Biografía de William Shakespeare

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Cronología Shakespeare
1564
Nace en Stratford-upon-Avon. Es el tercer hijo de John Shakespeare y Mary Arden.
1582
Se casa con Anne Hathaway. Al año siguiente nace su hija Susan y, dos años después, los
gemelos Judith y Hamnet.
1588-89
Se instala en Londres, abandonando a esposa e hijos, y escribe sus primeras obras.
1592
La peste obliga a cerrar los teatros y Shakespeare se retira a Stratford. Posible estancia en el
norte de Italia.
1593-94
Publica los poemas Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, dedicados al conde Henry
Wriothesley de Southampton, su protector.
1594
Reapertura de los teatros. Shakespeare es ya miembro de la mejor compañía de la época, la
Compañía de Actores de Lord Chamberlain.
1597
Fallece su hijo Hamnet. Su buena situación económica como empresario de la compañía le
permite adquirir New-Place, una casa en Stratford.
1598
Su compañía se instala en el nuevo teatro The Globe, del que Shakespeare es copropietario.
1600-01
Escribe y estrena Hamlet.
1603
El nuevo rey de Inglaterra, Jacobo I, se convierte en el protector de la compañía de
Shakespeare, que pasa a llamarse King's Men (Hombres del Rey).
1605-06
Escribe Macbeth y El rey Lear.
1609
Su compañía inaugura una nueva sala, el teatro Blackfriars, del que Shakespeare es también
copropietario. Se publican sin su autorización sus Sonetos.
1611
Escribe La tempestad, su última obra. Deja el teatro y se retira a New-Place, su casa de
Stratford.
1616
Muere en su ciudad natal.
Su obra
La edad de oro del teatro europeo
En el siglo XVII tuvo lugar un importante desarrollo de la dramaturgia europea, sobre todo
en Inglaterra, España, Francia e Italia. Las compañías teatrales seguían siendo en su
mayoría itinerantes, pero ya a finales del siglo XVI empezaron a establecerse. Las
representaciones de aficionados dejaron de tener su antigua importancia, apareciendo la
figura del actor profesional, aunque la situación económica y social de las gentes de teatro
continuó siendo muy precaria. Si en Italia el actor gozó de cierta consideración, en
Inglaterra la tradición puritana se mostró siempre hostil a los que participaban de un arte
tan disoluto, mientras que en la católica Francia la Iglesia negaba los sacramentos a los
cómicos. La intervención de las mujeres en los escenarios variaba: en Italia y España las
actrices eran admiradas, pero en Inglaterra y en Alemania los papeles femeninos eran
representados por muchachos.
Ya desde inicios del siglo XVII, el teatro se desarrolló bajo la protección de reyes y nobles.
En Francia, Enrique IV y su esposa María de Médicis invitaron en numerosas ocasiones a
compañías italianas, y posteriormente destacó el papel protector del cardenal Richelieu. En
Inglaterra, el interés de Carlos I y su esposa, la francesa Enriqueta María, dio un poderoso
impulso al género. En Italia las cortes fueron el centro de la actividad teatral, mientras que
en Madrid las representaciones reales tuvieron lugar, a partir de 1632, en el palacio del
Buen Retiro.
William Shakespeare
Hay que subrayar que a lo largo del período se otorgó una creciente importancia a la
preceptiva literaria, aplicada con no menos intensidad a las obras teatrales. Las "reglas del
arte" puestas en vigor consistieron, principalmente, en la idea de verosimilitud, en el
sentido clásico del decorum (cada personaje debía comportarse según su rango social), en la
adecuación del estilo al tema (entre los tres niveles posibles: lírico, épico o trágico y
cómico o satírico) y, por último, en las "tres unidades" de acción, tiempo y lugar. Esta
normativa se basaba en la Poética de Aristóteles, que se convirtió en un texto canónico
insoslayable para la estética literaria. Sin embargo, si bien en Francia las reglas tuvieron un
carácter cada vez más imperativo, tanto en España como en Italia fueron solamente
respetadas pero muy poco acatadas, y en Inglaterra se ignoraron casi por completo.
