Leyes políticas

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El Clarí-n de Chile
Leyes políticas
autor Rafael Luís Gumucio Rivas
2008-05-02 02:40:44
Los derechos humanos son tributarios de tres fuentes ideológicas fundamentales: el liberalismo - los derechos de la
persona frente al Estado - los económico-sociales – que surgen del socialismo- y los derechos polÃ-ticos –que surgen de
la democracia. La participación polÃ-tica es un derecho tan fundamental como la libertad y la igualdad, por
consiguiente, no podemos despreciar la importancia de las llamadas leyes polÃ-ticas.
El Gobierno ha anunciado que enviará al Parlamento un conjunto de leyes polÃ-ticas, entre ellas, la inscripción electoral
automática y voto voluntario – que incluirÃ-a el sufragio de los chilenos en el extranjero –la segunda serÃ-a la que regula la
existencia de los partidos polÃ-ticos; la historia electoral de Chile nos prueba que a mayor extensión del universo
electoral, se acentúa el predominio de los partidos progresistas, por ejemplo, en 1960, el padrón electoral era de un
54.4% de la población susceptible de votar, con la inscripción de analfabetos y los mayores de 18 años, el padrón
llegó a 82.3%; es evidente que este crecimiento de la ciudadanÃ-a, habilitada para sufragar, tuvo un importante papel
en los triunfos de Eduardo Frei y de Salvador Allende.
Aún ignoro cuál es la última fórmula acordada con la derecha para remendar el sistema binominal; seguramente se
buscarán formas mixtas, que garanticen una cierta participación de los partidos de izquierda en Chile – comunistas y
humanistas - .
Aún no se conoce públicamente el proyecto de ley de partidos polÃ-ticos, preparado por el ministro José Antonio VieraGallo, por consiguiente, es muy difÃ-cil emitir juicios a priori sobre él; sólo se conoce un artÃ-culo, que se refiere a las
órdenes de partido, sin embargo, para analizar el tema es necesario considerar tres elementos: a) el régimen polÃ-tico
constitucional; b) el sistema electoral; c) el sistema de partidos. En cuando al primer considerando, el sistema polÃ-tico
chileno no es ni parlamentarista ni presidencialista, sino autoritario, elitista y con ciertas caracterÃ-sticas de
presidencialismo. La Constitución de 1980 se caracteriza, en el espÃ-ritu de los constituyentes, en un desprecio de la
soberanÃ-a popular, que no reside en el pueblo, sino en la Nación que, según sus gestores, no abarca las generaciones
presentes, sino también las pretéritas; Augusto Pinochet define claramente, en una carta fechada el 10 de noviembre de
1977, su concepción despectiva de la soberanÃ-a popular: “…establecimiento de sistemas electorales que impidan que
los partidos polÃ-ticos se conviertan en conductos monopólicos de la participación ciudadana y en gigantescas
maquinarias de poder, que subordinen a los legisladores ´―a órdenes de partido―, impartidas por pequeñas oligarquÃ-as
que dirigen los partidos sin tÃ-tulo ni responsabilidad real alguna, y que disponen de cuantiosos fondos de origen
desconocido―.
El nuevo régimen constitucional y electoral debe favorecer la existencia de nuevas formas de agrupación polÃ-tica,
entendidas como corrientes de opinión que prevalezcan por la calidad de sus miembros y la seriedad de sus
planteamientos doctrinarios y prácticos. Además, es imprescindible que se establezcan requisitos básicos de idoneidad
a quienes aspiran a un cargo público―.
