Tema 14. La Transición Democrática

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Tema 14. La Transición Democrática (1975-1979)
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El inmovilismo y la ruptura democrática.
El 20 de noviembre de 1975 moría el general Franco, que había gobernado España de
manera dictatorial durante treinta y seis años. En la escena política y en la opinión pública
aparecían diferentes bloques: por un lado, la oposición democrática, que buscaba la ruptura
con el régimen anterior y seguía en la ilegalidad y en la clandestinidad; por otro, dentro del
franquismo figuraban los partidarios de que el nuevo rey Juan Carlos mantuviera la
dictadura como heredero del régimen franquista: eran los continuistas, denominados
popularmente “el búnker”. Junto a estos, dentro de la Administración y la clase política del
franquismo aparecían grupos reformistas o evolucionistas, partidarios de reformas y de la
concesión lenta de libertades ciudadanas.
Dos días después de la muerte de Franco, Juan Carlos fue coronado rey. Tanto su
discurso como el del cardenal Manuel Enrique y Tarancón, oficiante de la ceremonia,
incluían palabras de apertura y reconciliación que podían presagiar voluntad de profundos
cambios políticos. El primer gobierno de la monarquía, sin embargo, continuó presidido por
Carlos Arias Navarro, si bien se incorporaron algunos políticos franquistas, como Manuel
Fraga Iribarne y José María de Areilza, que propugnaban la evolución de la dictadura hacia
un régimen más o menos democrático. El Gobierno inició una tímida apertura que supuso la
legalización de las llamadas asociaciones políticas —no se quería oír hablar de partidos—,
que debían reunir algunos requisitos como, por ejemplo, aceptar las leyes franquistas.
Se creó una Comisión mixta del Gobierno y Consejo Nacional para encauzar el programa
de reformas políticas planeado por el Gobierno. Sin embargo, la Comisión mixta no hizo otra
cosa que la de frenar cualquier tipo de reforma rápida. La consecuencia de la lentitud del
Gobierno y de sus confusos propósitos fue que quienes se oponían a cualquier tipo de cambio
arreciaron en cuanto se planteó la cuestión del asociacionismo. El proyecto, presentado por
Adolfo Suárez, fue aprobado, pero con muchas abstenciones y votos en contra. La reforma del
Código Penal se encontró con dificultades más graves: la introducción de un párrafo que ponía
dificultades para la legalización de los partidos políticos. El proyecto de reforma de la ley de
Cortes y la Sucesión fue informado negativamente por el Consejo Nacional.
Por sus parte, los principales partidos democráticos de izquierda, algunos tolerados por
el Gobierno, reclamaban una ruptura política con el régimen franquista y con el gobierno
continuista de Arias Navarro. Estos partidos, que inicialmente no aceptaban el nuevo
régimen monárquico, exigían la libertad para todos los presos políticos encarcelados por sus
ideas o actividades políticas contra la dictadura y el retorno de los exiliados, reclamaban
libertades políticas y sindicales, y pedían elecciones libres. En Cataluña y el País Vasco se
pretendía, además, el reconocimiento de los estatutos de autonomía abolidos por los
vencedores en la Guerra Civil. El lema que resumía las aspiraciones democráticas coreado
en las manifestaciones populares era “Libertad, amnistía y estatuto de autonomía”.
La mayoría de las organizaciones de izquierda se habían agrupado en dos plataformas:
la Junta Democrática, fundada en 1974 e impulsada por el PCE (Partido Comunista de
España), liderado por Santiago Carrillo, y la Plataforma de Coordinación Democrática,
organizada alrededor del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) en 1975, dirigido por
Felipe González. En marzo de 1976, muerto ya el dictador, estas dos plataformas se unieron
en un solo organismo, Coordinación Democrática, conocido popularmente con el nombre de
“Platajunta”.
