escrito en el aire - Editorial Club Universitario

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ESCRITO EN EL AIRE
Consuelo Frasquet Serra
(con la colaboración especial de mi hija Gemma).
Título: Escrito en el aire
Autora: © Consuelo Frasquet Serra
ISBN: 978-84-8454-593-4
Depósito legal: A-307-2007
Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33
C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)
www.ecu.fm
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87
C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)
www.gamma.fm
[email protected]
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro
puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico
o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier
almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin
permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
CAPÍTULO I
El pequeño ruiseñor quiso tomar el mismo camino del tren,
pero éste silbó fuerte, estruendosamente y el pajarito tuvo que
emprender un vuelo ligero, muy alto. Con el frágil corazón
oprimido por el miedo. Cuando se vio en las áridas cumbres de las
montañas más altas, suspiró con alivio profundo.
- Aquí es donde existe la verdadera felicidad -pensó filosófico.
- El aire es inmaculado, la libertad y la paz perfectas, nada está
manchado por la ambición insaciable de los hombres; su sabiduría
no tiene lógica, regida, cruelmente, induce a la agitación y alguna
vez a la más errónea destrucción.
En sus ojillos astutos brillaron dos chispas doradas de
incontenible gozo. Estaba solo en aquel mundo soñado, ideal bajo
la brillantez del sol que iluminaba la vida. Se creía rey de aquellos
parajes.
Después de beber en un cristalino manantial que fluía cercano,
esponjó su joven plumaje y lleno de alegría, entonó su canción más
bella.
Gloriosa armonía la de su vida errante, sinfonía la suya que tan
bellamente se funde en el paisaje. Las hierbas de las montañas,
ricas en aromas silvestres, lo envolvían en un perfume sano.
Amar, reír, soñar y vivir quiso el ruiseñor en una tierra virgen,
ideal (lo que nunca supieron aprender los hombres)
Abajo, el tren seguía su ritmo acelerado, dejando tras de sí el
humo ceniciento de su máquina. Volvió a silbar perdiéndose entre
una espesa cordillera de altas montañas. Hinchadas de piedras,
pretendían rozar a las nubes que reían ruborosas.
La tarde caía poética, llena de salvajes encanto. Los paisajes
iban sucediéndose sin interrupción, hermosas tierras rojizas,
estériles; en algunos tramos el verde intenso de los pinos las
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cubrían de esplendor. Crecían el tomillo y el romero libres.
Campos inmensos labrados con sudor, filas de árboles inmóviles,
de fiel sombra en las horas ardorosas del sol. Rojas las amapolas,
se amontonaban en los senderos. En los barrancos los chopos
se agitaban esbeltos. Amarillentos ya, los trigales se perdían en
centenares de áreas onduladas.
Los pueblos y caseríos compactos se iban quedando atrás,
resurgiendo otros semejantes.
Ana Inés Lara apoyó su frente en el frío y medio abierto cristal
de la ventanilla de su departamento.
El viento aromatizado de fragancias silvestres le dio de pleno
en el rostro. Miró con pena como las misteriosas sombras del
atardecer se extendían en la tierra apagando la luz.
- Cómo cambia la vida en breves momentos -pensó.
Su alma estaba poseída de ahogante tristeza. En cambio, en la
mañana de aquel mismo día, se creía plenamente feliz.
Dejó vagar su imaginación por los últimos acontecimientos
de su vida.
Con la ilusión y alegría de la juventud que espera un brillante
porvenir, recibió las buenas notas que le dieron en el colegio,
fruto de sus desvelos y constancia en el estudio.
Esperaba llena de impaciencia que fueran sus padres a por
ella, anegada por la más bella ilusión de pasar el verano en una
de las radiantes playas levantinas.
- ¡Qué bella es la vida cuando anda envuelta en el beso cálido
de la dicha!
Ana Inés veía, impaciente, las manecillas de su reloj dar
lentas vueltas, marcar las horas con pausas eternas.
- Siempre fueron los primeros en llegar. ¿Por qué no estarán
ya aquí?
Sus compañeras se habían marchado casi todas. Los salones
inmensos del colegio quedaban desiertos hasta un nuevo curso.
Se evaporaron las lágrimas, se apagaron las risas y los suspiros
de aquellas jóvenes que empezaban su vida rosa.
