1 “Al pie de la cruz, sentada está la Virgen María, muy triste y

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“Al pie de la cruz, sentada está
la Virgen María, muy triste y
acongojada sin consuelo ni alegría.
Teniendo muerto en sus brazos la prenda
que más amaba, la prenda que más quería,
y mirándole las llagas que en pies y
manos tenía, también las del costado,
el corazón le partía.
Reverendos Cura-Párroco y Vicario-Parroquial
Señor Alcalde
Hermanas y Hermanos Mayores
Autoridades
Señoras y Señores
Amigos todos.
De bien nacidos es ser agradecidos.
Por ello quiero empezar mi intervención mostrando ese agradecimiento en primer lugar
a un hombre que lo ha sido todo en el mundo cofrade perote, y no menos insigne
pregonero de nuestra Semana Santa 2008, por las palabras que me ha dedicado al hacer
la presentación; de nuevo gracias Antonio, aunque no merecía tanto. En cualquier caso,
las palabras que pronunciaste durante tu intervención allá por la Cuaresma del pasado
año, han puesto el listón muy alto y difícil de superar para quien sólo tiene como título y
aval, su amor a este pueblo, su amor a la Semana Santa y una gran devoción a la Virgen
de la Piedad.
Unos días después de la Semana Santa del año pasado, un Domingo a la salida de Misa,
me encuentro con mi buen amigo Juan Antonio Becerra. Después de escucharlo en
silencio, descubrí que me estaba proponiendo ser el próximo pregonero. Me lo pidió en
nombre de la Junta de Gobierno. Lo medité mucho, lo pensé aún más, lo dudé, y
finalmente, después de unos días, acepté. ¡Y aquí estoy!
¡Gracias! a la Junta de Gobierno de la Venerable Hermandad y Cofradía de nazarenos
de Nuestra Señora de la Piedad y Vera-Cruz, por haberme otorgado tan alto honor.
Ofrecerme ser pregonero, es el mejor regalo que podía recibir de mi cofradía. Ser cantor
oficial de la Semana Santa de Álora, es una gran responsabilidad y un aviso para la
propia modestia, además del máximo galardón al que puede aspirar un cofrade, pero al
mismo tiempo, me permite satisfacer un sueño: exponer, sacar de mi interior un cúmulo
de sensaciones, vivencias y nostalgias que uno, muchas veces, siente la necesidad de
compartir.
Qué difícil tarea se me ha encomendado, y que gran orgullo haber sido elegido para la
misma.
Sé que no me acompañan los recursos académicos suficientes para hacer un pregón de
bella narrativa y brillante oratoria, pero no es menos cierto que en Semana Santa, cada
trono, cada esquina, cada sombra de este bendito pueblo, conmueven enormemente mi
corazón. Ayudado de esta motivación y sabiendo que la Virgen de la Piedad también
pondrá algo de su parte, fueron razones suficientes para escribir este pregón, que espero
sea preludio de hermandad, capaz de despertar sentimientos dormidos, y unirnos a todos
en una misma dirección.
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Muchas veces, mientras escribía y preparaba mi pregón, soñaba con esta noche y al
mismo tiempo sentía el miedo de la responsabilidad y la soledad del atril en que me
encuentro en este momento. No en vano, a partir de este día, pasaré a formar parte de
esa gran saga de pregoneros con los que ha contado siempre una de las Semanas Santas
con más solera de toda la provincia de Málaga. Por eso, durante tantas horas de
preparación, siempre tenía en mi pensamiento la misma pregunta: ¿podré hacerlo como
el pueblo de Álora se merece?
Quiero que me comprendan, porque desde pequeño he vivido, he trabajado y he luchado
por lo más preciado para un perote: su Semana Santa. Cada vez que ese miedo me
aparecía, me serenaba sólo al pensar que la cofradía de la Piedad había puesto en mí
toda su confianza. Lo que puedo asegurarles es que mis palabras salen del corazón y que
lo que más deseo es que sirvan para anunciar y pregonar lo mejor posible el sentir de
todos los cofrades de Álora.
