10. Jesús, esperanza y salvación de los excluidos Gabriel Leal Salazar Vicario Episcopal de Acción Caritativa y Social. Diócesis de Málaga. Profesor de Nuevo Testamento del Seminario Diocesano, ISCR S. Pablo. Resumen El núcleo central de la predicación de Jesús es el anuncio del reinado de Dios, que se ha acercado definitivamente a nuestro mundo en la persona y en la obra de Jesús. Él ha venido a dar esta buena noticia, especialmente, a los pobres y pecadores, a los excluidos de su tiempo. La evangelización de los pobres avala la credibilidad de Jesús y revela su identidad como Mesías. Uno de los aspectos más singulares y sorprendentes es el modo en que Jesús ha llevado a cabo su misión: compartiendo las condiciones de vida de los pobres y acercándose a los pecadores. Él no le ha ofrecido su salvación desde lejos o desde arriba, marcando las distancias, sino acogiéndolos, sentándose a su mesa en un gesto de comunión de vida, y por ello arriesgando su credibilidad como enviado de Dios y su buena fama. Este modo de realizar la misión necesita ser actualizado hoy en el servicio a los excluidos: acogiéndolos, amándolos como el Señor los ama, defendiendo su dignidad, confiando en sus posibilidades, sirviendo sus esperanzas y ofreciéndoles la mejor de las noticias: 216 217 10 Gabriel Leal Salazar la dicha de saber que Dios les ama como a sus hijos y que están invitados a formar parte de su familia Palabras clave: Anuncio del reinado de Dios, evangelización, comunión de vida. Abstract The central core of Jesus’ preaching is the announcement of the kingdom of God, which has finally approached our world in the person and work of Jesus. He has come to give this good news, especially to the poor and sinners: the excluded of His time. The evangelising of the poor supports Jesus’ credibility and reveals His identity as the Messiah. One of the most unusual and surprising aspects is how Jesus undertook his mission: by sharing the living conditions of the poor and reaching out to sinners. He does not offer them salvation from afar or from above, from a distance, but by sheltering them, sitting down at their table in a gesture of communion of life, thereby risking both his credibility as God’s messenger and his good name. This way of approaching the mission needs to be updated today in service of the excluded: by reaching out to them, loving them as the Lord loves them, defending their dignity, trusting in their potential, serving their aspirations and offering them the best of news: the joy of knowing that God loves them as his children and that they are invited to join his family. Key words: Announcement of the kingdom of God, evangelising, communion of life. Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos 1. Introducción Estamos viviendo momentos de profundos cambios, en los que no faltan discursos oficiales en favor de los empobrecidos. No parece que los discursos estén acompañados de las decisiones políticas pertinentes para cambiar la suerte de millones de personas que viven en la pobreza. Siempre hay alguna coyuntura –ahora la crisis económica mundial– que se presta a dejar para una ocasión más propicia la toma de decisiones necesarias. Más aún, a los pobres les toca siempre sufrir las consecuencias más duras de una crisis que ciertamente ellos no han provocado. También en nuestro país muchos se ven avocados a la pobreza como consecuencia de la crisis, dejan de contar y, a lo más, cuentan como “usuarios” a los que se les ayuda no siempre con las migajas que quedan, sin la cercanía y el calor humano necesario. En este contexto, volver a contemplar la relación de Jesús, el Señor, con los empobrecidos de su tiempo, puede resultarnos profético y comprometedor, puede convertirse en un estímulo creativo que nos ayude a ponernos lúcidamente junto a los más pobres y de su parte. En nuestra reflexión nos ocupamos, primero, de visibilizar quienes eran los grupos sometidos a la exclusión social en tiempos de Jesús, para ver algunos rasgos de la relación de Jesús con ellos y cómo su misión, el anuncio del Reino, se dirige especialmente a ser buena noticia para los pobres. Pero hay algo más, Jesús no les ha evangelizado desde fuera y marcando las distancias, sino desde dentro, compartiendo las condiciones de vida de la gente sencilla y arriesgando su fama por mezclarse con ellos. De ahí que los discípulos, llamados a continuar la misión de Jesús y a su estilo, estemos llamados a ser buena noticia para los excluidos de hoy, desde un estilo de vida evangélico, cercano a los más pobres y comprometido con ellos. 2. Los excluidos en el contexto social de Jesús El término “pobre”, entendido en su dimensión social, aparece frecuentemente en la tradición bíblica. Entre los pobres hay que distinguir dos grupos: los que ganaban su sustento con el trabajo, entre los que estaban los esclavos y los jornaleros, y los que vivían, en parte o totalmente de las ayudas recibidas. Estos 218 219 10 Gabriel Leal Salazar aparecen, ante todo, como aquellos en relación con los cuales se define el deber de la limosna.1 Se puede sintetizar la investigación bíblica sobre la terminología del “pobre” así: “el que está privado de los bienes esenciales para vivir, tener dignidad y libertad. La base económica y social no debe hacer perder de vista que el acento está puesto en la dimensión humana de la pobreza”.2 3. La misión de Jesús: evangelizar a los pobres 3.1. El anuncio