Facundo - Biblioteca Virtual Universal

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Algunas relecturas del «Facundo» a fines
del siglo XIX
1
María Rosa Lojo
El Facundo o Civilización y barbarie, de Sarmiento, es, si los hay, un texto matriz
de la cultura argentina, un texto que escribe y la vez moldea, secularmente, la historia de
la nación. Su complejidad semántica, su densidad, su ambivalencia paradojal2 simplificada, no obstante, en la manipulación política hasta el eslogan y el estereotipopermite encontrar en sus páginas el planteo de una tesis, y a la vez, su matiz disidente o
su contrario. Por ello, quizá, las más diversas orientaciones de pensamiento recurren a él
para re-significar sus formulaciones, para justificar, desde la afirmación o la negación,
su propia programática.
Desde su publicación en 1845 hasta los albores del siglo XX, el Facundo es
sometido a lecturas varias. Hay libros que entran implícitamente en diálogo con él para
plantear un debate: Una excursión a los indios ranqueles (1870), Pablo, o la vida en las
Pampas (1869), de Lucio y Eduarda Mansilla, respectivamente, y, por supuesto, el
Martín Fierro. Otras obras, en las dos últimas décadas del siglo, se apoyan en él de
manera explícita para intentar -a favor o en contra- una comprensión de lo argentino,
desde un amplio espectro ideológico: el positivismo (Ramos Mejía, Ingenieros), el prenacionalismo (Joaquín V. González), el pre-revisionismo histórico (particularmente con
David Peña). Si puede decirse que en la obra de Sarmiento hay un héroe, un programa
político, y un paisaje, me referiré aquí, en particular, al eje que pasa por la imagen
heroica y que deriva hacia su problemático entrecruzamiento con la posterior
recuperación del gaucho y de la «barbarie» como iconos fundadores de una identidad
nacional.
Sarmiento en diálogo con Facundo y con su
Facundo
El primero en releer significativamente el Facundo es Sarmiento mismo. La revisión
crítica se dirige tanto al héroe, como al libro propio. En un artículo publicado en el
diario El Debate (4-11-1885) en oportunidad del Día de los Muertos, esboza un amplio
gesto de conciliación con la figura histórica del caudillo. Facundo (y en esto Sarmiento
sigue una línea de mitificación positiva iniciada en su libro3) resulta elevado a la
categoría de héroe originario, fundador de la nacionalidad. Es, a la Argentina, lo que los
héroes primitivos, como Ayax y Aquiles, a la Grecia clásica. Ya se ha transfigurado en
perenne «forma escultural», y eso, sobre todo, gracias al «arte literario» del mismo
Sarmiento, que lo ha condenado «a sobrevivirse a sí mismo y a los suyos». En lo que
respecta a lo personal, no quedan rencores ni furias: más bien, aceptación,
identificación, reconocimiento del otro en lo más íntimo: «mi sangre corre ahora
confundida en sus hijos con la de Facundo -dice Sarmiento, aludiendo a parentescos
contraídos- y no se han repelido sus corpúsculos rojos, porque eran afines».