En los primeros meses de 1976 se produjeron numerosas manifestaciones en demanda
de libertad política y mejoras sociales, a lo que el Gobierno respondió con un
endurecimiento de la represión. El clima de agitación tuvo la máxima virulencia en Vitoria,
donde los enfrentamientos entre la policía y los huelguistas acabaron con la muerte de cinco
trabajadores, abatidos por disparos de la policía. La respuesta del gobierno de Arias Navarro
(que contaba en esos momentos con Manuel Fraga Iribarne como ministro de Gobernación)
a las movilizaciones populares continuaba, pues, la estrategia de represión del franquismo.
En julio de 1976, Arias Navarro presentó su dimisión, cuando comprobó que no tenía el
apoyo del rey Juan Carlos. Este, de manera imprevista, nombró jefe de Gobierno a Adolfo
Suárez, uno de los ministros de Arias, que ocupaba la Secretaría General del Movimiento.
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Se trataba de un político joven, con gran experiencia en las instituciones del régimen,
especialmente bien relacionado desde su etapa como director general de RTVE.
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La reforma democrática.
La elección de Adolfo Suárez para formar gobierno fue recibida con reticencias por la
opinión pública nacional y extranjera. La oposición sentía desconfianza por su trayectoria
política en la dictadura, durante la que ocupó varios cargos; entre los franquistas más
radicales despertaba recelo porque veían en él un personaje demasiado contemporizador y
poco fiel a los principios en los que se había basado la dictadura del general Franco.
Adolfo Suárez formó un gobierno con personas relativamente jóvenes, que provenían en
su mayor parte de los cuadros secundarios del régimen franquista. También se rodeó de
personas procedentes de los sectores demócratacristianos, que habían manifestado el
deseo de una reforma del régimen. Eran políticos que habían comprendido la imposibilidad
de un régimen franquista sin Franco y que pretendían una salida pacífica de la situación.
Algunos de ellos habían influido en el gobierno anterior para evitar la radicalización de la
represión que en algunos momentos parecía querer imponer Arias Navarro. Además,
estaban dispuestos a dialogar y a negociar con la oposición, que, aunque era ilegal,
aparecía en actos públicos y difundía comunicados de prensa.
El punto principal del programa del nuevo gobierno fue la preparación de un referéndum
por el que la población tenía que dar el visto bueno a una ley, la Ley de Reforma Política,
para reformar el sistema político heredado de la dictadura franquista. El procedimiento
elegido para pasar de una dictadura a una democracia fue ir de la ley a la ley. El propósito era
que nadie pudiera sentirse traicionado y que la legalidad fuera modificada desde su propio
interior. La ley, además, debía ser aceptable para la oposición y conducir de manera rápida a
unas instituciones de carácter democrático.
Lo fundamental de la ley de Reforma Política era la convocatoria de elecciones y la
configuración de un marco institucional mínimo para realizarlas. Este consistía en la creación
de unas Cortes bicamerales (Congreso y Senado) elegidas por sufragio universal. La misión de
estas dos cámaras sería la elaboración de una nueva constitución. El procedimiento electoral
sería el mayoritario para el Senado y el proporcional para el Congreso.
La Ley de la Reforma Política pasó por el trámite del Consejo Nacional del Movimiento a
principios del mes de octubre. Cuando el proyecto fue discutido en las Cortes, se utilizaron toda
la gama de teorías políticas franquistas por ambos bandos: Blas Piñar asumió la defensa del
Bunker y Miguel Primo de Rivera la del proyecto de reforma. Las maniobras previas entre
bastidores de Suárez y Fernández Miranda produjeron sus frutos, pues la reforma fue
aprobada por 435 votos, 59 en contra, 13 abstenciones. Era un suicidio político colectivo.
