“Un cuerpo para dos” – Mc Dougall

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BEKEI, M. (compiladora) “Lectura De Lo Psicosomático”
LUGAR EDITORIAL S A 1996 2º EDICION BUENOS AIRES
Un cuerpo para dos*
JOYCE Mc DOUGALL
Un cuerpo para dos: esta fantasía primordial en todo ser humano, surge el deseo de volver a ser
uno con la madre-universo de la temprana infancia. Si bien su prototipo biológico se origina en la vida
intrauterina donde el cuerpo de la madre debe realmente subvenir a las necesidades vitales de dos
seres, su prolongación imaginaria en el recién nacido va a regir su funcionamiento somatopsíquico. Todo
aquello que amenaza con destruir la ilusión de indistinción entre el cuerpo propio y el cuerpo materno
lo lleva a buscar el medio intrauterino perdido e induce a la madre a responder intuitivamente a esta
demanda, aportando alivio y sueño a su bebé a través del ritmo de su cuerpo y del mantenimiento del
contacto corporal.
A partir de esta matriz somatopsíquica va a desarrollarse una diferenciación progresiva entre el cuerpo
propio y la primera representación del mundo externo, que es el pecho materno en la psiquis infantil.
Paralelamente, lo que es psíquico se distingue, poco a poco, de lo que es somático.
Consecuentemente, la lenta "desomatización" de la psiquis se acompaña de una doble búsqueda de la
infancia: por un lado, el bebé tratará, sobre todo en los momentos de dolor psíquico o físico, de recrear
la ilusión de la unidad corporal y mental con la madre-pecho. y por el otro luchará con todos los medios
de que dispone para diferenciar su cuerpo y su ser, de ella. A no ser que el inconsciente de la madre
obstaculice este proceso, el niño construirá, por medio de los mecanismos de internalización incorporación, introyección, identificación-, la imagen interna de una madre nutricia, madre que cuida,
que es capaz de contener sus tormentas afectivas, apoyando su deseo de autonomía corporal y psíquica.
A partir de esto, podrá construirse la identificación a esta imago, esencial para la estructuración psíquica
y que va a permitir al niño autoasegurarse las funciones maternales introyectadas. Por lo tanto,
albergará el doble deseo de ser él mismo y el otro, así como la doble ilusión de estar munido de una
identidad separada, inconmovible, mientras guarda un acceso virtual a la unidad originaria, inefable.
* Una versión ampliada del material que este artículo contiene aparecerá en Teatros del cuerpo (Tecnipublicaciones,
Madrid, en prensa).
Todo fracaso de este proceso fundamental va a comprometer la capacidad del niño de integrar, y
de reconocer como suyo, su cuerpo, sus pensamientos, sus afectos. Este ensayo se propone estudiar los
avatares de tales fracasos en la edad adulta. En primer lugar, subrayemos que el deseo de deshacerse
de estas identificaciones para acceder a una plena posesión de sí mismo, y la búsqueda arcaica que
representa el deseo de fundirse en la madre-universo, persisten en las profundidades de la psiquis
humana, y no tienen solamente un destino sintomático. Dejarse deslizar físicamente y psíquicamente
hacia este ombligo contribuye, entre otras cosas, a la realización de dos experiencias esenciales, ambas
psicosomáticas por excelencia: el dormir y el orgasmo. Correlativamente, tanto una como otra experiencia corren el riesgo de verse perturbadas en el caso de que el miedo a la madre mortífera, aquella
que conduce a la pérdida irrevocable de sí, triunfe sobre la que es el soporte imaginario de la unión
erótica y mística.
Desde hace muchos años intento escuchar en el trabajo analítico esta búsqueda del cuerpo único con su
miedo correspondiente, y seguirla en sus prolongaciones fantasmáticas: una psiquis para dos, un sexo
para dos, una vida para dos. La conceptualización de estos modos de funcionamiento psíquico y de la
red de defensas construida desde la infancia, presenta algunos escollos, quizá porque un modelo de
funcionamiento del aparato psíquico fundado sólo sobre la significación no basta para comprender de
qué manera se organiza la vida psíquica en sus comienzos, ni cómo se estructuran los lazos entre psiquis
y soma.
Por primera vez encontré la pregnancia de la fantasía de una psiquis para dos, trabajando con niños
psicóticos (J. McDougall y S. Lebovici, 1984). Más tarde, con analizantes neosexuales (J. McDougall,
1982) y pacientes homosexuales, constaté que estas elecciones buscaban igualmente proteger al sujeto
contra la pérdida de la identidad sexual, y no solamente contra las angustias fálico-edípicas. Es a través
del sexo del otro que se recupera el propio.
Con respecto a la fantasía de un cuerpo para dos, la mayoría de las veces la encontré tratando de
comprender la significación económica y dinámica de las eclosiones psicosomáticas en algunos de mis
analizantes; llegué a formular la problemática paradojal de estos pacientes en estos términos: si la
fantasía fundamental dicta que el amor lleva a la muerte y que sólo la indiferencia a toda libidinización
asegura la sobrevivencia psíquica, el sujeto, buscando protegerla por medio de esta desafectivización,
aumenta su vulnerabilidad psicosomática de manera sorprendente. La muerte interna que infiltra la
realidad psíquica comporta, entre otros riesgos, el de producir la fractura de las barreras inmunológicas,
así como una somatización regresiva de la vivencia afectiva.
Ahora bien, existen también "desafectivizados" que no somatizan, como, por otro lado, hay personas
que polisomatizan y no han creado esta caparazón operatoria y alexitímica que caracteriza a las estructuras psicosomáticas más estudiadas por la investigación psicoanalítica. Por el contrario, los
analizantes a los que me refiero están muy cerca de su realidad psíquica y de su padecimiento afectivo.
Aquí, el escenario arcaico que decreta que no puede existir sino un cuerpo para dos se infiltra en el
trabajo analítico a todos los niveles.
De todos modos, hay que reconocer que el camino hacia la individuación es largo y sembrado de
escollos para todos los niños; y la manera en que lo que primitivamente pertenecía al mundo externo
deviene una parte integrada del mundo interno, sigue siendo un misterio para nosotros. ¿Cómo llega el
niño a crearse una representación de su propio cuerpo? ¿De un sexo personal? ¿De su mente como la
de un tesoro que él sólo puede explotar, teniendo así derecho a sus pensamientos, a sus afectos, y a sus
secretos íntimos?
Tenemos modelos tópicos y económicos de la organización edípica en su vertiente fálico-genital, que se
están enriqueciendo cada vez más desde hace un siglo. También sabemos mucho sobre los tropiezos
que se producen en estos estadios de organización, dando lugar a las neurosis y a las perversiones. Pero
sobre la psicosis y sobre las perturbaciones psicosomáticas, o más precisamente sobre la parte
psicotizada y la vulnerabilidad psicosomática de todo ser humano, conocemos bastante menos. Sin
embargo, estas manifestaciones, como las neurosis, las perversiones y los trastornos de carácter son, a
mi entender, intentos de auto-cura del niño en sus luchas con los conflictos y dolores psíquicos.
Entonces, estas organizaciones psíquicas nos exigen modelos de funcionamiento que nos lleven a la
forma en que se construye la vida mental en sus comienzos, en un universo presimbólico, donde es la
madre, principalmente, la que asume por su niño la función de aparato para pensar.
Numerosos analistas trataron de describir la construcción de la vida psíquica del niño muy pequeño,
desde la época prenatal, con la esperanza de comprender cómo el bebé llega eventualmente a poseer
realmente su cuerpo, su sexualidad y su propio aparato para pensar. Múltiples metáforas sugestivas
describen los procesos en marcha: "falta" de J. Lacan (1966), "posición depresiva" de M. Klein (1935),
"separación-individuación" de M. Mahler (1975), el concepto de "espacio transicional o potencial" de D.
Winnicott (1971), la transformación de "elementos beta en función alfa" de W. Bion (1962, 1963),
'jerarquización de las funciones" de P. Marty (1980), "censura precoz" de D. Braunschwieg y M. Fain
(1975), finalmente en P. Aulagnier (1974), el concepto de "pictograma" y lo que ella describe sobre la
relación compleja entre el "proceso originario" y los procesos primario y secundario.
Mi propia reflexión fue enriquecida considerablemente por la lectura o por intercambios amistosos que
pude tener con todos estos autores. Las cuestiones teóricas que querría proseguir aquí se me
impusieron en el transcurso de los años, en momentos de "impasse" de largos análisis cuyo desarrollo
procesual se veía obstaculizado por "fugas somáticas", sobrevenidas en vez de fantasías arcaicas de apariencia psicótica a veces. Allí se planteaba la problemática de la alteridad en tanto el cuerpo propio del
sujeto estaba poco o nada distinguido del cuerpo del otro.
La roca de la alteridad o el ser faltante de su mitad
A lo largo de la vida, la realidad psíquica de toda persona debe mediar con el deseo primitivo de
retorno al estado de fusión con la madre-universo; en otras palabras, con el deseo de no-deseo. La lucha
contra este deseo, y el duelo que impone, son compensados, como todos sabemos, por la adquisición
de la identidad subjetiva. Lo cual supone que el sujeto ha podido investir, libidinalmente y
narcisísticamente, las heridas fundamentales e ilimitables que son la separación y la diferencia. Estas
serán celosamente protegidas pero, en contrapartida, el sujeto se reserva el poder de recuperar este
paraíso perdido en regresiones temporarias y moderadas, a saber, en la experiencia del dormir y del
orgasmo.
