Santiago Fernánde Mosquera […] ¿Quién es autor en el Quijote

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Santiago Fernánde Mosquera
[…]
¿Quién es autor en el Quijote?
Estamos hablando de los autores —ficticios— del Quijote. No estará de más conocer a quién se le
llama autor en la obra y comprobar alguna que otra interferencia. El título autor tampoco es claro
en la novela misma y se aplica en muchas ocasiones modificado por algún adjetivo: «fidedigno
autor», «primer autor», «segundo autor»... Pero ¿quién está detrás de esas denominaciones?
Claro es que las apelaciones al autor se hacen también en las narraciones intercaladas de las que
aquí no nos ocuparemos. Al tomar la obra globalmente y por su importancia cuantitativa del
número de referencias, el autor de la historia de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es Cide
Hamete Benengeli. Expresiones meridianamente claras como la siguiente abundan en la obra:
y en este tiempo quiso escribir y dar cuenta Cide Hamete, autor desta grande historia
(II, 70, 563)27
En otras el sustantivo está modificado por el adjetivo primero: «si no fuese Cide Hamete su primer
autor» (II, 59, 489), y más, todas ellas en la segunda parte.28 Hamete es el primer autor de la
novela; primero en el sentido de ‘inicial’ y primero también en el sentido de ‘principal’.
Pero existen otras referencias al autor moro en las que no figura ninguna otra aclaración. El
contexto ayuda a interpretarlas, por ejemplo: «que debe de ser algún sabio encantador el autor de
nuestra historia» (II, 2, 57) y muchas más.29 Sin embargo existen otras referencias al autor de la
historia que no son tan claras como las anteriores. Especialmente conflictivos son el final de la
primera parte y los capítulos 3 y 4 de la segunda.
En (II, 3, 61) exclama Sansón Carrasco:
Con todo eso —respondió el bachiller— algunos que han leído la historia que se holgaren se les
hubiera olvidado a los autores della algunos de los infinitos palos...
Parece que, en principio, Sansón Carrasco se refiere a un autor moro y a uno cristiano (II, 3, 605)
pero éste no es el morisco traductor (que aparece como tal) sino el otro cristiano —más cristiano,
para entendernos—, el segundo autor que manda traducir (primera aparición I, 8, 137) la historia.
Esa referencia ambigua del bachiller viene confirmada por la alusión al autor que imprime la obra
(II, 4, 68). Verosímilmente no puede ser otro que el segundo autor, no Cide Hamete, no el
traductor. El caballero de la Blanca Luna vuelve a este segundo autor cuando se refiere al «curioso
que tuvo cuidado de hacerlas traducir» (II, 3, 59). Para Sansón Carrasco existen dos autores: Cide
Hamete y el segundo autor sin darle apenas importancia al tercer intermediario, el traductor.
El asunto se complica conforme avanza el capítulo 4 de la segunda parte. Expresiones como
«¿Promete el autor segunda parte?», «Y ¿a qué se atiene el autor?» (II, 4, 68) están en clara relación
con:
Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don
Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas.
(I, 52, 604)
Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquí pone el fidedigno autor desta
nueva y jamás vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren...
(I, 52, 604)
Podría pensarse que en estos dos grupos de citas se hace alusión a Cide Hamete porque el moro
también buscó e indagó en los Anales de la Mancha y se le supone cuidado en la búsqueda del
material de la historia. Sin embargo, parece más verosímil atribuir al personaje de I, 9 todo este
cuidado en la continuación de la historia, como ya lo había hecho en la primera parte. Se
justificaría así la aparición del adjetivo fidedigno frente a primer, es decir, no Cide Hamete sino otro
más real y creíble. Éste, ya en la segunda parte en boca del bachiller, se ocupará de imprimir esta
segunda parte (II, 4, 68-69). Resultaría así que el autor que promete la segunda parte en (I, 52) es
el que busca la continuación en (II, 4, 68-69) y es «el curioso que tuvo cuidado de hacerlas
traducir». Tanto en (I, 8) como en (I, 52) el autor que aparece como tal es el segundo autor que es
presentado por otro distinto y superior a él como se explicará más adelante. Recordemos las
propuestas de Haley y El Saffar.
Para complicar más estas referencias, Sancho interviene en el mismo (II, 4, 69) y se equivoca:
—¿Al dinero y al interés mira el autor?
