Guía de Asturias

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El paraíso natural existe y se llama Asturias. La belleza de esta tierra atrae la mirada de
todo aquel que, al descubrirla, no deja de asombrarse de que al asturiano le resulte
‘normal’ semejante hermosura.
La fundación de la capital del Principado, Oviedo, se establece a
partir del año 761, momento de la constitución de un monasterio
bajo la advocación de San Vivente en la colina de Ovetum, donde
Alfonso II (791-842) trasladaría la Corte del Reino de Asturias,
embelleciendo y amurallando la ciudad. Hasta entonces la
residencia real había estado en Pravia y, antes todavía, en Cangas
de Onís, al pie de los imponentes Picos de Europa, donde don
Pelayo infringió la primera derrota a las tropas de Al-Andalus en la
batalla de Covadonga (722).
El litoral asturiano, uno de los más bellos de España, recibe el
nombre de Costa Verde por el color del mar, por sus orillas
cubiertas de bosques y por su interior salpicado de prados donde
pastan infinidad de vaques. Es una costa muy rocosa, con una
única avanzada apreciable, el cabo de Peñas, y numerosos
entrantes en sus acantilados que originan calas más o menos
amplias y algunas playas largas. A ella se asoma Gijón, la ciudad
más poblada de la región.
Como telón de fondo de la costa se alzan los cercanos Picos de
Europa y la cordillera Cantábrica, formando una formidable
barrera que durante siglos ha permitido el mantenimiento de
paisajes y costumbres únicas en la península. Así, el montuoso
interior conserva intactos parajes naturales hoy tan afamados y
visitados como el Parque Nacional de los Picos de Europa, el
Parque Natural de Somiedo o el bosque de Muniellos. Menos
conocidos, y por ello más interesantes para el buscador de paisajes
casi vírgenes, son los Valles del Oso, a escasos kilómetros al suroeste
de la capital, y la comarca de Los Oscos, en la linde con Galicia.
Oviedo
Como antigua corte que fue, Oviedo se benefició de lo mejor (y más
que ningún otro lugar) del llamado arte prerrománico asturiano,
edificios de peculiar estilo que fueron construidos durante los casi
dos siglos de vida del antiguo reino astur –desde la batalla de
Covadonga, en 722, hasta la muerte de Alfonso III “EL Magno” en el
año 910, cuando mediante herencias se divide el Reino aunque
pocos años después volvería a unificarse ya con la capital en León.
Hoy estos monumentos constituyen el mayor atractivo artístico de
la región. A ese estilo corresponden la iglesia de San Tirso –de cuya
traza original solo se conserva parte del ábside– y la Cámara Santa
de la Catedral, que atesora la Caja de las Ágatas y la Cruz de la
Victoria, además de valiosísimas joyas y filigranas.
Muy cerca, en la falda del monte Naranco, se alzan los templos de
Santa María del Naranco –antiguo palacio erigido en el siglo IX y
transformado en iglesia dos centurias más tarde– y San Miguel de
Lillo, y a la entrada de la ciudad por la autopista Gijón-Avilés, lo
hace el de San Julián de los Prados, o Santullano, que por sus
pinturas está considerado como uno de los edificios más bellos y
singulares de la Alta Edad Media en España. Las tres iglesias ya
mencionadas junto con Santa Cristina de Lena, en Pola de Lena; la
anteriormente indicada Cámara Santa de Oviedo, y la fuente de
Foncalada, también en Oviedo, están catalogas como Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco con la denominación de
Monumentos de Oviedo y del Reino de Asturias. La propuesta de
ampliación de esta lista con la posible inclusión de la iglesia,
también prerrománica, de San Salvador de Valdedios, localizada el
concejo de Villaviciosa, está en fase de estudio. Recientes
investigaciones han señalado que esta basílica de Villaviciosa pudo
tener un antecedente en los siglos IV y VI, si bien la fábrica actual se
sitúa a finales del siglo IX.
En el centro de la ciudad, rodeada de edificios señoriales, la
catedral de San Salvador exhibe su bella fábrica de estilo gótico
flamígero. Dentro destacan las tumbas de los reyes asturianos, el
retablo de la capilla Mayor, obra de Giralte de Bruselas y de Juan de
Balmaseda, y el claustro gótico.
En el casco antiguo, alrededor de la plaza de Alfonso II y de la
propia catedral, se reúnen hermosos edificios renacentistas, como
los palacios del Marqués de Camposagrado (siglo XVI) y de los
Heredia (siglo XVII), la Universidad (siglo XVI), el Ayuntamiento
(siglo XVII) y la iglesia de Santa María de la Corte, donde yace el
padre Feijoo, que fue, junto con el gijonés Jovellanos, uno de los
adalides del espíritu ilustrado español.