La escena inglesa en tiempos de Shakespeare
A finales del siglo XVI, durante el reinado de Isabel I de Inglaterra, se construyeron en
Londres los primeros teatros públicos y estables. Los teatros isabelinos eran construcciones
de forma octogonal o circular, hechos de madera, con un patio central a cielo abierto y
galerías circundantes. Tenían aproximadamente 25 metros de diámetro exterior y unos diez
de altura.
En el patio, los espectadores permanecían de pie. Sobre la plataforma del escenario, en un
piso superior sostenido por columnas, se encontraban las dependencias para la maquinaria
de efectos especiales y demás accesorios de la tramoya. Aunque la acción dramática se
desarrollaba principalmente en el escenario, una galería situada al fondo del mismo era
empleada cuando la escena incluía un balcón (como en Romeo y Julieta) o lo alto de una
muralla (como en Macbeth). En algunos teatros, una segunda tribuna más pequeña estaba
destinada a los músicos.
Al fondo del escenario, dos puertas permitían la entrada y salida de los actores. En los
teatros más evolucionados se situaba entre ellas un segundo espacio, de reducidas
dimensiones, denominado escenario interior. Separado de la plataforma principal por una
cortina, este ámbito servía para recrear ambientes específicos, como dormitorios o cuevas.
Por medio de las trampillas distribuidas en el suelo del escenario principal se representaban
diversos efectos, como sepulcros o apariciones.
Entre los teatros que se construyeron destacan The Theatre (1576), The Rose (1587), The
Swan (1595) y The Globe (1599), que en su forma original o bien reconstruidos
permanecieron abiertos en la primera mitad de la centuria siguiente. Hacia 1609 la
compañía de Shakespeare se estableció en el teatro privado de Blackfriars, aunque siguió
representando en El Globo. Este último, destruido por un incendio, fue edificado de nuevo
en 1614.
La obra de Shakespeare
Dentro de ese contexto de renacimiento del teatro europeo, la figura teatral indiscutible en
Inglaterra fue William Shakespeare. En su trayectoria pueden distinguirse cuatro etapas. A
la primera de ellas (hasta 1598 aproximadamente) pertenecen una serie de piezas juveniles
en las que Shakespeare se ciñó a las modas vigentes, adaptando los temas al gusto del
público. En este período practicó diversos géneros, desde la comedia de enredo (
La comedia de los errores) hasta la tragedia clásica de influencia senequista (Tito
Andrónico), pasando por el drama histórico (El rey Juan, Ricardo III, Enrique IV). Otras
obras de este momento inicial, como El mercader de Venecia, La fierecilla domada, Romeo
y Julieta o El sueño de una noche de verano, marcan el inicio de una fase de mayor
creatividad.
En la segunda etapa shakesperiana, que va de 1598 a 1604, se sitúan las piezas que suelen
denominarse "obras medias", caracterizadas por un mayor virtuosismo escénico. Entre las
comedias sobresalen Las alegres comadres de Windsor y Bien está lo que bien acaba,
mientras que los dramas Julio César, Hamlet y Otelo anuncian ya el período siguiente,
conocido como el de las grandes tragedias (1604-1608), en las que Shakespeare bucea en
los sentimientos más profundos del ser humano: la subversión de los afectos en El rey Lear,
la violenta e insensata ambición en Macbeth y la pasión desenfrenada en Antonio y
Cleopatra. La fase final (1608-1611) brilla por su última obra maestra, La tempestad, en la
que fantasía y realidad se entremezclan ofreciendo un testimonio de sabiduría y aceptación
de la muerte.
La división en etapas no deja de ser en realidad una convención didáctica por la
imposibilidad de datar cronológicamente muchas de sus obras y por la misma
heterogeneidad que se advierte dentro de esas supuestas fases en la evolución de su
dramaturgia. Sí se sabe que, ya antes de 1594, había trabado amistad con el joven conde de
Southampton, Henry Wriothesley, a quien dedicó sus dos poemas narrativos Venus y
Adonis (1593) y La violación de Lucrecia (1594), y la mayoría de los Sonetos
(posiblemente los del período 1593-97).