Otra consideración -más concreta, menos lírica, menos estimativa- es la que aparece
en Conflicto y armonías de las razas en América, donde Sarmiento insiste sobre todo,
en la programática política -versión corregida y mejorada de lo expuesto en Facundo,
afirma4- y las perspectivas de desarrollo. No hay allí capítulo que se le dedique a
Quiroga, aunque su figura cruza, en ramalazos, el relato histórico-ensayístico. En aquel
que se consagra a los caudillos (Vol. II, póstumo), se dibuja un rápido retrato que
confirma rasgos ya señalados en la biografía. Facundo es aquí el bárbaro que se jacta de
su barbarie ante la tímida esposa de Dalmacio Vélez Sarsfield. También es el
«converso» que, en Buenos Aires y en contacto con los «doctores», se arrepiente, con
desaforada violencia, de haber hecho la guerra a Rivadavia5. Pero se lo contempla sobre
todo, en su faz de turbulento hijo de la naturaleza («bárbaro, no más, que no sabe
contener sus pasiones», se ha dicho en el Facundo), y se le niega a él, y a los otros
caudillos, la condición plenamente humana y racional. Sería inútil -sostiene el autorbuscar en estas figuras un móvil objetivo, un ideario. Artigas, Ramírez o Quiroga son
fuerzas ciegas6, «locomotoras escapadas de los rieles», no tienen pensamiento. Se
mueven por intuiciones y por instintos. Se dejan llevar por la incitación a la pelea y la
desobediencia. Se valen de las masas animales y humanas, tanto da, que se les ofrecen
como cosas y se entregan a su arbitrio en el momento adecuado: «Hay poblaciones
semi-bárbaras sin voluntad propia; hay caballos y gauchos en campos abiertos; un
momento de obrar llega...» (150). En el caso de Quiroga, la guerra contra Rivadavia
parece reducirse a las vanidades de una pelea entre guapos:
«-Soy un gaucho bruto -decía-; soy un bárbaro, que no he
tenido más guía que mi capricho. Habría aceptado de mil
amores el nombramiento y hubiese ido a pelear al Brasil.
¡Qué más me quería yo! Yo no soy federal, ni soy nada. Me
gustaba pelear y por pelear hice la guerra al gobierno. ¿Qué
entendía yo de federación? López, Ibarra, Bustos, me
escribían; pero yo lo que quería era pelear y vencer a Madrid
que se tenía por guapo. ¡Soy un bruto!».
(150)
Por otra parte, y más allá del personaje -cuya gravitación se hipertrofia aquí hasta el
punto de ignorar otros factores colectivos económicos y políticos independientes del
mero «capricho» individual-, Sarmiento volvió siempre a pensar en la factura del
Facundo como libro, a meditar sobre el balance y ajuste entre la «verdad histórica», las
necesidades políticas y el elemento estético. Defiende primero las incorrecciones de su
obra, en la dedicatoria a Valentín Alsina, que figura en la edición de 1851: si bien
reconoce la justicia de las observaciones que Alsina le ha hecho, reivindica al libro de
combate como tal, y recalca, tanto su popularidad, que ha llegado hasta los mismos
gauchos, como «la lozana i voluntariosa audacia de la mal disciplinada concepción»7
que prefiere dejar en su estado prístino. Treinta años más tarde, en el comentario que le
inspira la traducción al italiano del Facundo, sigue privilegiando, por sobre la exactitud
histórica, la vitalidad de la «verdad simbólica» que ha convertido al libro en «un mito
como su héroe»8 y a la Pampa en territorio poético9. No le falta razón. Si el Sarmiento
historiador y sociólogo cosecha críticos, Facundo como mito literario conocerá una
larga fortuna que ha durado hasta hoy.
Facundo Quiroga, el Facundo y la tradición
nacional
En 1888, un riojano: Joaquín V. González, publica un libro decisivo10 que busca esa
tradición propia en el paisaje, la literatura, los mitos, la religión, y finalmente, la historia
patria. Un capítulo del Libro IV se dedica a Facundo Quiroga. González recoge las
equiparaciones que ya están planteadas en los textos sarmientinos. Por un lado, la
vinculación del caudillo con el mundo antiguo: César, y más atrás aún, con el griego
Ayax, y los héroes de las primitivas epopeyas; a éstos llega a agregar, por su cuenta, la
comparación con un jefe supremo del Incario. Por otro lado, asociada con estas figuras
colosales, titánicas, surge la imagen del «hijo de la tierra» en toda su poderosa
animalidad; el Facundo de González responde así a los estereotipos del «bárbaro»,
diseminados en la literatura romántica11, que acentúan sus rasgos tremendos y brutales;
pero grandiosos, y su desmesurada, libérrima voluntad:
«Es el tipo perfecto de la naturaleza, con sus
desbordamientos, sus secretos fuegos, sus horizontes
reverberantes y sus misterios sombríos. Sus ideas brotan
precedidas por el rugido de las fieras, como el rayo es
anunciado por el estampido del trueno; y como éste, o
deslumbra o mata, o ensordece y abruma».