La vida cultural ovetense gira, sobre todo, en torno al teatro
Campoamor, el único en España que ofrece una temporada lírica
durante los doce meses del año, así como la solemne ceremonia de
entrega de los premios Príncipe de Asturias. En la agenda cultural
de la capital asturiana destacan también los museos Arqueológico
y de Bellas Artes, este último con más de 8.000 piezas
inventariadas que le sitúan como una de las mejores colecciones
públicas de arte de España.
Merece la pena también detenerse a degustar una tapa en la calle
Gascona, conocida como el Boulevard de la sidra, jalonada de
restaurantes y sidrerías en las que saborear una sidrina y la
gastronomía típica asturiana.
Picos de Europa
En el extremo oriental de la región, a una distancia media del mar
de solo 30 kilómetros, se yergue este fabuloso macizo calcáreo, el
más alto de la cordillera Cantábrica, donde los ríos Sella, Cares y
Deva han tajado la roca grisácea como si fuera mantequilla,
formando los desfiladeros más impresionantes que pueden verse
en España. Para preservar este entorno privilegiado, se creó en
1995 el Parque Nacional de los Picos de Europa.
Tomando como punto de partida Cangas de Onís, pueden
efectuarse tres rutas que permiten descubrir los parajes más bellos
y emblemáticos del macizo. La primera consiste en remontar el
Sella por la carretera N-625, en dirección a Oseja de Sajambre, para
admirar los tortuosos pliegues del desfiladero de los Beyos,
excavado por el río a lo largo de 10 kilómetros.
Otra ruta obligada es la que lleva por la AS-114 hasta Soto de
Cangas, para desde allí subir por la AS-262 al santuario de
Covadonga –donde se venera a la Virgen de las Batallas, a la que la
tradición atribuye la victoria cristiana de 722– y proseguir por la
empinada carreterilla que conduce hasta los preciosos lagos de
Enol y Ercina (altitud, 1.232 m.).
La última ruta, sin duda la más frecuentada, es la que sigue la AS114 hasta Arenas de Cabrales, primer centro de producción del
famoso queso de Cabrales. Poco antes, desde un mirador situado
más adelante de Carreña de Cabrales, se divisa la característica
silueta del Naranjo de Bulnes (2.519 metros). En Arenas, hay que
desviarse a la derecha por la AS-264 a través de un bonito
desfiladero, que es solo un aperitivo del festín paisajístico que les
aguarda a los caminantes que se acerquen de Poncebos a Caín por
la llamada, con toda justicia, garganta divina del Cares. Son tres
hora y media (solo ida) por una senda asomada al abismo,
seguramente la más espectacular de España y también la más
concurrida.
Costa Verde
Desde la Ría de Tina Mayor (al este) a la Ría del Eo (al oeste), la costa
asturiana se presta a un inolvidable recorrido por carretera de cerca
de 300 kilómetros, ruta que pueden dividirse, a efectos prácticos, en
dos jornadas, tomando Gijón como punto central. De oriente a
occidente, sus principales hitos son:
– Llanes y Ribadesella: promontorios rocosos y playas arenosas
(Celorio, Barrio, Cuevas del Mar…) se suceden entre estos dos
centros veraniegos, el segundo de los cuales alberga las cuevas de
Tito Bustillo, con su famosa pared de las pinturas, realizadas por
los hombres del Paleolítico entre el Solutrense y el Magdaleniense
(alrededor de 20.000 años a. C.).
– Mirador del Fito: a 12 kilómetros de la localidad costera de La Isla
(por la AS-260), en la sierra del Sueve –célebre por sus asturcones–,
este balcón domina un soberbio panorama de los Picos de Europa y
el litoral.
– Villaviciosa: esta ciudad de calles estrechas y blasonadas, donde
recalaría el joven Carlos I desde Flandes para tomar posesión de su
reino (1517), es el punto de partida para efectuar una breve
incursión tierra adentro en busca de las iglesias de Amandi –portada
y cabecera del siglo XIII, románicas–, y Valdediós, un primitivo
templo asturiano del siglo IX.
– Avilés: la ciudad avilesina inauguró a bombo y platillo, en 2011, el
Centro Niemeyer, un gran espacio cultural que significó la primera y
única obra realizada por el arquitecto Óscar Niemeyer, fallecido en
diciembre de 2012, en España. El edificio, que se sitúa a cinco
minutos andando del casco histórico de la ciudad y sus bellísimos
soportales, ofrece una programación cultural de carácter
internacional y dispone de diferentes espacios arquitectónicos
como la Cúpula, la Torre Mirador, con un restaurante, y el Edificio
Polivalente.
