cuando el antiguo testamento invita a la memoria

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JACQUES TRUBLET
CUANDO EL ANTIGUO TESTAMENTO INVITA A
LA MEMORIA
Quand l'Ancien Testament invite á la mémoire Christus 7 ((990)190-203
A propósito de la catequesis nos preguntamos, a menudo, qué es lo que- se debe
transmitir y por, qué no conseguimos comunicar una verdad o una conducta
determinada. De hecho, nos interrogamos más sobre los contenidos que queremos
transmitir que sobre las condiciones de posibilidad de una transmisión auténtica. Por
ello el Antiguo Testamento podría ayudarnos a reinvertir los términos. Pues en él el
contenido de la tradición no se puede separar de la manera como se quiere transmitir.
Veámoslo.
I. ¿QUIEN Y QUE SE TRANSMITE?
La distinción de las instancias
En la Iglesia se, confunden, a menudo, los papeles. Cuando Juan Pablo II recordaba, en
Santiago de Compostela, las exigencias de la moral sexual, daba un mensaje capital.
Pero sería ilusorio creer que ya nadie más puede hacer oír su voz sobre ello. Moralistas,
pastores, educadores y los mismos jóvenes deben tomar aquí también la palabra. Pues,
además de los principios, deben considerarse también las situaciones concretas para
ayudar a los jóvenes a decidir sobre su vida a la, luz del Espíritu. Los pareceres distintos
no se excluyen, sino que se complementan para dar a conocer la voluntad de Dios. Por
ello en el AT, en el campo de la educación, el sacerdote, el profeta, el sabio y el padre
de familia tenían misiones distintas.
Papel del sacerdote
Sus funciones eran múltiples. Siendo guardián del santuario, se convierte poco a poco
en intermediario entre Dios y los hombres. Por las ofrendas devuelve a Dios parte de los
bienes que El había dado al pueblo. Y transmite a los hombres los mensajes del Señor.
Se le consultaba qué había que hacer en las distintas situaciones. Y él enseñaba al
pueblo lo que la Ley le pedía en cada caso (véase t 33,10), tanto en lo referente al culto,
como en la vida cotidiana (véase Jr 2,8). Además enseñaba a distinguir lo sagrado de lo
profano, lo puro de lo impuro (véase Ez 44,23). Más adelante, en la época del destierro,
nacen los doctores de la ley y los escribas, que dispensan una enseñanza tradicional y
creadora a la vez. El papel de los sacerdotes y de los doctores de la ley no es fundar o
autentificar la Ley (Torá), sino guardarla y transmitirla íntegramente.
Papel del profeta
A diferencia del sacerdote, el profeta debe justificar su misión y dar garantías de que su
palabra viene de Dios. Apenas hace referencia a las tradiciones, sino que se enraíza en
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la revelación que ha recibido de Dios. Su vida privada se convierte, a menudo, en
parábola viva de su palabra y sufre en su carne la pasión de Dios. Si evoca el pasado es
para evidenciar las contradicciones del presente y provocar un cambio de costumbres.
No comenta la Ley, sino que denuncia las transgresiones y las sanciones
correspondientes, subrayando que la suerte futura depende de la conducta presente. No
argumenta. Si su enseñanza es más moral que religiosa, ello se debe a que sus oyentes
no se preocupan de encarnar en la vida el significado de sus ofrendas y sacrificios. Sólo
más adelante la escuela deuteronomista hará del profeta un predicador de la Torá.
Papel del sabio
Muchos cristianos dan poca importancia a las sentencias de los sabios que encontramos
en Proverbios y en el Eclesiastés (Qohelet). Sin embargo, éstas dan a conocer, de modo
singular, la voluntad de Dios. El sabio inculca a los jóvenes un saber vivir y un saber
obrar. Cree que vale más instruir mediante consejos que mediante bellas teorías. Sus
proverbios no son normativos, sino constatación de la experiencia. Comunican también
una escala de valores (véase Pr 22,1). Son refranes de sentido común y conciernen al
círculo más próximo de la propia existencia (familia, tenderos...).
No se encuentran en ellos los grandes principios de los profetas sobre la justicia social
ni la reflexión política o la justificación de los imperativos éticos. A veces enuncian
principios como "no te juntes con el hombre colérico" (Pr 22,24) o "no seas de los que
salen fiadores de préstamos" (Pr 22,26). Suelen limitarse a orientar o a aconsejar,
dejando que el profeta o el sacerdote recuerden las exigencias de la moral, pues enseñan
al joven a observar los hechos para sacar provecho de su conducta y medir las
consecuencias de sus actos: "si no tienes con' qué pagar te toma rán el lecho en que te
acuestas" (Pr 22,27).