(258-59)
«Hay en él la fuerza salvaje de los héroes de las epopeyas
primitivas, impulsado por el instinto o por ideas caóticas
semejantes a las vislumbres intermitentes de un mundo en
formación».
(259)
Se suceden las identificaciones metafóricas de Facundo tanto con las fieras, con lo
animal salvaje (el «bramido siniestro» del Tigre que le ha dado su nombre al caudillo, la
furia del toro, la melena de león, los ojos del buitre, la «fiera cebada en la matanza», la
«bestia enfurecida»), como con los elementos naturales: el incendio que devora y seca,
los vientos y los ruidos nocturnos. Gracias a esa relación privilegiada el héroe posee
también un conocimiento sobrehumano, profundo, del «libro de la tierra», que le
permite dominar tanto a la llanura como a los hombres (p. 268).
Esa Naturaleza que Facundo representa y de la que él emerge (como «traducción
humana de los perfiles que retratan la tierra donde nació», p. 258) no es alegre,
luminosa, liviana, sino sombría, tremebunda. Facundo ha heredado de ella «todo lo
árido, lo abrasador, lo desolado, y ha desterrado de sí toda nota apacible, todo color
resaltante, toda influencia moderadora...» (262). A este perfil oscuro corresponden (y
esto González lo agrega de su cosecha) los héroes de la tragedia (prefiere la
identificación con Macbeth) o de las óperas de Wagner, que compendian toda la hybris,
la violencia tenebrosa de la pasión humana, pero bajo especie nacional, y reafirma en
ese sentido el carácter de representante antropológico de lo argentino que le ha
adjudicado Sarmiento:
«Facundo es el gran personaje de la tragedia argentina,
destinado en su vida a una obra inmortal, porque lleva en su
alma a aquella terrible grandeza que confunde la mente y
aturde los sentidos. El crimen es su estado natural, la
ambición concentrada su móvil permanente, y una chispa de
fuego incendiario, el anuncio de sus tempestades interiores».
(261-262)
También mantiene González la ambivalencia del héroe marcada por Sarmiento, lo
más alto y lo más bajo, lo más luminoso y lo más oscuro caben por igual en el alma de
Facundo, incapaz de términos medios. Recoge, asimismo, la leyenda del amor lujurioso
por Severa Villafañe (a la que habría amado, sin «un rayo de luz», como un tirano y un
bruto, «bestia feroz» que codicia la «carne inmaculada y tersa de la virgen», p. 266).
González no deja, por su parte, de notar un hecho que lo sorprende. En el recinto de
las ciudades se recuerda a Facundo como vándalo invasor; para el ciudadano, Quiroga
es el nuevo Alarico, el Atila que se presenta ante las puertas de Roma y contrasta
violentamente con el apolíneo General Paz, hijo de Córdoba, la «ciudad clásica». Pero
en cambio es el único caudillo que ha logrado imponerse en el corazón de la campaña,
que lo admira y que compadece una muerte indigna de su grandeza. Este pueblo rural no
canta al asesino, sino que cubre «sus crueldades con una atmósfera de armonías que
aparta la maldición de su cabeza» (269), lo exalta como «genio de la tierra», «genio
sobrenatural», fantástico, misterioso, irresistible. ¿Qué visión prevalecerá: ésta, o el frío
juicio de la «verdad histórica» -esto es, la historia letrada, escrita en las ciudades, juicio
que para el autor resultaría inexorablemente negativo-? González elige un texto
mediador: el Facundo sarmientino. Sarmiento aparece como el poeta de la raza, capaz
de sacrificar la «verdad histórica» para salvar el encanto estético. Es el precursor del
Dante criollo, y «de todos los grandes poetas que crearán en el futuro la epopeya
nacional» (286).