de la llegada del Reino de Dios El Evangelio de Marcos nos presenta a Jesús como el Evangelizador que proclama la llegada del Reino de Dios: “Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: 'El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.'” (Mc 1,14s.). En este anuncio sintetizan los tres primeros evangelistas el contenido de su mensaje (Mc 1,15; Mt 4,23; 9,35; Lc 4,43; 8,1; cf. Lc 9,2.60). Jesús ha proclamado el reinado de Dios como realidad que ha irrumpido en nuestra historia.3 La frecuencia con que aparecen las expresiones “reinado de Dios” y “reino de los cielos” en los evangelios, en contraste con el número relativamente escaso de ejemplos que encontramos en el judaísmo contemporáneo y en el resto del Nuevo Testamento (N.T.), indican que el anuncio de la llegada del Reino de Dios es el núcleo central de la predicación de Jesús. A esto se añade el que la expresión reaparece en los más diversos géneros literarios y en los más dispares contextos.4 1. Cf. Mc 10,21; 14,5.7; Mt 19,21; 26,9.11; Lc 16,20-22; 18,22; 19,8; Jn 12,5.6.8; 13,29. Cf. J. DUPONT, “Poveri e povertà nei vangelii e negli atti”, en J. DUPONT-A. GEORGE-S. LEGASE-B. RIGAUX-PH. SEIDENSTICKER, La povertá evangelica (Quaderni di Vita religiosa 12), Queriniana, 1973, pág. 36s. 2. R. FABRIS, “La opción por los pobres en la prospectiva bíblica”, en V. LIBERTI (ed.), Ricchezza e povertà nella Bibbia, Dehoniane, Roma 1991, pág. 2. 3. Cf. J. JEREMÍAS, Teología del Nuevo Testamento I (Biblioteca de Estudios Bíblicos 2), Sígueme, Salamanca 1974, págs. 119-26. 4. Este pertenece a la predicación hecha por Jesús antes de la pascua.Y esto principalmente por dos razones: 1) Jesús es “el único judío antiguo, conocido por nosotros”, que anunció “que el tiempo nuevo de la salvación había comenzado ya”; 2) no se corresponde con el anuncio de los primeros misioneros cristianos, quienes predicaban que Jesús, el crucificado y resucitado, es el Cristo. Cf. P. VISENTIN, Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos La expresión “Reino de Dios”, en labios de Jesús, no es un concepto espacial sino un concepto dinámico. Designa la soberanía real de Dios ejerciéndose en acto. La característica principal de este Reino es que Dios realizará definitivamente el ideal del rey justo que, según las concepciones de los pueblos del oriente y de Israel, consiste primordialmente en la protección de los desvalidos, de los débiles y los pobres, de las viudas y los huérfanos, de los que no tienen derechos, y no en emitir un veredicto “imparcial”. En las palabras de Jesús, el «reinado» de Dios se entiende siempre en sentido escatológico, designa el tiempo definitivo de salvación, la consumación del mundo. Cuando Jesús anuncia, y hace que sus discípulos anuncien, la cercanía del Reino de Dios (Mc 1,15 par. Mt 4,17; 10,7; Lc 10,9.11) está anunciando que la hora definitiva de Dios, la victoria de Dios, la consumación del mundo está muy cerca: el tiempo de la espera ha terminado, con Jesús se ha acercado irreversiblemente el tiempo del cumplimiento. 3.2. El Reino ofrecido a los pobres 3.2.1. Jesús en la sinagoga de Nazaret Jesús explicita la finalidad de su misión en su visita a la sinagoga de Nazaret, primera actuación concreta de Jesús que refiere el evangelio de Lucas (cf. Lc 4,1630).5 Jesús va a la sinagoga, toma la iniciativa, se levanta para hacer la lectura y recibe el libro en el que encuentra el pasaje de Isaías: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (vv. 18-19). El texto es “Povertà e Regno di Dio nel Nuovo Testamento”, en SEGRETARIATO ATTIVITÀ ECUMENICHA, Atto della XV Sessione di Formazione ecuménica organizzata deal Segretarairato Attività Ecumeniche (S.A.E.) La Mendola (Trento), 30 luglio – agosto 1977 , Elle di ci, Leumann (Torino) 1978, pág. 48. 5. La comparación de las tres redacciones que nos ofrecen los evangelios (Mt 13,54-58; Mc 6,1-6a; Lc 4,16-30) nos permite deducir que estamos ante el recuerdo de un mismo hecho histórico. La redacción de Lucas difiere mucho de la que nos ofrecen Mateo y Marcos: los versículos 17-21, 23 y 25-30 de Lucas no tienen paralelo en los otros dos evangelios sinópticos. En cuanto al lugar que ocupa en cada una de las redacciones evangélicas, Marcos lo sitúa cuando el ministerio de Jesús está ya avanzado, que es el momento más natural y lógico desde el punto de vista histórico. El mismo relato de Lucas revela la incongruencia del sitio que el evangelista le asigna en su narración: los nazaretanos exigen que Jesús haga los mismos milagros que ha hecho en Cafarnaún (Lc 4,23), cuando Lucas todavía no ha referido ningún milagro realizado por Jesús. Lucas ha colocado deliberadamente este episodio al principio de su relato del ministerio público, para darle carácter programático. 