De camino a casa, escuchando «Strawberry Fields Forever» de los

Anuncio
6
De camino a casa, escuchando «Strawberry Fields Forever» de los Beatles con el iPod,
caminaba repleta de felicidad, entusiasmo y inquietud por todo lo que imaginaba que
sucedería a partir de entonces. Tenía la esperanza de que mi vida tomara un nuevo
rumbo. Yo era una enamorada de la fotografía; sin embargo, en el plano del amor no
había tenido suerte. Nadie me había provocado todavía un sentimiento lo
suficientemente intenso. Me entusiasmaba rápidamente, pero perdía el interés aún con
mayor rapidez; no recordaba que nadie hubiera sobrepasado los tres días de prueba que
me imponía. El encanto se esfumaba a la tercera cita. Aún no había conocido a esa
persona especial. Quizás mi suerte en el amor estuviera empezando a cambiar. Ahora
necesitaba algún milagro con la fotografía.
Llegué a tiempo para pasar por el supermercado y comprar algo de comida para
la cena.
Lorena todavía no había regresado. Ordené la compra y me di una ducha. Como
no tenía hambre, navegué un poco por la Red y aproveché para revisar mi correo
electrónico. Qué extraño: había un mensaje cuyo remitente era John Grim Photograph.
Hice memoria. No recordaba haber escrito ningún e-mail a John Grim Photograph.
Sería una coincidencia; no era posible que uno de los mejores fotógrafos de Inglaterra
me hubiera escrito. Se trataría de un error. Quizás alguien con el mismo nombre. No,
para qué engañarme. Abrí el mensaje para leerlo.
Querida Olivia:
La verdad, no sé cómo no se ha decidido a mandarme las fotografías antes. Tiene usted
un talento especial para reflejar lo cotidiano de la vida. Sería un placer que viniera a
trabajar conmigo a Londres, creo que formaríamos un equipo excelente.
Espero noticias suyas lo antes posible.
Saludos cordiales
John Grim
Pum-pum-pum-pum-pum-pum… Esta vez mi corazón iba a explotar de una vez
por todas. Demasiadas emociones en un mismo día. ¿Qué era todo aquello? ¿Quién le
había mandado mis fotografías? ¿Qué estaba sucediendo? No era capaz de adivinar ni
de razonar cómo había llegado ese mensaje a mi correo electrónico. Me tumbé en la
cama, perpleja, sin encontrar sentido a todas las situaciones disparatadas que estaban
ocurriendo aquella semana de enero. Sin duda, aquel día de ventisca marcó el comienzo
de una serie de sucesos que nunca antes hubiera creído posibles.
Un portazo me sobresaltó. No era un sueño, estaba tan absorta en mis
pensamientos que todo parecía irreal. Miré la pantalla del ordenador, y el e-mail de John
Grim no se había esfumado.
—¿Olivia? ¿Ya estás en casa? —la enérgica voz de Lorena retumbaba por toda
la vivienda—. ¿Qué tal ha ido todo? ¿Fuiste a ver al misterioso hombre de la librería?
—¡Lorena! ¡Estoy aquí, en mi habitación! ¡Corre, ven! —chillé.
—¿Qué sucede? ¿Lo has conocido?
Entró en mi dormitorio dejando caer su cuerpo sobre la cama y se tumbó a mi
lado.
—Sí, lo he conocido, pero acaba de ocurrirme una cosa muy extraña.
Ella frunció el ceño, preparándose para cualquier relato.
—¿Otra? Últimamente no dejas de sorprenderme.
Se levantó y se quitó la gabardina.
—No vas a creértelo: no tengo ni idea de cómo ha podido suceder algo tan
alucinante. De verdad, estoy flipando. —Me senté, apoderándome del portátil—. He
recibido un e-mail de ¡¡John Grim!!, ¡uno de los fotógrafos británicos más conocidos
del panorama musical! Al parecer, ha visto mis fotografías y está interesado en que
trabaje con él. No entiendo cómo le han llegado mis fotos.
Lorena no se extrañó ni durante un segundo; probablemente nunca había oído
hablar de John Grim.
—¡Qué bien! ¡Le han gustado! ¡Qué contenta estoy!
Empezó a dar brincos encima de la cama. Ahora sí que estaba flipando
pepinillos (como decía mi madre).
—Lorena, ¿tú sabías algo de todo esto?
Repentinamente, se detuvo y descendió al suelo. Me agarró de la muñeca,
mirándome detenidamente pero algo angustiada.
—Sí… Perdona, Olivia, necesitabas a alguien que te subiera la autoestima. —
Me cogió la otra muñeca—. Tienes un don para la fotografía y no sabes o no te atreves a
mostrarlo, así que me tomé la libertad de mandarle tus trabajos. —Yo estaba totalmente
atónita: la cándida de Lorena se había puesto en contacto con un fotógrafo como John
Grim. ¿Era posible?—. Hace dos semanas —prosiguió—, buscando ofertas de trabajo
en el extranjero, encontré un anuncio en el que un fotógrafo muy conocido en Inglaterra
solicitaba alguien interesado en trabajar con él, y, bueno…, como conocía tu clave de
acceso… No te enfades, por favor…
Miraba con carita de perro degollado.