El verdadero artífice de que hoy esté yo aquí no es otro que un sacerdote. Él supo
entender y guiar a un gran grupo de jóvenes recién iniciado el bachillerato, y nos dio
toda su confianza para hacernos cargo de la Cofradía de la Piedad. Muchos de los que
estamos hoy aquí le debemos buena parte de nuestra formación cristiana.
Don Francisco Ruiz Salinas, o como todos le llamamos, “El Cura Paco”. Gracias por
habernos enseñado muchos de los valores de la vida, entre ellos el amor al prójimo.
Igualmente gracias a todos los amigos que me han mostrado sus testimonios de cariño
desde que se conociese mi designación como pregonero y en especial a mi familia: a mi
esposa y a mis hijos Cristóbal y Andrés, que me han prestado tantas y tantas horas para
dedicárselas a este pregón. Y mis gracias más emotivas a la Virgen que me enseñó a
orar bajo el peso de sus varales, a mi Virgen de Flores.
Vaya también un entrañable recuerdo para aquellos que, durante muchos años, fueron el
sostén, el empuje y la fuerza de nuestra Semana Mayor y que hoy descansan en la paz
del Señor.
Decir Semana Santa es también decir “recuerdos y vivencias”, no en vano son casi
treinta años trabajando de una forma u otra por nuestras Cofradías. Ha querido el
destino que yo haya tenido la suerte de haber nacido en Álora, e involucrarme
plenamente en nuestra Semana Santa. Haber vivido mi juventud rodeado de amigos que
amaban y aman nuestra Semana Mayor, que han sabido transmitirlo a los demás a través
de sus hechos y sus palabras, a veces dedicándole más tiempo que a su propia familia.
Son muchos recuerdos, pero de entre todos, destacaría el de unos jóvenes manos a la
obra, en el antiguo y queridísimo “Panteón” de esta Parroquia.
Con toda la ilusión del mundo, pintando unos faroles viejos, con lo único que por
entonces tenía la Cofradía: un tarro de purpurina y una brocha. ¿Verdad? Tomás, Fran,
Mancera, Francis, Juan Antonio, Pepe y tantos y tantos que tuvimos la gran suerte de
vivir aquellos inolvidables años viendo pasar por allí, también trabajando para su
queridísima Virgen de los Dolores, a Paco el de la Balita, quien fue para muchos
jóvenes cofrades una auténtica enciclopedia de la que beber. Gracias Paco por habernos
aguantado tantas tardes de Cuaresma.
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Recuerdo con mucho cariño las horas (a veces tardes enteras) pasadas en la carpintería
del gran artesano local “Paco el Cantúo”, viendo como sacaba esas magníficas tallas de
dentro de unos maderos, para componer ese gran altar que es el trono de Nuestra Señora
de la Piedad.
Las noches en el almacén del “quebraero” intentando restaurar con nuestras propias
manos el antiguo trono de “Dolores”. O uno de los días más grandes, con la bendición
del nuevo grupo escultórico tallado por el imaginero José Dueñas, y su posterior
traslado a la Veracruz, fecha inolvidable para todos los cofrades de la Piedad: siete de
Abril de dos mil uno.
Pero ahora es el momento del futuro, curiosamente y porque el destino así lo ha querido,
ligado al pasado de hace cuarenta años, cuando por una crisis económica sólo se
procesionaron Nuestro Padre Jesús Orando en el Huerto y María Santísima de la
Soledad. Pero, como decía anteriormente, es el momento del futuro, de nuestra Semana
Mayor de dos mil nueve, preparémosla desde lo más profundo de nuestra fe cristiana.
Estos días serán de alegrías, silencios, penitencia y oración por nuestras calles, que
desde hace siglos son calles con sabor a cofradías, calles que se convierten en un templo
vivo de oración, en verdaderas catequesis en esta singular Jerusalén que es nuestra
Álora la bien cercada.
Para que todo vuelva a suceder puntualmente cada año, como ya se dijo en este atril y
en este acto:
¡Nos hacen falta muchos cofrades y menos semanasanteros!
¡Nos hace falta más compromiso y menos indiferencia!
¡Más juventud y menos incomprensión! ¡Más unión y menos rivalidad!
