Un modelo para el análisis de la comprensión de textos

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Revista Sonorense de Psicología
2000, Vol. 14, No. 1 y 2, 25-34.
La naturaleza conductual de la comprensión
The behavioral nature of comprehension
Claudio Carpio1, Virginia Pacheco, Carlos Flores y César Canales
Universidad Nacional Autónoma de México, Campus Iztacala
Grupo T de Investigación Interconductual2
A mamá Chuchita, como siempre... como todo
C. C.
Se analizan los fundamentos nominalistas de las concepciones tradicionales de la comprensión, y se
demuestra que este término no describe procesos, actos o fenómenos mentales, privados e internos,
sino cumplimiento de criterios socialmente impuestos. Se enfatiza la naturaleza conductual de la
comprensión como adecuación funcional del comportamiento.
DESCRIPTORES: comprensión, nominalismo, conducta, criterios, adecuación funcional.
The nominalistic foundations of traditional conceptions of comprehension are analyzed, and it is
demonstrated that comprehension is a term that doesn't describe private or internal processes, acts or
mental phenomenon’s, but satisfaction of criterions socially imposed. The behavioral nature of the
comprehension is emphasized as functional adequacy of the behavior.
KEY WORDS: Comprehension, nominalism, behavior, criterions, functional adequation.
Las formulaciones conductistas de principios del siglo XX pretendieron cancelar las referencias a entidades supranaturales como agencias causales del comportamiento; sin embargo, las limitaciones lógicas y empíricas del modelo reflexológico
adoptado en ellas (Pavlov, 1927; Watson, 1924;
Skinner, 1938) impidieron que la teoría del condicionamiento fuera suficiente para describir y explicar las diversas formas de comportamiento cuyas
propiedades funcionales no son reductibles a la
morfología o a la tasa de emisión, particularmente
en el caso del lenguaje (Ribes, 1983, 1990, 1999).
1
De hecho, las anomalías y paradojas experimentales
que aparecieron en el curso de la indagación experimental durante el segundo tercio del siglo (Cabrer,
Daza y Ribes, 1975; Bruner, 1991) abrieron la
puerta para que reaparecieran en el escenario conceptual de la psicología versiones “actualizadas” de
las teorías sustentadas en el principio de la representación interiorizada del mundo externo. Estas
teorías, agrupadas de manera ocasional bajo el rubro
de psicología cognoscitiva y a veces identificadas
como teorías cognitivo-conductuales, asumen, la
mayoría de la veces en forma tácita, que el com-
La correspondencia relacionada con este trabajo se puede dirigir al primer autor a Escuela Nacional de Estudios Profesionales
Iztacala, UNAM. División de Investigación y Posgrado. Av. de los Barios s/n, Los Reyes Iztacala, Tlalnepantla, Estado de México, C.P.
54090. e-mail: [email protected]
2
Este trabajo es resultado del Seminario sobre Problemas Conceptuales en Teoría de la Conducta del Grupo T de Investigación
Interconductual y fue posible gracias a los financiamientos 193056 del PAPIME y el IN304398 del PAPIIT, ambos de la UNAM, otorgados al primer autor.
Carpio, Pacheco, Flores y Canales
portamiento de los individuos es ocasionado por
actividades internas (i.e. cognoscitivas) ejecutadas
por un agente especial (i.e. la mente).
Aunque las teorías cognoscitivas se diversifican según su mayor o menor énfasis en los actos
cognoscitivos postulados (recordar, razonar, comprender, etc.) o en hipotéticas acciones o procesos
regulatorios de aquellos (i.e. la metacognición),
todas ellas comparten la suposición de que la naturaleza de tales actos y procesos es en esencia interiorizada, privada e inaccesible a la observación
directa, es decir, de una naturaleza cualitativamente
distinta al comportamiento.
El retorno a las tradiciones conceptuales del
dualismo ontológico y epistémico en psicología se
ha disfrazado con ropajes terminológicos y tecnológicos propios de la modernidad informática, sin que
por ello superen los errores y las confusiones lógicas que aquéllas padecieron. Por ello, antes que
abocarse a la indagación empírica de los procesos
cognoscitivos postulados por estas “nuevas” teorías,
es conveniente examinar la consistencia lógica de su
postulación. Por esto, y a contracorriente de lo sostenido en las versiones cognoscitivistas nuevamente
dominantes, en el presente ensayo nos proponemos
demostrar que los actos o procesos cognoscitivos
son formas de comportamiento a los que no cabe
adjetivar como internos, privados u ocultos.
Para cumplir el objetivo propuesto hemos
seleccionado como caso ilustrativo a la comprensión, realizando un análisis lógico-conceptual de los
fundamentos epistemólogicos generales de las concepciones mentalistas de la comprensión, sin abordar ninguna teoría particular sobre la misma.
