La maldicion de la vaca.indd - Editorial Club Universitario

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La maldición
de la vaca
Germiniano González
Título: La maldición de la vaca
Autor: © Germiniano F. González Díez
I.S.B.N.: 84-8454-319-6
Depósito legal: A-44-2004
Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 38 45
C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)
www.ecu.fm
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87
C/. Cottolengo, 25 - San Vicente (Alicante)
www.gamma.fm
[email protected]
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni
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incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier
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Dedicatoria
Capítulo primero:
La historia de unos herbívoros.
A Enter, la vaca protagonista del posible
eclipse de nuestra civilización, se le abrieron los
párpados tanto que aquellos grandes ojos que tenía
parecían floridos ventanales de una catedral.
En su tranquilo cerebro, hoy las neuronas
no mezclaban mensajes de verde, sino de espanto.
Alucinante estaba la pradera sobre la falda de la
montaña, donde Enter hacía cinco años nació, comía,
a veces soñaba y había dado al mundo una segunda
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ternera. La mayor parte del año era agradable vivir
a la intemperie y en invierno un establo semicerrado
la protegía a ella y a otras muchas de los rigores del
frío y la nieve. Todas eran felices. En la bonanza de
los días comían a placer del verde natural y en los
malos tiempos, en un cajón o pesebre, había pastos
secos de alfalfa, trébol y variadas hierbas; era como
un corto tiempo a régimen, pero sano, igual que lo
tierno de las praderas.
Iba ya avanzando la noche y Enter no
podía cerrar los párpados. Sus ojos multiplicaban,
en la oscuridad, el problema y su cuerpo tiritaba
sin motivo aparente. ¿Por qué su dueño y otros
hombres habían acorralado al majestuoso toro,
al monarca de la zona y padre biológico de su
segunda cría? Lo enlazaron varias veces y ante la
resistencia del cíclope animal, lo amarraron por las
patas; se vio arrastrado por la pradera, después por
una rampa y al final desapareció en el túnel de un
ruidoso camión. Se llevaron al jefe del rebaño y al
progenitor de tan saludables descendientes.
Enter sintió profunda confusión y sus ojos
sólo veían relámpagos. De golpe, sus pacíficas
neuronas hervían o fermentaban y lanzó un
bramido tan fuerte y claro que sus compañeras
oyeron por primera vez hablar a un semejante. La
vaca había lanzado a los humanos la maldición de
los herbívoros : “prión”, fue la voz que salió de su
garganta y un viento huracanado sopló en aquel
instante llevándose la maldición hasta los confines
del planeta. Luego, dejó de temblar, se acostó sobre
el frágil césped verde cerca de su retoño y meditó
sobre lo que le había pasado. No entendía nada
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acerca de sus temblores, ni del toro arrastrado ni
de su potente bramido. -Quizás - pensó - no fuera
ella la inductora, sino la naturaleza o la propia tierra
quien obró o la manipuló para enviar al hombre un
mensaje que ella no podía dar.
Lo que sí percibió fue que desde aquel
momento le parecía sentir y pensar de otra manera;
creía ver hierbas buenas y malas, tenía dueño pero
a la vez había otros que mandaban a su patrón.
Antes, se llevaban a compañeras o a los jóvenes
terneros y nadie desconfiaba, pero desde hoy ya no
era cosa tan natural, pues se irían no a otro prado,
a otro corral, a montañas más lejanas, sino a algún
malvado lugar.
En adelante comenzó a sentir desconfianza,
miraba de reojo y levantaba la vista a menudo
cuando pastaba. La naturaleza le había puesto en
alerta y no comprendía por qué.
Pasaron unos meses más y el toro o rey del
rebaño no volvía. Y peor aún, en la finca vecina,
con otras vacas que cuidaban de otra forma, que
vivían casi todo el año encerradas en el establo, que
parecían desteñidas aunque sí estaban gordas, y en
cuyo corral nunca se había visto ni flaco ni gordo
toro, algo estaba ocurriendo.
Eran las doce de la noche y como la luna
alumbraba el campo, Enter se acercó a la valla y
apoyó su cuello en los alambres y escuchó y escuchó
hasta que pudo oír algo como “hay dos más con el
maldito mal y es mejor llevarlas todas”. Ya no era la
vaca de antes, pues oía, oía de otra manera y lo que
de pronto vio la dejó boquiabierta como queriendo
de nuevo bramar, pero no lo hizo.
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Lo que estaba ocurriendo a sus vecinas era
mucho peor que lo que hicieron al jefe de su rebaño.
Una a una aquellas compañeras herbívoras iban
saliendo de la cuadra pasando por un improvisado
camino entre rejas y allí, al final, morían de un
certero golpe en la nuca para que luego un gancho
las alzara al misterioso camión desconocido para
ella hasta aquel fatídico día que lo vio llevándose al
toro de su rancho.
La luna se acurrucó detrás de un nubarrón
y la obscuridad vistió los campos, establos y cerca.
Aquella noche, Enter y su hija Raba tomaron la
decisión de perder de vista a su dueño y desaparecer
por los valles y montañas para averiguar qué pasaba
en otras partes de la región.
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Capítulo segundo:
La ganancia fácil.