¡Nos hacen falta menos golpes de pecho y más labor social!
A ser cofrade, no se aprende en ninguna universidad, en ninguna escuela, o en ningún
foro. No significa pertenecer a una Hermandad y pagar su cuota. No significa ponerse la
medalla, la túnica y salir en procesión.
¡Ser cofrade es sentirse “nazareno durante todo el año”!
¡Ser cofrade es mostrar la cara y denunciar la injusticia!
¡Es ayudar al oprimido!
¡Es sentirse al lado de tantas familias que están padeciendo la situación actual de paro y
desempleo!
¡Es denunciar la arrogancia y la soberbia!
¡Ser cofrade es mostrarnos en contra de cualquier tipo de violencia y terrorismo!
¡Es dar la mano al que cae en la droga, la apatía o la desesperación!
¡Ser cofrade es ser CRISTIANO, con mayúsculas!
Siempre que desde lo más íntimo de nuestros corazones aflore el verdadero sentido de
lo puramente religioso, también los cofrades nos sumamos con ambición a la tarea
evangelizadora. Dentro de la Iglesia simbolizamos rituales que alimentan y enriquecen
nuestro espíritu. En la calle, en las procesiones, oramos en penitencia a Dios, debajo del
trono de un Cristo o acompañando a una Virgen, porque hay algo más que la pura
representación, algo más que fiesta y folklore: “HAY FE”.
La Semana Santa es una expresión popular de fe, sin lugar a dudas, aunque se ha
convertido también en una expresión de arte, de costumbres cada vez más arraigadas,
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que hacen que cada año se repita la escenificación de la Pasión, Muerte y Resurrección
de Jesús.
En una sociedad materialista, pobre de espíritu, donde el dinero y el enriquecimiento
personal es una obsesión casi generalizada, no debe rivalizar nunca el cielo con la tierra,
el amor y el alma, la Iglesia con la misma Iglesia. Y tengamos siempre presente lo que
nos dijo el Papa Benedicto XVI cuando se dirigió a las hermandades y cofradías: “La
Iglesia necesita de las cofradías para llevar el anuncio del Evangelio de la caridad a
todos”.
Os pido desde lo más profundo de mi alma y con la humildad de un cofrade perote:
¡dejad que hagamos Iglesia!, dentro de nuestras túnicas, bajo nuestras faraonas, con
lágrimas en los ojos, que sí, os juro que son de verdad; en procesión, al lado de nuestros
cristos y vírgenes ¡dejadnos, aunque sólo sea por una semana, amar a nuestra manera!
¡vivir la Semana de pasión a nuestra manera! Y que Dios nos dirija a todos al verdadero
sentido de nuestras vidas.
Y a todos vosotros una petición: nazarenos, hombres de trono, músicos, Juntas de
Gobiernos. Saldremos dentro de unos días a encontrarnos de nuevo con nuestro pueblo,
debemos dar ejemplo siempre y en cada lugar como auténticos cofrades, o sea, como
católicos comprometidos con su Fe, con nuestras tradiciones y con nuestra
inconfundible forma de expresar nuestro amor hacia Jesucristo.
Nuestro pueblo se va transformando poco a poco y casi sin darnos cuenta por el
frenético ritmo de los preparativos, reuniones, cabildos y demás tareas en la que nos
sentimos inmersos durante la cuaresma, se nos presenta el traslado de la Virgen de los
Dolores. Es llevada desde el altar a su trono, al trono de la Dolorosa de Álora. En
silencio absoluto y con el antiquísimo canto de los siete dolores, en el marco
incomparable de la Encarnación.
Quizás y siempre bajo el punto de vista de este pregonero, uno de los actos más
auténticos, una inconfundible seña de identidad que esta Cofradía ha sabido mantener
para el engrandecimiento de nuestras tradiciones.
En nuestro querido pueblo empezamos muy pronto, con el Sábado de Pasión. Cuando
aún Jesús no ha realizado su entrada triunfal entre palmas y olivos, ya rezamos los
perotes a Jesús atado a la columna, ya suspiramos cuando vemos tus manos atadas y
enmorecidas, tus manos malheridas y sangrantes, victimas del incesante y constante
tormento.