De poderse atribuir a Shakespeare, según parece, la segunda y la tercera partes de Enrique
VI, la primera fecha con que es posible datar su actividad dramática sería el año 1591; en la
redacción de este drama se advierten rasgos cómicos y sentimentales que posteriormente
habrían de convertirse en característicos del autor. En el curso de este período inicial
Shakespeare ensayó, además del drama histórico, entonces muy de moda, la comedia (La
comedia de las equivocaciones) y el género dramático de horror, con Tito Andrónico, el
primer drama publicado por Shakespeare (anónimo, en 1594). Esta última obra y Ricardo
III revelan la influencia de Marlowe, quien, por su parte, parece haber inspirado en Enrique
VI su Eduardo II. Tal conjunto dramático inicial apenas permite descubrir las huellas de un
genio.
Se cree que Shakespeare pudo haber pasado, parte del período 1592-94 en el norte de Italia
(quizá junto al conde de Southampton), por cuanto al reanudarse la actividad en los teatros
luego de la peste que por aquel entonces desorganizó el mundo teatral londinense, nuestro
autor presentó una serie de dramas de ambiente italiano en los que muestra una significativa
familiaridad con ciertos detalles de la topografía local. Es posible, también, que el
dramaturgo recibiera tal información de algunos italianos residentes en Londres; conoció,
sin duda, a Giovanni Florio (autor de manuales de conversación italiana y de un diccionario
italiano-inglés, así como traductor de Montaigne) en casa del conde, su protector. Éste
resultó para Shakespeare un generoso mecenas, y, muy posiblemente, su munificencia
permitió al poeta adquirir una participación en la compañía.
Shakespeare dedicó entonces todas sus energías a la composición de dramas, y sólo
prosiguió sus actividades de poeta no dramático con algunos sonetos que fueron
apareciendo por lo menos hasta 1600 aproximadamente. El periodo situado entre la mitad
de 1599 y 1601, o sea entre la marcha del conde de Essex a Irlanda y su fracasada
insurrección, coincide con una especie de paréntesis abierto en la inspiración del
dramaturgo, el cual, consciente de sus facultades, parece vacilar antes de comprometerlas
en empresas de mayor trascendencia que las tres comedias cuyo mismo título podría
considerarse indicio de una negligente ligereza: Mucho ruido por nada, Como gustéis y
Noche de Epifanía.
A fines del reinado de Isabel, Shakespeare había desarrollado todas las posibilidades del
drama histórico y alcanzado sus más altas cumbres con Ricardo II y Enrique IV,
continuación del cual, y también de Enrique V, es la comedia Las alegres comadres de
Windsor, que algunos tienden a situar hacia 1598; al mismo tiempo, en su actividad de
comediógrafo iba explotando los más exquisitos recursos de un género muy apreciado por
el público.
Sólo como trágico no había manifestado aún la plenitud de su talento, a pesar de la genial
transformación de la vieja fórmula senequista de la tragedia de venganza y horror, evidente
en Tito Andrónico, y no tanto en Romeo y Julieta, en la que el terror queda velado por la
piedad, y en Julio César, obra en la cual, junto a la persistencia de los temas de la venganza
y los espectros, se da el carácter de Bruto, que supera ya los límites espirituales de tal
género dramático.
En Hamlet, en cambio, cuya versión original, posiblemente de Kyd, debió de ser un típico
drama senequista, la fórmula en cuestión aparece ahogada por la apasionada protesta del
protagonista contra los inevitables sofismas del pensamiento, que inducen a ver en las cosas
"apariencias", pero no certezas absolutas. En esta obra, cuya nota central se halla en la frase
del monólogo del príncipe (act. III, escena I, 85) "los primitivos matices de la resolución se
desmayan bajo los pálidos toques del pensamiento", Shakespeare pudo haber
experimentado la influencia de la terrible catástrofe de Essex, que ocurrió el mismo año de
la composición del drama (1601) y arrastró consigo durante algún tiempo la suerte del
protector de Shakespeare.