Ana Inés miró una vez más el bello jardín. La larga avenida de
esbeltos tilos por donde tenía que llegar. Anidaban centenares de
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Escrito en el aire
pájaros que sin pretenderlo cantaban a coro, brillantes sus plumas
por el esplendor del sol, fascinados, ignoraban las inquietudes y
penas. Las abejas lamían las flores de variados colores. Los rosales
sacudían sus rosas ya marchitas, con la certeza de que de su savia
brotarían otras nuevas.
- ¿Se habrán olvidado de mí? -se preguntaba la muchacha.
- Imposible, el corazón de una madre jamás olvida su frutorecordó las palabras que le dijera una vez la suya propia.
Al mediodía, sólo había dos de sus compañeras en el grande y
pulcro comedor.
Rogelia Galiana se sentaba siempre a su lado. Bella, callada,
esmerada educación la suya que no la dejaba sonreír con entera
libertad.
Ana Inés era más alta que su prima Luisa, pero ésta, desde su
pequeñez, se sentía superior y apenas le hablaba. Luisa tenía que
irse con los padres de Ana Inés a Valencia y no por ello hizo aquel
día una excepción.
Necia vanidad de vanidades. Lástima que no nos demos
cuenta de cuánto nos empobrece.
Momentos después de la comida, se oyó el ruido de un coche.
- ¡Ya están ahí! -se dijo aliviada.
Levantándose, fue a mirar por una de las ventanas más
amplias. La sonrisa de sus labios no llegó a nacer, tuvo que
silenciarla al comprobar que no eran ellos.
Se paseó inquieta, extrañada por la tardanza que ya se
prolongaba más de lo normal.
-¿Por qué no me habrán avisado de que no vendrían? De
hacerlo, ¿tarde?
Intentó calmar sus nervios parándose a observar unas palomas
que andaban picoteando por las aceras del jardín.
Imprevisiblemente, emprendían un airoso vuelo que terminaba
en la cúpula más alta de la capilla.
La joven esbozó una sonrisa.
- Ana Inés Lara -la llamó una voz de suaves matices.
- ¿Qué queréis hermana Ángela? -le contestó volviéndose a
mirar interrogante los bellos ojos de la esposa de Dios.
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Consuelo Trasquet Serra
Los rasgos finos de sus correctas facciones, la palidez de
aquellos labios que casi no se movían al hablar, siempre le habían
impresionado.
- Te espera la madre en el salón.
No se detuvo a oír más, sabía cierto que aquella llamada
tenía relación con el extraño retraso de sus padres. Corrió por los
largos pasillos tropezando con las plantas de anchas y lustrosa
hojas. Cuando entró sofocada en aquella amplia estancia quedó
inmóvil. La brillantez cristalina de su suelo dibujaba confusas las
figuras en su fondo.
- Ana Inés Lara, tus padres no pueden venir a por ti.
- ¿Por qué? -preguntó mirando ansiosamente la tersa
blancura de las ropas monjiles sobre el negro hábito.
Pensó en sus padres, en la alegría desbordante de volverlos a
ver, después de varios meses de ausencia.
La monja suspiró, casi a la vez tosió.
- No existe causa que les detenga, su deseo por verme es tan
grande como el mío -dio fuerte voz a sus pensamientos, cosa que
sintió de veras.
- Sí, existe una, Ana Inés, es la más poderosa de todas -una
mueca inexpresiva ahogaba la emoción de la Superiora.
Antes de continuar, la muchacha presentía llena de temor las
palabras que iba a oír.
- ¡No!
Se crispó su bello rostro cubierto de palidez, luego se le
escaparon las lágrimas, mientras aquella mujer de hielo dejaba
sonar sus fatales palabras.
Ahora Ana Inés entre el acompasado acelerar del tren y el
sonido del tercer silbato al penetrar en las sombras de un túnel,
cerrando los húmedo ojos, creyó escuchar las misma palabras
que le dijera horas antes la Madre Superiora.
- Tus padres -no vaciló- han muerto en un lamentable
accidente de automóvil.
- ¿Por qué? -estaba aturdida-. No puede ser cierto. ¡Muertos!
-y esta frase resonó una y otra vez en su cerebro.
Todo parecía volverse oscuro, confuso. El corazón se le cerró
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Escrito en el aire
oprimido por la pena, la rebeldía quedó dentro de sí.
