Acusación constitucional, victoria a lo Pirro para la derecha

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El Clarí-n de Chile
Acusación constitucional, victoria a lo Pirro para la derecha
autor Rafael Luis Gumucio Rivas
2008-04-10 00:05:40
De 1925 a 2008 ha habido sesenta y seis acusaciones constitucionales. Si descontamos los 17 años de dictadura,
promediarÃ-a una anual, un récord nada despreciable si se considera la gravedad que se atribuye a este tipo de
fiscalizaciones.
Sólo un presidente, Carlos Ibáñez del Campo, fue destituido por el Senado, sanción que no tuvo ninguna aplicación
práctica, pues el ex dictador se encontraba exiliado en Buenos Aires, después de renunciar al cargo.
También han sido destituidos por el Senado diez ministros de Estado. Seis intendentes, un ministro de la Corte
Suprema, Hernán Cereceda. Durante el gobierno de Salvador Allende se presentaron dieciocho libelos acusatorios y
dos ministros de Estado fueron destituidos por el Senado. Si se juzgara solamente por las cifras, la acusación serÃ-a un
asunto banal y cotidiano: una poderosa facultad fiscalizadora del Parlamento y no un juicio polÃ-tico de alta gravedad, lo
que en cierto grado desvirtúa este instrumento.
En todos los regÃ-menes polÃ-ticos democráticos se incluye alguna forma de juicio polÃ-tico para evitar el abuso de
poder, sea del jefe de gobierno o del presidente de la república. En el parlamentarismo inglés, a pesar de existir el juicio
polÃ-tico, éste no tiene aplicación en la práctica, pues el primer ministro debe coincidir con las mayorÃ-as parlamentarias
y tiene la facultad de disolver la Cámara de los Comunes. En el presidencialismo norteamericano existe impeachment,
(denuncia, acusación o bochorno) y se ha aplicado, durante los últimos tiempos sólo dos veces: contra Richard Nixon,
que se salvó por previa renuncia al cargo, y contra Bill Clinton, en 1998-1999, por falso testimonio, quien también salió
absuelto.
Desde la Colonia existe en Chile el juicio polÃ-tico: “Viva el rey, muera el mal gobierno― se aplicó al barrabás gobernado
Meneses y GarcÃ-a Carrasco, entre otros. En Chile, el juicio polÃ-tico tiene una larga historia y todas sus constituciones,
a partir de 1828, han incluido la institución de la acusación constitucional: en la de 1828 y 1833, el primer mandatario
era irresponsable polÃ-ticamente y sólo podÃ-a ser juzgado durante los primeros seis de dejado el cargo; la de 1925
permitió que el primer mandatario fuera acusado por la Cámara de Diputados durante el ejercicio del poder. Las
causales de acusación son todas extremas: “comprometer gravemente el honor y la seguridad de la nación e infringir
abiertamente la constitución y las leyes; a los ministros se le agrega, además, haberlas dejado sin ejecución y
también los delitos de traición, concusión, malversación de fondos públicos y soborno―. Para acusar al presidente de la
república es necesario el voto conforme de dos tercios de la Cámara de Diputados, que sólo fue posible en el caso de
Carlos Ibáñez, en 1931.
En la Constitución de 1925 los ministros y altos funcionarios son de confianza del presidente de la república: sólo el
primer mandatario puede nombrarlos o destituirlos. Arturo Alessandri Palma tuvo que luchar contra la oposición de
radicales, conservadores y comunistas con respecto al régimen polÃ-tico presidencial, pues proponÃ-an un
parlamentarismo reformado, en el cual el presidente de la república nombrara los ministros en acuerdo con la Cámara
de Diputados, por consiguiente, los secretarios de Estado eran responsables ante ambos poderes del Estado. El centro
de la Constitución de 1925 es la irresponsabilidad polÃ-tica del presidente de la república y la dependencia de los
ministros de Estado respecto al primer mandatario. Alessandri eliminó las interpelaciones, las censuras y, sobre todo,
las leyes periódicas, mediante las cuales dejaban al presidente sin presupuesto y sin Fuerzas Armadas, es decir, sin
dinero, ni coerción.
