visiones - Saber.es

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visiones
JUAN MARTÍNEZ
Glosas a las visiones de Juan Martínez
JOSÉ MARÍA MERINO
Dirección editorial: Miguel Ángel Cordero López
Coordinación editorial: Virginia Morán
Diseño de maqueta: Roberto Penillas
Diseño de cubierta: Salvador Silva
Diagramación: Noelia Palomo
Digitalización: Cesár Núñez y Camino Muñoz
Reservados todos los derechos.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su
tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por
cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u
otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del titular del Copyright.
© De los dibujos: Juan Martínez
© De los textos: José María Merino
© De esta edición: NC
visiones
JUAN MARTÍNEZ
Producción editorial:
NUEVA COMUNICACIÓN
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Teléfono 902 91 00 02 - Fax 987 07 27 43
[email protected] · www.nuevacomunicacion.com
Depósito Legal: Le-1538-2007
ISBN: 978-84-935706-4-4
“Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Dirección General
del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su préstamo
público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto en el artículo
37,2 de la Ley de Propiedad Intelectual”.
Glosas a las visiones de Juan Martínez
JOSÉ MARÍA MERINO
Violenta contradicción de la que saltan chispas inquietantes y esclarecedoras.
I.- La terquedad del signo
Esto que nosotros mismos llamamos humanidad surge, precisamente,
porque mediante los signos fue capaz de construir con la imaginación
mundos que replican al mundo real, que lo discuten y contestan, que en
sus trazos sintéticos expresan el vigor de un ámbito propio y de un cuerpo
rebelde. En literatura, a eso lo denominamos ficción, pero ¿no son la
pintura, la música, también formas expresivas de la ficción? Juan Martínez
sigue visitando las cavernas, las estepas, los terrenos del signo, aunque
concediéndoles a menudo la palabra, haciéndolos hablar: pero así como
el signo, ucrónico y utópico, no tiene tiempo ni lugar exactos,
las palabras son siempre de un tiempo y de un espacio concretos.Violenta
contradicción de la que saltan chispas inquietantes y esclarecedoras.
Los viejos signos que perduran cuando los hombres se van ­–pues, desde la
conciencia, los seres humanos somos solo el medio de transporte de los
signos que nos han dado identidad de especie, como desde la biología
solo somos el cobijo transitorio de nuestros genes­– son iluminados por las
palabras perecederas, a la luz siempre agonizante de ese tránsito efímero
que constituye nuestra sustancia. Los signos, los símbolos, se suceden
y su arcano ha suscitado en el propio autor un primer comentario, una
reflexión repentina que hace más complejo su significado del mismo
modo que enriquece la aprehensión, no solo plástica, sino poética y
filosófica, de su discurso.
La figura humana no acaba de encontrar su color verdadero y se retuerce entre las ruedas y las rendijas.
II.- La persistencia del sueño
Pero el sueño es previo al signo –acaso el sueño haya sido, en sus orígenes,
el espacio germinal del signo­– y lucha por ser plasmado, por encontrar
también su figura y las palabras que lo nombren. Los signos y los sueños,
hechos imágenes y palabras que replican a las sombras de una realidad
confusa y sangrienta, se suceden en esta serie de lo que quiero llamar
‘visiones’, a través de rostros y máscaras, calaveras, capirotes y tiaras, redes,
escaleras, círculos, cruces descabezadas y completas, cabezas, cuadrículas,
lágrimas, líneas que se dispersan. La figura humana no acaba de encontrar
su color verdadero y se retuerce entre las ruedas y las rendijas. El artista ha
jugado la combinatoria de unos cuantos elementos, como ha conjugado
la secuencia de unos cuantos colores, para construir un mundo cerrado,
que produce inquietud porque en él se reflejan simbólicamente ciertas
incoherencias y brutalidades fundamentales del mundo que vivimos.
Y desde el sueño de la sinrazón vienen a la vigilia estas imágenes,
marcadas por las cicatrices de la lucidez.
Un tiempo en el que miles de imágenes e informaciones superfluas disparan contra nosotros.