—Atienda ese señor moro, o lo que es, a mirar lo que hace; que yo y mi señor le daremos tanto
ripio a la mano en materia de aventuras y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo
segunda parte, sino ciento.
¿Se equivoca? Está claro que se refiere a Cide Hamete. Pero ¿podría enriquecerse el moro con su
obra en arábigo y sin publicar? ¿Estaba vivo Cide
Hamete? La incongruencia estriba en que el lector sabe que el primer autor es el árabe, pero no el
que tradujo ni dio a conocer. Sancho confunde (y nos confunde) al autor moro con el segundo
autor cristiano, algo latente en bastantes partes de la obra, especialmente en los capítulos 3 y 4 de
la segunda parte y el final de la primera. Hay todavía muchas más apariciones ambiguas que casi
siempre la intuición del lector identifica con Cide Hamete pero que rigurosamente no tendría por
qué (II, 3, 63), (II, 3, 64), (II, 27, 250).
En los primeros capítulos (1-8) de la primera parte aparecen distintos autores que son, sin mediar
explicación, reducidos a uno en (I, 8, 137), «que en esto hay alguna diferencia en los autores que
deste caso escriben» (I, 1, 77 y I, 2, 81-82). Uno solo, aunque varios en principio (la novela tiene
un comienzo vacilante) distinto al segundo autor: es el autor de los ocho primeros capítulos. No
puede ser cabalmente Cide Hamete como luego explicaremos. Después de la intervención de este
autor, aparece el segundo autor, el encargado de editar y hacer traducir las hazañas de don
Quijote y el único verosímilmente capaz de hacer imprimir la historia. Le llamaremos editor. Al
morisco aljamiado que traduce la obra y que aparece también en ella como autor, le llamaremos
traductor. Dejaremos para su autor moro el nombre que recibe, Cide Hamete Benengeli. Y nos queda
una intervención más. Aquel que nos presenta al editor tanto en (I, 8) como en (I, 52). El que une
las piezas de la obra de los distintos autores, el responsable único y el último intermediario. Le
llamaremos autor definitivo. Es dudoso, no obstante, que sea la misma voz la que aparece en (I, 8)
presentando al editor que en (I, 52). Puede que el autor del final de la primera parte sea el editor.
Lo más prudente es ponerlo en duda. El esquema resultaría casi perfecto si fuese el autor
definitivo el que actuase también en (I, 52). Resumiendo: los autores ficticios del Quijote según
nuestra propuesta son cinco: el autor de los ocho primeros capítulos, el editor, el traductor, Cide
Hamete Benengeli y el autor definitivo.
El autor de los ocho primeros capítulos
Para entender la presencia de este autor es imprescindible aceptar estrictamente el recurso del
manuscrito encontrado y del autor ficticio de (I, 9). Así podemos asegurar que Cide Hamete no
aparece hasta ese capítulo de la primera parte. Todo lo demás son elucubraciones más o menos
válidas. Ésa es la máxima razón que demuestra que Benengeli no puede ser el autor de los ocho
primeros capítulos porque, estricta y novelísticamente, aún no había nacido.
Sin embargo la presencia de un historiador está latente en estos primeros capítulos, y hasta el
propio protagonista lo interpela directamente (I, 2, 81). Pero es una posibilidad, un tópico de las
novelas de caballerías que aún no fue personalizado y que probablemente Cervantes no había
previsto en sus particularidades. A este sabio encantador todavía no perfilado se le atribuyen
cualidades que Cide Hamete no poseerá, como la curativa (I, 3, 89). La aparición de otro sabio,
Frestón, confirma la voluntariedad de la presencia de este tipo de personaje. Pero en él, de sus tres
características principales sabio- historiador-encantador, predomina la última. Cide Hamete, si
bien poseedor de estas facultades, no intervendrá directa y mágicamente en la acción novelesca de
don Quijote. O al menos actuará más sobre la narración que sobre la historia. Por este camino
intervencionista iban los hechos del sabio Frestón (I, 7, 124 y I, 8, 130). Y un autor moro y
respetuoso como Hamete (recordemos II, 8, 92 y II, 48, 399) difícilmente podría ironizar sobre
Mahoma: «historia sabida de los niños, [...] no más verdadera que los milagros de Mahoma» (I, 5,
103).