El lenguaje de lo mental
Las tradiciones conceptuales que los sabios
del Renacimiento forjaron en distintas disciplinas,
ayudaron a construir la visión moderna del universo, el
hombre incluido, sobre muy particulares nociones de
orden, causa y movimiento (Turbayne, 1980).
El orden como representación geométrica
del punto y sus trayectorias, la causalidad como
relación eficiente entre los cuerpos y el movimiento
como cambio de lugar, constituyeron los pilares en
los que descansó el progreso de disciplinas como la
mecánica, la óptica, la química y otras más que
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encontraban en la materia inanimada sus objetos de
trabajo teórico y empírico. Sin embargo, para la
psicología, cuyo objeto de estudio no pertenecía al
universo de los cuerpos u objetos, estas nociones
fueron poco propicias en la medida que inhibieron
el desarrollo de una semántica y una sintaxis apropiadas para la descripción de lo no corpóreo.
El mito del fantasma en la máquina que de
modo especialmente lúcido analiza Gilbert Ryle en
su The concept of mind (Ryle, 1949), se erigió sobre
un traslado inadvertido de las propiedades lógicas
del discurso sobre cuerpos, al discurso sobre los nocuerpos, es decir, en la aplicación de la misma semántica y la misma sintaxis a la descripción de los
cuerpos y a la descripción del alma o de la mente.
En la descripción y explicación cartesiana de lo
anímico (Descartes, 1978, 1980, 1982, –traducciones al
español-) inadvertidamente se atribuyeron al alma propiedades lógicas características del cuerpo, tratándoseles, en consecuencia, como sustantivos lógicos de predicación equivalentes. Dos aspectos centrales del tratamiento cartesiano del alma pueden ilustrar este traslado
de propiedades lógicas del cuerpo al alma:
a) La interioridad residencial del alma en el
cuerpo humano. Afirmar que el alma reside en el
cuerpo implica atribuir al alma la propiedad de ocupar un lugar en el espacio (de otro modo no podría
decirse que está dentro o fuera de), propiedad que
define precisamente a los cuerpos (i.e. extensión).
b) La interactividad eficiente del alma con
el cuerpo. Postular la actividad del alma como uno
de los agentes causales del movimiento del cuerpo
(i.e. el movimiento voluntario) implica la atribución
de propiedades causales mecánicas al alma, propiedades que teóricamente eran definitorias del movimiento de los cuerpos.
Un resultado lógicamente previsible, pero
inevitable del traslado de propiedades del cuerpo al
alma fue que las funciones cognoscitivas del alma
fueran descritas como parangones de las funciones
mecánicas del cuerpo. Este paralelismo constituye,
a juicio de algunos autores, uno de los elementos
que caracterizan al tratamiento renacentista de la
mente (Ryle, 1949; Tomasini, 1994; Ribes, 1994).
Hay que señalar que el error consistente en
tratar lógicamente al alma, como si fuera un cuerpo,
no es un error propio de ignorantes o de tontos; más
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bien es un error derivado de una particular concepción del lenguaje y del modo en que éste funciona.
El error procede de adoptar la concepción nominalista de acuerdo con la cual la función básica del
lenguaje consiste en “retratar” la realidad y sus objetos, siendo las palabras nombres que, a modo de
“etiquetas”, se adhieren a sus referentes para distinguirlos entre sí (Wittgenstein, 1953).
De un modo casi natural, se deriva de esa
concepción del lenguaje que, si las palabras son
nombres, lo son de algo, de algo que por necesidad
ha de existir puesto que no es posible que exista el
nombre de nada, es decir, de algo inexistente. Así,
la teoría nominalista del lenguaje conduce de forma
inevitable a adoptar el supuesto de que las palabras,
en tanto nombres, son también el testimonio irrefutable de la existencia de lo que nombran.
Por supuesto, una consecuencia de adoptar
la teoría nominalista del lenguaje es que no se reconocen diferencias esenciales entre la naturaleza del
lenguaje de lo corporal y la naturaleza del lenguaje
de lo mental, al menos ninguna que vaya más allá
del tipo de “cosas” de las que se habla.
Así, amparándose en la concepción nominalista del lenguaje, hablar de Dios es igual que
hablar de una manzana o que hablar de la mente; la
única diferencia reconocible es que en un caso se
habla de Dios, en otro de las manzanas y en el último de la mente, pero en todos estos casos se habla
de entidades cuya existencia es lógicamente necesaria en la medida que son designadas por las etiquetas o nombres “Dios”, “manzana” y “mente”.