III.- Las visiones
Hay algo en esta imaginería que conserva la sustancia de los antiguos
Beatos, a la vez inefables y majestuosos: las ‘visiones’ nacen de la libertad
para interpretar una suerte de nuevo Apocalipsis.Y es que este conjunto
de imágenes, muchas de ellas comentadas al modo goyesco ­–Goya lo
sintió en sus carnes­– tiene mucho de nueva interpretación apocalíptica,
que habla de un tiempo en el que miles de imágenes e informaciones
superfluas disparan contra nosotros continuamente para que no podamos
distinguir las certeras, las necesarias. Aquí el artista se ha hecho visionario
y, a través de sus imágenes y sus reflexiones, nos hace intuir mejor ese
tiempo terminal y enredado. El signo seguro prevalece cuando hay quien
sabe recuperarlo. A través de la mirada del artista se descubre en la
realidad lo que ningún otro instrumento de investigación y de análisis
permite encontrar: las sombras más hondas, los latidos más secretos.
Pero desde la máscara se puede llegar al rostro, como en el definitivo trecho del enmascaramiento.
IV.- Del rostro a la máscara
¿Cuándo aparece la representación del rostro? Las pinturas cavernarias,
al componer figuras de seres humanos, muestran solo siluetas sin
cara, como las Venus primordiales ostentan únicamente los signos
desmesurados de su belleza reproductora, y sus rostros resultan solo vagos
perfiles borrosos. El primer rostro de los signos es la máscara, un rostro
cuajado sin duda desde el sueño, pues la máscara es el rostro verdadero
del territorio del soñar, allí donde la cara desnuda no puede resistir la
inclemencia, los acechos, de los terribles deseos. La máscara es el rostro
primero en la historia del símbolo. Pero desde la máscara se puede llegar
al rostro, como en el definitivo trecho del enmascaramiento. El esquema
del rostro, a través de numerosas variaciones, es uno de los temas centrales
de estas visiones.Variaciones sobre la construcción y deconstrucción
del rostro, podrían denominarse también. Rostros en fuga, apariciones y
desapariciones de rostros. El dolor del rostro al hacerse máscara.Y el rostro
nos mira así, hecho solo signo de todas las perplejidades, de todos los
enigmas, de todos los sufrimientos.
El rostro universal, un rostro que no identifica a nadie y que, al tiempo, nos identifica a todos del mismo modo.
V.- Calacas
Los mexicanos llaman calacas a las calaveras, los cráneos desnudos,
tan familiares en México en los altares grandes y pequeños que en
noviembre celebran a los muertos. Señal pirata que fue una de las
banderas de la infancia, era para los aztecas y para los celtas ornamento
de la vida, objeto de culto. ¿Cabe rostro más desnudo? El camino del
enmascaramiento es también un camino de despojamiento, y la calaca,
la calavera, despojamiento total, muestra el rostro universal, un rostro
que no identifica a nadie y que, al tiempo, nos identifica a todos del
mismo modo. A veces, en las visiones de Juan Martínez llueven calaveras,
o quedan prendidas en esa red del tiempo que es la tela de araña final
donde vienen a parar, como el caparazón reseco de los insectos, los
despojos de la vida humana, o entran a formar el relleno de esa gigantesca
semilla de la vida, de cuya germinación han de resultar el grano seguro,
¡sin reflejo ni eco!
Pero a través de la línea fructificadora, por medio del signo, se puede salir del círculo vicioso.
VI.- El círculo virtuoso
También está el círculo. A veces, para enseñarnos cómo se pasa por el
aro. En otras ocasiones, para que en las visiones haya también humor, en
esa clave negra que les da refrescante tono expresionista: los círculos
concéntricos, a través de los ejes de la rueda ­–desde el esquema de un
viejo objeto ritual de los esquimales­– nos señalan el urinario como
lugar seguro de llegada, como incuestionable referencia democrática
­–¿y estética?­– En una ocasión, el círculo se hace espiral para señalarnos
el camino insoslayable de la rueda, del retorno ­–sentirse en casa­–.
Pero a través de la línea fructificadora, por medio del signo, se puede salir
del círculo vicioso.
Capirotes de ajusticiado, de penitente, a veces pueden resultar tiaras de la autoridad eclesiástica.
VII.- Capirotes
El capirote es la tiara de la penitencia, la corona solemne del dolor.
Los capirotes cubrían la cabeza de las víctimas de la Inquisición como
cubren las cabezas de los miembros de esas cofradías religiosísimas que
conmemoran la muerte de Cristo. El capirote enlaza al mago Merlín con
los ajusticiados goyescos, pero, en estas imágenes impregnadas de sueños,
puede representar el cuerno nasal de un borroso cráneo ­–¿de aquel
rinoceronte teatral que nos hizo a todos rinocerontes?­– y el colador del
tiempo por el que se escurre el rostro para hacerse calavera. Estilizados
como borrones picudos, con dos círculos simétricos en la parte inferior,
los capirotes pueden componer también esas llamas fúnebres en las que
arde el bosque de miradas. Capirotes de ajusticiado, de penitente, a veces
pueden resultar tiaras de la autoridad eclesiástica, mostrando el reverso
mismo de la penitencia, el lugar del poder y del verdugo satisfecho.
