Caleidoscopio DEPENDENCIA Y CAMBIO IDEOLOGICO Luis Fuentes Aguilar* Variaciones sobre un mismo tema: - Y no obstante, la Villa Global... - Yo hace veinte años que no leo un libro de autor mexicano. - ¿Pero tú compras cosas hechas en México? - Pero si es un Infeliz. Con decirte que se sabe de memoria todos los estados de la República. La Villa Global empieza en el Bravo y termina en el Suchiate. Eso si la geografía no se equivoca, porque para colmo, mi mapamundi es de fabricación nacional”. Carlos Motiváis en Días de Guardar. La concentración y centralización del capital, resultantes del desarrollo del sistema capitalista y de las fuerzas productivas, han desembocado en la creación de grandes unidades económicas con una gran dinámica en su crecimiento y en su diversificación. Se han convertido en enormes corporaciones de una fuerza y un poderío extraordinarios, que han trascendido los límites y posibilidades de los mercados internos de las grandes potencias económicas. Estas corporaciones, las empresas trasnacionales, se convierten en la célula productiva y comercial básica de la política económica expansionista del sistema capitalista con objeto de asegurar, en gran medida, la reproducción, supervivencia y crecimiento de su hegemonía capitalista en países como México. El fomento de la producción nacional tropieza con serios obstáculos, como: escasez de capitales de inversión; dificultades para la obtención de mano de obra calificada; insuficiencia o estructuración antieconómica de las empresas básicas; baja capacidad adquisitiva de la población; imposibilidad de modernizar rápidamente equipo y técnicas de trabajo, así como de los medios de distribución y comunicación. Estos obstáculos facilitaron que la inversión extranjera en México esté presente a lo largo de todo el proceso de industrialización del país. Enfrentadas a una barrera comercial en virtud del esfuerzo industrializador que se venía gestando, las empresas trasnacionales recurrieron más y más a la inversión directa, lo que no invalida el hecho de que recurran a las fuentes internas de financiamiento. * Investigador del Instituto de Geografía de la UNAM. La carencia de restricciones respecto a las ramas manufactureras en que podían invertir, las facilidades fiscales a que podían acogerse, la ausencia de limitaciones sobre la técnica a emplear, la existencia de un mercado cautivo y, por último, la facilidad para repatriar sus capitales a una tasa de cambio libre, hicieron del desarrollo industrial de México un terreno deseable para el capital extranjero. Las empresas trasnacionales penetran las diversas ramas industriales casi sin ninguna restricción. La ausencia de política sobre lo que se quiere producir, aunado a los efectos de la propaganda que promueven, les ha permitido imponer sus productos, establecer sus políticas tecnológicas, seleccionar sus ramas de actividad, tener tasas aún más altas internamente, dada su mayor experiencia y eficacia, acogerse a las facilidades fiscales que el gobierno otorga, y ejercer prácticas que han elevado aún más sus ganancias. Además, las empresas trasnacionales ante las altas tasas de interés tienen la opción de financiarse interna o externamente, según las condiciones del mercado, colocándolas en posición preferente frente a las empresas nacionales; su tamaño y solvencia las hace sujetos de créditos más atractivos en detrimento de las nacionales; las necesidades de financiamiento externo hacen que sus capitales sean bienvenidos; la falta de limitaciones a la salida de utilidades les permite recuperar su capital a corto plazo; la orientación de la producción al mercado interno les permite dejar a sus matrices los beneficios de la exportación. En otras palabras, al amparo de la ausencia de políticas rectoras para la industrialización nacional, las empresas trasnacionales imponen sus normas, sus patrones y sus productos al desarrollo industrial de México. Se aprovecha la imprecisión de los objetivos, la carencia de criterios precisos, la extrema liberalidad de las políticas gubernamentales y la posición de desventaja del empresario nacional, agrava los niveles de dependencia del país. Asimismo, mediante la compra de empresas establecidas, a través de asociaciones con empresarios mexicanos o por si mismas, las empresas trasnacionales han penetrado la industria nacional y en gran medida han modelado su estructura. Son ellas las que dominan las ramas más dinámicas, las que marcan los criterios de eficacia, las que establecen los criterios de diseño