el despertar del islam

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GERHARD BÖWERING
EL DESPERTAR DEL ISLAM
Das Erwachen des Islam, Stimmen der Zeit, 209 (1191), 33-40
Significado e importancia del Islam
El nombre del Dios clemente y misericordioso. Con este verso inicial del Corán; que
Mahoma (632 d. C. ) anuncio como mensaje de un nue vo despertar religioso, comienza
el creyente musulmán cualquier acto importante de su vida. A diferencia de las otras dos
religiones monoteístas -judaísmo y cristianismo-, que arrancan de las figuras proféticas
de Moisés y Jesús respectivamente, el Islam se presenta como una religión de despertar:
(Erweckungsreligion), y Mahoma considera su profetismo como la acción de despertar
la fe en un solo Dios, promulgada en Adán y revelada por los grandes profetas, desde
Noé hasta Jesús y los' héroes de las leyendas arábigas. La revelación de Dios, que las
Escrituras sagradas de judíos y cristianos habrían falseado, se presentaba ahora en claro
árabe a los árabes.
Tras la huida de Mahoma de la Meca a Medina (622), a aquel primer mensaje se le une
el grito Dios es más grande (Alláhu akbar). En este punto, de ser el que suscitaba la
sumisión (islam) completa a Dios, Mahoma se convirtió en el líder de la lucha (jihad)
total, con lo que el islam experimentará desde sus comienzos la tensión entre la lucha
por Dios y la lucha por la hegemonía.
Hoy existen casi mil millones de musulmanes, extendidos en un ancho cinturón que da
la vuelta a la tierra, del Atlántico al Pacífico. Situado en la encrucijada de razas y
civilizaciones, el Islam participa de la fiebre consumista del norte y de la suerte de los
oprimidos del sur; está destinado a desempeñar un papel de primera línea en la política
mundial y al final de nuestro milenio será la religión numéricamente más fuerte.
Una historia rica y tumultuosa
A la muerte de Mahoma y al grito de No hay más Dios que Alá y Mahoma su profeta,
conquistaron los árabes en pocos años Palestina, Siria, Iraq e Irán. En un siglo de
imprevisible expansión corrieron las fronteras por el oeste hacia España y por el este
hacia el Asia central y la India. En toda esa inmensa extensión, el Corán fue
considerado como palabra de Dios a los hombres, y la ley del Islam como norma
absoluta de vida.
A ese ímpetu conquistador siguió una firme voluntad de cumplir la misión de extender
en los países no musulmanes el orden islámico, hasta que todo el mundo fuese sometido
al Islam. Durante la edad media la cultura islámica dejó atrás el occidente europeo, a
base de apropiarse el patrimonio helenístico y bizantino, y de inspirarse en la sabiduría
de Persia y de la India. Las tribus nómadas del Asia central, los turcos y los mongoles se
hicieron musulmanes. El Islam sobrevivió a sangrientas guerras civiles, soportó la
escisión en sectas y la división entre el este (El Cairo) y el oeste (Bagdad), y llegó a
superar el hund imiento del califato de Bagdad (1258). Tras la conquista de
Constantinopla (1453), surgió un nuevo Islam en el imperio otomano. Habitantes de los
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Balcanes, castas bajas de la India, tribus del África negra y pobladores de las islas
indonésicas engrosaron sus filas.
A pesar de que a menudo llegó a una división de poderes, el Islam conservó el ideal del
estado teocrático, en el que el califa lo es todo. En los dos últimos siglos ese ideal se
desvaneció. Desde la campaña de Napoleón en Egipto (1798) hasta poco antes de
terminar la segunda guerra mundial el Islam tuvo que soportar el yugo del colonialismo.
Para los musulmanes el medioevo, cuando el Occidente aprendía a sus pies y religión y
cultura iban del brazo, representa su edad de oro.
La unidad cultural en peligro
El ideal del Islam descansaba más en un entusiasmo religioso que en hechos empíricos.
La unidad cultural no resistió el embate de una Europa tecnológicamente más avanzada.
