cuando lord Castlereagh acudió a Viena en 1 8 1 5 llevó consigo a un «staff» de catorce personas; en cambio, para Versalles, e n "1919, sólo la Delegación británica la componían mi! trescientas personas, que ocuparon cinco hoteles. Para los participantes en* Yalta fué suficiente el que había sido palacio de verano de los Zares, el palacio d e Livadia. La Delegación americana bromeaba con el almirante King porque le habían aiojado en el tocador de la Zarina. La Conferencia d e Yalta, a diferencia de Viena o Versalles, nunca h a sido bien contada, aunque se conserven todos los documentos utilizados e n ella. Para mí, e! relator m á s fiel f u e u n o j d e l s é q u i t o d e ! presidente Roosevelt, que pronto habría de ser secretario de Estado con Truman. Me refiero a James F. Bymes, un algo oscuro senador de Carolina del Sur, que, cosa rara, sabía taquigrafía y que tomaba notas de cuanto oía y veía con una fiabilísima literalidad. L o c o n t ó todo, poco m á s o menos, en «Hablando con franqueza», y solía reclamar detalles, incluso cuando eran insignificantes, como hacía Proust, quien pedia a su amigo Harold Nicolson que le contase el trabajo de las comisiones en la Conferencia de Versalles. Nicolson, entonces en los comienzos de su carrera, comenzaba: ... «Bueno, por lo general nos reunimos a las diez...» Y entonces Proust ie interrumpía, impaciente: «Mais non, mais non, vous allez trop vite. Recommencez. Vous preñez la voiture de la Délégation. Vous descendez au Ouai d'Orsay. Vous montez l'éscalier. Vous entrez dans la salte. Et alors? Précisez, man cher, précisez...» Bueno, pues precisando, en Yalta. Roosevelt abrió el tema polaco diciendo que la ABC frontera oriental de Polonia debía de seguir, en general, la llamada «línea Curzon», con una rectificación en su extremo meridional para incluir en territorio polaco la ciudad de Lwow y unos yacimientos petrolíferos. Churchili afirmó que eso mismo había defendido él en los Comunes. Y fue entonces cuando Yalta se encrespó por primera vez, poniéndose Stalin en pie, muy excitado y dolido: — L a línea Curzon — d i j o con vivezai— es una línea trazada por Curzon, Ciemenceau y los estadistas americanos que participaron en las Conferencias de 1 9 1 8 y 1 9 1 9 . Los rusos no fueron invitados a ellas... Lenin no estaba de acuerdo con la línea Curzon. Ahora algunos desean que seamos menos rusófilos que Curzon y Ciemenceau. Ustedes quieren afrentarnos. ¿Qué dirían los rusos blancos y los ucranianos? Dirían que Stalin y Molotov defienden a Rusia mucho menos que Curzon y Ciemenceau. Si yo tomara tal actitud no osaría volver a Moscú con la cabeza alta... Prefiero que dure más la guerra, aunque cueste más sangre, y dar compensaciones a Polonia en el Oeste a expensas de los alemanes. Pido a todos mis amigos que me apoyen en esto. Propongo que se extienda la frontera polaca hasta el rio Neisse. Al final, Stalin acabó por aceptar la línea Curzon, y cuando Churchili defendió la idea de una Polonia soberana e independiente, diciendo que para Gran Bretaña aquello era «un compromiso de honor», Stalin volvió a encresparse, demostrando una vez más lo cerca que está todo lo relacionado con Polonia del nervio más sensible de la URSS: — P a r a el pueblo ruso la cuestión de Polonia no sólo es de honor, sino de seguridad. A lo largo de la Historia Polonia ha sido el corredor por el que el enemigo se ha internado en Rusia. Dos veces en los últimos treinta años han cruzado nuestros e n e m i g o s , los alemanes, e s e corredor. Rusia necesita que Polonia sea fuerte y poderosa para estar en condiciones de cerrar con sus fuerzas propias la puerta de ese pasillo. Es preciso que Polonia sea libre, independiente y fuerte. Por tanto, esto no es sólo cuestión de honor, sino de vida y muerte para el Estado