Al no reconocer diferencias entre la naturaleza
de los referentes del lenguaje de lo corporal y del lenguaje de lo mental, es comprensible que a unos y otros
se les tratara de la misma manera, es decir, como sustantivos lógicos de predicación equivalentes. Igualmente comprensible es que las propiedades que se
reconocían en unos se atribuyeran a los otros y, con
ello, se estableciera una analogía entre lo que hace el
cuerpo y lo que hace el alma o la mente.
Con base en la suposición de que los referentes del lenguaje de lo corporal y del lenguaje de
lo anímico o mental poseían equivalencia lógica, se
construyó una analogía semántica entre cuerpo y
alma que se puede apreciar claramente en los siguientes paralelismos:
a) Si el cuerpo está en algún lugar, el alma o
mente lo ha de estar también, sólo que en un lugar
especial dentro del cuerpo (Descartes propuso la
glándula pineal).
b) Si el cuerpo opera de un modo eficiente
respecto a otros cuerpos, afectándolos y siendo afectado por ellos, el alma lo ha de hacer también, sólo que
no respecto a cuerpos, sino a ideas incorpóreas.
c) Si el cuerpo conoce sensiblemente, el alma o la mente ha de conocer también, sólo que no
de un modo sensible, sino reflexivo, conociendo sus
propios contenidos.
d) Si el cuerpo, para vivir, requiere de la asimilación de otros cuerpos que lo nutren, el alma también requiere de algún tipo de asimilación de las ideas
que la nutren proporcionándole la materia prima para
su operación esencial, es decir, para pensar.
Apreciemos, sin embargo, que el cuerpo
afecta y es afectado por, se nutre de y conoce a
cuerpos singulares, peculiarizados por su materia y
por su forma, debido a que es la sensibilidad el medio básico de estas operaciones. En contraste, no
siendo la sensibilidad el medio de operación del
alma, no podía sostenerse que ella conociera cuerpos singulares corporalmente delimitados por la
geometría de su materia. Por esta razón, se postuló
que el alma o la mente debían conocer esencias o
ideas desprovistas de toda materialidad sensible.
La aprehensión de ideas claras y distintas,
esencias genéricas y no accidentes singulares, es
precisamente lo que los padres de la mitología de la
mente dieron en llamar comprensión o entendimiento (Descartes, 1980, traducción al español;
Locke, 1981, traducción al español). De hecho, el
concepto de comprensión adquirió, también de un
modo inadvertido, el carácter de análogo lógico
(mental) de la nutrición.
Los medios y modos para alcanzar esta
aprehensión de esencias por la mente en operación
han sido motivo de arduos análisis, tanto filosóficos,
como psicológicos. Las preguntas acerca de cómo
llegamos a comprender, cómo ocurre la comprensión, en qué momento comprendemos, entre muchas
otras, han mantenido ocupados a numerosos investigadores en el diseño de los más ingeniosos procedimientos para responderlas. Sin embargo, las preguntas derivadas del tratamiento analógico de la
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Carpio, Pacheco, Flores y Canales
mente fundamentado en la concepción nominalista
del lenguaje, se desvanecen cuando se fracturan los
fundamentos de la mitología de la que forman parte.
Nominalismo versus lenguaje ordinario: ¿qué es la
comprensión?
El rechazo de los fundamentos nominalistas
de la mitología de la mente se deriva de una aguda
observación de Wittgenstein (1953) sobre el hecho de
que las palabras en el lenguaje natural u ordinario no
son nombres ni tienen una función designativa o denotativa independiente de la circunstancia en que son
usadas o de las acciones a las que dicho uso está asociado y, por lo tanto, no tienen un único significado.
Para este Wittgenstein el significado de las
palabras no es otro que su uso diferencial en cada contexto circunstancial momentáneo. Así, la palabra “X”
puede significar algo en un contexto “Y” pero significar
algo totalmente distinto en otro contexto “Z”.
Esta observación, trivial en apariencia, del
modo en que usamos las palabras en el lenguaje
ordinario, cobra una relevancia extraordinaria cuando se considera que el lenguaje empleado en la
construcción de la mitología de la mente es precisamente el lenguaje ordinario. Por ello, cuando al
amparo de la concepción nominalista se asumió que
las palabras empleadas en el lenguaje ordinario también poseen un significado único e independiente de
la circunstancia en que son empleadas, se creyó que
las expresiones mentalistas describían la ejecución
de actos cognoscitivos específicos (comprender,
pensar, razonar, imaginar, recordar, etc.) y que dichos actos eran los mismos en todas y cada una de
las distintas ocasiones en que se les refería.
En el caso ilustrativo de la comprensión, las
suposiciones nominalistas implicaron que comprender
una ecuación matemática, comprender una orden o
comprender una metáfora debían involucrar la ejecución del mismo acto (i.e. el acto de comprender) en
todos los casos por igual. En otras palabras, la adopción
de la teoría nominalista del lenguaje en la interpretación
del lenguaje de lo mental condujo a suponer que la
palabra comprensión era el nombre de algún acto, fenómeno o proceso que necesariamente debía existir
como parte de la vida mental, pero, además, que dicho
acto, fenómeno o proceso debía ser claramente diferenciado de otros actos, fenómenos o procesos.
