perfiles e historias

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V I DA
E L NORT E - Domingo 28 de Mayo del 2006
PERFILES E HISTORIAS
perfi[email protected]
Claudia Susana Flores
Editora: Rosa Linda González
d Con ocho décadas de edad y más de 65 años de labor profesional, Nancy Sosa es la decana de la fotografía regiomontana y dueña de un estilo que cualquiera identifica. Ha pensado en dejarle su estudio a su hija, también fotógrafa, pero se resiste.
d El estudio de Nancy
Sosa ha sido obligado
para los que quisieron
inmortalizar su amor o la
inocencia infantil
Daniel de la Fuente
“Soy Sosa, de la familia Sosa de Monterrey”, suele presentarse Nancy
cuando alguien, sin saber de su estirpe, pregunta en torno a su apellido.
Sus 80 años no han atemperado
su ánimo: es la misma joven que disfrutaba mirar el atardecer desde el
centro de la ciudad y las fotografías
que hacía su padre, el pionero Mario Sosa, o escuchar por horas la radio, sentada en una mecedora.
” “¡Ay, Nancy!”, dice que bromeaban familiares y amigos. “Eres una
soñadora. ¡La soñadora de Nancy!”.
“Es que todavía me encanta pasarme horas viendo lo que me gusta”,
explica la mujer, menuda y con gracia.
No aparenta ser octogenaria.
“De chica me encantaba mirar las
amapolas del Palacio Federal, los cerros nublados. Iba caminando por la
calle y si descubría algo decía ‘espérate, déjame ver… ¡Es hermoso!’. No
escatimo en lo que me agrada”.
De allí que, por herencia, pero
también por una formación estética, haya educado su ojo. Hoy, a toda
chica le encuentra el atractivo; a todo hombre, lo apuesto. Todo niño es
hermoso para ella, decana de la fotografía y dueña de un estilo que, todo
lo indica, desaparecerá con ella.
Lo comprueban sus retratos, en
los que gente que tuvo derroteros
distintos y donde ninguno se parece a otro, rica o pobre, reta al tiempo
con el mejor perfil, el más tierno gesto, gracias a la confianza que infunde
Nancy para lograr imágenes que hablan de trascender en el tiempo.
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Siguiendo la recomendación de su
padre, el estudio de Nancy está al
lado del chalet en que vive desde
1968, en la Colonia María Luisa.
Un escritorio austero, en el que
sobresalen una lámpara fina y portarretratos, está al centro del recibidor del estudio, decorado con fotos recientes y otras antiguas, en las
que ellos se ven gallardos y ellas delicadas. Al inconfundible estilo de
los Sosa.
Los viejos hermanos Sosa, originarios de Durango, vienen de un árbol genealógico en el que al parecer
no hay fotógrafos. Miembros de una
familia acomodada, con la Revolución
perdieron todo y viajaron al norte.
Según Humberto, hermano de
Nancy e impresor suyo de toda la vida, la persona que les enseñó a asumir
por oficio la fotografía fue uno de los
cuñados, Alfonso Sánchez, en Saltillo,
a donde fueron a parar todos.
Con el tiempo, uno se quedó en
Torreón, otra en Saltillo, uno más en
Ciudad Juárez y Mario, padre de
Nancy y nacido con el Siglo 20, llegó después de 1915 a un Monterrey
donde ya habían hecho nombre Isauro Villarreal García, los hermanos Lagrange, Jesús R. Sandoval, Eugenio
Espino-Barros y Alberto Flores.
Este último tuvo como maestro a
La dama
de la
lente
títulos en otro local que tenía junto al
suyo: Estudio México”.
Era feliz, hasta que un día Jesús
Figueroa, un hombre al que conoció
desde que ella tenía 14 años, le propuso matrimonio tras estudiar él medicina. Fue el único amor en su vida,
cuenta. Se casó con él a los 19 años.
“¿Qué tonta, verdad?”, pregunta y
suelta una carcajada de tristeza.