Pero también es cierto que comparte este autor rasgos parecidos al moro. Su omnisciencia es
dudosa (I, 1, 71), (I, 1, 77), (I, 2, 81-82) y es asimismo un autor limitado expresivamente (como
será Benengeli, por ejemplo, en II, 17, 163): «le dijo cosas tan estrañas, [...] que no es posible
acertar a referirlas» (I, 3, 94).
A pesar de lo dicho, nada demuestra que se trate de otro autor distinto a Cide Hamete, idea que sí
quiere confirmar otro autor de la novela:
Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete
puntualmente, por dejar...
(II, 74, 591)
Puede que sea ésa la intención última de Cervantes, como afirma Colbert I. Nepaulsingh,30 pero
no la primera que quedó escrita en los capítulos iniciales, y, si respetamos el artificio literario tal
como está en la novela (no como Cervantes desearía finalmente), Cide Hamete no aparece hasta
(I, 9). También lo creen así Ruth El Saffar31 y George Haley32 si bien una gran mayoría lo sigue
confundiendo con el propio Cervantes.33
Definitivamente, el autor de los ocho primeros capítulos no es ni Cervantes, ni, estrictamente,
Cide Hamete aunque comparta algunas características con él. Se trata de un autor del que
desconocemos casi todos los datos, no da referencias propias y se esconde en ocasiones en la 3.a
persona, como afirma Haley.34
El editor
Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese
entregada a las leyes del olvido [...] y así, con esta imaginación, no desesperó de hallar el fin desta
apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la
segunda parte.
(I, 8, 137-38) Es la primera aparición del segundo autor. En el comienzo del capítulo siguiente,
la historia se narra en una ostentosa primera persona perteneciente a este segundo autor. Él es el
protagonista de los hechos que narra y se convierte en un personaje más de la obra.35 Como tal
desempeña una función dentro de la historia del relato. Y ¿cuál es? La de editor. Editor porque se
empeña en buscar lo que supone que falta, editor porque lo encuentra, manda traducir la historia
y además paga por ello. Y probablemente es, también, el cristiano que se ocupó de mandarla
imprimir. Por ello llamamos (coincidiendo con H. Percas) al segundo autor, editor. Un editor que
comparte características con su otro nombre, segundo autor, porque no es un editor convencional
sino que deja su propia impronta en la obra. En (I, 9, 141-142) el editor reclama alabanzas por su
labor, acentuando más su calidad de personaje responsable de la obra. El editor no sólo ayuda a
completar la historia, a darla a conocer, sino que actúa sobre su texto —y parece ser, en este
capítulo, consciente de ello—.
Dentro del juego de personajes de los autores ficticios de la obra, el editor forma pareja cristiana
junto a don Quijote, frente a la pareja musulmana, Cide Hamete y el traductor. Un detalle de
complicidad entre el caballero y el editor es su desconfianza por la raza del autor moro. Don
Quijote desconfía de Cide Hamete (II, 3, 59) y el editor lo hace especialmente en (I, 9, 144-145).
Característica común de los cristianos es el gusto por la literatura (I, 9, 141).
Otra forma de conocer al editor es mediante sus intervenciones. Y son claramente suyas aquellas
en las que introduce a Cide Hamete Benengeli. Pensemos que una función primordialísima del
editor dentro del discurso es la introducción y la conclusión de muchos capítulos. De este tipo de
intervenciones son ejemplo «Cuenta el sabio Cide Hamete Benengeli...» (I, 15, 190), que es la
primera, y muchas más reseñadas páginas arriba. Y también aquellas en que, como hemos visto,
no aparece el nombre del moro pero se alude claramente a él. Generalmente después de introducir
a Benengeli o al traductor, el editor enlaza la historia con la frase «Y así, prosiguió diciendo» (II,
5, 73), (II 8, 92), (II, 10, 104) y (II, 24, 224). Pero lo puede hacer sin mediar introducción alguna
comenzando el relato haciendo referencia a la historia previa escrita por Hamete: «Cuenta la
historia que cuando...» (II, 17, 157).36
Amén de estas intervenciones neutras, el editor interviene de una forma más activa en el discurso
del Quijote (además de I, 9) cuando aclara faltas de la historia y las comenta (II, 10, 107), (II, 18,
169) y (II, 60, 491) o, especialmente, cuando declara sus más íntimas convicciones personales
sobre algún asunto relacionado con la historia (II, 12, 123), (II, 40, 338-39) y claramente en:
Pensar que en esta vida [...] Esto dice Cide Hamete, filósofo mahomético; porque esto de entender
la ligereza e inestabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera, muchos
sin lumbre de fe, sino con la luz natural, lo ha entendido; pero aquí nuestro autor lo dice por la
presteza con que se acabó, se consumió, se deshizo, se fue como sombra y humo el gobierno de
Sancho.