Sin embargo, separación y diferencia no son vividas por todos como logros psíquicos que enriquecen y
dan sentido a la vida pulsional. Por el contrario, pueden ser temidas como realidades que disminuyen o
vacían al sujeto de aquello que le parece vital para sobrevivir. La lucha contra la división primordial, que
tiende a constituir un individuo (indivisible)*, puede dar lugar a compromisos muy variados:
sexualización del conflicto, constitución de estructuras caracteriales de tipo narcisista o adictivo, división
psique-soma. En este último caso se abren dos vías: una lleva a construcciones autistas donde el soma
generalmente permanece indemne; la otra, inversamente, privilegia la realidad externa, a riesgo de que
sea el soma el que deviene autista.
*En francés figura in-dividu; a su vez in-dividuo e indiviso. N. del T.
Es de este último fenómeno del que quiero hablar ahora. El ejercicio del psicoanálisis nos confronta
regularmente con eclosiones somáticas de todo tipo, que son el signo de dramas primitivos e
inelaborables. Sin embargo, estos signos son portadores de mensajes para la psiquis, aunque en un
primer momento parezcan escapar a la representación. ¿Cómo escuchar estos signos? ¿Cómo
decodificarlos a fin de volverlos simbólicos? Ya que, no lo olvidemos, el cuerpo, tanto como la mente,
está sometido a la compulsión de repetición. Aún más, tarde o temprano en nuestros analizantes
somatizadores nos encontramos con una resistencia feroz a buscar los factores psíquicos que alimentan
la vulnerabilidad psicosomática. Inconscientemente luchan por mantener intactas sus creaciones
somáticas. En ciertos casos, pueden mostrarse temerosos de hacer tambalear esta organización. De
todas maneras, cuando la estructura del paciente se presta, el encuadre analítico aparece como un lugar
asegurador, al abrigo del cual pueden desplegarse las fantasías primitivas y los escenarios arcaicos del
teatro psíquico interno. Descubrimos entonces que las manifestaciones psicosomáticas tienen una
historia, o por lo menos, una mitología a reconstruir. En un intento desesperado por salvar la
supervivencia psíquica, estos sujetos establecieron un corte radical entre el soma y la psiquis a fin de
resguardarse de una conmoción afectiva insoportable. Así se establece una economía psíquica apta para
favorecer la somatización.
Como ya lo hemos subrayado, la regresión psicosomática no es propiedad exclusiva de los operatorios y
los desafectivizados. También nos encontramos con somatizadores que, por el contrario, se sienten
constantemente bombardeados por vivencias afectivas que los precipitan a estados de pánico, que les
impide abocarse a las percepciones, acontecimientos, y relaciones que son su origen. Estos analizantes
generalmente son polisomatizadores desde su tierna infancia. Aquí no hablamos de histeria clásica. Muy
a menudo son etiquetados como histéricos, sujetos que sufren secuelas de una carencia afectiva precoz;
sus gritos de aflicción buscan más llamar la atención sobre el peligro de muerte psíquica que sobre el de
una castración fálico-edípica. Como máximo podemos hacer la hipótesis de una "histeria arcaica".
Porque no encontramos esas soluciones de compromiso a los problemas sexuales y edípicos propias de
las neurosis, sino más bien una sexualización primitiva, implicando a todo el cuerpo, que se ofrece como
lugar de conflicto, tendiendo tal organización a constituir una apariencia de identidad subjetiva y a
preservar cierta supervivencia psíquica.
En escritos anteriores traté de despejar los elementos que aparecen siempre presentes en los
analizantes que tienen una fuerte tendencia a la somatización. Había llegado a las comprobaciones siguientes:
1) El lazo que falta entre los estados psicosomáticos y la organización histérica debe buscarse del
lado de las neurosis actuales.
2) Este lazo tiene relación con los destinos del afecto. A las tres "transformaciones" del afecto
planteadas por Freud (histeria de conversión, neurosis obsesiva, neurosis actual) podría agregar una
cuarta en la que, paralelamente a una representación forcluida, un afecto estaría totalmente sofocado,
y esto sin ninguna compensación psíquica (es decir sin recuperación neurótica ni delirio) dejando así sólo
al soma a cargo de responder, con el riesgo de que una amenaza psíquica sea tratada como una
amenaza biológica.
3) Sin embargo, en estos pacientes se observa una constelación edípica específica. Estos parecen
haber alcanzado una organización edípica así como la posibilidad de vivir una vida sexual y social de
adulto. Pero de hecho, su Edipo queda injertado en una organización mucho más primitiva en la que la
imago paterna está casi ausente tanto del mundo simbólico de la madre como del niño. El sexo y la
presencia paternales no parecen haber jugado ningún papel estructurante en la vida de la madre.
4) Por esto, la imago materna se vuelve extremadamente peligrosa.
Sin la fantasía en la que un pene paterno es el complemento de un sexo materno, la representación que
tiene la madre de su propio sexo, y que transmite a su niño, se refiere a la imagen de un vacío ilimitado.
Consecuentemente el niño va a proyectar sobre este fondo de vacío todos los productos de su
megalomanía infantil, sin encontrar ningún obstáculo. El espacio maternal retorna así, en su imaginario,
bajo aspectos temibles y mortíferos. Paralelamente se organiza el fantasma de un falo paterno
peligroso, separado, y dividido en un pene, por un lado idealizado e inalcanzable, y por el otro omnipresente y persecutorio.
5) La imago materna, también compuesta, se escinde a su vez en: promesa de vida y amenaza de
muerte. Esta constelación introyectiva distorsionada es en gran parte la consecuencia de conflictos y
contradicciones que habitan el inconsciente de ambos padres. En este clima, el niño destinado a la
vulnerabilidad psicosomática muy a menudo nos lleva a la escena psicoanalítica de los recuerdos de una
autonomía precoz, con una objetivación prematura de los primeros objetos. Cuando la madre no es
introyectada en tanto medio ambiente, y es confundida con el niño, es decir que alcanza demasiado
rápidamente el status de objeto total, su representación internalizada se vuelve, de facto, ideal y
omnipotente. El niño necesita de las funciones maternales de consuelo y modificación de vivencias
psíquicas y físicas dolorosas para mantener la ilusión de hacer uno con ella. Es esto lo que le permite
digerir, eliminar, dormir, resumiendo, funcionar somáticamente sin problemas, y posibilita que poco a
poco la unidad madre-niño se vaya diferenciando en una madre y un niño, La representación de la
madre ideal y peligrosa a la que hice referencia, también fue observada, por una vía clínica diferente,
por P. Marty (1980). En El orden psicosomático, cuando habla de los sujetos que sufren alergias, Marty
observa que "una representación de la madre ideal (...) crea un desfasaje (entre la representación de
ellos mismos y de la madre real) que se traduce en un conflicto interior despedazante y desorganizante"
(p, 152). En mi propia experiencia de analista, las proposiciones de Marty sobre los pacientes alérgicos
se aplican a la mayoría de los polisomáticos, y se refieren a conflictos extremadamente precoces.
6) Todo esto nos lleva al inconsciente de la madre y a lo que para ella representa el niño en
cuestión. Utilizaré aquí el concepto winnicottiano de espacio transicional, para señalar las distorsiones
que se producen en este proceso de maduración, Este espacio, que se constituye en los doce primeros
meses de la vida, permite al niño crear un espacio psíquico donde poder interiorizar el indicio de un
objeto maternal con el cual puede identificarse de a ratos, hasta poder finalmente, "estar a solas en
presencia de la madre", En la fase del comienzo descrita por Winnicott como "preocupación materna
primaria", una parte de la madre, de alguna manera, está fundida con su bebé, es decir que ella misma
comparte esta experiencia de ser parte integrante de una unidad madre-lactante, lo cual permite a su
vez que el niño la viva así. Sin embargo, algunas madres sienten a su bebé como un cuerpo extraño a
ellas mismas. Por el contrario, otras no quieren abandonar de ninguna manera esta unidad fusional madre-lactante. En ambos casos, el niño corre el riesgo de encontrar muy difícil la adquisición de este
sentimiento de su identidad separada que le da al mismo tiempo, la posesión de su cuerpo, de sus emociones y de su capacidad para pensar, Si la madre, en función de su propio mundo interno, no llega a
crear para su bebé la ilusión de que la realidad externa y la realidad interna son una misma y única cosa,
si no es capaz de escuchar, en cada momento, los deseos de fusión, diferenciación e individuación de su
niño, corre el riesgo de confrontarlo a las condiciones que podrían llevarlo a la psicosis o a la
enfermedad psicosomática.