220 221 10 Gabriel Leal Salazar una cita parcial de Is 61,1-3,6 al que añade la expresión “a poner los oprimidos en libertad”(Is 58,6)7. Las palabras que el evangelio pone en labios de Jesús indican con claridad los destinatarios de su misión: En primer lugar, la Buena Noticia se anuncia a los pobres (cf. 6,20; 14,13.21). La primera bienaventuranza de Lucas (6,20) pone inmediatamente en guardia contra una interpretación meramente espiritual de la pobreza. Para Lucas, como para Isaías (61,1), a los pobres les falta lo necesario para sobrevivir, una situación que los expone a las injusticias de los ricos, ante cuyo poder se encuentran indefensos. Los segundos destinatarios son los prisioneros, a quienes Jesús trae la amnistía (Is 61,1) prescrita para el año jubilar. Estos son los mismos pobres obligados a vivir en condiciones de esclavitud, dada la imposibilidad que tienen de saldar sus propias deudas. El tercer grupo son los ciegos, a los que viene enviado para anunciar y realizar la curación de la vista. Los ciegos no sólo están excluidos de la sociedad, sino que también lo están del ámbito religioso y cultual del templo y de los sacrificios.8 Finalmente, los oprimidos, como los prisioneros, son, ante todo, aquellos que no pueden liberarse del peso económico, por lo que esperan del Señor la liberación definitiva con ocasión del año de gracia.9 La buena noticia que anuncia el texto del profeta Isaías culmina en la proclamación del “año de gracia del Señor”, una expresión que en el Antiguo Testamento (A.T.) se utiliza para designar la promulgación del año jubilar (Lev 25,8-13), en el que se debían condonar las deudas, restituir las tierras a sus antiguos propietarios y, sobre todo, liberar a quienes habían caído en esclavitud a causa de su pobreza. 6. El texto de Isaías se refiere al año jubilar, cf. Lv 25; Dt 15,1-18; Is 61,1-3; Jr 34,8-22; Ez 46,16-18. La cita de Lucas sigue el texto de los LXX, omitiendo dos expresiones del mismo: "para curar los corazones afligidos" (Is 61,1) y "el día de venganza de nuestro Dios" (Is 61,2). 7. En Is 58,6, la liberación de los oprimidos es considerada como una de las obras auténticas del ayuno que agrada al Señor. 8. Cf. infra nota nº 16. 9. Lucas refiere otras situaciones de opresión de las que libera Jesús a los hombres: Jesús libera de Satanás (Lc 4,31-37; 8,26-39; 9,37-43), lo que significa la liberación del mal desde su raíz, de la enfermedad (Lc 5,17-26; 6,6-11; 8,40-48; 13,10-17; 14,1-6; 17,11-19; 18,35-43), de la muerte (Lc 7,11-17; 8,49-56) y del pecado (Lc 7,36-50). Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos La afirmación de Jesús, «esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (v. 21), indica que la salvación anunciada por Isaías ha dejado de ser una esperanza reservada para el futuro: se está realizando en el mismo hecho de la proclamación, en la persona y en la obra de Jesús. Además, presenta implícitamente a Jesús como el profeta anunciado por Isaías; él es el Ungido, el Mesías del Señor, sobre el que ha descendido el Espíritu (3,22) y con cuya fuerza regresó a Galilea (4,14) para proclamar el año de gracia del Señor. La redacción que hace Lucas de esta tradición y el hecho de que el evangelista la haya situado artificialmente como pórtico del ministerio de Jesús le da un carácter programático, dando un significado mesiánico y liberador a todo el ministerio de Jesús. Con el ministerio de Jesús se ha hecho definitivamente presente el “año de gracia del Señor” que es salvación para todos los hombres, especialmente para los pobres y oprimidos. 3.2.2. La embajada del Bautista Comparando la imagen que nos presentan los evangelios de Juan el Bautista (Mt 3; Lc 3,1-21) con el modo de llevar a cabo la misión de Jesús, no es de extrañar que Juan enviase a sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”. Jesús comienza a responderles con hechos, antes que con palabras: “en aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos”. Sólo después de su actuación, les responde verbalmente invitándoles a ir y contar a Juan “lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Lc 7, 18-24). Jesús cumple las promesas anunciadas para la era mesiánica. El último signo, el más específico y decisivo, el que constituye el rasgo característico de su misión se refiere a Isaías (61,1): “A los pobres se les anuncia la ‘buena nueva’”. El acento recae sobre esta afirmación, no sólo por el hecho de estar colocada al final, sino también por la palabra que le sigue: “¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Mt 11,6 par. Lc 7,23). Es la oferta de salvación que Jesús hace a los pobres lo que resulta sumamente escandaloso, porque en la práctica nadie se iba a escandalizar de que los ciegos vieran, los cojos pudieran caminar, los leprosos quedaran limpios, los sordos pudieran oír y los muertos resucitasen. A estas primeras cinco frases no se puede referir el escándalo. 222 223 10 Gabriel Leal Salazar Evangelizando a los pobres Jesús da la garantía más segura que permite reconocerlo como enviado de Dios.10 Este anuncio es el criterio que avala a Jesús como Mesías. Su relación con los pobres define su persona y su obra, “en y por su relación con los pobres”, Jesús revela “lo que él es y lo que debe hacer, como quiere ser entendido, conocido y acogido”.11 Las imágenes que utiliza el texto, luz para los ciegos, oído para los sordos, júbilo para los pobres, etc., designan el tiempo de redención, en el cual no habrá ya sufrimiento, ni lamentos, ni dolor. La mención por parte de Jesús de los leprosos y los muertos, ausentes en el texto de Isaías, indica que el cumplimiento supera con mucho a todas las promesas, esperanzas y expectativas. La novedad del mensaje de Jesús no consiste en la certeza de que estaba cerca la llegada del reinado de Dios, porque esta certeza la compartió Jesús con muchos de sus contemporáneos, especialmente con Juan el Bautista. La novedad evangélica radica en la promesa que Jesús hace a los pobres: el Reino de Dios les pertenece. En el corazón del discurso de Jesús sobre el Reino, está precisamente