Ópera en Italia

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Ópera en Italia
Toma panorámica de Madama Butterfly en las termas de Caracalla
Foto: Yasuko Kageyama
Madama Butterfly en las Termas
de Caracalla
La temporada estival en las Termas de Caracalla dio inicio
con una Madama Butterfly puesta en pie por Àlex Ollé del
colectivo La Fura dels Baus. Contada en clave hiperrealista y casi
cinematográfica, la historia nos lleva al Japón contemporáneo
para hacernos testigos de un paraíso perdido a manos de una
modernidad que devora cuanto encuentra.
La puesta en escena, concebida originalmente para la bahía de
Sydney, inicia con un prado idílico que es el mundo paradisiaco
de Cio Cio San, una chica tan enamorada, ingenua y fuerte como
cualquier otra joven de hoy. Será este entorno el que Pinkerton,
antiguo marino convertido en especulador inmobiliario, se
encargará de convertir en un espacio gris de acero y hormigón.
El espacio y la vida de los personajes transitarán este camino
entre lo natural y lo artificial, entre la promesa de un futuro y la
decepción. La entrega del hijo de Butterfly será la rendición del
mundo primigenio frente al nuevo orden corrosivo y falso. Cio Cio
San muere de esperanza y con ella muere también la esperanza de
regresar al punto de partida para reencontrarse con la felicidad.
El reparto estaba encabezado por Asmik Grigorian, poseedora de
una extraordinaria capacidad actoral y una fuerza escénica poco
comunes. Aunada a una voz poderosa, la cantante lituana supo
crear una Cio Cio San capaz de convencer y conmover en diversos
registros dramáticos: la timidez en el dueto del primer acto, la
ironía en la escena con Yamadori, la rabia contra Goro, la intensa
evocación de imágenes en ‘Un bel dì vedremo’ y el sufrimiento
septiembre-octubre 2015
desgarrador de una mujer que lo ha perdido todo en la escena final.
Convincente en todo momento, su interpretación fue una de las
más deliciosas que se han hecho de este personaje.
A su altura actoral estuvo Angelo Villari (que llegó de último
momento a suplir al español Sergio Escobar) con un Pinkerton
frío, inhumano, que no se detiene ante nada para conseguir lo
que quiere al costo que sea necesario. Supo hacer patente la
transformación del personaje a lo largo de la historia y llenó con
gran capacidad histriónica sus discusiones con Sharpless, su dueto
de amor con Butterfly y su ruptura interior en el tercer acto.
Susuki fue interpretada por Anna Malavasi, una mezzosoprano
poseedora de una voz oscura y potente, aunque con menor
capacidad actoral que los protagonistas. Pese a ello nos presentó
un personaje convincente y nos regaló momentos estupendos como
en el “dueto de las flores” con Cio Cio San y el terceto del último
acto. El Sharpless de Alessio Arduini cumplió estupendamente
en la parte vocal pero poco pudo hacer el cantante a nivel
interpretativo, ya que su juventud no le permitió encarnar del todo
un personaje que se espera grave y maduro. No obstante, es sin
duda un cantante de grandes capacidades y acompaña con justeza
a los protagonistas. En la escena de la carta del segundo acto nos
regaló uno de los momentos más interesantes de su interpretación.
Por su parte, el Goro de Saverio Fiore fue una delicia actoral.
Su personaje escapó de los clichés y nos presentó un hombre
pragmático, centrado la ambición, capaz de comerciar con la vida
de una persona con tal de obtener dinero. Ágil en el escenario,
sin desmerecer la parte vocal, fue uno de los intérpretes más
pro ópera completos de esta producción. El Zio Bonzo de Fabrizio Beggi,
que en esta producción es un líder de la mafia japonesa, dejó una
huella profunda, a pesar a la brevedad de su escena. Yamadori fue
estupendamente encarnado por Andrea Porta y creó un personaje
que convencía plenamente en su cinismo y frustración.
Las partes secundarias fueron interpretadas con buena fortuna
por Anastasia Boldyreva (Kate), Federico Benetti (Comisario
Imperial), Cristina Tarantino (Prima de Cio Cio San) y Leo
Paul Chiarot (Oficial del Registro). El Coro de la Ópera de
Roma, dirigido por Roberto Gabbiani, cumplió con modestia
interpretativa sus dos momentos dentro de la obra. De especial
interés escénico fue el coro a boca cerrada donde se les vio como
inmigrantes desplazados que deben retomar su camino a otra parte,
porque la modernidad los ha expulsado de nuevo de un espacio
vital que recién comenzaban a hacer suyo.
