La capa negra - Juventud Rebelde

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DOMINGO
16 DE NOVIEMBRE DE 2008
La capa negra
por CIRO BIANCHI ROSS
[email protected]
CON la detención en La Habana, Marianao y Pinar del Río de unas 50 personas, las autoridades cubanas desarticulaban, el 24 de octubre de 1946, el tercero de los complots que debió enfrentar, y sofocó, el presidente Ramón
Grau San Martín.
Sus organizadores proyectaban apoderarse en los días subsiguientes del
campamento militar de Columbia, luego de pasar a cuchillo a todas sus
postas, y también de la sede del regimiento Rius Rivera, en la capital pinareña, donde, procedente de Miami
habría desembarcado ya el ex general Manuel Benítez, que se trasladaría a la capital a fin de asumir
las riendas del gobierno de la
nación.
El plan contemplaba el
asesinato de las principales
figuras del gobierno grausista
y de los líderes más connotados de la Alianza Auténtico
-Republicana en el poder, e incluía asimismo lo que los conjurados llamaban «72 horas de libre matanza», encaminada a sacar del juego a todos los que se oponían a la
vuelta del pasado batistiano. Los golpistas estaban equipados con armas de fabricación norteamericana
tan modernas que no habían llegado
todavía a manos del Ejército cubano.
Así como sucedió con El cepillo de
dientes y El mulo muerto, las anteriores conspiraciones antigrausistas, el
nombre que recibiría esta cerró a cal y
canto su entrada en la historia y la
redujo a un episodio tragicómico. Alguien, al conocer que todo lo ocupado
por la Policía a uno de los principales
encartados fue una capa de agua de
color negro, bautizó el golpe como La
capa negra. Escribía Enrique de la Osa
en Bohemia: «Y la nueva y brillante
acción militar se venía también al suelo, abrumada por el peso del choteo
popular. ¡No era posible tomar el campamento de Columbia sin más armas
que una capa de agua…! ¡Ni por negra
e impermeable que fuera…!».
Sin embargo, a juicio de Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular (PSP), la conspiración de La capa negra había representado «un verdadero peligro». Era
solo una muestra del quehacer que
desplegaban grupos aventureros
para echar abajo al gobierno constitucional con el propósito ulterior de
desmantelar las conquistas logradas
por el pueblo con sangre y sacrificio.
La capa negra es una tentativa
que no puede subestimarse, aseveraba el dirigente comunista. Y añadía: “A nosotros nos consta que no
era una capa negra el centro de la
conspiración, puesto que algunos de
nuestros militantes tuvieron la oportunidad de ver, casualmente, algunas
armas modernas en manos de algunos conspiradores». Conspiradores
que no fueron detenidos, concluía
Blas, ni sus armas ocupadas.
No era la primera vez que el Partido Socialista Popular alertaba sobre
grupos terroristas que pretendían
aprovecharse del descontento popular creciente para crear el estado de
ánimo en la opinión pública, la disposición en la ciudadanía y el fondo político imprescindible para perpetrar un
golpe de Estado. Proyectaban esos
grupos una ola de atentados, cuyas
víctimas serían, entre otros, dirigentes
del PSP. Escribe el historiador Humberto Vázquez: «En el plan tendente a
desestabilizar la situación política y
crear el ambiente golpista, participaban activamente los agentes y espías
norteamericanos diseminados en la
Isla y conocidos como G-Men. Esos
individuos concentraban su acción en
las Fuerzas Armadas, donde urdían
intrigas contra el gobierno y esgrimían
el pretexto comunista para instigar las
tendencias violentas».
TIROTEO EN LA CORONELA
Ciertamente, algo más que una
capa de agua ocupaban la Policía y el
Ejército en una finca perteneciente a
Nena Benítez, hermana del ex general, ubicada en el reparto residencial
de La Coronela, en Marianao. Se
encontraron allí diez ametralladoras
de mano, cuatro rifles, 12 revólveres y
pistolas automáticas y otros pertrechos. Militares y agentes policiacos
rodearon la finca en cuestión y conminaron a los allí reunidos a rendirse.
