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NAVEGAR, ESA SERÍA LA TAREA
MARÍA CRISTINA CASSINI
PALOMA HALAC
¿Cómo comenzar? ¿Con un epígrafe, con varios quizás? Recuerdo un trabajo
de un colega que aludía a la modalidad de comenzar nuestros trabajos con un
epígrafe que diera cuenta con breves palabras, generalmente bellamente
escritas, de la problemática a abordar y nos desafiaba a tomar su trabajo, todo
él, como epígrafe a sucesivos trabajos. En un principio me sorprendió, pero
seguí su propuesta y comprendí que quizás cada una de nuestras
producciones debiera constituirse en epígrafe que inspirara sucesivas
reflexiones. En consecuencia: nuestro trabajo tampoco tiene epígrafe, pero al
igual que el de nuestro colega, esperamos sirva de inspirador a nuevas formas
de articular la riqueza del pensamiento psicoanalítico.
Esta forma dialogal, de varios pensando en una temática, varios que a su vez
remiten a variaciones infinitas en nuestras mentes de analistas pobladas de
múltiples lecturas, nutridas por la experiencia de nuestra singular forma de
trabajo con nuestros pacientes, que es también dialogal, produce una
combinatoria que, como diría George Steiner, supera la invención y nos lanza
al espacio de la creación.
Estamos entonces tratando de ver cómo, dentro del inmenso caudal de
producciones teóricas psicoanalíticas y de nuestras experiencias clínicas con
importantes progresos y retrocesos, damos cuenta de las patologías actuales
que van mutando debido a la aceleración de los tiempos, más rápido de lo que
imaginamos, como expresión de las nuevas formas culturales.
Hace doce años que entramos en el nuevo milenio, apenas doce años, ya doce
años… Lo suficiente para darnos cuenta de que las cosas están cambiando.
Se trata de una mutación en curso dentro de nuestra cultura: la percibimos en
nuestra cotidianidad, ya aparece como tópico en nuestras lecturas, y
resistentes o no a su influencia, no podemos negar que nuestra propia vida, la
de cada uno, también está cambiando empujada por el movimiento general.
Y si bien es difícil rehusarse a aceptar que un gran cambio está en marcha, no
es fácil enumerar precisamente sus componentes, ni conocer los alcances, y
menos aún descifrar la fisonomía que finalmente adopte nuestra cultura.
Intentemos al menos construir un pequeño listado que nos permita ir
pensando…
La innovación tecnológica: una de las primeras nociones que acuden a nuestra
mente asociada al cambio. Sin duda. Sería impensable la fisonomía de este
nuevo milenio si la tecnología no hubiera transformado nuestras vidas en lo
cotidiano y en lo global, si gracias a la tecnología no se hubieran diseñados
nuevos modos de nacer, de comunicarse, de comer, de organizarse, de
curarse y enfermarse, de vivir y de morir.
Tan importante es la innovación tecnológica que de su mano llegamos a la
unificación tecno-económica del planeta a la que llamamos globalización.
Gracias a la tecnología y al motor de la comercialización, enormes cantidades
de personas han podido acceder al consumismo y a la práctica del deseo,
reservada antes para unos pocos; si bien no es posible ignorar la sombra que
empaña estos logros: los dos tercios de la humanidad, es decir 5000 millones
de personas, que el nuevo concepto de tecno-apartheited designa como la
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población que no puede aprovechar los beneficios de esa tecnología a causa
de su pobreza.
Otra idea: la del aumento de la cantidad en desmedro de la calidad expresada
en la noción de “medianía”. La medianía nos asalta en gran cantidad de
publicaciones, en la mayoría de los espectáculos, en las comidas rápidas y en
las que no lo son, en la información tan poco informada la más de las veces, en
fin, la medianía se ha convertido en el principal alimento de la comercialización
que hace llegar mucho más a muchos más, más rápidamente, para poder ser
también descartado con rapidez, dando rápida circulación al sistema.
El aumento de la cantidad, pero asociado a la velocidad. He aquí otro rasgo
paradigmático de nuestro tiempo. El movimiento y la aceleración: dos nuevos
valores de la época. No se trata de medios que permitan llegar a una meta, se
trata de una nueva modalidad que centra la experiencia en la trayectoria. Un
joven de hoy mientras habla por “el fijo”, en el celular está alcanzando un score
en su juego preferido, en tanto escucha la música de su último álbum, mientras
come un bocado rápido y prepara algún deber de calculo para el día siguiente,
sin olvidar de chatear con su amiga por la computadora. Este joven vive la
intensidad de su mundo secuenciado gracias a la velocidad con la que une
todos los puntos por un solo gesto sobre la superficie de su existencia.