David Peña: Facundo, o la barbarie de la
«civilización»
El libro de Peña12 es el primero en dedicarse íntegramente al caudillo riojano luego
del texto sarmientino a partir de un contrapunto escrupuloso y directo con la voz de
Sarmiento. Su estrategia apunta a dos objetivos fundamentales:
1. Reparación de la imagen personal de Facundo como héroe, despojándola de los
estigmas negativos de crueldad, irracionalidad y barbarie;
2. Reivindicación de Facundo como representante lúcido de la causa de la
Federación, y de la legitimidad de esa causa en tanto defiende los justos
reclamos y derechos de las provincias.
-1La reparación de la imagen heroica supone dos movimientos. Uno de ellos es
defensivo, apologético: el señalamiento de las virtudes que detentó el general de la
República Juan Facundo Quiroga y la desestimación, como calumnias, de las tachas que
la «leyenda aterradora», le ha endilgado. A lo largo del texto se van enumerando
cualidades: caballerosidad, lealtad, generosidad, valentía (116, 139-140, 145-146),
franqueza, talento natural, aptitud para penetrar en las almas humanas. Algunas de ellas
han sido reconocidas por Sarmiento (generosidad, valor, perspicacia). Pero otras se
oponen a su texto: Facundo, en contra de los rumores que Sarmiento recoge, es
descripto por Peña como un buen hijo, sensible a la opinión y a los sentimientos de sus
padres, y como un buen esposo y padre de familia, exento -aquí se afirma en Vicente
Fidel López- de los actos de «torpe lujuria» que han manchado a otros héroes
americanos, como Bolívar. También desestima Peña la presentación de Quiroga como
un gaucho y un montonero. Hijo de un hombre de fortuna, Facundo se enrola, no en la
montonera, sino en el ejército de la Independencia, y lo hace por vergüenza de
presentarse a su padre luego de haber cedido a su único vicio (el juego) y de haber
perdido una tropa de aguardiente que llevaba para vender. Aunque posee en grado
superlativo todas las habilidades ecuestres y las destrezas guerreras de los gauchos, no
es un gaucho más: lleva su propio rancho, y come aparte, con cubierto de plata. Se
asocia con ricos propietarios, como Braulio Costa, y desposa a una señorita de la mejor
sociedad riojana. Sin ser un «doctor» tiene instrucción y clarividencia, es capaz de
escribir cartas inteligentes y proclamas de asentados fundamentos, que Peña adjunta
como fuente documental.
Por otra parte, la reivindicación de Facundo recurre al ataque, materializado en
argumentos ad hominem, dirigidos hacia el propio Sarmiento, su adversario de la pluma,
y hacia sus contrincantes en el campo de batalla, como el general Paz, y sobre todo,
Gregorio Aráoz de La Madrid. Como en un psicoanálisis avant la lettre, Peña afirma la
posibilidad de «descifrar» el Facundo a partir de la vida y la personalidad de su autor.
Se remonta así al Sarmiento que precede a su gloria de prócer. Vuelve en su contra las
mismas calificaciones y argumentos que el sanjuanino ha esgrimido contra Facundo.
Recuerda al joven borrascoso, peleador, arrebatado; al hijo calavera, y también -con una
intencionada preterición- al hombre de gobierno que ha cometido actos de barbarie13.
Por fin, su elogio permanente del valor estético del Facundo («infinita belleza literaria»)
tiene como contrapartida la acusación, también permanente, de falta de veracidad
histórica. Es un libro -recuerda- nacido como arma de combate contra Rosas, donde
una «excepcional fantasía literaria» convierte la historia local en una «novela
monstruosa»14 (23).