el anuncio de Jesús a los pobres: el Reino de Dios es para ellos.12 Jesús promete a los pobres y pecadores la intervención salvadora de Dios. Para ellos, se manifiesta, se realiza y se actualiza ya desde ahora el tiempo de la salvación. Para expresar que en la buena nueva lo que sucede es la remisión de las deudas, el perdón de los pecados (Mc 2,1-12 par.; Lc 7,36-50), Jesús utiliza metáforas y parábolas que son descripciones plásticas del perdón y del restablecimiento de la comunión con Dios: las parábolas de ambos deudores (Lc 7,41-43), del siervo sin entrañas (Mt 18,23-35), de la oveja perdida (Lc 15,5) y de la moneda perdida (Lc 15,9), del padre que tenía dos hijos (Lc 15, 11-32). Lo mismo pone de relieve la oración del fariseo y del publicano (Lc 18,10-15), que culmina con la afirmación de que el publicano bajó justificado y el fariseo no. En todas estas imágenes se halla la realidad que denominamos “perdón”. 3.2.3. Motivos de la opción preferencial de Jesús por los pobres Jesús justifica su opción a favor de los pobres en una oración en la que, en forma de alabanza, interpreta la actuación de Dios: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las 10. J. DUPONT, “Poveri e povertà”, 46.v. 11. P. VISENTIN, “Povertà e Regno di Dio”, 54s. 12. J. JEREMÍAS, Teología, 144-48. Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Mt 11,25-26; cf Lc 10,21-22). El término griego que usa y que la Biblia de Jerusalén traduce por “beneplácito” no indica sólo la benignidad de Dios, sino la decisión y elección libre y gratuita de Dios. Los pobres, en contraposición a los sabios y entendidos, son elegidos por Dios. Y esto únicamente porque él es “bueno” y vierte gratuitamente sus dones sobre quien tiene necesidad.13 La justificación decisiva que da Jesús es la alusión, casi monótona, a la esencia de Dios. Dios es infinitamente bondadoso (Mc 20,1-15) y se regocija cuando encuentra su oveja, “la perdida” (Lc 15, 4-10). Dios escucha los clamores de los desgraciados, de manera muy distinta a como lo hizo el juez, que “ni temía a Dios ni respetaba a los hombres” (Lc 18,1-8). Dios concede la petición del publicano desesperanzado (Lc 18,9-14). Se parece al padre que corre al encuentro del hijo perdido, a quien besa y no recibe como criado sino que instaura en la dignidad y libertad propia de los hijos (vestido de gala, anillo y sandalias) (Lc 15,11-31) (Lc 15, 19.21). Así es Dios. El hecho de que Jesús para justificar su propia compasión hacia los pecadores invoque la misericordia de Dios con los pecadores permite deducir una importante consecuencia: Jesús, con su conducta, que suscita escándalo, pretende hacer realidad el amor de Dios, actuando como representante suyo. En su misión Jesús hace visible y actualiza el amor de Dios hacia los pobres. En otras palabras, Jesús declara bienaventurados a los pobres no porque son pobres, afligidos, hambrientos o perseguidos, o porque tengan algún tipo de derechos o méritos especiales, sino porque Dios es el rey justo y fiel que defiende y protege a los pobres y los últimos de la escala social. Sobre este punto hoy hay un acuerdo de todos los estudiosos. 4. Los pobres y pecadores acogen el anuncio del Reino Joaquín Jeremías ha puesto de relieve que los seguidores de Jesús vienen designados en los evangelios como “publicanos y pecadores” (Mc 2,16 par.; Mt 11,19 par.; Lc 15, 1) o “publicanos y rameras” (Mt 21,32) o, sencillamente, “pecadores”.14 Unas expresiones probablemente acuñadas por los adversarios de Jesús y que manifiestan un profundo desprecio, como indica la crítica de estos al Maestro: “Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,19 par). 13. R. FABRIS, “La opción por los pobres”, 6s. 14. J. JEREMÍAS, Teología, 133-38. 224 225 10 Gabriel Leal Salazar En el contexto social y religioso de Jesús, el concepto de “pecador” abarcaba a los que menospreciaban la voluntad de Dios o la transgredían y a quienes ejercían profesiones despreciadas (cf. Mt 21,31; Lc 18,11). Estas, en opinión general, conducían a la inmoralidad, principalmente a la falta de honradez. A estas profesiones pertenecían, entre otros, los jugadores de juegos de azar, los usureros, los recaudadores de impuestos, los publicanos y los pastores.15 En los evangelios, el prototipo de los “pecadores” son los publicanos: recaudadores de impuestos y derechos de aduana. Los recaudadores de impuestos eran funcionarios estatales encargados de cobrar los impuestos directos. Su misión era repartir los impuestos entre los ciudadanos que estaban obligados a pagarlos, y respondían del cobro de las tasas con su fortuna personal. Estos subastaban al mejor postor para que recaudase los derechos de aduana y consumo de un distrito. Por tanto, los recaudadores de derechos aduaneros no eran funcionarios estatales sino subarrendatarios de los recaudadores. Estos estaban muchísimo más expuestos a la tentación de hacer trampas, porque tenían que sacar el canon de arrendamiento más una ganancia adicional. Para conseguirlo explotaban la ignorancia que el público tenía de las tarifas aduaneras y, durante el tiempo del arriendo, procuraban aumentar sus ganancias sin escrúpulo alguno (Lc 3,12 s). Esto permite comprender el desprecio popular contra los publicanos o recaudadores de aduanas y sus familias. A los publicanos se les negaban los derechos civiles: no se les conferían cargos honrosos y no se les permitía actuar como testigos ante los