Ya sí, ahora llegas a todo tu pueblo y Álora entera puede oírte pedir que soltemos tus
manos para decir en voz alta “BASTA” de odios, violencias, guerras y egoísmos. Pero
tus manos siguen atadas y cuando volvemos a verte por nuestras calles, comprendemos
que las manos que de verdad quieres desatar deben ser las nuestras, para que tengamos
paz, esperanza y justicia. Ahora sí lo entendemos.
Debemos dar las gracias muy merecidas a ese grupo de jóvenes que con fuertes alas han
elevado a lo más alto a este titular. Que vuestra meta sea un horizonte nuevo de vida
cofrade, signo de nueva esperanza, con semblante de juventud; que el cansancio no
anide en vuestras mentes, volad cada año más alto, para así, hacer a vuestra
Archicofradía más sólida.
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DOMINGO DE RAMOS
Llegó el día tan esperado para los cofrades, por fin, Domingo de Ramos. Álora reluce
como recién creada y el cielo más celeste que ningún día del año.
“Al llegar cerca de Betania, junto al monte llamado de los olivos, envió a dos
discípulos, diciendo: Id a la aldea de enfrente, al entrar encontraréis un borriquillo
atado, sobre el que nadie ha montado aún, desatadlo y traedlo. Y si alguien os
pregunta por qué lo desatáis, diréis que el Señor lo necesita….” (Lucas 19,29)
Es la mañana de la chiquillería, empapándose del sentir cofrade, haciéndose mayores
por dentro, sintiéndose parte de algo grande, que, aunque se repita todos los años, es
irrepetible. Del gozo de un pueblo que cada Domingo de Ramos respira esperanza e
ilusión, y que está deseando ver otra vez a todos sus niños con palmas y olivos,
acompañando a su Jesús bajo la atenta mirada de su Madre María Santísima del
Amparo.
En los rostros de los niños se adivinan ilusiones y alegrías por el comienzo de esta
Semana, donde todos disfrutarán oyendo tocar las bandas de cornetas y tambores que
inundarán de sonidos nuestras calles. Una Hermandad que hoy es ejemplo de buen
trabajo, de seriedad y de un gran esfuerzo para fomentar una auténtica cantera de
buenos cofrades, que el día de mañana irá nutriendo a todas y cada una de las demás
Hermandades. Una Cofradía humilde, que se convierte en señorial cuando le llega el
momento. Atrás quedan aquellos años desde su reorganización y primera salida; por la
tarde y desde la Iglesia de la Veracruz. Año que tuve el inmenso honor de participar
como nazareno.
Son las ocho de la noche y en un calvario muy particular, el calvario de nuestra Álora,
se hará real la oración de Jesús en Getsemaní.
Me afloran mis primeros recuerdos de esta Cofradía: un gran mar de túnicas blancas y
capirotes rojos, saliendo desde la “cancula”, una organización perfecta y una gran
seriedad infundida por sus mayordomos.
Pero antes de todo esto y con bastantes días de antelación, los nazarenos teníamos que
recoger nuestras túnicas en la Veracruz, enfrente de Hidalgo, en un pequeño almacén.
Recuerdo largas colas de muchachos y niños que, tras salir del colegio, a las cinco de la
tarde, nos sentábamos en los escalones de la Veracruz, para esperar esa ansiada caja de
madera que en su interior contenía: túnica, capa, cinturón, escudos , guantes y todo lo
necesario para los nazarenos.
En la profundidad del olivar, sólo ante el Padre, Jesús como Hijo amado, como Hombre,
tiembla ante el pavor de su muerte, postrado en la tierra, sumergido en un mar de
tristeza, arrodillado y orando con serenidad, por los innumerables crímenes de los
hombres y su ingratitud para con Dios; sintió un dolor tan vehemente que, temblando,
exclamó:
“¡Padre mío, si es posible, aleja de mí este cáliz!”