- ¡Valor!, son cosas que no podemos evitar, es una realidad
que vivimos siempre.
Tras estas palabras, le pareció que se nublaba el sol, se
apagaba toda alegría. Imposible creer que sus padres, tan llenos
de vida, estuvieran muertos.
- Si yo muero, qué sola vas a quedar hija mía, qué cruel es
enfrentarse ante un mundo desconocido para ti, encontrar la
verdadera felicidad. Huye siempre de la maldad, no manches tus
labios con mentiras -le pareció escuchar en el aire la voz cálida de
su madre. Su recuerdo le despertaba a la verdad.
El jardín del colegio quedó silencioso.
Una flor se desprendió de un rosal y rodó marchita.
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CAPÍTULO II
En el departamento del tren, sólo viajaban con Ana Inés, su
prima Luisa y un joven sacerdote; ambos poco elocuentes. Él leía
casi sin levantar los ojos del libro, prueba evidente de que estaba
sumergido en la lectura.
Por momento, todo quedaba casi en perfecto silencio,
suspiros que recoge el aire perceptiblemente, el roce del papel,
los inquietos movimientos de Luisa, el vaivén del tren, la luz
mortecina del sol en su ocaso, casi apagada, indiscreta entando
por la ventana.
El sueño es un dios poderoso al que no se puede rechazar. Fue
preciso que la joven sintiera una enorme pesadez en los ojos y,
cansada de llorar, rendida de dolor, se quedara dormida.
Las pestañas se plegaron húmedas por las lágrimas, una
virginal sonrisa asoma a sus labios entreabiertos, se iba y volvía
como si su sueño fuera inquieto y tranquilo a la vez.
Dicen que los sueños tienen significados reales.
Extrañas horas las que dormimos, vagando por un mundo
que no llegamos a concretar. Cruel o mágico enigma. ¿Dónde
está el alma? ¿Descansa olvidada de las diurnas fatigas? Los
ojos se cierran, el espíritu vuela. Nunca sabremos con exactitud
dónde nos lleva.
Ana Inés Lara se vio flotando en medio de un mar de
mágicas nubes blancas y azuladas, masas de vapor algodonado,
impulsadas por un cálido aire, sobre las que surgían desconocidas
formas que se desvanecían en la nada. Andaba descalza por
ellas, su vaporoso vestido de seda flotaba en el viento, la mano
invisible se extendía hasta sus cabellos, penetraba en su aliento.
La joven se sentía inmersa en el misterioso espacio sin límites,
fantásticamente en las puertas del Universo.
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Consuelo Trasquet Serra
Llegaban hasta ella palabras inconcretas, inaudibles. Miles
de luces de colores alumbraban largos caminos, produciendo
un azulado vaho que se extendía hasta llegar a la raya lejana del
horizonte. Una gran muchedumbre transitaba por ellos, iban y
venían libres de escogerlos.
Una pequeña bóveda se perfiló en uno de ellos, erizada con rayos
de luz plateada, suspendida en el fulgor de las nubes y el tiempo.
De su parte central surgió una espléndida figura de mujer. Los
cabellos áureos, la sonrisa diáfana. El despertar de su sueño era
tranquilo como la serenidad de los astros en su nido de nubes.
- Ana Inés.
- ¿Quién me llama? -preguntó.
- La Bondad.
El viento se purificó al escuchar esta palabra. Las aguas de los
Océanos se volvieron mansas.
- Soy un sentimiento elegido que penetra en los sentidos,
primavera superable de la vida.
La muchacha percibió en su hombro un roce leve que la acarició
con plácida sensación. Prosiguió la Bondad…
- Mi nombre se escribió en el aire cuando Dios creó el mundo.
Acompaño a la ensoñación del amor. Junto a mí todo canta una
bella sinfonía de sueño y paz. Templo las iras, el rugir de los reyes
de las selvas…
Los ojos oscuros de Ana Inés se iban llenado de claridad. Toda
la belleza de la Bondad pasaba ante ella. Ansias de sembrar el bien
inundaban su alma; vivir sin vanas prisas ni el venenoso reptil del
pecado.
- ¡Qué bella eres! -exclamó.
- El cielo me visitó con todo esplendor, me despojó de las
impurezas de la maldad. Enemiga mayor de mis sentimientos,
vive borrando en la Tierra las huellas de mis pasos -suspiró-. En
mis senderos no hay zarzales, las almas que me adoran habitan
fascinadas en sus lechos de luz, olvidadas de la precocidad de la
vida, con la calma de la inmensidad.