En sus Recuerdos de gobierno, Nac., 1967, t.2, el León de Tarapacá trata de demostrar que la Constitución de 1925
es una creación original, diferente del parlamentarismo inglés y del presidencialismo de Estados Unidos; esta Carta
Fundamental garantiza, según su gestor, don Arturo Alessadri, el más perfecto equilibrio de poderes: el Ejecutivo
gobierna y el Congreso legisla y fiscaliza. Estas facultades residen, especialmente, en la cámara de diputados. El
senado es un órgano más pausado, integrado por senadores representantes de provincia y un tercio que surjan de las
fuerzas vivas de la nación -de ahÃ- surge la idea de los senadores designados -. Don Arturo tiene que responder a las
crÃ-ticas de los partidos polÃ-ticos respecto a que la nueva Constitución consagra la tiranÃ-a del Ejecutivo, razón por la
cual presenta la acusación constitucional como una forma de fiscalización frente al abuso de poder del presidente, de
los ministros, generales y almirantes, jueces, intendentes y gobernadores. Según Alessandri, el trámite de la acusación
es bastante simple y rápido: la presentan diez diputados y para aprobarla basta mayorÃ-a de los miembros presentes en
la Sala de la Cámara de Diputados; el Senado actúa como jurado y se necesita, para su aprobación, la mitad más uno
de los miembros en ejercicio.
Si nos atenemos al texto de la Constitución, las causales son muy graves, pero las exigencias de quórum no son muy
altas –sólo dos tercios en el caso del presidente de la república. En el perÃ-odo 1925-1973, tres presidentes fueron
elegidos por mayorÃ-a absoluta: Pedro Aguirre Cerda, Juan Antonio RÃ-os y Eduardo Frei Montalvo; cuatro fueron
elegidos por mayorÃ-a relativa: Gabriel González Videla, Carlos Ibáñez del Campo, Jorge Alessandri y Salvador
Allende. Posteriormente, esta última anomalÃ-a fue solucionada   con la segunda vuelta.
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Los gobiernos minoritarios pueden funcionar relativamente bien si poseen, al menos, un tercio de los diputados, por
medio de los vetos, pero en el caso de la acusación constitucional el no tener o perder la mayorÃ-a en la Cámara pone
al gobierno en manos de la mayorÃ-a, que puede iniciar diversos libelos constitucionales contra los ministros de Estado.
AsÃ- ocurrió, por ejemplo, en la última etapa del segundo perÃ-odo de Carlos Ibáñez del Campo: fueron destituidos por
el senado DarÃ-o Saint Marie, ministro de Relaciones Exteriores y Arturo Zúñiga, de Justicia, dando lugar a una
asociación conspirativa militar, llamada “la lÃ-nea recta―, que querÃ-a forzar al general a cerrar el Parlamento;
afortunadamente no lo hizo, por el contrario, terminó firmando la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia y
la Ley Electoral que terminó con el cohecho.
Eduardo Frei Montalva tuvo mayorÃ-a en la Cámara de Diputados, por consiguiente, ninguna acusación constitucional
pudo prosperar; durante el gobierno de Salvador Allende se presentaron 18 libelos y fueron destituidos dos ministros y
varios intendentes.
Hay que considerar el ambiente histórico en el cual se desarrollan las acusaciones constitucionales; desde 1925, la
opinión pública desprecia al Congreso Nacional, visualizándolos como una cueva de ladrones. No puedo, ni siquiera,
enumerar las veces en que el pueblo gritaba: “a cerrar, a cerrar, el congreso nacional―; la última fue el dÃ-a del “Tanc
afortunadamente, ni Ibáñez, ni Frei, ni Allende han cerrado el Congreso, salvo el tirano innombrable, apoyado por la
derecha, que hoy hace uso, hipócritamente, de las instituciones parlamentarias. Si consideramos el desprecio popular
al parlamento, los destituidos serÃ-an unos verdaderos Galileos o Gordano Bruno.