—Lorena, la verdad, no sé qué decir. —Solté mis muñecas y me separé de ella,
apoyando la espalda contra la pared—. Por una parte estoy muy contenta, pero no
tendrías que haberlo hecho sin consultarme.
—Tenía miedo de que no quisieras intentarlo. —Se sentó en el borde de la
cama—. Es una gran oportunidad: John Grim ha fotografiado a cientos de famosos,
muchas de sus fotografías aparecen en las revistas más conocidas del mundo de la
música, y a ti te apasiona la música.
¡Vaya! Lorena conocía muy bien a John Grim.
—¿Crees que no lo sé? Pero —miré hacia el techo, buscando respuesta— ¿qué
voy a hacer yo en Londres? Y además, no tengo nada de experiencia.
—Deja que él te enseñe. —Lorena se levantó y se aproximó—. Ahora lo ves
todo muy repentino, pero ¿quién no espera toda su vida una oportunidad como esta?
Además, no tienes problema con el idioma, eres bilingüe.
Extendió sus brazos para abrazarme, con una leve sonrisa dibujada en sus labios,
esperando mi aprobación. Me quería hacer entrar en razón. Había tomado una decisión
por mí; ella lo veía claro, siempre decía que tenía un talento extraordinario, que debía
abrirme al mundo. Para ella era tan evidente no desperdiciar una oportunidad como esta
que se tomó la licencia de decidir sin contar con mi permiso, y ahora temía que yo lo
estropeara todo con mis dudas. Se puso a pasear nerviosa de un lado para otro. De
pronto, se detuvó delante de mí y dijo, con indignación pero sin resignarse:
—Haz lo que quieras. Quizá sea la oportunidad de tu vida. Tú misma.
—Tienes razón, pero necesito pensarlo.
Me estiré en la cama con el portátil sobre las piernas para releer el e-mail, me
seguía resultando irreal.
—Piensa que cuanto antes aceptes, menos competencia tendrás. Hasta mañana.
Me voy a dormir. Espero que tomes una decisión sabia y rápida.
Parecía decepcionada y triste. Cerró la puerta.
¿Quién iba a pensar que algún día, habiendo perdido la esperanza de trabajar en
el mundo de la fotografía, se me presentara la oportunidad de aprender con uno de los
mejores fotógrafos del momento? Estaba tan excitada que era incapaz de dormir.
¿Cuándo respondería el correo de John Grim? Ahora que por fin alguien empezaba a
llamar mi atención, como Pablo, ¿tendría que alejarme de él? ¿Y si no me gustaba
Londres para vivir, o me sentía sola? En cualquier caso, como Lorena había dicho,
oportunidades como estas no se presentan todos los días.
Después de tanto divagar, quedé agotada y logré dormirme.
7
Era jueves. Solo faltaban dos días para la cita con Pablo. Pensé que era un buen
momento para escribirle un SMS.
«Hola, Pablo, cuánto tiempo…». No, mejor: «Ey, Pablo, qué es de tu vida».
No había forma de encontrar las palabras adecuadas. Intenté ser lo más natural
posible: «Qué tal, Pablo. Soy Olivia. Esta mañana me he acordado de ti, así que pensé:
voy a mandarle un SMS y ya tiene mi número. En espera de la cita del sábado, la chica
de la tarta de arándanos». No le di más vueltas y pulsé la tecla «enviar» sin tener opción
de modificarlo; si no, estaría todo el día cambiándolo y no me decidiría por ninguno.
Me duché, me vestí y desayuné a toda velocidad; tenía que darme prisa, o
llegaría tarde al trabajo. De camino, no pude alejar de mi mente el e-mail de John Grim.
Todo me resultaba tan irónico… En ese momento me dirigía a leer cuentos a niños, y
quizás algunos meses después estaría en Londres aprendiendo de uno de mis ídolos.
La jornada de trabajo se hizo muy corta. Narrar historias a los niños en cierta
manera siempre resulta divertido, aunque no sea tu pasión. La expresión de satisfacción
e ingenuidad de sus caras me hacía creer que en la vida aún existía la magia.
A las tres y cuarto había quedado para comer cerca del trabajo con una amiga de
la universidad. Días atrás había recibido una llamada suya; me anunció que tenía que
darme una noticia muy importante. Era una de mis mejores amigas. Durante los cinco
años de carrera siempre estuvimos juntas. Luego, se marchó al extranjero y de vez en
cuando nos comunicábamos por correo electrónico; pero, cuando regresó, todo volvió a
ser como en los viejo tiempos.
Cuando entré en el restaurante, Matilda todavía no había llegado. El camarero
me acompañó a la mesa que tenía reservada.
—¿Me podría traer un agua con gas? Mi amiga no tardará en llegar —pedí, con
una sonrisa.
—Sí, ahora mismo —respondió, cordialmente, devolviéndome el gesto.
—Gracias.