Sorprende que en estos textos no se haga referencia a la fe de Israel. De hecho,
raramente fundan sus enseñanzas en la Ley o en motivos religiosos, aunque en
ocasiones sí lo hacen "Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer... y Yahvé te dará la
recompensa" (Pr 25,21 s). El sabio no ignora la Ley, pero sabe que el recuerdo de los
principios no resulta estimulante para la juventud, la cual debe hallar razones objetivas
para pensar que sus actos son buenos, antes de buscar razones extrínsecas para ellos en
la religión. La moral debe encontrar en sí misma sus propias justificaciones.
Papel del padre
La familia es el lugar primordial de la transmisión de los valores. En ella las
generaciones se comunican entre sí. En ella se recibe la conducta que debe observarse
en la mesa, el modo de hablar, los primeros gestos en la fe. Los padres deben estar
atentos a las preguntas de los hijos, que lo preguntan todo e invitan al padre a refrescar
su memoria y a buscar el sentido de las cosas. Si el adulto entra en el juego, pronto
tendrá que confesar al niño que no tiene la clave de todas sus preguntas.
El AT lo ha previsto y proporciona algunas preguntas, acompañadas de sus
correspondientes respuestas: "Cuando el día de mañana tu hijo te pregunte: ¿Qué son
estos dictámenes, estos preceptos y estas normas que Yahvé nuestro Dios os ha
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prescrito" (Dt 6,20) o "¿qué significan estas piedras para vosotros?" (Jos 4,6), "dirás a tu
hijo: Eramos esclavos de faraón en Egipto y Yahvé nos sacó con mano fuerte... Y
Yahvé nos ordenó que pusiéramos en práctica todos estos preceptos... para que
fuéramos felices siempre y nos permitiera vivir como al presente" (véase Dt 6,21-25).
Vale la pena que nos aprovechemos de esta pedagogía:
1. Da prioridad a las preguntas del niño. Parte de su deseo de saber. Cuando veo a
padres desolados, porque sus hijos ya no saben nada, me pregunto si toman en serio las
preguntas de sus hijos.
2. La pregunta del niño arraiga en lo concreto de la vida. Por tanto es en su vida donde
debe inscribirse la respuesta. Transmitir es hacer ver, sentir, vivir.
Yo aprendí así esta verdad bíblica fundamental: en una excursión a Galilea durante la
Pascua judía entré en una panadería y pedí pan para hacer bocadillos. El panadero,
tomándome por un judío, me respondió: "Hermano, tendrías que saber que si nosotros
comemos pan ácimo diez días al año, es para recordar que fuimos esclavos en Egipto y
que Dios nos hizo salir de allí". Yo buscaba pan y hallé una palabra: se me remitía al eje
de los acontecimientos fundadores.
3. El padre no da explicaciones al hijo, sino que le cuenta el relato de los orígenes de
Israel. El hijo pregunta y el padre explica. El padre no pretende justificar una práctica,
sino cargar de significado los gestos más banales. El símbolo introduce en una alianza.
Lo que acabamos de ver puede iluminar la reflexión sobre las diversas instancias en la
Iglesia y, en concreto, sobre el papel del magisterio. Vale la pena recordar aquí las
reflexiones del Vaticano II.
II. Los equivocos de la referencia a la tradición
Si el AT no pretende transmitir un saber o uña sirio introducir en una historia o en una
alianza, se comprende que el método pase por encima del contenido. Parte de la
experiencia más inmediata o personal para, desde ahí, ampliar el horizonte en el espacio
y el tiempo de todo un pueblo, del que uno pueda sentirse verdaderamente solidario. El
papel de la tradición es posibilitar a un individuo o a una generación que pueda superar
su propia historia y medirla con la vara de la historia de su pueblo. Pero ello no
significa, como a veces se nos quiere hacer creer, que se alcance un origen ideal o que
pueda llevarse todo a la unidad perfecta.
El origen fuera de nuestro alcance
Para entrar en la historia, hay que asumir los acontecimientos que fundaron el pueblo.
Algunos creen que cuanto más se acercan al acontecimiento fundador menos
posibilidades tienen de equivocarse. Ello haría suponer, entonces, que la tradición es
algo que pervierte. Pero introducirse en los orígenes implica renunciara captarlos pura y
simplemente. La mayor parte del tiempo uno se encuentra con un abanico de
posibilidades y es casi imposible determinar cuál es la más original.