Aunque pasados unos momentos añadió:
“Hágase vuestra voluntad, no la mía”
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Desde su Capilla en el Calvario comienza su desfile procesional el Cristo que tallaran
las manos del gran imaginero Luis Álvarez Duarte. El barrio entero se vuelca con su
Cristo, ya está el Huerto en su calle, entre olivos, meditando sobre un nuevo humano
valor que en este idéntico sitio nos entregó el Señor. Cumplimiento que cada año tiene
lugar en el Monte Calvario, poniendo en evidencia cada Domingo de Ramos que a Dios
hay que rendirle plena y total obediencia. Recorre nuestras principales calles con la
misma marcialidad de antaño, que se acentúa aún más cuando se dispone a doblar la
esquina de la Veracruz, donde lo espera todo su pueblo. Un pueblo que no le va a dejar
hasta verlo de vuelta en su barrio.
En los días siguientes al Domingo de Ramos se respira un aire especial en Álora, en
cualquier calle, en cualquier esquina, en cualquier plaza, en cualquier lugar de nuestro
pueblo. Es el olor que nos anuncia que estamos muy próximos a los días claves de
nuestra Semana Mayor.
En los almacenes de las cofradías ya no se para de trabajar, hay un constante entrar y
salir, reuniones de portadores de trono para su talla, reuniones de albaceas de procesión,
reuniones de Juntas de Gobiernos, en definitiva, el último esfuerzo del año para que
todo salga como deseamos.
En las casas de los cofrades no lo es menos. Es la hora de planchar túnicas, de los
dobladillos, de buscar los guantes, las corbatas, las chaquetas, las camisas, los cordones,
un sin fin de detalles que hacen que estos días sean los más cortos y, al mismo tiempo,
los más largos del año.
En la noche del Martes Santo, en total oscuridad, con gran silencio y recogimiento, se
realiza el traslado del Santísimo Cristo de los Estudiantes. Una de las estampas más
bellas de toda la Semana Santa. Un gran río de cirios que iluminan el paso de su Cristo
por las angostas y empinadas calles que lo llevan hasta el Castillo desde donde iniciará
su recorrido en la tarde noche del Jueves Santo.
VIA CRUCIS
“En aquel tiempo, uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos
sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Ellos se
ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión
propicia para entregarlo”.
Es Miércoles Santo y el Crucificado de la Vera-Cruz está preparado. Durante la noche
cerrada sólo se oye el canto de los feligreses que rezan. No hay música de fondo, sólo
Jesús clavado en su Cruz.
¡Que calle la música!
¡Que las luces no distraigan!
¡Que se haga el silencio!
Silencio pido al silencio
Jesús en la Cruz agoniza
El dolor es intenso.
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JUEVES SANTO
Amanece el Jueves Santo, y desde muy temprano ya se vive el ajetreo propio de estos
días, los últimos preparativos de los tronos. Se oyen golpes de martillos y herramientas
que utilizan los hermanos de las cofradías para el montaje de los tronos. Se adivinan
manos de hombres y mujeres que colocan las vestiduras, las sayas, los mantos y los
cordones dorados a nuestros Cristos y Vírgenes. Todo ello mezclado con el olor a
romero que ha impregnado a nuestra Parroquia. Cada hermandad hace sus preparativos
y ayuda en lo necesario a los demás. En estos días los recintos santos se convierten
también en la casa de las cofradías.
Durante todo el día, se han puesto con delicadeza y esmero la candelería, los adornos
florales y los últimos detalles que a veces pasan inadvertidos para muchos, pero que
suponen gran trabajo para los hermanos. Algunos de ellos no dejan de asomarse a la
calle y mirar al cielo una y otra vez. Cada uno da su propio pronóstico, aunque
curiosamente ninguno de ellos menciona la palabra “lluvia”.
Se acerca la hora de la verdad y los nervios se acentúan. La Iglesia de la Encarnación se
va inundando de túnicas negras, verdes y, como no, las “moras”, que hacen su oración
antes de subir la calle Ancha. Desde la caída de la tarde, suenan cornetas y tambores por
nuestras calles, que provocan en todos los cofrades un cosquilleo en el estómago que
nos anuncia que tenemos nuestra cita anual.