(II, 53, 143)
Pero existen intervenciones de dudosa atribución al editor o a Cide Hamete como (II, 14, 143) y
aquellas en las que se apela al lector. Estas últimas se relacionan con aquellas en las que ya Cide
Hamete ya el editor reparten la acción de la novela entre Sancho y don Quijote al separarse en
estos episodios de la segunda parte. Creemos, sin embargo, que son intervenciones pertenecientes
al editor. Veamos un ejemplo:
Deja, lector amable, ir en paz y en buena hora al buen Sancho, [...] atiende a saber lo que le pasó
a su amo [...] Cuéntase, pues...
(II, 44, 368)
Se combinan aquí la apelación al lector y el reparto de las acciones. Podemos confirmar que este
tipo de intervenciones pertenecen al editor no sólo porque sirvan de enlace o de presentación de
capítulos sino porque hay una referencia a Cide Hamete clara en:
Pero dejemos con su cólera a Sancho [...] y volvamos a don Quijote [...] en uno de los cuales
[días] sucedió lo que Cide Hamete promete de contar con la puntualidad y verdad que suele...
(II, 48, 395)
Se trata de una voz autorial distinta a Cide Hamete y que está por encima de él. Sólo puede
tratarse razonablemente del editor o del autor definitivo extrañamente intervencionista. Las
apelaciones al lector y el reparto de la acción pertenecen al editor, como en «donde le dejaremos
por agora, porque así lo quiere Cide Hamete (II, 61, 508) y en otras muchas37 en las que el plural
esconde al lector y al propio editor.
Otra labor fundamental del editor y más en consonancia con el nombre que le hemos dado es la
de establecer el texto definitivo de la obra y contar las diferencias o las peripecias de la narración
hasta llegar al capítulo definitivo leído por el receptor:
Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo
[...] pero no quiso dejar de traducirlo [...] y así prosiguió diciendo.
(II, 5, 73)
¿Quién podría conocer las tribulaciones del traductor sino otro que lo tuvo en su casa, velando su
trabajo, como el editor? Esta misma función la desempeña en (II, 10, 103-104), (II, 17, 164) y (II,
24, 223).
En fin, el editor es un personaje central en el esquema autorial del Quijote. Ordena, justifica,
introduce, concluye, opina y lee la obra escrita originalmente por Cide Hamete y traducida. Es el
que tiene mayores intervenciones directas al margen de la historia de don Quijote escrita por el
autor moro. Es el que contacta directamente con el lector y parece estar más cerca de él. Sin
embargo nosotros conocemos al editor porque nos es presentado. Alguien cautelosa y
selectivamente está detrás de él.
El traductor
El traductor es una parte más del esquema de los autores ficticios que proponemos. No es
especialmente relevante por la cantidad de intervenciones pero es estructuralmente
imprescindible. El traductor saca a la luz la historia de Cide Hamete que el editor no entendía. Es
el primer intermediario entre la historia de Cide Hamete y el lector.
El recurso de la traducción obedece, en principio, a una parodia caballeresca,38 como tal es
tenido en la primera parte del Quijote. Sin embargo en la segunda, como sucede con el tópico del
autor ficticio y solidariamente con él, la presencia de intervenciones del traductor son más
numerosas.
En el capítulo 9 de la primera parte —tan crucial en todo nuestro esquema— el traductor aparece
por vez primera y es, además, protagonista de la historia. El editor lo encuentra, lo contrata y lo
lleva a su casa (I, 9, 142-143). Incluso en este capítulo interviene directamente sin usar el estilo
indirecto al que lo obligará, en adelante, la presentación del editor, cuando se refiere a las
habilidades conserveras de Dulcinea. Ya en la segunda parte, el traductor aparece en siete
ocasiones explícitamente. Nos demuestra en (II, 5, 73) su sentido profesional al traducir algo que
no considera verosímil. Comenta pero no actúa sobre el discurso. En este mismo capítulo el editor
recalca la presencia del traductor y su opinión sobre la historia (pp. 76 y 78). También actúa sobre
la narración hurtando partes que le parecen innecesarias. Tiene conocimientos literarios, al menos
se arriesga a prejuzgar la que sirve o no al propósito de la historia (II, 18, 169). El morisco
aljamiado no sólo traduce estrictamente el texto (cuando no lo deturpa) sino también las notas
marginales como hemos visto en la referencia a Dulcinea y en (II, 24, 223).
