LOS FACTORES DEL CLIMA Y LA INFILTRA

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LOS FACTORES DEL CLIMA Y LA INFILTRAcrox EN EL PROCESO DE EROSION y UTILIZACION DEL AGUA
La vegetación de un lugar es reflejo del clima que
disfruta. Entre los factores que integran este último
está la frecuencia de las lluvias y su intensidad, de donde nace principalmente la ¡elación entre el clima y la
erosión. En este aspecto de la erosión, conviene prestar
atención primeramente a la normal o geológica, que no
hay motivo para combatir, ni tampoco posibilidad, pero
que ayuda a conocer la erosión acelerada, la provocada parla acción del hombre, al mismo tiempo que hace
surgir ideas sobre las medidas inteligentes que deben
adoptarse para combatirla.'
En los climas húmedos la vegetación natural es el
bosque, que con su follaje, el lecho de broza, la capa de
tierra humificada, la estructura granular del suelo y su
gran capacidad para el agua, como consecuencia, hacen que la tierra se encuentre defendida maravillosamente contra toda erosión perjudicial. Lo mismo ocurre en los climas subhúrnedos, en los que la defensa está
encomendada a las praderas de. hierbas altas, y aun en
los semiáridos, en que la vegetación se reduce de ta-
maño, pero sigue siendo igualmente eficaz. En las condiciones naturales, es solamente en las regiones desérticas, donde la vegetación no puede defender al suelo
del agua y del viento, o en los confines de las serniáridas, y aun en estos casos, las matas ralas que las pueblan prestan su concurso aprisionando la tierra con
sus raíces.
Cuando el hombre destruye la vegetación talando
el bosque y llevando sus rebaños a la pradera, le quita
al suelo su principal defensa e inmediatamente las aguas
empiezan a deslizarse sobre la superficie, arrastrando
suelo, cuanto más lluvioso en mayor cantidad, y aparecen los barrancos, lo mismo que normalmente ocurre
en los climas áridos, pero con ritmo mucho más acelerado, porque el agua que barre la tierra es mucho mayor. Cuanto más lluvioso es el clima antes desaparece
el suelo, y lo que la naturaleza creó en cientos de años
desaparece en unos lustros, como resultado de la intervención del hombre. El proceso varía de un lugar a
otro según la intensidad de las lluvias que ocurren,
siendo más rápido en donde son más violentas y de
mayor duración al mismo tiempo.
Para comprender y combatir la erosión en una comarca, es necesario conocer su régimen de lluvias. No
basta conocer la cantidad de agua que cae en un año,
ni su distribución por meses; se hace preciso tener presente aisladamente cada uno de los períodos lluviosos
que ocurren, con sus intensidades y duración, porque
será preciso tomarlos en consideración, cuando se tenga que defender el suelo con siembras, que deberán tener el vigor necesario al llegar los períodos temidos,
como también será necesario conocer el detalle de los
períodos lluviosos, cuando se tengan que fijar las pendientes y secciones de los desaguaderos.
En general, las lluvias que abarcan una gran extensión son las de menor intensidad, las menos temibles,
por tanto, en la erosión, produciendo, en cambio, el
movimiento de grandes masas de tierra. Las lluvias más
intensas se localizan en área, suelen ser más violentas
en verano que en invierno, pero en cambio, en verano
tienen menor duración que en invierno corrientemente.
Cuando la lluvia alcanza el terreno se infiltra el
agua en el suelo, y si esta acción es suficientemente duradera, parte de ella va a las capas más profundas, a
las que no suelen alcanzar las raíces, para moverse
lateralmente y buscar la salida en niveles más bajos
de la vertiente. Otra parte queda retenida por los difer-entes horizontes del suelo, para perderse por evaporación en la superficie o transpirada por la vegetación
que la absorbe, y la que no se infiltra es la que discurre
por la superficie, llevándose la tierra que puede. Estas
cantidades de agua, perdidas en las profundidades del
suelo, retenidas por él, evaporadas, transpiradas o arrojadas como sobrantes, están influenciadas por la cantidad e intensidad de la lluvia, la naturaleza del suelo,
su pendiente, clase y densidad de la vegetación que lo
cubre, rugosidad de su superficie, como ocurre con los
terrenos labrados, o los dispuestos en terrazas, y otros
muchos factores, tales como la temperatura del aire y
la velocidad del viento.
Si todo el agua que lloviese penetrara en el suelo
en el mismo punto de su caída, no existiría el problema de la erosión, por lo que para combatirla, lo que
se persigue esencialmente, es conseguir la mayor infil-
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tración posible en virtud de los métodos de explotación a que se somete el suelo. La cantidad de agua que
puede contener un suelo es sumamente considerable.
Los espacios vacíos en muchos suelos llegan al 50
por 100 de su volumen. Si se supone un suelo en que
los espacios vacíos sean la tercera parte de su volumen,
en un metro de profundidad podría almacenar una
capa de agua de 333 milímetros de altura, y en sus primeros 30 centímetros, 100 milímetros. En estas cifras
se funda la importancia de disponer de un suelo que reciba el agua con facilidad.