En cuanto a sus rivales militares, Paz, el guerrero matemático, el jefe-libro, puro
cálculo, soldado de la Europa (110), sólo legitima su acción en tanto lucha contra la
tiranía de Rosas. Cuando busca dominar Córdoba, luego del asesinato de Dorrego, ni él
ni Lavalle -recuerda Peña- representan causa popular alguna. Tampoco Paz y los suyos
son inocentes de crímenes y ensañamientos, como la muerte de los veintitrés oficiales y
más de cien soldados prisioneros que Deheza manda fusilar después de La Tablada, acto
que representa para Peña, como ejemplo emblemático, «la barbarie de la civilización»15.
Pero, frente a Facundo, el arquetipo de la crueldad bárbara, lo encarna La Madrid. Peña
no se cansa de enumerar la desmesura y las atrocidades que ha perpetrado en su
condición de jefe unitario (91, 112, 131-33, 134, 141), entre ellos -y esto añade vileza y
venalidad a los hechos- la tortura y la vejación al tío y a la madre de Quiroga para
hacerlos confesar el sitio de tesoros escondidos.
-2Por otra parte, Peña reivindica la representatividad legítima y racional que ha
ejercido Facundo con respecto a los intereses provinciales. Nunca lo guía una «fuerza
ciega» (117) sino intereses concretos: reacciona ante el ataque perpetrado por Rivadavia
a las economías locales, como la conversión de las minas provinciales riojanas en minas
nacionales que sólo podrían ser explotadas por el gobierno central, asociado con los
ingleses, y la acuñación de moneda también a cargo exclusivo del Banco Nacional; no
acepta el avasallamiento que implica imponer, desde Buenos Aires, una Constitución
con la que las provincias no acuerdan. Si Quiroga triunfa contra Rivadavia tal vez se
deba a que es él, y no el estadista porteño -dice Peña- el genuino «exponente de la
civilización de aquella hora» (96). Peña impugna, tanto la deliberada alteración de los
hechos por parte de una historiografía parcial, unitaria (que también justifica crueldades
siempre que vengan del bando «civilizado»), como su uso abusivo del término
«bárbaro», que extiende esta calificación de época dada primariamente a los aborígenes,
a «los partidarios del federalismo, a Rosas, caudillos y demás gente del interior» (22, al
pie).
Se aplica también a esclarecer la relación con Rosas y niega que Facundo se haya
rebajado a ser su satélite (esta rebeldía sería, justamente, una de las causales de su
presunto asesinato por parte del caudillo bonaerense), y que exista entre ambos una
continuidad política. Quiroga aparece como el gran promotor -a pesar de Rosas- de una
Constitución nacional que respete las voluntades de los pueblos16. No es «el mito
aterrador que el nombre de Facundo evoca» sino el «general Juan Facundo Quiroga,
nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes,
candorosas y lozanas que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su
incorporación a este núcleo incontrastable que formara la patria». Facundo representa el
ideal que, «unido al del vasto laboreo da origen -dice Peña- a la organización de que
hoy gozamos» (205).
Sin embargo, el minucioso libro de Peña no borra de la imagen facúndica los
elementos míticos y la sobrecarga histórico-literaria, presentes en Sarmiento y
reelaborados por González. Reaparece la comparación con el «héroe primitivo» (Ayax)
y también con César (aunque Facundo no es para él, como para Sarmiento, un prócer
malogrado sino un César «más puro»), con todos los grandes capitanes de la antigüedad,
que han amado a sus caballos como Facundo a su moro. También lo compara a
Macbeth, en su insaciable ambición. Pero sobre todas las otras, vuelve la imagen del
«hijo de la naturaleza», aunque no asociada preferentemente a lo sombrío sino a lo
idílico pastoril, y también a lo sagrado y lo sublime:
«Como viajeros metódicos recorramos por partes el
trecho de esta existencia, que si la tradición de las ciudades
se esfuerza en presentar más pavorosa que los personajes de
la tragedia shakespeariana [es clara la alusión a González,
citado luego al pie], adelántase a recibirla la musa de los
campos, pura como sus flores y sus aires, musa tierna y bella,
elemento de enseñanza con su sencilla trova».