Mientras esperaba a Matilda, el e-mail de John Grim rondaba por mi cabeza.
¿Qué iba a hacer? Tenía que contestarle cuanto antes. Si me retrasaba, pensaría que no
tenía interés y podía perder mi oportunidad.
—¡Hola, Olivia! —Estaba tan inmersa en mis pensamientos que no la vi
llegar—. Siento el retraso. He intentado venir lo antes posible; la pesada de mi jefa ha
insistido en que debía acabar unos documentos antes de irme —se disculpó, tan atenta
como siempre.
—Tranquila, no hace mucho que he llegado. —Me levanté para saludarla con un
abrazo—. Siéntate. El camarero ha tenido el detalle de reservarnos una mesa apartada.
Podremos cotillear a gusto; yo también tengo algo importante que contarte.
—¡Qué ilusión! Te echaba de menos. Tenía muchas ganas de verte.
La encontré resplandeciente, guapísima, sabía que algo bueno le estaba pasando.
Su cara radiaba felicidad. Matilda era morena, un poco más baja que yo, delgada pero
provista de pecho abundante que le daba un aire muy sensual; sin embargo, lo que más
me gustaba de ella era su sonrisa y la alegría que continuamente desprendía.
—Hemos quedado en un momento muy oportuno: últimamente me han sucedido
muchas cosas inesperadas —comenté, soñando con Pablo y con el e-mail repentino.
—¿De qué tipo?, ¿en el amor? —preguntó, con curiosidad—. ¿Por fin has
encontrado al hombre de tus sueños, o continúas desilusionándote cada vez que conoces
a uno?
El camarero nos trajo la carta.
—Hace unos días conocí a un chico. Todavía no he tenido ninguna cita con él,
pero en principio hemos quedado para el sábado. Estoy muy ilusionada, parece diferente
a los demás. —Matilda asentía con cara de incredulidad. Conocía a la perfección mis
episodios de entusiasmo seguidos de súbita decepción—. Pero hay otra gran noticia —
proclamé, enigmática.
—Qué bien. ¿Y dónde lo has conocido?, ¿en alguna fiesta loca?
Lorena, Matilda y yo solíamos salir a menudo de fiesta a hacer el loco y tontear
con cada chico que nos resultara atractivo, para terminar no haciendo nada,
simplemente pasar un buen rato y saber con certeza que conservábamos nuestros
poderes de seducción.
—No, nada parecido. Lo conocí, de forma inesperada, un día en mi librería
favorita.
—Vaya… Tú siempre conoces a los chicos de una manera diferente —levantó
ambas cejas poniendo cara de misterio—, pero yo también tengo una noticia importante
que darte.
Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro.
—¿Estás embarazada? —pregunté, estupefacta.
—¡Ja, ja, ja!, no —Matilda se tronchaba de la risa—: ¡estoy prometida! —
proclamó, dándose por enteradas de la gran noticia las mesas contiguas.
—¿Te vas a casar? ¡No puedo creérmelo! ¿La eterna soltera va a casarse? —Me
acerqué a su cara con los ojos como platos.
—¡Sí! Yo tampoco puedo creérmelo. Pero lo he conocido, Olivia. Hace unos
meses entró a trabajar un chico nuevo en la empresa. Al principio no me llamó la
atención. —Matilda narraba la historia como si te tratara de una novela romántica.
Aquella sí que era una chica enamorada hasta la médula—. A la hora del almuerzo
siempre se apuntaba en nuestro grupo, y con el tiempo me di cuenta de que cada día que
pasaba lo que más me complacía era que llegara el momento de la comida. Un día,
después del trabajo, me preguntó si quería ir al cine. Yo me quedé extrañada, ya que el
único momento en el que hablábamos era durante la comida. Aunque me sorprendió, le
dije que sí. Al llegar al cine, miramos la cartelera y, la verdad, no había ninguna
película que nos apeteciera. Él me dijo que, si lo prefería, en vez de ir al cine podíamos
ir a tomar algo. Fuimos a cenar a un bar por el Born. Nunca había estado. Era muy
curioso: todas las paredes estaban llenas de carátulas de discos, y había una gramola en
la que podías elegir la canción que te viniera en gana.
»Me apasionaba su forma de conversar. Hablamos un poco de todo: aficiones,
música, cine, relaciones pasadas; cuando, de improviso, se levantó y me tendió la mano
para que bailara con él. Sonaba «Blue Velvet», de Bobby Vinton. ¿Te lo puedes creer?
La melodía sonaba dentro de mí, como si el tiempo se hubiera detenido. Él y yo; nadie
ni nada podría estropear el momento. Me sentía en las nubes, mi cuerpo flotaba en sus
brazos. No pensaba. Estaba presa, presa del amor. Me daba igual que la gente mirara,
solo quería bailar y disfrutar de aquel instante.
Escuchando a Matilda supe que había encontrado al hombre de su vida. Jamás la
había oído hablar con tanto entusiasmo de nadie. Me alegraba por ella: se lo merecía,
era un gran persona.
—¡Matilda, qué bonito!
