Tusell, Javier (1990): Franco y los católicos. La

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Date : 2008.03.27 13:17:11
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Tusell, Javier (1990): Franco y los católicos. La política interior española entre
1945 y 1957. Madrid, Alianza Universidad.
RESEÑA de
© Javier Valera Bernal
1. PARTE INFORMATIVA
1.1.
Ficha bibliográfica: Tusell, Javier, “Franco y los católicos. La
política interior española entre 1945 y 1957”. 461 páginas,
editorial Alianza Universidad, Madrid, 1990, género ensayo
histórico, presenta índice, prefacio, bibliografía, índice de
nombres y notas sobre las fuentes.
1.2.
Estructura del libro: resumen ordenado de los capítulos
INTRODUCCIÓN: Franquismo y catolicismo: la crisis de 1945
1. El franquismo y los católicos (1936-1945)
2. La crisis de julio de 1945
PRIMERA PARTE: Transformación política, aislamiento exterior, Monarquía
(1945-1951)
1. El programa político de Martín Artajo
2. El fracaso del programa de transformación
3. El “gran argumento”: la defensa católica del régimen de Franco
4. La cuestión monárquica (1945-1947)
5. Colaboracionistas versus antifranquistas (1947-1951)
6. El control de prensa (1946-1951)
7. Primeros conflictos con la Acción Católica Obrera
8. La crisis de 1951
SEGUNDA PARTE: “Proyecto Catedral”: la gestación del Concordato de 1953
1. Ruiz Jiménez, en Roma. El primer proyecto de Concordato
2. Castiella, embajador ante la Santa Sede
3. La fase final de la negociación del “Proyecto Catedral”
4. El Concordato de 1953 como símbolo
TERCERA PARTE: En el ápice del franquismo (1951-1956)
1. El grupo “católico” en el franquismo consolidado
2. El enemigo inesperado: la Reforma de las enseñanzas medias
3. La primera apertura (1951-1953)
4. La Iglesia: concordia y conflictos
Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
5. De nuevo, la Prensa
6. La cuestión sindical
7. Hacia la crisis de febrero de 1956
CUARTA PARTE: La batalla de las Leyes Fundamentales de Arrese (1956-1957)
1. Arrese, las Leyes Fundamentales y los católicos
2. Martín Artajo contra Arrese
3. Alternativas de los proyectos. La crisis de 1957
CONCLUSIÓN: Una época de la Historia de España
1.3.
Contenido: breve resumen de lo tratado en los apartados de
estudio.
INTRODUCCIÓN: Franquismo y catolicismo: la crisis de 1945
En esta introducción, Javier Tusell nos centra en el tema de estudio,
hablándonos en primer lugar de varios tipos de catolicismo, el catolicismo
liberal y como excepción más frecuente el catolicismo social popular pero
paternalista, diciendo que “estas dos reacciones resultaron coincidentes en el
tiempo pero incompatibles”. De estas dos posibilidades nacerá el catolicismo
político. El autor se pregunta si existe una peculiaridad española y dice que a lo
largo del primer tercio del siglo fueron repetidas las ocasiones en las que la
colaboración o coincidencia con el catolicismo social y político pudo producir el
principio de un advenimiento de la derecha moderna. En el caso del catolicismo
político español, su trayectoria en las tres primeras décadas del siglo veinte fue
la de una modernización fallida y su experiencia va a circunscribirse a la época
de la Segunda República. El autor de esta movilización fue Ángel Herrera,
inspirador de El Debate.
El presente libro, según plantea el mismo Tusell en sus páginas de
introducción, trata de narrar la colaboración entre Iglesia y Estado, el sentido
del colaboracionismo católico dentro del contexto de nacional-catolicismo, la
relación con la Jefatura del Estado y las alternativas de este sector con
respecto a otras familias del franquismo. El autor pretende llegar a la definición
del papel jugado por uno de los sectores del franquismo y contribuir a su mejor
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
conocimiento y lo hace partiendo de esta experiencia política del periodo
anterior, porque como apunta, “sólo el conocimiento del periodo bélico entre
1936 y 1945 da sentido a lo acontecido a partir del mes de julio de este último
año”.
1. El franquismo y los católicos (1936-1945)
En mayo de 1936 se publicaba el Informe sobre el comunismo en
España, una copia del cual quedó en el archivo de Martín Artajo. De él se
extraía la conclusión de que el peligro no venía del comunismo, sino del
“socialismo sovietizado”, dado que el primero carecía de organizaciones
robustas, si bien su redactor decía que “contra el comunismo hay que luchar en
campos ajenos a la política”, matizándose que lo importante de este documento
es que muestra una actitud no propicia a la conspiración militar ni informada de
ella, posiblemente defendida por representantes del catolicismo político de la
CEDA y otros que quizás rompan con la tendencia, como Serrano Súñer o
Francisco Herrera, que sí sabrían de la conspiración, como Gil Robles. Estos
personajes los define el autor con dos términos: marginación y mimesis. De
algunos de ellos, los que jugaron un papel relevante en los años cuarenta y
cincuenta (José María Gil Robles, Ángel Herrera) habla Tusell en varias
páginas del libro, si bien hace una excepción en los casos de Manuel Giménez
Fernández y Luís Lucía, claramente marginados del antiguo catolicismo político
y social.
Hablar de marginación o de persecución nos lleva a hacerlo también de
mimesis. Para ejemplificar la identificación, el autor elige a Fernando Martín
Sánchez Juliá, presidente de la Asociación Católica de Propagandistas desde
1935 y su vinculación desde un principio a la causa franquista, a la
falangistización del régimen bajo Serrano Súñer, a la identidad nacionalcatólica de todos los sectores que pululaban alrededor de Franco y a la
mentalidad de “cruzada”, incluso apoyada por Gomá. Pero hay que matizar,
porque las relaciones no fueron todo lo sencillas que puedan parecer, hubo
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
choques y tensiones en las relaciones Iglesia-Estado durante la guerra civil y la
mundial, representadas por la “creciente reserva” de Gomá, que desapareció
con la victoria de Franco. Quizás, como apunta Tusell, la razón principal del
alejamiento fue la fascistización del régimen y ese sometimiento al mismo.
Pone ejemplos en los estudiantes católicos y en la Confederación Nacional
Católico Agraria, pero el instrumento principal en el terreno político era la
prensa y Tusell bucea en estas páginas en los avatares de la Editorial Católica
y en los que sufrió el diario El Debate hasta su desmantelamiento.
En este contexto, el autor se detiene a examinar dos casos, el de Ibáñez
Martín y el de José Larraz. El primero, era catedrático de Instituto y persona
vinculada al catolicismo social, ministro de Educación desde 1939 y persona
que desarrolló una importante labor haciendo la Ley de Ordenación
Universitaria, si bien se caracterizó por tratar de “recristianizar” todos los
grados de la enseñanza. No trata Tusell de hacer un estudio de los discursos
de Ibáñez Martín, sino de “testimoniar su perfecta adecuación a las
circunstancias políticas de 1939-1943… hasta el final de sus días”. El caso de
José Larraz es diferente porque se trataba de un técnico en cuestiones
financieras que asumió el ministerio de Hacienda, pero como él mismo
confesaba, no era político, por eso dimitió (parece ser que fue el único caso de
dimisión con Franco). Larraz no conectó con Falange como sí lo hizo Ibáñez
Martín.
¿Cuál fue entonces el verdadero colaboracionismo católico?, ¿De quién
partió? ¿Cuándo se inició? Desde luego no de los ministros antes
mencionados. Tusell repasa1 a las personas que contactaron y colaboraron, fue
tras finalizar la guerra mundial. La respuesta la da el autor enseguida: fue
Martín Artajo, cuando llegó al gobierno en julio de 1945, momento en que se
producen cambios importantes que luego son revisados.
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A partir de la página 36
4
Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Alberto Martín Artajo, aventajado discípulo de Ángel Herrera, redactó
parte de las leyes sociales del primer franquismo y del Fuero de los Españoles.
La guerra civil le “sorprendió desprevenido” -apunta. Como discípulo de
Herrera, Martín Artajo había sido periodista de El Debate en temas sociales. La
razón que movió a Franco a nombrar a Martín Artajo ministro residió en su
papel relevante en el seno de las organizaciones laicas de apostolado. En los
años veinte había sido vicepresidente de la Confederación de Estudiantes
Católicos y había tenido un papel decisivo en llamada “Pax romana”, pero
sobre todo en la reorganización de Acción Católica en el año 1931 en la que
fue nombrado Secretario General y Vicepresidente. Puede decirse que en el
momento de su nombramiento era la cabeza visible del apostolado seglar
español y “la figura más representativa del catolicismo que Franco hubiera
podido elegir para ministro”. Tusell dice que este libro cubre una etapa
caracterizada prácticamente por la época de Martín Artajo.
La figura de Ángel Herrera, fundador de El Debate fue decisiva. El autor
dice de él que su carácter tenaz y emprendedor le dio autoridad y fue la razón
del éxito de sus empresas, porque ilusionaba a quienes le rodeaban. Lo que
interesa recalcar de Herrera es que es mucho más religioso que político,
aunque nunca creyó en las actitudes políticas partidistas. No obstante Herrera
habló de unión, de la necesidad primordial de que los católicos españoles
estuvieran contra la campaña antiespañola que se hacía desde el exterior. Este
cierre de filas implicaba en Herrera una acción positiva de apoyo al Jefe del
Estado. Podemos decir que Herrera se mantuvo entre una defensa del poder
constituido, el deber de colaborar con el poder establecido y por otro lado que
los católicos, en base a sus principios, debían ejercer una crítica constructiva
para el bien común, pero siempre dentro de los cauces señalados por el
Estado. Herrera fue el inspirador ideológico del colaboracionismo y Martín
Artajo su ejecutor pero, para Tusell, faltan dos personajes de relevancia:
Joaquín Ruiz Giménez y Fernando Martín Sánchez Juliá.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Estos
cuatro
personajes
fueron
principales
protagonistas
del
colaboracionismo con el franquismo y lo son también del libro de Tusell. Como
ejemplo de los tiempos iniciales del franquismo, su posición en el seno de la
España de Franco era relevante, pero la situación cambió a partir de la
Segunda Guerra Mundial, en 1943. El abandono del poder por parte de
Serrano Súñer, en noviembre de 1942, tuvo como consecuencia una
marginación parcial del componente más fascista del régimen, la Falange, y el
mayor peso de la derecha conservadora tradicional se identificó con militares
de alta graduación. La crisis de 1945 se fraguó en los últimos meses de 1944,
cuando empieza a “transparentar” el régimen, como lo llama Tusell. El autor
apunta algunos ejemplos del cambio producido: la Asociación Católica
Nacional, Ecclesia, órgano de Acción Católica, en el que Martín Artajo habla de
libertad, de expresión de ideas y de legítima libertad de propaganda. Resultaba
previsible una entrada en el gobierno de ministros del sector católico. Estamos
ante un proceso de desfascistización, el régimen se desliza a partir de esa
crisis hacía el nacional-catolicismo.
2. La crisis de julio de 1945
La crisis que llevó al Ministerio de Asuntos Exteriores a Alberto Martín
Artajo fue larga y complicada y, para Tusell tuvo antecedentes directos a
mediados de marzo de 1945. Las características de la misma, las muestra el
autor en este apartado.
Varios manifiestos y discursos hicieron el principio, el de Lausanne, en el
que D. Juan de Borbón exigía el paso a una monarquía tradicional que el
mismo representaría y el discurso de Fernando Martín Sánchez con motivo de
su homenaje en la Asociación de Propaganditas, en el que habló de la
unanimidad en el momento actual y de la reacción de la nación española con
respecto a su relación con Europa en un momento de finalización de la guerra.
Poco después, hablaba también de la unidad católica.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
En este clima empezó a ajustarse la crisis de julio de 1945. En marzo
empezaron las reuniones de personajes relacionados con los medios católicos
oficiales que tendrían una participación importante en el futuro del régimen,
como Joaquín Ruiz Giménez o Fernando María Castiella y por supuesto Martín
Artajo. Existía la preocupación por ver como Alemania perdía la guerra y la
evolución posterior de la situación internacional. Había que hablar con Franco y
el primer interlocutor fue Martín Artajo. En la conversación, Franco adoptó una
postura de resistencia porque Artajo le pidió la desaparición de los signos
externos que identificaban a España con los ya perdedores de la Guerra
Mundial. Había que evolucionar, pero Franco no estaba dispuesto ni a un
cambio de régimen ni de personas. Otro posible interlocutor era Don Juan de
Borbón, pero resultaba difícil una entrevista. Era importante entonces la figura
de Martín Sánchez, que adquirió un papel relevante en la Organización
Internacional Católica de Estudiantes.
La entrevista entre Martín Artajo y D. Juan de Borbón en la que éste le
dice no tener prisa en relevar a Franco, resulta fundamental, pero como quien
tiene que hacer los cambios de gobierno es Franco, Martín Artajo se entrevista
con él en mayo de 1945, le comenta la conversación con Don Juan, siendo
poco satisfactorio el resultado porque Franco veía en Don Juan sólo un
pretendiente y a la Falange como el mejor de los instrumentos del régimen. Lo
sorprendente es que Franco tenía una idea muy precisa de lo que iba ser el
futuro político del régimen y sus planes se cumplieron en los años inmediatos.