y calidad, las que determinan la tecnología. La dependencia económica del país se refleja en la manipulación del tipo de consumo que imponen los centros hegemónicos. La sociedad de consumo consiste en la producción y sustitución cada vez más rápida de mercancías industriales que deben ser compradas por quienes poseen el dinero, tengan o no una real utilidad para quienes las adquieren. El objetivo de su producción no es satisfacer necesidades, sino lograr beneficios pan el empresario productor. Para ello, el sistema crea un aparato publicitario cada vez más amplio y costoso cuyo propósito, mediante técnicas psicológicas especializadas, es crear artificialmente necesidades inexistentes, inducir al consumo de productos de poca utilidad, promover la pronta y rápida sustitución de unos bienes por otros nuevos, aún cuando los antiguos cumplan con su función, o bien fabricar éstos exprofeso para que pronto dejen de funcionar. El ejemplo más claro lo constituye la industria automovilística, baluarte del sistema industrial en la actualidad. Otro ejemplo es la de los cosméticos, una de las más lucrativas de todo el sistema. La dependencia económica transfiere a los países subdesarrollados el esquema de la sociedad de consumo, característico del capitalismo industrial avanzado. Pero, en las naciones del Tercer Mundo, la mayoría de la población no tiene satisfechas sus necesidades básicas, y es lanzada a la búsqueda de bienes de consumo que no contribuyen mayormente a elevar su nivel de vida en términos reales. Por otra parte, la dinámica del sistema se desenvuelve en el marco de un círculo reducido que incluye sobre todo a las minorías pudientes que representan una demanda efectiva. En consecuencia, el crecimiento económico fincado en el modelo de la sociedad de consumo no contribuye al desarrollo equilibrado de nuestras sociedades y si, en cambio, tiende a agravar la situación de las grandes mayorías. En otros sectores, las compañías monopolistas reagrupan a las empresas, organizan cadenas de hoteles o de grandes almacenes para extraer beneficios. Luego, claro es, deben controlar la publicidad, las informaciones, los periódicos y, sobre todo, los medios audiovisuales, tan poderosos para el condicionamiento de la opinión pública: radio y televisión. Controlan entonces el mercado interno, crean las necesidades, los comportamientos, los conceptos, y condicionan en fin a un pueblo enteramente automatizado, uniformado, homogéneo, incapaz de pensar por si mismo, encadenado por necesidades creadas de principio a fin; pueblo de todas maneras maleable, enajenable ante el beneficio y la expansión, sometido, amante del orden, sin agitaciones, pero también sin horizontes. La programación controla la producción, los precios, la literatura y las ideas, mientras el poder que la detenta y aplica no se propone otros objetivos que su eficacia y su propia consolidación. Así, el trabajador está acuciado por una nueva servidumbre, por los medios de difusión en masa, a menudo obsesivos; la publicidad y la propaganda modelan su espíritu obligándolo a un consumo forzado. Por esto, es necesario que el trabajador forme parte de un medio que lejos de ahogarlo, suscite en él las necesidades de elegir, la necesidad de cultura y de una recreación sana. Debe tomarse en consideración el agravante de que la competencia entre los diversos sectores del Capital monopólico obliga, alas grandes trasnacionales, a bajar continuamente el precio de la mano de obra como asunto de pervivencia, de expansión y de maximización de ganancias, y de poder político. Se puede decir entonces que, desde el punto de vista del capital monopólico, el desempleo, la pobreza y el hambre, siguen siendo un requisito previo necesario para sus ganancias -o sea la reproducción del propio sistema-, y que su solución debe seguir siendo un problema marginal, excepto cuando se ve comprometida su estabilidad y su reproducción. En la República Mexicana, el problema de la alimentación es considerado como grave por el hecho de que el 30% de la población tiene una ingesta alimentaría en el nivel de subsistencia, y cerca del 55% del total ha desarrollado una adaptación a la subnutrición crónica. La mitad de los mexicanos carece de los “recursos económicos, sociales y culturales para consumir una dieta variada y completa, de acuerdo con las estimaciones del doctor Adolfo Chávez, Jefe de la División de Nutrición. Asimismo, el jefe de estudios económicos de la misma institución, Lic. Ramírez Hernández, afirma que el 15% de los