Después se sometió a votación popular el 15 de diciembre de 1976. A pesar de la campaña
en contra de la oposición, que proponía la abstención, y de los franquistas, que pedían el
voto negativo, hubo un alto porcentaje de participación (77%) y un número elevadísimo de
votos afirmativos (94%). Los votos en contra no llegaron al 3%, lo que parecía indicar un
deseo de cambio general en el país, a excepción de ese reducido porcentaje de franquistas
recalcitrantes. Esta ley se puede considerar la frontera entre el régimen franquista y la nueva
etapa que permitiría el establecimiento de un sistema plenamente democrático en España. A
los pocos días de aprobada la ley, Suárez decretó la supresión del Tribunal de Orden
Público y comenzó el desmantelamiento de instituciones del Movimiento Nacional.
La difícil situación que vivió el país en los primeros meses de 1977 puso en peligro las
reformas emprendidas. Así, grupos extremistas iniciaron una campaña de desestabilización
del nuevo régimen. La extrema derecha asesinó en enero a cinco abogados laboralistas
vinculados al PCE y al sindicato Comisiones Obreras, en lo que pasó a la historia como ‘la
matanza de Atocha”. Las manifestaciones por la muerte de estos abogados fueron
multitudinarias y permitieron la salida masiva a la luz pública de la organización del Partido
Comunista. Esos grupos de ultraderecha, que se presentaban como Guerrilleros de Cristo
Rey, estaban financiados por funcionarios franquistas y contaban con la permisividad de un
sector de la policía en sus continuos atentados contra librerías y contra instituciones sociales
que se habían manifestado a favor de un sistema democrático y autonomista, recurriendo a
veces al asesinato de militantes antifascistas. En el otro extremo del arco político, tanto ETA
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(grupo terrorista independentista vasco) como los GRAPO (Grupos Revolucionarios
Antifascistas Primero de Octubre, grupo surgido en 1975, de confusos orígenes y
aparentemente vinculado a la extrema izquierda) secuestraron a importantes figuras del
régimen (el presidente del Consejo del Reino, Antonio de Oriol y el presidente del Tribunal
Supremo de Justicia Militar, general Villaescusa) y asesinaron a miembros de la policía y de
las instituciones del Estado. El Gobierno intentó salvar la situación y no se dejó arrastrar por
las provocaciones del terrorismo extremista. Por otra parte, una delegación de dirigentes de
la oposición negoció con Suárez y, a cambio de promesas de actuación contra la violencia del
Bunker, ofreció una declaración conjunta gobierno-oposición denunciando el terrorismo y
haciendo un llamamiento al pueblo para que apoyara al Gobierno. Fue uno de los mayores
triunfos de Suárez. No sólo su respaldo popular se vio reforzado, sino que recibió la sanción de
la izquierda como perteneciente a las fuerzas democráticas de la nación.
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El sistema de partidos y las elecciones de 1977.
El gobierno de Suárez toleró la celebración de un Congreso del PSOE en diciembre de
1976 y legalizó de hecho a los sindicatos UGT y Comisiones Obreras. En febrero dio
comienzo el proceso de la legalización de los partidos políticos: se legaliza hasta un total de
200. El escollo mayor lo representaba el PCE. Para el bunker y el ejército, la legalización del
comunismo significaba echar por la borda aquello por lo que habían combatido desde 1936.
Por otro lado, Suárez tenía que estar de acuerdo con la oposición en que la democracia no
podría ser completa si se excluía a un partido de la importancia del PCE. El Gobierno no
parecía dispuesto a la legalización, probablemente por temor a la reacción del Ejército y de
los políticos franquistas, pero al final, a pesar de las fuertes presiones en contra, Adolfo
Suárez tomó la decisión personal de declarar legal al PCE. Los comunistas, por su parte,
moderaron sus posiciones y aceptaron la reforma aprobada en el referéndum e incluso la
institución monárquica y la bandera bicolor, renunciando a la enseña histórica republicana.
Desde la coronación de Juan Carlos en 1975 se habían producido varios indultos
parciales que habían posibilitado la salida a la calle de centenares de presos políticos.
Aunque la amnistía definitiva que puso “punto final” a las responsabilidades pasadas no se
promulgaría hasta octubre de 1977, en la primavera de ese año se publicó un decreto que
liberó a la mayoría de los presos políticos y permitió la vuelta a España de los exiliados.