No obstante, apunta Tusell, que es difícil negar la importancia de esa entrevista
que tanto hace prever el posterior destino político de España. Pero para
comprender la totalidad de los factores en juego es necesario hacer aparecer
uno nuevo: la propia posición de la jerarquía eclesiástica, que no tardó en
expresarse mediante una carta pastoral del arzobispo Primado tan sólo dos
semanas después de la conversación entre Franco y Artajo y con ocasión del
fin de la Guerra Mundial. La pastoral era un juicio sobre la Guerra Mundial,
sobre la guerra civil española y un conjunto de consejos para construir la paz
interior y exterior. Se abordaban varias cuestiones, entre ellas el comunismo y
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Rusia, la situación de Polonia, que la paz interna de España se consolide
mediante una cruzada; así se entiende que el Primado colaborara en la
redacción del Fuero de los Españoles y lo votara como procurador.
Mientras
esto
sucedía,
Martín
Artajo
había
seguido
con
sus
conversaciones políticas: con el cardenal Primado, Duque de Alba y Gamero
del Castillo. En junio, Carrero Blanco le comunica a Artajo que va a ser ministro
de Asuntos Exteriores, pero Artajo ve un problema: no es libre porque se debe
a Acción Católica. Carrero le dice que precisamente esa condición es la que se
ha tenido en cuenta para proponerlo en el cargo, es decir, se le quería hacer
ministro por lo que representaba. Esas frases impulsaron a Artajo a pedir
asesoramiento a su amigo Ángel Herrera, al cardenal Primado etc. Artajo
entraría en el gobierno como representante del catolicismo.
El gestor de la crisis fue Carrero, quien dijo a Artajo que Franco estaba
dispuesto a nombrarle y a alguno más de su grupo, pero Martín Artajo puso
condiciones: tener hilo directo con el Jefe del Estado y que el gobierno tuviera
la dirección política y no la Falange. La respuesta de Carrero fue positiva y se
citó entre otros a personas que irían con Martín Artajo como Oriol, Areílza o
Larraz. Martín Artajo trató de sumar colaboradores pero la actitud
abstencionista de ciertas personalidades del catolicismo le afectó seriamente
como también el impacto de los argumentos de quienes le habían hecho ver el
inconveniente de mezclar Acción Católica con la política del régimen. Carrero
prometió a Martín Artajo comunicar a Franco esa preocupación. Merece la
pena tener en cuenta las notas de la conversación mantenida por Martín Artajo
con Ángel Herrera el 15 de julio. El 16 de julio Franco se entrevista con Martín
Artajo, se barajaron nombres propuestos por Artajo como los de la Areílza y
Oriól, entre otros. Definitivamente el 17 de julio, Martín Artajo era ya ministro de
Asuntos Exteriores en todas las previsiones y el desenlace sería, como no, el
18 de julio. El 21 se publicaba en prensa la constitución del nuevo gabinete,
sólo tres días después de la reunión de Postdam, en la que las potencias
ganadoras de la guerra recomiendan a Naciones Unidas la ruptura de
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
relaciones con la España de Franco. Pero lo decisivo era la llegada de Martín
Artajo al cargo de ministro, la prensa católica y la Asociación de
Propagandistas la dieron como algo positivo.
Puede comprobarse cómo se estaba fraguando un ambiente propicio
para identificar régimen y catolicismo. Dice Tusell que Martín Artajo no escribió
nunca con claridad sobre sus intenciones pero sí lo hizo en una carta de
agradecimiento al cardenal Tedeschini, en la que le cuenta el proceso de crisis
política que había llevado a su nombramiento, los consejos que había seguido
y los propósitos que le animaban2. El colaboracionismo de Martín Artajo y de
Ángel Herrera era evidente, la identificación explícita entre el régimen y la
Iglesia Católica lo eran igualmente. Varios documentos, entre ellos uno de Gil
Robles, hacían ver que a finales de 1945 y comienzos de 1946 se había
producido una escisión en el catolicismo político español. Finalmente Tusell
realiza una conclusión del apartado3.
PRIMERA PARTE: Transformación política, aislamiento exterior,
Monarquía (1945-1951)
1. El programa político de Martín Artajo
Si nos preguntamos, como hace Tusell, si había realmente un programa
político tras el acceso al poder de Martín Artajo y en qué consistía, podemos
decir que sí, porque hay un documento fechado el 11 de julio en el que se
habla de tratar de restablecer en España un régimen representativo sin
disminuir la autoridad, advirtiendo sobre la representación individualista, los
partidos políticos y la ilimitada libertad de prensa o de expresión. Los
instrumentos con los que había que abordar esa tarea serían: una monarquía
tradicional, un órgano representativo, otra cámara que represente los intereses
morales de la sociedad española, y una ley de expresión del pensamiento que
defina el justo límite de los derechos del individuo. Aunque hubo otro
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3
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
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documento diferente al que acabamos de comentar, éste no emanaba del
político sino de ciertas organizaciones sindicales.
Martín Artajo, en los primeros meses del poder, parece demostrar querer
un cambio significativo en el régimen político franquista, pero su fórmula de
expresión variaba según el auditorio que la recibía. Varios documentos
presentados por Tusell lo atestiguan. Martín Artajo insistía en que España, por
lo menos en cuanto a posibilidad, tenía una estructura política semejante a la
europea y calificaba la postura española con el exterior como pacífica. Era
evidente la posición de Martín Artajo con respecto a los cambios que había que
producir en el interior y a la imagen que había que dar en el exterior.
2. El fracaso del programa de transformación
El programa de transformación llevado a cabo por Martín Artajo sería
aprobado a fines de 1945 y comienzos de 1946 aunque perdiendo su
coherencia porque una parte del mismo se desvaneció en proyectos
irrealizables. Las reuniones del Consejo de Ministros prueban que al menos se
era consciente de que había que transformar la imagen del régimen en el
exterior y, por lo tanto, se podían aceptar las tesis del ministro de Asuntos
Exteriores.
Hay una fuente para comprobar todo esto: se trata de las notas que
Martín Artajo tomaba en los Consejos de Ministros, pero las notas desaparecen
en 1947 cuando Franco decide que no se tomasen y tampoco que existiesen
actas. A partir de ellas, Tusell construye el apartado centrándose sobre todo en
los Consejos de Ministros y en sus deliberaciones. En los de julio de 1945,
Franco los abría hablando de una nueva etapa y minimizando el peligro de la
situación exterior del régimen, pero centrándose en ganar el mundo católico,
mencionando la necesidad de hacer concesiones no esenciales a la población,
anunciando una convocatoria de elecciones y que la representación del Estado
no recayera en la Falange. Entonces Franco coincidía con Artajo, quien tenía
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
un papel de suma relevancia política en el gabinete. El comienzo era
prometedor para la política interior, pero esta política estaba muy unida a la
exterior y la formación del nuevo gobierno español coincide con la primera
ofensiva exterior en su contra. A comienzos de agosto las grandes potencias
vencedoras de la guerra acuerdan en Postdam solicitar a la ONU el no ingresó
de la España franquista, lo que motivó una protesta del gobierno español. Por
eso, los diplomáticos españoles se esforzaron en presentar a los extranjeros
una imagen de homologación, como apunta Tusell. En los primeros días de
agosto de 1945, Artajo recibe a los principales representantes diplomáticos
destacados en España y el tema de conversación siempre era la evolución
política de España. Todos los diplomáticos se movían entre el escepticismo y la
incredulidad, incluido el portugués. El propósito final de Artajo era la
restauración de la Monarquía porque era conveniencia de España y porque
culminaba el régimen, y además porque borraría los signos de identidad con el
Eje. Insistió Artajo en la reaparición de El Debate, pero estos planteamientos
para el cambio chocaban con otros que pedían continuidad y que el cambio
fuera simplemente un maquillaje. Este era el caso de Félix de Lequerica, que
dirige un escrito a Franco que constituía un ataque directo a Martín Artajo. Pero
mayor influencia que él tenía Carrero Blanco, quien redactó varios informes
para Franco que llegarán a constituir el centro de la postura de éste en el
inmediato futuro. Éstos textos centraban las siguientes cuestiones: sí tenía que
haber evolución, es decir, la pone en duda, no estaba de acuerdo con la
monarquía de Don Juan y sí con una monarquía católica y tradicional, aparte
de otros textos en los que enjuiciaba la actitud de los anglosajones. Era
evidente la diferencia de tono con respecto a Martín Artajo: Carrero quería
aguantar, Artajo insistía en la evolución.
Estos textos fueron remitidos a Franco pero las primeras intervenciones
de éste en los Consejos de Ministros de septiembre seguían dando la
sensación de que una transformación política del Régimen era posible. Franco
siempre iniciaba los consejos con la expresión “ofensiva masónica” e insistía en
que las características del régimen eran distintas y en que era preciso
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
fundamentarlo en lo común al movimiento. Se tomaron varias medidas, una de
ellas a petición de Artajo: la supresión del saludo fascista, con la oposición de
ministros falangistas, así como la emisión de la práctica del culto no católico.
En cuanto al tema electoral hubo una amplia deliberación, las notas de Artajo
dan una buena idea del propósito de la medida que era simplemente asegurar
el carácter administrativo. Todas las medidas iban a ser publicadas en el
Boletín Oficial en el mes de septiembre pero se ratificaba el Fuero de los
españoles como el supremo texto constitucional, incluyendo la sumisión a
referéndum de la cuestión sucesoria, en la que insistió Franco en todo
momento, es decir, planteaba una Ley de Referéndum y posteriormente aplicar
una Ley de Sucesión. Se habló también de medidas de indulto y de legislación
en prensa. Franco pareció apoyar el programa transformador de Artajo pero
había divergencias entre él y el Jefe del Estado en el anuncio de las medidas
políticas, porque Franco quería hablar de ellas lo menos posible. Los
resultados de la reunión del Consejo de Ministros aparecieron en prensa en
octubre y se enviaron a las Cortes los nuevos proyectos de ley pero, como dice
Tusell, “las apariencias no deben engañar al historiador” porque, al lado de
quienes propiciaban una transformación política del régimen, había otros que
planteaban la resistencia, y el más decisivo fue Carrero Blanco. Carrero decía
que la situación exterior se caracterizaba por ataques al régimen y proponía a
Franco acciones basándose en la disyuntiva “Franco o el comunismo” y en
cuanto al tema interior pedía mano dura para quienes no se habían mostrado
demasiado cerca de Franco y para los que habían hecho explícita su adhesión
a Don Juan. En cuanto a las medidas de carácter político, Carrero parecía
aceptarlas pero con meditación, sobre todo las de prensa y referéndum. Lo que
dijo Carrero se llevó a cabo y lo que se sometió a referéndum fue una cuestión
como la Ley de Sucesión, no obstante los intentos de cambio del régimen de
prensa quedaron en nada. Martín Artajo observó cómo crecían sus dificultades
en los Consejos de Ministros y cómo se centraban en otros temas para desviar
la atención de los puntos importantes. Estaba claro que empezaba a
languidecer la voluntad de transformación del régimen, así lo anotaba Artajo en
sus notas con la palabra “alarma”, hasta un texto de Artajo fue recortado por
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Fernández Cuesta. El tema de las elecciones fue abordado de nuevo pero los
ministros falangistas preguntaron el porqué tenía que haber elecciones, pedían
un plebiscito, su triunfo fue arrollador. Estas ofensivas no se llevaban a cabo
únicamente en Consejo de Ministros, sino a través de notas al propio Franco,
como la redactada por el ministro falangista Carlos Rein. Puede decirse que en
este momento Artajo resiste e insiste en plantear a Franco sus propuestas,
pero todo parece indicar que las perspectivas de transformación del régimen
habían caído en crisis. En enero de 1946 se habló de nuevo del tema de las
elecciones, de la renovación de las Cortes, de los tipos de procuradores y de si
se suprimía el Consejo Nacional.
La llegada de Don Juan a Portugal y los apoyos de muchas
personalidades españolas va a contrariar a Franco, favoreciendo una actitud
defensiva a ultranza. Artajo comprueba como Franco no le apoyaba en los
consejos y su apreciación se ratificó en el mes de marzo.
En definitiva, lo curioso es que las medidas propuestas por Martín Artajo
a pesar de su no aplicación en este momento, resucitaron periódicamente a lo
largo del franquismo, eran medidas liberalizadoras, porque según apunta
Tusell, “de haberse aplicado en 1945, lo más probable es que ni hubieran sido
aceptadas por las democracias como evidencia de las transformación del
régimen, ni hubieran hecho otra cosa, a estas alturas, que aumentar la
conflictividad política interior en el seno del régimen”.
3. El “gran argumento”: la defensa católica del régimen de Franco
La imagen de Martín Artajo traslucía hacia el exterior, era la del
catolicismo oficial español del momento y de esta manera el catolicismo resultó
un arma de Franco, muy importante en su estrategia. José María Pemán había
sacado la conclusión, tras hablar con Artajo, de que Franco era quien llevaba la
política internacional y Artajo era simplemente el apuntador, pero según Tusell,
esto es inexacto porque Artajo jugó un papel importante en la aceptación del
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
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franquismo exterior y lo que interesa es el papel del catolicismo político como
defensor del régimen de Franco. La jerarquía eclesiástica española siempre
esperó de este apoyo exterior la contrapartida de la transformación política
interior, pero el Vaticano no la apoyó demasiado aunque la varió en los años
cincuenta. La jerarquía española, con Pla y Deniel, dio su apoyo a Artajo y a
Franco, sobre todo en la pastoral de 28 de agosto en la que muchas de las
posiciones coincidían con las de Martín Artajo, pero para el autor del libro, “la
Iglesia española de 1945 no era ni estatista ni totalitaria”. La verdad es que era
la defensa de una clase de reforma del régimen idéntica a la que Artajo había
patrocinado en el momento de convertirse en ministro.