En el foso, el director Yves Abel mantuvo supo transitar con
sabiduría por la partitura, especialmente en cuanto se refiere a la
tensión dramática de la obra. La amplificación no fue siempre su
mejor amiga pero aún así se pudo apreciar su gran trabajo con la
Orquesta de la Ópera de Roma y con el conjunto vocal.
dotes vocales requeridos se asoma una intensa fuerza dramática.
Carmela Remigio buscó redimensionar algunos límites vocales
con la habilidad escénica y la expresividad física, el volumen
reducido, algunas tensiones en el agudo y un cierto aire en la
emisión que comprometieron el resultado cuidadoso de la parte. De
la astuta artista que es, la soprano apuntó al fraseo que busca con
evidente escrupulosidad evidenciar las tensiones psicológicas de la
mujer.
El rey Admeto tuvo en el tenor Martin Miller un intérprete atento
a la palabra, en los límites de una dicción ocasionalmente oscura,
y estuvo en serias dificultades en lo que se refiere a la entonación
y a las exigencias de la escritura. Los dos confidentes, Evandro e
Ismene, les fueron confiados respectivamente a Giorgio Misseri
y a Zuzana Marková. El primero captó la dimensión ideal
en el estilo del siglo XVIII, y la segunda hizo valer su timbre
agradable y una extensión dúctil. Funcionales estuvieron Armando
Gabba, un oráculo y un pregonero, y Vincenzo Nizzardo, Gran
Sacerdote de Apolo y Apolo. Desenvueltos estuvieron también las
dos jóvenes pertenecientes a los pequeños cantores venecianos,
Ludovico Furlani como Eumelo y Anita Teodoro como Aspasia
en los papeles de los hijos de la pareja real.
El equipo de la Fura estuvo encabezado por la Asistente de
Dirección Susana Gómez, una mujer de gran sabiduría teatral, con
quien Ollé trabajó de forma muy estrecha para crear los grandes
aciertos interpretativos. La escenografía fue de Alfons Flores,
que nos entregó un trabajo con la calidad e imaginación que le
son habituales, un diseño contundente que nos puso ante los ojos
la metáfora de la pérdida del paraíso. El vestuario, de excepcional
buen gusto e inteligencia, estuvo firmado por Lluc Castells. El
justísimo diseño de iluminación fue de Marco Filibeck, uno de los
grandes maestros italianos en este oficio, y el video estuvo firmado
por Franc Aleu, quien supo aprovechar los grandes muros de las
termas de Caracalla para presentarnos imágenes de una naturaleza
exuberante que cede su lugar a edificios de concreto simulando el
skyline de cualquier gran ciudad moderna.
Esta producción fue un magnífico ejemplo de cómo es posible
mezclar tradición y modernidad para crear puestas en escena
fascinantes y construir discursos que tengan mucho que decir
al público actual a nivel estético e ideológico. Es también
una muestra de lo mucho que un/una cantante puede realizar
actoralmente para construir personajes de carne hueso que
traspasan la pura técnica vocal y el virtuosismo. Una lección que
muchos y muchas deberían aprender.
por Christian Rivero
Alceste en Venecia
Entre las novedades de calidad en la temporada lírica del Teatro
La Fenice de Venecia se encuentra Alceste de Christoph Willibald
Gluck. Nunca antes representada en la ciudad lagunera, donde
por el contrario se han ofrecido varias producciones de Orfeo y
Euridice, la ópera es la segunda de la llamada “reforma gluckiana”
que constituye el verdadero y propio manifiesto de las intenciones
del músico y libretista. Además de las vastas dimensiones de
sus composiciones, nutridas de diversas obras vocales, están las
características ligadas a su misma forma de trabajo: los recitativos
y las arias ceden el paso a estructuras más amplias que motivan
las características expresas de Gluck en el prefacio de la primera
edición editada de la partitura.
Alceste es la absoluta protagonista de la ópera y en los notables
pro ópera
Escena de Alceste en Venecia
Foto: Michele Crosera
septiembre-octubre 2015
Óptimo fue el trabajo desarrollado por Guillaume Tournaire,
atento concertador a los colores y la sonoridad del tipo del aspecto
coral de la partitura. La orquesta de la fundación veneciana
respondió a las indicaciones del director. A la par estuvo el coro,
fundamental en la obra de Gluck, preparado con atención por
Claudio Marino Moretti.