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Por un lado, el acontecimiento mismo está fuera de nuestro alcance. Y si llegamos a él,
lo debemos a que una tradición ha mantenido su recuerdo, aislándolo de otros
acontecimientos, entre los cuales adquiere su lugar adecuado y su importancia. ¿Qué
significaría la salida de Egipto, si el pueblo de Israel no hubiera ligado su historia a este
éxodo, o a la toma de la Bastilla, si no hubiera sido seguida por la Revolución francesa?
Lo que sigue, su reinterpretación, es lo que confiere a un acontecimiento toda su
dimensión. De hecho, Israel dio una interpretación religiosa a su emigración de Egipto
considerando que Dios había intervenido, de modo decisivo, en su liberación. No fue un
simple desplazamiento de esclavos. En cierto modo, es el relato el que da todo su peso a
esta historia, convirtiéndose para el pueblo, a lo largo de las ge neraciones, en el espejo
de su propio destino, mientras que otros acontecimientos importantes, como el paso de
la vida nómada a la sedentaria, quedaron olvidados.
Por otro lado, la tradición no sólo selecciona, sino que organiza, también los
acontecimientos en series significativas y ordenadas. De hecho, no se pueden
identificar, sin más, las divinidades de Abraham, Jacob y Moisés. Pero la tradición sí las
identifica. Por eso habla del Dios de las padres: Con ello quiere expresar la continuidad
en la revelación. Por ello decíamos que no se podía alcanzar, pura y simplemente, el
origen de una tradición.
La difracción inevitable
A medida que la historia avanza, la tradición va cambiando de rostro, va creciendo, sin
cambiar radicalmente. Toda tradición, al fin y al cabo, reposa sobre un haz de
testimonios parciales.
Esto comporta dos consecuencias: 1) Se ha de considerar la Biblia como una pintura al
fresco de testimonios, en la cual cada narrador da testimonio de lo que ha visto y
escuchado y a veces, de lo que sus padres le han contado. Es una historia de familia,
antes de convertirse en la historia de un pueblo: 2) Dado que existen varios testigos de
los mismos acontecimientos la transmisión se despliega necesariamente en múltiples
tradiciones. Por ello lleva el cuño de aproximaciones diversas, a veces irreconciliables,
en el plano histórico o teológico.
Los relatos de la institución de la monarquía, que encontramos en 1 S 712, ilustran bien
este fenómeno. Pues mientras 1 S 9,1 1 -10,16 y 11,1-15 toman una postura
promonárquica, 1 S 7-8; 10,16-22 y 12 son textos antimonárquicos, de acuerdo con la
época o contexto en que fueron escritos.
Por ello querer arrancar la tradición de todas sus coordenadas espaciotemporales, para
así poder sacralizarla mejor, equivale a identificar esta tradición con el origen mismo,
del cual ella tan sólo es un fragmento entre otros.
III. Volver a visitar las tradiciones
A menudo se habla de la Biblia como de una biblioteca, pero no se saca de ello todas las
consecuencias. El uso de esta metáfora implica, al menos, tres cosas:
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1. Aceptar el conjunto en su diversidad irreductible. Hay muchas maneras sutiles de
"seleccionar" (p. ej. excluyendo ciertos libros, leyendo siempre los mismos textos o
disimulando sus diferencias profundas). En todas las épocas se ha procurado unificar su
diversidad, ya sea convirtiendo los cuatro Evangelios en uno solo, ya sea seleccionando
algunos pasajes del AT para qué se convierta en "una historia santa". Acercarse a la
Biblia así es condenarse a una lectura realizada en función de una moral o de unas ideas
a priori, que son hijas de una época determinada.
2. Jerarquizar la documentación. Pues no todo tiene la misma importancia. Por un lado,
se debe organizar la Biblia en torno a algunos de sus grandes temas unificadores, a fin
de hacer resaltar, tanto su diversidad como su unidad profunda.
Las teologías del AT escritas en los últimos cien años lo intentan, aunque sus resultados
no sean siempre satisfactorios. Por otro lado, se debe colocar en su lugar adecuado
aquellas tradiciones que han sido suplantadas por otras menos venerables o menos
auténticas. Pues siempre se puede encontrar una tradición un texto que justifique una
práctica que resulta por lo menos sospechosa, como vimos en el caso de los fariseos qué
se apoyaban en una tradición del Dt para justificar su praxis del divorcio, mientras que
Jesús consideraba dicha tradición como una desviación de los orígenes.
En la misma línea, uno desearía que la Iglesia se cuestionara algunas tradiciones del NT
y de la Iglesia antigua, p. ej. con respecto al estatuto de la mujer, que allí es fruto, a
menudo, de las costumbres de la época. Por ello, basarse en el NT para mantener el
statu quo en la Iglesia reflejaría una lectura fundamentalista de la Biblia; la cual nos
llevaría a tener que revisar, en consecuencia, arte de la estructura y de los sacramentos
de la Iglesia, que no se pueden deducir, sin más, de la Biblia. Por lo que se ve, no es
fácil manejar adecuadamente el argumento de la Tradición, por lo que no son
necesariamente sus más ardientes defensores los que la garantizan mejor.