La Iglesia no quería una vuelta atrás y siempre fue la misma la postura
del Primado aunque había algunos prelados que eran aún más afines al
régimen, como el obispo de Orense. Martín Artajo llegó a dirigirse a Pla
solicitándole prudencia y que persuadiera al obispo orensano para que
suprimiera algunos pasajes de su pastoral. Artajo intentó otra fórmula para
lograr un apoyo al régimen por el catolicismo exterior, se trataba de lograr
embajadores vinculados con movimientos católicos y a la CEDA. Propuso a
García Pizarro, mencionó a Areílza, pero Franco optó por Lequerica, al que
antes he hecho alusión. Estaba claro que el poder de Artajo estaba limitado.
Los contactos con el Vaticano se sucedieron, sobre todo con el cardenal
Tedeschini, enviando a Ángel Herrera a Roma, de cuya estancia sabemos por
José María Pemán. De su texto podemos extraer algunas conclusiones: el
carácter instrumental que Franco daba al colaboracionismo del sector católico,
que el Papa compartiera su obsesión antimasónica y que coincidiera con
muchos de los puntos de vista del régimen español.
Cabe destacar que el gobierno, en estos momentos, insistirá en la
restauración de la cultura católica, aunque el órgano de Acción Católica dijese
que no eran políticos, pero lo que sí es cierto es que empezó a ser bastante
habitual en los discursos de los dirigentes franquistas el recurso a la religión
católica. Ruiz Giménez presidente de “Pax romana” tenía una profunda base
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
cristiana y sus viajes servían políticamente al régimen, hizo mucho porque
hubiese un reconocimiento exterior y reafirmó que éste no podría venir sino a
través de catolicismo, incluso su actuación fue muy relevante en la
organización del Congreso Internacional de la Pax Romana celebrado en
Salamanca y El Escorial.
Era evidente que en los primeros años de 1946 estaba quedando
diseñada parte de la estrategia de perduración del régimen que tenía a
personas e instituciones vinculadas con el catolicismo dentro de su
organización. Esto se notaba fundamentalmente en el lenguaje del propio
Franco, vez más clerical, más mesiánico. Incluso se le nota también a Martín
Artajo en un discurso en las Cortes, en el que apuntaba la perfecta armonía,
casi ideal, entre el Estado y la Iglesia española. Era el momento crucial, sobre
todo por la incomprensión que según el franquismo se daba en el exterior hacia
el régimen, y porque el comunismo era visto igualmente como enemigo
amenazador. De ello hay muchas pruebas entre los papeles de Martín Artajo.
Dice Tusell, que para Franco el carácter supuestamente católico del
régimen era el gran “argumento” de cara al exterior, al romper con el
aislamiento diplomático en el que vivía España. Y con respecto al Vaticano
puede decirse que la actitud no podía identificarse con la del régimen aunque
cuestiones como la internacionalización de los Santos Lugares y otros fueron
uniendo a ambos. Y respecto a la Iglesia española, la relaciones con el régimen
fueron invariablemente estrechas, es más, la presencia de Martín Artajo en el
ministerio de Exteriores contribuyó a normalizar la situación de los
nombramientos episcopales, incluso llegó a crear una promoción de prelados,
aunque hubo algún conflicto circunstancial, por ejemplo en los casos de los
cardenales Segura y Garay.
En definitiva, el aislamiento exterior no sólo separó al catolicismo oficial y
político del régimen sino que cimentó su unión.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
4. La cuestión monárquica (1945-1947)
La Monarquía era la pieza más importante en el esquema político de
Artajo. Esta cuestión excluía por parte de Franco a Don Juan, aunque sería
posible una transición desde el régimen. Esta línea la mantuvo Artajo a lo largo
de toda su vida: la Monarquía era deseable y posible pero solamente se
convertiría en la institución política fundamental en el caso de que se lograra la
colaboración estrecha y sincera entre Franco y Don Juan. Si bien se produjeron
abandonos en el seno del régimen de ciertos monárquicos, siguiendo las
instrucciones de Don Juan (caso del duque de Alba), hubo un tiempo en que
pareció posible una transición política desde el régimen franquista a la
Monarquía, por tanto era preciso poner en contacto a Franco y a Don Juan, y a
esto se dedicó Artajo, como se desprende de diferentes conversaciones
mantenidas con Ángel Herrera.
En diciembre de 1945 se llegó a un principio de acuerdo, Franco no
pondría dificultades para que Don Juan se trasladase a Portugal y mantener
una entrevista, pero otra cosa distinta sería el criterio para el contenido de la
misma. Artajo, encargado de preparar el viaje y alojamiento en Portugal de Don
Juan, pronto se vio decepcionado, porque en enero de 1946, Franco se
posicionó claramente ante el tema y escribió a Don Juan. Ahora no quería que
hiciese el viaje, acabando pronto la ruptura entre ambos, a pesar de los
intentos de Nicolás Franco de una reunión secreta. Franco observaba cómo la
posible presencia en Portugal iba a traer consigo el conocido “saluda”, firmas
de muchas personalidades de la derecha española dando la bienvenida a Don
Juan. Este “saluda”, publicado en febrero, hizo a Franco reaccionar con
indignación, reunió el Consejo de Ministros, observándose mediante las notas
de Artajo la violencia extraordinaria con que se manifestó en él: habló de
“blanduchería”, “conspiración masónica”, de quitar los cargos a quienes lo
firmaron, etc. Los ministros aplaudieron su postura, Artajo propuso moderación
pero esto le llevó a un progresivo declinar político.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Se pregunta Tusell sobre lo que representaba en este momento la
solución monárquica. Las bases de Estoril fueron oportunistas y Franco decidió
resistir. En este panorama en el que empezaba a verse el papel de
sostenimiento interior del régimen por el catolicismo colaboracionista, Artajo
comienza a caer en desgracia y pasa, como afirma Tusell, “de ser inspirador de
una transformación política a un secretario de despacho en precario”.
Diferentes personalidades relacionadas con la Monarquía fueron increpadas
por falangistas, tal fue el caso del catedrático de Historia, Pabón, firmante del
escrito de adhesión a Don Juan, que renunció a su puesto.
La “cuestión española”, planteada en diciembre de 1946 en la ONU, fue
el momento culminante de la presión exterior sobre el régimen. España hacía
caso omiso de los acuerdos, ignorando el resultado condenatorio del régimen y
afirmándose en el mantenimiento de la independencia española, posición de
Franco y apoyada incluso por Roma. El régimen debía mostrar estabilidad, así
lo pensaba Martín Artajo, que en estos momentos estaba escribiendo de
alguna manera el epitafio de su programa político.
El 18 de diciembre se comenzaban los trabajos para la ponencia que
estudiaría los proyectos de trasformación política del régimen, parece que
había llegado el momento de la aplicación de todo lo que se había venido
discutiendo antes de la crisis de 1945, aunque todo se había inclinado hacia la
cuestión sucesoria, centro del escrito en cuestión, porque era preciso un
sistema sucesorio y éste debía ser la Monarquía, pero aportada por el
generalísimo de acuerdo con el príncipe pretendiente. No obstante la ruptura
entre Franco y Don Juan impulsaba a los monárquicos a llegar a un acuerdo
con las izquierdas, el enfrentamiento era inevitable y comenzó a hacerse más
virulento en febrero de 1947 porque Artajo recibió órdenes de Franco para que
Don Juan desmintiera sus contactos con la izquierda.
En este ambiente se llevó a cabo la elaboración de la Ley de Sucesión,
su proceso de redacción fue breve, interviniendo algunos ministros, el
17
Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
presidente de las Cortes y con un papel importante del propio Martín Artajo.
Esta ley consistirá en la declaración de España como Reino, con una Jefatura
del Estado ilimitada en manos de Franco y la creación de un Consejo de
Regencia, y con un Jefe del Estado que podría poner en cualquier momento la
persona de su sucesor. España quedaba proclamada como Reino, los círculos
monárquicos verían en esta ley la negación de la monarquía hereditaria, lo que
condujo a una manifestación pública de protesta monárquica en el mes de abril,
que condenaba a un Franco vitalicio que había destruido lo fundamental de lo
que representaba Don Juan. Las reacciones de la prensa del régimen no se
hicieron esperar, Arriba identificaba a los exiliados de Estoril con la izquierda.
Otro incidente alejó más aún a Don Juan de Franco, las declaraciones del
primero al diario inglés Observer en las que identificaba una vez más a la
monarquía con las fórmulas democráticas europeas, con las libertades para
todos los grupos políticos y respecto a la peculiaridad de las regiones. Iban a
suponer una auténtica tormenta en el interior de España.
Era el momento de organizar un referéndum para la Ley de Sucesión, se
insistió en la responsabilidad del voto, se dirigió el voto por parte de la prensa,
y el propio Primado llegó hablar de obligatoriedad. Como era previsible, éste
llegó de forma abrumadora a las urnas y así quedó convertido en monárquico
el estado de Franco, que fue apoyado sin fisuras por el catolicismo
colaboracionista, pero ¿hasta cuándo iba a darse ese abrazo dentro del propio
catolicismo?
5. Colaboracionistas versus antifranquistas (1947-1951)
Frente a la voluntad colaboracionista de Artajo, Herrera o Martín
Sánchez, hubo un sector que desde el exilio, con Gil Robles, se mantuvo al
margen del mundo oficial, se trataba de dos líneas antagónicas. La fecha clave
fue octubre de 1947, si embargo los antecedentes de la ruptura se dieron en el
verano de este mismo año cuando Gil Robles visitó al Papa y le entregó una
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
carta de Don Juan expresando su opinión acerca de las relaciones entre el
catolicismo y el régimen de Franco y sus consecuencias.
La situación cambió en ese mes de octubre y tuvo como referente una
entrevista de Prieto y Gil Robles, importante por el hecho de haberse celebrado
y por la nueva situación que creaba en el seno del antifranquismo y respecto
del régimen. Era una vuelta a las dos Españas en el momento en que Herrera
hacía su entrada como obispo en Málaga y señalaba la necesidad de aplicar
normas sociales si se quería una sociedad auténticamente cristiana. La
situación era complicada, mucho más al filtrarse una noticia de agencia en la
que se informaba que Don Juan había autorizado los contactos, lo que hizo que
la cuestión saltara a la prensa española el 22 de octubre, haciendo reaccionar
a los falangistas y produciendo un conflicto entre Artajo y Gil Robles, casi
irreversible. En uno de sus escritos a Martín Artajo, Gil Robles aseguró que no
había admitido ni gobierno provisional ni plebiscito para la Monarquía, pero
Artajo le criticó duramente en un escrito de respuesta4 en el que se evidenciaba
la diferencia de actitud de los monárquicos del exilio y los del interior,
especialmente si éstos eran colaboracionistas. Dice Tusell que se asistía a un
“diálogo de sordos” y que la polémica fue subiendo de tono aunque no fuese
puramente personal. No obstante lo que ocurrió tuvo una consecuencia en el
seno del mundo del catolicismo político, Gil Robles se colocaba al margen del
régimen y juzgaba severamente a Artajo. Pero lo que nos interesa señalar es el
carácter colectivo de esa ruptura y eso fue lo que ocurrió, que su actitud
produjo un desgarramiento en el seno del catolicismo político español.
A lo largo de 1948 y 1949 se observa un esfuerzo de unidad en el seno
de la Asociación de Propagandistas, sobre todo por Martín Sánchez, no
obstante Herrera, con su llegada al episcopado, quedaba un tanto al margen de
la actividad política aunque se mantuvo como consejero de Artajo, es más le
llegó a decir, aún admitiendo un espíritu de cruzada, que no se podía calificar
como infieles a los adversarios.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
La presencia en España de Don Juan Carlos de Borbón para completar
su educación demostraba que Franco se lo tomaba con calma y que la última
apariencia de transformación política del régimen se centraría en septiembre de
1948, poco después de que tuviera lugar la entrevista entre Franco y Don Juan.
Las elecciones siempre habían estado en el calendario de Artajo y finalmente,
el 2 de septiembre de 1948 se anunciaba su celebración para el mes de
noviembre, constituyéndose en febrero de 1949 los nuevos ayuntamientos.