La dirección, escenografía y vestuarios estuvieron a cargo de Pier
Luigi Pizzi, que privilegió el estilo neoclásico, mientras que la
iluminación fue de Vicenzo Raponi. A las sobrias pero imponentes
partes visuales de gran impacto se contrapuso una idea de dirección
débil, muy estática y alejada. El fuerte corte estético, determinado
por el uso del blanco y el negro cristalizó con el transcurrir
de la función en un marco arquitectónico de arcaica belleza e
imponencia. El público tributo un óptimo aplauso a la producción.
por Francesco Bertini
Il barbiere di Siviglia en Turín
“Uno mejor que el otro” fue el comentario espontáneo que surgió
después de haber asistido por gran interés, y por enésima ocasión,
a esta puesta en escena de Il barbiere... ¿Querríamos considerar
uno por uno los artífices de este decretado éxito? Partamos del
hecho de que el aplauso a escena abierta fue muy largo al final, lo
que selló el éxito del espectáculo, y que para mí fue un Barbero de
referencia. El primer “bravo” va para Rossini, por haber compuesto
una ópera que al día de hoy resulta una de las mas representadas en
el mundo y una de las más queridas, con buena razón.
La burbujeante dirección escénica de Vittorio Borelli parece
no envejecer con los años por la continua innovación y los gags
introducidos. Las escenografías de Claudia Boasso son eficaces
y simples de manejar, y los vestuarios de Luisa Spinatelli, con
luces de Andrea Anfossi, completaron con armonía el montaje. El
coro dirigido por Claudio Fenoglio, compuesto por elementos de
comprobada bravura, está en lo más alto en el panorama italiano.
El Conde Almaviva fue aquí Antonino Siragusa, quien en cada
intervención ofrece una interpretación siempre mejor y seductora,
con voz segura y homogénea en el legato y canto fácil en agudos.
Su enamorada Rosina fue Chiara Amarù, ya apreciada en el papel
de la edición original de Pesaro del 2014, su voz es interesante con
bellos colores, con un destello cobrizo y seguridad vocal y actoral
en el papel.
Don Basilio tuvo en Nicola Ulivieri un valido intérprete. Con
voz potente y buena práctica en escena, delineó un personaje bien
definido. Marco Filippo Romano interpretó de manera simpática
al gruñón Don Bartolo, con la vis cómica para envolver al público
con su voz ámbar y bien timbrada, y la simplicidad de alguien
que es muy seguro. Lavinia Bini interpretó a Berta dándole valor
al personaje, gran voz y grande carga humorística. Figaro fue
Roberto De Candia, un intérprete excepcional tanto por su calibre
vocal como por su habilidad interpretativa, y resultó atractivo en
cada momento de la narración que condujo con seguridad vocal y
diversión.
La conducción fue del joven Gianpaolo Bisanti, quien supo
captar los matices intrínsecos de la partitura amalgamando bien la
orquesta y la escena, ofreciendo una cuidada y apreciada versión
de la ópera.
por Renzo Bellardone Il barbiere di Siviglia en Verona
El Teatro Filarmónico de Verona puso en escena una vivaz
versión de Il barbiere di Siviglia de Rossini. El punto de fuerza
del espectáculo fue constituido por una centelleante producción
de Pier Francesco Maestrini, director y vestuarista, y de
Joshua Held, creador de las escenografías animadas. La intensa
puesta está ambientada dentro de una fantasiosa caricatura en
una reinterpretación de los personajes a la luz de una divertida
desviación rossiniana, ya que todos son gordos como el autor y
así se movían sobre la escena. Al mismo tiempo, en el fondo se
realizaban proyecciones animadas, las cuales crearon divertidas
escenas y gags que cambiaban constantemente. Aquí se vieron
elementos cinematográficos que evocaban los más célebres dibujos
animados. La fusión entre la acción escénica y las imágenes fue
prodigiosa, y los cantantes formaron un uno con los inventos
visuales además que se insertaban dinámicamente en la narración.
Por momentos se tuvo la impresión de un abuso en la constante
propuesta de escenas, pero el buen resultado final lo aseguró la
fluidez de las ideas.
El resultado musical se impuso con la presencia de Stefano
Montanari, director que ofreció una lectura personal que puede
levantar interrogantes, ya que manipuló la partitura interpolando
algunas intuiciones, según una visión propia rossiniana que
indudablemente llenó de energía a la partitura en detrimento de
Chiara Amarù (Rosina) y Roberto De Candia (Figaro), en Turín
Escena de Il barbiere di Siviglia en Verona
Foto: Ramella&Giannese
Foto: Ennevi
septiembre-octubre 2015
pro ópera una unidad segura. Los repentinos cambios de ritmo dieron vigor
a la concertación, que prestó gran atención a las dinámicas, con
el cuidado de las diversas secciones orquestales y la constante
presencia del clavecín, que tocó el propio Montanari.