Algunos de ellos, como Dolores Ibárruri, Pasionaria, exiliada largos años en Moscú, tenían
un papel simbólico fundamental en la nueva situación predemocrática.
Tras la aprobación de la ley electoral en marzo de 1977, se inició un proceso de definición
por parte de los distintos grupos políticos de cara a las próximas elecciones. La derecha se
configuró en torno a Alianza Popular, vinculada a la persona de Fraga Iribarne. Los numerosos
grupos del centro se integraron en la Unión de Centro Democrático (UCD), presidida por Adolfo
Suárez. La izquierda se organizó en torno al PSOE, liderado por Felipe González, al Partido
Socialista Popular de Enrique Tierno Galván, y al PCE, con Santiago Carrillo al frente. Los
grupos nacionalistas más implantados en Cataluña eran el Pacto Democrático, de Jordi Pujol,
Unión Democrática y Esquerra Republicana; en el País Vasco destacaban el PNV y Euskadiko
Ezkerra. Había, además, una larga lista de grupos que, bien fueron literalmente barridos en
las urnas, bien se integraron en las formaciones políticas de mayor dimensión. Por último, la
extrema derecha, representada sobre todo por el partido Fuerza Nueva, también se
presentó a los comicios.
En junio de 1977 se celebraron en España las primeras elecciones libres desde junio de
1936. Para lo que había sido habitual en la historia española hubo una alta participación
electoral (78%). Los resultados de las elecciones de 1977 reflejaron con bastante fidelidad lo
que era la sociedad española en esos momentos. El partido más votado fue la UCD con el 34%
de los votos, seguido del PSOE con el 28%. Muy lejos quedaron el PCE, con el 9% de los
sufragios, y AP con el 8%. El Partido Socialista Popular de Tierno Galván tan solo obtuvo seis
diputados. Los partidos nacionalistas lograron una veintena de puestos en el Congreso (13 los
catalanes y 8 el PNV).
El resultado de las elecciones diseñó un sistema de partidos en España en el que no había
hegemonía de un solo partido; se podría hablar de un bipartidismo imperfecto. El sistema de
partidos resultante imponía un gobierno monocolor minoritario y, por lo tanto, débil, abocado a
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una necesaria concurrencia de criterios con otras fuerzas políticas. Esta actitud de consenso
resultaba muy positiva teniendo en cuenta la necesidad de elaborar una Constitución aceptada
por todos.
El día 15 de junio de 1977 fue un hito histórico en la vida española. En esa fecha, el pueblo
español decidió con su voto, de manera definitiva, la contraposición reforma y ruptura que
había presidido la vida política a lo largo de los meses precedentes. Su veredicto se inclinó a
favor del procedimiento reformista, pero expresando al mismo tiempo un profundo deseo de
transformación del cual era la mejor expresión la magnitud del voto socialista.
Los Pactos de la Moncloa.- La transición política de la dictadura a la democracia
coincidió con una crisis económica internacional. La crisis general del capitalismo occidental
a partir del año 1973 estaba generando un estancamiento económico, acompañado de una
fuerte inflación, en todas las economías de Occidente. Las consecuencias fueron
especialmente graves en España: descenso de la producción, aumento de precios y
crecimiento del desempleo.
La economía española, más débil y con una gran intervención del Estado, era menos
competitiva y necesitaba un ajuste mucho más fuerte que la de otros países; pero la
situación política no había permitido realizar las reformas necesarias que otros países
habían puesto en marcha ya en 1973. La conflictividad laboral, con un trasfondo político en
los primeros años de la transición, no solo no había acabado, sino que había aumentado. En
1977, la inflación había llegado al 29%, el paro no cesaba de crecer desde 1974 y la
inversión en los sectores productivos era muy escasa; además, había fugas de capitales y
desconfianza general en la marcha de la economía. La prioridad del gobierno de Adolfo
Suárez era conseguir el paso del régimen dictatorial al democrático, y no se habían tomado
las medidas sociales y económicas para combatir la crisis económica internacional que
afectaba a todos los países occidentales.