Pero el traductor también opina sobre los personajes y autores de la obra. Lo hace sobre Cide
Hamete. Aquí están tres de ellos: editor, traductor y Cide Hamete:
Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: «Juro
como católico cristiano...»; a lo que su traductor dice que el jurar...
(II, 27, 249)
En este caso se trata de una interrupción (y por lo tanto robo de palabras del autor moro) ya que
sólo se lee el inicio del juramento de Cide, que, según el editor, provoca los comentarios del
traductor. Éstos son especialmente puntillosos y casi ridículos. No está lejos la ironización y la
burla de la pureza de ideas de los moriscos. O burlarse del traductor sobre su fidelidad a la
traducción, al querer explicar textos poco comprensibles. Recordemos que este traductor tiene el
prurito de la verosimilitud y de la claridad. También en el confuso inicio del capítulo 44 de la
segunda parte el traductor se aleja de su cometido. Lo que nos interesa demostrar con estas líneas
es la presencia del traductor como integrante del esquema autorial del Quijote. Un traductor que
hurta información, comenta hechos y personajes y traduce incluso notas marginales.
Cide Hamete Benengeli
Cide Hamete Benengeli es, como hemos visto páginas arriba, el autor de la historia de don Quijote;
al menos el principal. Sin embargo cabe pensar qué es lo que nos queda de lo escrito por Hamete
después de una traducción, una presentación del editor y otra intervención final. Pero la intuición
de un lector inocente es que el autor de la mayoría de las palabras que lee en el Quijote son de Cide
Hamete.
El origen de un autor ficticio moro tiene mucho que ver con la parodia de los libros de caballerías.
Es indudablemente la chispa de su nacimiento en la obra de Cervantes. Y su caracterización debe
mucho a estas novelas.39 Recordemos que Montalvo es el editor (como nosotros lo entendemos
en el Quijote) del Amadís y Elisabad su autor primero y también de las Sergas de Esplandián; que
Fristón es el sabio que escribió Don Belianís de Grecia (que también tiene traductor, el licenciado
Jerónimo Fernández); el sabio Rey Artidoro El caballero de la Cruz junto al árabe Xartón; Alquife el
Amadís de Grecia; Lirgandeo y Artemidoro Espejo de Príncipes y Cavalleros... En todas ellas se utiliza
el tópico del autor ficticio —normalmente sabio nigromante— escritor de la historia en griego,
caldeo, latín e incluso árabe (El caballero de la Cruz) como en el Quijote y, consecuentemente, la
presencia de un traductor.
En otro género especialmente admirado por Cervantes también se encuentran más de una
concomitancia con el Quijote. Nos referimos al Orlando, de Ariosto y La Araucana, de Ercilla.
Ambas obras incorporan una técnica autorial y narrativa que Cervantes tiene en cuenta.40
Cide Hamete ofrece diversas posibilidades de interpretación desde su mismo nombre. En la
edición ya citada de Rodríguez Marín (n. 18, vol. I, pp. 282-283) se recogen algunas
explicaciones. Los trabajos de Bencheneb-Marcilly y Geoffrey Stagg ya reseñados ofrecen unas
hipótesis muy serias. Ambos tienen en cuenta la obra de Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada,
donde utiliza
habitualmente el nombre Hamete. Stagg encuentra en la Topografhia e Historia general de Argel de
Haedo un morabuto llamado Cide Amet Aludebi. Explicaciones anagramatopéyicas abundan pero
no parecen tan felices.41 Pero a nosotros no nos interesa mucho ahora ni el significado ni el
origen del nombre Cide Hamete Benengeli. Lo importante es reconocer que Cervantes crea uno
que provoca múltiples asociaciones. Que muchas de ellas están formadas amalgamando
conocimientos lingüísticos y de su vida en Argel con juegos fonéticos y conceptuales llenos de
ironía. Lo que nos interesa es reconocer que este personaje tan sabiamente nombrado desdobla
antagónicamente a Cervantes, identificándose unas veces o distanciándose de él.