mexicanos consume la mitad de la producción nacional de alimentos, reflejando los tremendos contrastes existentes entre los distintos estratos socioeconómicos que conforman nuestra sociedad”. Esta situación se agrava aún más por los niveles de dependencia tan marcados que tiene el país en el renglón de alimentos procesados. Un análisis de la participación de la industria trasnacional en la producción de alimentos procesados, muestra que es del 100% en leche evaporada, condensada y en polvo; 95% en cereales; 85% en productos enlatados; 75% en la industria chocolatera; 100% en alimentos infantiles; 95% en saborizantes y aditivos para alimentos, y 90% en la industria de alimentos balanceados. En otras palabras, la inversión extranjera se ha concentrado en los renglones más rentables y estratégicos y, como consecuencia, la industria alimentaria internacional está en posición, y de hecho lo practica, de controlar los precios de la materia prima y de los productos terminados. Actualmente, no se está en posición de ser optimistas con respecto a la demanda futura de alimentos -utilizando aquí el término en el sentido de demanda efectiva, o sea la demanda de alimentos basada en la capacidad de compra-, dentro del sistema dominante del país, que es el capitalismo dependiente o subdesarrollado. El deterioro de la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora es cada vez mayor. El derroche de todo tipo de recursos, la enorme deuda externa, la incapacidad administrativa, la polarización de la riqueza en una reducida clase privilegiada, el saqueo y la descapitalización del país, hace que la espiral inflacionaria incida y flagele en especial a las clases populares. La inflación, de acuerdo con Alonso Aguilar, “no es un asunto meramente académico. Consistiendo esencialmente en un proceso que determina el alza persistente y generalizada de los precios, importa a todos, y en particular a los trabajadores, a quienes despoja de una substancial proporción de la ya mermada parte que la explotación capitalista les deja del fruto de su esfuerzo. Aunque los precios son un signo monetario, a ellos subyacen valores y relaciones sociales que rebasan con mucho la órbita monetaria y aun el ámbito de la circulación, el cambio y el mercado. La inflación no es siquiera un fenómeno solamente económico, es un problema político y una expresión de la lucha de clases”. Para la producción de alimentos básicos, en 1985 se producían en el mundo más de mil toneladas de herbicidas y plaguicidas, el 97% de los cuales se produjo en los países capitalistas industrializados. Mediante una enorme cadena de filiales y subsidiarias, grandes compañías como la Dow, Shell, Ciba-Geigy, Bayer, Dupont y Union Carbide, por citar sólo algunas, vendían a los países del Tercer Mundo el 20% de su producción, especialmente aquellas substancias que han sido prohibidas en los países desarrollados por su carácter cancerígeno, esterilizante, neurítico y generador de enfermedades congénitas. Estos productos son utilizados sin precauciones en los países subdesarrollados, por lo que la contaminación ha dañado tanto al ambiente natural como al organismo humano. Es así como la leche de vaca en Guatemala tiene 90 veces más DDT que en los Estados Unidos; los habitantes de El Salvador y Guatemala tienen 31 veces más DDT en la sangre que los norteamericanos y, según la Organización Mundial de la Salud, 500 mil personas al año sufren intoxicaciones por pesticidas, de los cuales 5 mil casos son fatales. Por otra parte, ampliando la disertación diremos que la idea de agrupar a los ciudadanos en un mismo espacio urbano, según sus ocupaciones, así como la de erigir la plaza como centro de reunión donde es posible discutir los problemas que atañen a los habitantes de una ciudad, son muy antiguas. “La urbe —afirmó Ortega y Gasset— es, ante todo esto: plazuela, ágora, lugar para la conversación, la disputa, la elocuencia, la política.” Esta tradición de considerar a la ciudad alrededor de un núcleo o espacio abierto llega a caracterizar a la civitas latina y a la polis griega, y este punto central simboliza la sugestiva inclinación de los antiguos a comunicarse, a participar. En las ciudades actuales la unidad de los ciudadanos se logra mediante los medios masivos de comunicación, a través de otros conductos y de ciertas medidas estratégicas no menos operativas, una de las cuales sin lugar a duda, son los anuncios. En general, los que se hallan en el extremo de un transmisor, en el proceso de comunicación para