Otros lugares que destacan en la ciudad son el barrio de
pescadores, las iglesias vieja y nueva de Sabugo, la plaza de los
Hermanos Orbón y el palacio de Camposagrado, un edificio
palaciego de estilo barroco.
– Gijón: la ciudad fue erigida en su origen sobre el cerro de Santa
Catalina, entre dos ensenadas que albergan hoy el puerto (al oeste)
y la inmensa playa de San Lorenzo (al este). Gijón destaca por el
armonioso conjunto de la plaza del Marqués, la elegante fachada
del palacio de Revillagigedo –del siglo XVIII, sobre la mentada
colina–, las Termas Romanas del Campo Valdés y el museomirador de la Torre del Reloj.
El antiguo barrio de pescadores llamado Cimadevilla es hoy uno de
los lugares con más encanto y más entrañables de la ciudad. Aquí
precisamente se encuentra la casa natal de Jovellanos, un palacio
del siglo XV reconvertido en museo en 1971. Gijón no se explica sin
la figura de este ilustrado. De hecho se dice que la ciudad le debe el
mar a Dios y el resto a Jovellanos. El paseo por Gijón estaría cojo sin
la visita a la Laboral Ciudad de la Cultura y su Centro de Arte y
Creación Industrial, y el Jardín Botánico.
– Cabo de Peñas: la punta más septentrional de Asturias ofrece
desde su acantilado, atalayado por un faro, bellas vistas de la costa
a ambos lados.
– Cudillero: rodeado de abruptas colinas, el que dicen que es el
pueblo más guapu de la costa presenta una estampa muy
pintoresca, sobre todo visto desde el muelle, con sus casas blancas
escalonadas sobre el puerto.
–Cabo Vidio: desde las inmediaciones del faro, se abarca con la
mirada hasta el cabo de Peñas (por la derecha) y el cabo Busto (por
la izquierda).
– Luarca: bonita población en un emplazamiento no menos bello
–la desembocadura del río Negro, que cruzan siete puentes–, con
puerto pesquero bien abrigado y tres playas. Antes de Luarca, a la
altura del cabo Busto, existe la posibilidad de hacer una larga
escapada por el interior (91 kilómetros) hacia Tineo y Cangas de
Narcea, con soberbios panoramas.
– Navia: entre este pueblo y Grandas de Salime, el río Navia
discurre por un valle encajado y salvaje, al pie de altas cimas;
merece pues la pena seguirlo aguas arriba por la carretera AS-12, a
lo largo de 82 kilómetros.
Los Valles del Oso
Al suroeste de Oviedo, lindando con su concejo, se encuentra la
mancomunidad de los Valles del Oso, que está formada por los
concejos de Santo Adriano, Proaza, Teverga y Quirós, y que ha sido
así bautizada en honor al plantígrado que aún campea por la sierra
del Aramo y el macizo de Ubiña, límites oriental y meridional,
respectivamente, de la comarca. La zona alberga dos de los
pueblos más bellos de Asturias –Llanuces y Bandujo–, numerosas
iglesias románicas –en Tuñón, en Arrojo, en La Plaza…–, antiguos
palacios y casas señoriales. Sin embargo, sus mayores atractivos no
se hallan encerrados entre viejos muros, sino al aire libre.
Entre Tuñón y Villanueva (a 20 kilómetros de Oviedo yendo por la N634 y doblando a la izquierda hacia Trubia por la AS-228), se halla el
vertiginoso desfiladero de las Xanas, con una senda horadada en
la roca vertical que lleva hasta la aldea de Pedroveya, en las
profundidades de la sierra del Aramo.
El paseo, fácil y de unas 3 horas (9 kilómetros, ida y vuelta por el
mismo camino), discurre por un escenario selvático, digno de las
míticas xanas: ninfas bellísimas que habitan en las cuevas, fuentes
y riberas de los ríos asturianos y que, víctimas de un hechizo que las
hace inmortales, se pasan el día tejiendo con hilo de oro, atusando
sus cabellos dorados con peines de oro y buscando la ocasión de
romper su encantamiento, porque esa eterna jubilación anticipada
les hastía, lo cual consiguen teniendo trato carnal con varones
durante la noche de San Juan.
Otra gran atracción es la llamada Senda del Oso, la plataforma
rehabilitada de un antiguo ferrocarril minero que permite recorrer
pedaleando sin apenas esfuerzo 28 kilómetros de los encajados
valles de los ríos Trubia y Teverga, con bicis que pueden alquilarse
en diversas áreas recreativas, como la de Las Agüeras, en
Valdemurio.