El artÃ-culo primero de la ley de partidos polÃ-ticos lo define como asociaciones voluntarias de ciudadanos, dotadas de
personalidad jurÃ-dica, cuya finalidad consiste en contribuir y ejercer influencia en la conducción del Estado, con el fin
de alcanzar el bien común y de servir al interés nacional. Los partidos polÃ-ticos deben dedicarse solamente a la
polÃ-tica, por tanto, les está prohibido intervenir en actividades ajenas a las que les son propias; no cuentan con el
apoyo de participación ciudadana y los dirigentes sociales y sindicales no pueden participar en ellos; el Estado debe
vigilar la democracia interna y los fondos que recibe. Todo partido debe reunir un número determinado de firmas, en
Distritos contiguos, para existir legalmente. En un discurso, en abril de 1979, el dictador Pinochet recalca este desprecio
a la soberanÃ-a popular:
“El sufragio universal no tiene por sÃ- mismo la virtud de ser el único medio válido de expresión de la voluntad de la
nación― – remárquese que es de la nación y no del pueblo-. Durante casi veinte años hemos funcionado con una ley de
partidos polÃ-ticos que desprecia la soberanÃ-a popular, en consecuencia, serÃ-a muy loable reemplazarla ahora – más
vale tarde que nunca-.
Como el tema polémico parece ser el famoso artÃ-culo referido a la “orden de partido― en primer lugar creo que no es
bueno legislar en base al hecho coyuntural de la pérdida, por parte del gobierno, de las mayorÃ-as en el senado y en la
cámara de diputados; en segundo lugar, el pase a los ministros y la orden de partido existió durante toda la república
desde 1925 a 1973; en tercer lugar, la disciplina parlamentaria depende de los regÃ-menes polÃ-ticos y de los sistemas
de partidos.
En el presidencialismo norteamericano no existe la disciplina parlamentaria: demócratas y republicanos votan
transversalmente, según los tema: en el parlamentarismo tampoco puede existir la orden de partido, pues si hay
dÃ-scolos, el lÃ-der primer ministro o jefe de gobierno pierde la mayorÃ-a parlamentaria y tiene la alternativa de disolver el
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Congreso y llamar a nuevas elecciones, que instale un nuevo liderazgo. Sólo en el presidencialismo latinoamericano
existe la orden de partido, que podrÃ-amos definirlo como un elemento exótico.
En el caso de los partidos laboristas y socialdemócratas, en un comienzo fueron dirigidos por  los sindicatos;
actualmente, en todos estos partidos predomina la dirección parlamentaria. Si nos referimos a los partidos
comunistas,  pesa más la  dirección obrera que la de los parlamentarios, quienes cumplen su función en el campo
del enemigo, razón por la cual, los parlamentarios reciben el sueldo equivalente a un obrero calificado y el resto va a
las arcas del partido.
Los sistemas de partidos polÃ-ticos
Según Maurice Duverger, los sistemas tienen influencia en la conformación de sistemas de partidos: 1) el sistema
mayoritario a una vuelta favorece el bipartidismo;2 el sistema mayoritario a dos vueltas favorece a un número moderado
de partidos – cinco o seis -; 3 el proporcional, a un alto número de partidos. Estas reglas no parecen muy aplicables a
América Latina, pues en Colombia, Venezuela y Uruguay se dio, en el pasado, un bipartidismo. En Chile, el sistema de
partidos ha fluctuado en 16 partidos en 1932, 10 en 1937, 14 en 1941, 29 en 1953, 17 en 1957, 8 en 1969 y 9 en 1973.
El mayor número de partidos coincide con el bonapartismo ibañista. Por lo demás, la aprobación de las federaciones y
confederaciones de partidos llevó, en 1973, a un práctico bipartidismo: Unidad Popular y CODE.
El presidencialismo chileno y las órdenes de partido
A pesar de las facultades monárquicas del presidente de la república, para gobernar necesita, al menos, un tercio de
ambas Cámaras; salvo en el gobierno de Eduardo Frei Montalva, todos los presidentes han necesitado alianzas de
partidos para gobernar; de este hecho surgen las órdenes de partido y los pases para los ministros. En la Constitución
de 1925, fueron los partidos los que canalizaron la oferta polÃ-tica y seleccionaron a los candidatos al Congreso, salvo
momentos antipolÃ-ticos como el parlamento para Ibáñez, en 1953.
La orden de partido muchas veces se contradice con las posiciones de conciencia de los parlamentarios, por ejemplo,
en las dos leyes liberticidas: la de Seguridad del Estado y la Ley de Defensa de la Democracia; en la primera, dictada en
el segundo gobierno de don Arturo Alessandri, (1932-1938), una serie de parlamentarios plantearon una objeción de
conciencia, entre ellos Carlos Vicuña Fuentes, pedro León Ugalde, Alberto Cabrero y Rafael LuÃ-s Gumucio Vergara.