las masas, no ven a su público. Es tan enorme éste, que la diferenciación entre los gustos personales o de grupo se ve gravemente limitada -varios canales de televisión, incluso muchos, nunca serán capaces de satisfacer la variedad de necesidades estéticas que se encuentran en una compleja sociedad moderna- y, por consiguiente, los mensajes deben simplificarse hasta el punto en que todo el mundo pueda comprenderlos. Los medios de comunicación tienen que tratar a la gente como masa, por estratificada y culturalmente diferenciada que sea una sociedad. Por lo tanto, el comunicador busca invariablemente el denominador común inferior en un programa general, un espectáculo comercial, o un llamamiento propagandístico. Hallar temas accesibles a todo el mundo a través de las bases de diferenciación sociales, económicas, regionales, ocupacionales e individuales. La vida es vivida por los individuos, pero los custodios de la cultura colectiva se ven forzados a ignorar la mayor parte de las diferencias. Con ciertas importantes matizaciones, su universo es indiferenciado. Los temas y personajes que presentan deben ensancharse, hacerse toscos y vulgares. La originalidad de un tema, de un personaje o de un mensaje había más que obstaculizar el camino de la aceptación de los distintos estratos de clase. La baja calidad del contenido cultural es, por lo tanto, el resultado directo de la misma estructura de los medios tecnológicos de comunicación cultural. La cultura de masa depende totalmente de un vasto aparato de dispositivos técnicos y es por ello esencialmente una industria, la “industria de la cultura”, que genera el más rígido e inhumano de los estilos, la expresión inanimada del espíritu humano. Antonio Gramsci estableció como fenómenos paralelos, la lucha de clases y la lucha de culturas, y nos habla de las culturas hegemónicas y de las culturas subalternas. La ideología es la conciencia de las clases explotadoras expresada bajo la forma de un todo estructurado por los exponentes más lúcidos de dichas clases sociales, y transpuesta al resto de la sociedad bajo la forma de un sistema de ideas, que asegura la cohesión de los individuos en el contexto de la explotación de clase. La ideología no solamente es la manifestación práctica y teórica de una falsa conciencia; un aspecto interno de todo sistema ideológico, y que permite comprender la relación entre las ideas y los mecanismos de explotación que conducen a la enajenación. Marx indicaba en su obra El Capital que: “la riqueza en las sociedades donde impera el modo de producción capitalista, se anuncia como una inmensa acumulación de mercancías. La mercancía es primero un objeto exterior, una cosa que, por sus propiedades, satisface necesidades humanas de cualquier especie. Que dichas necesidades tengan por origen el estómago o la fantasía, su naturaleza no cambia en nada el asunto.” En el universo de consumidores y propaganda, donde los medios masivos forjan y modelan nuestros reflejos condicionados, en esta sociedad neopaoloviana de: vea, oiga, pruebe, coma, fume, beba, tome, sea, acepte, aproveche, aplauda, admita, compre, apoye, vista, censure, adquiera y vuelva a comprar. En este universo de pasiones populares de primer rango, lo que falta es la posibilidad de elección ante una imposición de necesidades ficticias. Por otra parte, es evidente que los pueblos dominantes no únicamente imponen su dominio económico, político y social, sino que incluyen generalmente la aceptación de sus patrones de belleza. Es claro que la conciencia estética, el sentido de la belleza no es algo innato o biológico, sino que surge histórica y socialmente tomando como base la actividad práctica material que, a su vez, es condicionada por la estructura social con todas sus implicaciones. Es evidente, también, que la belleza no es atributo de un ser universal, sino que es otorgada por el hombre, tanto a los objetos como a los seres de la naturaleza. No se debe pasar por alto que la mujer es parte importante del eje del aparato ideológico del estado que constituye la familia. En la sociedad de consumo actual, la mujer citadina juega un papel importante por la influencia que tiene en el destino del gasto familiar. Esta función económica de la mujer subraya las responsabilidades supuestamente propias de su sexo y como participante en la posición familiar. La mujer es normalmente estimulada a comprar más que a producir. En los últimos años, la publicidad ha traído como resultado la convergencia de dos ideales: la bella, la mujer