La Bondad acarició los largos cabellos de la muchacha, rozó
con un besó su frente…
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Escrito en el aire
- Guárdame siempre dentro de tu gentil pensamiento y serás
feliz.
Ana Inés hizo la solemne promesa con los ojos cerrados.
Cuando los abrió, el vestido de inmanchable blancura de la
Bondad se alejaba entre las nubes. La muchacha aún pudo
percibir los zapatos verdes, brillantes como dos luces de
esperanza encendidas en la negra noche.
Las nubes se plegaron, se extinguió el bello fulgor; el viento
silbó con ímpetu.
En medio del más sombrío de todos los caminos, asomada
a una enorme nube gris, había otra figura distinta en todos
los sentidos. De apariencia lúgubre como una oscura tarde de
tormenta, destructora, llena de dudas y recelos.
- Soy el Mal -confirmó.
La voz era de trueno. Su acusada fealdad de desorbitados ojos
salientes, mataba sueños y esperanzas.
La muchacha sintió la loca agitación de la Maldad. Allí se
perdía la calma.
El Mal volvió a hablar carente de dulces matices.
- Vivo hace miles de años. La crítica y la envidia son las hijas
predilectas de mi loca fantasía. Mi insensibilidad ríe por encima
de la desgracia de los demás; a mi corazón de hielo nada le
conmueve.
- ¿Por qué no puedes amar? -se atrevió a decirle.
- Y eso… ¿qué es? -miró el bello rostro con ansias de arañar
la hermosura y continuó-. Vengo de lo más profundo del tiempo.
Impero en la Tierra, para mí no se hizo el Cielo, a mi alrededor,
la vida es una insolencia, sueños llenos de pesadillas y de
inquietudes. Mis ansias de mal las escribió el diablo en el aire,
después de que Dios creó el mundo. Viviré a través de los siglos
mientras exista la humanidad.
El Mal guardó unos momentos de silencio. Los gritos broncos
de las tinieblas llegaron hasta allí.
- Ana Inés Lara… ¿Oyes mi voz? En mí nació una constante
rebeldía contra el Supremos Creador. Yo bailo al ritmo de las
danzas locas de Luzbel, sigo con desperado deliro sus pecados.
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Y el Mal comenzó a dar vueltas con ritmo desequilibrado. De
pronto, se paró y empezó a gritar…
- El amor es un galopar de potros salvajes. La belleza una
fatal quimera. La libertad una cárcel…
Su figura y su voz se fueron perdiendo,…al salir la muchacha
de aquel vendaval impetuoso de intranquilidad y agobio.
En la cima del mundo refulgió triunfal la colorida sonrisa del
Arco Iris. El astro consagrado desde siempre a resurgir el Sol y la
vida de los bosques.
La primicia del esplendor de la Tierra sentía renacer el amor
en aquel camino.
A los pies de la estatua de Venus, estaba perezosamente
tendido un joven hermoso como un dorado Dios del Olimpo.
En lo profundo de sus ojos se leían sus primorosos sueños. En
torno suyo vagaba una atmósfera de protección.
- Mi nombre es Amor -habló primero ante el rostro de
extrañeza de la joven, añadiendo-, que significa comprensión,
lealtad, fe, quietud, revuelo y desinterés… Se ha escrito mucho
sobre mí. Estoy en los salterios de los poetas, en los libros, en las
mentes, tanto de los ignorantes como de los eruditos. Mi paso
une a las almas en un mismo suspiro, llena los corazones de
alegría y dulce llanto. Da sentido a la vida.
- Muy poético -ironizó una voz nueva que no muy lejos del
lugar había permanecido sin hablar.
A Ana Inés le pareció estar viendo en ella la viva reproducción
del joven anterior, pero éste, siendo semejante, era distinto. A su
alrededor la atmósfera de protección desaparecía convirtiéndose
en desazón.
- No hagas caso de mi hermano, es un romántico.
- ¿Tú quién eres? -interrogó la muchacha.