La abracé demostrándole mi felicidad por ella.
—¡Sí! Después nos fuimos a su piso, y ya puedes hacerte una idea…
—¡Cómo me alegro por ti!
—¡Gracias! Estoy tan enamorada… —suspiró de felicidad—. Yo, que tanto
desconfiaba de los hombres, y me voy a casar con veintisiete años. Y ahora, cuéntame,
¿qué es eso tan importante?
—Es referente al trabajo: me ha surgido una oportunidad fabulosa, espectacular,
alucinante. —Las pupilas de Matilda se dilataron por la expectativa creada—. Lorena
respondió a un anuncio de trabajo en el que el famoso fotógrafo John Grim buscaba
ayudante, le mandó parte de mis trabajos y, al parecer, está interesado. ¡Te lo puedes
creer, yo en Londres con John Grim! —elevé el tono de voz, entusiasmada.
—¡Es fabuloso! —Se levantó de la silla, maravillada. Sabía lo importante que
era la fotografía para mí—. ¿Cuándo empiezas?
—Todavía no le he contestado. —Volvió a sentarse, desorientada—. Tengo
miedo, no sé…, alguien tan famoso como él me asusta. Yo soy una novata, nunca he
trabajado con ningún fotógrafo.
—¡Olivia! ¡No puedes perder la oportunidad! —me regañó, igual de asombrada
que Lorena.
—Ya lo sé. Hoy mismo le voy a dar una respuesta —contesté, para poder
cambiar de tema. Si tan extraño resultaba que no tuviera clara mi decisión, no quería
sentirme más asfixiada de lo que ya lo estaba.
De repente, mi móvil sonó: marcaba nuevos mensajes.
De: Pablo.
¿Qué tal chica de los arándanos? Ya tenía ganas de que me dijeras algo. Espero que
todavía te perdure la ilusión del sábado, porque yo no puedo pensar en otra cosa. ¿Te
gusta el Indie? El sábado por la noche toca un grupo muy bueno. Quizá, si no te cansas
de mi compañía, nos podríamos acercar. Espero no resultar pesado, pero estoy
demasiado ansioso por verte.
—¡Me acaba de escribir! —elevé la voz con entusiasmo.
—¿Quién, John Grim? —Matilda dio un sorbo a su Coca-Cola, haciendo una
pausa.
—¡No! El chico de la librería, para nuestra cita del sábado. Estoy tan nerviosa…
Nunca suelo comportarme así con un chico, pero siento que esta vez será diferente —
me esperancé, embobada.
—Deseo que tengas suerte.
Así era Matilda. A veces parecía una madre. En vez de decir: «¡Qué guay, tía!,
¡espero que te lo pases de puta madre!», de forma dulce y algo protectora pronunciaba:
«Deseo que tengas suerte».
—Gracias —sonreí.
—¿Qué hora es? —Se miró las muñecas buscando el reloj—. Son casi las cinco,
y he quedado con mi prometido. ¡Mi prometido! ¡Qué bien suena! —Me recordaba a
Julia Roberts en alguna de sus películas pastelosas.
—Matilda, me alegro tanto por ti… ¿Cuándo será la boda?
Quién sabía qué sería de mí en aquellas fechas, con tantos cambios repentinos.
—Todavía no hemos puesto una fecha, pero tranquila, te avisaré con antelación.
Yo quería algo sencillo, pero Jorge, que es un romántico empedernido, no va a parar
hasta lograr montar un bodorrio de los que tú huyes. —Elevó los hombros como
diciendo: «No me queda otra, así es el hombre de mis sueños».
—Siempre supe que acabarías con un romántico empedernido —comenté,
guasona.
Ella inclinó la cabeza, sonriendo, con una expresión de lo más dulce.
—Ya sé que no te gustan las bodas, pero vas a ser mi dama de honor. No acepto
una negativa por respuesta. —Me acechó con una mirada desafiante—. Eres mi mejor
amiga. La distancia no ha cambiado nada, te quiero y deseo que me acompañes en un
día tan especial. —Agarró mi mano con fuerza.
—De acuerdo. Como siempre, nunca te puedo negar nada.
—¡Ja, ja, ja! Perfecto. Pues ya me voy.
Nos abrazamos por enésima vez. Las dos sentimos que algo estaba cambiando
nuestras vidas. Aquella no era la misma Matilda de cinco años atrás. Me quedé
reflexiva: ¿tanto puede transformarte el amor?
8
Cogí el metro para regresar a casa y cambiarme de ropa. A las ocho tenía que ir al
Eixample, al teatro, a ver una función en la que actuaba Lorena. En su tiempo libre
acudía a clases de interpretación. Continuaba sin tener clara la respuesta que le daría a
John Grim. Tampoco había contestado el mensaje de Pablo. Empecé por esto último:
Para: Pablo. «La chica de la tarta de arándanos quiere saber a qué hora y dónde.
Si a alguien no le gusta el Indie, no se encuentra en mi lista de amigos. ;)». Pulsé la
tecla de enviar.