a la moda, y la buena ama de casa anclada a la cocina. Cuando la mujer no puede incorporarse al mercado de trabajo, la labor doméstica deberá limitar todas las mercancías básicas, a efecto de ahorrar dinero del gasto familiar y poder adquirir las mercancías que el consumismo designa como necesarias. El encierro de la mujer en el hogar es un elemento permanente de referencia en la orientación de la programación de la propaganda que canaliza su aparato de comunicación masiva. Así, se observa tan alto porcentaje de programación radial y televisiva diaria cuyo objetivo fundamental es producir y satisfacer la demanda del público femenino, sometiendo estos grupos a pautas culturales que legitiman el encierro de la vida doméstica, convenciéndole de la necesidad de introducir en la dieta alimentaria productos elaborados que acentúan la desnutrición y la susceptibilidad a enfermedades carenciales. Para el cine, la radio, la televisión, los comics, las fotonovelas, las revistas “femeninas”, las revistas de incitación al éxito, “desnacionalizar” es ver en el nacionalismo un show y en el american way of life un canon. (El uso que hago de palabras en inglés no es, de ninguna manera, reflejo de mi cultura, sino de mi dependencia técnica). Lo norteamericano —símbolo por autonomasia de lo extranjero—, goza de los atributos míticos de la eficacia. El auge de la televisión como medio propagandístico que ofrece, esplendorosamente, una sucesión de bienes inaccesibles a la mayoría de los espectadores; la diferencia entre los bienes reales y los suntuosamente exhibidos, determina una derrota psíquica diaria, y le da fluidez represiva a la publicidad, convirtiéndose, por vía de una cadena de omisiones, en el primer instrumento de sumisión. La televisión es un poder que compite por la hegemonía, por lo menos en dos cuestiones que atañen directamente a la identidad y a la soberanía nacionales: el orden educativo, en su sentido amplio de formación de la conciencia nacional, y el orden patrimonial de la República en el sentido estricto del dominio de la nación sobre el espacio y lo que por él viaja o se trasmite. Como resultado del Foro de Consulta Popular sobre Comunicación Social, 1 se propuso que: El gobierno, en el campo de la comunicación y sobre cualquier otro poder, asuma y haga cumplir los principios del proyecto constitucional. Se afirmó que la identidad nacional es agredida con mensajes uniformadores de las conciencias. Se eviten las tendencias monopólicas y que el Estado retome la rectoría sobre esta materia. El Estado norme y oriente la actividad televisiva para que la nación conozca planes, programas y acciones de gobierno. Se propicien tiempos de televisión para sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales, culturales, profesionales, estudiantiles y ciudadanía en general. El Estado asuma la administración y distribución de señales provenientes del espacio exterior, para revertir a la nación el dominio sobre éstas. Las facultades relativas a la expedición de concesiones y permisos, y de inspección y vigilancia sobre el contenido de las programaciones y de los anuncios publicitarios, las ejerza un solo organismo de la administración federal. Así como es urgente reorientar los contenidos de la programación privada, es igualmente necesario modificar la del Estado. La cultura no es actualmente sino una mercancía que se intenta vender a un público tan amplio como sea posible. De hecho, el mismo público también ha cambiado, pues no es más que una masa de clientes en perspectiva. Los criterios de la transmisión de la cultura son la factibilidad técnica y hasta que punto puede venderse el contenido “cultural”. Así, desaparecen los criterios estéticos, y el éxito se mide sólo mediante el “cálculo del número de compradores potenciales” del producto final. Este cálculo no lo realizan los mismos artistas, guionistas o actores, ni el público, sino una nueva grey, la de los mercaderes de la cultura de masas, sus promotores: hombres de negocios, “artistas comerciales”, técnicos de los medios de comunicación, prospectores de mercados. Estos, a su vez, obedecen sólo las reglas de la economía en lo que se ha dado en llamar la “sociedad de consumo”, que con frecuencia no es más que otro sinónimo de sociedad masa. Toda esta mercantilización supone una completa ruina para la cultura. En un mundo donde aún están lejos de satisfacerse las necesidades primarias de la población, se generan por medio de la publicidad necesidades superfluas, para abrir mercados a