Entre los intérpretes se distinguió el siempre desenvuelto
Bartolo de Omar Montanari, barítono cómico en el punto justo
y constantemente atento al canto limpio de las incrustaciones
tradicionales. Christian Senn repuso su reconocido Figaro,
dinámico y desenvuelto, aunque puntiagudo en el fraseo. Edgar
Rocha, el conde Almaviva, interpretó el papel con entereza,
obteniendo la aprobación del público después del ‘Cessa di più
resistere’, frecuentemente omitido. A pesar de que su instrumento
parece reducido en el volumen y por momentos no tan bien
proyectado, se impuso por su desenvuelta agilidad y atención a las
palabras.
Menos convincente estuvo Marco Vinco, un Basilio un poco
sumario aunque escénicamente divertido. Rosina le fue confiada
a Annalisa Stroppa, quien interpretó muy bien a la joven pupila
distraída, sin exasperar la escritura rossiniana. La orquesta y
el coro de la Arena de Verona resultaron convincentes. Las
reacciones de entusiasmo del público no escondieron algunas
desaprobaciones al director.
por Francesco Bertini
Don Giovanni en Vicenza
La vigésimocuarta edición de la Settimane musicali al Teatro
Olimpico de Vicenza presentó una nutrida serie de eventos que
culminaron con seis funciones de Don Giovanni de Wolfgang
Amadeus Mozart. La ópera que más que otras ha hecho inmortal
a su protagonista fue propuesta con la inédita lectura artística
de Lorenzo Regazzo. La impronta camaleónica permeó al
espectáculo entero: el reality show en el cual se desatan le
vicisitudes amorosas, fueron proscenio y piedra angular de la obra.
Leporello fue quien gobernó a Don Giovanni, un pobre hombre
dedicado a las drogas e intoxicado de egocentrismo. Las mujeres
que lo rodeaban se encontraban en estado catatónico a causa de su
dependencia del protagonista. Por el contrario, Masetto reflejaba
la inocencia tecnológica de la era digital, en contraposición con el
ambiguo carácter de Don Ottavio, aparentemente débil.
Con los límites estructurales del teatro paladino, las escenas de
Maria Elena Cotti, quien se encargó también de los vistosos
vestuarios, fueron esenciales pero no por ello menos eficaces.
A resaltar entre todos estuvo la Donna Anna de Arianna
Venditelli, joven ejemplo de vocalidad ámbar, pareja, de gusto
maduro y de comprobada ductilidad. No se puede decir tanto de
su colega Anna Viola, una Donna Elvira corta de extensión y
frecuentemente incómoda con la escritura mozartiana. Tampoco
la Zerlina de Minni Diodati captó las características vocales
principales de la pequeña pueblerina.
La parte masculina no surtió mejores efectos: solo se salvó
la prestación de Matteo Macchioni, que como Don Ottavio
exhibió una emisión límpida y agradable. El Leporello del
veterano Giovanni Furlanetto gozó de brillante presencia
escénica que reveló sus limitaciones en la tentativa de afrontar
convincentemente la partitura mozartiana. El protagonista,
limitado a exhibirse en improbables vestuarios de tóxico
dependiente, le fue confiado a Luca Dall’Amico, quien una
vez más confirmó la infelicidad de un instrumento árido y poco
expresivo.
pro ópera
Escena de Don Giovanni en Vicenza
Foto: Luigi De Frenza
En el podio, el director del festival, Giovanni Battista Rigon,
estuvo a la cabeza de la dinámica Orchestra di Padova e del
Veneto, la cual tuvo a su lado al Coro Iris Ensemble, guiado por
Marina Malavasi. Con la elección de presentar la versión de
Viena de 1788, para balancear la pérdida de ‘Il mio tesoro intanto’,
se escuchó en el segundo acto el rarísimo dueto ‘Per queste tue
manine’ entre Zerlina y Leporello. El nutrido público presente en la
sala del paladio se mostró caluroso con la compañía entera.
por Francesco Bertini
Faust en Turin
Asistir a la producción en cuestión resultó una fulgurante y
emocionante experiencia al lado de gigantes como Charles
Gounod, Gianandrea Noseda y Stefano Poda. La solemne
obertura con colores orgánicos, casi como al final, delineaban
inmediatamente la tragedia, la visionaria sucesión de los hechos.
La batuta de Gianandrea Noseda, con su habitual y respetuosa
humildad para afrontar las partituras, sorprende y fascina por
temperamento, delicada sensibilidad y pasión. No decreció e
hizo transparente e inteligibles las partes menos vivaces. Un
grande de la dirección orquestal que nos catapultó a escuchar el
infinito mundo de las emociones que nos hacen amar la música
incondicionalmente.