tribunales. Si antes de ocupar su cargo habían pertenecido a alguna comunidad de fariseos, se les expulsaba. Entre los seguidores de Jesús se encontraban un numeroso grupo de pobres, como afirma especialmente Lucas. En los evangelios no hay duda que cuando se refiere a los pobres se trata de pobres reales en sentido sociológico (cf. Lc 7,22). Esto viene confirmado por la llamada que hace Jesús a invitar a quienes no puedan corresponder, “pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos”, para encontrar la recompensa “en la resurrección de los justos” (Lc 14,12-14; cf. Lc 14,21). Jesús se dirige también a otros sectores excluidos de la sociedad y del culto, como son los ciegos y los cojos, a quienes se les prohíbe entrar en el templo.16 15. De los pastores se sospechaba que conducían los rebaños a campos ajenos y que sustraían de los productos del rebaño. 16. “Todos están obligados a comparecer delante de Dios, excluidos el sordo, el idiota, el niño, el impotente, las mujeres, los esclavos, los cojos, los ciegos, los enfermos, los ancianos y aquellos que no pueden caminar”: Hagiga (M.1.1.), citado por J. BONSIRVEN, Textes Rabbiniques des deus premiers siècles chrétiens pour servir à l’intelligence du N. Testament, Roma 1954, nº 1093, pág. 277; cf. Berakot, nº 450, pág. 106. Para una comparación más amplia entre los datos evangélicos y los de aquel ambiente, cf. H.L. STRACK-P. BILLERBECK, Kommentar zum N. Testament aus Talmud und Midrash, 4 vol., Munich 31963). Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos Otra categoría similar es la de la mujer que, al contrario de los hombres, no podía ir a donde quisiera. Habitualmente estaba encerrada en la casa, y era norma que en público no se pudiese hablar con una mujer, ni siquiera con la propia.17 Naturalmente no era admitida en la escuela18 y, en el ámbito religioso, ni siquiera obligada a decir las oraciones de la mañana y de la tarde. Con frecuencia, se designa también a los seguidores de Jesús como “los pequeños” (Mc 9,42; Mt 10,42; 18,10.14) o bien “los más pequeños” (Mt 25,40.45) o “los sencillos” (Mt 11,25). Esta expresión designa a los discípulos de Jesús como personas con poca formación religiosa, y como ésta era prácticamente la única formación que existía, como personas incultas. Pero no debemos hacernos la idea falsa de que todos los partidarios de Jesús eran únicamente los llamados “pecadores” y los pobres.19 Resumiendo, los seguidores de Jesús eran predominantemente personas que gozaban de baja reputación y estima: los pobres, publicanos y pecadores, mujeres: “los pequeños”, como probablemente gustaba de llamarles el mismo Jesús. 5. El estilo de relación de Jesús con los pobres: modelo de evangelización El modo como Jesús realizó su misión debió resultar, en aquel contexto, sorprendente, al menos, cuando no escandaloso. Porque Jesús, como veremos no ha evangelizado marcando las distancias respecto a los excluidos, sino desde la cercanía más entrañable, arriesgando incluso su fama, hasta el punto de llegar a decir de él sus adversarios no sólo que era un “comilón y un borracho amigo de publicanos y pecadores” (11,19) sino que estaba “poseído por Beelzebul” (Mc 3,22). 5.1. Jesús acoge y dignifica a los pobres Jesús hace presente el reinado de Dios con hechos y palabras que se iluminan mutuamente. Él no se ha limitado a predicar, como si hubiese venido simple17. Cf .STRACK-BILLERBECK, Kommentar zum N. Testament, v. II, 438 (sobre Jn 4,27). 18. J. BONSIRVEN, Textes Rabbiniques, 418, n.1588, y 227, n. 911; cf. P. VISENTIN, “Povertà e Regno di Dio”, 58. 19. Cf. infra pág. 11. 226 227 10 Gabriel Leal Salazar mente a concienciar sobre el problema de los pobres: ha venido a estar con ellos y a liberarlos. Jesús cura a los enfermos, más allá de las prescripciones rituales o de las leyes del descanso sabático, resucita a los muertos, expulsa a los demonios, perdona a los pecadores. Como ya hemos dicho, los destinatarios de su obra son también las mujeres pecadoras, los recaudadores de impuestos y los marginados por la ley. La forma de proclamación de perdón por parte de Jesús que más debió impresionar fue el hecho de que Jesús compartiera la mesa con los pecadores, la comunión de mesa con ellos.20 Jesús los acoge en su casa (Lc 15,2) y en un banquete de fiesta se sienta a la mesa con ellos (Mc 2,15s par.). Además de las comidas con publicanos y pecadores, Jesús empleó otros medios para proclamar por medio de acciones el perdón. Lo hace haciéndose invitar públicamente por Zaqueo, el principal jefe de los publicanos en Jericó (Lc 19,5), o bien llamando a Leví, el publicano, para que le siga como discípulo (Mc 2,14; Mt 9,9; 10,3; Lc 5,27-28). Para darnos cuenta del alcance de esta acción debemos saber que en oriente acoger a una persona e invitarla a la propia mesa es una muestra de respeto. Y significa una oferta de paz, de confianza, de fraternidad y de perdón; en una palabra, la comunión de mesa es comunión de vida.21 Más aún, en el judaísmo, la comunión de mesa significa comunión ante los ojos de Dios, porque todo comensal, al comer uno de los trozos del pan que se ha partido, participa en las palabras de alabanza que el dueño de la casa ha pronunciado sobre el pan antes de partirlo. Por eso, las comidas de Jesús con publicanos y pecadores no son mera expresión de la extraordinaria humanidad de Jesús, de su generosidad, de su simpatía íntima y solidaridad con los