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d Una pequeña capturada por Nancy en
su mejor momento… con la firma, abajo a
la derecha, que le da un valor único.
d Familias de abolengo y miembros de
comunidades humildes han pisado el
estudio de la fotógrafa.
Mauricio Yáñez, el mismo que completó la instrucción de Sosa.
Roberto Ortiz Giacomán, fotógrafo e investigador, afirma que aunque hay ejemplos de familias que, generación tras otra, destacan en la fotografía, ninguna como la Sosa.
“Esa familia y sus ramificaciones
en todo el noreste son un ejemplo
único por su consistencia, que cubre
todo el Siglo 20 y van con fuerza hacia el Siglo 21”, afirma en referencia
a los hijos y nietos que les siguen los
pasos a los primeros integrantes.
Mario se casó en 1920 con Mona,
vecina de Apodaca. Del matrimonio
nacieron Mario, Nancy, Humberto y
Lily, todos dedicados a la fotografía.
“Después de trabajar con el maestro Yáñez, papá abrió cerca de los 19
años su primer local por la calle Escobedo y 5 de Mayo”, cuenta Nancy
con maneras y tonos de actriz de cine
clásico. Su hablar es veloz y prefiere
el vos por segunda persona.
“Recuerdo que papá solía levantarse muy temprano, abrir su estudio,
poner la cámara. Y como era tan alegre, pronto se llenó de clientes como
el general Almazán, Arturo B. de la
Garza, Bonifacio Salinas”.
Nacida en Monterrey en 1926, de
niña Nancy temía a aquel primer estudio, oscuro y lúgubre, aunque persistía en curiosear a través de las rendijas el ir y venir de su padre.
“Hay que educar la mirada” y “la
luz natural no se compara con nada”
eran frases que Nancy le escuchaba
a su padre, en tanto le ordenaba a su
asistente, Abdón Villaseñor, que recorriera con un palo las franelas en
los vidrios mellados para controlar
el paso del sol.
La fotógrafa cuenta que disfrutó
más los siguientes locales de su padre,
ubicados en Ocampo, entre Zaragoza y Zuazua, y el de Zaragoza entre
5 y 15 de Mayo.
“Crecí en esas galerías, extasiada,
llenas de retratos por todas partes”,
comenta, nostálgica. “Siempre vivimos entre fondos, cámaras, luces y en
espera del cliente, por eso desde chica entendí que lo mío era la fotografía, no la escuela, porque a mí lo que
me gustaba era la vida, el trato con la
gente, la magia de la foto.
Apasionada, Nancy hace una
pausa. Se pregunta en voz alta en
torno a esa magia que alude.
“¡Es todo lo mío!”, concluye. “¡Esa
magia soy yo, es lo mío, es lo que me
hace ser. Yo!”.
En sexto año persistió tanto en
la indisciplina que la expulsaron. Su
padre no tuvo otra que permitir que
le ayudara en el estudio.
“Empecé ayudando aquí y allá,
pero formalmente no fue sino hasta
que papá me pidió, como a los 14 ó 15
años, tomar fotos para credenciales y
No han sido pocas las veces en
que, frente a la cámara, ante la
familia o los novios, Nancy sonríe, aunque por dentro la tristeza la
inunde. Por mucho tiempo, el tema
del matrimonio le provocaba esto
último.
Recién casados, Jesús llevó a
Nancy a vivir a Mexicali, a un ejido
en el que no había atractivos. Dejó su
gran pasión, la fotografía, por otra entonces más intensa: el amor.
“Me casé enamorada”, cuenta.
“Dormida, lo amaba. Lo quería tanto. Pero él no aceptó la foto, era celoso. Alguna vez le pregunté cómo era
Caléxico y si podía ir a retratar allá.
‘¿No te lleno yo?’, me cuestionó. Luego, me dijo que no quería ver ninguna cámara en la casa. ‘No te preocupes’, le dije, ‘no la verás’”.