Las interdicciones precoces captadas por el niño pequeño, aún antes de la adquisición de la palabra, se
presentan como un obstáculo importante en el trabajo analítico. La Últerdicción de pensar, cuya
importancia en los psicóticos señala P. Aulagnier (1980, 1984), Y compara con el "pensar-doble" descrito
en la visión terrorífica de George Orwell, se manifiesta en los psicosomáticos graves, a través de la
interdicción de dar lugar a ciertos pensamientos cargados de afectos intolerables para la madre y,
anteriormente, por la interdicción de representarse determinadas zonas y funciones biológicas y de
sentir placer (es decir de investirlas libidinalmente), por miedo a que, haciéndolo, se rompa la unidad
madre-niño sostenida por la madre, con la consecuencia de despedazarse él mismo. La representación
de la madre también será doble: madre omnipresente y omnipotente, madre frágil y fragmentada.
Hablando de lo que él llama la "cadena evolutiva alérgica", P. Marty (op. cit., p. 151-152), formuló la
hipótesis de las "fijaciones de orden sensorio-motriz cuya naturaleza conocemos mal. Estas, al instituir
con verosimilitud un sentimiento particular, atípico del cuerpo propio, van a perturbar la organización
habitual de las representaciones sucesivas del espacio y del tiempo. Las perturbaciones en cuestión
serán ellas mismas responsables en parte del corto-circuito, aquí considerable, que se producirá a nivel
de algunos sectores del preconsciente, y reducirá enormemente, si es que no la vuelve imposible, la
organización de un Yo clásico".
Encontraremos algunas de estas características en las ilustraciones psicoanalíticas que voy a utilizar para
explicitar mis formulaciones con la esperanza de que mi reflexión esclarecerá, aunque sea un poco,
estas "fijaciones (...) cuya naturaleza conocemos mal".
Privación psíquica y expresión somática
¿La psiquis puede ser privada de aquello que le pertenece? Seguramente que existe lo reprimido,
lo denegado, lo proyectado y lo forcluido, o sea el conjunto de los elementos del contenido psíquico que
desaparecen del consciente. Pero la psiquis sin embargo no está "privada" de algo que formó parte de
ella en un primer momento, algo que pudo ser representado mentalmente, aún si luego este contenido
no es más accesible al sujeto consciente.
La mayoría del tiempo ignoramos la mayor parte de lo que se juega en nuestra realidad psíquica
y en nuestros teatros internos, como lo muestran nuestros sueños, nuestros síntomas psíquicos y
nuestros descubrimientos en el curso de un análisis. Todavía pocos adultos son conscientes de sus
deseos sexuales infantiles, aunque estén impregnados de pregenitalidad y de deseos incestuosos,
heterosexuales y homosexuales; como tampoco son conscientes de su hostilidad, de su mortificación
narcisística de niño, y de sus tendencias envidiosas y destructivas que el niño oculto en el adulto ha
mantenido, y todavía mantiene, hacia los que más ha amado. Estas pulsiones tienen una diversidad de
investidura potencial bastante amplia. Idealmente, nuestras tendencias narcisísticas, agresivas y
libidinales, encuentran su expresión en nuestras relaciones sexuales y amorosas, en nuestras vidas
sociales y profesionales, así como en las actividades llamadas sublimadas, pero lo que siempre es
conflictivo, prohibido o imposible de cumplir permanece, la mayoría de las veces, reprimido. Cuando las
vías de investidura se encuentran obstaculizadas, o cuando las circunstancias producen el retorno de
una parte de lo reprimido o forcluido, esta falta de integración o esta apertura bajo la presión de las
pulsiones primitivas hacen reaparecer las angustias narcisísticas y los deseos prohibidos con sus afectos
reprimidos. Este resurgimiento siempre es virtual, y como sabemos, puede dar lugar a síntomas
neurótico s o psicóticos: lo que confirma que a la psiquis, en lo que tiene de inconsciente no le fue
amputada una parte de sí misma.
A pesar del equilibrio personal establecido para mantener la homeostasis psíquica, todo el mundo se
encuentra en la vida cotidiana con circunstancias, inclusive con simples percepciones, que son
igualmente capaces de movilizar representaciones conflictivas o penosas. Y sabemos que el ser humano
es apto para reprimir instantáneamente este tipo de representación; sin esto la continuidad de la vida
psíquica en su dimensión consciente se vería continuamente en jaque por la invasión de percepciones y
pensamientos puntuales. En el límite, el sujeto correría el riesgo de ser empujado hacia una vivencia
alucinatoria. En realidad, la mayoría de las veces tales percepciones y las fantasías que engendran, son
inmediatamente reprimidas para reaparecer en la vida onírica o imaginaria. Una vez más existe una
compensación para lo que fue excluido.
Sin embargo, ocurre que a veces puntualmente, otras continuamente, estas formas diversas de
recuperación, de compensación sintomática o de recatectización en la vida imaginaria, no se producen.
En este caso, me parece que podría decirse que la psiquis está en estado de falta. En el curso de un largo
análisis tenemos muchas ocasiones de observar tales acontecimientos puntuales y es interesante
estudiar desde esta perspectiva eclosiones somáticas en sujetos que, generalmente, no somatizan. Mi
propia experiencia clínica me ha enseñado que la desorganización psicosomática descrita por P. Marty
también se puede producir esporádicamente y aún constantemente en sujetos que no son ni histéricos
clásicos ni operatorios desafectivizados. Las fantasías y las emociones primitivas que subyacen a ciertas
eclosiones psicosomáticas justificarían también aquí hablar de "histeria arcaica". Un ejemplo ilustrará lo
que planteo.
Se trata de un paciente al que le faltaba todo rasgo de identificación a un objeto maternal interno. Sus
recuerdos (y sus síntomas) mostraban cómo había sido perturbada la relación de la madre de
Christophe con su único hijo. Según mi analizante, él era un hijo no deseado, y su concepción había
obligado a sus padres a casarse. Christophe se acuerda de que cuando era chico, siempre tenía miedo de
perderse y que se pegaba a la madre "para reencontrar sus límites". Según los dichos de su madre,
durante sus primeros doce años de vida fue considerado un niño casi retardado hasta que un tío declaró
que el pequeño Christophe, detrás de su modo de musitar y de esconderse de los demás, era un niño
muy inteligente. A los doce años fue internado en un sanatorio por una primo-infección, donde
evolucionó bien tanto en el plano psíquico como en el plano físico:
Christophe piensa que la separación de sus padres había sido saludable en sí.
Este paciente había venido a análisis después de ocurrir un suicidio en su lugar de trabajo; una mujer,
madre de tres hijos, se había dado muerte de una manera atroz. Aunque él no pudiera reprocharse
ninguna falla profesional, se sentía culpable y se preguntaba si este accidente estaba ligado a sus
estados de angustia perpetuos.
Tanto en su vida profesional como en su vida personal, se sentía constantemente "perdido" y. por esta
razón, muy dependiente de su mujer, de sus opiniones, de sus alientos o de su desaprobación. Se perdía
en sus pensamientos, en sus papeles, en sus proyectos; su documento de identidad, su bolso, sus
máquinas fotográficas, sus llaves desaparecían frecuentemente. Durante su primera entrevista me había
contado estos hechos con una voz triste y apagada, como un hombre que hubiera perdido igualmente la
esperanza de un día poder disfrutar de la vida. El suicidio en su servicio había reforzado su sentimiento
de nulidad, tanto en su vida privada como en su vida profesional.
Christophe ya había hecho diez años de análisis con un analista hombre: "En un silencio casi total, sin
embargo hice un gran trabajo sobre el significante. Y mi trabajo profesional sacó mucho provecho de
esto ya que antes de mi análisis había echado todo a perder". Agregó con una expresión infinitamente
triste: "pero todo mi análisis fue un trabajo de la cabeza. Me sigo sintiendo tan mal en mi ser y en mi
cuerpo, como si no lo habitara". Christophe no parecía comprender nada de su tristeza ni de su relación
primitiva y perturbada con esta madre de la que me había pintado un retrato cruel.
No tengo la intención de resumir este análisis que duró largos años sino solamente ilustrar el
funcionamiento mental que, según mi entender, se instala precozmente cuando la relación madre-niño
no parece haber dado lugar a una representación interna de una madre cuidadora con la que el niño
habría podido identificarse. La imagen de la madre es entonces una imagen escindida en dos partes de
las cuales una es idealizada e inaccesible, por lo tanto persecutoria (porque el niño nunca llegará a
alcanzar para sí este ideal grandioso) y la otra, es mala incluso mortífera con la que el niño, una vez
adulto, se identificará contra sí mismo. Cuando además el padre juega un papel desdibujado en el
mundo interno del sujeto, estos pacientes devienen "padres terribles" para ellos mismos.
El fragmento de análisis que sigue fue extraído de notas tomadas durante dos sesiones consecutivas en
el curso del quinto año de nuestro trabajo conjunto. Estas notas fueron redactadas, como me sucede a
menudo, a partir de la sesión de vuelta después de una larga separación.
Christophe: "Pasé mal las vacaciones por ese barco nuevo que no podía manejar... la mayoría de las
veces ni siquiera lo pude hacer salir. Y aparte pasé una noche horrible; de la que tengo un recuerdo muy
doloroso. Dormí sólo una hora porque de repente me desperté con una hinchazón monstruosa en el
vientre. Tuve unas diarreas terribles y gases durante toda la noche, algo espectacular. Un dolor atroz.
No había comido nada en particular y aparte las diarreas siguieron. No entiendo qué me pasó esa
noche."