Era necesario reducir la conflictividad laboral y acordar las medidas necesarias para
parar la inflación. Los grupos políticos, las organizaciones sindicales y patronales y el
Gobierno firmaron, el 27 de octubre de 1977, los llamados pactos de la Moncloa, por los
que se acordaba reducir la conflictividad laboral, se aceptaba que los aumentos salariales no
fueran superiores a la inflación y, como contrapartida, que el Gobierno elaborase un plan de
ampliación de servicios sociales en el que se diera prioridad a la construcción de escuelas y
a la realización de diversas inversiones públicas, así como plantear una reforma fiscal
moderna. Los efectos de este primer pacto social de la democracia fueron inmediatos y en
1978 se había reducido la inflación en diez puntos, aunque el paro continuaba creciendo
debido al cierre de empresas.
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La Constitución de 1978.
La Constitución fue aprobada por las Cortes en Sesiones Plenarias del Congreso de los
Diputados y del Senado celebradas el 31 de Octubre de 1978, ratificada por el pueblo
español en Referéndum de 6 de diciembre de 1978 y sancionada por S.M. El Rey ante las
Cortes el 27 de Diciembre de 1978. A partir de esa fecha, España pasaba a ser una
monarquía parlamentaria con un sistema plenamente democrático.
La Constitución fue fruto del consenso, palabra que presidiría las cuestiones
fundamentales de los primeros años de la vida democrática: la izquierda renunciaba al
carácter republicano del Estado, la derecha admitía el pleno juego democrático y la
existencia de autonomías, los nacionalistas catalanes aceptaban el término “nación
española” a cambio de que se reconociera el de “nacionalidad” para Cataluña, etc. Pero el
PNV no aceptó la Constitución porque afirmaba la unidad indisoluble de la nación española
y propuso la abstención en el referéndum, aunque después la acató públicamente como
hecho democrático. Por su parte, la izquierda abertzale propugnó el voto negativo.
4.1 Derechos y deberes de los ciudadanos
En el capítulo segundo del título I se recogen los derechos y libertades, y respecto a ello se
proclama la igualdad de los españoles ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación
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alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal o social.
Entre los derechos y libertades destacan los derechos individuales, como el derecho a la
vida y a la integridad física y moral, el derecho a la libertad personal, el derecho al honor y a la
intimidad personal y familiar y a la propia imagen, la inviolabilidad del domicilio, la libertad
Ideológica, religiosa y de culto, la libertad de expresión e información, el derecho a la educación
y la libertad de enseñanza, etc. y las libertades de carácter colectivo, como la libertad de
reunión y manifestación, la libertad de asociación, la libertad sindical y derecho de sindicación,
el derecho a la huelga de los trabajadores, etc.
4.2 Las instituciones
• La monarquía.- El rey es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia,
arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta
representación del Estado español en las relaciones internacionales (especialmente con las
naciones de su comunidad histórica), y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la
Constitución y las leyes. La persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.
Sus actos estarán siempre refrendados por el presidente del Gobierno y, en su caso, por los
ministros competentes.
• Las Cortes Generales.- Son el órgano de representación del pueblo español y están
formadas por el Congreso de los diputados y por el Senado.
El Congreso se compone de un mínimo de 300 diputados y un máximo de 400 elegidos por
sufragio universal, libre, directo y secreto. El Congreso otorga la confianza al presidente del
Gobierno designado por el rey mediante la votación de investidura; decide el cese del Gobierno
mediante la moción de censura o negándole la confianza; convalida los decretos-leyes, etc.
El Senado es la cámara de representación territorial. En cada provincia se eligen cuatro
senadores mediante sufragio universal, libre, igual, directo y secreto por los votantes de cada
una de ellas. Al Senado le corresponde la adopción de medidas para obligar a alguna
comunidad autónoma que no cumpliera las obligaciones que la Constitución u otras leyes le
imponen o que actuara de forma gravemente atentatoria para el interés general de España.