Estamos atrapados en una red, entre escaleras que no llevan a ninguna parte. Seguimos soñando.
VIII.- De redes y escaleras
La figura de la escalera, esos trazos paralelos, verticales, acotados
intermitentemente por trazos horizontales, son un signo sencillo,
que tiene, como la red, estructura fractal. Por esas escaleras imaginarias,
sinuosas, puntiagudas, sube y baja el dolor, va y viene, sin encontrar jamás
la desembocadura que debería ser su destino natural. La red, la tela de
araña, el tejido de trama amplia que sirve para cazar y pescar, otro de
esos símbolos claros para todos por encima del tiempo y la cultura, está
hecha de innumerables escaleras imposibles. Muchas figuras de escaleras
entretejidas forman una red, como los fragmentos de red se convierten
en escaleras fragmentarias. Se adivina la Gran Araña que sigue tejiendo
imperturbable. El artista nos sugiere que estamos atrapados en una red,
entre escaleras que no llevan a ninguna parte. Seguimos soñando.
Pero la realidad se encabrita, empeñada siempre en alcanzar la confusión perfecta del caos.
IX.- Soñar poder vivir
Vivir poder soñar. Poder soñar vivir. Poder vivir soñar. Pero ahí están las
alambradas con sus lazadas espinosas y las banderas que nos ciegan.
Una bandera tiene también algo reticular, algo de fragmento diminuto ­
–con el vacío coloreado para que no lo parezca­– de una escalera
imposible o de una red segura, entre los incendios que hacen crepitar los
bosques y los edificios. Si el esqueleto del fósforo consumido es un signo
firme de la modernidad, la silueta ojival de la cabeza de misil parece un
signo incuestionable del futuro. Mientras, el artista asegura que el poema
ofrece resistencia a la realidad y la obliga a tener sentido, pero la realidad
se encabrita, empeñada siempre en alcanzar la confusión perfecta del
caos, y solo el poema, la imagen estructurada con líneas y colores,
la imagen soñada que la vigilia hace palpable, acaba sobreviviendo como
único sentido y orden frente al caos que el crimen propicia.
La cruz, para muchos sagrado patíbulo, está marcada por esa conexión entre la vertical y la horizontal.
X.- El sagrado patíbulo
La cruz, para muchos sagrado patíbulo, está marcada por esa conexión
entre la vertical y la horizontal, que sin duda fue uno de los primeros
rasgos expresivos de la conciencia. En la vertical caben la ascensión
y la caída, la germinación y el hundimiento, eyacular y desangrarse,
suben por la chimenea los humos de la cocina y la calefacción,
descienden por las tuberías los desperdicios de las cloacas. En la
horizontal están el dormir y el morir, por lo menos. Aunque el dormir traiga
tantas veces esos sueños terribles que solo la muerte es capaz, al parecer,
de liquidar para siempre. En las visiones de Juan Martínez el patíbulo
sagrado se repite, a menudo descabezado, pero la cruz solo necesita la
vertical y la horizontal para florecer y amenazarnos con su permanencia,
como la única especie arbórea a la que ninguna extinción puede
amenazar. También es el esquema más descarnado del rostro: la horizontal
de las cejas y los ojos, la vertical de la nariz y la boca: llevamos la cruz en
la cara.
Entre las sombras, tras las barreras, tras las cuadrículas, alguien está esperando.
XI.- Sombras
Viejo asunto que entusiasmó a los románticos, la sombra aparece
y reaparece a lo largo de estas visiones. Sombras desdobladas, sombras
que se asoman, sombras sin rasgos que no consiguen encontrar el
esquema que los conforme. Paradójicamente, esas sombras esclarecen la
figura ausente, nos hablan desde su vaguedad de soledades y silencios,
de esas aparentes mutaciones de lo real cuyas sombras verdaderas no
cambian jamás. Entre las sombras, tras las barreras, tras las cuadrículas,
alguien está esperando, pues el nuevo modelo de ética aún no ha llegado.
Giran las terribles ruedas, los bultos humanos se quiebran en el sueño de la crueldad.
XII.- Rendijas
Y, al cabo, todo se descubre entre las rendijas. Por muy compacta que
venga a parecer, la realidad, al fin materia, no tiene la solidez que aparenta,
y está llena de rendijas imborrables, insondables, irreparables, por las que
se cuelan las miradas de los rostros, de las máscaras, de las calaveras.