La primera de las funciones —pero no la principal— de Cide Hamete es la de parodiar las novelas
de caballerías. Si la creación de Hamete se hubiera quedado sólo en eso —como sucede con el
Alisolán de Avellaneda— poco habría que decir. Con Cide Hamete Cervantes se burla de los
moros (antiarabismo tradicional) y parodia las discusiones eruditas de la época; se coloca como
lector y juez de su propia obra logrando una sensación de objetividad e imparcialidad; es un
intermediario entre lector y personaje y como tal, logra un distanciamiento entre ellos y el autor.
La aparición de un autor ficticio ofrece una autonomía propia y distinta con un mundo autorial
no verdadero.
El retrato de Cide Hamete ofrecido en la obra es bastante completo y complejo y se puede
comprobar tanto a través de sus treinta y siete apariciones explícitas como en otros comentarios y
críticas a personajes de la novela. Él mismo aparece como personaje, es protagonista y llega a
expresarse en estilo directo. Cide Hamete surge ante nosotros como historiador arábigo. Como
moro se recela de él (I, 9, 144), (II, 3, 58-59). Al mismo tiempo se le califica como «historiador
puntilloso»: «historiador muy curioso y puntual en todas las cosas» (I, 16, 201), (I, 27, 343), (II,
50, 415), (II, 47, 395), (II, 61, 507) y (II, 74, 592). Como clara muestra de la admiración que
provoca Cide Hamete en el editor por esta puntualidad, podemos fijarnos especialmente en (II,
40, 338- 339). Pero Hamete no es tan puntual como se nos dice. No distingue entre «pollinos o
pollinas», o más bien borricas (II, 10, 107), ni entre encinas, alcornoques y hayas. Como apunta
Percas «la pedantería del concepto de exactitud del editor contiene tal humor que debilita su
comentario crítico sobre la falta de historicidad de Cide Hamete».42
Aunque se nos insista en su origen moro, éste no es tan claro: «Cuenta Cide Hamete Benengeli,
autor arábigo y manchego» (I, 22, 265) o (II, 4, 69). Es sabio y mago. Sabio morabuto según Stagg.
Como mago todo lo sabe (II, 40, 338-339) y recordemos que cada héroe de caballería
tenía uno o dos sabios, como molde, que no solamente escribían sus hechos, sino que pintaban sus
más mínimos pensamientos y niñerías por más escondidas que fuesen (I, 9, 140)
La mejor forma de conocer a Cide Hamete es a través de sus intervenciones más directas. El autor
moro aparece como justo y escandalizable con los pobres comportamientos humanos: (II, 53,
440), (II, 44, 371) y (II, 18, 175). A veces, metido plenamente en la acción de la historia, Hamete
pierde la objetividad y toma partido (II, 17, 163) y (II, 70, 564-565), se divierte (II, 48, 399), aflora
su religiosidad (II, 8, 92), (II, 27, 249). Su tarea de autor también provoca sus comentarios (11, 45,
375).43
Los dos personajes principales de la novela también conocen y aluden a Cide Hamete. A don
Quijote, Benengeli se le aparece como mago y sabio (II, 2, 57); enemigo (I, 18, 180); mentiroso
(II, 3, 59); injusto con su protagonismo novelesco (II, 3, 64). Sancho lo increpa directamente (II,
4, 69) y tampoco está muy seguro de su origen.
La presencia de este autor moro es esencial dentro de la historia de la novela. Recordemos que él
es su principal autor. Su nombre, sus apariciones y a veces la confusión de su papel dentro de la
obra, no ayudan a que permanezca en un estricto y solitario plano autorial.
El autor definitivo
Ya hemos visto cómo Haley y El Saffar estimaban oportuna la individualización de este autor
definitivo. Se trata de un autor distinto al de los ocho primeros capítulos, al editor, al traductor y a
Cide Hamete. Este autor, que está bien escondido en las páginas de la novela, controlaría toda la
obra, desde su comienzo, incluyendo los ocho primeros capítulos, y sería el responsable último de
la obra. Sus apariciones son:
Pero está el daño de todo esto [...] hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo
favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.
(I, 8, 137-138)
Y el último de la primera parte:
Pero el autor desta historia, puesto que con diligencia ha buscado los hechos [...] Tiénese noticia
que lo ha hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intención de sacallos a la
luz con la esperanza de la tercera salida de don Quijote.