Como hace años comprendí que había que escuchar tales relatos somáticos como comunicaciones de un
sueño, le pregunté a Christophe qué había ocurrido el día anterior a esta eclosión brutal.
C.: "Y bueh, había luchado todo el día con el barco -imposible hacerla salir. Al cabo de dos horas, mi
mujer me dice: 'Lo que nos hace falta acá es un hombre para ayudamos'. ¡Nada menos para castrarlo a
uno completamente! Encima, me habló de nuevo de su deseo de tener un tercer hijo. Y también me sigo
sintiendo amenazado por esta idea. Es demasiado... no es el momento... "
J.M.: "Podría decirse que no "digirió" bien las observaciones de su mujer. ¿Usted piensa que su cuerpo
expresaba en su lugar sentimientos y pensamientos movilizados por los acontecimientos del día?"
C.: "Quizá estaba haciendo un niño en su lugar... esa explosión y esas hinchazones monstruosas, era
como un parto."
Pensé, aunque no se lo dije, que si su interpretación era correcta, su puesta en escena somática se
parecía más a un aborto que a un nacimiento.
A la sesión siguiente, Christophe trajo un sueño:
C.: "Tuve una pesadilla horrible. Tenía un recién nacido entre mis manos y lo pinchaba para asarlo.
Vigilaba bien la cocción sin el menor rastro de preocupación o de culpa, y luego empezaba a probado.
Comí la mano y le ofrecí el brazo a otra persona, tal vez a mi mujer. Después, por primera vez observé el
muñoncito y empecé a angustiarme. En el sueño me decía: 'Cometiste un crimen; está prohibido comer
a los niños. Cuando sea grande estará totalmente arruinado. ¡Lo arruiné para toda la vida!' Estaba
invadido por el horror de mi crimen y por un pánico tan intenso que me desperté. Estaba empapado en
sudor y no me pude dormir más... "
Sus primeras asociaciones a partir de este sueño lo hicieron volver a la mujer psicótica que se había
suicidado. Una vez ella le había contado a uno de sus colegas un sueño en el cual había hecho hervir a su
tercer hijo, "hasta que no quedó más que su pequeño corazón que seguía latiendo". Corrió, con el
corazón en la mano, hacia un psiquiatra para que hiciera revivir a todo el niño.
He aquí mis propias asociaciones flotantes al escuchar el sueño y sus evocaciones: Christophe acababa
de recordar la ambivalencia que sentía esa mujer psicótica hacia su tercer hijo; también habíamos
construido la fantasía de que el "corazoncito" del sueño que seguía latiendo era el corazón de ella
misma de niña. Sin duda, corría lo mismo para el pequeño brazo de niño que Christophe se había comido en el sueño, lo que iba a hacer de él un "arruinado de por vida" el arruinado que no supo hacerse
amar por su madre, ni hacer salir un barco para ganar la estima de su mujer. Pero también se ve sobre la
escena la presencia de Christophe-el-caníbal, que come los bebés de los demás. Christophe era hijo
único, no deseado por cierto, pero quizá por eso temía mucho más la llegada de otro, el deseado. De
este modo él hacía desaparecer fantasmáticamente, como generalmente lo hacen los niños pequeños, a
los hijos putativos de la madre. Los sueños y las fantasías anteriores de Christophe, referidos al vientre
de la mujer y el embarazo me hicieron retener esta interpretación eventual; además, el rechazo actual
de Christophe por el deseo de su mujer de tener un tercer hijo iba en ese mismo sentido.
Me limité a decirle: "No todos los hijos son deseados".
Esta observación tuvo el efecto de crear una asociación en la mente de Christophe justamente con el
pedido insistente de su mujer, pedido, que, me dijo, ella había vuelto a formular una vez más la noche
anterior.
C.: "No puedo tolerar el hecho mismo de que yo haya tenido ese sueño. El solo pensarlo me enferma."
En realidad, me dije, tales pensamientos, excluidos del consciente, habían podido contribuir a
enfermarlo físicamente durante sus vacaciones... a falta de poder ser contenidos en un sueño o volverse
accesibles al pensamiento consciente por otros caminos.
C.: "Me encuentro tan psicótico como esa paciente; ahora comprendo por qué se suicidó".
J.M.: "En este momento hay dos personas que hablan en usted, el que se trata de psicótico, y el otro
que tuvo el sueño, la historia reeditada de un niño muy pequeño en pánico ante el pensamiento de que
otros niños pudieran venir a ocupar su lugar, en cuyo caso él mismo se volvería un niño arruinado. Hay
que comerlos para hacerlos desaparecer. El que no tolera el sueño, es usted adulto que no quiere
escuchar a este niño desesperado."
C.: "¡El hijo no deseado!"
En ese momento le recordé que la sesión anterior me había contado una pelea con su mujer, seguida de
una noche de insomnio y diarreas monstruosas -mientras que esta vez había tenido un sueño.
Naturalmente, el análisis de estas hipótesis prosiguió, gracias a otras asociaciones, durante largos
meses. Fuesen o no exactas mis interpretaciones, las colitis cesaron y Christophe se sintió menos
perdido en la vida. Formularé la hipótesis siguiente: los acontecimientos del día anterior, el insomnio y
las perturbaciones gástricas masivas movilizaron fantasías en extremo primitivas, llenas de desazón, de
rabia y de sadismo oral, totalmente ignoradas por Christophe. Estos temas de horror se emparentan
más bien con las fantasías y con las angustias propias de la psicosis que con los miedos típicos de la
neurosis. La forclusión de la representación, y el sofocamiento del afecto consiguiente no fueron recuperados por el delirio en este caso. En su lugar, puede producirse un corte radical entre psiquis y
soma -modo de funcionamiento favorecido por el tipo de relación madre-niño que aquí trato de
explorar.
Ahora voy a dedicarme a profundizar más sobre las fantasías que lentamente van teniendo acceso a la
palabra después de largos años de análisis, con analizantes polisomatizadores. Estos han vivido de
manera intensa, muchas veces cruel, la imposibilidad, incluso la interdicción fantaseada de
individualizarse, de dejar el cuerpo-madre, creando así un cuerpo combinado en lugar del cuerpo
propio, cuerpo-monstruo que la psiquis trata de hacer "hablar". Estos intentos se parecen a esas
fantasías y esquemas corporales que clásicamente se observan en la psicosis, hechos de mitología, de
fragmentos y de quimeras. Pero con esta diferencia, mientras que el cuerpo le sirve como código al
psicótico, para el polisomatizador no psicótico el cuerpo mismo tiene un funcionamiento autístico.
¿De quién es este cuerpo?
Voy a recurrir a un pequeño conjunto de sesiones extraídas de un análisis que duró más de diez
años. Los fragmentos que voy a presentar son extractos de sesiones que tuvieron lugar en el séptimo
año de nuestro trabajo conjunto.
Cuando le pregunté a mi paciente si podía utilizar algunas de estas notas, fuera de contexto, para una
comunicación científica, le pregunté también (como lo hago generalmente) qué nombre quería que le
pusiera. Me contestó que le gustaría que la llamara "Georgette"; las razones conscientes para esta
elección se relacionaban mayormente con los aspectos positivos de la transferencia. Teniendo en cuenta
la reconstrucción que habíamos hecho desde hacía años de los dramas que la invadían, le pregunté si el
tema principal podía intitularse Santa Georgette y el Dragón. Me dijo que en ese titulo reconocía
perfectamente su teatro psíquico y su aventura psicoanalítica, tanto que el impacto más grande que
había recibido, en nuestro segundo año de trabajo, era una intervención en la que yo le había dicho que
finalmente estaba convencida de que ella vivía para probar que era una santa.
Podría agregar que esta pequeña santa encubría toda una cría de dragones -diferentes aspectos de su
madre y de mí misma, seguidos más tarde de un padre-dragón, y luego, dificultosamente, por la revelación de la parte dragona de santa Georgette misma, dragoncito virtuoso que, para no hacerle mal a
nadie y para mantener una imagen completa y aceptable de sí misma, escupía fuego por todos los poros
y funciones de su cuerpo sufriente. Su dragón, como si fuera un símbolo de vigilancia, mantenía
permanentemente una pantalla contra toda simbolización posible de dramas tanto primitivos como aterradores. Y el hecho de que ella haya sido pediatra no era ajeno a esta problemática; era sólo a través de
los otros que podía ocuparse del niño herido que había en ella. Georgette sufría de una serie alarmante
de enfermedades psicosomáticas, y esto ocurría desde su temprana infancia. Sin embargo, estas
manifestaciones no eran en absoluto la razón para su deseo de iniciar un análisis. Al contrario, parecía
tranquilamente desligada de su cuerpo dañado y de su estado casi constante de malestar físico -como se
manifestó desde las primeras entrevistas.
Efectivamente, a las dos nos hizo falta un largo trabajo analítico para descubrir que, paradojalmente,
cuanto más sufría Georgette de sus enfermedades interminables, más en paz se sentía psíquicamente.
También llegamos a comprender que estas eclosiones somáticas, no simbólicas, eran no obstante una
manera muda de comunicar pensamientos y sentimientos que nunca habían podido ser elaborados
psíquicamente; una expresión de temores libidinales arcaicos y deseos de fusión, acompañados de una
rabia narcisística y de un miedo primitivo totalmente inconscientes.
