¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece

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“¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
LC 6, 20-26
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
LECTIO DIVINA
Mirar al mundo con los ojos de Dios y amar lo que vemos con el corazón de Dios,
alejarnos paulatinamente de nuestros propios esquemas y abrirnos a lo que Dios nos
quiere decir.
Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: “Felices ustedes, los pobres, porque
el Reino de Dios les pertenece! ¡
Fijando la mirada en sus discípulos, mirándolos con cariño, “míralo que te mira” y nos
enciende nuestra luz interior. Así nos mira Jesús, así fija sus ojos en nosotros, para que
podamos prestarle atención desde el corazón y recibir más gracia interior, más luz y su paz.
Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices
ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres
los odien, los excluyan, los insulten y proscriban el nombre de ustedes,
considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
Cuatro bienaventuranzas nos regala el Señor, en todas hay esperanza, una gran virtud y en
ella nos salvaremos. El Señor me propone un plan de vida y libremente yo he de elegir. Las
bienaventuranzas no son prometidas a los pobres porque sean pobres, lo hace porque “la
pobreza es la madre de las demás virtudes; porque el que despreciare las cosas del mundo
merecerá las eternas; ni puede nadie alcanzar la gloria, si poseído del amor del mundo no
llega a desprenderse de él.” (San Ambrosio)
Es bienaventurado el pobre que imita a Jesucristo, quien quiso sufrir la pobreza por nuestro
bien.
El Señor no llama bienaventurados por derramar lágrimas, esto lo puede hacer tanto un
seguidor de Jesús como cualquier otro ser humano, pero creo que el se nos dirige como
consuelo cuando experimentamos alguna desilusión como también cuando hacemos una
vida de sacrificio, lejos de cualquier vicio, y porque no decirlo, por que muchas veces
lamentamos ver situaciones atroces entre los hombres. Cuando la tristeza se experimenta
por causa de Dios, ella nos alcanza la gracia. El que llora de este modo los males ajenos,
no dejará de llorar sus propios pecados; más aún, no caerá tan fácilmente en el.
No nos fijemos en las cosas de esta vida breve, sino suspiremos por las de la eterna; no
busquemos las delicias de donde nace muchas veces el llanto y el dolor, sino
entristezcámonos con la tristeza que nos alcanza el perdón. “Suele suceder que encuentra
al Señor el que llora; pero el que ríe no lo encuentra nunca”. (San Juan Crisóstomo)
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será
grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
¡Alégrense y llénense de gozo. Las bienaventuranzas, se resumen en la felicidad de acoger
las enseñazas de Jesús que es Palabra de Dios, y se sintetiza en nuestra necesidad y decisión
de adecuar nuestra vida a ella. En estas bienaventuranzas, el Señor me dice que seremos
discípulos felices en la pobreza, en la sencillez, con una actitud de vida apacible,
misericordiosa, dedicado a transmitir paz, preparado para caminar hacia su casa, con las
manos limpias y el corazón puro.
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que
ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen,
porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los
elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!”.
Bienaventuranzas y ¡Ay de ustedes!, debo elegir esto libremente, conciente que no son
prometidas a los pobres porque sean pobres, y las condenaciones no conciernen a los ricos
por ser ricos. Jesús elogia a los pobres porque viven en dos mundos a la vez: el presente y
el teologal, y amenaza a los ricos que sólo viven en un mundo que arrastra al que lleva una
vida confortable y apegados a los poseen, miran con desprecio a los que no tienen bienes
materiales como ellos. Ciertamente, satisfecho de lo que posee, el rico no busca la
profundidad de su ser y, por otra parte, nada le invita a hacerlo. Sobreviene un cambio,
como el que nosotros vivimos, y los ricos son llevados con el mundo, exteriorizando a veces
su miedo, su desesperación, su odio y su rencor.
Sin embargo, el pobre solo posee su soledad, pero si la vive con gran generosidad y
entrega, esto mismo le lleva a las profundidades de la fe, en donde percibe otro mundo.
Solitario dentro de este orden, él es rico de la participación en este otro orden de cuyas
victorias y cuya proximidad él ya participa. Él es el revelador de este más allá que llega a
través de suertes y desgracias, éxitos y fracasos, victorias y traiciones. (FGD)
Con la venida de Cristo se dan virtualmente todos los bienes, puesto que en Él halla
finalmente la bienaventuranza su realización; y por Él se dará el Espíritu Santo, suma de
todos los bienes. Solo el que haya puesto a Cristo en el centro de su fe, puede oír sus
bienaventuranzas y evitar sus condenaciones. Nos importa seguir decididamente a Cristo
con toda generosidad, con gran amor y entrega total. Cristo es mi bienaventuranza, ¡Ay de
mi si no le sigo!, como ¡Ay de mi se no practico sus enseñanzas!, San Pablo dice además:
¡Ay de mí si no evangelizo! (1, Cor. 9,16) son las palabras que deben resonar en el corazón.
De Corazón
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