nuevos productos. Así, no es la demanda lo que crea la oferta, sino que ésta, presentada de una determinada manera, es capaz de crear la demanda. Con el desarrollo de los medios de difusión, el consumo alcanzó en este siglo niveles insospechados. Tal acto, convertido en un ordenador de los valores, ha venido caracterizando históricamente a nuestras sociedades. Esto entraña la deificación de las cosas, y la alienación del hombre. Los mercaderes de la cultura manipulan las necesidades de la gente para poder vender sus productos. Los empresarios tienen a su disposición una gama sin procedentes de dispositivos y técnicas de persuasión, ninguna de ellas basada abiertamente en la coacción, aunque ésta ciertamente existe. La diversión ejerce una sugestión cierta: los espectáculos de televisión recomiendan indirectamente modas, objetos y modos de comportamiento; lo mismo se puede decir de los anuncios hábilmente colocados en la prensa popular. El doctor Pablo González Casanova, al recibir el Premio Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía 1984, enfatizó que: “La comunicación y la cultura son elementos fundamentales de sobrevivencia nacional. Sin la democratización de la televisión y los medios de masas, es imposible enfrentar la trasnacionalización sistemática del país, la dependencia creciente de las imágenes, de los patrones de consumo, de los ideales de vida, que no sólo nos someten como mexicanos sino como personas. Las universidades e institutos de cultura superior tienen la misión de servir al país y al pueblo en el desarrollo científico, tecnológico y humanístico del más alto nivel y también han de contribuir con otras colectividades nacionales, incluidos los municipios, los sindicatos, los ejidos, a la elaboración de una comunicación y una cultura de masas que busquen la vida y la estética del pueblo y del mundo sin las mediaciones neocoloniales. Concederles los más amplios recursos y medios para encauzar las tareas de comunicación y cultura, constituye una prioridad nacional.” La experiencia cotidiana permite probar que no se educa a las colectividades censurando, restringiendo o prohibiéndoles el conocimiento de productos nocivos para su desarrollo, sino por el contrario, promoviendo el conocimiento crítico de los mismos. Una sociedad que limita su conocimiento, carece de adecuadas defensas para combatir las agresiones, por no haber sido capaz de escucharlas, analizarlas y rebatirlas; a través de la conciencia plena de lo propio y de lo ajeno. Una sociedad preparada para enfrentar las propuestas -positivas o negativas- de una metrópoli imperialista y autoritaria, será también mucho más apta para afirmarse en su propia realidad, esto es así porque ha sido capaz, o puede serlo, de rechazar los valores adversos, no por ignorancia de los mismos, sino por el conocimiento adecuado que alcanzó acerca de aquéllos. De este modo, una superior capacidad de juicio critico en las grandes masas, no sólo contribuye a una acertada libertad de elección; implica también un estimulo y una obligación para que la producción nacional incremente la calidad de sus mensajes y desarrolle, en suma, una auténtica libertad de expresión y de información. El doctor Ismael Herrera, 2 en atención al documento Fortaleza y debilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México, del rector Jorge Carpizo, enfatiza que: “al colocar el prestigio internacional en la cúspide de los valores se da una respuesta fácil, pero falsa, a un problema que no hemos sido capaces de resolver en forma adecuada: la evaluación de nuestro propio trabajo. Al esperar que el reconocimiento venga de afuera, renunciamos a la difícil tarea de evaluamos a nosotros mismos y todo resulta más sencillo. Esto nos evita tomar conciencia de que en la búsqueda de los caminos sólo contamos con nuestras propias fuerzas. Pero la trascendencia de las implicaciones que esta forma de proceder tiene, es evidente. Perdemos la capacidad para orientar y guiar, como país, nuestro destino científico. También perdemos la capacidad para reconocer y estimular a quienes ponen su talento científico al servicio de la nación.” A veces, ante la inseguridad y falta de conocimiento de nuestros auténticos valores nacionales, se da por hecho que la mirada del extranjero nos alcanza reiterativamente y se empieza a creer que somos charros disolutos o indios tristes, imágenes deformes y falsas del mexicano, que son como un reflejo de la pantalla cinematográfica, o en el lienzo de formas, pseudoformas de vida