Lawrence Olivier dirigió e interpretó Hamlet (1948)
La compañía de este último, en realidad, participó indirectamente en la conjura al prestarse
a representar Ricardo II poco antes del principio de la insurrección; el partido opuesto a
Isabel creyó ver un paralelismo entre la soberana y Ricardo: los partidarios de Essex,
efectivamente, pretendían adivinar en la escena de la deposición del rey la de la reina. Sin
embargo, la compañía del ilustre dramaturgo no se vio perjudicada en absoluto por el
descubrimiento de la conjura. Con todo, el adiós de Horacio a Hamlet moribundo ("Feliz
noche eterna, amado príncipe; y coros de ángeles arrullen tu sueño") fue interpretado a
finales del siglo XVIII por el gran crítico Malone como una alusión a las palabras
semejantes pronunciadas por Essex ante el cadalso el 25 de febrero de 1601: "Cuando mi
vida se aleje de mi cuerpo, envía a tus bienaventurados ángeles, para que acojan mi alma y
la lleven a los goces del Cielo".
También las comedias escritas por Shakespeare a principios del reinado de Jacobo I, o sea
en torno a 1603, revelan un espíritu agitado; la ironía y el disgusto aparecen de varias
maneras en Troilo y Crésida, Bien está lo que bien acaba y Medida por medida. No hay,
empero, ambigüedad en las tres grandes tragedias Otelo, El rey Lear y Macbeth, que
plantean el misterio de un mal objetivo (El rey Lear, III, 6, 80: "Consideremos, pues,
atentamente a Regana, y veamos qué crece en torno a su corazón. ¿Hay, acaso, en la
naturaleza una razón que le permita crear corazones tan duros?") y parecen presentar la
vida como "un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa"
(Macbeth, V, 5, 27). En las tres tragedias en cuestión las pasiones son presentadas en
esencia y atribuidas a caracteres primitivos: Lear y Macbeth son jefes bárbaros
pertenecientes a épocas muy remotas, y Otelo es un africano.
Macbeth influyó en Antonio y Cleopatra, en la que, sin embargo, un halo casi romántico
rodea la tragedia de dos amantes de temperamento y mentalidad tan opuestos que sólo a
costa del desastre consiguen obtener lo mejor del otro. Coriolano estudia otro carácter
primitivo, de una sola pieza y casi pueril en su generoso espíritu, con el cual contrasta el
maquiavélico oportunismo de la madre. Timón de Atenas prosigue la amarga sátira de la
ingratitud humana que constituyera el tema de El rey Lear.
Shakespeare, no obstante, dio sólo un esbozo de tal drama, quizá a causa de una crisis o de
una enfermedad de las cuales pudiera haber salido con el alma renovada posiblemente por
la fe religiosa: en realidad, la concepción del mundo de sus últimas obras dramáticas, y
singularmente de La tempestad, puede considerarse cristiana. A fines del siglo XVII el
sacerdote Richard Davies declaró que Shakespeare había muerto "papista", o sea en el seno
del catolicismo romano; su padre pudo haber sido católico: el nombre de éste figura en una
lista de "recusants", o sea de personas, generalmente católicas, que no asistían a las
ceremonias de la Iglesia anglicana. Hacia 1610 cabe situar el retorno, de una manera fija, a
Stratford, donde Shakespeare pasó tranquilamente los últimos años de su vida; en 1613
escribió, en colaboración con el joven dramaturgo John Fletcher, su último drama, Los dos
parientes nobles.
En 1609, sin su consentimiento, se publicó el conjunto de sus Sonetos, auténtico universo
de extraordinario rigor formal y profundidad conceptual, que ha planteado a lectores y
eruditos una serie de ininterrumpidas ocasiones para el asombro. Un cuerpo de cincuenta y
cuatro sonetos de perfección indiscutible, escritos a lo largo de veinte años, que retomó y
modificó la tradición petrarquista, con varios hilos argumentales de enigmática definición:
los más tempranos están dedicados a un joven bello y veleidoso a quien la voz poética
reprocha el desdén y a la vez aconseja que se case, mientras que un bloque posterior se
refiere a una dama morena en la que muchos han querido adivinar otro disfraz de sexo. En
cualquier caso, la progresión y extraordinaria calidad del conjunto hacen de éste un mundo
de insuperable densidad estética.