El fallido intento de preservar la cultura islámica del pernicioso influjo del exterior hizo
surgir la autocrítica. Se señaló que el déficit principal de la cultura musulmana radicaba
en las disciplinas científicas y en los métodos de investigación. No bastaba con
reincorporar en el núcleo de la cultura islámica aquellos valores culturales que ellos
habían logrado infiltrar en el Occidente medieval. Porque las ciencias modernas y el uso
de las lenguas occidentales influían en su forma de pensar y de vivir. Pero parecía que
aceptar los progresos tecnológicos equivalía a perder la religión, el patrimonio histórico
y la identidad cultural.
Mientras los intelectuales se debatían en esas dificultades, las masas adoptaban una
actitud de miedo y reserva frente a todo lo occidental. Para Muhammad Abduh (1905),
artífice del modernismo islá mico, el atraso del Islam radicaba en la esclerosis del
derecho a partir del siglo IX. En 1.924 Kemal Atatürk (1938) invalidó la ley islámica y
abolió el califato otomano.
Aunque esto directamente sólo afectaba a Turquía, sus consecuencias llegaron hasta lo
más íntimo de la conciencia musulmana. Con el califato desaparecía el último símbolo
de unidad y se abría un abismo en la conciencia de la identidad islámica. Como reacción
surgieron dos tendencias: una reformista, basada en la idea de nación, y otra
fundamentalista, que se remitió por entero al Islam.
La idea de nación
Para los pensadores reformistas, una cultura esencialmente sincretista e
indiscutiblemente vinculada a Occidente no podía ser puramente islámica: Para subsistir
en el mundo actual había que aprender de Occidente. Pero los intentos de hacer del
Mediterráneo el área cultural común se mostraron faltos de , realismo. Para evitar una
rotura con la tradición islámica, había que encontrar una fórmula polivalente que
empalmase con la historia del Islam y a la vez hiciese posible el acceso creativo al
mundo moderno. La idea de nación se impuso. como solución. Si para el panislamismo
la nación es la comunidad de todos los creyentes, para el nacionalismo es el territorio
común lo que constituye la nación. Después de la segunda guerra mundial, el
panarabismo se apoderó de los ánimos. El Islam era la manifestación del humanismo
árabe y el profeta la encarnación de su espíritu.
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La oposición panarabismo - estados árabes, la problemática idea de nación de
procedencia europea y la enorme diversidad de grupos étnicos, hizo que unos pocos
buscasen la solución en la idea de la personalidad colectiva de los musulmanes. Así
piensan algunos autores norafricanos que se puede salvaguardar la identidad musulmana
en el transcurso del tiempo y en circunstancias cambiantes. A pesar de esas incursiones
en la idea de nación y en el personalismo colectivo, no es el secularismo sino el
fundamentalismo el que hoy gana terreno.
Fundamentalismo
Se trata de implantar un estado puramente islámico que abarque religión y política. El
deseo nostálgico de ese estado ideal dio origen a multitud de movimientos
fundamentalistas desde Marruecos a Mindanao. A diferencia de los nacionalistas, cuya
actitud anticolonial era esencialmente política, estos movimientos se alinearon
abiertamente contra toda forma de influjo occidental. Descontentos del propio
desarrollo social y económico, apelaban a los sentimientos de enemistad contra
Occidente y afirmaban que la vuelta a los principios del Islam significaba el programa
concreto y realístico para resolver los problemas actuales. Rechazan el liberalismo y el
socialismo domo ideologías importadas y se oponen al nacionalismo y a la democracia,
porque llevan al individualismo y al caos social. El estado islámico, a medio camino
entre la democracia y el totalitarismo, poseería lo mejor de ambos. Igualmente la
estructura económica se situaría entre el capitalismo y el socialismo. Tras la época
colonial, el fundamentalismo entra en conflicto con los gobiernos, sobre todo si son
militares. Porque considera que han arrebatado al Islam su puesto en la política.