Resulta obvio que en 1950 el programa político de Artajo estaba lejos de
cumplirse y que su fidelidad personal hacia Franco era sincera. Y, por otra
parte, los jóvenes falangistas considerarían al sector católico como infiel al
régimen, produciéndose ataques de los medios falangistas, particularmente
contra Artajo, un ministro cuyos proyectos políticos parecía que se remataban,
fundamentalmente el de la cuestión monárquica que puede calificarse como
detonante de la división del catolicismo político. La entrevista tanto tiempo
ansiada entre Franco y Don Juan se produjo en unas condiciones nuevas y
diferentes, pero ya era demasiado tarde, a pesar de que el catolicismo
colaboracionista manifestó su satisfacción por las conversaciones. Con ella se
inició un nuevo período en las difíciles relaciones entre Franco y Don Juan,
pero más que este cambio, interesa el papel de los católicos colaboracionistas
con la causa monárquica y el papel desempeñado por Artajo. Éste era
monárquico, colaboracionista e instrumento fiel y principal del régimen. Su
carácter mediador entre Don Juan y Franco se veía no obstante cercenado
desde la Subsecretaría de Presidencia, con notas de prensa atacando a los
monárquicos de Don Juan y viendo, partir del verano de 1949, que sus
posibilidades eran inexistentes, pero Artajo no cejaba y el 10 de julio de 1951,
Don Juan escribía a Franco manifestándole su adhesión al movimiento y
pidiendo tratar con él.
6. El control de prensa (1946-1951)
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
La política de prensa jugó un papel de primera importancia y un cambio
de orientación en su política tenía como objetivo la reaparición del órgano
principal de la Editorial Católica, con plena libertad de expresión. Las personas
sobre las que recayó la responsabilidad de prensa fueron propuestas por
Martín Artajo, pero quien tenía en sus manos la alta dirección en la materia era
Ibáñez Martín.
La responsabilidad directa y fundamental correspondió sin embargo a
personas propuestas por Artajo: Luís Ortiz y Tomás Cerro. Jugaron también un
importante papel Ángel Herrera y Martín Sánchez. Sea como fuere, el resultado
final distó mucho de conseguir cambios significativos en la materia, aunque en
los primeros meses hubo algunos intentos: desvincular de la Dirección General
de Prensa los periódicos del Estado, etc. Las disposiciones modificativas de la
vigente Ley de Prensa entraron en vía muerta, aunque se intentó resolver el
problema
del
nombramiento
de
los
directores
de
periódicos,
que
correspondería a la persona natural o jurídica propietaria del mismo. A corto
plazo, la modificación del sistema de prensa quedó reducida a nada en el
terreno legal y no se prescindió de la censura, autorizándose a la Dirección
General de Prensa para ejercerla con mayor amplitud o atenuarla. La censura
activa tuvo siempre límites y, por supuesto, no se aplicó a las grandes
cuestiones de política nacional; tampoco desapareció el régimen de consignas,
como lo atestigua el propio Director General de Prensa, que escribió algún
artículo en el que expresaba que el punto de vista oficial era negociado con los
directores de las publicaciones, lo que indica el control de la prensa por el
régimen, sobre todo en los momentos de dificultades; tal fue el caso de la
campaña periodística del referéndum sobre la Ley de Sucesión, a mediados de
junio de 1947, y el del final de la Segunda Guerra Mundial, etc. Además hay
que apuntar la rápida transición de una tímida apertura a una actitud defensiva
a ultranza.
Los crecientes incidentes producidos entre la administración y la prensa
a partir de 1947 y 1948 no son tan distintos de los que acontecieron a partir de
la puesta en práctica de la Ley de Prensa de 1966, como apunta Tusell. Como
21
Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
tampoco fueron pocos los incidentes entre el sector católico y la Falange en
materia de prensa, véase por ejemplo en el caso de Sí, de carácter falangista,
en el que se atacaba a comienzos de 1948 a la Asociación Católica de
Propagandistas. Se pedía censura, que dependía de Ibáñez Martín, y que
Franco mediara. Siempre hubo una diferencia muy notable entre el
colaboracionismo católico y el falangismo radical, Tusell dice que éste era más
demagógico y menos monárquico.
En noviembre de 1947 aparece la revista Criterio, que trataba de inspirar
el catolicismo político español del momento. Sus pautas eran colaboracionistas
pero moderadas y proporcionaban un barniz cultural al catolicismo político de la
época, con artículos de Gerardo Diego, Eugenio D’Ors, Manuel Fraga, etc.,
pero la revista no estuvo carente de problemas y se fue apagando hasta
desaparecer a mediados de 1950. Estuvo cerca de enlazar con Ya,
recuperado en 1952 por la Editorial Católica.
En septiembre de 1946 el obispo de Pamplona quiso publicar una
pastoral en la que hacía mención a los atrasos en los pagos de las pensiones a
los huérfanos de la guerra civil en su diócesis y fue prohibida, lo que unido a
referencias que aparecían en libros sobre espectáculos considerados
amorales, nos ayuda a comprender las palabras de Pemán: “no puedo
comprender que una movilización como debiera ser la Acción Católica se
emplee hoy en día en España en tres objetivos: el baile, la moralidad de las
plazas y el cine”. En 1950 el propio Pla y Deniel protestó ante el Director
General de Prensa por la mención en los periódicos del centenario de Balzac,
lo que ponía en un grave enfrentamiento al episcopado con las autoridades
civiles en materia de prensa, a las que acusaba de laxitud. Aunque los
enfrentamientos más graves se produjeron entre las autoridades y la prensa
relacionada con la rama obrera de acción católica, con el periódico Tú, órgano
de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC). Junto a la
suspensión del director de un periódico asturiano, Región, y las medidas
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
tomadas contra ABC, fueron éstas las decisiones más graves tomadas en
materia de prensa en estos años.
La relación entre el órgano principal de la prensa monárquica, ABC, y la
Dirección General de Prensa eran en teoría excelentes, sin embargo, a partir
de la Ley de Sucesión se hicieron malas, hasta el punto de que constituyó el
caso de enfrentamiento más evidente entre la prensa y la administración,
algunos de cuyos incidentes fueron realmente importantes, como la corrección
hecha en el periódico ABC aludiendo a “El Rey” por “El Príncipe” de
Maquiavelo.
Del 16 al 19 de febrero de 1950 se realizó el III Congreso Internacional
de la Prensa Católica en Roma. El ambiente era favorable a la situación del
régimen jurídico de la prensa en España pero la intervención del Papa dejó
escapar discrepancias entre lo que describía como una situación ideal y la
realidad española, llegando a decir que lo peor sería los países en los que la
opinión publica permaneciera muda. Esta declaración tuvo una gran
repercusión en España. La crisis gubernamental gestada desde comienzos de
año estaba en la fase final de su desarrollo y muchos aspectos la habían hecho
posible. Martín Artajo duró en su puesto y los que volvieron a prensa fueron los
que estaban antes de 1946: Arias y Aparicio.
7. Primeros conflictos con la Acción Católica Obrera
Los primeros conflictos surgidos entre una las publicaciones de las
hermandades obreras de Acción Católica y la dirección general competente
iniciaron el enfrentamiento entre Iglesia y Estado. A finales de 1947 y
comienzos de 1948 se implantó esta rama de Acción Católica en los centros
industriales, surgiendo sus órganos de propaganda, como el Boletín de
Militantes de la HOAC. Su promoción corrió a cargo del propio Primado,
cardenal Pla, que fue llamado “cardenal de los obreros”. La existencia de
HOAC llevaba al planteamiento de la cuestión de la libertad sindical y al empleo
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
de un lenguaje reivindicativo que chocaba claramente con los reducidos niveles
de permisividad existentes en el momento. La mayor conmoción creada por la
HOAC se debió a protestas sobre la situación de la clase trabajadora, pero la
organización no tenía un ideario preciso ni vertebrado, publicaba documentos
de los obispos, de apostolado extranjero, se trataba por igual al capitalismo y al
marxismo, se repudiaba la identificación entre catolicismo y capitalismo, pero
no se criticaba el orden político. El tono reivindicativo aparecía siempre en Tú.
Este lenguaje llevaba a conflictos con las autoridades de prensa y con el orden
público. El enfrentamiento se hizo más reivindicativo a fines de 1950 y
comienzos de 1951, jugando luego un papel importante en la posterior crisis
política del mes de julio. El Papa había hecho una alusión a esas “instituciones”
que ayudaban a la formación de los trabajadores haciéndolos buenos
trabajadores y buenos cristianos, al tiempo que en Barcelona se produjo una
grave situación alimentaria que condujo a una huelga espontánea que generó
una falta de diálogo entre la población de Barcelona y sus autoridades, y a un
enfrentamiento entre la Falange local y el gobernador civil, lo que llevó a la
represión. Pronto esta carestía de aprovisionamiento se extendió al País Vasco
y a Madrid, obligando a Ruiz Giménez, desde Roma, a pedir a Artajo que ahora
había que actuar con firmeza. Los diferentes sectores del régimen se
enfrentaron recriminándose, en especial los católicos y los falangistas, incluso
en el propio Consejo de Ministros. Artajo envió una carta a Franco en la que le
sugería subliminalmente hacer desaparecer el aparato del partido único, lo que
llevaría implícita una transformación política del régimen.
La modificación del régimen no se produjo y Artajo creía que la pasividad
por parte de las autoridades eclesiásticas al tratar el problema fue el detonante.
Esta pasividad fue aludida por Artajo en la carta que envió a Ruiz Giménez, El
Primado estaba dispuesto siempre a apoyar a la HOAC y defendía la
independencia de Acción Católica.
8. La crisis de 1951
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Varios hechos condujeron a la crisis de 1951: los acontecimientos de
Barcelona y su repercusión posterior, la Guerra Fría, y el desgaste de algunos
ministros por los enfrentamientos internos, todo ello da la sensación de que
Franco pudiera concebir un cambio político. Martín Artajo jugó un papel
importante en el relevo ministerial, la crisis tuvo una gestación larga, Artajo
pidió consejo a Ruiz Giménez sobre algunos nombres para ser ministros. Pero
lo importante en la mente de Artajo era limitar o destruir la influencia de la
Falange como partido único del régimen. Entre los objetivos estaba crear un
Ministerio de Gobernación se asumiría el papel de la antigua Secretaría
General del Movimiento. Los nombres propuestos como ministrables eran de la
familia política de Artajo, con lo que parece claro el propósito de marginar al
sector falangista y seguir desmontando el aparato del partido único inserto en
el Estado. Ruiz Giménez coincidía en los nombres de los ministrables con
Martín Artajo, pero a medida que fue avanzando la crisis parece que el
desarrollo no era el pensado por él y por Ruiz Giménez, porque ni se marginó a
la Falange ni desaparecieron sus cabezas de fila. Al sector católico le
correspondió una cartera identificada con él, la de Educación, para la que
Artajo propuso a Castilla, pero éste no aceptó y Artajo propuso entonces a Ruiz
Giménez, concluyendo con esto la crisis del sector católico en 1951. Artajo
continuó en su puesto pero no se produjo el desmantelamiento del partido
único, y la antigua Secretaría General, vacante desde 1945, se cubrió con el
falangista Fernández Cuesta. El poder seguía estando donde siempre, en
Franco y en hombres fieles como Carrero Blanco, ahora ministro. El sector
católico seguía teniendo puestos clave, aparte de Artajo, Ruiz Giménez y
Castiella, que jugarían un papel muy destacado en la siguiente etapa.
SEGUNDA
PARTE:
“Proyecto
Catedral”:
la
gestación
del
Concordato de 1953
Lo que aquí se trata se centra en la posibilidad de contrarrestar la
campaña antiespañola, de pasar al ataque informando tenazmente y señalando
los riesgos y las promesas del futuro, de llegar a la firma de un nuevo
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Concordato, y que desde Roma se hiciese una campaña urgente e incesante
de adhesiones a la Patria.
1. Ruiz Giménez, en Roma. El primer proyecto de Concordato
Ruiz Giménez llegó al Vaticano y pronto pudo detectar el “ambiente”, lo
que unido a las dificultades personales, marcaron su primera etapa en Roma.
Su primera prueba de fuego fue durante la presentación de sus credenciales
ante la Santa Sede el 12 de diciembre de 1948, de la que salió airoso si
tenemos en cuenta lo que Franco le comentó a Martín Artajo: que el embajador
había estado muy hábil en este primer contacto con el Papa. Pero, pese a esa
euforia, había una realidad que emanaba de la respuesta papal a la
intervención del embajador: que había una distancia entre el ideal católico y la
forma cómo se practicaba en España. Aunque después el embajador y el Papa
conversaran y éste hiciese elogios de Franco, el primer contacto no fue
considerado grato por Ruiz Giménez, que escribió a Martín Artajo una carta en
la que se lo contaba.5
Tusell se pregunta: “¿en qué instrumentos pensaba Ruiz Giménez para
avanzar en el estrechamiento de las relaciones entre la Iglesia y el Estado
español?”. Las máximas jerarquías eclesiásticas y Martín Artajo serían buenos
elementos para usar, pero las circunstancias internacionales facilitaban la
aproximación del Vaticano a la peculiaridad del catolicismo español. En ese
clima se inicia la gestión del nuevo embajador, con conversaciones con el
secretario de Estado, monseñor Tardini, al que señaló factores que a su juicio
facilitarían acuerdos en todas las materias, incluyendo familia y enseñanza.
Pero había negociaciones pendientes, las del convenio de demarcación de
nuevas diócesis, temas que se abordaron.
Se estaban produciendo hechos que demostraban la voluntad española
de mejorar las relaciones con Roma, fundamentalmente en la identidad de
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
posiciones en política exterior, sobre todo en el tema de la internacionalización
de los Santos Lugares. Fue monseñor Tedeschini quien mantuvo un papel
básico para el régimen de Franco, apoyando a España y comunicando al Papa
su resurgir religioso, social y cultural, incluso el Osservatore Romano publicó la
fotografía en la que el cardenal aparece abrazado a Franco. Tedeschini, en un
acto celebrado en el Colegio Español de Roma, aseguró que en pocas
naciones del mundo, el catolicismo estaría tan a salvo como en España, que
“nos enseña a gobernar en católico”.