despreciados. La significación de estas comidas es más profunda: son expresión de la misión y del mensaje de Jesús (Mc 2,17), celebraciones anticipadas del banquete salvífico del fin de los tiempos (Mt 8,11 par.) Por otro lado, el modo de relacionarse de Jesús con las mujeres sorprende si lo comparamos con las costumbres de la época, donde ni siquiera estaba permitido dirigirse a ellas en público.22 Por el contrario, Jesús habla con la Samaritana, suscitando la extrañeza de los discípulos (cf. Jn 4,27); cultiva la amistad con Marta y María, a quien encontramos dos veces a los pies de Jesús escuchando su palabra, actitud típica del discípulo (cf. Lc 10,38-42; Jn 11,32); se deja tocar por una mujer juzgada como pecadora (Lc 7,36-39) y por la hemorroisa considerada impura, a pesar de que sólo busca sacar provecho de Jesús (Mc 5,25-34). Jesús no tiene miedo de acogerlas en el círculo de los más íntimos (cf Lc 8,1-3). 20. J. JEREMÍAS, Teología, 140-44. 21. Cf. 2 Re 25,27-30; Jer 52,31-34. 22. Cf. supra pág. 11. Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos Este modo de llevar a cabo Jesús su misión creó un verdadero escándalo durante su vida pública y suscitó la incomprensión y contestación, sobre todo, de los fariseos. Los evangelios muestran toda una gama de rechazo que va desde la incomprensión (Lc 15,29s) e indignación (15,2; 19,7; Mt 20,11), pasando por las injurias (Mt 11,19 par. Lc 7,24) y la acusación de blasfemo (Mc 2,7), hasta la incitación a los discípulos para que se separen del Maestro (Mc 2,16). Una reacción que, en aquel contexto, no debía sorprender porque la actuación de Jesús parecía contradecir todas las reglas de la piedad judía que pedían marcar distancias respecto a los pecadores.23 Es verdad que el judaísmo sabe que Dios es misericordioso y capaz de perdonar, pero sólo a los justos; para los pecadores está destinado el juicio. El pecador sólo puede alcanzar la misericordia y el perdón después de que haya demostrado la seriedad de su arrepentimiento por medio de la reparación y del cambio de su conducta. Entonces, y sólo entonces, el pecador podía ser objeto del amor de Dios. La actitud de Jesús en su relación con los pobres podemos sintetizarla en los siguientes rasgos: Jesús los ha amado y por ello los ha acogido como Dios los acoge y los ha mirado como Dios los mira: por lo que son y no sólo por sus carencias. Él ha visto en ellos no sólo ni principalmente sus carencias, sino a los destinatarios del Reino por voluntad del Padre (Lc 10,21).24 Como ya hemos indicado, Jesús los ha acogido desde la cercanía que posibilita la amistad y convivialidad con los excluidos y ha antepuesto sus intereses a los propios. Un buen ejemplo de esto nos relata el evangelio de Marcos. Jesús, después de la vuelta de los discípulos de la misión, los invita a ir a parte “a un lugar solitario, para descansar un poco” porque eran tantos los que iban y venían que “no les quedaba tiempo ni para comer”. Un proyecto que queda pospuesto, cuando Jesús, al desembarcar, “vió mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,30-44). El amor de Jesús se traduce en com-pasión, que lleva a compartir el sufrimiento de los otros y desarrolla la reciprocidad 23. En Qumrán, la comunión de mesa estaba abierta únicamente para los puros, para los miembros con pleno derecho. Para el fariseo, el trato con los pecadores pone en peligro la pureza del justo, su pertenencia al ámbito de lo santo y de lo divino. Un fariseo ni se hospeda como invitado en casa de un pecador ni lo acoge en su casa, sin que este se cambie vestiduras. Tienen prohibido compadecerse de quien no tiene conocimiento: “Esa gente que no conoce la Ley son unos malditos” (Jn 7,49). Cf. M. PÉREZ TENDERO, “Para enriquecernos con su pobreza”, en Reseña Bíblica 29 (2001) 31. 24. Cf. A. BRAVO, “La causa de los pobres, reto para una Iglesia evangelizadora”, en Cáritas Diocesana de Málaga (ed.), Congreso Los desafíos de la pobreza a la acción evangelizadora de la Iglesia, en la Diócesis de Málaga (Material de trabajo 3), Cáritas Diocesana, Málaga 1997, págs. 106-113. 228 229 10 Gabriel Leal Salazar La ayuda de Jesús no les resulta humillante porque él defiende su dignidad: lo hizo con la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,3-11) y con la pecadora que se desvivía en gestos de gratitud a Jesús mientras que su anfitrión, el fariseo, no fue delicado en su recibimiento (Lc 7,36-49). Él les da nuevas oportunidades que culminan en la invitación a no pecar más e incluso a que le sigan; y esto sin suplantar su responsabilidad sino apoyándoles para que puedan ejercerla. Jesús siempre parte de sus necesidades y en diálogo con ellos les abre nuevos horizontes y posibilidades (Jn 4,1-30). Jesús confía en los pobres, a quienes acoge como personas, con quienes dialoga, a quienes considera sujetos y no meros objetos de su ayuda. Quizá el ejemplo más notable de esto sea la renovación de su llamada a los discípulos después de la resurrección; el vuelve a confiarles la misión a pesar de que a la hora de la verdad le habían abandonado. Jesús ha servido esperanzas de los pobres y sus posibilidades. Y lo ha hecho descubriendo sus esperanzas a partir de sus expectativas, muchas veces a ras de tierra y tan condicionados por el sufrimiento. Ellos acudían con sus expectativas humanas concretas, a través de las cuales mostraban su confianza en Jesús y sus esperanzas y él respondía a sus expectativas y les abría a los horizonte de la fe (Mc 9,23s.; Mt 15,28). En una palabra, Jesús les ha ofrecido ser protagonistas de su destino abriéndoles unos horizontes insospechados, que les invitaba pasar de sus expectativas iniciales a la acogida de su invitación a ser partícipes del Reino y alcanzar la vida eterna. 