Por las rendijas nos atisban, atisbamos, las flechas de la intuición
encuentran a través de las rendijas sus blancos y sus trofeos. Giran las
terribles ruedas, los bultos humanos se quiebran en el sueño de la
crueldad, los parajes de la desolación se transforman en los paisajes
oscuros del hambre, pero esas rendijas que nadie puede taponar para
siempre, nos permiten asomarnos, verificar el escándalo. Estas visiones
parecen todas reveladas a través de las mismas rendijas por las que ellas
se asoman. El artista, atisbando por las rendijas que nadie más que él
puede descubrir, mira lo que se esconde entre la materia densa de la
realidad.
Aquí asoma un cuervo desmirriado, allá un conejo, ¿una salamanquesa, un lagarto?
XIII.- De animales
Las iniciales sabidurías pictóricas dejaron, en las paredes de las grutas
originarias, la señal de los primeros animales, sagrados por su fuerza,
por su volumen, por su cantidad, sagrados por su pellejo, por su carne,
por sus huesos. Los animales de estas cavernas de Juan Martínez ya
no tienen la solemnidad peluda del bisonte ni la majestad coronada
del ciervo. Aquí asoma un cuervo desmirriado, allá un conejo, ¿una
salamanquesa, un lagarto? Mirad esa cabeza de cabrón, la sombra de la
cabeza de ese lobo. Una faz humana y el dorso de un escarabajo conjugan
esa simetría de haz y envés que está en el origen mismo de los signos y de
los sueños: la misteriosa fraternidad de lo totémico, el terror y la esperanza
de la metamorfosis.
Mas sea cual sea la forma en que perdamos la cabeza, al final será la calavera quien tendrá la palabra definitiva.
XIV.- De cabeza
Sabemos que hay muchas formas de perder la cabeza, pero no nos
preocupa. Seguro que la cabeza es el objeto perdido que más se acumula
en las oficinas correspondientes. En estas visiones de Juan Martínez las
cabezas suelen estar tan amenazadas, que a menudo les sobreviene un
colapso cúbico, o abstracto, y se hacen sombra entre sombras.
Es la transcripción soñada de lo que sucede con nuestras propias cabezas,
que por encontrar cada día inalterables en el espejo, no somos capaces de
sospechar que están hechas ya de pasta para sopa, de cascote de edificio
destruido por una bomba o de ese hielo de los polos que se licua sin
remedio. Mas sea cual sea la forma en que perdamos la cabeza, al final
será la calavera quien tendrá la palabra definitiva.
Una conciencia que hizo a la línea también consciente de ser línea.
XV.- El orden de la línea
Qué emoción la del primate antecesor que al pasar el dedo por la
arena y contemplar la huella sintió la construcción de la primera
línea. Una conciencia que hizo a la línea también consciente de ser
línea, de representar una flecha o de marcar un perfil, de poder acabar
redondeando una forma. En estas visiones, a menudo las líneas zigzaguean,
suben y bajan, buscan las direcciones en que deben completar el
recorrido capaz de pasarlas del rasgo al signo. Dos líneas blancas
enfrentadas merodean a ciegas sobre un territorio oscuro: mi doble me
revela mi soledad, dice la visión: un cuerpo borroso, un seno femenino,
un vientre, un culo ¿un rostro? En la perplejidad de su trazado
y de su búsqueda, las líneas acaban encontrando su destino.
Objeto misterioso y contradictorio, que al girar sobre su propio eje siempre conduce al mismo sitio.
XVI.- La rueda
¿Símbolo solar, señal esquemática del tiempo? También fue un
instrumento de tortura que las tiaras bendijeron. Y aquí he dado la vuelta,
dice una de estas visiones, donde la línea hecha signo direccional que
señala dos rumbos contrapuestos sostiene la rueda y la calavera de órbitas
coloreadas, como maquillaje festivo o terrorífico.Y es que la rueda,
objeto misterioso y contradictorio, que al girar sobre su propio eje siempre
conduce al mismo sitio, pero que al girar sobre la tierra firme, como punto
de apoyo, siempre nos aleja, lleva en sí la inexorable representación de
que tantos y tantos giros, tantos y tantos alejamientos, a la postre solo
conducen al sitio seguro que la calavera representa. Imagen de misticismo
laico, pues, como dice otra visión, a través de una cabeza recompuesta
por ciertos signos, nuestra época transforma un místico en un promotor
comercial.