Si la visita de Tedeschini a España fue importante, también tuvo
trascendencia la que Martín Artajo realizó a Roma con motivo del Año Santo.
Eran serios intentos por parte española para mejorar las relaciones entre la
Iglesia y el régimen, y que impulsarán las negociaciones de otros temas, como
el de la jurisdicción castrense. Pero Ruiz Giménez no centraba toda su gestión
en negociaciones concretas, sino en el propósito de realizar el Concordato, del
que no estaban del todo convencidos ni Herrera ni Martín Artajo, pero Ruiz
Giménez insistía ante Tardini en la necesidad de un acuerdo concordatario de
carácter general. Este tema fue presentado ante el Papa por Ruiz Giménez de
forma oficial y lo hizo en los términos extensamente expuestos, que Tusell
transcribe6. La elaboración de un primer proyecto de Concordato se produjo a
lo largo de 1950, siendo febrero el mes en el que las autoridades vaticanas
dieron su conformidad para el comienzo del diálogo sobre la materia. Ruiz
Giménez había redactado en marzo un primer proyecto de Concordato que
trataba cuestiones como la enseñanza, la colaboración con el Estado, etc.
Martín Artajo estuvo de acuerdo con las líneas generales de la tesis de Ruiz
Giménez y presentó el proyecto a Franco que lo aprobó, pero el embajador
quería un Concordato estable, por ello una comisión interministerial iba a añadir
observaciones de los miembros de la jerarquía eclesiástica, la ponencia la
formaban Artajo, Fernández Cuesta e Ibáñez Martín y la presidía Franco. A
fines de 1950, Ruiz Giménez tenía redactado un borrador y el 16 de abril
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
entregaba al Papa el texto de la propuesta española de Concordato, pero la
negociación no había hecho más que empezar.
2. Castiella, embajador ante la Santa Sede
Joaquín Ruiz Giménez fue sustituido por Castiella y éste, a diferencia de
lo sucedido con el anterior embajador, se quejó ante la Santa Sede
expresándose en términos mucho más diplomáticos. En su discurso
protocolario hizo una vaga alusión al mejor servicio de España y de la Iglesia y,
de forma indirecta, introdujo la cuestión de la situación de marginación
internacional de España. Castiella se quejó más de la prensa oficial católica
italiana y de su actitud de desvío con respecto al régimen español, porque
había una diferencia marcada de sensibilidad religiosa entre el embajador
español y el clima predominante en Roma, donde no se veía con ningún
entusiasmo a las instituciones españolas, es más, la visión sobre España
estaba sesgada por la “orientación democrática” del Vaticano.
En estas circunstancias, sólo la capacidad de trabajo de Castiella y la
coyuntura internacional iban a hacer progresar las negociaciones con el
Vaticano, lo que unido a los viajes a Roma de Martín Sánchez Juliá y Ángel
Herrera, personas bien vistas por Roma, abrirían el camino. Además el
Congreso Eucarístico de Barcelona facilitó la mejora de las relaciones, mejora
que en gran parte debemos a la tenacidad de Castiella que recibió del Papa,
pasado el tiempo, la condición honorífica de noble en la corte Pontificia.
A mediados de enero de 1952 monseñor Tardini había devuelto parte del
articulado del Concordato en la versión de la Santa Sede al representante
español, iniciándose así la negociación del mismo, pero el cambio de sintonía
entre los dos poderes no se dio hasta junio de 1952, cuando el cardenal
Tedeschini declaraba que el recuerdo del congreso de Barcelona sería
imborrable y el Papa agradeció la consagración a España a la causa católica
hecha por Franco en ese congreso. A partir del mes de julio, Artajo y Castiella
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
comenzaron a llamar al proyecto de Concordato, “proyecto Catedral”. El mismo
día en que Castiella quedaba sorprendido por el giro de posición del periódico
Osservatore Romano se recibió la noticia de que Tardini prometía formalmente
el texto para el 30 de julio, lo que no quería decir que existiese aún un acuerdo
completo. En octubre, Tardini había trabajado con Castiella sobre el texto del
posible acuerdo; el final iba a llegar en noviembre de 1952, momento en que
fueron elevados al cardenalato el nuncio de España y los arzobispos de
Tarragona y Santiago de Compostela.
3. La fase final de la negociación del “Proyecto Catedral”
Esta fase se dio en los últimos días de 1952 y los primeros meses de
1953. Los indicios de que el tema avanzaba se empezaron a percibir en la
entrevista entre Castiella y del Papa Pío XII, en diciembre de 1952. Pronto
surgió el primer problema con la regulación de Acción Católica española.
Castiella veía en Acción Católica había elementos no abiertos al régimen y
observó que el Papa estaba dispuesto a que no se tratara este tema en el
Concordato, opinión que gustó a Castiella. Esto impulsó la negociación, que se
fue haciendo cada vez más positiva, según el embajador, aunque también
ayudaron razones de política exterior (ruptura de relaciones de Tito en
Yugoslavia con el Vaticano), pero la decisiva confirmación la obtuvo Castiella
en los primeros días de marzo con ocasión del aniversario de exaltación de Pío
XII, en el que la intervención del cardenal Ottaviani sobre “Iglesia y Estado”,
supuso un inesperado elogio al Fuero de los Españoles, siendo obvio que el
cardenal hablaba con la aprobación del Pontífice. Dicho discurso fue publicado
en italiano y en español porque su importancia era crucial para las relaciones,
unas relaciones que querían impulsar con rapidez los trabajos sobre el
Concordato, pero sin embargo el Vaticano los fue demorando. Para agilizar las
conversaciones, Castiella preparó un texto del Concordato en la versión
española que entregó a monseñor Tardini. No parecía haber dificultades de
fondo aunque éstas hicieron su aparición en la última fase de la negociación.
Por tanto era ahora preciso que las autoridades políticas españolas no dilatarán
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
el examen de los textos, pero los deseos de Artajo y Castiella no se vieron
cumplidos por parte de Roma que volvió a recaer en lo que Castiella
denominaba como “pachorra”. Sin embargo esto no fue así, sino que se pudo
deber a la morosidad con la que los prelados españoles examinaron algunas
de las cuestiones. A principios de junio la Santa Sede disponía ya de las
observaciones de la jerarquía eclesiástica española. El Primado, Pla y Deniel,
consideraba muy acertado el proyecto y no presentaba ninguna objeción de
fondo. El 25 de junio de 1953, Castiella comunicó a Artajo que había llegado a
un acuerdo sobre el texto completo salvo tres artículos que el Papa quiso
retener, los referentes a Acción Católica y su reconocimiento, cuestión ésta que
la Santa Sede había conseguido colocar pero en términos restrictivos, otras
cuestiones mixtas, y la redacción de los primeros artículos del Concordato.
En los convenios de 1941 y 1946 se mencionaba la disposición del
Estado español a mantener vigentes los cuatro primeros artículos del
Concordato de 1851, que suponían la confesionalidad católica de España con
exclusión de cualquier otro culto, el carácter católico de la enseñanza y el alto
patronazgo del Estado respecto a las jerarquías eclesiásticas, pero la mención
del Concordato de 1851 en el texto de 1953 devaluaba el contenido del último,
suponía el planteamiento de la cuestión de la tolerancia en unas términos en
los que no se recibía respaldo de Roma y la no mención en el Concordato del
Fuero de los Españoles. El enfrentamiento de las posiciones fue duro, pero el
embajador comunicó a Madrid que la entrevista mantenida con el Papa tuvo
resultados positivos y manifestó su satisfacción. El preámbulo del Concordato
hacía mención a que con él se completaban y asumían convenios anteriores
pero no se mencionaba al Concordato de 1851, lo que significaba que se había
logrado lo deseado por Martín Artajo.
Quedaba un tema final: que constara la posibilidad en el Concordato de
plantear objeciones de carácter político al nombramiento de prelados por razón
de su condición, por ejemplo de separatistas, pero nada apareció en el texto.
Puede comprobarse que el último mes antes de la firma del Concordato fue
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
especialmente movido, sobre todo por la jerarquía española y más
concretamente por Pla y Deniel, aunque no es seguro que la dilación en el
acuerdo fuera de los obispos españoles sino más bien del Vaticano; era
evidente que para la Santa Sede, el Concordato era menos importante que
para la parte española, para la que constituía un factor justificativo de
existencia. Una buena prueba fue la premura en acelerar su firma por parte de
Castiella en Roma y de Martín Artajo en Madrid. El 26 de agosto se autorizó en
Madrid y al día siguiente se firmaba en Roma la difusión de su contenido. Ese
mismo día, Martín Artajo fue recibido por el Papa y después se firmaba en la
embajada española el Concordato entre Tardini y Martín Artajo.
4. El Concordato de 1953 como símbolo
El Concordato de 1953 quería ser llevado desde el Vaticano con
discreción, pero la España oficial lo recibió con entusiasmo. La portada del
diario Ya de 28 de agosto de 1953 incluía la foto de los firmantes y del propio
Franco y las editoriales eran expresivas manifestando su inmenso júbilo. Había
una distancia entre el contenido propio del acuerdo y el entusiasmo que del
mismo se deriva. Ese entusiasmo se centró sobre todo en el sector católico del
régimen
que
atribuyó
al
Concordato
una
importancia
absolutamente
trascendental en la historia de las relaciones entre Iglesia y Estado. No
obstante, aunque ese entusiasmo no era general en la jerarquía eclesiástica
española, y hubo ciertos matices diferenciales, los especialistas en Derecho
Canónico lo elogiarán (López Ortiz dijo que era extraordinario), etc.
El Concordato se abría con la declaración de confesionalidad religiosa
del Estado y el reconocimiento de la Iglesia como sociedad perfecta, el Estado
hace las fiestas eclesiásticas, los sacerdotes españoles rezarían diariamente
por el Jefe del Estado y por España, la enseñanza se ajustaría al dogma
católico y la religión aparecería en todos los grados educativos; éstos son
algunos de los aspectos más llamativos. En Roma la prensa vinculada a la
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Acción Católica consideró lo sucedido como el acontecimiento religioso más
importante de los últimos años, Tedeschini señaló a Artajo su alegría.
Pero el Concordato fue una iniciativa no de la Iglesia, sino del Estado
español, del sector católico del régimen franquista, y más concretamente de
Joaquín Ruiz Giménez. Quizás haya que atribuir la gestación del Concordato al
deseo de autoafirmación del catolicismo que se practicaba y éste se convirtió,
después de firmado, en un símbolo de gloria, pero el Concordato ni salvó al
régimen del aislamiento internacional, ni transformó arzobispos en franquistas,
ni sometió a la Iglesia al poder del Estado, representaba mucho mejor el
espíritu de 1945 que el de 1956.
TERCERA PARTE: En el ápice del franquismo (1951-1956)
Suele decirse que el régimen de Franco logró en 1953 con el
Concordato y los pactos con Estados Unidos, tenía un reconocimiento
internacional, pero lo cierto es que a pesar de todo, le seguía siendo
escatimado y lo único verdaderamente estable en el franquismo era Franco. Es
ahora, después de la consolidación del régimen, cuando no van a estar
presentes en la política los grandes temas protagonistas de la época anterior,
sino cuestiones secundarias o colaterales.
1. El grupo “católico” en el franquismo consolidado
El sector político católico se había convertido para Franco en una pieza
útil pero carente de significación y trascendencia. Los protagonistas de este
sector los conocemos, pero merece la pena resumir algunas de sus actitudes a
largo de este periodo.
Fernando Martín Sánchez en un personaje que dentro del catolicismo
social y político había hecho declaraciones explícitas de colaboracionismo con
el régimen y utilizaba con frecuencia en sus argumentaciones citas de Ángel
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Herrera. Este, igualmente colaboracionista, es diferente, su nombramiento
como obispo y su actuación en el terreno estrictamente político desapareció en
la práctica, era consejero de Martín Artajo pero estaba alejado de la vida
política, no obstante sus juicios eran de carácter pastoral o tenían un contenido
social y se referían a aspectos concretos del régimen franquista. Alberto Martín
Artajo ha sido el hilo conductor que Tusell ha utilizado como columna vertebral
del presente libro, diciendo este autor que su presencia en el gobierno fue para
“preparar una trasformación política del régimen que diera paso a la Monarquía
en un plazo corto de tiempo”. El propio Martín Artajo había perdido gran parte
de su fuerza política no sólo por el cambio de las circunstancias políticas
internas, sino por enfrentamientos en temas protocolarios con la familia del
dictador, convirtiéndose definitivamente en un ministro de Asuntos Exteriores
destinado a dar la imagen de que el régimen era mejor de lo que las
apariencias mostraban. Pero Artajo siguió defendiendo en el seno del
franquismo una posición ideológicamente cercana a una democracia orgánica y
que tenía como adversarios a los falangistas. Su papel fue en declive, sobre
todo en su influencia en la política interna española. Y por último, cabe hablar
de Joaquín Ruiz Giménez, quien mantuvo siempre una cierta reticencia de
fondo con los falangistas y fue la figura más brillante del sector católico, siendo
su papel de suma importancia a partir de 1951 dentro de la política interior
española.