En el cartel del teatro se leía “dirección escénica, escenografía,
vestuarios, coreografía y luces” de Stefano Poda. Conociendo y
apreciando el minucioso y completo trabajo del ecléctico Poda,
se pregunta uno cada vez, “¿cómo le hace?” En esta ocasión
surgió la misma pregunta, antes, claro, de haber visto el fulgurante
espectáculo que puso en escena. Creó un anillo girador gigante que
simbolizaba la búsqueda de la vida y éste fue el único y constante
elemento sobre la escena. El estupor se derivó de la eficacia de
una escena casi fija, mutable sólo en los movimientos del círculo
con símbolos dentro como troncos de árbol blancos y deformados
que extendían sus ramos el uno hacia el otro, como si un humano
tendiera su brazo como ayuda, y se proyectaban hacia un público
atónito y fascinado. Las luces fueron un elemento clave para vestir
minuciosamente, también a los movimientos escénicos, “al punto”y
nada ocurrió por casualidad o de manera descompuesta, sino con
una refinada elegancia y en simbiosis con el fluctuar de las notas.
Los colores, del gris dominante, pasaron al cobrizo hasta explotar
en el rojo de los vestuarios o al color de la desnudez. El coro y
los figurantes estuvieron en continua acciones con movimientos
septiembre-octubre 2015
Escena de Juditha triumphans en Venecia
Foto: Michele Crosera
se desempeñaba como maestro de conciertos. Con esta ópera,
el autor resaltó el género del oratorio, destacando las partes
corales, con constantes referencias al melodrama de la época.
La progresión de las arias y recitativos refleja el estilo en boga,
aunque la intuición de Vivaldi le dio un giro innovador e ingenioso
a la trama.
Escena de Faust en Turín
Foto: Ramella&Giannese
coreográficos, en una suerte de danza tenebrosa, se alternaron con
movimientos lentos o de frenéticas convulsiones.
Fausto fue el refinado tenor Charles Castronovo, que se
mantuvo bien sobre el escenario y fue particularmente apreciado
en su dueto con Margarita y en el terceto con Méphistophélès,
gracias a un agradable timbre. Ildar Abdrazakov ofreció una
excelente interpretación del diablo, con sus colores bronceados
y poéticamente redondeados con un tono notable y brutalmente
engañoso de lo que el papel requiere. Marguerite encontró en la
soprano Irina Lungu la dulzura vocal y la sufrida expresión de
la victima predestinada, con fáciles agudos y brillantez. Vasilij
Ladjuk personificó a Valentin y la apreciada mezzosoprano
Ketevan Kemoklidze dio voz a Siebel.
por Renzo Bellardone
Juditha triumphans en Venecia
Junio 30. Juditha triumphans devicta Holofernis barbarie es un
oratorio sacro —así definido por su libretista, Giacomo Cassetti—
íntimamente ligado a las peripecias políticas de la República de
Venecia. Después de dos años de guerra contra los turcos, en
1716 las condiciones eran adversas y sólo la ayuda del imperio de
los Habsburgo fue capaz de revertir la situación, infligiendo una
aplastante derrota al ejército otomano.
Esta composición de Antonio Vivaldi se convirtió en una
celebración de la victoria. El estreno, no documentado a causa,
tal vez, de la caótica situación provocada por la emergencia de la
guerra, se realizó en el Hospital de la Piedad, donde el compositor
septiembre-octubre 2015
Las dos partes en que se divide el oratorio le dan un aspecto
simétrico para trabajar con una caracterización bien definida de
los personajes. El rigor formal se combina con las intuiciones
esenciales de la regista Elena Barbalich, interesada en el
potencial evocador que se agudiza con los juegos brillantes de luz
(diseñados por Fabio Barettin) y los constantes movimientos en
el escenario. La pasión pictórica se refleja en el cuadro vivo del
coro, el cual nos recuerda el estilo de Tiepolo, Caravaggio, Orazio
y Artemisia Gentileschi. La escenografía de Massimo Checchetto
está hábilmente vinculada con las ideas de Barbalich y se basa en
proyecciones que definen distintos ambientes. Opulentos, coloridos
y fascinantes, los vestuarios de Tommaso Lagattolla.
Sin embargo, la ejecución musical se reveló positiva sólo en parte,
despertando, por el contrario, varias preocupaciones. El desempeño
más convincente vino de Paola Gardina y Giulia Semenzato.