- Me llamo también Amor. Para mí, todas esas cosas que él te
ha dicho, no son más que palabras en mis labios; mi corazón no
las siente, es más práctico, las utiliza para alcanzar lo que quiere…
¿De qué sirve la preocupación, calentarse la cabeza con ideas
romántica y complicadas? Es mejor el placer, amar hoy y olvidar
después. Mi favorito es el engaño. Camuflado sabiamente, soy el
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Escrito en el aire
arma predilecta de falsos oradores.
- El primer amor sin perder la tranquilidad -interrumpió
dirigiéndose al nuevo joven.
- Tú como siempre tan inoportuno… Fatal sabiduría la tuya
que no sabe valorar el verdadero significado de la vida.
Ana Inés sentía una atracción preferente hacia este joven. A
su interior acudían mil sensaciones de bienestar, seguridad…
- Yo soy el amor que no pasa, vibraré siempre dentro del que
escoja mi camino. Todo acto que emana de Dios es amor. Y el
Amor recitó sus versos más íntimos…
- El sol en la Tierra…
Es amor.
- El rumor en la brisa…
Es amor.
- El mar en la arena…
Es amor.
- Dos almas que se funden…
Es amor
- La púrpura aurora que empieza o el crepúsculo que se va…
Es amor.
- El amor es fe. Nunca podrá ser desmentido.
Después de seguir andando, Ana Inés descubrió que en un
nuevo y estrecho camino, los árboles estaban desnudos, sus
ramas secas, en medio del cual había una mujer vestida con
humildes ropas, viejos zapatos que le hacían sufrir, porque le
quedaban cortos.
- Soy la Avaricia. Estoy hecha de insatisfacciones. La riqueza
en mis manos, es como una aguja que se pierde en el pajar.
- ¡Qué lástima! ¿Por qué vives así?
- Mi signo es amontonar dinero.
- ¿De qué te sirve?
- Soy la más reproducida en el mundo -la Avaricia miró
con envidia a la muchacha-. Me gusta ver el brillo del oro,
amontonarse en mis arcones, hundir mis dedos en las frías
monedas y comprobar que hay muchas.
Su carcajada comenzó débil, terminó fuerte.
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- Necio placer el tuyo, no sabes vivir. Otros gastarán a manos
llenas el dinero que has quitado a tus placeres.
Ana Inés le vio alejarse, no sintió lástima. Libremente siguió
su camino.
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CAPÍTULO III
El trayecto de Madrid a Valencia es muy largo, el tren
necesita casi una noche entera para llegar a la capital del Turia.
Hay viajeros que se entregan con facilidad al plácido mundo
del sueño, en cambio, hay otros a los que les es imposible
plegar los párpados. El viaje se les hace insoportable y miran
constantemente sus relojes tratando de dar velocidad al tiempo.
La prisa está de moda hasta para los desocupados, es
necesaria en la vida de hoy. Cuando se logra distraer la atención
se olvida. Esto es lo que le sucedía a Luisa Lara.
Exhaló un suspiro de cansancio, levantándose con su habitual
coquetería, abrió la ventanilla de su lado. Una oleada de aire frío
le revolvió los cabellos, tembló su blusa de fina batista.
El ruido del tren se sintió más movible. Afuera, la noche era de
perfecta calma, estrellada, la luna estaba en su plenitud. A Luisa
no se le ocurrió pensar que la luna era preciosa, ni que su luz
brillante seguía fielmente al tren. No le decía nada. La profusión
de luces de un pueblo en la lejanía al bajar el tren una pendiente.
La joven sintió frío y se retiró de la ventanilla, quedose mirando
a su prima que seguía dormida.
- Está tan feliz, como si hoy no hubiese perdido a nadie
-habló en voz alta. ¡Que poca vergüenza la suya!
- El sueño es parte de nuestra vida diaria, por él es preciso
entregarnos al descanso. La he visto llorar durante casi dos horas
seguidas, déjala que duerma, debe de estar rendida -dijo su único
compañero de viaje, sin levantar los ojos del libro que estaba
leyendo.
- Es que hoy han muerto sus padres en un lamentable
accidente.
- No pretenderás que también muera ella de dolor.
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Estaban sentados frente a frente. Ella enseñaba sus bonitas
piernas más de lo normal.
- Se ha quedado sola, es decepcionante que lo haya olvidado
con tanta facilidad.
- La crítica es poco razonable, en una criatura tan joven y
bella como tú.
En los labios de Luisa se perfiló una endiablada sonrisa.
- ¡Vaya con el curita! Qué bien se había fijado en su prima y
en ella. Pensó.