(34)
La «naturaleza» que engendra a Facundo, aparece a menudo como libertad y luz:
«[...] genuino reflejo de la tierra inconmensurable, del
espacio infinito, del claro cielo, de la montaña ruda, del río
como mar, del viento errante y libre, de la naturaleza, en fin,
cálida o suave, armoniosa o abierta en su grandeza a la
mirada y bendición de Dios»17.
(87)
Pero también puede ser terrible y Facundo es el único dotado para medirse con ella.
Frente a Paz, el matemático, Facundo aparece como:
«el denuedo originario de la tierra, genial expresión de lo
que fuimos en la hora del heroísmo primitivo, más fuerte que
el acero, más rápido que el rayo, más arrebatador que el
turbión que alza y encrespa las olas de los mares»;
«¡Facundo es grande como la cólera humana, en pugna con la
del mismo infinito!».
(110-111)
«[...] venga la fatalidad a batirse con su lanza, que allí
está él, sombra de la desesperación, centauro centelleante,
colérico como un dios; él -¡el hombre!- a disputar con el sol,
con los vientos, con las noches, con las lluvias, con el frío y
con el fuego».
(137.- Cfr. también 169-170)
Si alguna fiera puede asimilárselo, es sólo al león, rey de las criaturas, prototipo de
valentía y nobleza (109, 193). Peña mantiene, por lo demás -aunque la incline a la
afirmación positiva- la ambivalencia que caracteriza al personaje en el texto
sarmientino: Facundo es hidalgote y feroz, primitivo y culto, implacable y magnánimo,
cruel y generoso (114).
En suma: aun en el libro de Peña, donde se reivindica en parte un programa político
(el de la Federación interior, no el de Rosas) y un caudillo, este caudillo sigue
conservando elementos míticos de «barbarie», que provienen sobre todo, de la
irradiación numinosa, aterradora y fascinante, atribuida a la naturaleza primordial. A
pesar de los rasgos racionales que se le reconocen al héroe (entendido aquí no sólo
como guerrero, sino como ciudadano, patriota y político), en cierto registro Quiroga
(sobre quien se proyectan también, seguramente, los «fantasmas del deseo»
comunitario) sigue formando parte de la saga poética del «bárbaro»: un ser nunca del
todo humano, que no acaba de salir de un fondo inmemorial, atávico, que, si bien supera
al hombre «civilizado» en su fuerza titánica y en su conexión con el misterio cósmico,
está por debajo de él en su capacidad de abstracción, autorregulación y sujeción a la ley.
Conclusiones
Estamos en el albor de un nuevo siglo. Luego del Martín Fierro, del Juan Moreira,
del Santos Vega, un flujo continuo de literatura de cordel sucede y emula a estos héroes
perseguidos, circula en las casas más humildes. Prestará el servicio de llenar huecos
identitarios en la inmigración que se acriolla. Se fundirá en la gran operación
mistificadora del Centenario, cuando el gaucho vencido y mantenido a una conveniente
distancia épica, sea exaltado como paladín de la nacionalidad18. Aunque las plataformas
políticas de los libros sean muy diferentes, los protagonistas de Sarmiento y José
Hernández, unidos por ese hilo conductor del «gaucho» como representante
antropológico de lo argentino por excelencia19, terminan soldados en el mismo molde,
que los acepta como héroes fundadores, no como prójimos. El mito literario triunfa:
Facundo y Fierro no se despegan ya del «círculo mágico» de una «barbarie» ahora
neutralizada y sacralizada, convertida en tradición y raíz, en piedra liminar. Se exalta en
ellos al héroe primitivo y numen de la tierra, «genio de lo autóctono». Pero mientras
tanto, otros nuevos bárbaros ocupan el escenario histórico -un proletariado creciente, en
su mayor parte de origen Inmigratorio- cuyos derechos, conculcados o ignorados, el
poder sigue resistiéndose a tomar en cuenta20.
Bibliografía Consultada
De los autores analizados
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Permitido el uso sin fines comerciales
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