Ahora voy a describir el develamiento de una sexualidad arcaica, tal como se presentaba en nuestro
séptimo año de trabajo. Pero primero volvamos a nuestra primera entrevista.
Treinta y dos años, delgada y linda, Georgette se presentó ataviada con una pollera gruesa, un pulóver
gordo gris amarronado encima, y unos zapatos chatos como usan las colegialas. Tuve la impresión de
que así trataba de disfrazar su apariencia delicada y femenina. Se mantenía en el rincón del sillón como
si quisiera volverse invisible.
Georgette: "Necesito mucha ayuda. Estoy muy deprimida y desde hace años sufro de una especie de
angustia que me impide vivir. Por ejemplo, cuando mi marido se va por cuestiones de... "
Se detiene, como si lo que quisiera expresar fuese demasiado difícil de comunicar.
J.M.: "¿Siempre fue así?"
G.: "Toda mi vida. Y así como hago ahora, lo escondía a todo el mundo. Cuando era chica veía signos de
muerte por todos lados... y tenía que hacer gestos mágicos para protegerme y para no caerme en
pedazos. Tenía tanto miedo de que Dios me lleve que rogaba todo el tiempo al diablo para que él me
proteja."
Aquí ya vemos que Georgette, aún de pequeña, era una niña soñadora y creativa. Continuó contándome
sus cinco años de análisis con un hombre. Este trabajo le había permitido terminar sus estudios con
éxito, de manera tal que ahora estaba instalada como pediatra. También había podido ponerle fin a un
matrimonio desdichado desde todo punto de vista, y que, según ella, le había sido impuesto por su
madre. Había podido elegir un compañero más conveniente; estaban casados desde hacía algunos años
y tenían dos hijos.
G.: "Durante mis cinco años de análisis jamás pude hablar de mi cuerpo o de mi vida sexual."
Al decir esto, Georgette evitó mi mirada -así como durante dos años iba a evitar hablarme de su vida
sexual. Todo lo que tocaba su representación de su cuerpo de mujer la disgustaba, incluso la angustiaba
de una manera catastrófica, impidiéndole seguir pensando.
G.: “Muchas veces pierdo el sentido de realidad. A veces me pasa que canto todo el tiempo para no
escuchar mis pensamientos, como los chicos autistas. Por momentos estoy realmente loca. Espero poder
mostrarle lo que nadie sospecha. Porque yo leí algo de usted que me dio coraje como si usted me
permitiera estar muy enferma psíquicamente”
J.M.: "¿Puede decirme algo más sobre esos momentos de locura?"
G.: "Bueno, algunas veces me despierto y no sé dónde estoy -y me voy al pasillo llamando 'mamá' ... Sin
embargo, sé que vive al sur de Francia, a mil kilómetros de aquí. Pero en ese momento tengo la certeza
de que puede oírme y de que va a venir a ayudarme. Lo que es realmente loco, es que siempre estoy
muy mal en su presencia. Me hace dar la impresión de que no existo. Me borra. Al mismo tiempo,
cuando yo era chica me pegaba a ella. No la tocaba, a ella no le gustaba. Pero necesitaba que esté ahí, si
no, yo me volvía transparente."
Entonces tomé nota de que Georgette ya me traía dos madres internas: una que la hacía existir y la otra
que la borraba.
G.: "Pero nunca pude hablar de todo eso con mi madre... así como nunca, nunca lloré delante de ella.
No estaba permitido. Siempre la necesito, y al mismo tiempo me impide respirar; tengo la impresión de
que vaya explotar."
Durante este relato Georgette parecía ignorar totalmente el monto de odio que se expresaba en torno a
esta imago materna que, como más tarde fui aprendiendo, era vivida como invasora, sofocante,
narcisísticamente vuelta hacia ella misma, aparentemente no tolerando a esta niña sino en la medida en
que respondiera exactamente a lo que la madre esperaba de ella, y luego decatectizándola cuando su
hijita faltaba a esas expectativas. Más adelante descubrí, naturalmente, que esta madre cargaba con
una historia de desolación y desazón, que, en su momento, afectaba la relación con su primera hija.
Aquí pienso en el trabajo de H. Faimberg (1985) en el que subraya una relación patológica entre padres
e hijos, en donde los hijos están destinados a encarnar los personajes del pasado de los padres y son
decatectizados ni bien no cumplen con esta necesidad narcisista. Podemos pensar también en Los
visitadores deL Yo (de Mijolla. 1981) que estudia de otra manera los destinos familiares responsables de
ciertas "fantasías de identificación", fantasías de objetos del pasado que parecen "poseer" al sujeto sin
que él lo sepa. Estos autores muestran de manera convincente la forma en que ciertos niños no existen
sino en la medida en que juegan su rol predestinado, a menudo el de un muerto.
Hacia el fin de nuestra entrevista, Georgette, que seguía estando incómoda y mal sentada en el sillón,
me preguntó, con una voz ansiosa, si podía encontrarle un lugar bastante rápidamente. Le repetí lo que
ya le había dicho por teléfono, es decir, que no tendría un lugar hasta dentro de un año, pero que podía
ayudarla a encontrar un analista. Mientras me escuchaba, se puso colorada, empezó a temblar y parecía
tener dificultades para respirar.
G.: "Discúlpeme, me siento extraña, como si se me hinchara el cuerpo... "
Era evidente que mi indisponibilidad me hacía inmediatamente una madre mala, de la cual ella se sentía
perdidamente dependiente, pero que sin embargo la borraba. Conmovida por esta comunicación
somática muda, me veía tomando en brazos a una niña muy pequeña como para reasegurarla de que no
la abandonaría, que su cuerpo no iba a explotar. Seguramente su discurso estaba trazado para provocar
tal reacción contratransferencial.
G.: "No me derive; la voy a esperar el tiempo que sea necesario." Le dije que yo necesitaba una segunda
entrevista para conocer mejor su proyecto analítico, y que en ese momento veríamos si era deseable
que esperara un año más. Ciertamente, sufría, pero su historia y su demanda no me quedaban claras.
Tengo que decir que encontraba a esta mujer muy interesante, conmovedora, y creativa en su forma de
pensar. Durante la entrevista siguiente, una semana después. Georgette trajo dos sueños que me
implicaban.
G.: "Yo estaba aquí y usted estaba embarazada, a punto de parir.
También tenía una nenita sobre sus rodillas. Me desperté bruscamente, muy angustiada."
Durante esta entrevista me entero de que Georgette es la mayor de tres hermanas; que tenía quince
meses cuando nació su primera hermanita y tres años cuando llegó la siguiente. El contenido manifiesto
de su sueño me sugería la ansiedad de una niñita de quince meses sentada sobre las rodillas de una
mamá encinta desde hacía nueve meses -situación en la que ella podría temer que no había lugar para
ella, situación que efectivamente se reproducía conmigo que "no tenía lugar". Me pregunté si Georgette
se habría sentido "transparente y borrada" por primera vez cuando nació su hermana menor.
El segundo sueño invierte el tema del primero. Está conmigo y me observa mientras juego con una
niñita de unos dos años. Se siente feliz y en paz -como si ella, niñita, por fin se encontrara a solas con la
madre-analista. La invito a hablarme un poco más de su infancia.
G.: "¡Bueno! Siempre estaba enferma. Durante años también estuve gravemente anoréxica. Toda mi
vida sufrí de asma bronquial. Eso se terminó cuando me casé pero volvió después del nacimiento de mi
primera hija."
Varios años después, una vez que su asma desapareció completamente, Georgette y yo pudimos
reconstruir el escenario inconsciente que sin duda se jugaba en su psicosoma durante esa época.
Evidentemente su marido, en un primer momento, había sido vivido como una madre que sólo se
ocupaba de ella y a partir de esto había podido caducar el drama del asma. Era la hija única que, por fin,
había encontrado "su lugar". Pero el nacimiento de su hijita le había arrebatado ese lugar...
G.: "Luego, sufro continuamente de anginas, rinitis y gripes. Y por supuesto de asma, constantemente.
Pero todo esto no tiene importancia."
Se detiene; parece turbada. Le pregunto si, aparte de los problemas respiratorios, se consideraba en
buena salud.
G.: "No me gusta hablar demasiado de... porque... me niego a cuidarme; detesto toda medicación. ¡Una
verdadera fobia! También sufro de úlceras gástricas y de reumatismos que son muy dolorosos. Pero no
es nada. Sé lo que hay que hacer para cuidarme."
J.M.: "¿Tiene otros problemas físicos?
G.: "Realmente no me gusta hablar de eso. ¡Uf! Tengo un montón de problemas digestivos, alimentos
que no puedo comer. Algunas comidas me dan eccema y urticaria, y muchas veces una especie de
edema de Quincke que me aterra cuando me agarra en la glotis. Jamás pude comer ni frutillas, ni
frambuesas, ni pescado, ni mariscos, sin que me diera una reacción alérgica grave. Y la leche me hace
mal. A veces me pregunto si todo eso no será un síntoma histérico. Algunas veces me hincho de una
manera peligrosa y no puedo respirar más y me pica la piel. Eso, lo heredé de mi madre. Siempre sufrió
de alergias cutáneas."