A las seis estaba en casa. No había nadie. Encendí el ordenador para revisar mi
correo. Solo había basura. Abrí de nuevo el mensaje de John Grim.
¿Qué iba a decirle? Toda mi vida había soñado con una oportunidad como
aquella. Entonces pensé en Matilda, en cuando comentó que no iba a dejar escapar su
oportunidad: yo tampoco lo haría. La nueva Olivia era valiente y segura, o por lo menos
intentaría serlo.
Cuando llegué al teatro, la obra ya había empezado. A los dos minutos de
sentarme salió Lorena a escena. La historia era muy entretenida: trataba de la dificultad
de las mujeres para disfrutar con el sexo. A mitad de la obra note una vibración:
Pablo: «¿A las doce en tu casa? ¿Dirección? Paso a buscarte. No voy hacerte ir a
ningún lugar, soy un galán, o eso se comenta ».
Contesté de inmediato: «Genial, así no tendré que madrugar, eres un chico listo.
C/ Tulipán 7- 2º, 3ª».
Al acabar la obra felicité a Lorena. Me invitó a tomar unas copas con sus
compañeros de teatro, pero le dije que tenía que contestar un e-mail demasiado
importante, que no podía esperar más.
—¿Grim? —preguntó, con una gran sonrisa.
—Sí, amiga, Grim. Gracias por ayudarme.
La abracé.
—¿Para qué estamos las amigas? —contestó, orgullosa, besándome con ímpetu
la mejilla, todavía excitada por su actuación.
—Nos vemos en casa. Disfruta de la noche, pero no seas mala. —Subió y bajó
las cejas con cara pícara, bromeando.
Cuando llegué a casa me puse cómoda y empecé a redactar el mensaje. El haber
quedado con Matilda de alguna manera me había ayudado a ser más impulsiva.
Para: John Grim
Asunto: Fotógrafa asistente
Hola, John:
En respuesta a su correo le comunico que sí que estoy interesada en el trabajo. Es Ud.
uno de mis ídolos, sería un verdadero placer poder trabajar juntos. Espero que me
indique en su próximo e-mail la fecha y dirección para vernos en Londres.
Atentamente.
Olivia Morrison
Redacté un e-mail explícito y corto, pensé que era lo más correcto. Luego me fui
a dormir; estaba agotada, no me quedaban fuerzas para esperar a Lorena.
9
El viernes fue un día tranquilo en el trabajo. Al salir hice unas pequeñas compras en el
súper y una limpieza general del piso. Estaba nerviosa: no sabía cuántas veces había
mirado el correo esperando tener noticias de John Grim, pero ni rastro.
Por la noche recibí un SMS de Pablo: «No olvides tu cámara de fotos».
Me fui a la cama temprano. Puse la película El Mago de Oz en el portátil para
distraerme. Estaba ya medio dormida cuando la caricia de Lorena por mi mejilla me
despertó. Con una bolsa repleta de chocolatinas se acopló a un lado de la cama.
—¿No tenías ganas de salir? —le pregunté, extrañada. Jamás se perdía ninguna
fiesta.
—Ayer no pude hablar contigo. No podía aguantar la curiosidad y he querido
venir a ver a mi adorable amiga.
Me achuchó con ternura.
—¿Has discutido con David?
—Sí —suspiró, desolada—, hemos vuelto a pelear, nunca paramos. Pero no
quiero hablar de ello. ¿Escribiste a Grim? ¿Qué pasó con el chico de la librería? La
noche anterior, con todo tu espanto por el correo de John Grim, no me dijiste nada.
Le conté todo lo que me había sucedido. Acabó quedándose dormida. Puse mi
despertador, apagué la luz y me dormí al minuto de cerrar los ojos; estaba muerta.
El despertador sonó a las once. Me levanté de un salto. Al cabo de una hora, Pablo
estaría llamando al timbre.
Desperté a Lorena:
—Lo siento, pero estoy muy excitada. Dentro de una hora vendrá Pablo… y no
sé qué ponerme.
—¡Olivia! ¡No te reconozco! —refunfuñó, medio zombie—. ¿Tú nerviosa por
un chico?
Se dio medio vuelta, tapándose la cara con el edredón nórdico.
—No te rías de mí. —Le descubrí el cuerpo—. Por favor, ayúdame.
Tiré de su brazo, poniendo morritos como una niña.
—Ja, ja, ja, tranquila, ve al baño y te saco algunos modelitos del armario. —Mis
morritos nunca fallaban con Lorena.
Mientras me estaba duchando no paraba de imaginar posibles situaciones: de
qué hablaríamos, por dónde me llevaría con la moto…
—Qué te parece pantalón pitillo gris, camiseta básica blanca, chupa de cuero
negra y bufanda maxilarga, por si te enfrías —gritó desde la habitación.
—Me parece perfecto, así voy cómoda al concierto. Te quiero, eres un sol.
—¿Concierto? ¿Qué concierto? —Lorena abrió la puerta del baño y corrió la
mampara—. ¿No será el de Russian Red? —voceó, eufórica.