3. Aceptar lo que la clasificación tiene de arbitrario. Esto se ve ya en la misma
constitución del canon del AT, que fue el resultado de una decisión histórica tomada por
un grupo (los fariseos) y no por todo el pueblo judío. Para ello rechazaron aquellos
libros que no concordaban con sus concepciones o provenían de otros ambientes y
revisaron los textos consagrados a fin de conservar sólo lo que concordaba con su
teología, como se ve, cuando se compara el texto de la Biblia Hebrea con el de la
traducción griega denominada de los Setenta o los manuscritos encontrados en Qumrán.
A los inicios no existía, pues, un texto único. Nuestra Biblia es plural y lleva los rasgos
de los que la escrib ieron y nos la legaron. Evidentemente no se excluye con ello la
actuación del Espíritu Santo. Pero sería bueno profundizar en el sentido de la
inspiración a la luz de los nuevos descubrimientos.
IV: Las tareas de la transmisión
Memorizar
Transmitir es arrancar del olvido. En lenguaje informático hablaríamos de salvaguardar.
Para no desaparecer, las tradiciones deben tener un mínimo de contenido. Memorizarlo
implica transformarlo. Al convertirse en relato, sumario, credo, salmo, mandamiento,
etc; el texto sagrado ha recibido unas determinaciones literarias que le han dado un sello
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nuevo, vehiculando cada forma la tradición auténtica. Israel tiene una gran memoria,
pues ésta se inscribe tanto en su cuerpo como en la piedra.
Rememorar
Transmitir es actualizar las tradiciones, poniendo de manifiesto su eterna juventud.
Como lo indica su etimología, consiste en traer, a la memoria lo que uno ha salvado del
olvido. Ello implica, a la vez, reactualizar las fuentes y realizar un trabajo editorial
considerable, investigando mas a fondo las fuentes. Con la distancia, se pueden evaluar
más serenamente los errores y los excesos. Nace así una nueva memoria.
Bajo su forma actual, la Biblia se presenta como un conjunto de relecturas o de
reescrituras. La historia patriarcal que nos ha llegado a través de la tradición yahvista, se
compuso en la época de la monarquía unificada de David-Salomón. En cambio, después
del exilio se desarrollaron otras tradiciones orales que dan otros puntos de vista. Esto
aparece aún más claramente en las diversas tradiciones sobre el Exodo. Los Salmos lo
relatan de modo muy distinto de como lo cuenta el libro del Exodo.
Pero no pensemos que las tradiciones más antiguas son las más fieles. A medida que
uno se aleja de los orígenes, el horizonte puede estrecharse o ampliarse. A propósito del
divorcio vimos que había una regresión. Pero la Biblia, en su conjunto, da testimonio de
una apertura progresiva a dimensiones más amplias. P. ej., entre los textos más recientes
del Pentateuco se encuentran los textos de Gn 1-11, atribuidos al autor sacerdotal (P).
En ellos se deja la historia particular del pueblo para abrirse al destino de las otras
naciones y del mundo. Este volver a tomar un material antiguo implica, a la vez, una
relectura de las tradicione s y una apertura a las cuestiones de los contemporáneos,
alcanzando así una altura de pensamiento hasta entonces nunca lograda.
Conmemorar
Conmemorar es hacerse contemporáneo del acontecimiento evocado por los relatos. No
es un mero reunirse para contar viejos recuerdos. Esto es lo que diferencia una reunión
de ancianos, incapaces de inventar actitudes nuevas para tiempos nuevos, de una
reunión judía que celebra la Pascua. Apropósito de esta celebración se cita, según el rito
judío, la frase siguiente de un maestro del Talmud: "De generación en generación es un
deber para cada uno considerarse él mismo como uno de los que estuvieron en Egipto y
de allí salieron". No sólo se relata lo que pasó, sino que uno se mete en la piel de los
personajes de la historia. El pasado se convierte así en parábola del presente. Insiste en
ello sobre todo el Deuteronomio: "Yahvé nuestro Dios ha concluido con nosotros una
alianza en el Horeb. No con nuestros padres concluyó Yahvé esta alianza, sino con
nosotros, con nosotros que estamos hoy aquí, todos vivos" (5,2-3). Esta es la tarea que
le incumbe a aquel que recuerda.
Tradujo y extractó: ROSARIO ALEMANY
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