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Las descripciones como acto o como fenómeno cognoscitivo son, con toda probabilidad, las
dos versiones lógicas más comunes de la teoría
nominalista expresadas en el tratamiento cognoscitivo de la comprensión, examinemos brevemente
sus características e implicaciones.
La comprensión como fenómeno
Si optamos por considerar que cuando alguien
comprende “le ha sucedido el fenómeno de la comprensión”, nos obligamos a identificar tanto el momento de la comprensión como su locus de ocurrencia,
puesto que todo fenómeno o evento ocurre siempre
en coordenadas temporo-espaciales definidas.
Con relación a la dimensión temporal de la
comprensión como fenómeno que ocurre a los individuos que abarcan, caben lógicamente algunas
preguntas que pueden parecer extrañas y desconcertantes pero que son muy válidas. Algunas de
tales preguntas son las siguientes:
¿Cuánto dura la comprensión?
¿Es instantánea?
¿Es rápida o es lenta?
¿Dura mucho o dura poco?
¿Es igual al principio que al final?
¿Qué pasa cuando acaba la comprensión?
¿Lo que sigue después de haber comprendido ya no es
comprensión?
¿Lo que ya se comprendió una vez ya no se vuelve a
comprender o la comprensión vuelve a ocurrir?
¿Si vuelve a ocurrir la comprensión de algo ya comprendido, es igual o distinta a la primera vez?
En relación con la dimensión espacial de la
comprensión como fenómeno, las preguntas no son menos numerosas, ni menos inquietantes y extrañas, pero
tampoco menos válidas. Veamos algunos ejemplos:
¿Dónde ocurre la comprensión?
¿Ocurre en alguna parte del cuerpo o en todo el cuerpo?
¿Si ocurre sólo en una parte del cuerpo, el resto del
cuerpo no comprende?
¿Ocurre en los órganos internos o también en los
externos?
¿Si ocurre dentro del cuerpo, como se manifiesta
exteriormente la comprensión?
Por supuesto, no han faltado quienes afirmen
que la comprensión ocurre en el cerebro y que de hecho es el cerebro el que comprende. Sin embargo, tal
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afirmación nos coloca en la extraña posibilidad de
construir afirmaciones como las siguientes:
“Mi cerebro ya lo comprendió, pero yo todavía no”,
“estoy esperando que mi cerebro termine de comprender para hacer la tarea”, “yo ya comprendí,
pero mi cerebro, que anda lento, aún no”.
Evidentemente, en cualquiera de las expresiones anteriores se lleva a cabo una extraña separación entre el pronombre “yo” y el sustantivo “cerebro”. Tan extraña es esta separación que, de aceptarla, también tendríamos que aceptar afirmaciones
del tipo siguiente:
“Yo estoy quieto, mis piernas salieron a caminar”,
“yo no tengo hambre, pero mi estómago si”, “yo
estoy dormido, pero mi brazo izquierdo está despierto”, “te juro que yo no te golpeé, fue mi mano”,
“yo iba para el sur, pero mi cuerpo se fue al norte”,
“yo no tomé esa copa, fue mi boca quien la bebió”.
Si alguien se negara a aceptar alguna de las
afirmaciones de esta última lista, con las mismas razones que tuviera para hacerlo, debería rechazar las de la
lista inmediata anterior, aunque ello le obligará a rechazar también las preguntas de la lista que le antecede y,
en fin, deberá rechazar las preguntas de la primera lista.
Ahora bien, cabe establecer que las preguntas de la primera lista no pueden rechazarse
simplemente porque sean extrañas, sino, en todo
caso, por los fundamentos mismos en que descansa
la construcción de tales preguntas. Rechazar los
fundamentos de tales preguntas conlleva, a su vez, a
rechazar la caracterización de la comprensión como
un fenómeno que le ocurre a quienes comprenden.
Por supuesto, puede no rechazarse esta caracterización, pero ello implica aceptar las preguntas y, por
supuesto, contestarlas.
La comprensión como acto
Examinemos ahora la afirmación de que quien
comprende está ejecutando el acto de comprender. Para
ello, continuemos haciendo preguntas que aunque son
pertinentes pueden no parecerlo. Las preguntas de una
primera serie pueden empezar con ¿ejecutamos el mismo acto cuando comprendemos ...
...un problema que cuando comprendemos a nuestra novia?
...una orden que cuando comprendemos un texto
en inglés?