La ejecución de la primera fue atenta a la florida escritura, al
fraseo inteligente y la dicción clara, evidente incluso durante los
recitativos. La segunda, en el rol de la criada Abra, sacó lo mejor
de su potencialidad, denotando una musicalidad eficaz y precisa.
También fue válida la prestación de Teresa Iervolino como
Holofernes, uniforme en relación a sus posibilidades vocales.
Francesca Ascioti encarnó a Ozias con una problemática falta de
homogeneidad en la emisión que resulta poco creíble.
La protagonista, Manuela Custer, retrató una Juditha pasional en
escena. Pero su línea de canto no parece ser igualmente incisiva:
la zona grave suena artificiosa, y se contrapone a una aspereza
audible en el agudo, que limitaron la expresividad de su prestación.
La orgánica orquesta vivaldiana, nutrida y variada, ejemplifica
la riqueza de la actividad musical de aquel Ospedale della Pietà.
Numerosas arias proporcionan amplios pasajes dedicados a
cada una de las voces de los solistas, en diálogo con el resto del
conjunto orquestal. La Orquesta del Teatro de La Fenice, sin
pro ópera Maria Billeri como Norma en Venecia
Foto: Michele Crosera
embargo, no es afín a este repertorio: los audibles defectos de
afinación se acentuaron por una cierta carencia de cohesión.
El concertador Alessandro De Marchi hizo una lectura medida
y conciliadora, entre las indicaciones de tempo y su propio toque
personal, tal como es la concepción barroca generalizada. El coro
femenino, preparado por Claudio Marino Moretti, se desempeñó
con válida eficacia. El público, interesado y educado durante la
representación, aplaudió con energía al término del espectáculo.
por Francesco Bertini
Norma en Venecia
La nueva producción de Norma concebida para el Teatro La
Fenice de Venecia fue muy esperada y con inquietud. Se trata
del experimento que coincidió con la Esposizione Internazionale
d’Arte della Biennale, un evento muy renombrado, que renovó la
experiencia que se tuvo con la producción de Madama Butterfly en
el 2013.
En esta ocasión la elegida fue Kara Walker, la artista
afroamericana interesada en la temática ligada a las razas, al
género, a la sexualidad y a la violencia. Su concepto obtuvo
reconociendo en todo el mundo, en particular por la temática de
ruptura, tratada con constancia y fuerza. La idea que permea su
montaje creó un paralelismo entre la ocupación romana de Galia
en el 50 a. C. y el dominio colonial de una potencia europea en
África en el siglo XIX. Las figuras de Norma, Adalgisa y Oroveso
mantuvieron sus principales características, pero Pollione se
convirtió en un explorador del continente negro inspirado en
la figura del italiano Pietro Savorgnan di Brazzà, fascinante
pro ópera
pionero de rasgos románticos. Aquí se confronta con la diversidad
encarnada por el color de la piel y con referencias culturales.
Walker insertó el elemento de la máscara africana, acentuando lo
anormal da la oscuridad artificial.
El sobrio montaje escénico apunta hacia elementos fuertemente
caracterizados como la jungla, la solemnidad de la naturaleza,
y como se señaló, la máscara. Esta última tiene imponentes
dimensiones que cubrían completamente el escenario, plasmando
las formas sobre las cuales los artistas se movían durante la
función. A estas ideas está ligado el recorrido artístico de la pintura
y escultora, se vio una concepción de dirección estática, desligada
de la narración y poca cuida para evidenciar las características de
los personajes. El tormento de los protagonistas se profundizó de
manera distante, mientras que la personalidad del romano corrió el
riesgo de perder sus características esenciales. Si el aspecto visual
no suscitó entusiasmo, el resultado musical se mostró descolorido
y privado de interés.
Maria Billeri se aproximó al papel de Norma con un carácter
salvaje. En escena fue sanguinaria, excesiva, y con endurecimiento
actoral. Les características vocales se alejaron de las exigencias
de la protagonista, su registro central pareció ligeramente velado,
y el agudo frecuentemente enganchado con incertidumbre, y
la coloratura no siempre fue precisa. Se reconoce la atención
reservada al fraseo que compensó en los límites de lo posible para
definir a la sacerdotisa. Roxana Costantinescu cubrió el papel de
Adalgisa sin grandes arrebatos. La definición de la “joven ministra
del templo” resultó sumaria pero en general creíble, aunque la
emisión pareció desigual, forzada al subir en el pentagrama. Su
canto, sin embargo, fue llevado hasta el final sin incidentes.