Lejos de hacerlo, los sitiados respondieron con una cerrada balacera. No
demoraron en deponer su actitud y
fueron detenidos. Poco después se
efectuaban nuevas detenciones en
otras zonas de la capital y en Pinar del
Río, donde era apresado el periodista
Ernesto de la Fe, vinculado a los grupos gangsteriles o «de acción», como
se les llamaba en la época a las bandas del gatillo alegre.
Un informe de la jefatura del Ejército reveló que el alto mando castrense conocía de la conspiración, y
seguía sus hilos desde un mes
antes, cuando un oficial radicado en
Pinar del Río hizo saber a sus superiores que elementos cercanos al ex
general Benítez le habían invitado a
sumarse al movimiento. A la información aportada por el oficial siguieron
otras en el mismo sentido. Todos los
informantes recibieron la orden de
aparentar su acuerdo con la propuesta y fingir que se incorporaban a
la conjura con el propósito de conocer su alcance y de qué medios disponía. Decía saber más el Ejército.
Desde el 7 u 8 de octubre tenía conocimiento de que la acción militar tendría lugar el 24 o en días posteriores.
Se adjudicó al ex general Benítez
la jefatura del movimiento. Lo inculpaban informes de la Inteligencia Militar.
La finca de La Coronela era propiedad
de una hermana suya y entre los detenidos figuraban muchos de sus amigos personales. Uno de ellos, Rafael
Montenegro, conducido a presencia
de Grau por el pistolero Orlando León
Lemus (El Colorado) aseguró al Presidente que los conspiradores ejecutarían un atentado contra una figura
relevante de la oposición a fin de
ganarse las simpatías de sus seguidores políticos y luego tomarían Pinar
del Río, adonde llegaría Benítez para
dirigirse a La Habana y ocupar el campamento de Columbia.
A esas alturas ya Manuel Benítez
se había evaporado de La Habana.
El mismo día 24, en que fue asaltada la finca de La Coronela, volaba
tranquilamente hacia Miami. Desde
su residencia en la Florida declaró
que nada tenía que ver con el complot. Batista, en su casa de Daytona
Beach, negó asimismo su participación en la conjura y advirtió que «las
noticias sobre el intento de golpe
eran la demostración de la descomposición, la ausencia de orden y la
falta de una autoridad responsable
prevalecientes en Cuba».
En las esferas gubernamentales
hubo opiniones encontradas en cuanto
a la conspiración. El capitán Jorge
Agostini, jefe del Servicio Secreto del
Palacio Presidencial, aseguró que el
movimiento abortado carecía de
importancia. En cambio, el primer
ministro Carlos Prío opinó que el revuelo político de la oposición estaba dirigido «a crear un clima de violencia adecuado para que unos cuantos locos
asaltaran el poder y lo entregaran luego
a personas de regímenes caducos», es
decir, batistianos. Acusó a la prensa de
intentar confundir a la opinión pública
al hacerle creer que la conspiración no
existía e informó que los conjurados
fueron detenidos cuando ya estaban
organizados en grupos y prestos a utilizar un armamento que todavía no se
conocía en Cuba. Fue Prío quien anunció que los golpistas tenían entre sus
planes conceder tres días de licencia
para matar una vez que se hubieran
apoderado del gobierno.
En el proceso de instrucción,
Ernesto de la Fe dijo al general Ruperto Cabrera, que lo interrogaba, que le
causaba risa escucharle decir que él
(De la Fe) aspiraba a la presidencia de
la nación, pues jamás había tenido
tales pretensiones. De todas formas,
De la Fe y sus compañeros fueron llevados ante el Tribunal de Urgencia por
atentar contra los poderes del Estado
y participar en un complot que provocaría un movimiento insurreccional en
el país con miras a derrocar al gobierno. Fue un juicio expedito. El 7 de enero de 1947, el tribunal absolvía a 21
de los encartados y condenaba a los
otros 29 a penas de dos o tres años
de prisión. Tres años de privación de
libertad correspondieron a Ernesto de
la Fe.