Noche clara y serena. En la parte más alta del pueblo, testimoniando la fe de sus hijos,
se levanta el Castillo de las Torres, Capilla del Nazareno. En él está el tesoro y el
corazón de este pueblo. Allí está Jesús y a sus pies, su pueblo, que le aclama y venera.
Fieles a su cita y haciendo gala de su honor de Caballeros Paracaidistas, vuelven un año
más para acompañar a su Protector.
¡Cuánto te pesa tu cruz, y que ligera es la nuestra llevándote a hombros! Jesús desciende
por la calle Ancha acompañado por hombres y mujeres que rezan a su paso pidiéndoles
que sus plegarias sean elevadas al cielo. Hombres y mujeres, que con tu mirada serena y
piadosa, les has hecho fácil el comprender lo difícil que es ser cristiano.
Al toque de campana, los hombres de trono se convierten en los pies del Nazareno y
Álora en Cirineo que te ayuda a caminar, para que el áspero calvario que te espera se
convierta en limpia senda de esta bendita tierra.
Le sigue el Crucificado, el Cristo de los Estudiantes, el Cristo al que por primera vez en
mi vida acompañé como nazareno, año en el que tuve el privilegio de conocer a un
auténtico cofrade y mejor persona: Antonio Lobato. Razón por la que siempre tendré mi
corazón un poco “morao”. Señor, al verte en tu Cruz, ofreciéndote al Padre por todos
nosotros, te suplicamos el perdón por nuestras incesantes caídas, por nuestras
debilidades, por nuestros fracasos, por nuestras negaciones, por nuestros rencores.
¿Dónde está esa escalera? ¿Cómo quitarte esos clavos, como quitarte esas llagas, como
pedirte perdón por nuestros pecados?
Tras Él, el fiel discípulo: San Juan Evangelista.
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Haciendo honor a la Historia Sagrada y a la tradición popular, siempre estará al pie de la
cruz, de la pasión y el sufrimiento.
Fue el único de sus discípulos que, junto con la Madre de Jesús, y con las Santas
Mujeres, no le abandonaron. Él mismo nos cuenta que, viendo Jesús a su Madre y al
discípulo a quien amaba, le dijo a aquella: “Mujer, he ahí a tu Hijo”. Después,
dirigiendo su mirada al discípulo, le dijo: “He ahí a tu Madre”.
Los rostros de su juventud reflejan la ilusión que les produce ver a sus titulares en ese
grandioso trono dorado, cuando pasan por el dintel de la puerta de nuestra Parroquia.
Con mucha elegancia y precisión caminan, San Juan y María Santísima del Amor, entre
saeta y saeta, con esa forma tan peculiar que tenemos de rezar los andaluces, que no es
otra que llorar cantando. Con un ambiente impregnado de incienso, hace su entrada en
la Plaza de la Fuentearriba. Un encuentro con su pueblo, lleno de sensaciones, lleno de
nuevas ilusiones y lleno de cariño, el cariño que Álora le tiene a esta gran Cofradía.
Mientras, la Virgen de los Dolores ya está preparada, ha sido vestida cuidadosamente,
se ha decorado su magnífico trono bajo palio, se han colocado las flores que despiden
un olor peculiar, mezclado con el incienso y el humo de la candelería que la alumbran.
Espera paciente, como cualquier Madre sumisa, a que llegue la hora de acompañar a su
Hijo por nuestras calles.
La Virgen camina orgullosa, portada por los hombros de sus hermanos, que le rezan, le
piden, y le dan gracias. ¡Es la Madre de Dios! ¡Es la Madre de todos los perotes!
Camina desconsolada y angustiada, por el dolor que le produce saber que su Hijo va a
morir en la Cruz. Bendita mujer que llena de esperanza el camino de cuantos creen y
confían.
Aunque en la procesión vengas detrás, nunca te sientas sola. Los perotes sabemos
esperar. Aguardaremos siempre el tesoro más preciado, a la mujer sin igual. El Creador
te eligió entre todas. ¡Bendita eres, Señora, Virgen de los Dolores!
