Una batalla poco ortodoxa

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Una batalla poco ortodoxa
La policía israelí controla a un grupo de ultraortodoxos que trataban de impedir el rezo de las mujeres. / MIKEL
MARÍN
Bonnie Ras sabía dónde se metía el viernes 10 de mayo. Poco antes de las siete de la
mañana un estruendo emanaba de la plaza frente al Muro de las Lamentaciones de
Jerusalén. Era una mezcla de pitidos, gritos e insultos. “Nazis, volved a Alemania”, le
gritaron en hebreo, mientras se abría paso, nerviosa, entre una marabunta de hombres
vestidos al estilo ultraortodoxo, con gorro y traje negro sobre camisa blanca. “Zorra”,
clamaban desde el fondo. Esquivó una botella. A su izquierda, un cordón de policías
forcejeaba con un pequeño grupo de ultrarreligiosos. Uno de ellos gritaba con ira, la
mandíbula desencajada y la mirada perdida. Otros lanzaban vasos, piedras, sillas.
Para esos hombres, Ras estaba profanando el lugar más sagrado para el judaísmo, un
muro que contenía un recinto en el cual, según la tradición, se hallaba en tiempos
inmemoriales un templo que guardaba el Arca de la Alianza. Lo que hacía allí esta madre
de dos hijas, nacida en Nueva York hace 54 años, de apariencia y voz afable, era,
simplemente, rezar.
El muro es un lugar de culto férreamente controlado por rabinos ultraortodoxos, que no
solo dividen su acceso entre hombres y mujeres, sino que imponen una serie de
tradiciones que mujeres como Ras están decididas a cambiar. Cuando comenzó, en 1988,
la lucha del grupo Mujeres del Muro parecía quijotesca. Rezan en ese lugar sagrado,
dentro de la sección estrictamente reservada a las mujeres, con un atuendo
tradicionalmente reservado a hombres. Durante la oración, Ras se cubrió la cabeza con
el taled, un manto de oraciones con flecos. Leyó de la Torá y enunció el kadish, un rezo
religioso que, según la tradición, solo puede articularse en presencia de al menos 10
varones mayores de 13 años. Otras mujeres se aplicaron las filacterias, unas cajas con
pergaminos de las escrituras, unidas a unas cintas de cuero, sobre un brazo y la frente. Un
sacrilegio para los ultraortodoxos.
Pero este mes, por primera vez, la policía estaba para protegerlas. Hasta ahora, por lo
mismo, eran detenidas. A Ras, de hecho, la arrestaron en tres ocasiones. Tras la última, el
11 de abril, la policía presentó cargos porque un fallo de 2003 de la Corte Suprema de
Israel prohíbe a las mujeres rezar del modo en el que lo hacen los hombres ante el muro.
Finalmente, el mes pasado, la justicia ordinaria falló a su favor. El caso, El Estado de Israel
contra Ras, abrió el camino a toda una revolución en los usos y costumbres del muro.
El empeño de un grupo de mujeres ha propiciado que se proyecte una
zona de rezo en la que no se discrimine por sexos
“Cuando oí el veredicto sentí alivio, pensé que todo había acabado, después de tantos
años de lucha”. Comenzó a acudir al muro en 2009. Un año después se mudó de Estados
Unidos a Israel. “Los rabinos ultraortodoxos nos ven como una amenaza a su modo de
vida. Y buscan que las mujeres no sean vistas en público, que no se unan en grupos. Eso
ya no cabe en el nuevo Israel”, añade.
Puede, sí, que la justicia esté de su lado, pero esos mismos rabinos no se van a resignar.
Y durante el último rezo se esmeraron en mostrar músculo. Enviaron al muro a miles de
estudiantes de sus yeshivas para ahogar a las mujeres en un ensordecedor océano de
rabia. “Son unas reformistas”, gritaba, a modo de insulto, Nachman Manweiss, un
estudiante de 21 años que se dejaba los pulmones. “Esto es una ofensa a lo más sagrado
de todo lo sagrado. A mí no me importa que recen como quieran, pero que no lo hagan
aquí”, dijo.
Hace solo unos meses parecía que la determinación de las mujeres iba a abrir fisuras
irreconciliables en el muro y en Israel. Muchas de esas fieles son norteamericanas. “Vengo
de una familia muy comprometida con la lucha por los derechos civiles en mi país”,
asegura Ras. Los arrestos, que comenzaron en 2009, crearon indignación en Estados
Unidos, el aliado más fiel de Israel en la escena internacional, y fuente inagotable de
donaciones económicas. Por ello, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, decidió
buscar una solución de compromiso. Y le encargó buscarla a Natan Sharansky, director de
la Agencia Judía, un organismo que sirve de enlace entre Israel y las comunidades de
fieles judíos del mundo.
Sharansky, varias veces ministro, es una figura muy respetada en Israel. Antes de emigrar,
fue un disidente en su Unión Soviética natal, donde estuvo encarcelado por luchar para
que el Gobierno permitiera emigrar a ciudadanos judíos. En abril propuso un plan: ampliar
la plaza dejando la parte que ya está en uso en manos de los rabinos ultraortodoxos y
creando un nuevo oratorio bajo el control conjunto del Gobierno de Israel y la Agencia
Judía.
Bonnie Ras, con el 'taled' o chal reservado a los hombres. / MIKEL MARÍN
Su idea es erigir una plataforma elevada sobre unos restos arqueológicos. Es una zona de
unos 80 metros de largo, donde Sharansky propone que se permita lo que él llama “rezo
igualitario”, donde cada creyente podrá orar como desee, mezclados hombres y mujeres.
El Gobierno aún debe aprobar formalmente esa propuesta, aunque Netanyahu se ha
mostrado a favor.
“Por primera vez en la historia tendremos en el muro representación igualitaria, cualquiera
podrá decidir dónde reza, sin por ello tener que violar las costumbres tradicionales del
lugar”, explica Sharansky en su oficina de Jerusalén, ante una enorme fotografía del muro,
que cuelga en la pared. “El que quiera rezar según el rito de los rabinos ortodoxos podrá
hacerlo. La única diferencia es que habrá otra zona para rezo igualitario. Todos obtienen
algo con esa solución”, añade.
“La propuesta de la Agencia Judía es positiva”, asegura Ras. “Pero nosotras no buscamos
simplemente rezar en una zona igualitaria. La justicia nos dio la razón y nos permite leer la
Torá, con el taled, en la zona reservada a las mujeres en el muro. Nunca pedimos otra
cosa”, añade.
Ya en 1928, en los años del mandato británico, cuando los judíos colocaron por primera
vez en el muro una pantalla para aislar a las mujeres de los hombres, los árabes que
controlaban el recinto protestaron, y las quitaron, dando pie a unas revueltas en las que
murieron 243 personas. La separación de las mujeres, a las que eventualmente se les
daría solo el 20% de la plaza para rezar, nacía con violencia. Ahora han conseguido, con
el respaldo de la ley, que su voz se oyera claramente en ese lugar sagrado para su
religión.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA:
ALANDETE, David. Una batalla poco ortodoxa. En: El País [en línea]. 19/05/2013 [Consulta:
01/07/2013]. Disponible en:
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/05/16/actualidad/1368720238_782908.ht
ml
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