septiembre-octubre 2015
El esperado Gregory Kunde retornó al papel de Pollione. La voz
del tenor estadounidense pareció endurecida, por la ampliación
desmesurada de su repertorio, y fue avara de colores y limitada
en las exigencias de la partitura. A pesar de ello, el artista que
proviene de una brillante carrera belcantista, posee la inteligencia
interpretativa que para compensar sus carencias utilizó la región
aguda donde se escucharon sonidos gloriosos. Dmitry Beloselskiy
se desempeñó honorablemente como Oroveso.
entre los solistas y la orquesta, además caracterizada por la
adopción de algunos elementos de época. Fundamental fue la
presencia del Coro Schola San Rocco, que en esta ópera tuvo un
papel de absoluto relieve.
por Francesco Bertini
Completaron el elenco Emanuele Giannino, perfectible Flavio,
y Anna Bordignon como Clotilde. También el concertador tuvo
elecciones discutibles. Gaetano d’Espinosa optó por tiempos
poco sintonizados mientras que las dinámicas, tendientes al
énfasis, no beneficiaron la lectura belliniana. Su musculosa
dirección oscureció el refinamiento requerido por la partitura,
rescatando sólo de manera parcial una ópera ausente del escenario
veneciano desde hace más de 20 años. La orquesta y el coro, este
ultimo dirigido por Claudio Marino Moretti, dieron una prueba
satisfactoria. El nutrido público mostró un sonoro consenso, en
particular hacia Kunde.
por Francesco Bertini
Orfeo ed Euridice en Vicenza
Para coronar el festival Vicenza in lirica, el Teatro Olímpico
albergó una interesante producción de Orfeo ed Euridice de
Christoph Willibald Gluck. El evento, creado con la intención de
valorizar los lugares más reconocidos de la ciudad, puso particular
atención en los jóvenes talentos que en esta ocasión estuvieron bajo
la tutela de la consultora musical Sara Mingardo, una artista fuera
de serie en este repertorio.
El demi-stage, ideado a cuatro manos por Francesco Erle y
Andrea Castello, fue inadecuado, como impone el respeto
arquitectónico del lugar, e inesperado. En escena hubo solamente
un capitel jónico alrededor del cual se desarrolló la acción,
bien insertada en las estructuras lineales fijas ideadadas por
Vincenzo Scamozzi para la inauguración del teatro en 1585. Para
la definición de los personajes contribuyeron también los vivos
vestuarios de Roberta Sattin, quien jugó con los colores de
manera sagaz.
Francesca Biliotti, la protagonista, convenció sobre todo por la
virtud de su gran predisposición personal hacia la dramaturgia
de Gluck, de estampa de estilo clásico. Aunque el volumen
resultó por momentos exiguo y el timbre más de mezzosoprano
que de contralto, el resultado fue creíble y con amplio margen
de inteligente maduración. La prueba de la coreana Mina Yang,
empeñada como Euridice, reveló una potencialidad interpretativa
de indudable interés. El evidente esfuerzo por tener maestría con
credibilidad de la lengua italiana, premió su prestación, haciéndola
aún más minuciosa y válida gracias a su intensa y luminosa
vocalidad. A pesar de algunas emisiones levemente forzadas en el
agudo, el Amor de Benedetta Corti fue plenamente creíble.
El ya mencionado Erle operó en calidad de director a la cabeza
de la cuidadosa Orchestra Scola San Rocco, que en general fue
por partes real; es decir, con un solo ejecutor para cada clase
instrumental. Esta decisión, en consideración a la delicada
locación, pareció apropiada. La versión interpretada fue la del
estreno vienés de 1762, y le hizo justicia a la amalgama sonora
septiembre-octubre 2015
Escena de Orfeo ed Euridice en Vicenza
Foto: Angelo Nicoletti
Otello en Milán
Este Otello de Rossini puesto en escena en el Teatro alla Scala
de Milán será recordado sobre todo por el desempeño del elenco,
pero no por lo que respecta a la dirección de orquesta y de escena.
El triunfador de la velada fue siempre Juan Diego Flórez. El tenor
peruano dio vida a un Rodrigo elegiaco, soñador, como también
electrizante en el desgrane de la coloratura y perfecto en las
acentuaciones, haciendo un personaje completo en sus pasiones,
desilusiones y reacciones más impulsivas. A su vez, el Otello de
Gregory Kunde pareció a sus anchas en el canto declamado con
una punta de altanería en el registro más agudo de la tesitura,
mientras que en la zona media-grave el timbre se tornaba grisáceo
y anónimo. Olga Peretyatko (reciente ganadora del Premio
Abbiati, que otorga la crítica italiana) encarnó una Desdemona
frágil, tierna, con un color vocal luminoso y una técnica solida que
la ha permitido un legato cautivante y expresivo. Sólo algunos
agudos extremos parecieron un poco tirados hacia fuera.
pro ópera casi vegetal a un estado cada vez más vivo, “hasta sublimar el
estado individual en una unidad ideal superior”: Alda Caiello
(soprano), Laura Catrani (mezzosoprano), Paolo Antognetti
(tenor), Maurizio Leoni (barítono) y Nicholas Isherwood (bajo).