VIERNES SANTO
Después de una noche vivida intensamente, sin tiempo apenas para descansar, Álora se
despierta a los sones de la banda de cornetas y tambores de los Caballeros Legionarios y
se prepara para el día más grande de nuestra Semana Santa. Nuestras calles se llenan de
gente más que nunca. Los de aquí, los que viven fuera, que quieren seguir sintiendo lo
que sólo en Álora se puede sentir el Viernes Santo por la mañana, y los que vienen
empujados por la curiosidad y que vuelven a sus casas con un sólo pensamiento:
regresar a nuestro pueblo el próximo año; porque este día nadie es de fuera, todos se
sienten perotes.
En el centro de la Plaza Baja de la Despedía, al ritmo del “Bolero” y “El novio de la
muerte”, se consuma el acto más arraigado de nuestra Semana Santa: la “Despedía”.
Es imposible describir los sentimientos de esos instantes, en que Jesús y su Madre se
arrodillan frente a frente hasta tres veces, con sólo ocho portadores en cada trono, pero
con todas las miradas y nuestros corazones bajo sus varales.
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Dos palabras tan antónimas y tan sinónimas a la vez, “Despedía” y “Encuentro”. Lo que
más me hace seguir creyendo en nuestras tradiciones, es el encuentro de Jesús y Dolores
en el comienzo de la calle Ancha. La Madre despide a su Hijo. Un mar de guantes
blancos abrazados por encima de los varales de ambos tronos, como si intentaran retener
aún más ese increíble momento. Guantes blancos de túnicas “moras”, abrazados a los
guantes blancos de túnicas negras, como si de una sola Hermandad se tratara, porque, en
realidad, se trata de una sola: la Hermandad de los Cristianos.
Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la
tierra hasta la hora nona. El velo del templo se rasgó por medio y Jesús en su agonía
dijo: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”, y dicho esto, expiró.
Ha llegado el momento de transformarnos y vestir nuestras calles de luto y
recogimiento.
Desde muy joven me han impresionado las Hermandades de silencio. Al salir de sus
templos todo se queda a oscuras y los murmullos de las conversaciones van muriendo
poco a poco.
Ocultos los rostros, mudos los labios, la vida en suspenso. Y en cada brazo, un cirio rojo
alumbrando el infinito. Es Nuestra Señora de la Piedad, Madre de todas las madres. El
pueblo se estremece en el silencio de la noche, todo está consumado. Estás muerto, pero
no estás solo. Tu Madre, la Virgen de la Piedad, está contigo y todo el pueblo que reza y
pide perdón por la parte de culpa en Tu tragedia.
¿Quién no le ha suplicado alguna vez una demanda de auxilio?
¿Quién no ha soltado algunas lágrimas al invocarla?
¿Quién no ha sentido un nudo en la garganta en algún momento de su procesión?
¿Quién no ha rezado una oración al verla?
Veracruz y Piedad, Piedad y Veracruz. Son ya dos vocablos unidos para siempre por la
devoción forjada día a día hacia este grupo escultórico.
En esta noche fría y oscura, Álora vela tristemente al Mesías.
Cristo ha muerto.
Color “morao” para una noche oscura. Tu Archicofradía, de larga y esplendorosa
trayectoria cofrade, te ofrecerá el funeral que Tú mereces, como Rey de Reyes que eres.
Todo es silencio y pasión, todo devoción, promesa, penitencia y oración.
Se acalla el murmullo, las gargantas enmudecen; silencio, sólo silencio.
Duermes Señor, el sueño de la muerte.
Pasa lentamente, muy lentamente, para que su pueblo le dé el último adiós, con la sola
luz de las velas y el único sonido de un ronco tambor.
Viernes Santo por la noche. Se siente, se palpa, el momento en que María Santísima de
las Ánimas sale por el portón del Castillo de las Torres.
Nuestra alma se alimenta de sentimientos, convicciones y fe. Y la fe es el motor que
mueve los corazones de este barrio totalmente volcado con su Virgen.
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¡Silencio pueblo cristiano!
Que angustia y que pena más grande
Trae nuestra Madre
Reina del mundo entero,
Cuando tiene delante
a su Hijo en su entierro.
También es Madre nuestra por un encargo divino. Madre que nunca falla; mano
cariñosa que está en los momentos más difíciles de la vida. Cuántos días iremos a Tu
Capilla a mirarte, cuántos días iremos a hablarte, cuántos días iremos a pedirte que
hagas de mediadora, y empezaremos por decirte simplemente ¡Madre!