Como a desgano, Georgette seguía haciéndome el relato de sus males físicos, en particular de arritmias
y taquicardias preocupantes. Mientras escuchaba esta serie de dramas somáticos, noté que Georgette
ahora podía mirar a los ojos -como si sus males físicos la reaseguraran de alguna manera y ella temiera
perderlos. ¿Era ése el reaseguro de que existía, de que su cuerpo, su piel, sus bronquios, eran de veras
de ella? ¿Que ya no podía volverse transparente y borrada? ¿Puede ser que en cierto modo, sus
enfermedades le devolvieran la vida?
Hablando de sus problemas cardíacos. Georgette agregó que estos fenómenos también podían ser
histéricos porque su padre había muerto de un infarto del miocardio cuando ella tenía veinte años.
Volvió a decir que le molestaba hablar de estas manifestaciones somáticas; que no eran la razón de su
demanda de análisis. Tuve la impresión de que trataba a sus afecciones como a secretos eróticos que
había que ocultar. Aparentemente, también se identificaba con sus padres a través de ciertas
enfermedades.
Luego me contó que desde su temprana infancia había cuidado bebés de vecinos. ¿Existía en ella la
representación de una madre cuidadora con la que ella podía identificarse para ser una buena madre
para sí misma? Me parecía que no, salvo a través de su cuerpo enfermo -o por intermedio de los hijos
de otros.
G.: "Sufrí mucho con la muerte de mi padre. Pero mi madre hablaba tan mal de él; yo estaba convencida
de que se me prohibía amarlo. Ella siempre me repetía que yo lo detestaba y que no le permitía que me
bese, ni siquiera que me tocara. Yo misma me acuerdo que le tenía mucho miedo. Pero mi peor
recuerdo es de mis diecisiete años. Mi padre había encontrado mi diario íntimo y lo había leído; ahí yo
contaba un flirt muy apasionado con mi primer amante. Me pegó salvajemente, tratándome de puta y
gritando que era exactamente como mi madre. Su ataque de odio le duró tres días. Estaba como loco."
Georgette se había puesto toda roja contándome esta historia y miraba para abajo, como si ella también
se acusara de ser una puta. Después agregó que ella no era una persona colérica; que desde siempre le
había sido imposible enojarse con alguien.
G.: "Mi madre siempre despreció a mi padre. Después de su muerte nos prohibió hablar de él y hasta de
mirar las fotos de familia donde él aparecía. Mi abuela también lo mantenía a distancia. Toda mi vida mi
padre vivió del otro lado de la casa."
J.M.: "¿Y quién vivía de su lado?"
G.: "¡Bueh! Mi madre, mi abuela, mis hermanas, y yo. Mis padres nunca compartieron el mismo cuarto,
Desde siempre, era yo la que se acostaba con mi madre. O con mi abuela, que era alguien muy
importante para mí. La adoraba. Era muy devota y fue ella quien veló por mi educación católica. Era un
ángel."
J.M.: "¿Es decir?"
G.: "Si ya sé, dicen que los ángeles no tienen sexo. Pero esto era verdad para mi abuela. No puedo
imaginar que jamás haya... que tuviera... una vida sexual... impensable. En su cuarto estábamos
rodeadas de imágenes de santos."
[Aquí deseo abrir un paréntesis referente al padre de Georgette: se trata de un material al que tuve
acceso sólo después de tres o cuatro años de análisis. Asimismo me enteraría tardíamente de que la
abuela plena de santidad que mantenía el padre a distancia, no era la abuela materna, sino la madre del
padre. Siempre flotaba un aura de misterio al respecto, que se revelaba en los blancos del discurso y los
recuerdos de Georgette. Más adelante, después de haber tratado de conocer la verdad sobre la relación
entre el padre y la abuela, Georgette me contó que su padre era el hijo ilegítimo de una mujer de
costumbres ligeras (la puta) y que él había sido adoptado por la madre-ángel sin sexo. Esto aclara la
rabia loca que le provocó al padre el descubrir que su hija tema una vida sexual. "Realmente creí que iba
a matarme, decía Georgette, pero ahora comprendo que era a su propia madre, la mala mujer que lo
había abandonado cuando era muy chiquito, a quien quería castigar."
A partir de este descubrimiento Georgette no se vio más obligada a asumir el lugar de la abuela-ángel
sin sexo, para conservar el amor del padre interno. Se volvía evidente que, hasta el momento, Georgette
se había conducido siempre hacia sí misma, como un padre loco y violento cada vez que se trataba de su
femineidad, o de sus deseos sexuales.]
G.: "Al contrario, mi madre tenia amantes, pero nunca nadie habló de eso. De todos modos, yo no tema
derecho a ser seductora. Sólo ella. No me permitía usar ropa de colores vivos -decía que iba a parecer
una gitana. No podía usar nada con puntillas o rosa, se burlaba de mí... me siento confundida... no sé
qué quería mi madre para mí. Me sentía constantemente en peligro."
Al final de esta segunda consulta Georgette estaba otra vez ruborizada y como hinchada, y respiraba
agitadamente -tal vez ahí estaban los signos prodrómicos del edema de Quincke. Pero hoy diría que
también estaba observando fenómenos somáticos que venían a ocupar el lugar de los sentimientos de
rabia y de terror de los cuales Georgette no tema la menor representación psíquica. Sólo se manifestaba
la raíz fisiológica de sus afectos.
Me limitaré solamente a dar algunos detalles de nuestros primeros cinco años de trabajo. Una vez
instalada en su análisis, Georgette lloró profusamente, cuatro veces por semana, durante dos años. Hablaba con dificultad de ese cuerpo que vivía como deformado, monstruoso y repugnante, sobre todo
durante sus reglas, o al recordar sus pensamientos sexuales. También luchaba continuamente por
esconder de los otros sus angustias y sus periodos de depresión.
Entre estos llantos y el relato de sus diversas angustias fóbicas (tenía miedo de los aviones, de los
ascensores, de los truenos, de ciertos lugares públicos, de determinados olores, etc.), Georgette temía
frecuentemente perder el sentimiento de sus limites corporales. En cuanto a su cuerpo mismo, no
cesaba de manifestarse. Aún cuando su estado de salud era de lo más frágil, engripada, casi paralizada
por los reumatismos, asfixiada por los ataques de asma, hinchada de una manera muy extraña por sus
diferentes alergias o por el retorno del eccema, nunca faltó a una sesión. Sólo la inquietaban un poco
sus problemas cardíacos y ginecológicos, pero como para todas sus otras somatizaciones, siempre
aplazaba el momento de ir a consultar a un especialista. Casi parecía complacerse con su cuerpo
enfermo y nos hicieron falta tres o cuatro años antes de que Georgette pudiera empezar a hablar,
aunque sea un poco, de un cuerpo de placer.
Si bien soportaba estoicamente el dolor físico, contrariamente se quejaba amargamente del sufrimiento
psíquico que sentía en la relación transferencial -transferencia materna-pasional- que desencadenaba
angustias, a menudo acompañadas de edemas o de reacciones cutáneas alérgicas antes de cada
separación. Cada fin de semana era un drama y la aproximación de las vacaciones generalmente estaba
precedida por una gama de sueños en los cuales Georgette caía en abismos, o se aferraba a los bordes
de las ventanas, suspendida en el vacío.
El análisis de su homosexualidad reprimida era particularmente doloroso. Georgette luchaba por
mantener conmigo lo que yo dí en llamar para mí misma un lazo asmático. Sin embargo, la lenta reconstrucción de sus fantasías de hacer uno conmigo nos llevó a poder darle un nuevo sentido a sus
órganos afiebrados y a su soma vociferante. A través de esta transferencia en ósmosis, pudimos comprender que no había límites entre mi cuerpo y el de Georgette, ni entre mi ser y el suyo. Dos ejemplos,
que podrían multiplicarse, bastarán para ilustrar esta confusión.
Una vez, yo volví de las vacaciones con la piel visiblemente muy bronceada por el sol. Georgette gritó:
"¿Pero qué le hizo a mi piel?" Su angustia y su rabia eran tales, que le costó continuar con la sesión, que
fue seguida de pesadillas. Aparte de que mi rostro le "pertenecía", Georgette se creía la causa del
quemado. Ante mi pregunta "¿qué es lo que usted me hizo entonces?", descubrimos que ella me había
atacado fantasmáticamente con deseos voraces, y que en realidad muchas veces se preocupaba por mi
salud y mi resistencia a sus demandas. Su dependencia extrema podía llegar a "cansarme o
enfermarme”.
Todos los sueños y las fantasías de esa época mostraban claramente que no había sino un cuerpo para
nosotras dos. Entonces no me sorprendía que cada interrupción en nuestro trabajo fuese denunciado
por erupciones cutáneas como si la ruptura en la relación le hubiera arrancado la piel. Pero a su vez,
esta piel que le picaba, que quemaba, que se hinchaba, estaba investida positivamente. En su fantasía
inconsciente, si su cuerpo suma ataques, el mío estaba igualmente afectado, por lo tanto esta
comunicación somática enunciaba al mismo tiempo un triunfo, ya que, justamente, yo era castigada por
haberla abandonado, yo, la madre omnipotente, que no le daba ninguna autonomía ni física ni psíquica.