- ¿Te molesta el humo? ¿Prefieres fumar? -le dijo alargando
el paquete de cigarrillo.
- Ni lo uno, ni lo otro.
A ella sí le molestaba que no le mirara y continuara leyendo.
- ¿Vas a Valencia? -persistió el tuteo.
- Sí -contentó secamente.
- ¿Cómo te llamas?
- Rafael -dijo por galantería sin dejar de fijar su atención en
el libro.
- Yo, Luisa -contrariada volvió a preguntarle-. ¿No te gusta?
- ¿El qué? -preguntó sin comprender.
- Mi nombre.
- Sí, ¡claro!
Le atraía la turbación del sacerdote. Dejó libre su descaro.
- ¿Y yo?
Aquella pregunta le era inoportuna, optó por callar.
Luisa miró el fondo azul de los ojos de Rafael con indiscreta
fijeza.
- Demasiado guapo para ser sacerdote -lamentó que lo
fuera.
- No has contestado a mi pregunta -insistió.
- No creo que sea preciso que lo haga.
- Para mí sí.
Rafael plegó el libro definitivamente… “Dios mío, qué bella
era aquella muchacha, qué perfectas las líneas de su cuerpo. La
tentación estaba en todas partes, hasta en el departamento casi
vacío del tren. Y en el que pensaba que iba a estar solo”.
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Escrito en el aire
- Eres preciosa -contestó espontáneamente, sin casi darse
cuenta.
Estaba encendido de rojo cuando terminó de hablar.
La joven se sintió halagada. Se levantó y fue a sentarse a su
lado, tan cerca, que sus piernas se rozaron juntas. El sacerdote se
separó pausadamente.
- No me tengas miedo.
Sí le tenía. Miró por la ventanilla simulando no prestarle
atención.
- Me gustas, eres un chico muy guapo.
- ¡Aparta alocada muchacha!, hace sólo unas semanas que le
he hecho a Dios la más bella de las promesas -se le fue apagando la
voz.
El tren con su silbido fuerte, subiendo por las altas frentes de
piedra, cortó las palabras del sacerdote.
- Rafael, no vas a cumplir tu promesa, es mejor que la rompas
hoy que mañana.
Luisa no era muy alta, pero estaba hecha de formas
accesible. Los cabellos largos, ligeramente ondulados favorecían,
excesivamente, su cara pintada; en ella podía verse la pura imagen
de la tentación.
El sacerdote empezó a ver en aquella soledad del tren una
fascinación excitante.
Luisa hablaba sin parar…
- Nadie lo sabrá, mi prima no va a despertarse hasta
Valencia -tomó su voz un matiz de convencimiento-, su sueño
es tan profundo… -sonrió con picardía-. Terminamos de salir del
colegio -lo miró de arriba abajo como si ya fuera de su exclusiva
propiedad.
No era corriente encontrar a un hombre tan apuesto y de
varonil belleza.
- Tú vas a ser el primer hombre de mi vida. Apaguemos la luz, si
algún indiscreto mira, creerá en la profundidad de nuestro sueño.
Unas cálidas gotas de sudor perlaban la frente de Rafael.
Luisa estaba consiguiendo excitar su pasión de hombre. Extraña
turbación la suya que no le dejaba ver las cosas con claridad.
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Consuelo Trasquet Serra
Pasaron algunos momentos, la mágica palabra “Amor” en los
labios encendidos de ella, le volvieron a la realidad.
No supo cuánto duró la infracción, ni si llegó a tomar forma.
Con nervios y prisa se apartó, cogió con fuerza su libro de rezos,
el gris maletín de viaje y salió del departamento.
En los ojos del sacerdote brillo una lágrima, que, callada,
pedía perdón por los pecados del mundo.
Luisa sintió que su belleza, todo el fulgor de su juventud,
estaban heridos. Se mordió los labios con fuerza, sus bellos ojos
centellearon con ira. Risa endemoniada la suya.
- Estúpida prima, ¿qué diablos te habrá dormido? -hizo una
mueca irónica mirando a Ana Inés con reproche.
El egoísmo siempre se cree perfecto. Hace a los inocentes
responsables de sus malvados actos.
Ana Inés seguía el hilo de sus sueños, ajena a lo que sucedía.
Una clara cortina azul intenso cubría el cielo de su sueño.