—¡¡Lorena!! ¡Voy a mojar todo el suelo! —Corrí de nuevo la mampara—. No
tengo ni idea, pero en un SMS me preguntó si me gustaba el Indie.
—Hoy toca Russian Red. Quizá se refería a ellos.
—¿Sí? No lo sabía. Ando tan preocupada por todo lo sucedido que no pienso en
otra cosa. ¿Me pasas la toalla, please? —Me cubrí el cuerpo—. ¿Qué te parece, pelo
suelto o coleta?
—Pelo suelto, sin duda. Ya sabes, el viento de la moto… le pondrá muy… —
Sacó la lengua, haciendo el payaso.
—No sigas con la frase —insistí. Lorena podía ser demasiado explícita.
—De acuerdo, pero tranquilízate.
Me zarandaneó agarrándome de los hombros.
—Son las doce menos veinte. Voy a desayunar algo rápido. ¿Te preparo un café
con leche?
—Sí, por favor, aunque creo que cuando te vayas voy a volver a meterme en la
cama. ¡Olivia, llaman a la puerta! —chilló, dando pequeños saltitos hasta llegar al
interfono.
—Mierda, ya son las doce y diez, no me he dado cuenta.
—¿Le digo que suba? —Sonrió maliciosamente.
—No seas cotilla, ja, ja, ja. Ya bajo yo, no me fío de lo que puedas decir.
—¡Eres una desconfiada! —Me sacó la lengua.
Bajé por las escaleras para tranquilizarme un poco. Desde el portal pude verlo,
sentado en la moto con las manos en los bolsillos. Estaba resplandeciente. Lo que más
me fascinaba era su pelo alborotado, le daba ese aire sexy y rebelde que me enloquecía.
—Hola —saludé, amigable, con la mano, mientras me acercaba.
—¡Olivia! ¿Qué tal? Siento el retraso.
Apartó el rostro, apocado.
—Tranquilo, me ha venido bien que llegaras un poco tarde.
Se aproximó y me dio dos besos. El mismo perfume embriagador que en la
cafetería.
—¿Te habías quedado dormida?
Se rascó la cabeza, imitó un bostezo y rio entre dientes.
—No, pero mi compañera de piso estaba despierta y me entretuve charlando. —
Noté cómo me ardían las mejillas.
—¿Y tu cámara de fotos? —preguntó, riéndose.
—¡Vaya! se me ha olvidado. —Elevé los hombros.
—Ja, ja, ja, no pasa nada, te espero. Bueno, si todavía continúas con ganas de
sacar fotografías —bromeó, sarcástico.
—Claro. Perdona, es que soy muy despistada.
Me acaricié el pelo, nerviosa.
—Ja, ja, ja, no tienes que pedir perdón.
—Tardo un minuto.
Mientras subía las escaleras me ponía más nerviosa de lo que ya lo estaba. Qué
guapo me parecía; su forma de mirar, de sonreír…
—¿Lorena?
—¡Olivia! ¿Qué ha pasado, le has asustado? —Lorena sostenía un bol de
cereales con leche.
—¡No seas tonta! Se me olvidó la cámara de fotos.
Le golpeé un brazo, jugando.
Ella soltó una carcajada y a continuación dijo:
—Ya lo sabía, la vi encima de la mesa. ¿Qué tal? ¿Te has tranquilizado un poco?
—No, estoy cada vez más agitada. Si lo vieras, podrías entenderme. Luego te
cuento.
Alcancé la cámara tirando de la correa de la funda.
—Vale, disfruta.
Se despidió con un guiño.
Esta vez usé el ascensor. Aprovechaba para verme en el espejo, aunque la
iluminación del habitáculo no favoreciera mucho.
Pablo estaba apoyado en la moto, mirando hacia la puerta del portal.
—¡Ya estoy aquí! —exclamé con una sonrisa.
—Bien. —Elevó el dedo gordo con gesto de aprobación—. Entonces, ¿te
apetece ir de paseo?
—Me muero de ganas —respondí, motivada.
—Ja, ja, ja, si me lo dices con ese ímpetu, me lo tengo que creer.
Me tendió un casco de media cubierta. Él estaba sentado con las manos
apoyadas sobre el manillar. Manteniendo el equilibrio elevé una pierna, pasándola por
encima del asiento, y me sujeté afirmando las manos en la parte trasera.
Hacía un día soleado, como la mayoría de veces en la ciudad; a pesar de estar a
principios de enero, no hacia nada de frío.
No podía dejar de observarle. Llevaba un pantalón pitillo parecido al mío, una
camiseta de los Ramones y una cazadora de cuero. Me resultó cómico: parecía que
hubiéramos tenido telepatía a la hora de elegir el vestuario.
—¿Estás cómoda? —me preguntó, mirando hacia atrás.
—Sí.
—¡¡Pues vamos hacia el infinito!! —gritó, elevando un brazo como un
superhéroe.
No pude evitar reírme.
—Cuando quieras parar para hacer una fotografía, me lo dices —propuso, gentil.