En Proaza, ciclistas y peatones –que también los hay– hacen un alto
para visitar el museo Casa del Oso. Y, todos los días, a las 12.00
horas, pueden ver cómo se alimenta a dos osas huérfanas en el
cercado osero existente junto a la senda, a medio camino entre
Proaza y Villanueva. Las hermanas Paca y Tola, que así se llaman,
tenían siete meses cuando un furtivo mató a su madre en 1989. Tras
ser rescatadas de una cuadra, donde las tenía encerradas su
captor, el intento de reintroducirlas en la naturaleza fue
infructuoso, pues no se halló una madre adoptiva adecuada. Han
pasado los años y ahí siguen, víctimas de un hechizo que ya nadie
puede romper, más fuerte aun que el de las xanas.
Desde 2008 están acompañadas de Furaco, un macho que llegó a
Asturias procedente del Parque de Cabárceno, en Cantabria, a raíz
de un acuerdo alcanzado entre ambos gobiernos autonómicos para
iniciar en la región astur un plan de cría en cautividad, que al final
no funcionó.
Los Oscos
Pocos lugares tan apartados del mundo como esta esquina
occidental de Asturias, limítrofe con Lugo, prisionera de brumas,
selvas y barrancos verticales que desaguan turbulentamente en el
Eo y el Navia. Una comarca de un aislamiento legendario, con unos
rasgos dialectales y una toponimia que hicieron conjeturar a
Menéndez Pidal la existencia de una civilización de origen itálico
(Oscos de Umbría), que se habría extendido en tiempos remotos
hasta aquí, pasando por la Gascuña francesa y por Huesca.
De lo que no cabe ninguna duda es de la procedencia vasca de los
primeros ferreiros que se instalaron en esta tierra atraídos por su
generosidad en minas de hierro, en ríos tumultuosos, proveedores
incansables de energía hidráulica, y en madera de brezo, la más
indicada para fabricar el carbón vegetal con que solían alimentarse
las fundiciones y las fraguas.
La pieza clave de esta extendidísima industria, que alcanzó su
apogeo en Los Oscos entre los siglos XVIII y XIX, era el mazo, un
martillo monstruoso de 300 o 400 kilos de peso con un mango
manifiestamente inasible –un tronco de roble de unos cuatro metros
de longitud–, el cual golpeaba rítmicamente merced al movimiento
basculante que le imprimía una rueda hidráulica, idéntica a la de un
molino harinero, y ello a fin de transformar una masa informe de
hierro en cazos, sartenes, cubos, braseros…
La palma se la lleva el concejo de Taramundi, que en 1762, según el
Catastro de Ensenada, tenía “seis mazos de espalmar hierro” y que
hoy ha hecho de esos talleres, rehabilitados como complejos
etnográficos, auténticos parques de atracciones para el turista rural.
Destacan los complejos de Mazonovo, Esquíos y, sobre todo, Os
Teixois, a 4 kilómetros de la capital del concejo, donde el arroyo Das
Mestas, sin ser gran cosa, da para mover un mazo, un molino, un
batán, una rueda de afilar y la dinamo que ilumina el poblado,
además de para refrescar la sidra.
Otra característica de Los Oscos es la llamada arquitectura
hermética, toda de pizarra negruzca, lucífuga, con vanos
minúsculos, arquitectura de la que puede verse uno de los conjuntos
mejor conservados en la aldea de Veigas, en los abismos del alto
Turia. Fuera ya de Taramundi, nuevas muestras de esta arquitectura
jalonan las carreterillas de Villanueva de Oscos, un concejo que
engloba 30 aldeas, algunas tan representativas de esto que estamos
hablando como Salgueiras, Xestoso, Martul o Las Casías.
En la capital concejil, es otra la arquitectura que sorprende: la del
monasterio de Santa María, fundado en el siglo XII, cuya grisácea
fachada barroca exhibe la alegre ropa tendida por los vecinos que
hoy viven en él.
En el aledaño concejo de Santa Eulalia, el viajero tiene una cita
con la naturaleza desbordante del río Agüeira, que se desmelena
brincando entre abedules, robles y castaños monumentales, con
saltos tan espectaculares como la cascada de la Seimeira, que
está a una hora de sencillo camino a pie remontando el río desde la
aldea de Pumares (a un kilómetro de Santa Eulalia). Las
románticas ruinas del palacio de los Mon (siglo XVIII), en San
Martín de Oscos, y el Museo Etnográfico de Grandas de Salime
(limítrofe con la comarca de los Oscos) completan la visita a este
territorio, una de las joyas rurales de España.
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