La misma evaluación positiva hay que darla al Coro del Teatro.
Distribuido en “coro chico” y “coro grande”, que fue también un
óptimo protagonista de esta composición en la que no hay partes
secundarias y todos los elementos —vocales, instrumentales
y escénicos— tienen la misma importancia. Los alumnos
de la Escuela de Teatro de Bolonia de Alessandra Galante
Garrone llevaron la escena con seguridad y eficacia, así como
la corporeidad necesaria para dar vida y substancia a esta nueva
creación.
Gregory Kunde, Olga Peretyatko y Juan Diego Flórez, en Otello
de Rossini
Foto: Matthias Baus
Bien vocalmente estuvo el Iago de Edgardo Rocha, correctamente
ambiguo e intrigante. El elenco fue completado por Roberto
Tagliavini (Elmiro) y Annalisa Stroppa (Emilia), ambos muy
motivados y seguros, y con una vocalidad sana y robusta. Óptimo
como siempre, estuvo el Coro del Teatro alla Scala, mientras que
la dirección de Muhai Tang no convenció completamente por una
cierta monotonía de impostación y falta de finura. El espectáculo
firmado por Jurgen Flimm no dejó ninguna señal, ya que fue
pobre de ideas y de intuiciones dramatúrgicas.
por Massimo Viazzo
Queda preguntarse si la obra puede considerarse una ópera lírica
en su sentido tradicional. Quizás esta pregunta no tenga respuesta
hoy en día y solamente con el tiempo se sabrá. Lo que le falta es
una verdadera narración, con inicio, final y conexiones internas,
y la posibilidad de atribuir a la música y a los escasos textos de
Kandinsky significados y representaciones totalmente diferentes,
que no impidan percibir la unidad de la composición. Es probable
que la definición genérica de teatro musical sea más coherente con
esta propuesta. O bien se trata solamente de desprenderse de las
definiciones y etiquetas, conformándose con apreciar a los autores
y realizadores de este interesante experimento por lo que es, a
pesar del nombre que se le quiera dar. o
por Anna Galletti
Traducción: Ramón Jacques
El sonido amarillo en Bolonia
Esta obra fue comisionada por el Teatro Comunale di Bologna
y estrenado el 13 de junio de 2015. Se trata de una ópera
contemporánea, que el compositor italiano Alessandro Solbiati
realizó inspirándose libremente en el homónimo Der Gelbe Klang
de Vasily Kandinsky. Kandinsky fue un gran pintor conocido
como padre del arte abstracto, y como un teórico del arte total,
refiriéndose a un arte que involucra totalmente al destinatario y
que lo atraiga dentro de la obra, hecha de sonido, movimiento
y color. Sus composiciones escénicas son textos destinados a
ser representados en los teatros. El teatro, para Kandinsky, es el
lugar donde se puede realizar la liberación del alma a través de la
unión de los tres elementos mencionados. Solbiati recorrió hábil e
intensamente el camino trazado por Kandinsky y creó 80 minutos
de verdadera emoción, por la belleza de la música y el uso del
sonido (instrumentos acústicos y voces).
En su búsqueda de un resultado de sinestesia —también se podría
decir de alquimia— fue perfectamente acompañado por la batuta
de Marco Angius, quien tiene gran experiencia en dirigir música
contemporánea. Angius llevó la orquesta a una interpretación de
gran respeto del lirismo intrínseco de la opera. Compañeros de
viaje bien integrados en el proyecto fueron el director Franco Ripa
di Meana y el diseñador del vestuario y escenógrafo Gianni Dessì.
La contribución de ellos, ambos autores del proyecto escénico, a
esta creación tan compleja resultó positivo y coherente.
Al éxito de este estreno contribuyeron igualmente los cantantes,
los que no tuvieron una tarea fácil, al interpretar música atonal
y textos descarnados y abstractos. La apreciación va en primer
lugar a los solistas, en el rol de los cinco gigantes, figuras que,
así cómo lo explica el mismo Solbiati, evolucionan de un estado
pro ópera
Escena de El sonido amarillo en Bolonia
Foto: Rocco Casaluci
septiembre-octubre 2015
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