2. El enemigo inesperado: la Reforma de las enseñanzas medias
Uno de los principales colaboradores de Ruiz Giménez fue José María
Sánchez de Muniain, que llevó a cabo una reforma de las enseñanzas medias
que mereció el repudio de un sector tradicional de la Iglesia española, de tal
modo que se produjo la paradoja de que tuviera lugar un enfrentamiento del
sector católico con una parte de la jerarquía. Además se estaba poniendo la
base de la apertura cultural y la cuestión de las enseñanzas medias fue un
preámbulo de esa apertura; su desarrollo se gestó al mismo tiempo que tenía
lugar la negociación con el Vaticano de la firma del Concordato.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
José María Sánchez de Muniain vio como una parte del mundo
eclesiástico se opuso a sus medidas. El régimen de Franco había llevado a
cabo desde 1938 en que se aprobó una reforma de bachillerato, una entrega
de la enseñanza secundaria a la Iglesia. El sistema de reforma lo planteaba
Sánchez en forma de decretos pero Ruiz Giménez le indujo a una disposición
más general, indicando éste último con respecto a la enseñanza privada, que
se respetarían todos sus derechos pero que era indispensable el mejoramiento
de algunos centros. En noviembre de 1951 Sánchez expuso en el Ateneo de
Madrid el contenido de la reforma de bachillerato, en el que habló de la máxima
necesidad de libertad, responsabilidad y cooperación entre la enseñanza
pública y privada, señalando incluso la división del bachillerato en dos etapas,
que podría resultar beneficiosa a una parte de los centros privados.
La reforma levantó ampollas, siendo una las contestaciones más airadas
la que realizó la Comisión Episcopal de Enseñanza presidida por el arzobispo
de Valencia, que relató una declaración de principios en materia de educación.
Olaechea era un prelado muy tradicional y su lenguaje debió ser terrorífico,
teniendo que intervenir Ruiz Giménez ante las autoridades máximas de la
Iglesia española, solicitando que el folleto en el que se contenía la declaración
del prelado fuera desautorizado y retirado.
Dada la situación, se decidió expresamente que la reforma se elaboraría
de común acuerdo entre ambos poderes, porque Ruiz Giménez, aparte de las
presiones eclesiásticas, recibió también las de Martín Artajo, lo que indicaba
que era necesario negociar el contenido de la reforma. Por eso en marzo de
1952, Ruiz Giménez entregó el texto legal al Primado, al Vaticano y a otro
prelado como Garay, presidente de la Comisión de Enseñanza. Está
conferencia de metropolitanos examinó el proyecto y le hizo algunas
observaciones que obligaron a reelaborarlo. La cuestión se trasladó a Roma
donde fue objeto de una larga y difícil negociación a partir del verano de 1952.
Sánchez decía a Ruiz Giménez que resultaba necesario mantener el proyecto
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
en sus términos y en septiembre de 1952 con la firma de Pla se abrió la puerta
a la solución del contencioso. En enero de 1953, el proyecto se presentó ante
la comisión en Cortes presidida por Garay y Ruiz Giménez y fue votada por
unanimidad en el pleno. Sánchez comunicó a Herrera que estaba asombrado
porque “había logrado introducir el curso preuniversitario”. En febrero de 1953,
la nueva ley fue publicada en el Boletín Oficial, entre sus puntos destacaban las
fórmulas de inspección de enseñanza, la corresponsabilidad de las pruebas de
grado, la creación de tribunales mixtos y el establecimiento de las bases para la
protección de la enseñanza no oficial. Sánchez acabó dimitiendo después de la
puesta en marcha de la reforma en octubre de 1954 y Ruiz Giménez nombró
para sustituirlo a un falangista, Fernández Miranda.
3. La primera apertura (1951-1953)
Puede decirse que de la gestión ministerial de Ruiz Giménez lo más
relevante fue la apertura cultural que inició, por ella sería recordado y le
permitiría enlazar con el mundo de la oposición. Su preocupación intelectual
como catedrático de Universidad le hizo hacer nombramientos de personas
como Laín Entralgo y Antonio Tovar como rectores. La responsabilidad política
y administrativa fundamental en materia universitaria y cultural recayó en
Joaquín Pérez Villanueva, catedrático de Historia Moderna, falangista vinculado
a medios intelectuales, quizás nombrado por Ruiz Giménez para darse la
colaboración del falangismo intelectual, prestigioso en el mundo cultural que
había en España. El nombramiento como rectores, de Tovar en Salamanca,
Fernández Miranda en Oviedo y Laín en Madrid, iba a abrir una puerta a la
cultura, además, buena parte de ellos, iban a desempeñar en el futuro de
España un papel muy relevante en el terreno político e intelectual.
La Ley de Ordenación Universitaria de 1943 fue producto del momento y
había que evolucionar en esa política. En 1950 se planteó, en el seno de la
política española, una polémica acerca de la posible constitución de una
universidad libre o católica. Ecclesia se pronunció desde la óptica de una
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
universidad católica con el argumento de que la enseñanza universitaria no
podía ser monopolio del Estado. Esta polémica junto a la de política cultural y
de investigación supuso un potencial de conflicto. La principal tarea en el
terreno de investigación del ministerio Ibáñez Martín fue la constitución del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que correspondió a José
María Albareda. El consejo era un privilegiado instrumento de política que tenía
un órgano de expresión, la revista Arbor, cuyo director fue Calvo Serer. Desde
aquí saltó la polémica al final de la década de los cuarenta con Laín. La postura
de ambos era diferente, la de Calvo era la ortodoxia, la de Laín, de apertura. La
polémica enfrentaba a un heredero de la Falange con otro de Acción Española.
La crisis de 1951 fue la que convirtió la polémica intelectual en un
acontecimiento político. El Ministerio de Educación perdió ciertas competencias
que pasaron a Información y Turismo, gran parte en materia cultural, como las
relativas a libros, al Ateneo etc. Arias, que administró el nuevo ministerio, no se
caracterizaba por su sensibilidad intelectual. A principios de septiembre de
1951, el primer curso bajo mandato de Ruiz Giménez, se aprobó en Consejo de
Ministros una nueva composición de los tribunales de acceso a cátedras. Las
respuestas pronto se sucedieron y el ministerio debió contestar a las
acusaciones, de que había suficientes garantías para impedir el acceso de
personas ideológicamente no deseables. A ello se unió la posible reforma de la
enseñanza de Religión en la universidad, tema que constituyó una verdadera
obsesión para Ruiz Giménez en su paso por el ministerio. El cardenal Segura,
en una de sus pastorales, afirmaba que los estudios de Religión en la
universidad eran más importantes y de mayor trascendencia de los de carácter
político, pero Ruiz Giménez no quiso problemas con la Iglesia y mantuvo una
extrema discreción.
Lo cierto es que de instituciones como el Ateneo madrileño partió la
renovación cultural española de estos años, disponiendo de la pluma de Jorge
Vigón, antiliberal, antifascista y antitotalitario. En abril de 1952, en el primer
número de Revista, Dionisio Ridruejo hizo una proclamación solemne, brillante
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
y agresiva con un artículo titulado “Excluyentes y comprensivos”, en la que iba
contra Calvo Serer.
1953 fue el año de la apertura de Ruiz Giménez en el Ministerio de
Educación, año en el que sus responsables tuvieron las más brillantes
iniciativas en el terreno cultural, como refleja un observador como José María
Pemán, a quien Tusell cita7, que alude a dos anotaciones de su diario referidas
al grupo de monárquicos representado por Calvo Serer y Pérez Embid.
Ruiz Giménez adoptó medidas concretas en ese espíritu de apertura
cultural, medidas en las que participaron Pérez Villanueva, Laín, Tovar y
Ridruejo.
La política universitaria avanzó poco, sólo en la modificación de los
tribunales de oposiciones, aunque se pretendió que en el futuro respondiese a
tres principios: autonomía corporativismo y apertura. En esta línea, el Ministerio
de Educación creó los Congresos de Poesía a partir del primero en Segovia,
que supusieron una oportunidad de diálogo libre, por lo que puede deducirse
que la apertura cultural fue sobre todo de gestos y de declaraciones, más que
de disposiciones. La universidad española no podía prescindir de los legados
de Menéndez Pelayo, del pensamiento de Unamuno y de Ortega y Gasset,
intelectual éste último que debería ser una referencia de calidad.
Calvo Serer había redactado varios borradores de un escrito en que
describía la situación política y cultural de la España de Franco, era
evidentemente uno de los representantes que se enfrentaba a la política
aperturista de Ruiz Giménez, pero lo que interesa a Tusell es su difusión, lo
que provocó la difusión de ese escrito y el artículo escrito por el mismo autor en
la revista Arbor sobre el papel del Iglesia y la vida pública española. Al texto de
Calvo Serer se refiere extensamente Tusell8, pero para el autor de este libro,
“ese texto debe ser considerado, ante todo, como un instrumento defensa…,
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
que no solo contribuyó a la defensa de la parcela de poder de su sector, sino
que acentuó la cerrazón del régimen y, por supuesto, potenció el papel arbitral
de Franco”. La repercusión en España del artículo de Calvo Serer coincidió con
un incidente en Salamanca relacionado con un homenaje que el sector
aperturista en lo cultural había querido dar a Unamuno, a quien el obispo de
Las Palmas calificó en una carta pastoral como “hereje máximo”, pastoral que
publicada en Ecclesia causó inmediata conmoción, lo que unido a la prohibición
de la obra de Unamuno, Soledad, a últimos de noviembre, suponía una
importante censura. Esta ocasión no podía ser desaprovechada por los
opositores a la apertura, la revista Arbor hizo una disección de la política
desarrollada por el equipo de Ruiz Giménez en un artículo que, junto al de
Calvo Serer y a la intervención del Primado, supuso el final de la apertura
cultural de 1952-1953. La postura de Ruiz Giménez fue de angustia porque
tenía que nadar entre la fidelidad al régimen y el cumplimiento de un programa
que le parecía positivo; quizás esa angustia fuera antecedente directo de lo que
sentiría años después.
4. La Iglesia: concordia y conflictos
A finales de febrero de 1924, en presencia del gobierno, Franco recibía
la Orden Suprema de Cristo, máxima distinción del Vaticano. Las declaraciones
del cardenal Quiroga y del propio Franco durante la fiesta de Santiago se
podrían calificar de intercambiables porque la distinción entre lo religioso y lo
político fue nula, la colaboración entre ambos poderes era evidente y el
nombramiento del Jefe del Estado como doctor honoris causa de la
Universidad de Salamanca, así lo atestiguaba.
En los mismos momentos en que estaba produciendo un giro del
Vaticano con el nuevo Papa, Pablo VI, empezaban a existir tímidos indicios de
lo que en el futuro sería un catolicismo crítico en el terreno político aunque la
cuestión de mayor importancia fue la relacionada con el protestantismo
español, que sin embargo no creó un conflicto de altura, conflicto que sí generó
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
el cardenal Segura, cuyas intervenciones eran cada vez más frecuentes y
conflictivas, llegando el prelado a no recibir a Franco en Sevilla en abril de
1953. Ello supuso una protesta ante la Nunciatura en Madrid y ante la Santa
Sede, donde fueron bien recibidas y Roma resolvió el tema. Franco nombró
nuevo cardenal a Bueno Monreal, pero no por eso el cardenal Segura no siguió
dando que hablar.
Lo sucedido reafirmará la estabilidad en la relación entre la Iglesia y el
Estado en estos momentos, el lenguaje utilizado entre ambos siempre se
acompañaba con adjetivos agradables para uno y otro, siempre con la
excepción que supuso el caso Segura.
5. De nuevo, la Prensa
En estos momentos, Franco parece haberse guiado, a la hora de decidir
a los responsables en materia de prensa, por el criterio de la máxima fidelidad,
nombrando como Director General de Prensa a Juan Aparicio y como ministro
de Información a Arias. José María Pemán comentó que se había producido
“un endurecimiento ideológico, con un recrudecimiento de la censura,
fundamentalmente dirigida por Carrero, Aparicio y Arias”. Pero la misma
coyuntura política hacía necesario replantear una nueva legislación de prensa
que reconociera la libertad a la Iglesia para tener prensa católica. El sector
católico llevó la iniciativa por encargo de Pla y Deniel y la Junta Nacional de
Prensa inició la redacción del proyecto, cuyo primer borrador quedó listo en
febrero de 1952, constaba de una docena de artículos y se basaba en el Fuero
de los Españoles, pero parecía especialmente favorecedor de la llamada
prensa católica. Serían inatacables la religión católica, el Jefe del Estado, la
unidad de la patria y los institutos armados, los delitos de prensa serían
juzgados por un tribunal especial, etc.
Esta ley despertó reticencias, sobre todo cuando Franco atendió una
petición de la Editorial Católica para incluir al diario Ya en su seno, pero en el
periódico no faltaron los problemas que derivaban de la censura de prensa que
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
se seguía manteniendo con criterios del pasado y que incluso se endureció en
más de un aspecto, aunque el periódico creció en circulación y en influencia.
Estaba claro que la ley debía ser modificada y que así lo había pedido la
jerarquía española, por lo que no tenían ningún sentido las prevenciones y los
ataques de Arias con respecto a los que querían nueva legislación de prensa.