arrancadas a rutinas turísticas por algún director cinematográfico o por la superficialidad de algún pintor comercial de gabinete. Todo esto es mexican curious, es decir, pura imagen e imaginería de lo mexicano, plasmadas desde un punto de vista extraño, es la imagen vulgar de nuestro “ser para otros” que nos convierte en un objeto de contemplación. En el mensaje póstumo de Lázaro Cárdenas a las fuerzas revolucionarias de México, en octubre de 1970, apuntaba: “Más grave aun que la penetración consecuencia de que para consolidar su posición extiende su influencia, como la mala hierba, hasta los centros e instituciones de cultura superior, pugnando por orientar en su servicio la enseñanza y la investigación; y, asimismo, se introduce en las empresas que manejan los medios de información y comunicación, infiltrando ideas y normas de conducta tendientes a desnaturalizar la mentalidad, la idiosincrasia, los gustos y las costumbres nacionales y a convertir a los mexicanos en fáciles presas de la filosofía y las ambiciones del imperialismo norteamericano.” El pesimismo ante la cultura nacional es una consecuencia del vacío de valores de nuestro sistema social y de la pérdida de un proyecto nacional capaz de incitar la adhesión colectiva. Ese vacío impide oponer un obstáculo a la influencia avasalladora de formas culturales, que responden al modo de vida de las clases sociales medias norteamericanas, fomentada con deleite por los grupos económicamente dominantes, situados tanto dentro como fuera del aparato de gobierno. No contentos con hipotecar nuestra economía, muchos de ellos se encargan de hipotecar nuestra cultura. Si el desvío de una cultura nacional por parte de los jóvenes puede ser renovador, por crítico, el servilismo cultural de esos grupos privilegiados no tiene más consecuencia que el descastamiento. “Mientras Europa valora y revalora la obra de sus pensadores, artistas y hombres de ciencia, la obra de los hombres que dan realce a su cultura, potenciando esta obra -dice Leopoldo Zea-,3 nosotros los americanos partimos del prejuicio de que todo lo hecho por nosotros en los mismos campos, sólo es una mala imitación de lo realizado por los europeos o, lo que puede ser peor, un conjunto de disparates y absurdos, producto de nuestra calenturientamente ‘tropical’.” “Nosotros negamos tener nuestros clásicos porque no son semejantes a los clásicos europeos. Nos negamos a tener un pensamiento americano porque no es semejante al europeo. Esto es, nos negamos como cultura tratando de ser eco y sombra de una cultura ajena.” Como geógrafo, no puedo menos que apuntar que, en la actualidad, existen pocas técnicas apropiadas del país, como nuestras selvas. Lo que se ha hecho reiteradamente es implantar algunas tecnologías y estrategias que se emplean en las zonas templadas de otras latitudes. En este proceso se funden a nuestra dependencia científica y cultural, nuestra subordinación económica y política. En la misma forma que antaño venían arquitectos italianos o franceses a construir nuestros edificios públicos y monumentos, ahora se impone la arquitectura ecológica propia de las zonas templadas a nuestras selvas tropicales. Las modificaciones ecológicas producidas por este tipo de explotación, de seguirse extendiendo, pueden conducir a cambios irreversibles que impidan la aplicación de estrategias de desarrolló acordes a la especificidad del trópico. El problema de nuestra cultura no es la afirmación de características que nos distingan frente a los demás pueblos, el problema de nuestra cultura es el logro de la autenticidad. Signos de autenticidad son la autonomía del pensamiento y su congruencia con nuestros intereses y necesidades reales. Lo que amenaza la autonomía de una cultura no son las ideas de otros hombres, sino la manipulación de las mentes por una cultura de consumo, al servicio de intereses particulares, sean comerciales, o políticos, sean internos o externos a nuestras fronteras. La lucha contra la enajenación cultural no consiste en la afirmación de nuestras peculiaridades, sino en el ejercicio de un pensamiento libre y riguroso, en el examen crítico de todo dogmatismo, en la desmitificación de toda ideología al servicio de intereses particulares. Lo que se opone a una cultura congruente con nuestra vida real, por otra parte, no es la atención de actividades y valores originados en otras sociedades, sino el desprecio o la ignorancia de los intereses y necesidades reales de las comunidades a que pertenecemos. Lo que atenta contra la