El agua que penetra en el suelo por sus poros, las
grietas, los conductos que dejan las raíces, los agujeros que excavan los animales o los huecos que producen las labores, es el agua de infiltración. La parte que
'gana las capas más profundas, para constituir el agua
freática, que en general queda perdida para la vegetación del campo en que ha penetrado, después de lavarnos la tierra, moviéndose principalmente por los conductos de mayor capacidad, aparece en manantiales
para alimentar arroyos y fuentes, dejándose en el camino las partículas que en un principio pudo arrastrar.
En el suelo queda retenida el agua de absorción,
en virtud de las fuerzas capilares y moleculares, las
cuales actúan también moviéndola para que llene los
vacíos que existen. De esta agua viven las plantas, si
las raíces consiguen alcanzarla, aun cuando las últimas porciones están tan íntimamente ligadas a la materia de la tierra, que las plantas no pueden apropiarse
de' ella, ni puede moverse de una partícula a la próxima, constituyendo el agua higroscópica. Cuando las
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plantas se marchitan por no poder absorber agua de la
tierra, todavía con tiene agua en libertad.
Es la infiltración, la capacidad de absorción y el
poder retentivo lo que se hace preciso aumentar en los
suelos para verse libres de los efectos de la erosión.
Con el fin de conocer cómo se conduce el fenómeno de
la infiltración. se han hecho experiencias en diversos
suelos para observar su capacidad de infiltración, midiendo la cantidad de agua que penetraba el suelo en
el transcurso del tiempo. Por ejemplo. Una tierra franca, suelta, en los primeros quince minutos embebía el
equivalente a una capa de agua de 10,5 milímetros de
altura, y en los quince minutos siguientes, se redujo
a 3,5 milímetros la altura de agua que se infiltró. En
la primera media hora penetró una cantidad de agua
representada por una capa de 14 milímetros de altura,
y en la segunda de 5,7 milímetros solamente. En la
primera hora, el agua infiltrada fué la equivalente a
una capa de 19,7 milímetros, y en la segunda, el agua
embebida estuvo representada por una capa de agua
de 10,5 milímetros de altura. En la tercera .hora la infiltración fué igual que en la segunda, quedando ya estabilizada. Esta misma marcha de ritmo decreciente
ha presentado la infiltración en todas las experiencias
realizadas, con suelos de dis tinta naturaleza, para estabilizarse desde después de terminada la segunda hora
hasta el final de la tercera, o lo que es igual, para absorber, desde el momento de la estabilización, una cantidad constante de agua en la unidad de tiempo.
En los suelos ensayados la media de la infiltración
por hora fué de 5',5 milímetros de altura de agua, para
uno arenoso; 20,5 milímetros, para un suelo suelto procedente de rocas primitivas; 13,75 milímetros, para un
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suelo de composición media, y 2,5 milímetros, para uno
fuerte, arcilloso, relativamente impermeable. Se citan
estos casos para mostrar la variación enorme de la infiltración. Si ocurriese una lluvia sobre esas tierras, cuya
intensidad estuviese representada por una altura de
agua de 25 milímetros por hora, en la primera no se
presen tarían aguas que arras trasen la tierra, en la segunda no llegaría a la quinta parte del agua llovida
la que corriese por la superficie, en la tercera podría
llegar a la mitad, y en la cuarta, prácticamente, toda
ella se deslizaría por la superficie y podría ocasionar los
mayores arrastres.
Se infiltra el agua cuando el suelo es abierto, cuando las partículas forman canales grandes y por ellos
llega a rellenar los espacios vacíos, que, cuanto mayores sean, tanta será el agua que pueden contener. Cuando los suelos están constituídos por partículas muy finas, aisladas, ellas mismas rellenan todo el espacio en
que están situadas y no dejan pasar al agua, y aun
cuando su capacidad de retención es grande, presentan
~V inconveniente de almacenar poca agua, que ponen a
,:disposición de las raíces con gran dificultad, porque se
apelmazan y no las dejan penetrar y ramificarse, agrietándose, para formar bloques que aprisionan dicha
agua.
La duración de las experiencias reseñadas fué de
tres horas. Se comprende, que si hubiesen sido de mayor duración, conforme el suelo llega a su capacidad de
absorción, el agua de infiltración disminuye, hasta quedar reducida a las cantidades, que descendiendo, abandonan los. suelos para pasar a las capas freáticas.
Las labores del suelo, como las del subsuelo, al mullir la tierra, dejan grandes espacios vacíos y en con-
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secuencia facilitan la infiltración. Esta acción persiste,
hasta que el suelo por la acción de lluvias repetidas se
sienta, se apelmaza, quedando rellenadas todas sus
oquedades. En una experiencia, un suelo apelmazado
tomó una altura de agua de (g milímetros; el mismo
suelo, labrado a 10 centímetros de profundidad, admitió 25 milímetros, y cuando se labró a 15 centímetros,
admitió 30 milímetros de altura de agua.