El parloteo de los pájaros arrullaba con una calma perfecta.
La magia inmutable de la paz se percibía.
- Soy la que clama todas las insatisfacciones del espíritu,
con la sencilla serenidad, desnuda de ambiciones y apetitos. Sé
mejor que nadie devolver con risas los ultrajes. Fiel al bien, qué
perfecta que es la vida. ¡Pero! -exclamó como si algo la acechara-.
El camino de mi incierto destino es una encrucijada, da paso a
otro cuyo acceso me repele.
Al acercarse a aquel amplio camino, sus pies tropezaron con
unas duras piedras.
La tierra estéril con su polvo sediento, estaba manchada de
sangre.
- ¿Quién arrastra mis cadenas? -preguntó la Guerra.
Una figura sin formas con mirar de loca fiera, envuelta en un
caos de incongruencias, vagaba extraviada.
- Torpe inteligencia la que me busca conociendo mi
destrucción se inclinó provocando una burlona carcajada,
mientras repetía incesantemente, torpe, torpe,…
La joven sintió un gran terror y apartó la mirada de aquella
figura que le hablaba sin aparentes razonamientos.
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Escrito en el aire
- ¿Qué hay en los capítulos de mi pasado?, sangre,
destrucción, dolor, muerte,… -hablaba trastornada. ¿Cuál es
mi porvenir? ¿Para qué mi existencia? Arrancar la vida de mis
extrañas quiero, para comprender el valor de mi verdadero
significado… -iba repitiendo mientras se alejaba con pasos
pesados.
Ana Inés Lara, en la plenitud de su sueño, llegó a una
estación sombría. Desde muy lejos, los largos caminos de la vida
terminaban en ella.
- Mira cuál es mi final, porque luchan las generaciones. Por
mis caminos andan todos los que acabas de ver, reproducidos
en millares de mujeres y hombres, realizando sus vidas. Mi
trayecto es breve aunque no lo crean, aferrados a mí, nadie
quiere perderme…
Las voces de la vida se oían como una despedida.
De pie, silenciosa como una tumba, había una figura en
actitud de paciente espera. Vestida toda de negro, su velo
finísimo lo movía un viento helado, cortante.
Ana Inés pensó que debía ser bellísima a juzgar por su
estatura y esbeltez. Al volverse, le dio de pleno en su cara. La
muchacha retrocedió extrañada.
A sus ojos sin brillo se asomaban dos misterioso abismos, la
sonrisa descarnada, los pómulos salientes, su rostro carente de
toda expresión de alegría y vida, borrado el tiempo.
- Yo soy la que no esperan, estoy al final de la vida. Cierta,
pálida, fría como los mármoles de los sepulcros. Extraño sueño
el mío que está hecho de silencio y no siente.
Ana Inés pensó en sus padres. Miró a la muerte con mudo
reproche.
- Mira cuantos caminos. No importa por cual pasen, sea cual
sea, siempre conducen inevitablemente a mí -dijo adivinando
sus pensamientos.
La muerte desapareció como las voces de la vida.
Ana Inés quedó sola en medio de aquella estación inmutable.
El aire ceñía sus ropas, lo mismo que las vaporeaba, pareciendo
temblar sobre su cuerpo.
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Consuelo Trasquet Serra
Todo a su alrededor aparecía de un color muy suave, como
si la luz fuera a apagarse. Había una razón que hacía pensar que
algo extraño vagaba allí.
- ¡Padres! ¿Dónde estáis? -llamó la muchacha ante tan sólida
desolación.
A sus oídos fueron llegando extraños rumores de aire y almas.
Paulatinamente, descifrándose unas palabras.
- “Todo es relativo, somos como libres suspiros del Supremos
Creador, cuando humanos escogemos un camino, y luego su
mismo impulso construye nuestra eternidad…”.
El tren en aquel momento silbó una vez más. Al entrar en la
iluminada estación de Valencia fue disminuyendo la velocidad
hasta quedar detenido.
Ana Inés Lara abrió los ojos, tuvo la sensación de que un beso
de hielo rozaba su frente.
La ciudad despertaba con sus numerosos ruidos. Una
frescura matinal envolvía el ambiente. Ligeramente las primeras
gentes más madrugadoras transitaban las calles, algunos medios
sonámbulos, en busca de su vida laboriosa.
Más tarde en los campos, el Sol secaría el rocío.
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