Y cuando llegue nuestro último día, nuestro fin, el día de la Misericordia, Tú sabrás
disculparnos cada una de nuestras miserias, y engrandecer cada una de nuestras
pequeñas obras. Te miramos a los ojos, como desde ahora te mirarán miles y miles de
personas, cofrades y no cofrades, todos aquellos que se agolparán ante Tu trono, y te
diremos antes que María, ¡Madre!
Y como todos los años, sin fallar ninguno, a media noche, el luto viste de negro a una
Dolorosa sencilla. Soledad. No estás sola. Álora entera siempre bajo tu manto solidario
está contigo, en tu amargura, junto a Ti, compartiendo Tu luto, y compartiendo Tu
dolor.
Sobre tus andas vas recogiendo nuestras oraciones, pero, eso sí, en silencio, que no
queremos perturbar tu recogimiento.
Madre de Dios y Madre Nuestra, que nos socorres en los momentos más difíciles y
guías nuestros pasos, a veces equivocados o perdidos.
Al mismo tiempo que sentimos la inmensa tristeza de que la Semana Santa empieza… a
terminar; sentimos la gran alegría de la Resurrección.
El Sábado será un día de meditación, descanso y relajamiento. Duermen los redobles de
los tambores y las estridencias de las trompetas. El pueblo está a la espera, pero en
calma. La vida religiosa volverá a revivirse en esta noche, concretamente la gloria de la
Misa. Con júbilo, la luz que ilumina al mundo y a la propia vida, volverá a flamear en el
Cirio Pascual, y el agua que regenera al hombre y lo reconcilia con Dios será sustituida
por otra nueva.
DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Y ocurrió lo que estaba escrito.
“Jesús murió en la Cruz, fue enterrado y, al tercer día, resucitó gloriosamente de
entre los muertos”.
Álora celebra la Resurrección con alegría, con música, con ruido, con fiesta, porque el
acontecimiento lo merece. Que se vaya la noche, que se vaya la tristeza. Cristo ha
vencido. El que vimos crucificado está hoy Resucitado.
Por eso, quienes nos llamamos y nos sentimos cofrades, antes que cualquier otra cosa,
proclamamos hoy y siempre que el Santísimo Cristo Resucitado no es el último sino el
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primero de nuestros Titulares, que está vivo y presente entre nosotros, que es de todos y
de ninguno en particular.
Y este es el mensaje que, con humildad y sincera modestia, quiero ofreceros a todos.
La Semana Santa, como celebración externa del sentimiento, la tradición y la cultura
popular ha concluido. Ahora hay que comenzar el trabajo que nos gusta menos. Hay que
desmontar los tronos, guardar los enseres…. y también algo de nosotros mismos. Pero
desde este mismo momento empezamos a forjar nuevos sueños e ilusiones que, si Dios
quiere, se verán la Semana Santa del año que viene.
Se acaba el Pregón oficial de nuestra Semana Santa. En este pregón no se dice todo, se
dice una parte del todo. Dejemos que continúe el importante, el verdadero, el pregón de
la calle, el pregón que da el pueblo con su asistencia a los cultos, con su presencia en las
procesiones, con su trabajo en las cofradías, el pregón que da el pueblo transformando
su forma de ser, acercándose a Jesús. Ese es el verdadero pregón.
Para finalizar, y en la esperanza de no haber abusado de vuestra presencia, y, sobre
todo, de vuestra gran paciencia, os pido disculpas por los posibles errores cometidos. Os
envío un abrazo y os invito a vivir la Semana Santa en toda su dimensión, aunque sea al
menos por unos días, nuestros resentimientos, nuestras envidias y nuestros egoísmos
queden sepultados en el olvido y den paso a la tolerancia, la paz y el perdón para, de
esta forma, asemejarnos siquiera un poquito al que tuvo la inmensa generosidad de
darlo todo por nosotros, incluso la propia vida.
Jesús nos dijo: “YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”
MUCHAS GRACIAS”.
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