veracidad de las expresiones culturales es la corrupción del lenguaje, la mentira convertida en práctica cotidiana, tanto en la propaganda comercial como en el discurso del lenguaje. La cultura es un sistema de signos, y cuando éstos se usan sistemáticamente para ocultar y disfrazar, no puede haber cultura auténtica. La búsqueda de la autenticidad implica la adecuación de la cultura a las necesidades de la propia comunidad, más allá de los intereses particulares de grupos privilegiados. No se ha respetado la variedad cultural, la soberanía y el derecho de autodeterminación de las naciones. Esto ha ocurrido en dos planos: por un lado, se violenta nuestra cultura nacional, al importar indiscriminadamente productos y modelos educativos que responden a las necesidades y características culturales de otros países, frecuentemente inscritos en proyectos de dominación imperial; por otro lado, a manera de colonialismo interno, los mensajes educativos se diseñan y producen en el centro del país y se difunden e imponen a todas las regiones de la nación, en abierto atropello a la variedad cultural. Ambas situaciones, igualmente condenables, responden a la tendencia histórica de los medios en el capitalismo a homogeneizar violentamente hábitos, valores y costumbres de las diversas naciones, culturas y grupos, en beneficio del modelo trasnacional de acumulación de capital. Recogiendo algunos de los pensamientos que sirvieron de antecedentes ideológicos a la Revolución iniciada en 1910, Justo Sierra4 expresó ese mismo año en su discurso inaugural en la Universidad Nacional de México lo siguiente: “No, no será la Universidad una persona destinada a no separar los ojos del telescopio o del microscopio, aunque en tomo de ella una nación entera se desorganice... al contrario, realizando su obra inmensa de cultura y de atracción de todas las energías de la República aptas para la labor científica, es como nuestra institución universitaria merecerá el epíteto de nacional que el legislador le ha dado; a ella toca demostrar que nuestra personalidad tiene raíces indestructibles en la naturaleza de nuestra historia. . . Para que no sea sólo mexicana, sino humana, la Universidad no podrá olvidar, a riesgo de consumir sin renovarlo, el aceite de su lámpara, que le será necesario vivir en intima conexión con el movimiento de la cultura general; que sus métodos, que sus investigaciones, que sus conclusiones no podrán adquirir valor definitivo mientras no hayan sido probados en la piedra de toque de la investigación científica que realiza nuestra época, principalmente por medio de las universidades. .. La acción educadora de la Universidad resultará entonces de su acción científica. . . pero sin olvidar nunca que toda contemplación debe ser el preámbulo de la acción; que no es licito al universitario pensar exclusivamente para si mismo, y que si se pueden olvidar en las puertas del laboratorio al espíritu y a la materia, como Claude Bernard decía, no podemos moralmente olvidarnos nunca ni de la humanidad ni de la patria…” Sin discusión, como universitarios, somos depositarios de una gran responsabilidad social: procurar los elementos que nos permitan alcanzar la independencia científica, cultural y tecnológica del país. Miguel León-Portilla5 enfatiza que: “la conciencia que tuvieron los antiguos mexicanos de un legado cultural, mantiene nuevas formas de sentido de nuestro propio tiempo. Al igual que en el caso del hombre indígena, también nosotros vemos hoy amenazada de múltiples formas nuestra herencia de arte y de cultura. ¿No podemos afirmar que también nosotros estamos en posesión de una toltecáyotl? Abarca ésta distintos legados, entre ellos precisamente el de las culturas mesoamericanas. Volviendo la mirada a ese pasado, que de muchas formas sobrevive, tiempo es ya de recordar la lección y el mensaje de los antecesores nativos. Trauma y peligro de perder rostro y corazón, sería mantener indefenso el patrimonio cultural: topializ, “lo que es posesión nuestra, lo que debemos preservar”. NOTAS 1 SPP: Planeación Democrática, México. Junio de 1983. 2 Ismael Herrera: El nacionalismo científico, Documento mimeografiado. México, 1986. p. 10. 3 Leopoldo Zea: América como conciencia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México, 1983, pp. 9-11. 4 Cit. Martín Luis Guzmán: Escuelas laicas, textos y documento, Empresas Editoriales, México, 1948, p. 237. 5 Miguel León-Portilla: Toltecáyotl. Aspectos de la cultura náhuatl, Fondo de Cultura Económica, México, 1980. p. 35.