Estaba tan contenta… Aquel chico conseguía hacerme sentir especial; parecía
como si conociera todo lo que tenía en mi cabeza para poder conquistarme. Nunca antes
me había sentido igual. Con él era diferente: sentía que congeniábamos de una manera
singular. Desde que apareció esa mañana, hizo que John Grim no me preocupara, que
no estuviera ansiosa por recibir respuesta. De lo único que tenía ganas era de disfrutar el
día.
10
Empezamos el recorrido por el parque de la Ciudadela, aparcamos la moto enfrente y
fuimos a dar un paseo. Era uno de los lugares que más me gustaban de la ciudad. Podías
encontrar un ambiente variopinto: parejas enamoradas paseando, niños jugando, abuelos
sentados en los bancos, gente practicando deporte en los jardines, otros tomando el sol y
extranjeros sacando fotografías.
Fue muy divertido. Decidí fotografiar a todas las personas que pasearan un
perro. Pablo se ponía cerca de la persona, siempre imitando su postura y expresión. No
parábamos de reír. Después de sacar cientos de fotografías, nos sentamos cerca del
estanque con las barcas.
—¿Te apetece dar un paseo en barca?
Me miró desafiante.
—Ja, ja, ja, no, pero muchas gracias.
Me acaricié el cabello, inquieta.
—¿Te da vergüenza?
Su mirada me intimidaba.
—¿Por qué lo preguntas?
Dejé de mirar su rostro, pasando a fijar mi atención en el estanque.
—Me ha dado esa sensación. Escuché en un reportaje que, si una chica se
acaricia mucho el pelo, es síntoma de nervios.
—¡Vaya! ¿Así que eres analítico?
Ladeé la cabeza. De nuevo esa mirada penetrante que me cohibía.
—Me gusta observar.
Parpadeó con sus enormes pestañas.
—Lo reconozco: me da vergüenza subirme en esa barca.
Para no continuar acariciándome el pelo, saqué la cámara del bolso y disparé
algunas fotografías a los patitos nadando y sumergiendo sus cabezas, dejando al aire sus
traseros.
—Entonces, ¿rechazas mi invitación? —musitó, con voz apenada.
—¿La verdad? —Guardé la cámara en el bolso—. Me apetece subirme —
respondí, finalmente.
—Pues no lo pienses más. ¡Vamos!
Se puso en pie de un brinco, agarró mi mano y corrimos hasta la orilla. Ni rastro
del barquero.
—¿Nos vamos a subir sin pagar?
Aunque me doliera reconocerlo, me costaba mucho dejarme llevar e improvisar.
Mi madre era una persona de principios éticos muy sólidos, siempre cumpliendo las
normas; y, por supuesto, yo había sido educada de la misma manera.
—Ja, ja, ja, tranquila, no pasa nada, luego le pagamos —dijo Pablo ya encima de
la barca—. ¡Vamos! —Me extendió el brazo para ayudarme. Todo un galán.
—Bueno…
No le di más vueltas y monté de un salto en la barca, provocando un leve
balanceo. Pablo me sujetó por la cintura. El contacto de sus manos en mi cuerpo me
hizo estremecer.
Cuando nos encontrábamos en medio del estanque, el barquero llegó y nos hizo
gestos a lo lejos. Pablo también le contestó mediante señas tratando de explicarle que
luego le pagaría. El barquero se quedo más tranquilo e hizo otro gesto con la mano, esta
vez indicando «está bien».
—Bueno, es momento de conocerte, chica de los arándanos —estaba sentado
enfrente.
—Pregunta lo que quieras.
Por fin, empezaba a dejar de lado mi timidez.
—¿Lo que quiera? —insinuó, con cara maliciosa, levantando las cejas. Me hizo
reír.
—Siempre que no sea delito… —aclaré, mientras reclinaba la espalda al final de
la barca.
—Debo confesarle una cosa: me muero de ganas por besarla —soltó, con voz
sensual.
—¿Ahora me tratas de usted? Ya veo, intentas seducirme como un galán —
contesté, guasona.
—Bueno…
Me observaba apocado. Era la primera vez que un chico no se lanzaba a mis
labios, la primera vez que alguien me decía que se moría de ganas por besarme. Me
resultó extraño, no sabía que contestar. ¿Debía disimular y cambiar de tema?
—Debo advertirle de que no le voy a besar; soy una chica difícil —y, para mi
propio asombro, le penetré con la mirada.
—Ja, ja, ja, —rio entre dientes desviando la mirada al suelo de la barca,
rascándose la nariz—. Me ha gustado la respuesta señorita.
Sonreí orgullosa de la chica que estaba siendo.
Me sedujo la forma que tuvo de insinuar lo del beso, pero tenía que hacerme la
dura: dicen que eso gusta a los chicos. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos ante su
mirada dulce y su pelo rebelde.
—Entonces, dime: ¿qué tal tu trabajo? —Fue él quien cambió de tema.
Me acordé de John Grim, pero preferí no comentarle nada. Ese chico me
interesaba y todavía no había recibido ningún e-mail. Quizás al final no me iría.