...las razones por las que nuestro mejor amigo no
nos presta su automóvil que cuando comprendemos
porque es inadecuado el dualismo ontológico en
psicología?
...la expresión “pásame la sal” que cuando comprendemos que no es bueno el adulterio (de nuestra
esposa, claro)?
...la filosofía wittgensteiniana que cuando comprendemos la moraleja de una fábula?
...la importancia de ser puntuales que cuando comprendemos un chiste?
Si contestamos de modo afirmativo cualquiera
de las preguntas anteriores, estaríamos asintiendo que
existe el acto de comprender, es decir, un acto claramente distinguible de cualquier otro acto, caracterizable en si mismo y descriptible en términos de los movimientos ejecutados por los tejidos, órganos, músculos o sistemas biomecánicos involucrados. Tal asentimiento nos enfrenta con dos posibilidades:
a) decimos que existe el acto de la comprensión y nos damos a la tarea de describirlo para
después resolver la pregunta ¿por qué en ocasiones,
cuando se comprenden cosas distintas, se ejecutan
actos diferentes?, o bien,
b) aceptamos que en cada una de las situaciones descritas en las preguntas de la lista inmedia-ta
anterior el sujeto que comprende hace cosas distintas,
es decir, que no existe el acto de la comprensión, sino
los actos de comprensión, y que estos pueden ser tan
diversos como aquello que se puede comprender.
Si optamos por la segunda de las posibilidades
enunciadas arriba, debemos concluir en consecuencia
que no existe la comprensión, sino las comprensiones,
en tanto existen diversos actos de comprensión. ¿O
acaso podríamos decir con sentido que la comprensión
es un acto que en realidad son muchos actos diferentes?
La comprensión como función
Una posibilidad no contemplada hasta este
punto es considerar a la comprensión no como un
fenómeno ni como un acto, sino como una función.
Para examinar esta posibilidad emplearemos a continuación un par de ejemplos para ilustrar el uso que
hacemos del término función.
Considérese que comer una manzana implica la participación del comensal ejecutando una
serie de movimientos apropiados a la distancia,
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Carpio, Pacheco, Flores y Canales
altura y dimensiones de la manzana. Los movimientos necesarios para tomar la manzana, llevarla
a la boca, morderla, masticarla y tragarla no constituyen per se comer manzana, ni siquiera comer en
lo general. Tales movimientos sólo forman parte de
la relación a la que describimos con el título “comer
una manzana”, y eso sólo si se ejecutan en relación
con una manzana porque, lo obvio, si se ejecutaran
frente a un pepino no hablaríamos de comer una
manzana, sino de comer un pepino. Aún más, si
tales movimientos se ejecutaran en el vacío, es decir, en ausencia de un objeto comestible, nadie diría
que quien los ejecuta está comiendo una manzana,
Tal vez podríamos decir que quien actúa en estas
condiciones está haciendo como si comiera una
manzana, o que está imaginando que come una
manzana o que está alucinando que come una manzana. En fin, podríamos decir muchas cosas al respecto, pero nunca que efectivamente está comiendo
una manzana.
Lo interesante del ejemplo es que nos permite destacar que los movimientos, actividades,
acciones o actos de un organismo en si mismos no
constituyen nada funcionalmente relevante, sino que
adquieren sentido (en este caso como comer o imaginar o alucinar) por las circunstancias y los objetos
respecto de los cuales se ejecutan. En nuestro ejemplo, para hablar de que alguien come una manzana
requerimos un organismo que ejecute los movimientos mencionados al principio, pero también
requerimos la manzana y que ambos elementos
(organismo en movimiento y manzana) actúen uno
respecto del otro en un orden y condiciones específicas. Efectivamente, alguien podría estirar la mano
luego cerrar el puño llevarlo a la boca, abrir ésta y
morder en repetidas ocasiones, pero si la manzana
se encuentra fuera del alcance de la mano, es obvio
que aunque en la misma situación están presentes el
organismo en movimiento y la manzana tampoco
está nadie comiendo una manzana.
Comer una manzana es, entonces, una función (o relación) en la que participan el organismo
con movimientos específicos, la manzana, cierto
arreglo de ambos elementos y ciertas condiciones
mínimas (el aire, la luz, etc.). Comer una manzana
no es algo que haga el organismo, comer una manzana es una función en la que participa el organismo
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y sus actividades. Comer una manzana es una función, no un acto ni un fenómeno.
Un ejemplo similar es la función visual o
visión. En este caso también puede afirmarse que la
visión no es una actividad del organismo que ve,
sino una función en la que participa el organismo
con ojos funcionales, el objeto visible y el medio de
la visión (la luz) participando unos respecto de los
otros en un orden determinado. Considérese que sin
el objeto visible no puede haber visión alguna, sin
luz tampoco y menos aún sin el organismo con ojos.