soviético. Lo menos que se puede decir de Polonia, como una vez dijo Anouilh, es que nunca o casi nunca ha coincidido consigo misma, o sea, con sus propias fronteras, si es que las ha tenido alguna vez. En cada A LOS COLABORADORES ESPONTÁNEOS A B C recuerda a los colaboradores espontáneos que, sintiéndolo mucho, le es materialmente imposible devolver los originales literarios o gráficos no solicitados y mantener correspondencia o comunicación sobre ellos, excepción hecha de los trabajos publicados. una de las tres grandes particiones de Polonia ( 1 7 7 2 , 1 7 9 3 y 1 7 9 5 ) , en beneficio de Rusia, Prusia y Austria, más en todas las alteraciones de sus fronteras, que se han movido como un fuelle, siempre se han quedado polacos fuera o se han quedado dentro gentes que no eran polacas. Por la paz de Riga, en 1 9 2 1 , la frontera polaca quedó fijada a 2 5 0 kilómetros al Este de la frontera étnica, de modo que cayeron dentro de Polonia un millón de alemanes, millón y medio de rutenos blancos, cuatro millones de u c r a n i a n o s y u n o s cien mil lituanos, además de varios millones de judíos. En 1 9 4 5 , y como compensación por el territorio que le habían arrebatado la URSS en 1 9 3 9 , a raíz del pacto germano-soviético, al alimón con la Alemania nazi, Polonia recibió compensaciones justo allí donde señaló Stalin e n Yalta: al este del OderNeisse, donde vivían nueve millones de alemanes, de cuyo destino nadie, en realidad, sabe gran cosa. El día que se cuente la historia de los dos últimos meses de la segunda guerra mundial en ia Europa del Este se nos pondrán los pelos de punta... El caso de Polonia es el de una emocionante realidad histórica que sólo ha podido materializarse por gestión política y diplomática. La Polonia q u e vemos e n l o s mapas casi nunca ha sido el resultado de batallas y conquistas, aunque a b u n d e n tanto ambas cosas en su historia, sino d e componendas y tratados impuestos por el más fuerte, de forma que por un lado de la máquina se mete un hermoso país, con un pueblo de tristes destinos, y por el otro lado sale un invento político a revisar en cuanto se dispare el primer tiró. Ahora, a raíz de los acontecimientos de Polonia, alguien h a sugerido algo así como una denuncia de los Acuerdos de Yalta. Es como pedir la anulación de la nada, porque Teherán, Yalta y Postdam no fueron más que preparativos de una Conferencia general de paz, que nunca llegó a celebrarse, de la que saldría, entre otros, el Tratado de paz con Alemania, sin el cual ía ocupación por Polonia de los territorios alemanes al este del Oder-Neisse tiene una validez «de facto», pero no «de jure», aunque esto n u n c a pareció preocupar seriamente a nadie. En la Conferencia de Yalta, los aliados occidentales, aún en vena de concesiones a la URSS, hicieron un intento de montar las futuras relaciones de Moscú y Varsovia sobre una base de soberanías y de libertades mutuamente respetadas. «Yo deseo que las elecciones de Polonia estén por encima de toda sospecha, como la mujer del César», había dicho Roosevelt a Stalin, con quien indudablemente simpatizaba; bero sabía que eso era como hablarle a Stalin en chino. Tras ver cómo reaccionaba cada vez que el tema polaco brincaba sobre la mesa redonda del palacio de Livadia, seria ilusorio pensar en otra cosa distinta de la que confirmó el paso de los años, hasta hoy, cuando una vez más y en torno a Polonia el Este y el Oeste replantean la vieja querella en ios mismos términos en que lo hicieron Churchili y Stalin en aquel febrero tan distante de 1 9 4 5 : Unos hablan de libertad y otros hablan de seguridad, y mezclarlos es como mezclar ¡a velocidad con el tocino. Manuel BLANCO TOBIO 20 enero 1982 ABC SEVILLA (Sevilla) - 20/01/1982, Página 3 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.