Otro cambio que podemos agregar a nuestra lista: asistimos a una
transformación lingüística promovida principalmente por los modelos que
transmite la televisión y los creados a efectos de la comunicación
computacional. La lengua se simplifica, se vuelve informal, la comunicación
reproduce más la modalidad de la información, fuertemente ligada al presente y
a la actualidad, que la del diálogo. También la escritura sufre modificaciones:
marcada por la oralidad, con un estilo definido por el apuro, los textos breves
abusan de abreviaturas, de siglas y, en el caso de los textos electrónicos, las
emociones son representadas por “emoticones”.
Se trata de una lengua oral o escrita que llega a todos de la mano de la
democratización de los medios de comunicación. Infinitas ventanas siempre
abiertas que ponen en conexión muchas personas al mismo tiempo,
convirtiendo a los usuarios en productores y actores. Se desdibuja el espacio
público y el privado, dando lugar a un único espacio, el del espectáculo regido
por la fuerza bidimensional de la imagen.
El cuerpo desaparece detrás de la imagen visible que los sujetos decidan
otorgarse, modelándolo según las imágenes propuestas por los medios.
Cuerpos ampliados en la extensión de instrumentos técnicos que los
mantienen conectados a otros, a si mismos y al mundo por la interfase de la
virtualidad.
Se trata de presencias sincrónicas, siempre actualizadas por fragmentos de
contenidos recientes, sin articulación, que invocan la permanente
contemporaneidad en tiempo “real”. El presente se congela en una presencia
que parece querer abarcarlo todo, reduciendo el tiempo a esta sola dimensión,
pero no como aspiración a la eternidad, sino como celebración del instante.
Esta última asociación me recuerda que estamos aquí y que no se puede
abusar del tiempo… Hemos construido nuestra pequeña lista, cada uno es
capaz de ampliarla, pero como decíamos: para ir pensando, quizás sea
suficiente. Sin embargo, no puedo sustraerme antes a la tentación de compartir
con ustedes una pregunta: cómo fue que llegamos aquí, quiero decir, a este
mundo tan diverso respecto al que estábamos habituados hasta no hace tanto,
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en el que orientábamos nuestras vidas personales, nuestra práctica
psicoanalítica, nuestro modo de ver y de entender?
Si aceptamos que los seres humanos siempre sobrevivimos habitando ese
hogar de reemplazo que es la cultura, aún cuando en él nos hostigue
inevitablemente un cierto malestar, y por eso mismo, de ella nos alimentamos,
en ella nos constituimos, y también la transformamos, si acordamos en estas
cosas, comprenderemos cómo llegamos aquí.
El paisaje ha cambiado desde ese siglo XIX, en el que ya habían colapsado la
memoria y la tradición de las sociedades premodernas, y los hombres se
refugiaban en la privacidad, a salvo de la sociedad industrial y las exigencias y
peligros de su modo de vida urbano. Ascendía la burguesía y las masas
iniciaban su acceso a la sociedad de consumo. En aquella escena comenzó a
configurarse la llamada “tiranía de la intimidad” con su dosis creciente de
concentración en el espacio privado y en los conflictos íntimos que dio cobijo al
floreciente “mundo interno”.
Ese mundo logró crear un habitat mental para que la civilización viva, pero no
lo olvidemos: también con malestar. Porque ya desde la primera mitad del siglo
XX comenzó a sentirse la desproporción entre el esfuerzo que exigía la
profundidad convertida en mito y la densidad de sentido que aportaba: esa
tiranía de la intimidad maniataba con su fuerza represiva la interioridad tan
duramente construida. La moral burguesa que tanto había hecho en vistas al
progreso empezó a agotar la vitalidad de la vida. Al mismo tiempo, comenzó a
expandirse una profunda desconfianza por la cultura que engendró y permitió,
o al menos no supo evitar, el sufrimiento inmensurable de dos guerras atroces,
un genocidio que cubre de vergüenza la civilización, la guerra fría que
aterrorizó al mundo con su riesgo de holocausto planetario y la destrucción de
los recursos naturales de los que depende la supervivencia humana.
Al finalizar los años 60, la juventud separada de sus padres por una brecha
cultural enorme, revindicó para sí un protagonismo que se negaba a aceptar
cualquier pretensión por parte de los adultos de dirigirse a ellos evocando la
autoridad de su propia experiencia. Bajo el signo del individualismo, afirmó el
derecho de cada uno a maximizar su libertad privada y gozar de una libertad
absoluta de expresar los deseos autónomos y hacerlos respetar e
institucionalizar por la sociedad en su conjunto, al precio de renunciar al
sentimiento compartido de un fin: solo quedó el subjetivismo del interés y del
deseo privados, cuya medida es privada, es decir sin medida, alimentando el
relativismo estético y moral.