Bastaría que faltara cualquiera de estos elementos
para que no pudiera establecerse la relación entre
ojo y objeto visible en la forma que llamamos visión. La visión, entonces, también es una relación
estructurada entre diversos elementos, de los cuales
el organismo que ve es sólo uno más.
¿Cuál es la relación entre estos ejemplos y la
comprensión? La relación es que la comprensión,
igual que comer una manzana o ver un objeto, no es
algo que haga el individuo, sino una función o relación en la que el organismo y sus actividades participan como un elemento más. Participan, obviamente,
el sujeto que comprende, lo que es comprendido y las
condiciones mínimas necesarias para que la relación
entre estos dos elementos se establezca del modo que
llamamos comprensión. También, como en los dos
casos ilustrativos antes presentados, no puede hablarse de comprensión sin la participación del que comprende y sin la participación de aquello que es comprendido. Para abundar, considérese que así como
nadie dice que está viendo nada o que está comiendo
nada, nadie dice tampoco que está comprendiendo
nada; siempre se come algo, siempre se ve algo y
siempre se comprende algo.
Ciertamente, no son las mismas actividades
del organismo las implicadas en ver, comer o comprender, pero las tres comparten el hecho de ser
funciones. Ahora bien: ¿cuáles son las características del modo de relación que llamamos comprensión? Esta interrogante, nos ubica directamente en
el terreno de otra cuestión que nos interesa tratar
aquí: la comprensión como función psicológica.
Para contestar la interrogante formulada hemos
adoptado aquí una estrategia que podríamos denominar
de observación filosófica al estilo wittgensteiniano.
Desde luego, al emplear esta estrategia adoptamos el
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punto de vista según el cual los términos mentalísticos,
como el de comprender, cuando son usados en el ámbito del lenguaje ordinario no describen entidades o
procesos internos, transnaturales o inmateriales, sino
que describen tendencias, capacidades, motivos, circunstancias, modos o logros de los individuos, los cuales se identifican en el comportamiento sin igualarse
con éste (Ryle, 1949; Ribes, 1990).
Aplicar esta estrategia al análisis del modo
en que se habla de comprensión en el ámbito del
lenguaje ordinario nos orienta siempre y necesariamente a la circunstancia específica en la que este
término es usado y a lo que hacen los individuos en
ella, desalentando cualquier intento por alejarse de
las circunstancias concretas de sus múltiples usos.
Una primera observación que debemos establecer es que los usuarios del lenguaje ordinario
parecen no tener problema conceptual o filosófico
alguno cuando emplean el término comprensión o
algunos otros emparentados con él (comprendiste,
comprendió, comprende, entender, etc.). Así, por
ejemplo, cuando alguien dice a otro cosas como “no
comprendiste mis instrucciones”, lo hace para afirmar que ese otro no hizo lo que le habían indicado
que hiciera y de ninguna manera para referir que
algún proceso cognoscitivo o mental ocurrió de un
modo defectuoso o que, de plano, no ocurrió.
“No entiendo lo que me quieres decir”, lo
hace para subrayar que lo que la otra persona dice
es insuficiente para actuar en consecuencia, pero de
ninguna manera para decir que sus procesos comprensivos no están funcionando adecuadamente.
“No entiendo porque te comportas de esa
manera”, está indicando que no identifica las razones por las que la otra persona actúa de una manera
particular, pero no está sugiriendo alguna incapacidad mental personal.
Finalmente, no pocos de nosotros hemos escuchado a nuestras parejas decir, en medio de sollozos, cosas como “tú no me comprendes” y, por supuesto, nuestra pareja no está elaborando ningún
diagnóstico de nuestras facultades mentales cuando
emplea tal expresión, sino expresando que nuestro
comportamiento no corresponde con sus deseos,
expectativas o peticiones.
Establezcamos aquí que en cualquiera de
los casos ilustrados el empleo del término “com-
prensión” está orientado a identificar la correspondencia entre el comportamiento de los individuos y
las demandas o requerimientos que deben satisfacerse en una determinada situación y no al estado
mental de los individuos. De hecho, hablar de comprensión en el ámbito del lenguaje ordinario equivale a hablar de la correspondencia efectiva entre el
actuar y su circunstancia, siempre como adecuación
funcionalmente pertinente del comportamiento.
De las evidencias de la comprensión
En un segundo aspecto del uso del término
comprensión en el ámbito del lenguaje ordinario es
posible observar el hecho de que las evidencias de la
comprensión no se buscan en niveles o terrenos ajenos
al actuar circunstanciado mismo, sino que se encuentran precisamente en la correspondencia funcional
entre el actuar y su circunstancia. Dos ejemplos pueden ilustrar con claridad lo anterior:
Si alguien pide a una persona que le proporcione la sal con la expresión “pásame la sal, por favor”
y la persona en cuestión entrega la sal, es claro que
comprendió la expresión, pero si en lugar de ello entrega cualquier otra cosa es evidente que no la comprendió, en ambos casos es claramente innecesario ir
más allá del comportamiento circunstanciado para
determinar si hubo o no hubo comprensión de la expresión “pásame la sal, por favor”.