(I, 52, 604-608)
Ahora bien, esta última intervención puede ser dudosa. Porque por lo dicho bien pudiera
corresponder al editor. Sin embargo, creemos que se trata de una
intervención del autor definitivo. Tiene la misma función que la primera (I, 8), trata de asunto
similar —la búsqueda de nuevos materiales novelescos— y cuando habla de autor tiene que
referirse al editor («segundo autor» en I, 8) al que presenta. Tanto estructuralmente dentro de la
obra, como por argumento narrativo, pertenece al mismo de (I, 8). Alguien distinto del editor es el
autor definitivo. Éste es el que presenta en tercera persona al editor.
El autor definitivo tiene un dominio controlado sobre toda la obra que ningún otro posee. Es el
único que realmente se puede llamar omnisciente, el único que está sobre los demás autores. El
desconocimiento que tenemos sobre él es total. Recordemos que de todos sabemos algo. Sin
embargo de este último y definitivo autor nada trasluce la novela. Casi no podría ser de otro
modo. Si alguien lo introdujese, el ciclo volvería a empezar y se necesitaría otro autor final. Si él,
en clara primera persona, hablase de sí mismo, se acercaría peligrosamente a la frontera de
personaje definido de la novela. Fijémonos que los conocimientos que tenemos de los distintos
autores de la obra decrecen conforme a su importancia como personajes dentro de la historia. Así,
sabemos más de Cide Hamete que del traductor, y más del traductor que del editor, y más del
editor que del autor de los ocho primeros capítulos. Y de quien menos sabemos, es decir, nada, es
del autor definitivo.44
El autor definitivo cierra el esquema de los autores ficticios del Quijote. Es el que, además, le da
validez. Es en último caso la posible solución de párrafos ambiguos o insalvables. Del autor
definitivo nada sabemos pero él es el que más conoce de la novela y su último intermediario entre
la historia y el lector.
Ahora bien, esto que acabamos de decir es exacto sólo teóricamente según el esquema propuesto.
Aunque el Quijote sea la última lectura del autor definitivo, en muchas ocasiones parece ser el
editor el que está más en contacto con el lector. Y baste recordar las apelaciones que hace en la
segunda parte. Lo que sucede es que el autor definitivo es tan extremadamente cauteloso que se
inhibe dejándose usurpar ladinamente funciones que teóricamente le pertenecen. Existen, sin
embargo, otras imperfecciones en el desarrollo del recurso del autor ficticio reflejadas en la novela
que dificultan aún más su explicación. Este recurso superó, en algunas ocasiones, las previsiones
cervantinas al menos en la primera parte. Lo que sí señalamos es la existencia de un juego
paralelo entre la historia de la novela y la historia del discurso novelesco, sí plena y
conscientemente cervantino.
Es casi imposible discernir estrictamente quién habla en la obra. Incluso puede resultar engañoso.
Podemos preguntarnos qué nos queda de lo escrito por Cide Hamete (a partir de I, 8) después de
pasar por una traducción a veces irregular, un editor intervencionista y un autor oscuro y discreto
que nos ofrece su versión de la obra.
A lo largo de estas páginas hemos individualizado los autores ficticios del Quijote: el autor de los
ocho primeros capítulos, el editor, el traductor, Cide Hamete Benengeli y el autor definitivo. Son
las cinco voces que se pueden distinguir en la novela aunque dudemos en ocasiones quién de ellos
interviene. Son autores porque intervienen en la confección del discurso más o menos
acusadamente, y son personajes a su vez de la novela porque casi todos (excepto el autor
definitivo) forman parte de su historia. Todos ellos son rastreables en el texto y ninguno de ellos
ha de identificarse con Cervantes. La conjunción de los cinco y la colaboración del lector
conformará lo que Cervantes entiende por autor del Quijote.
NOTAS
[…]
(27) Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ed. y notas de Luis Andrés
Murillo, Madrid: Castalia, 1982, 2.a ed., 2 vols. Todas las citas de la obra estarán tomadas de esta
edición y se citarán directamente en página de la forma vista (II, 70, 563), es decir, segunda parte,
capítulo 70, página 563. La voz autor unida a Cide Hamete aparece además en (I, 16, 201-202), (I,
22, 265), (II, 2, 57), (II, 3, 59), (II, 74, 591).
(28) (II, 24, 223), (II, 40, 338), (II, 70, 566).