5.2. Jesús ha compartido la condición social de los pobres El autor de Hebreos fundamenta la compasión y misericordia del Señor en el hecho de que Jesús ha sido semejante en todo a nosotros, ha participado de nuestra “carne” y “sangre”, es decir, de nuestra condición humana frágil y limitada (cf. Hb 2,14.17). Más aún, él puede “compadecerse de nuestras flaquezas” porque ha “probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15; cf. 2,18). La cercanía y compasión de Jesús hacia los pobres y pecadores hunde su raíz en el misterio mismo de la encarnación. El evangelio de San Juan expresa bellamente el misterio de la encarnación: "La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14); no le bastó hacerse hombre, sino que se hizo débil, limitado y caduco como indica el término carne. Como dice San Pablo “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos (Flp 2,6-7). Para vislumbrar lo que significa este abajamiento basta contemplar lo que de la Palabra se afirma en el prólogo del Evangelio de Juan: estaba en Dios (Jn 1,1), era la luz (Jn 1,4) y la Palabra creadora “mediante la cual se ha hecho todo” (Jn 1,3). Hebreos nos dirá que es la Palabra por la que "había creado el mundo y las edades" (Hb 1,2), es decir, la que conduce la historia. La Palabra salvadora anunciada por los profetas, se ha hecho carne, ha asumido una condición humana concreta, histórica y por tanto limitada y caduca. El Hijo único de Dios se ha insertado en la historia de un pueblo y de la humanidad (Lc 3,23-38), no exenta de sombras,25 y ha compartido la situación social de los pobres. Es difícil afirmar con precisión cuál fue la situación económica de Jesús y su lugar en la escala socioeconómica de su tiempo, porque los evangelios nos dan pocos datos a este respecto. Los relatos de la infancia nos permiten deducir que Jesús nació en una familia de ambiente sencillo, pero no mísero, así nos lo indica que María tuviese parientes pertenecientes a las familias sacerdotales (Lc 1,5) y que José sea de la estirpe de David (Lc 1,27). La impresión que da el lugar de su nacimiento no es de una pobreza extrema (cf. Lc 2,7.12; Mt 2,11). A lo mimo apunta la ofrenda de María, un par de tórtolas o dos pichones (Lc 2,24). Jesús creció en Nazaret, un pueblo pequeño de la Baja Galilea, desconocido totalmente para el A.T., fuera de las vías de comunicación importantes de su tiempo y de no muy buena fama (Jn 1,46). Jesús tiene el oficio de carpintero (Mc 6,3), es decir, es un «manitas», un trabajador manual capaz de realizar todo tipo de chapuzas. Es verdad que no parece pertenecer al ambiente social de los miserables y desheredados, muy numerosos en su tiempo, pero tampoco al entorno de las grandes familias que vivían en las ciudades importantes de Galilea, ni a la de las ricas familias sacerdotales de Jerusalén. Para nuestro nivel de vida Jesús sería pobre, pero no viviría en la miseria. Como misionero itinerante no tiene lugar fijo de residencia (Mt 8,20; Lc 9,58). Pero algunos textos dan a entender que Jesús dispone de una casa (Mc 9,28), un lugar de residencia habitual (Jn 1,38s), al parecer en Cafarnaúm (Mc 2,1s; 9,33), probablemente la casa de Simón (Mc 1,29-35). En torno a Jesús se formó un grupo de discípulos. Algunos de ellos tenían un oficio de cierta solvencia, como Leví, recaudador de impuestos (Mc 2,13s). Otros, como la familia de los Zebedeo, tenían barca propia y hasta jornaleros (Mc 1,19s). Simón Pedro, como parecen demostrar las excavaciones de Cafarnaúm, poseía una casa de piedra y no todos vivían así en aquel tiempo. El grupo de Jesús tenía 25. Entre sus antepasados hay patriarcas opulentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero (José), dos prostitutas Tamar (Gn 38,6-26) y Rajab (Jos 2,1), la extranjera Rut, una adúltera «la de Urías» (2 Sm 11,4). 230 231 10 Gabriel Leal Salazar cierta organización económica: Judas se encargaba de administrar el dinero (Jn 12,6; 13,29). Incluso hacían limosnas dedicando cierta cantidad a los pobres (Jn 12,5; 13,29). Algunas mujeres se encargaban de proveer lo necesario para el grupo (Mc 15,41; Lc 8,3). Por otro lado, algunos amigos de Jesús no dan impresión de mucha pobreza, como Marta, María y Lázaro (Lc 10,38-42; Jn 11; 12,1ss). Lo mismo podemos decir de José de Arimatea y Nicodemo, que intervinieron en la sepultura de Jesús (Jn 19,38-42; Mc 15, 42-47).26 En una palabra, para sus parientes y vecinos, Jesús fue uno más del pueblo, plenamente identificado con ellos, de ahí su reacción de extrañeza durante la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret (Lc 4,22); algo también nos da a entender la reflexión de Mateo (13,53-58) y de Marcos en el texto paralelo (6,1-7): Jesús es un hombre como los demás, formando parte de lo cotidiano, que compromete su credibilidad, su mensaje, por su identidad humana. Era tan hombre que eso hace que los nazarenos lo rechacen. Juan, por su parte (7,1-18) nota que los que rechazan a Jesús son la gente de su familia, sus primos. El motivo del rechazo en Juan también es porque Jesús es un hombre, sencillamente un hombre como los demás. Es de origen modesto, no puede pretender entrar en la historia, no se puede creer en él si sale de Nazaret. 