Una situación particularmente interesante es
el caso de las expresiones metafóricas, como cuando alguien que se encuentra enojado dice a sus interlocutores “estoy que me lleva el demonio”. Si
alguno de tales interlocutores le pide que no se deje
llevar, le solicita que antes de que se vaya con el
Diablo pague sus deudas, le pide que diga a dónde
se lo quiere llevar el demonio para buscarlo más
tarde o cualquier cosa parecida, sería evidente que
quien hace alguno de tales comentarios es porque
no comprendió la expresión metafórica del enojo.
En cambio, si guardan un prudente silencio, o bien,
hacen cualquier cosa que aminore el enojo, entonces
sería evidente que sí comprendieron la expresión
metafórica del enojo.
En breve, para los usuarios del lenguaje ordinario no es necesario ningún tipo de prueba psicológica o
psicofisológica para determinar cuándo alguien ha
comprendido o no una expresión, un problema, una
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Carpio, Pacheco, Flores y Canales
orden, una súplica o una situación, para ello les basta
observar la conducta en su circunstancia para determinar su adecuación y pertinencia.
”Comprensión” o “Comprensión de ...”
A lo anterior, habría que agregar que en el
uso ordinario del lenguaje siempre que se habla de
comprensión se habla de comprender algo. Como ya
antes habíamos señalado, nadie dice cosas como:
“Estoy comprendiendo nada” .
“Ya acabé de comprender, ahora voy a comer”.
“Los hombres nacen, crecen, se reproducen, comprenden y mueren”.
Así, siempre que se dice que se comprende
se especifica qué se comprende o qué es lo que no
se comprende. Por ejemplo:
“Ya comprendí lo que deseabas”,
“No comprendo tu actitud”,
“Por favor comprende mis razones”,
“No comprendo porque a mi mujer me engaña”,
“Compréndeme, no me regañes”,
“Si me comprendieras, no me exigirías fidelidad”,
“Comprendo que te quieras ir”,
“Nunca comprendí el teorema de Pitágoras”.
El carácter transitivo del verbo comprender
en el uso ordinario del lenguaje es interesante por
dos razones:
a) primero, porque queda claro que en su uso
ordinario el término comprender no se refiere a algún
tipo de actividad que lleven a cabo los individuos, sino
mas bien al resultado, positivo o negativo, de sus interacciones con determinadas situaciones. Así, decir que
se está comprendiendo significa que se está cada vez
mas en condiciones de actuar de una determinada manera, funcionalmente adecuada y pertinente, frente lo
que se comprende (i.e. comprender una ecuación significa estar en condiciones de resolverla; comprender una
orden significa estar en condiciones de cumplirla; comprender a la pareja significa actuar conforme con sus
deseos, expectativas o peticiones; etc.); decir que ya se
comprendió algo, significa que en lo sucesivo podrá
actuar adecuadamente en o frente a ese algo que se
comprendió; decir que no se comprendió equivale a
decir que no adecuó el comportamiento a los requerimientos de aquello que no se comprendió; etcétera.
b) La segunda razón que concede importancia al reconocimiento del carácter transitivo del
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verbo comprender es que hace evidente que las
actividades involucradas o requeridas para adecuarse funcionalmente a las demandas de cada situación
varían dependiendo, precisamente, de lo que se ha
de comprender. Así, es claro que comprender a la
pareja demanda acciones, habilidades o competencias distintas a las requeridas para comprender la
novela Cien años de soledad de Gabriel García
Márquez. Del mismo modo, comprender una partitura musical implica actividades, competencias o
habilidades distintas a las requeridas para comprender la expresión “pásame la sal”.
En breve, el carácter transitivo del verbo comprender implica que el estudio de la comprensión implica necesariamente el estudio de lo que se comprende y los criterios o demandas que impone, así como de
las actividades, competencias y habilidades necesarias
para satisfacer tales criterios o demandas.
Naturaleza social de los criterios de la comprensión
Un rasgo esencial que adicionalmente puede
observarse en el empleo del término compresión en
el ámbito del lenguaje ordinario es que, los criterios
que se imponen, y cuyo cumplimiento identifica la
comprensión, siempre forman parte de las prácticas
colectivas de los grupos sociales humanos.