El siglo XXI parece empeñado en construir otro mundo en el que se pueda
vivir, exorcizando la profundidad con la superficialidad, el esfuerzo convertido
en regla moral por el placer, las normas tradicionales de la belleza por el
espectáculo, la inspiración por la técnica, la calidad por la medianía, la
intimidad por la visibilidad, la reflexión concienzuda por la velocidad…
Pareciera como si se hubiera perdido el sentido, o mejor, como si el sentido
consistiera en hacer agujeros en el sentido, en derribar los muros de la casa
que hasta ahora nos alojaba fallidamente, construyendo con el mismo gesto
otro habitat diferente.
Donde el S. XX denunciaba el vacío dejado por un Dios muerto, el S. XXI
declara que el vacío no existe, que está colmado por el exceso de deseo, de su
movimiento productivo sobre el mundo de los objetos como representación: allí
donde se percibía el vacío, hoy se percibe una presencia inerte y obscena.
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Porque cuando la cultura manifiesta la penuria de una pulsión religante de la
proliferación de sentidos, lo que quedan son solo islas de sentido
desarticuladas en medio de una pulsión desnuda que ataca invasora al sujeto.
Es este el territorio preciso en el que el psicoanálisis es convocado: en el lugar
de la fragmentación, de la exterioridad, de la cosificación, de la catástrofe. En
ese terreno el psicoanálisis tiene algo que decir: portavoz de Eros, su labor
abre sobretodo las puertas al trabajo de la ligazón instalándose del lado de las
pulsiones de vida. En el mundo veloz del hacer, que parece reemplazar al ser
por el parecer, la demanda de sentido se desplaza desde la interioridad a la
producción exterior. Algo falta en el mundo actual que es necesario vincular a
un significado para que se constituya la subjetividad.
A la pregunta de cómo dar sentido a lo que hacemos en un mundo en el que la
perentoria pulsionalidad ciega acecha del interior, pero aún más
imperativamente del exterior, la respuesta del psicoanálisis quizás deba
centrarse en la operación sublimatoria del sujeto a través de la creación del
sentido otorgado a sus actos que, transformadores de lo real, evocan
inevitablemente la presencia de los otros. Se trata de engendrar una
experiencia en el lugar de los fragmentos, donde la voraz velocidad quede
subordinada al sentido del movimiento en la acción y donde los otros no se
reduzcan a la acumulación de unos, sino que queden ligados en relaciones
significativas.
Nosotros sabemos que no podemos ilusionarnos con abolir el exceso, porque
los humanos somos productores de desorden, de ubris, de desmesura. El
hombre es al mismo tiempo sabio y demente y su progreso en el campo de la
complejidad, la invención, la inteligencia y la organización social se produce a
pesar, con y a causa del desorden. El campo del psicoanálisis es el de los
significados, no el de los hechos, del sentido que puede intervenir en la cadena
ciega de los hechos produciendo nuevas cadenas habitables por el hombre.
Esta es nuestra sabiduría, a la que no podemos renunciar en tanto
psicoanalistas y con la que podemos intervenir en la nueva cultura que
comienza a diseñarse No somos promotores del éxito sino del sentido, un
sentido, siempre precario y provisorio, pero gracias al cual el sujeto alcanza su
identidad y la cultura se construye.
“Navegar es preciso, vivir no”. Gracias Pessoa por venir a nuestra ayuda y
permitirnos recordar que navegamos sin brújula y que lo que logremos producir
en relación al sentido de la tradición y/o la invención tendrá que ver con una
construcción colectiva. Navegar, esa seria la tarea, creemos que se trata de ser
capaces de decidir qué hay en nuestras ricas conceptualizaciones que
queramos llevarnos hacia las nuevas generaciones, qué deseamos que se
preserve, incluso en la incertidumbre de un viaje oscuro: “los lazos que no
queremos romper, las raíces que no queremos perder, las palabras que
queremos seguir pronunciando y las ideas que no queremos dejar de pensar”.
Es un trabajo refinado, como nuestros tratamientos: poner a salvo todo lo que
apreciamos, “porque todo lo que se salve no será de ninguna manera lo que
mantuvimos a salvo del tiempo, sino aquello que dejamos que mutara, para
que se transformara él mismo en un tiempo nuevo”.
Resumen
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Actualmente nos enfrentamos a cambios que implican transformaciones
profundas respecto a los valores, al sentido, a la subjetividad, a lo que significa
conocer y experimentar. Evocamos algunos de los rasgos que caracterizan los
cambios de la cultura actual. Planteamos el desafío al que se enfrenta el
movimiento psicoanalítico en relación a las nuevas patologías producto de
estos cambios. Lo que logremos producir en relación al sentido de la tradición
y/o invención tendrá que ver con una construcción colectiva que pueda
responder a los nuevos malestares de la nueva cultura.
Bibliografía
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