No obstante, en realidad era Georgette la que arrebataba mi individualidad física y psíquica. Esta
observación me lleva a la segunda ilustración de nuestra unidad ilusoria.
De vez en cuando Georgette encontraba a mi marido entrando o saliendo de mi departamento. Un día
se encuentra diciendo, con cierta molestia: "¡Qué sorpresa! Acabo de encontrarme con nuestro marido
en la calle." Años después iba a sentir unos celos feroces ante cada evocación de mi pareja, pero todavía
estábamos lejos de esta problemática.
Un cuerpo enfermo y un cuerpo vivo.
Después de dos años de análisis, Georgette parecía estar liberada de su historia de úlceras gástricas y al
cabo de tres años no tenía más asma, y no sufría más de rinitis ni de anginas continuas. Pero estos
cambios la preocupaban.
G.: "Si pierdo esta capacidad de hacerme úlceras, resfriarme sin cesar, no vaya existir más. Hasta me
siento celosa de usted cuando está resfriada... Jamás pude conmover a mi madre con mi tristeza, pero
cuando sufría físicamente, se ocupaba de mí. Tengo miedo de perderla a usted así también."
Pero la catectización del sufrimiento físico se mostraba mucho más complejo de lo que sugerían estas
asociaciones.
G.: "Es mi asma lo que me protegió de la locura. Mi madre que no me tocaba nunca, sin embargo me
penetraba por todos lados -con la mirada, con la voz, con sus palabras hirientes. Su mirada era doble, o
bien no me veía para nada (salvo cuando yo representaba parte de ella misma), o me perforaba con la
mirada, casi eróticamente. A menudo buscaba en mis cajones, Dios sabrá qué, mientras reía gra-
ciosamente. Pero con mis ataques de asma, yo luchaba sola contra la muerte; me sentía protegida
contra ella, yo tampoco la maté."
La representación de la madre implosiva surgía frecuentemente en los sueños y en las asociaciones de
Georgette, y el análisis de esta imago le hizo perder muchas de las fobias "medioambientales" a mi
paciente, entre otras, su fobia a las tormentas, ligada a la voz penetrante y demoledora de su madre, y
sus claustrofobias, soldadas a la imagen de una madre sofocante. Todo pasaba como si la madre de la
temprana infancia nunca hubiera podido ser introyectada de manera que se volviera un objeto de
identificación benéfica, permitiendo que su hijita se identificara con una madre que cuida, que alivia y
que modifica así el sufrimiento físico y psíquico.
Citaré sólo algunos fragmentos de sesiones para ilustrar esta fase de nuestro trabajo así como el
descubrimiento del papel oculto que jugaba la enfermedad en mi paciente.
G.: "Si no tengo más la piel que me rasco, que me pica, que se hincha y que habla por mi, ¿cómo sabré
que estoy realmente en mi piel?, ¿que habito mi cuerpo? Una vez usted me dijo que si mi piel no se
enfermaba no estaría más segura de tener una piel impermeable."
Es verdad que le había hecho esta interpretación, pero también pensaba en una piel psíquica interna,
cuya falta suplía con la fantasía de una piel común a las dos (Anzieu, 1974, 1983). Así se le desgarraba la
piel durante las separaciones, y le ardía si la gente se acercaba demasiado.
G.: "Tengo que vigilar constantemente mis límites -sí, es como si mi piel enferma me reasegurara que
estoy viva y que puedo protegerme de mi madre y cuidarme yo misma ¡Cuando pedía socorro al diablo,
era contra ella! Su amor por mí me aniquilaba. Mientras mi piel hable, mis bronquios chillen, mi
estómago arda, se que no maté a nadie. Mis hermanas, mi madre, usted -están todas indemnes."
G.: "Si pierdo mi cuerpo enfermo, me vaya volver loca. Y vaya volver a ver signos de muerte por todos
lados, como cuando era chica. Enfermo, mi cuerpo me pertenece; y mi rabia también. Aparte, sin mis
enfermedades tengo frío. Tengo miedo de hablar de esto aquí."
J.M.: "¿Cómo si sin enfermedades usted no existiera más para mí? ¿Y esto también sería peligroso -yo
estaría expuesta a su rabia, y usted a la mía? ¡O el abandono o la muerte!
G.: "Es verdad. Tengo miedo de perder esta identidad. Siempre viví a través de mi cuerpo enfermo. Me
protegía contra las implosiones de mi madre y también contra esta otra madre que me borraba cuando
ya no le era más útil. Y sin embargo, desde hace un tiempo empecé a tener el coraje de vivir en mi
cuerpo, separada de usted, y de dejarla vivir también, por su lado ... Mientras le decía esto, se me
helaron las manos."
J.M.: "¿Me intereso por usted sólo a condición de que siga siendo una parte de mí?"
G.: "¡Sí! Yo mantengo un lazo profundo con usted a través de mi dolor corporal. ¡Qué descubrimiento
extraño!"
Así la relación osmótica se volvió anaclítica, luego homosexual. Por consiguiente, Georgette empezó a
aceptar que pudiéramos estar separadas sin peligro ni para ella ni para mí. Éramos (casi) dos individuos
totalmente separados.
Henos aquí llegando al séptimo año de nuestro viaje analítico. Georgette andaba bien, con pocas
somatizaciones; su angustia disminuyó enormemente así como sus periodos depresivos. Pero ella tenía
mucho miedo de que yo observara esos cambios, ya que desde su perspectiva ese bienestar adquirido
tan penosamente le valdría el abandono. Cuando le hice notar que todavía le quedaba un largo camino
analítico por recorrer, empezó a creer que podía seguir bien, mientras continuaba con su análisis.
Un sueño, justo antes de salir de vacaciones, resume de alguna manera el trabajo de integración de su
ligazón homosexual con su madre.
G.: "Tuve una de esas pesadillas como en el tiempo en que todavía sufría de asma. Estaba en un barco
minúsculo y el mar subía peligrosamente; iba a ahogarme. Pero me escondí en una pequeña cabina
donde me creía a salvo. El mar cada vez se volvía más amenazador y había un ruido terrible de los
truenos. Me doy vuelta y veo que hay una mujer en el cuarto conmigo. Me dice: 'Dame los dos
jarroncitos'. Parece que esos objetos eran míos y no dudo ni un segundo. Inmediatamente se los alcanzo
mientras le digo: 'Ahora son suyos'."
Cuando contaba esta última parte de su sueño, Georgette hizo un gesto como si el dar los jarrones
partiera de sus propios pechos. El mar amenazador y la voz del trueno le hicieron pensar enseguida en
su madre. Para escapar de la muerte le había dado todo a ésta: su femineidad, su sexualidad, su
maternidad. Cuando me propuso esta interpretación le hice notar que en el sueño también se podía
decir que le "daba el pecho" a su madre.
G.: "¡Es cierto! Me ocupaba todo el tiempo de ella como de un bebé.
Como todavía lo hago. Aún siendo niña, me ocupaba siempre de los pequeños cuidados, trayéndole
regalitos. Ahora me doy cuenta de que desde mi infancia ella esperaba que yo la cuidara
completamente. Era mi razón de ser. ¡Era ella la chica perdida!"
Así empezó la reconstrucción de un retrato materno totalmente distinto; el de una mujer frágil,
sufriendo los mismos temores que la misma Georgette, los de no existir como individuo. El peligro que
representaba la madre cambió de tema. En vez de querer ser el "pequeño caballero" de su madre,
Georgette trató de comprender por qué ella se complacía con este rol, y no se protegía sino con la
somatización. Poco después del análisis de estos nuevos temas, tuvo un sueño inaugural en el que, en
una situación peligrosa, llamaba "¡papá!". Cuando se despertó, se miró en el espejo, y se descubrió muy
parecida a él, por primera vez.
Los frutos de la madre
Antes de citar un último fragmento del análisis de Georgette, querría subrayar que, a pesar de la
desaparición de todas las demás manifestaciones psicosomáticas, seguía sufriendo de alergias
humorales y cutáneas cuando comía determinados alimentos, especialmente los frutos de mar y
pescado. Apoyándome sobre la forma en que hablaba de estas comidas -como de deseos prohibidos-,
los llamé los "frutos prohibidos". Las notas que siguen fueron tomadas, una vez más, durante la sesión a
la vuelta de las vacaciones.
G.: "Por primera vez en vacaciones me sentí bien en mi piel y en mi cuerpo. Sin miedo y sin angustia. ¡Y
tampoco tengo miedo de decírselo! Toda mi vida tuve que hacer un esfuerzo continuo para evitar que
mi cuerpo se rompiera en pedazos. Ahora tengo un cuerpo propio -y sin necesidad de pensar en eso
continuamente."
Antes de comunicar el resto de la sesión, debo precisar la importancia que tenía el olfato para Georgette.
Como todo el mundo, cada tanto se encontraba penetrada por olores, quisiera o no. Pero, para ella, era
siempre una experiencia persecutoria. A través de los sueños, las asociaciones, las parapraxias, se
despejaba un lazo importante entre los olores y la sexualidad. Desde que era muy chica Georgette sufría
de urticarias y edemas cuando comía los alimentos prohibidos. Constantemente atraída por los
crustáceos, trataba de probarlos, pero siempre con el mismo resultado catastrófico. Queriendo decir
"pescado", muchas veces decía "veneno"*; también se acordaba de que en su ciudad natal el nombre
vulgar para llamar al sexo femenino era la "almeja" [moule].