En la democracia protegida todos los gobiernos, salvo el de Michelle Bachelet, contaron con mayorÃ-a en la Cámara de
Diputados, por consiguiente, los libelos no podÃ-an avanzar, sin embargo, con los votos de la derecha, Sebastián
Piñera y Clemente Pérez Walker, se pudo destituir a Hernán Cereceda de la Corte Suprema y estuvo a punto de pasar
lo mismo con el presidente de la Corte, Servando Jordán, si no hubiera sido por la inexplicable abstención de Camilo
Escalona. Ni hablar de los traidores- 11 diputados demócrata cristianos- que salvaron a Pinochet de una merecida
acusación constitucional.
El gobierno actual ha perdido, torpemente, la mayorÃ-a en ambas Cámaras, fruta de la descomposición de la
Democracia Cristiana y del PPD; los primeros al senador Adolfo ZaldÃ-var y cinco diputados colorines; los segundo, a
Esteban Valenzuela y al senador Fernando Flores; a la anterior situación de ambos partidos agregamos la más
completa indisciplina: Pablo Lorenzini y Gabriel Ascensio se abstuvieron y René Alinco, no sólo renunció a la
Comisión, sino que también se abstuvo. Se podrÃ-a decir que sus propios camaradas prendieron la hoguera en que se
consume nuestra “Juana de Arco Diaguita―.
Como es tan mal visto el Parlamento por la opinión pública la acusada, Yasna Provoste, se está convirtiendo en una
lÃ-der popular, algo asÃ- como la Tirana, una reina indÃ-gena, una matrona en los desfiles de a vendimia, una especie de
“Doña Bárbara―, una Santa Teresita de Los Andes, y cuanta heroÃ-na se nos pueda ocurrir. No serÃ-a raro que en cad
sala de clase, de los distintos centros educacionales fiscales, incluyeran retrato de Yasna Provoste, junto a O`Higgins y
Balmaceda. A lo mejor, se le aparece la Virgen del Carmen y le entrega uno de esos crÃ-pticos mensajes que siempre
resultan verÃ-dicos porque se conocen después de los hechos. En su estúpida victoria a lo Pirro, la Alianza por Chile le
regaló, en bandeja, una gran lÃ-der a la decadente Democracia Cristiana, que poco tenÃ-a que hacer con Soledad
Alvear o con Ximena  Rincón. Hasta de las cuevas aparece el conejo de la suerte, Jaime Ravinet.
En la segunda etapa de la acusación constitucional contra la ministra se puede complicar más la posibilidad de éxito de
la derecha, pues se hacen necesarios 20 votos a favor para destituirla; basta la ausencia de un senador para que la
acusación fracase; el senador independiente Carlos Bianchi aún no ha definido su voto y parece no estar muy de
acuerdo en seguir la patota de la derecha y del colorÃ-n; no serÃ-a nada de raro que salvara Yasna en el último segundo.
No creo en los milagros, “pero que los hay, los hay―, - se han visto cojos corriendo la maratón -; si yo fuera gobierno le
regalarÃ-a una playa tropical a Magallanes; claro que Michelle Bachelet y sus ministros obran siempre con transparencia
y probidad y son, además, personas muy serias y responsables para presionar a senadores que actúan como jurado en
el caso.
La acusación es una victoria a lo Pirro: primero, la Alianza entre los colorines y la derecha, está pegada con moco –en la
apariencia piensan muy distinto unos y otros-; lo del arco iris aliancista es una soberana estupidez –son demasiado
totalitarios para ser pluralistas y demasiado individualistas para emprender una acción colectiva- siempre terminan
dividiéndose por personalismos, no se soportan los unos a los otros; ara intentar ganar en las próximas elecciones
presidenciales, Sebastián Piñera necesita dividir a la Democracia Cristiana, halagándola con preciados regalos, y no
uniéndola en el resentimiento contra la estrategia del desarrollo. Nada peor que quemar viva a la heroÃ-na de moda de la
Democracia Cristiana.
Rafael Luis Gumucio Rivas  Â
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