—Bueno, no puedo decir que mi trabajo sea muy duro. Leer cuentos a niños de
guardería no me deja exhausta.
Me aproximé a los remos y remé en dirección a un grupo de patos.
—¿Y la fotografía? ¿No has intentado enfocar tu carrera profesional por ese
camino?
Pablo permanecía con la espalda apoyada en el extremo de la barca, medio
tumbado.
—Sí, bueno…, no tengo la suficiente confianza en mí misma como para
enseñárselas a nadie.
En aquel momento sentí que estaba mintiendo, pero era una mentira piadosa.
—Tengo ganas de ver tus fotografías. —Se inclinó hacia delante y me quitó los
remos. —Tienes mucha técnica —dijo, y empezó a remar con estilo femenino.
—¡Oye! ¿No te estarás burlando de mí? —repliqué. Él levantó la vista y
sonrió—. Bueno, ¿y tú?, ¿no has publicado ningún libro?
—Lo he intentado. He escrito varios relatos, pero parece ser que ninguna
editorial está interesada, por eso continúo en el bar —comentó, afligido.
—¿De qué género? —Me incliné para recuperar los remos; esta vez él sostenía
uno y yo el otro.
—Historias que narran la cotidianidad de la vida. Lo más típico. Por ejemplo, las
peleas de una pareja que se quiere con locura, pero ella tiene un accidente y esto cambia
el resto de sus vidas.
—¡Vaya, qué funesto! —musité, sorprendida. Nuca hubiese imaginado que
escribiera novelas fatídicas.
—Ya lo sé —hizo una mueca optimista—, pero esas cosas suceden, y pienso que
a la gente puede interesarle; ya sabes, nos puede pasar a cualquiera.
—Yo no me compraría un libro de ese estilo. Sé que puede ocurrirle a
cualquiera, pero no me apetece leer dramas.
—¿Sabes qué? —Se acercó dejando caer el remo.
—¿Qué? —Imité su gesto, inclinándome y dejando caer el otro remo.
Muy despacio, se aproximó a mi oreja.
—Te he mentido —y soltó una leve carcajada maliciosa, como un niño travieso.
—¿No querías besarme? —pregunté, sarcástica.
—Ja, ja, ja. ¡No!, me muero de ganas, como tú de dar el paseo —bromeó, y por
un instante nuestras miradas se encontraron. Solamente unos centímetros separaban
nuestros labios—, pero a mí tampoco me gusta leer dramas. Me apetecía oír tu respuesta
para saber si me seguías la corriente y veo que expresas tu opinión; eres una chica
sincera.
Y, como si nada, se reclinó hacia atrás dejándome descolocada por completo.
—¿Me has puesto a prueba? Lo tendré en cuenta, te debo una.
Le apunté con el índice, amenazadora.
—No seas mala. —Recuperó los remos—. No, de verdad, he escrito varios
relatos que narraban historias románticas, pero parece ser que eran demasiado
empalagosas, o ñoñas, y no tenían apenas interés.
—¡Vaya! Lo siento, me tendrás que dejar una de tus obras y te daré mi opinión
más sincera. —Le guiñé un ojo.
Durante algunos minutos permanecimos tumbados observando el cielo azul y
alguna nube desplazándose en él.
El barquero nos volvió a hacer señas, así que remamos hasta la orilla.
—Perdonen, pero ya ha pasado la media hora y todavía no me han pagado —
protestó, con la palma de la mano extendida, esperando sus monedas.
—Disculpe, pero cuando hemos cogido la barca no había nadie, así que nos
montamos. ¿Cuánto le debo?
Pablo sacó el monedero del bolsillo trasero del pantalón.
—Son diez euros.
—De acuerdo.
—Lo pagamos a medias —añadí. No me gustaba ser una de esas chicas que
esperan ser invitadas a todo.
—No, tranquila. Te dije que esta cita la organizaba yo, ¿no? —y le dio el billete
al barquero.
—Pues muchas gracias. Debo confesarte que ha sido mi primer paseo en barca.
—También el mío.
Ambos reímos a carcajada limpia. Después nos fuimos hacia la moto.
—¿Tienes hambre o damos otro paseo? —preguntó, enérgico.
—Pues… no sé, como prefieras. ¿Qué hora es?
Buscó la hora en la pantalla del móvil.
—Son las dos.
—Es buena hora para comer algo.
—Sí, yo estoy un poco hambriento. —Colocó la mano encima del estómago,
con cara voraz.
Nos pusimos los cascos y de nuevo nos subimos en la moto.
—¿Puedo preguntarte dónde comeremos? —le grité a la oreja.
—Es una sorpresa.
—Genial, chico misterioso.
Podía respirar su perfume como una droga; me tenía hechizada.
—¿Sabes qué? —se giró para mirarme—. Me encanta tu pelo, es muy sexy. Te
lo habrán dicho muchas veces, pero me chifla el pelo pelirrojo.
—¿De verdad? Me alegro de que te guste. En España no es muy típico. Te voy a
confesar que tu pelo también me parece muy sexy.
Descargar