La función legislativa, que es la que tiene mayor trascendencia, obliga a la intervención
sucesiva del Congreso y del Senado. En caso de discrepancia, la última palabra sobre la
aprobación o no de una ley la tiene el Congreso.
• El Gobierno.- Es el titular del poder ejecutivo y dirige la actividad política, para lo cual se
sirve de la Administración, que ejecuta materialmente las disposiciones de las leyes mediante
funcionarios neutrales políticamente, que aseguran la efectividad de la labor gubernamental.
El Gobierno es un órgano colegiado, compuesto por el presidente, los vicepresidentes en
su caso, los ministros. El presidente dirige la acción del Gobierno y coordina las funciones de
los demás miembros del mismo.
• El poder judicial.- Es el tercer poder del Estado. Sus funciones tienen una especial
trascendencia en el Estado de derecho, pues es el que tiene las competencias para comprobar
la sumisión del poder ejecutivo a la Ley y el derecho, se encarga de resolver los conflictos de
carácter privado suscitados entre los ciudadanos, y los conflictos entre los ciudadanos y la
Administración, y es el encargado de la defensa de los derechos de los ciudadanos, tanto si
son infringidos por particulares o por los poderes públicos, en los casos de mayor gravedad,
como cuando se comete un delito mediante la imposición de una pena o mediante la anulación
de los acuerdos de las autoridades que lesionen cualquier derecho.
La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del rey por jueces y magistrados
independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley.
El órgano de gobierno de los jueces es el Consejo general del Poder Judicial.
• El Tribunal Constitucional.- Este Tribunal decide si las leyes españolas son o no
acordes con la Constitución, protege los derechos individuales y resuelve los conflictos de
competencias entre el Estado y las Comunidades Autónomas y de estas entre sí.
• El Defensor del Pueblo.- Vela por la salvaguardia de los derechos fundamentales de los
ciudadanos y supervisa la actuación de las administraciones públicas.
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4.3 La organización territorial del Estado: Administración local y Comunidades Autónomas
El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las
Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía
para la gestión de sus respectivos intereses.
El gobierno y administración de los municipios corresponde a sus respectivos
Ayuntamientos, integrados por los Alcaldes y los Concejales, elegidos mediante sufragio
universal. El gobierno y la administración de las provincias estarán encomendados a
Diputaciones u otras Corporaciones de carácter representativo.
El segundo artículo establece que la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad
de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y
garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la
solidaridad entre todas ellas.
La forma de acceso a la autonomía fue concebida de forma diferente, según se tratara de
nacionalidades históricas (art. 151) o del resto de las regiones y territorios que conforman
España (art. 143). Las autonomías que accedan por el artículo 151 podrán tener las
instituciones previstas en el artículo 152 de la Constitución: Asamblea legislativa, Consejo de
Gobierno, Presidente y Tribunal Superior de Justicia.
El artículo 148 establece un catálogo de competencias que pueden asumir las
comunidades autónomas (organización de sus instituciones de autogobierno, ordenación del
territorio, urbanismo y vivienda, obras públicas, ferrocarriles y carreteras, agricultura y
ganadería, montes y aprovechamientos forestales, protección del medio ambiente, museos,
bibliotecas y conservatorios de música, patrimonio monumental, fomento de la cultura, de la
investigación y, en su caso, de la enseñanza de la lengua de la Comunidad Autónoma,
promoción del deporte, asistencia social, sanidad e higiene, etc.). Transcurridos cinco años,
mediante la reforma de sus estatutos, las comunidades autónomas podrán ampliar
sucesivamente sus competencias, salvo aquellas que son de competencia exclusiva del
Estado.
Por otra parte, se reconoce a las comunidades autónomas la potestad de dictar leyes en el
ámbito de sus respectivas competencias, e incluso en materias de competencia estatal si lo
autorizan las Cortes Generales.
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