Pronto vinieron los hijos, pero
Nancy se las ingeniaba para no dejar
la fotografía. A escondidas, tomaba
retratos, iba de un lado a otro. Pero él
no tardaba mucho en descubrirla.
Un día, sin embargo, Jesús decidió tomar un nuevo camino. Decepcionada, con su mundo conocido venido al suelo, Nancy volvió a Monterrey en 1960, año que murió su padre,
con demasiados recuerdos, maletas
y cinco hijos a los que, pese a todo,
brindó educación.
“Mario, mi hermano, que fue el
más conocido de los cuatro, me recibió como si yo hubiera sido soltera. Con el dolor por la separación y
la muerte de mi padre, que aún me
duele, me puse a trabajar como loca
en el estudio de mi hermano”.
Fue él quien, con el tiempo, le
ayudó a abrir en 1968 su casa-estudio en la Colonia María Luisa. Desde
entonces, Nancy comenzó a consolidar su prestigio y desarrollar un estilo propio, al punto de que se encuentra con parejas a las que capturó con
la lente al casarse y que hoy vuelven
para su foto de las bodas de oro.
Lo mismo hombres y mujeres,
hoy adultos, a los que plasmó de bebés o en su primera comunión.
Un cliente a lo largo del tiempo
ha sido el ex Alcalde César Lazo Hinojosa, quien junto a su esposa, Nohemí, se tomó las fotos del 15, 25 y 35
aniversario de matrimonio en el estudio de Nancy. Pronto serán el 50.
“De casados nos tocó Mario, pero
con el tiempo hicimos una profunda
amistad con ella y nos ha tomado en
los aniversarios, y también en las bodas de nuestros hijos y primeras comuniones”, cuenta César. “Ha estado
en toda la historia familiar, tratándonos con cariño. Incluso firma como
testigo en nuestras ceremonias”.
El ex funcionario explica que
Nancy disfruta tanto su arte, que
cuando los clientes llegan, ya sabe
qué hacer.
“Es fotógrafa por naturaleza, una
artista”.
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Al interior del estudio, en el espacio dedicado para las fotos
grupales, de matrimonios o individuales, entre cortinas negras descansa la pequeña cámara suiza Hasselblad, a la que soporta un tripié de
madera y rueditas, y en la que Nancy coloca sus lentes favoritos de 90 y
120 milímetros.
El ambiente del negocio, dice,
viene del estilo de estudio que tenía
el padre, lleno de retratos retocados
por el especialista de cabecera y cuyo nombre era el mismo del conquistador, Hernán Cortés.
Lily Figueroa Sosa, hija de Nancy
y quien le ha acompañado desde 1974,
explica que su mamá prefiere más
jardines e interiores de casas particulares, que las lonas pintadas al óleo
del estudio, las cuales sustituyeron al
tapiz proveniente de Nueva York.
“No tienes idea de lo que se emociona cuando encuentra en las residencias los rincones perfectos para
los clientes”, cuenta Lily. “Hemos tomado fotos en salas y jardines, en cocinas y hasta en baños,”.
Lily destaca cómo su madre se
“adueña” del cliente y le hace vivir en
cada sesión un rato inolvidable.
“Me acuerdo de las parejas de hace años, que llegaban nerviosísimas
porque algunas ni se conocían bien.
Las novias llegaban hasta llorando
de los nervios y mamá las hacía sentir únicas y felices, porque tiene una
extraña capacidad de adueñarse de la
gente, de hacerle sentir plena”.
Y es que Nancy trata igual a los
“familiones” de los municipios rurales,
que son los que pagan de inmediato y
en efectivo, hasta a los grandes millonarios, muchos de los cuales pagan a
cuentagotas y en cheques.
“No hago distinción. Digo, ‘si tienes el cuerpo a todo dar, qué suave’,
pero si está gordita vamos a hacer
que se vea menos llenita. Basta una
postura, un velo. Lo de las poses se da
solo, nadie me lo enseñó a mí”.