* En francés pescado [poisson] se pronuncia de manera muy similar a veneno [poison]. (N. de T.)
Reflexionando sobre todo esto llegué a decirme que el niño pequeño busca conocer el mundo, en un
principio el pecho, a través del sentido del olfato. Entre otros signos, distingue a ambos padres por su
olor. El lactante, sin duda, conoce desde muy tempranamente en su vida el olor del sexo materno. Es
muy posible que en ese estadio precoz, la vulnerabilidad para contraer alergias alimentarias empezara
ya a organizarse en función de una relación madre-hija precozmente perturbada. Antes de las
vacaciones en cuestión intenté algunas interpretaciones en ese sentido. Pero le cedo la palabra a
Georgette.
G.: "Tengo algo importante para decide. ¡No tengo más alergias! Es extraordinario, pero comí de todo
en las vacaciones, realmente de todo -todo lo que contiene el mar. Devoré ostras, almejas, moluscos,
langostas, coquillas de San Jacques. ¡Qué festín! ¡Y ni la menor reacción alérgica! También comí frutillas
y frambuesas -todo lo que me hacía mal desde hace cuarenta años. (Se queda en silencio durante
algunos minutos antes de retomar.) Pensaba en eso que usted decía: los frutos prohibidos... los frutos
de mi madre, sus pechos, su sexo, sus bebés que yo tenía miedo de devorar. Y un día me apareció una
frase como un rayo: "¡Oh, cómo me gustan los frutos del padre!"*
La invito a seguir elaborando esta idea interesante.
G.: "Es increíble pero me había olvidado totalmente cuánto le gustaban los crustáceos y el pescado a mi
padre. Se tragaba todo, vorazmente -almejas, langostinos, moluscos, ostras. ¡Uy! Esto me recuerda algo.
Puede ser que yo tuviera tres años. Me acerqué a mi padre, fascinada, para verlo comer. Entonces me
ofreció una almeja. Todavía lo veo, separando las dos pequeñas... er... las dos pequeñas partes. ¡Estuve
a punto de decirle 'los dos pequeños labios'! Sí, y una vez separadas le puso una gota de limón adentro.
La comí con gusto. ¿Cómo pude olvidarme que los frutos de mar eran la gran pasión de mi padre? Era su
territorio."
J.M.: "Y los pequeños labios de la almeja y la gota de limón...
¿también es una imagen de infancia de sus dos padres juntos?"
G.: "Me siento confundida. Se me mezcla todo en la cabeza." J.M.: "¿Padre y madre?"
G.: "¡Sí! Y los olores. Mi padre tenía un olor que me daba miedo.
Por eso yo evité siempre besado. También me había olvidado de eso. (Largo silencio.) Tengo un
pensamiento que me da vergüenza -un hombre que adora el pescado debe oler a sexo de mujer. Y
ahora tengo un pensamiento todavía más difícil de decir. Bueno, ayer le conté a una amiga mi
descubrimiento de la almeja y el sexo femenino y me contestó que el semen del hombre olía a
langostino."
* Juego de palabras entre "fruits de mer": frutos de mar, parecido a "fruits de la mere": frutos de la madre; y "fruits de pere":
frutos del padre. (N. de T.)
J.M.: "Los frutos de mar: ¿dónde se mezclan los dos sexos? ¿Es ese el pensamiento difícil?"
Entonces le recordé a Georgette cómo se había sentido perseguida por los olores durante toda su vida,
como si no pudiera "sentir" los olores sexuales, y a lo que ellos remiten, es a sus dos padres en tanto
pareja. Todos los ritos de cerrar la boca y contener el aliento, que cuando era niña practicaba en
secreto, ¿no estaban destinados a evitar no solamente la muerte, como ella había dicho siempre, sino
también a reconocer la relación sexual que existía entre sus padres?
G.: “¡Pero sí, empiezo a ver!”
J.M.: "¿A mirar?"
G.: "Sí, sí -y a comprender. ¡Era el olor! ¡El olor de mis padres juntos- de su cuarto, el que tenía que
evitar!"
Así, por primera vez en siete años de análisis, Georgette llegó a reconocer que sus padres, hasta
sus tres años, dormían juntos. En ese preciso momento me recordó un sueño que tuvo en las primeras
semanas de su análisis conmigo. Delante de ella veía un par de aros de cristal, pero no podía ponérselos.
Sus asociaciones habían sido cortas. Ahora exclama con placer: "¡Eran las perlas que adornaban los
veladores del cuarto de ellos!"
Así se forjó un nuevo eslabón entre los diferentes dramas que se ocultaban en el mundo interno
de Georgette. Ante su amor-odio por el cuerpo y el ser de su madre, la representación de los padrescombinados cedió a la fantasía del cuerpo-combinado, de un cuerpo para dos, a fin de terminar con su
mortificación narcisística durante el embarazo de su madre y después del nacimiento de su hermana
menor. A su mundo interno, brutalmente despoblado, se agregaba el recuerdo, que se volvió encubridor
-y destinado a la represión- del padre gozando del sexo materno. Frente a su deseo infantil, amoroso
canibalístico, de comerse a su madre (primera tentativa fantasmática de los niños de internalizar y
poseer libidinalmente a la madre-universo) Georgette descubrió, por diversas razones de las que señalé
sólo algunas, no tener más un lugar propio. Su necesidad de introyectar a la madre en tanto imagen
narcisística de la femineidad también había fallado, entorpeciendo luego la integración de sus deseos
homosexuales. El Edipo cojo que resultó de esto, le impedía dirigirse al padre sin miedo de perderlo
todo. Por esto no podía apoyarse en el soporte paterno, como lo hacen la mayoría de los niños en su
intento de desprenderse del lazo de amor-odio por la madre.
A continuación del nacimiento de su hermanita y de la decatectización materna de Georgette que
podemos imaginar como brutal, su aferramiento a esta madre psíquicamente ausente se había vuelto
doblemente destructivo. Por un lado, temía no poder existir sin este aferramiento fusional, pero al
mismo tiempo temía aún más destruir a su madre, su padre y sus hermanitas-frutos del padre tanto
como de la madre. Las fantasías enterradas en el alimento, impregnadas para ella de la sexualidad
arcaica de un lactante, al no ser simbolizables, mantenían un status originario -tal vez de pictograma- y
cada transgresión oral del amor implicaba una explosión somática -y sádica contra su propio cuerpo, a
fin de mantener fuera de circuito toda esta red preconsciente de deseos infantiles sexuales y
destructivos que el análisis reconstruyó dificultosamente. Este manojo de angustias, arranques de amor
y odio inagotables, se presentaban como inelaborables para la pequeña niña.
Nos es lícito imaginar que su soma asumió el relevo, y que los mensajes poco elaborados por la psiquis
permitieron al soma arrojar sus fuerzas, ciegamente, del lado de la vida psíquica como lo hace el lactante a través de los gritos de su cuerpo, comunicaciones no verbales que sólo la madre puede
interpretar. Pero a diferencia de todo bebé que no puede expresarse sino somatopsíquicamente,
Georgette (y otros pacientes como ella) pudo construir, gradas a un primer encuentro debido al azar de
una psiquis en búsqueda de representaciones y de un cuerpo enfermo, un medio para comunicar su
angustia, protegiéndose de lo que ella creía era la fuente. A partir de tal conjunción (que no excluye
vulnerabilidades somáticas innatas, como por ejemplo las alergias y los edemas de los que sufría la
madre de Georgette) estos elementos pueden quedar ligados de por vida, no ofreciendo más que esta
vía para expresar conflictos afectivos inaccesibles al lenguaje.
De este modo las enfermedades psicosomáticas pueden representar una lucha por la supervivencia
psíquica. Supervivencia que exigía en nuestra paciente, que se alejara de todo pensamiento hostil hacia
sus primeros objetos de amor, y que mantuviera, cueste lo que cueste, lazos puros, a-corporales, hacia
su madre y su padre, dejando que su psiquis afligida se expresara de manera arcaica, no simbólica, por
la disfunción somática. En el lugar de una historia psicosexual, ¿no expresaba Georgette, a través de la
anorexia grave de su infancia, a través de su negativa de respirar que representaba ataques de asma, a
través de la rebelión de los tubos digestivos, de las articulaciones, del corazón, de la piel... su
determinación de sobrevivir? ¿No podemos suponer entonces, que las enfermedades de Georgette
servían, entre otras cosas, para apartar el peligro implícito en el deseo primitivo, vivido como la
exigencia de que pudiera existir sólo un cuerpo para dos? ¿sólo una mente para dos? La continua puesta
en acto del cuerpo en la escena analítica nos obligó a hacer "hablar" el soma, a traducir mensajes en
representaciones psíquicas verbalizables de manera que su mente biológica se transforme lentamente,
en una psico-lógica. Así su cuerpo anárquico, a-histórico, pudo empezar a ser un cuerpo simbólico.
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* Existe versión castellana.
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