De todo los medios, Ecclesia, órgano de Acción Católica española, fue la única
revista que no tenía censura y que disponía de un apoyo fundamental en la
España de Franco, la del Primado, apoyo que no faltó en ocasiones puntuales
como la que se produjo en mayo de 1954 y tuvo como protagonista a Iribarren,
que habló del subsuelo cristiano, juzgando peligrosa la confusión entre las
esferas religiosa y política en España y la mezcla entre gobernadores y
obispos. Las reacciones al artículo fueron inmediatas y de gran trascendencia,
sobre todo desde la jerarquía eclesiástica, pero también hubo reacciones
políticas dentro de España y fuera de la misma. El incidente provocado por este
artículo hizo nacer en los medios oficiales del régimen el sentimiento de la
necesidad de volver a plantear la cuestión de una nueva legislación sobre
prensa, aunque los proyectos del ministerio no hacían sino plantear una vuelta
atrás o incluso empeorar el contenido de la ley de 1938.
A comienzos de 1955 se produjo una intervención de Ángel Herrera,
inspirador máximo del colaboracionismo católico, y cuyo interés por la prensa
era evidente. En una pastoral publicada en el boletín de su diócesis decía que
ni todas las ideas del discurso ni el régimen actual de prensa se acomodan al
ideal ofrecido, defendido y querido por la Iglesia en esta materia. Herrera
juzgaba que había dos aspectos en el régimen de prensa español que
vulneraban las enseñanzas católicas: la censura, por el modo en que se
practicaba, y las consignas, como principio, pero Herrera no se oponía a la
censura, quería verla sometida a normas jurídicas. Durante los primeros meses
de 1955, se reanudaron las discusiones en el mundo católico oficial acerca de
la Ley de Prensa pero todo iba a quedar en nada.
6. La cuestión sindical
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Lo que mayor enfrentamiento podía crear entre Iglesia y Estado era que
desde la primera se criticara la acción del segundo, que se consideraba
asimismo, en materia social, no sólo la expresión misma del catolicismo, sino el
paradigma del avance social. Esta frase de Tusell abre este capítulo, que
plantea que los problemas empezaron a finales de 1953 con los suscitados en
Bilbao, al hablarse de la licitud de huelga en el caso de que fuera el único
medio para los obreros, de defender sus derechos y que el sindicato tenía un
fin social que no podía ser sometido al de carácter político. Esto hizo que
Franco reaccionara inmediatamente y entregará a Artajo una nota, claramente
influida por Carrero, para ser entregada a las máximas autoridades
eclesiásticas; el escrito llama la atención a estas autoridades al decir que las
clases trabajadoras se han venido “descristianizando” y apartando del
cumplimiento de los deberes religiosos. Incluso Herrera, de forma oficial,
manifestaba su no oposición a la situación del sindicalismo español bajo
régimen de Franco. Tusell cita una carta dirigida a Artajo9 en la que indicaba la
importancia de organizar socialmente España. Incluso un prelado, claramente
situado al margen del régimen, el obispo de Las Palmas, Antonio Pildain,
publicó una pastoral a fines de 1954 en la que denunció que los sindicatos
españoles no se ajustaban a las enseñanzas papales. Martín Artajo intentó que
el obispo de León, asesor de los sindicatos oficiales respondiera a Pildain, pero
aquel se negó a hacerlo de forma pública. En estas condiciones la pastoral de
Pildain quedó reducida a un pronunciamiento aislado de un prelado nada
influyente, que insistirá en Roma donde no fue recibido por el Papa.
Vista la inanidad de la crítica e incluso de todo el debate teórico sobre la
catolicidad de los sindicatos, no puede extrañar que cuando como
consecuencia de las condiciones de vida existentes, se produjeron huelgas
espontáneas durante la primavera de 1956, la situación en que quedaron las
organizaciones de apostolado católico, fue muy precaria.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
7. Hacia la crisis de febrero de 1956
No puede pensarse que se produjera una censura durante el último mes
de 1953 en la gestión de Ruiz Giménez. La lectura de las revistas que habían
protagonizado un redescubrimiento de Unamuno y Ortega a partir de 1951,
Alcalá y Revista, es indicio indudable de un desvaimiento de la brillante
beligerancia aperturista de los años anteriores a 1954. Pero lo que al mismo
tiempo aumentó en progresión geométrica fueron las protestas por supuestas
irregularidades en la reintegración de catedráticos heterodoxos porque
procedían del exilio y las quejas por favoritismos en las oposiciones a cátedra.
Algunos ejemplos de esta situación son la normalización intentada por
Ruiz Giménez consistente en la reincorporación a sus puestos docentes de
personalidades marginadas por razones políticas, como es el caso del
internacionalista Miaja de la Muela, Llorca en enseñanza universitaria, Carmen
Castro en enseñanza secundaria, el físico Arturo Duperier, etc.
Del libro Ortega y tres antípodas se decía que estaba dirigido contra los
jesuitas y que la tesis doctoral de Julián Marías había sido aprobada con
irregularidades administrativas. Este tipo de textos se convirtieron en una
verdadera presión contra Ruiz Giménez, pero la cuestión estaba en que la
apertura cultural producida era un fenómeno difícilmente controlable en un
régimen como el español, aunque Ruiz Giménez ya había sufrido otras
presiones paralelas, como la insuficiencia de medios y la crisis de confianza en
el seno mismo del gabinete y entre sus miembros, siendo en los primeros
meses de 1955 cuando la crisis definitiva de la apertura cultural se propiciaba
desde el poder por Ruiz Giménez.
La situación de la apertura cultural en España incomodaba al propio
Primado. La muerte de Ortega, en octubre de 1955, señaló la inmensa
distancia existente entre los momentos que se vivían ahora con los que se
habían visto en 1952 y 1953. Ruiz Giménez asistió al entierro del filósofo pero
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
no puede decirse que la España oficial demostrara una actitud generosa con
respecto al fallecido. Aunque ya antes del fin de año, después de la muerte del
filósofo, empezó a catalizar una oposición universitaria claramente al margen
del régimen, que había obligado a convocar algunos Consejos de Ministros
para dedicarlos a la llamada “subversion universitaria”.
Las últimas semanas del ministerio Ruiz Giménez presenciaron un
esfuerzo por parte suya y de sus colaboradores por controlar la situación, y el
Ministerio de Educación concretó en hechos su deseo de encauzarla. Artajo
había sugerido a Ruiz Giménez que Laín pasara a la presidencia del Instituto
de Estudios Políticos, a lo que Ruiz Giménez se negó, pero la crisis estaba
abierta y producirá cambios en los ministerios.
En febrero de 1956 comenzaron los incidentes estudiantiles, hubo
refriegas, como la que se produjo en la celebración del aniversario de Matías
Montero, estudiante falangista caído en la República, en la que un falangista,
Miguel Álvarez, recibió un tiro la cabeza. Franco llamó a Ruiz Giménez al
Pardo, donde hubo un enfrentamiento entre Ruiz Giménez y el ministro de
Gobernación teniendo que mediar el Jefe del Estado. Al día siguiente, el
Consejo de Ministros suspendió la vigencia de parte del Fuero de los
Españoles. Los intelectuales aperturistas y miembros de la administración
estaban en peligro, manteniéndose la tensión durante los días siguientes. Pero
el 13 de febrero, un nuevo Consejo de Ministros iba a poner a Ruiz Giménez
fuera del gabinete. Esto se produjo al día siguiente, sintiéndose la inminencia
de la crisis. Artajo hacía sus cábalas y sus propuestas para la remodelación
que se veía venir y daba ya por supuesta la vuelta de Arrese a la Secretaría
General del Movimiento.
La crisis tuvo una profunda repercusión en la prensa, Franco prescindió
de Ruiz Giménez, lo que demostraba que el Jefe de Estado no necesitaba ya al
grupo católico colaboracionista que había entrado en la crisis de julio de 1945.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
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CUARTA PARTE: La batalla de las Leyes Fundamentales de Arrese
(1956-1957)
La crisis política de febrero de 1956 fue una de las de carácter
excepcional y no de las planeadas por Franco en uno de sus relevos
periódicos, suponía, de hecho, una pérdida de influencia del sector católico del
régimen.
Fue el intento de Arrese de reconfigurar el régimen franquista lo que
produjo una vuelta de Martín Artajo a la política interna. Ruiz Giménez, por su
parte, evolucionó netamente hacia la oposición democrática. Arrese intentó que
se aprobaran unas leyes fundamentales cuyo contenido tendría como
consecuencia una especie de “refalangistización” del régimen de Franco.
1. Arrese, las Leyes Fundamentales y los católicos
Dice Tusell, que para el conocimiento de los proyectos de Arrese se
dispone de una fuente valiosa: las propias memorias del Secretario General del
Movimiento aparecidas bajo el título “Una etapa constituyente”. Arrese, de
pasado azul, jugó un cierto papel en la primera redacción del Fuero de los
Españoles, y atribuía a Castiella la redacción definitiva del mismo, cuando en
julio de 1945 abandonaba el poder.
Arrese, en el momento de su nombramiento como ministro, veía graves
peligros en el mundo universitario, donde Ortega se había convertido en el
mejor parapeto y apreciaba debilidad en el liderazgo de la Falange. Franco
estaba incómodo con una Falange que se le iba de las manos, por eso Arrese
veía posibilidades de institucionalización del régimen con las Leyes
Fundamentales, leyes que empezó a preparar a petición de Franco. Contó con
el asesoramiento de prestigiosos del mundo intelectual falangista, como Lamo
de Espinosa, Javier Conde, Fraga, etc., pero existieron discrepancias contra el
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
texto en el seno de la ponencia redactora del mismo en la que junto a Arrese
había dos ministros del gobierno, Iturmendi y Carrero.
El mes de octubre se hizo muy cuesta arriba para Arrese porque la
oposición a sus planteamientos había llegado al propio Franco. En noviembre
de 1956 se había establecido en torno a Arrese un debate político
absolutamente inusitado en un régimen franquista: era la primera vez que
había una reflexión política del régimen sobre sí mismo. Los proyectos de
Arrese eran varios y lo que despertaron fue, sobre todo, una polémica por
cuestiones de poder. La Ley de Principios fue redactada en último lugar y
rápidamente, y atribuía un papel relevante al movimiento nacional.
Para los adversarios de las Leyes Fundamentales de Arrese el problema
residía en la configuración del Movimiento nacional, no se citaba ni una sola
palabra acerca de la Monarquía, el Secretario Nacional del Movimiento, aunque
nombrado por el Jefe del Estado, sería elegido previamente por el Consejo
Nacional. De establecerse en el gobierno al que pertenecía, actuaría como una
especie de comisario político que tan sólo dependería del Consejo Nacional. El
anteproyecto de Ley de Ordenación del Gobierno también trajo problemas: se
obligaría a decidir la separación de la Jefatura del Estado y la del Gobierno, y
una vez producida la sucesión, tanto gobierno como su jefe estarían en manos
de la estructura del Movimiento, el gobierno sería responsable ante el Jefe del
Estado, pero también ante el Secretario y el Consejo Nacional que podía
obligarlo a dimitir mediante tres votaciones de censura sucesivas.
Era un sistema en que se atribuía un enorme poder al Movimiento,
concebido desde la óptica falangista. Da la sensación de que había un intento
de una generación falangista para adquirir un protagonismo exclusivo en la vida
política de cara al futuro, y contra esto reaccionó el sector católico con Martín
Artajo a la cabeza. La posición de Artajo fue diametralmente opuesta a la de
Arrese, planteando ante Franco su oposición a las Leyes Fundamentales, al
tiempo que estaba estudiando el contenido de unos textos que consideraba
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
muy graves. Artajo trabajará con su sector político, con sus colaboradores,
consultando con todos ellos: con Ruiz Giménez, Sánchez Muniain, Martín
Sánchez, Laín, etc., que con diferencias de posición, mantuvieron una postura
común. Cabe destacar a un joven colaborador de Martín Artajo, Villar Arregui
que dijo que los proyectos de Arrese no eran sino un intento de volver a la
unificación llevada a cabo en plena guerra civil, y que era malo un monopolio
de un solo sector, porque la imagen que surgía, tal y como la habían planteado
el grupo de colaboradores de Arrese, era la de un gran consejo fascista, porque
quedaban en su poder una organización burocrática capaz de influir en la vida
cotidiana de todos los españoles. Ya se ha comentado que hubo matices
personales entre los colaboradores de Martín Artajo, como los planteados por
Ruiz Giménez, Antonio Garrigues y Castiella, que se alejaban del texto de
Arrese, pero otros, los de Martín Sánchez y José María Sánchez de Muniain
eran más ceñidos a los propósitos de éste.
La actitud de la familia católica tenía el temor a la monopolización
falangista, al pretender ésta convertir una dictadura personal en otra instituida
como tal.
2. Martín Artajo contra Arrese
La lucha política en el seno del régimen franquista por las leyes
fundamentales propuestas por Arrese se inició en octubre de 1956 pero se
planteó en diciembre de ese mismo año y las primeras semanas de 1957.