Si la clienta externa dudas, Nancy
convence: “No somos perfectas, pero
eres linda, tú lo sabes, tienes lo tuyo.
¿Verdad que lo tienes?”. O les dice que
ya quisiera su espalda, su mirada. Así,
logro la sonrisa espontánea.
Si el novio es serio, también logra sacarles la sonrisa. “Lo felicito”,
les dice a ellos. “Tiene usted una novia linda. Y usted es serio, ¿verdad?
Muy bien. Me gustan las personas serias. Son las que triunfan”.
Esto se debe, afirma Humberto,
su hermano, a la personalidad entusiasta e imparable de Nancy.
“Ella puede reventar en un momento y al día siguiente cambia todo.
Es explosiva, inquieta, habla mucho
con sus clientes. Les habla como cubana, como española. No la paras”.
Por supuesto, agrega Nancy, le
ha tocado ver pleitos de novios en
plena sesión, futuros esposos plantados. Incluso ha tenido que fungir de
mediadora.
También ha vivido malentendidos y tragos amargos. Alguna vez, de
manera inconsciente, elogió la belleza de una niña acompañada por sus
padres, una pareja joven. ‘¡Qué linda
eres!’, le dije. ‘Te pareces mucho a tu
papá’. Y en eso se acerca la mamá y
me dice, bajito: ‘qué linda manera de
coquetearle a mi marido’. Tuve que
decirles que se habían equivocado
de estudio, que se fueran”.
Nancy es transparente como el
agua. Dice lo que piensa. Si el peinado o el vestido de la chica no le parecen, se resiste a fotografiar y pide cortésmente volver con un cambio.
Humberto reconoce las características de sus hermanos: de Mario, el
único fallecido, un tono formal, buena técnica; de Lily, dedicada sólo a niños, paciencia y colorido, pero Nancy
le da la mejor impresión.
“Todos tienen talento, pero Nancy supo expresarse mejor porque con
sus alumbrados, sus posiciones, interpreta los sentimientos. Tiene feeling,
saca lo mejor, lo más bello”.
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Ortiz Giacomán refiere una sola mujer en una vieja sociedad
fotográfica de 1907: Inocencia
Díaz. Y es que, aclara, en la primera mitad del Siglo 20 no abundaba la
presencia femenina relacionada con
las cámaras.
“Nancy es importante, porque es
de las pocas de esos días”, explica.
“Conoce la habilidad que da el tiempo dedicado a un género, esto es, la
experiencia de encontrar el ángulo apropiado, despertar la expresión
adecuada. Sólo los Sosa destacaron
en el retrato de ese estilo”.
De las personas que le ha impactado retratar por su porte, cuenta Nancy, están Roberto G. Sada, Jorge Sada Gómez y su esposa, María, y
Eugenio Garza Lagüera.
“Lo tomé cuando se parecía a
Sean Connery”, ríe. “Pero igual he
tomado a la gente sencilla del campo.
Una vez fui a una boda en el municipio de China y le pedí al señor que
se pusiera como si montara a caballo.
Para cuando volteé el tipo ya estaba
montado ¡arriba de la esposa!”.
Si Nancy se resiste a lo digital,
a la que no encuentra chiste ni reto, Lily explica que su madre tiene
por principal miedo dejar la fotografía. Para ella, agrega, retirarse en vida es morir.
“Tiene como la idea de morir haciendo lo que más ama, sus fotografías”.
Nancy ha pensado en dejarle al
fin el estudio a su hija, fotógrafa de
calidad como ella. Pero se resiste.
“Es que todavía siento”, se justifica, casi apenada. “Cuando deje
de sentir dejo la foto, pero… ¡todavía siento!”.
Soñadora hasta el fin, Nancy simplemente no se ha cansado de mirar.
Cuando así sea, la tela oscura cubrirá entonces la vieja cámara Hasselblad, y también una parte de la historia regiomontana.
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