El efecto de las labores es pasajero como consecuencia del apelmazamiento que sufren las tierras por el
martilleo del agua, y el relleno que experimentan todos
los vacíos, grandes y pequeños, por las partículas más
finas que el agua arrastra al interior. La acción de las
labores sobre la infiltración será, por lo tanto, más corta en los suelos que estén compuestos de materiales con
partículas muy finas, y más todavía si son de carácter
plástico, que es el caso de la mayoría de las arcillas.
Son, por lo tanto, los suelos que hacen barro pegajoso
10Sl que necesitarán 'más labores, y los arenosos, de partículas gruesas, los que menos.
Al incorporar abonos orgánicos a la tierra se aumenta considerablemente su capacidad de infiltración,
dependiendo su duración del tiempo necesario para su
descomposición y desaparición del suelo. En una experiencia, un suelo sin estercolar tomó en dos horas una
altura de agua de 50 milímetros; estercolado con (g,8
toneladas de abono de cuadra por hectárea, admitió
75 milímetros, y con 39,6 toneladas, (12 milímetros.
Resultados semejantes se obtienen cuando las materias
enterradas son restos de cosechas, o siembras que se
efectúan para enterrar en momento oportuno como abono verde, efecto que se manifiesta durante bastante
tiempo por la estructura granular que adquiere el suelo.
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Conviene insistir tercamente en esta propiedad de
la infiltración del agua en el suelo. En cuatro lisímetros se colocó una tierra suelta, arenosa, en 25 centímetros de altura. Se les echó agua clara y estuvieron
filtrándola durante dos semanas. A partir de ese momento, a dos de los lisímetros, en lugar del agua clara,
se les suministró agua turbia, con el 1,8 por 100 de
arena impalpable y arcilla. En pocos instantes, el agua
que dejaban pasar se redujo a la décima parte de la
cantidad que pasaba de agua clara. Dos semanas después se repite la prueba con los otros dos lisímetros, y
se obtuvo el mismo resultado. Cuando más tarde se
les alimenta con agua clara, la cantidad que dejaban
pasar siguió siendo un décimo de la que pasaban al
principio de la experiencia. Se analizó la tierra de los
Iisírnetros, y se observó en su superficie una pequeña
película de la arena impalpable y la arcilla que se habían incorporado al agua, ajustada a todas las sinuosidades para no dejar pasar el agua. El agua que cae en
una vegetación espesa llega tenuemente al suelo, no lo
perturba, es agua clara y se infiltra con facilidad, mientras que la que lo golpea, por estar desprovisto de vegetación, se enturbia, tapona rápidamente los canalículos que existen y escapa por la superficie del suelo,
arrastrándole. A lo largo de tres años y medio se ha
medido la turbidez de las aguas que escurrían de campos cultivados de alfalfa con gramíneas, y las proce..
dentes de campos cultivados todos los años con maíz,
en la misma clase de suelos, y se ha encontrado que las
procedentes de los campos de maíz tenían veinte veces
más materiales en suspensión que las procedentes de
las praderas de alfalfa.
En un suelo gas tado se ha determinado la turbidez
Sudo- que a rru ina la er u, lon en la prov incia de (;r:lll.lda ( F(JIllgr :¡i í:l' tlJl1¡;td¡¡)
desde 13 ca rr etera que conduce a t\ lmc r ia.)
Suelo-, ma l dcfcndi.k» en 1,1' qu e ~~
C, l ;'1I1 pn,lien,l(I 1;:, pl .uu acione, de fr uta lr por efecto de la erosión . Carre ter a de Alrneria a Xl álaga, (Fotos xl endizá bal,
Ing eniero Agr ónorno.)
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Cuenca del Anda rax, vista desde Alh arna t Almeria ). (Fotos Mendizábal, Ingeniero Agr ónorno.)
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de las aguas de deslizamiento cuando se cultivó maíz
sin abonar, abonando con una cosecha verde enterrada
y abonando con estiércol de cuadra. Los materiales en
suspensión que contenía el agua eran 1,6 veces mayores
.en el maíz sin abonar que en el abonado con plantas
verdes enterradas, y 2,8 veces que cuando se empleó el
estiércol de cuadra.
Repetidas experiencias con numerosas variedades
de suelos han demostrado, que la producción se resiente enormemente cuando s,e pierde el suelo y tiene que
cultivarse removiendo capas más profundas. Se atribuyen estas disminuciones de cosechas a la falta de materia orgánica, a la estructura deficiente del suelo, a la
escasez de materias alimenticias para las plantas, y muy
esencialmente, a la carencia de humedad del suelo, que
toma mal el agua y la conserva deficientemente.
El tener tierras que sean penetradas por el agua con
la mayor facilidad debe constituir una ferviente aspiración del agricultor, lo mismo para combatir la erosión que para evitar en lo posible los perjuicios de la
sequía, temible en los climas secos lo mismo que en
los húmedos.
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