5.3. Jesús se ha identificado con los pobres (Mt 25,31-46) La escena del juicio final es impresionante: El Hijo del Hombre vendrá glorioso, rodeado con todos sus ángeles, y se sentará sobre el trono de su gloria. Todos los pueblos, toda la humanidad será reunida ante él. Inmediatamente, asumirá funciones que el pastor realiza al caer de la tarde: separar las ovejas de las cabras. Él separará a los unos de los otros, poniendo las ovejas a “su” derecha y las cabras a “la” izquierda. La acción se desarrolla en silencio. Este inicio del juicio muestra que no se trata, en primer lugar, de acoger una exhortación al amor al prójimo, sino de disponerse a la contemplación de Cristo que se revela y actúa al fin de los tiempos, poniéndonos ante la manifestación más plena de su identidad. El que ha sido presentado como Hijo del Hombre glorioso y ha asumido la función de pastor, ahora como Rey, llama benditos de su Padre a los de su derecha 26. M. PÉREZ TENDERO, “Para enriquecernos”, 28-29. Corintios XIII nº 135 Jesús, esperanza y salvación de los excluidos y les invita a heredar el Reino preparado para ellos desde la creación del mundo (vv. 40.45). Y esto porque han practicado la misericordia. Esta declaración del juez provoca una reacción de estupor y sorpresa: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos; sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te alojamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" (Mt 25,37-39). La sorpresa surge de la novedad de la identificación efectuada por el Rey: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40); porque el encuentro con los necesitados es considerado directamente un encuentro con el Hijo del Hombre-Rey-Juez. En la hora del juicio se revela el tesoro escondido en las relaciones personales tejidas o no con los indigentes. Ellas constituyen una auténtica relación con el Señor: El Hijo del Hombre es amado, de una manera concreta y real, aunque misteriosa, en cada uno de los necesitados. La reacción de sorpresa de los justos y de los rechazados pone de relieve la gratuidad del servicio. El texto no dice que hayan olvidado lo que han hecho, sino que ignoran haberlo hecho al mismo Hijo del Hombre. El sentido pleno de sus actos no se les revela más que en la última hora. Al mismo tiempo resalta que ellos les prestaron su ayuda exclusivamente por su condición de necesitados, al margen de las disposiciones subjetivas que estos pudieran tener. De esta manera, el texto invita a amar al otro por sí mismo, porque es persona y porque es último. Los pequeños no son servidos para servir en ellos al Señor. ¡No! Son servidos por su situación de indigencia, sin que esta ayuda aparezca ordenada a ningún otro fin. Y sólo así es servido el Señor en ellos. Esta identificación con los pobres que anuncia Jesús es paradójica. Reconocer a Cristo sufriente y muriente en los propios necesitados parece obvio. Pero que el Hijo del Hombre –Rey sentado sobre el trono de su gloria– se identifique con los necesitados es sorprendente. ¡Cristo el Hijo del Hombre glorioso, el Pastor, Rey y Señor, se identifica escandalosamente con los indigentes! “En los necesitados aparece la gloria de Cristo”.27 6. Conclusión La relación de Jesús con los pobres, su actitud y compromiso, es para todos sus discípulos una llamada al compromiso, una invitación a optar decididamente 27. J. GNILKA, Il vangelo di Matteo II, (Commentario teologico del Nuovo Testamento 23) Paideia, Brescia 1991, pág. 553. 232 233 10 Gabriel Leal Salazar por los excluidos y concretar ese compromiso al estilo de Jesús. Este compromiso debe tener su raíz y fuente en el amor de Dios, que impide vivir indiferentes ante las necesidades de los demás, nos invita a salir de nosotros mismos y suscita la compasión que nos hace samaritanos y compañeros de camino. No cualquier modo de acercamiento y servicio a los pobres es adecuado para los discípulos de Jesús, sino el que nos permita acogerlos como hermanos, por lo que son y no sólo por sus carencias, desde la mayor cercanía posible. Un tipo de acogida que exprese nuestra confianza inquebrantable en sus personas y posibilidades, que respete y defienda su dignidad, que permita hacerlos protagonistas de su destino y abrirlos a la esperanza definitiva: saberse amados incondicionalmente por Dios e invitados a vivir como hijos suyos y hermanos de todos los hombres. Dado que la injusticia es la principal causa de la pobreza y no la mera escasez de recursos, el compromiso no puede limitarse a atender a los excluidos, a paliar las consecuencias de la injusticia que se ceba en ellos, sino que, ante todo, tiene que empeñarse en la transformación de la sociedad, desde la lucha por la justicia, para que ésta deje de ser excluyente y se haga accesible a los más desfavorecidos. Como afirmaba Juan Pablo II, “es la hora de un nueva ‘imaginación de la caridad’, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” Es necesario un modelo de actuación que permita “que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como ‘en su casa’”28 Ojalá que este modo de actuar permitiera apropiarnos las palabras de San Pablo: “¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios.Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (1 Cor 1,26-29). 28. JUAN PABLO II, Novo Millennio ineunte, n. 50. Corintios XIII nº 135