(29) (I, 20, 247), (II, 3, 63), (II, 3, 66), (II, 4, 67), (II, 8, 94), (II, 10, 103), (II, 10, 107), (II, 12,
122), (II, 12, 123), (II, 17, 163-164), (II, 18, 169), (II, 37, 328).
(30) Colbert I. Nepaulsingh, «La aventura de los narradores del Quijote», en Actas del VI Congreso
Internacional de Hispanistas, Toronto: Department of Spanish and Portuguese, University of
Toronto, 1980, pp. 515-518. «Es obvio que Cervantes, en su concepción última del Quijote, si no
desde el principio mismo, deseaba que las primeras palabras pertenecieran a Cide Hamete
Benengeli», p. 515.
(31) Ruth El Saffar, «La función...», art. cit., pp. 298-299.
(32) George Haley, «The Narrator in Don Quixote...», art. cit., p. 270.
(33) Helena Percas, Cervantes y su concepto del arte, o. cit., p. 87; Alban K. Forcione,
Cervantes, Aristotle and the Persiles, Princeton: Princeton University Press, 1970, p. 157;
Riley, Teoría..., o. cit., p. 323; Trueblood, «Sobre la selección...», art. cit., p. 46.
(34) Haley, «The Narrator in Don Quixote...», art. cit., p. 175.
(35) El Saffar, Distance and Control..., o. cit., p. 39.
(36) Y muchas más que son fórmulas de tradición caballeresca en la literatura medieval:
(II, 31, 273), (II, 50, 416), (II, 13, 127), (II, 14, 134), (II, 14, 142), (II, 14, 145), (II, 33,
296), (II, 47, 386), (I, 64, 531), etc.
(37) Las apelaciones al lector y el reparto de la acción entre Sancho y don Quijote —
combinadas en muchas ocasiones— son abundantes: (II, 26, 249), (II, 10, 105), (II, 13,
134), (II, 45, 375), (II, 45, 382), (II, 48, 403), (II, 49, 405), (II, 54, 447).
(38) Para comprobar antecedentes caballerescos en la traducción conviene consultar
Daniel Eisenberg, «The Pseudo-Historicity of Romances of Chivalry», en Romances of
Chivalry in the Spanish Golden Age, Newark: Juan de la Cuesta Hispanic Monographs, 1982.
(39) Daniel Eisenberg, Romances..., o. cit.; Martín de Riquer, «Cervantes y la
caballeresca», en Suma cervantina, ed. de J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley, Londres: Tamesis
Books, 1973, pp. 273- 292; y el libro de H. Thomas, Las novelas de caballerías españolas y
portuguesas, Madrid: CSIC, 1952.
(40) Tanto la obra de Ariosto como la de Ercilla ofrecen unas intervenciones autoriales
que recuerdan, en principio, a las cervantinas. Ayudarán en un estudio más
pormenorizado de este punto los trabajos de Maxime Chevalier, L’Arioste en Espagne (15301650). Recherches sur l’influence du «Roland Furieux», Burdeos: Institut d’Études Ibériques et
Ibéro-Américaines de l’Université de Bordeaux, 1966; Juan Bautista Avalle-Arce, «El
poeta en su poema. (El caso Ercilla)», en Revista de Occidente, 32 (1971). Carlos AlbarracínSarmiento, «Pronombres de primera persona y tipos de narrador en La Araucana», en
Boletín de la Real Academia Española, 46 (1966), pp. 297-320, y «Arquitectura del narrador
en La Araucana», en Studia in honorem Rafael Lapesa, II, Madrid: Gredos, 1974, pp. 7-19.
(41) Estudios sobre combinaciones y claves de palabras en la obra de Cervantes aparecen
desde muy temprano. Destacamos los más importantes y los más curiosos: Fermín
Caballero, Pericia geográfica de Miguel de Cervantes, demostrada con la historia de Don Quijote de
la Mancha, Madrid: Imprenta de Yenes, 1840; M. Unciei, Lo de Benengeli, Madrid, 1918, y
últimamente José de Benito, Hacia la luz del Quijote, Madrid: Aguilar, 1960.
(42) H. Percas, Cervantes y su concepto del arte, o. cit., p. 100.
(43) Sobre la tarea de escritor de Hamete: (I, 40), (II, 14), (II, 17), (II, 43), (II, 44).
(44) Ruth El Saffar, «La función...», art. cit., p. 298.
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