En la cuadrícula, como en la estantería ideal, se colocan esas cabezas perdidas que acosan nuestros sueños.
XVII.- La cuadrícula
La cuadrícula sirvió para ordenar el trazado de las primeras ciudades
y es el signo escolar de los momentos iniciales para conducirnos al dibujo
y a la escritura. En las cuadrículas de Juan Martínez se ordenan cabezas
y fotografías, y la cuadrícula sirve también de barrera para sujetar los
cayucos, las pateras del hambre. Desprendidas de la cuadrícula, las fotos
van empalideciendo hasta encontrar el color escondido del hueso y la
sonrisa franca y sin disimulos de las calaveras. En la cuadrícula, como
en la estantería ideal, se colocan esas cabezas perdidas que acosan
nuestros sueños. A veces salta un fragmento de Klee, pero también en otros
espacios el bulto de un cuerpo nos ha traído recuerdos de Tiziano: los
signos se crean desde la conversión de una imagen, de una figura, de una
línea o juego de líneas, en código universal. El visionario encaja los signos
antiguos y modernos, y desarrolla la cuadrícula como una geometría
contradictoria en el espontáneo desorden de la realidad.
¿Qué nos van a hacer tragar con la cuchara religiosa?
XVIII.- Objetos No Identificados (ONIS)
Pero pueden ser tes, cruces patibularias, el esquema más simple del
rostro, cipreses-capirotes que proyectan una cruz como sombra, bulbos
monstruosos a punto de germinar. Sobre el extremo superior de una cruz
­–cristiana o rusa vanguardista­– tres fósforos ya quemados forman los
rasgos identificadores de un rostro, en un óvalo-huevo que se desidentifica
súbitamente huyendo hacia el rojo: apocalipsis de San Juan ­–por lo menos
aquí, la referencia expresa de lo apocalíptico­– Incendios y sangre, la visión
tiene el sabor clásico, bíblico. La alambrada circular ¿no es una corona de
espinas? ¿qué nos van a hacer tragar con la cuchara religiosa?
Los objetos merodean, las líneas engordan, las rendijas se llenan de súbitos
cerramientos, vallados, cortinas. ¿Y si fuesen piedras? Pero son gotas,
de tinta, gotas gordas, de sangre. Gotas.
Todo es ningún lugar, y además el tiempo es solo una pura alternancia de luz y de sombra.
XIX.- Historia de Ningún Lugar
Todo es ningún lugar, y además el tiempo es solo una pura alternancia
de luz y de sombra. El visionario dice mi sangre tirita como la luz que
muere, y habla también del olor húmedo de los sollozos, y echa de menos
la humedad que no llega desde la ribera, e invita a recordar la humedad.
Hay una nostalgia de momentos perdidos: algo me han dicho la tarde y la
montaña.Ya lo he perdido, se lamenta. Además, es tan difícil mirar, aunque
sea con un solo ojo, todos solos y unidos por el frío, que acaso por eso
dice también no quiero pintar lo que veo. Pues un ojo, hoy, es sobre todo
una enorme lágrima pingona, lágrima de lágrimas en la que se reflejan
millones de rostros empavorecidos. Nacer tampoco sirve para curar la
vida, sino para acrecentar su segura derrota, en un espacio cercado cuya
única bandera es la calavera, y donde las realidades que nos viven son las
lágrimas que llueven sobre el mundo, las escaleras que no conducen a
ninguna parte y las máscaras de mueca resignada, impotente.
La realidad puede confundirnos, pero nunca engañarnos del todo, si de verdad estamos dispuestos a descifrarla.
XX.- Confluencias
¿La alambrada? ¿la corona de espinas? ¿el símbolo de lo femenino?
Ahí está ella, hecha sombra, y te reconoce de todas formas, pero los lugares
son confluencias. Estas visiones están imaginadas y tramadas desde la
confluencia de signos y palabras y la esperanza en la confluencia de
sensibilidades e inteligencias. Como la poesía, o la música, su discurso
no se dirige primeramente a la razón, sino a la intuición, a esa parte de
nuestra sustancia humana que tanto tiene que ver con el sueño. Aunque
la crueldad no duerma, podemos conjurarla mostrando sus reflejos, como
proyecciones súbitas, en esa pantalla oscura que ocupa los espacios
recónditos de nuestro ser. A eso se dirigen estas visiones-confluencias de
signos, símbolos, figuraciones. Sabemos más que las figuras que proyectan
esas sombras. La realidad puede confundirnos, pero nunca engañarnos
del todo, si de verdad estamos dispuestos a descifrarla.
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