Mientras tanto, el cubano de a pie,
angustiado por realidades tangibles
como la carestía de la vida y el desempleo, seguía, entre incrédulo y burlón,
el curso de los acontecimientos. Una
caricatura aparecida en la revista
Bohemia quiso sintetizar lo que esta
publicación asumía como un sentimiento generalizado. Se veía en el
dibujo a un hombre enmascarado e
identificado como Bolsa Negra en el
momento en que, a punta de pistola,
asaltaba a un campesino. Un cubano
asustado conversaba con Grau en un
ángulo del dibujo. Le decía: «Doctor,
déjese de estar pensando en la capa
negra y acabe con la bolsa negra, que
es mucho más peligrosa».
Y ELLOS SE JUNTAN
De la Fe recusó al tribunal que lo juzgaría. Uno de sus magistrados era allegado del ex coronel Pedraza, que guardaba prisión desde los días de la conspiración del Cepillo de Dientes. Ese magistrado, dijo, en connivencia con el gobierno,
los condenaría a él y a sus compañeros a
cambio de la liberación de su pariente. No
valió su protesta. El grupo implicado en La
capa negra extinguiría su sanción en la
Cabaña y se impuso entonces trasladar a
Pedraza a una galera interior de la fortaleza para evitar un incidente serio.
Pedraza tuvo que responder por
ocho causas que tenía pendientes. No
se le quiso ver culpable en ninguna,
aunque le sobraban «méritos» para ello,
y, cumplida la sanción por El cepillo de
dientes, abandonó la Cabaña el 24 de
abril del 47. De la Fe salió de prisión
antes de previsto y, en 1952, Batista lo
premió con el Ministerio de Información. Pedraza, que era un hombre rico
—poseía más de cuatro mil cabezas de
ganado— se ocupó de sus asuntos
particulares hasta que a fines de 1958
su compadre Batista, superadas ya las
desavenencias de 1941, cuando Pedraza quiso derrocarlo, lo creyó el hombre
indicado para acabar con la insurrección en la región central del país. Con
grados de general de brigada volvió a
las filas y asumió el cargo de Inspector
General del Ejército. Se dio el gusto
entonces de abofetear en público al ya
general Alberto Ríos Chaviano, al que
tachó de cobarde por su fracaso en Las
Villas. No hay constancia de que Pedraza llegara a combatir. Ya para esa fecha
el Ejército batistiano era incapaz de
ganar siquiera una escaramuza contra
las heroicas huestes rebeldes.
Ernesto de la Fe fue apresado en
La Habana en los primeros días de
enero de 1959 y, por su complicidad
con la dictadura, un tribunal revolucionario lo condenó a quince años de
prisión. Pedraza abandonó el país en
el último avión que, ya en la mañana
del 1ro. de enero, salió del aeropuerto militar de Columbia.
En Santo Domingo, donde se radicó, asumió la jefatura de la legión con
que Rafael Leónidas Trujillo pensaba
invadir la Isla y acabar con la Revolución. Reclamó el sátrapa dominicano el
concurso de Batista y este se comprometió a financiar un plan para eliminar
físicamente a Fidel. Para ello el ex dictador buscó el concurso de Rolando
Masferrer, jefe de los tristemente célebres Tigres, a la sazón en Miami, quien
le recomendó a dos sujetos de confianza. Arribaron los asesinos clandestinamente a La Habana y contaron ya
dentro con la ayuda de la organización
contrarrevolucionaria que De la Fe dirigía desde la cárcel. Un agente de la
naciente Seguridad del Estado, infiltrado en la organización contrarrevolucionaria, dio cuenta de la llegada de los
personajes, si bien no pudo precisar el
fin que los animaba. Se dio la orden
entonces de detenerlos de manera
casual en la calle, proceder a su identificación y trasladarlos al mando policial
más cercano. Los dos sujetos respondieron con ráfagas de ametralladoras
al requerimiento de la Policía y pudieron
salir de La Habana en la lancha que los
esperaba en un atracadero a la entrada del río Almendares. De más está
decir que se fueron como vinieron, sin
cumplir su objetivo.
(Fuentes: Textos de Enrique de la Osa,
Eduardo Vázquez y Fabián Escalante)
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