Martín Artajo transcribió un despacho con Franco en relación con las Leyes
Fundamentales porque el dictador era el supremo decisor del tema. Tusell cita
textualmente el escrito10. De él podemos extraer las siguientes conclusiones:
Franco no compartía el entusiasmo de los partidarios de Arrese por sus
reformas, mostró una oposición a la configuración del Consejo Nacional,
porque Franco tenía una misión arbitral y pretendía que las disposiciones
satisficieran a la mayor parte de las familias que cobijaba el régimen.
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
El ministro de Asuntos Exteriores insistía en el carácter totalitario que
habría de desprenderse de la aplicación de las Leyes Fundamentales de
Arrese, caso de ser aprobadas. Artajo había ordenado su juicio respecto a los
proyectos de Leyes Fundamentales en tres apartados: leyes fundamentales
existentes, crítica a los proyectos imaginados por Arrese, y propuesta de una
solución institucional distinta. Pretendía que se tradujera en medidas concretas.
La crítica del proyecto de Arrese era más que evidente, no obstante Artajo
aceptó la posibilidad y necesidad de una Ley de Ordenación del Gobierno,
aunque lo que más interesa a Tusell es el sistema institucional perfilado por
Artajo como réplica al de Arrese, que articuló en seis puntos, algunos de ellos
citados por el autor11. Artajo se refirió también a una Ley Orgánica del Gobierno
que perfilaría las funciones de éste, existiendo una separación entre la jefatura
del gobierno y la responsabilidad de los ministros.
Hubo Ley Orgánica, incluso con el tiempo separación de Presidencia del
Gobierno y Jefatura del Estado; el Consejo del Reino adoptó una estructura
similar a la pensada por Artajo y no se creó un movimiento de partido único,
propuesto por el sector falangista, pero volviendo a 1956, observamos que
hubo otros intentos de impugnación de los proyectos de Arrese. Los hubo
desde dos sectores, los tradicionalistas y los monárquicos juanistas,
representados por Iturmendi y Vallellano, respectivamente. Existieron puntos
de coincidencia entre los de Iturmendi y Martín Artajo en la forma y en el fondo.
Con ser de una enorme trascendencia la posición del sector católico del
régimen respecto de las Leyes Fundamentales de Arrese y también la de esos
otros grupos aludidos, un carácter más decisivo tiene que atribuirse a la
posición de la Iglesia. El Papa se refirió a la necesidad de que la legislación
española en todos los terrenos, y también en el constitucional, se inspirara en
criterios cristianos. Como ejemplo, a mediados de diciembre de 1956, visitaron
a Franco tres cardenales españoles, que eran la máxima representación de la
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47
Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
jerarquía eclesiástica, se trataba Pla, de Arriba y Castro y de Quiroga, que se
mostraron contrarios a las Leyes Fundamentales de Arrese y entregaron un
documento al dictador, fechado el 12 de diciembre de 1956, en el que aparece
clara su postura: la obligación de la jerarquía eclesiástica de expresar su
opinión acerca de los proyectos, porque en los principios del nacionalcatolicismo la acción de la Iglesia está ligada a la historia patria.
Las leyes que se necesitaban no eran, por tanto, las pensadas por el
equipo de Arrese. Todo lo contrario, los proyectos surgidos del sector falangista
estaban en desacuerdo con las doctrinas pontificias y, además, la
totalitarización del régimen tenía poco que ver con la tradición española. El
texto de la jerarquía eclesiástica era diferente, menos totalitario, criticable por
supuesto, y como dice Amando de Miguel, suponía un “tercerismo utópico”.
Lo que es evidente es la fundamental coincidencia de criterios entre
Artajo como líder político católico y la actitud de la jerarquía eclesiástica, que
vieron un peligro totalitario en las leyes de Arrese y propusieron un idéntico
camino de desarrollo institucional basado en el Fuero de los Españoles.
3. Alternativas de los proyectos. La crisis de 1957
Reconoce Arrese que no había prestado excesiva importancia en un
primer momento a la oposición eclesiástica, pero lo que existió realmente fue
una identidad de fondo entre el cardenal Pla y Artajo. Arrese no tardó en
enterarse de la gestión de los cardenales y cuando se dio cuenta de su
trascendencia, entendió el significado que podía tener, porque Franco no podía
prescindir del sector católico dentro del régimen, y además que todo tendría un
final, su cese, por eso dimitió ante Franco. Sin embargo, Arrese vio renacer su
esperanza en varias entrevistas mantenidas con el dictador a partir del 7 de
enero, en las que logró interesarle en sus proyectos, al plantearle que
atenuaría la refalangistizacion del régimen, proponiendo un Tribunal de
Garantías Constitucionales formado por el Consejo del Reino y el Consejo
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Nacional, pero la idea de Franco era otra, la de que Arrese aceptara
permanecer en el nuevo gabinete que se gestaba.
Los intentos de Arrese de modificar las Leyes Fundamentales,
aceptadas por la opinión de los metropolitanos, fueron inútiles y su destino
estaba sentenciado. Artajo intentó, a mediados de diciembre de 1956, un
acercamiento a Arrese, sobre todo porque, ante la inminencia de una crisis, él
pudiera ser cesado. En las memorias del ministro de Exteriores, cuenta que
tenía los días contados ante la inminencia de esa crisis y vivió la oposición a
los proyectos de Arrese hasta los últimos momentos de su vida en el ministerio.
La situación en el seno del gabinete había llegado a ser tensa porque
era manifiesta y pública la división del gobierno con respecto a los proyectos de
Arrese, que incluso habían llegado a la calle y se habían producido
manifestaciones falangistas en su favor. El propio Arrese tenía su casa
sometida a vigilancia y su teléfono intervenido por un compañero de gabinete
con la autorización de Franco. En estas condiciones era previsible el estallido
de una conmoción política en el seno del régimen que sólo se podía resolver
con una crisis ministerial. Si Arrese permaneció en el poder fue precisamente
porque había sido derrotado; si, en cambio, Martín Artajo fue desplazado, la
razón estriba en que había sido el vencedor, al menos en términos relativos.
Artajo no jugó el más mínimo papel en el desenlace de la crisis porque quien la
hizo fue el de siempre, Carrero Blanco. Martín Artajo recibió la noticia de su
cese por parte de Franco de la manera en que éste siempre lo hacía y Artajo le
escribió una carta manifestándole su dolor por la forma en la que le había
despedido12. La crisis de febrero de 1957 es la más importante de la historia del
régimen franquista y se mire por donde se mire, el factor más decisivo de la
misma fue el abandono del poder por Martín Artajo.
CONCLUSIÓN: Una época de la Historia de España
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
Y Tusell concluye su libro con un repaso del mismo, de sus
protagonistas, de sus momentos, tratando de hacernos comprender sus puntos
de vista con respecto a su metodología de estudio. Ha narrado una historia del
franquismo que, como él mismo dice, “ocultaba diariamente su realidad”, y lo
ha
hecho
con
“frialdad
y
distanciamiento
para
enfrentarse
a
los
acontecimientos”, porque Javier Tusell “ha dejado hablar a los protagonistas”, a
veces usando la ironía, pero intentando que para el lector sean algo más
comprensibles.
2. PARTE CRÍTICA
2.1.
Análisis
2.1.1. Científico
El régimen de Franco se identificó con la Iglesia y el empuje de ésta para
que se mantuviese y permaneciera hasta el final. La Iglesia ha sido la causa de
que la gran mayoría de los proyectos y tratados con referencia al franquismo,
hagan referencia a esa unión de trono y altar, a la boda Iglesia-Estado, como
una relación en la que ha habido disputas que se han tratado de minimizar,
sobre todo cuando Franco ha intervenido como mediador y padre “amantísimo”
de todas sus familias, incluida la falangista. El profesor Tusell, ha tratado de
revisar la formulación tradicional, apuntando que hubo tensiones, como indican
muchas intervenciones del propio Primado acerca de la HOAC, no demasiado
bien vista por Franco, por lo que representaba de muro de contención del
estamento eclesiástico español que la defendía contra viento y marea.
La labor del dictador fue fría y calculadora y así la ha sabido retratar
Tusell, quien en una parte de la conclusión de su libro hace una cita del propio
Franco que opina sobre la persona de Martín Artajo: “Es un buen ejecutor
cuando se deja dirigir”. Es, según el autor de “Franco y los católicos”, una de las
frases más crueles de la historia contemporánea”, lo que indica el “uso” que el
Jefe del Estado hacía de sus personajes (ministros, secretarios de Estado, etc.).
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
El uso de las fuentes es acertado porque trata de beber en archivos
personales, en notas, en prensa, en telegramas, en discursos y en obras que le
sirven de forma puntual, al tiempo que quedan muy bien adaptados a la
estructura espacio-temporal del libro en los diferentes pasajes. Son excelentes
porque su nivel de ilustración mental en el lector le hacen ver esa realidad que
como decía el propio Tusell, trataba de ser escondida a diario.
2.2.2. Estético
El libro es de lectura compleja por la cantidad de datos que el historiador
aporta: fechas, nombres, fuentes, etc. Lo es también porque la secuencia
temporal se va yuxtaponiendo en los diferentes capítulos, pero resulta que, en
esa amalgama de cifras y datos, hay una línea de claridad lectora que emana
de la utilización de personajes guía, como es el caso de Martín Artajo y del
propio Franco.
2.2.
Juicio valorativo: reflexión personal sobre el libro y su
temática
Javier Tusell ha sido uno de los historiadores españoles que más ha
destacado por sus estudios sobre el franquismo, sobre todo por la utilización
que ha hecho de la historia para explicar el origen y las características del
régimen y por la consideración de la dictadura como consecuencia de la guerra
civil, que supuso el nacimiento de una mentalidad característica en los
vencedores de la misma, y por su insistencia en señalar de qué manera
durante el periodo franquista se establecieron una serie de circunstancias
socioeconómicas y culturales que favorecieron el establecimiento de una
democracia con posterioridad.
La actitud adoptada por los principales dirigentes del catolicismo político
en el seno de la España franquista pululó entre lo que Tusell ha llamado
“marginación y mimesis” y yo añadiría que se movió de forma “sibilina” entre los
entramados de poder, palabra ésta que marca el objetivo de las familias adictas
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
al régimen. Para conseguirlo, se utilizaba todo lo imaginable, siempre teniendo
en cuenta que unas palabras hacia Franco podrían decantar hacia uno u otro
lado la balanza, pero sin darse cuenta de que Franco los usaba porque los
conocía, al tiempo que los necesitaba. Ese cúmulo de trayectorias quedan
reflejadas magníficamente en esta obra por el profesor Tusell, que ha explicado
claramente en cada capítulo el devenir de los hechos y siempre lo ha hecho
manteniendo esa “columna vertebral” que recorre la obra de arriba a abajo, me
refiero a personajes como Martín Artajo, el ministro de Asuntos Exteriores al
que Franco llamó “buen ejecutor”. Su personalidad recorre las páginas del libro,
apareciendo como segundo mediador en los temas de Iglesia, pero también en
los de política interior, donde su papel fue realmente relevante, aunque no lo
pareciese. Lo que ocurre es que en el libro se le cita más que a otro personaje
que se ocultaba, pero que ejercía de mano de Franco, quizás de ambas
manos, hablo de Carrero, a quien Tusell retrata muy bien en varios pasajes.
En definitiva, la obra, que refleja bien a las claras esas luchas dentro del
régimen, que suponían para Franco poca cosa, muestra la posición del autor
acerca precisamente de eso, de que hubo tensiones y de que todo no fue de
color de rosa y “púrpura”
3. OTRAS OBRAS Y CONCLUSIONES
3.1.
Otras obras
•
Sociología electoral de Madrid (1969).
•
La segunda República en Madrid (1970).
•
Las elecciones del Frente Popular en España (1971).
•
La reforma de la Administración local en España (1973).
•
Historia de la Democracia Cristiana en España (1974).
•
La España del Siglo XX (1975)
•
La oposición democrática al franquismo 1939-1962
•
El caciquismo en Andalucía (1976).
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Reseña de “Franco y los católicos” (Javier Tusell).
Javier Valera Bernal
•
Franco y Mussolini. La política española durante la segunda guerra mundial
(diciembre de 1985), del que es coautora su mujer.
•
La derecha española contemporánea (1986), con Juan Avilés.
•
Radiografía de un golpe de Estado (1987).
•
La URSS y la perestroika desde España (1988).
•
La España de Franco (1989).
•
La dictadura de Franco (1989).
•
Retrato de Mario Vargas Llosa (1990).
•
Manuel Giménez Fernández: precursor de la democracia española (1990),
con José Calvo.
•
El secuestro de la democracia (junio de 1990), del que es coautor el
periodista Justino Sinova.
•
Franco en la Guerra Civil, una biografía política (1992).
•
Maura y el regeneracionismo, una biografía política (1993).
•
Carrero. La eminencia gris del régimen de Franco (1993).
•
Franco, España y la II Guerra Mundial (1995).
•
Juan Carlos I (1995).
•
Alfonso XIII, el rey polémico (2001), realizado en colaboración de su
esposa.
•
Breve historia del siglo XX. Los momentos decisivos (2001).
3.2.
Conclusiones
La obra de Tusell, “Franco y los católicos”, plantea cómo el catolicismo
político se acogió al poder luchando contra la “falangistización” e imponiendo
su “cristianización” y lo hizo con Franco como mediador y con Martín Artajo
como personaje relevante en la política. La obra refleja esas luchas dentro del
régimen y muestra la posición del autor acerca de las tensiones habidas en su
seno.
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