En otro lugar, no lejos de donde empezó esta
triste aventura, fue donde se dieron los primeros
pasos de lo que ahora estaba pasando. Hace 25 años
había comenzado un episodio que iba a cambiar la
vida de muchos seres humanos. Hace 25 años, en un
lugar apartado de una rica granja bovina, un hábil
veterinario, al mismo tiempo agente del estado, y
dos ricos ganaderos sin escrúpulos habían puesto en
marcha la rueda de una esperada fabulosa fortuna.
Pocos días más tarde el veterinario recibió la ayuda
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de un dudoso químico expulsado de un prestigioso
laboratorio.
-Para empezar- decía uno de los ganaderostenéis un suculento sueldo durante un año, y luego,
si logramos la conquista de los mercados extranjeros
tendréis un cinco por ciento de las ganancias a lo
largo de diez años y si extendemos las redes a otro
bloque de naciones, seguiréis recibiendo un diez por
ciento más durante otro decenio.
El químico no articulaba palabra mientras
la operación o beneplácito lo daba el agente, más
entendido en enredos, pleitos e intrigas reales. De
profesión veterinario se había pasado a servir al
gobierno como agente de confianza buscando un
gran sueldo ocasional aunque fuera oficio lleno de
peligros. Era hombre de complexión fuerte, bien
afeitado siempre y de cabellera abundante algo
rizada. Hombre con el que no se podía jugar más
que a cara o cruz. No sólo sus vocablos eran claros
y duros, sino también sus gestos, y en su haber o
trabajo de agente se contaba todo un capítulo de
desaparecidos.
Desde los primeros días se sintieron
cómodos en el almacén laboratorio de uno de los
ricos ganaderos, rancheros que a la vez pertenecían
a la directiva de una multinacional de piensos.
En aquel espacioso, limpio y nuevo local
las pruebas se multiplicaban cada hora. Ratones,
pollos, conejos, ovejas y otros animales pasaban
algunas veces las de Caín, sometidos principalmente
a inyecciones de moléculas, encimas y otras
sustancias extraídas de las plantas y granos, con
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La maldición de la vaca
la esperanza de multiplicar la carne y la leche, en
un supuesto beneficio para la salud y bolsillo de los
humanos.
Pronto pasaron al sistema o cadena de la
alimentación animal piensos de diferentes vegetales
mezclados, añadiéndoles además nuevas proteínas
y otras sustancias extraídas del reino marino.
Los ganaderos y la multinacional
comprobaron rápidamente que con esta nueva
alimentación se producía más carne, no mejor, y
más leche. Era cierto el progreso, pero poco rentable
el negocio, no lo que ellos esperaban.
Pasaron los días, los meses y un año de aquel
aislado trabajo y el veterinario y el químico vieron
su sueldo en peligro, pero consiguieron alargar el
plazo de investigación y un sueldo parecido otro
año más.
Todas las posibles mezclas vegetales
pasaron un riguroso examen con la esperanza de
poder crear una fuente barata de alimentación que
diera dinero rápido y abundante. Y otra vez algunos
animales pasaron un nuevo estrés, pero aquello no
era la mina de oro soñada.
Dispuestos estaban ya a dejar a la madre
tierra seguir el curso natural de criar y alimentar,
cuando el diablo les ofreció la última oportunidad
de hacer dinero fácil.
Las nubes galopaban en aquella hora y
los relámpagos se sucedían sin tregua en la tarde
plomiza. De un aseado y reluciente todoterreno
se bajó uno de los siempre elegantes millonarios.
Apretado fuertemente bajo un brazo llevaba un
negro portafolios como anunciando un futuro más
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Germiniano González
oscuro aún o quizás el principio de un porvenir feliz.
Ya en el laboratorio la expresión retorcida del rico
ganadero no les dejaba otra opción al pronunciar
estas palabras: -aquí os dejo vuestros últimos
cartuchos; si no los aprovecháis, podéis pegaros un
tiro. Y por el mismo camino de llegada desapareció.
Abrir aquel portafolios fue como un ataque
al corazón o más bien un sobresalto. La quijada que
enarboló Caín contra su hermano podía volver a
caer, pero sobre esta civilización.
El químico dejó volar su imaginación según
iba leyendo y deteniéndose. Sería rico, muy rico o
cada ciudadano del mundo civilizado tendría bajo
sus pies una mina aniquiladora que él podía poner.
Aquel artículo decía que, ya en 1923, el
profesor Rudol Steiner, en unas conferencias dadas
en París, se había preguntado qué podría pasar si
a las vacas se les alimentara con carne o piensos
extraídos de las partes desechables de los animales.
Y el citado profesor afirmaba claramente que las
vacas y otros herbívoros se llenarían de ácido úrico
y de urato, siendo el cerebro y el sistema nervioso
los más dañados. Y además, al final, se volverían
locos absolutamente todos, pues su fisiología no
estaba preparada para asimilar ciertas proteínas.
-O ricos o la extinción-pensó el químico sin
escrúpulos. Sólo quedaba resolver un interrogante:
¿Sería realmente económico conseguir los desechos
de animales en los mataderos?-Por supuesto- dijo el
agente. De ello pueden encargarse nuestros propios
ganaderos. Pero, ¿qué conseguirás con esto?- siguió
diciendo el veterinario. ¿Pueden resultar los piensos
tan baratos y en tantas cantidades que lleguen a
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