Las formas comportamentales que se desean, esperan o prescriben en cada situación para los
individuos derivan de las creencias que fundamentan la práctica social humana y varían según el momento de desarrollo de las formas culturales de la
vida colectiva (Carpio, Pacheco, Hernández y Flores, 1995). En otras palabras, es posible notar que lo
que se pide a un individuo nunca es algo ajeno o
distinto a aquello que los otros miembros de cada
grupo social hace o haría en cada situación específica. En razón de esta peculiaridad de los criterios
que se imponen a los individuos, es posible sostener
que los criterios de comprensión varían histórica y
culturalmente por lo que no es pensable la posibilidad de postular un proceso, acto o fenómeno de
comprensión absoluto, universal y ahistórico.
La naturaleza social de los criterios que se
imponen a los individuos elimina al mismo tiempo
la posibilidad de considerar que al hablar de comprensión se esté hablando de algún tipo de evento
privado y subjetivo. Por el contrario, la compren-
REVISTA SONORENSE DE PSICOLOGÍA
sión como ajuste funcionalmente pertinente del
comportamiento a su circunstancia y a sus demandas es social y público en su origen.
El origen público del ajuste funcional del
comportamiento plantea, después de todo, una característica definitoria del uso que en el ámbito del lenguaje
ordinario se hace del término comprensión: su carácter
necesariamente aprendido en lo individual.
Nadie en el ámbito de lenguaje ordinario
asume que un niño recién nacido se ajustará de un
modo efectivo a la solicitud “pásame la sal”. ¿Por
qué?, porque de antemano se reconoce que el infante
no cuenta con las formas de comportamiento necesarias para pasar la sal o para negarse a hacerlo. ¿Comprende el niño la expresión mencionada? No mientras
no pueda comportarse de un modo pertinente, en términos funcionales, ante ella, para lo cual habrá que
procurar que su comportamiento evolucione en la
forma de competencias pertinentes, es decir, habrá que
promover el aprendizaje de dichas competencias. El
que nadie se atreva a pedir la sal a un niño recién nacido no es reflejo de amabilidad adulta ni de alguna otra
forma de protocolo social, sino reflejo del conocimiento fundado de que se aprende a comprender, es
decir, que se aprende a comportarse de un modo pertinente en la medida que se estructuran, como ontogenia, las competencias correspondientes.
Conclusión: la naturaleza de la comprensión es
conductual
La adopción de la concepción nominalista
del lenguaje condujo históricamente a la psicología
a la construcción de la mitología de la mente como
descripción de un mundo paralelo cuyos hechos,
internos e inmateriales, acontecían en una dimensión inaccesible a la observación directa. Sin embargo, al abandonarse esta concepción nominalista,
y con base en la observación del modo en que se
usan los términos mentalísticos como comprender,
es posible sostener que éstos no denotan actos, procesos o fenómenos privados, internos o inaccesibles
a la inspección pública.
En el caso específico de la comprensión, el
análisis efectuado en el presente ensayo demuestra que
dicho término carece de univocidad semántica, y que
en su calidad de término del lenguaje ordinario es
empleado para referir la adecuación funcionalmente
pertinente del comportamiento a su circunstancia y las
demandas que en ésta se establecen. En virtud de ello,
es posible caracterizar a la comprensión como un término de logro que describe la satisfacción de criterios,
y que no se refiere ni al modo ni al proceso que conduce a tal satisfacción de criterios. Esta caracterización
implica, por supuesto, rechazar que se identifique a la
comprensión como un tipo particular de acto e incluso
como un proceso específico.
Asimismo, el examen efectuado aquí conduce
a sostener que los criterios cuya satisfacción se identifica como comprensión se derivan de las prácticas
colectivamente compartidas como cultura por los grupos sociales de referencia de los individuos, por lo que
se rechaza cualquier postulación que le asigne a ésta
una naturaleza privada u oculta a la observación.
Por último, y atendiendo al carácter transitivo
del término comprender, se deriva que la comprensión
siempre es comprensión de algo, por lo que el análisis
del modo en que se estructuran y evolucionan las formas de comportamiento cuya funcionalidad es pertinente para la satisfacción de criterios, debe incluir
como componente indispensable la consideración
precisamente de aquello respecto a lo cual el ajuste
conductual se considera comprensivo. Así, en lugar de
comprensión es necesario hablar, por ejemplo, de
comprensión de textos, comprensión musical, comprensión de idiomas, etcétera.
En breve, el análisis efectuado en el presente escrito orienta a concluir que la comprensión
es un término empleado para designar la adecuación
funcional del comportamiento a los criterios estructurantes de su circunstancia, adecuación que
sólo puede ser concebida como función en la que se
integran tanto las actividades, habilidades y competencias del individuo como los objetos de la comprensión, los criterios de logro impuestos y las características de la situación en que su integración
funcional tiene lugar. En otras palabras, que la naturaleza de la comprensión es conductual.
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