El fundamentalismo quiere competir tecnológicamente con Occidente, permaneciendo
culturalmente inmune. Por esto elabora una ideología propia con una doctrina política
acorde. En países de mayoría musulmana esa postura ideológica se endurece. En
situaciones minoritarias, si la minoría es fuerte, se alientan las tendencias y, si es escasa,
se fomentan los sentimientos de solidaridad. Son indicios claros de fundamentalismo la
presencia fervorosa en las mezquitas, el velo de las mujeres, el vestido talar y el
turbante de los hombres. Como, para los musulmanes, Occidente vive una decadencia
moral, el fundamentalismo ofrece una alternativa política práctica y un refugio espiritual
seguro.
El fenómeno del fundamentalismo es reciente. Comenzó con la crisis del petróleo de los
años setenta. Se vio el petróleo como un don de Dios, escondido bajo los lugares santos
del Islam, en la tierra del Corán. El Islam aparecía como la tercera potencia mundial, al
lado de la ideología occidental y del comunismo. La subida al poder de Jomeiny,
apoyado no en la fuerza de las armas sino en la voluntad de los musulmanes, tuvo una
resonancia insospechada y despertó grandes esperanzas en todo el mundo musulmán.
El fundamentalismo tiene dos peligros. Un resurgimiento que se basa en el petróleo se
levanta sobre arena. La afluencia rápida de dinero, el afán de lucro y el egoísmo traen
consigo grandes perturbaciones sociales. Los recursos petrolíferos no han sido tanto el
producto del propio trabajo como un golpe de suerte, y se deben más a las: inversiones
occidentales que a la propia iniciativa. En general no han servido para renovar los
métodos de enseñanza e investigación.
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En segundo lugar, el fundamentalismo tiene una concepción estática de la cultura. Se
trata de preservar la propia identidad haciendo del presente una copia del pasado. En
cambio, en sus épocas de esplendor, el Islam poseía un dinamismo que le permitía
asimilar lo mejor de su entorno, convirtiéndole en una cultura de síntesis y transmisión.
La interpretación dinámica de la cultura es la clave del auténtico resurgir del Islam.
Modelos del despertar islámico
Cuando el Islam, sin sistema teológico y sin código legal, salió de Arabia a la conquista
del mundo tuvo que desarrollar su dimensión intelectual partiendo de cero. Las síntesis
intelectuales de los pensadores musulmanes medievales son un modelo para el despertar
islámico actual. Ha llegado el momento de completar la dimensión vertical de la
teología, que subraya la confianza en Dios y la sumisión a su voluntad, con la
dimensión horizontal de la antropología, que da entrada a la autonomía y libertad
humana. Para esto el Islam ha de salir del aislamiento de su orden idealizado, ha de
renovar radicalmente su sistema educativo y ha de colocarse al nivel de exigencias de
los otros sistemas de pensamiento de nuestro mundo.
La reacción mundial a los Versos satánicos de Salman Rushdies muestra que el nervio
de la religión musulmana está vivo. La apertura al mundo moderno, que ha significado
para la Iglesia católica el vaticano II, puede también servir de modelo para una
renovación espiritual, que no se hace con masas fanatizadas, sino con hombres y
mujeres de oración, con intelectuales tolerantes e innovadores valientes.
¿Puede el mundo cristiano quedar al margen de ese despertar del islam? Ha de decidirse
a participar en él. Pero antes deberá contestar a estas tres preguntas radicales del
pensamiento cristiano:
1. ¿Es posible una nueva comprensión de la misión cristiana que, más allá de la
mentalidad dialogal en uso, encuentre la .verdadera fe, no sólo en el interlocutor
musulmán, sino en el mismo Islam, y esté dispuesta a aceptar sus correcciones?
2. ¿Hay medio de incorporar, la plegaria y el pensamiento musulmán en el estudio
cristiano y al mismo tiempo abandonar antiguas pautas occidentales de pensamiento?
3. ¿Estamos preparados para aceptar que cristianos y musulmanes buscamos todos la
misma verdad?
Hoy, cuando la ideología comunista; al parecer, se desmorona y la religión islámica se
fortalece, ha llegado el momento de dar ese paso hacia la verdad universal de Dios, que
no ocurrirá sin un giro de Occidente hacia la luz de un futuro nuevo.
Tradujo y extractó: MARIO SALA
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