Las grandes tragedias Macbeth, Otelo, Hamlet y El rey Lear constituyen espejos del mapa
entero de la sensibilidad moderna, ya que se edifican en un mundo, el renacentista, en que
la presencia divina empieza a menguar. Por primera vez, la duda frente a la identidad, la
vejez, la traición, la ambición e incluso la percepción del mal se muestran en su radicalidad
humana. Pero eso no explica su calidad única; sucede que esos caracteres y esos conflictos
surgen de una capacidad ilimitada para moldear la palabra en todos los planos. No hay
fronteras en Shakespeare: bufones y reyes comparten el mismo rango de problemático
diseño, de contradictoria y rica existencia social, verbal y moral. Por eso serán Falstaff, el
gordo bufón y soldado presente en varias obras, junto con el viejo rey Lear, dos de los
puntos extremos del arco de sus caracteres. En términos generales, lo sublime de las obras
de Shakespeare es el retrato de unos personajes a los que se llega a definir con precisión
matemática, de forma que esa misma ambigüedad colma su carácter de una extraordinaria
riqueza de matices. Por medio de la fuerza del lenguaje, los tipos shakesperianos
manifiestan las profundidades de su espíritu y se declaran individuos libres, capaces de
elegir su propio destino. En este sentido, su obra es tan moderna y está tan abierta a
distintas interpretaciones como El Quijote de Cervantes.
Los avatares de la imprenta
La publicación de sus dramas se hizo sin la participación del autor. Un grupo de editores,
poco escrupulosos, dio a la luz textos dramáticos sueltos en cuarto (Quartos), algunos de
ellos "buenos", o sea conformes a versiones auténticas y aparecidos con el consentimiento
más o menos vago de Shakespeare, y otros "malos"; en cuanto a estos últimos se han
supuesto varias procedencias: textos estenográficos, reconstitución de memoria o empleo
de copias no revisadas.
En 1619 Thomas Pavier publicó diez dramas sin autorización, y poco después dos autores
colegas del ilustre dramaturgo, John Heminge y Henry Condell, iniciaron una edición
completa, que, luego de varias dificultades, vio la luz en 1623, por obra del editor William
Jaggard, y es conocida como el primer infolio (First Folio); respecto a dieciocho dramas
constituye la única fuente existente y, en cuanto a los restantes, salvo Pericles, ofrece textos
si no siempre mejores que los de en cuarto, sí, por lo menos, de importancia fundamental.
Edición First Folio de su obra (1623)
La crítica demoledora no ha logrado desechar la convicción según la cual la mayoría de los
dramas en cuestión son debidos enteramente a la pluma de Shakespeare, quien, como
afirma también la misma opinión, no los habría revisado una vez escritos. Los testimonios
de los contemporáneos no permiten creer en pacientes retoques de tales obras por su mismo
autor. Con todo, hay que admitir, como es natural, ciertas refundiciones de muchos textos
provocados por las necesidades del espectáculo (supresiones e interpolaciones).
Además de los críticos demoledores, que han pretendido ver en los dramas shakesperianos
la colaboración de otros dramaturgos, han aparecido en torno a la obra del gran escritor
varios herejes que consideran a Shakespeare actor ignorante y mero testaferro y le niegan,
por ello, la paternidad de su producción, la cual, según su criterio, sólo puede ser atribuida a
personajes extremadamente cultos, como, por ejemplo, el filósofo Francis Bacon, el conde
de Oxford u otros candidatos aún más problemáticos. Los datos acerca de la vida de
Shakespeare son, en verdad, áridos, y no parecen corresponder a una personalidad tan
grande como la de nuestro dramaturgo; sin embargo, hay que reconocerlos también más
abundantes que cuantos poseemos respecto de los otros autores isabelinos en general, salvo,
quizá, Ben Jonson.
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