Según el ministro Salas Romo, esta posición correspondÃ-a a un “romanticismo caduco―. Rafael LuÃ-s Gumucio Vergar
dijo: “Tales palabras las recojo para mÃ-, estoy dominado por un romanticismo caduco, añoro las libertades de otra
época y siento irritación ante las instituciones autoritarias― (Vial, 2001:297). En el caso de la Ley de Defensa de la
Democracia, la orden no vino de un partido, sino de la iglesia católica: el cardenal José MarÃ-a Caro amenazó con
excomulgar a los diputados conservadores socialcristianos y falangistas que votaran en contra de dicha Ley.
           Si se aplicara el artÃ-culo referido a la orden de partidos, los primeros diputados falangistas, elegidos po
partido conservador, habrÃ-an perdido su cargo: Ricardo Boizar, Pablo LarraÃ-n, Fernando Durán, Alberto Bahamóndez,
Manuel José Irarrázabal y Guillermo Echenique, todos ellos fueron expulsados del partido conservador por don Horacio
Walter, presidente del partido. En 1941 diez diputados y cuatro senadores liberales, entre ellos, Gregorio Amunátegui,
José Maza, Eduardo y Fernando Alessandri se negaron a apoyar al ex dictador Carlos Ibáñez, en esos tiempos
candidato de la derecha, y votaron por Juan Antonio RÃ-os, candidato radical, decidiendo la elección en su favor de
RÃ-os.
Todos los presidentes radicales tuvieron conflictos con su partido: Juan Antonio RÃ-os tuvo que sufrir la negativa del
pase a algunos ministros de partido, obligándolo a formar gabinete con militares y independientes; el partido radical
precipitó la caÃ-da del Gabinete, llamado de Concertación Nacional, conformado por los partidos liberal y conservador,
reemplazándolo por el de sensibilidad social, conformado por conservadores socialcristianos, falangistas y socialistas.
En 1958, Salvador Allende, en minorÃ-a dentro del partido socialista, se negó a apoyar a Carlos Ibáñez, quien era
apoyado por la mayorÃ-a socialista, dirigida por Raúl Ampuero. Si se hubiera aplicado la orden de partido, Allende
hubiera perdido el cargo de senador. En 1969, dos senadores renunciaron a la Democracia Cristiana, Rafael AgustÃ-n
Gumucio y Alberto Jerez; En 1971, nueve diputados demócrata cristianos formaron la Izquierda Cristiana; todos ellos
hubieran perdido el cargo de haberse aplicado el artÃ-culo de la propuesta de Ley.
Conclusiones
1-Â Â Â Â Â En los regÃ-menes parlamentario, semipresidencial y presidencial no se aplica la orden de partido.
2-Â Â Â Â Â La orden de partido es producto del desorden de los sistemas de partidos en el presidencialismo.
3-Â Â Â Â Â Es discutible la pertenencia al partido en los presidencialismos latinoamericanos del mandato parlamentario
4-     En el régimen presidencial norteamericano, al menos, existen las primarias abiertas, como forma de participació
de los ciudadanos y de los Estados Federales.
5-     Los partidos seleccionan, a su gusto, a los candidatos parlamentarios sin participación de los ciudadanos.
6-Â Â Â Â Â La orden de partido aumentarÃ-a el poder de la dirigencia y de la partidocracia.
7-     Hay formas de la democracia directa que permiten una mayor participación de los electores en la selección de
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los cuadros parlamentarios
8-     Todo régimen polÃ-tico de partidos es fundamentalmente oligárquico y sólo puede ser corregido por medio de l
revocación de mandato y la iniciativa popular de ley.
9-     El pase de a los ministros y la orden de partido se prestó, durante la República, para radicalizar el conflicto entre
el Presidente y los partidos, y de Jefe del Estado con el Parlamento.
Rafael LuÃ-s Gumucio Rivas              Â
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