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Manual de cuatro #1 y la posibilidad de tocar al país; por
Marcy Alejandra Rangel
Marcy Alejandra Rangel · Wednesday, March 23rd, 2016
Carlos tiene un cuatro en su casa desde hace dos años. Lo compró porque cree que es
importante el maridaje entre ser venezolano y saber tocar el instrumento, pero jamás
lo ha sacado del estuche. Es domingo en la mañana y, a su edad, bien podría estar
recuperándose de una fiesta o con planes de ir a la playa, pero decidió levantarse
temprano y, por primera vez, desenfundar el instrumento. Hoy Carlos tiene la
posibilidad de aprender a tocar las melodías tradicionales que más se parecen al
sonido del país.
Manual de Cuatro #1 es una idea de Marianne Malí, una cantante venezolana con una
propuesta retro, que ideó un cancionero de 18 temas fáciles de aprender a tocar,
extraídos de los manuales de cuatro de Oscar de Lepiani y García Abreu. Este
concierto, en el que también participa Solo Ensamble, recrea el formato interactivo de
una clase principiante de música en el ciclo Noches de Guataca que, aunque tiene seis
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años mostrando a los más diestros de la música venezolana, esta vez decidió asomar la
posibilidad del aprendizaje. Hay casi 100 personas curiosas y al menos 30 con el
instrumento. Carlos es uno de ellos.
La clase es en una sala de teatro experimental con un ensamble en vivo. Hay cuatros,
maracas, percusión y bajo, como en un concierto formal de música venezolana
contemporánea. Esta vez, hay una pantalla que proyecta la partitura de las canciones
tradicionales más conocidas y fáciles de tocar en cuatro: “Ansiedad”, “Las Brumas del
Mar”, “Fiesta en Elorza”, “Gabán”. Todas suenan con la técnica del vals, la primera
que aprendió a tocar Carlos esta mañana: pasa los dedos por todas las cuerdas una
vez hacia abajo, dos hacia arriba, otra vez hacia abajo. La señora que está al lado se
apura a anotarle los movimientos con flechas a la vez que piden acelerar el ritmo. Ella
cuenta que su abuela le enseñó a tocar cuatro y que, desde siempre, ha tenido el
instrumento en casa para amenizar las reuniones familiares. “Pero no se me ocurrió
traerlo, aunque tenía curiosidad por venir a ver cómo era esta actividad”, se lamenta.
A Carlos le cuesta mantener el ritmo más que a los niños de siete u ocho años que
andan por ahí, al otro lado de la sala. En ellos se fija cada vez que interpretan una
canción, al unísono, para probar los conocimientos del día con ensamble y voz.
Uno de esos niños es Omar Pulgar, quien tiene un año en la orquesta Alma Llanera de
Apure. Sabe tocar joropo, “Gabán”, “Manizales” y, por supuesto, “Alma Llanera”. Tuvo
un concierto el viernes, el mismo día que viajó a Caracas para pasar la Semana Santa
con su papá, quien tiene varios instrumentos en casa para que Omar pueda divertirse.
“Yo quiero tocar arpa, pero en la escuela todavía no tienen una para que yo aprenda”,
dice.
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Como Omar está Bernarda. No llega a los seis años y tampoco estudia música. Pero
apenas invitaron a alguien al escenario saltó con el instrumento a una de las sillas y se
hizo sentir parte de la banda. De un ensamble de música venezolana que, aunque ella
no lo sabe, toca las canciones con la que sus abuelos se enamoraron. “Ustedes no
saben el efecto que tiene en los chamos que uno los pueda mantener en contacto con
la música” les cuenta Malí a todos los demás espectadores.
“To-ca-me-ren-gue” repite la cantante varias veces con la voz mientras el público lo
intenta con la mano. Este es el segundo género que enseña Malí en la clase.
“Compadre Pancho”, “Carmen y la Pulga” y “El Piojo” fueron algunas de las canciones
que el público se sorprendió tocando. Porque la dinámica es esa: una vez aprendido el
ritmo, los músicos se pasean por varias canciones y velocidades que tengan los
mismos acordes, en la voz de Malí y de quienes, además de tocar el cuatro, pudieran
cantar sin equivocarse en la coordinación.
El cuatro, generalmente, se agarra por el diapasón con la mano izquierda y los dedos
hacen acrobacias para cambiar de nota cada vez que la canción lo requiere, sin alterar
el ritmo base que se hace con la derecha. Esa era la técnica que estaba practicando
Danny, a la salida del concierto, con el cuatro todavía en posición de tocar. En su casa
hay cuatro, guitarra y maracas, pero es la primera vez que saca alguno de los
instrumentos de su casa. Sin embargo, su hija Daniela, de 11 años, hace tres que
practica y hoy vino a enseñarle a su papá lo que ya sabía hacer.
“Me dio rabia tener el cuatro desafinado en la clase. Voy a seguir estudiando” dijo la
señora Carmen sentada en uno de los muebles del Trasnocho Cultural, a la salida del
concierto. Hace cuatro años que su instrumento estaba llevando polvo en casa, pero
hoy decidió practicar mientras se grababa con el celular. Recibió clases de piano a los
seis años y, aunque nunca se profesionalizó, a lo largo de su vida ha hecho varios
intentos por formalizar su relación con la música en conservatorios.
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Manual de Cuatro #1 sirvió para que el domingo empezara reunido en torno a la
música tradicional venezolana. Había abuelos que cantaban, señoras que miraban,
jóvenes que aprendían, niños que ya sabían y, sobre todo, música. Ese sonido que
acerca las fronteras entre las generaciones, la lejanía entre los que ya no viven cerca y
aflora el recuerdo de quienes ya no están, que se potencia si tenemos la oportunidad
de crearlo nosotros mismos y no verlo tocado por otros en un video; que invita a la
posibilidad de sentir que el país está cerca sin importar la latitud desde donde se
toque el instrumento más cercano a la identificación de nuestras raíces.
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on Wednesday, March 23rd, 2016 at 3:11 pm and is filed under
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