La cultura del luto vive su propia revolución. El País, 23/03/2009.

Anuncio
EL PAIS
23 de marzo de 2009
La cultura del luto vive su propia revolución
La sociedad demanda cada vez más ayuda para afrontar la pérdida
de seres queridos. Y es que el tabú de la muerte se ha reforzado
M. ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO.- En poco tiempo, España ha encerrado en un cajón la
muerte y casi todo lo que la rodea. En vez de los tradicionales velatorios en casa hoy se
celebran ceremonias rápidas en tanatorios instalados a las afueras de las ciudades. En lugar
de aquellos camposantos de espléndida estatuaria se impone el modelo anglosajón de
cementerio-jardín y lápidas casi invisibles. El luto de décadas pasadas se ha sustituido por una
forzada normalización que pretende darle carpetazo al dolor en tiempo récord. Y en vez de la
paulatina asunción de la pérdida, que según los expertos dura entre 12 y 18 meses -nunca
menos de seis-, se recurre a los ansiolíticos o la ayuda médica cuando sólo el 2% de los duelos
deriva en psicopatología.
El trauma colectivo del 11-M, del que acaba de celebrarse el quinto aniversario, sacó a
la luz la necesidad de reconstruir la cultura y la vivencia de la muerte, una realidad ahora
invisible que la España de las plañideras y las ánimas benditas había forjado con esmero. El
atentado islamista desveló la primera señal de esa transformación cultural: afectados o
ciudadanos conmocionados demandaron ayuda psicológica para afrontar la crudeza del
momento. Fue la eclosión de los grupos de intervención o acompañamiento en el duelo, que
desde entonces se han multiplicado por 10.
Alaia, que conforta a personas en duelo y ayuda a bien morir a enfermos terminales, es
uno de ellos. Con 50 voluntarios y una población potencial de 600 beneficiarios en la
Comunidad de Madrid, constató un aumento de las peticiones de ayuda tanto en el 11-M como
tras el accidente aéreo de Spanair, en agosto pasado. "En el 11-M nos llamaron muchos
psicólogos para que les diéramos formación para afrontar el duelo. Impartimos varios talleres a
estos profesionales", señala Dulce Camacho, fundadora de la asociación. "Notamos otro
repunte de llamadas tras el accidente aéreo de Barajas. La sociedad actual no deja hueco al
dolor, al sufrimiento. La exigencia social es que al mes de la muerte de un ser querido ya
tenemos que estar bien, pero no es así. El duelo hay que reconocerlo, vivirlo y expresarlo".
Alaia ofrece "un espacio para vehicular el duelo" en grupos de atención individualizada,
incluido uno específico para niños, "que antes besaban al abuelito antes de cerrar la caja y hoy
son excluidos completamente del proceso", apunta Camacho. Porque la muerte "se sigue
negando, sigue siendo el último tabú". Antes, recuerda, la costumbre de ir de luto "era una
forma de vehicular e informar del duelo. Hoy, en cambio, hacemos como si no pasara nada".
Maite Martín-Aragón, profesora de Psicología Clínica de la Universidad Miguel
Hernández (UMH) de Elche, prestó atención de urgencia a los familiares de las víctimas del 11M. Cinco años después dirige un grupo de intervención en duelo en la UMH. Contrariamente a
lo que pueda suponerse, las pautas que utiliza hoy con los deudos son las mismas que puso en
práctica en el pabellón 6 de Ifema. "Lo primero, hacer un análisis del entorno y las
circunstancias familiares y evaluar la posible respuesta de éstos. Después, aspectos más
concretos, como el recurso a la medicación o, si hay niños, cómo decírselo, ésa es la principal
preocupación en muchas familias".
Las diferencias culturales influyen mucho a la hora de manifestar el dolor, pero sólo en
la apariencia; en lo más hondo del ser humano "cualquier reacción es normal, debe estar
permitido todo". De ahí que la ventilación emocional, como denominan los psicólogos al
"espacio donde la persona puede expresar lo que siente sin ser juzgada y sin que otras
personas 'sientan por ella", sea el paso previo a un estructurado proceso de rituales que
escenifican la pérdida y permiten la posterior recomposición personal. Es decir, volver a juntar
los pedazos de una realidad rota.
Pero, igual que los casi 700 tanatorios que existen en España -es el país europeo con
mayor número de estas instalaciones-, "los rituales tampoco están integrados en la vida
cotidiana, lo que empeora la adaptación a la nueva situación". Los ritos tienen una importancia
capital en el proceso, también en torno al 11-M. "Incluso la manifestación que hubo al día
siguiente fue importante por el reconocimiento social que supuso. Los rituales dan cohesión
social y seguridad", señala la psicóloga.
El velatorio tradicional, con ropa negra, trasiego de gente y tazas de café -y un
marcado protagonismo femenino- es, o era, el primero de ellos. El segundo es el oficio,
religioso o no, que despide al difunto. "Los rituales laicos ya tienen su espacio en España",
indica Martín-Aragón. En torno al 20% de las honras fúnebres en las grandes ciudades son
laicas; en Europa el porcentaje supera el 40%. Pero la oferta de los tanatorios es extensa:
puede haberlas hindúes, musulmanas o judías. O recitado de poemas, o alguna pieza musical.
Cualquier forma de camuflar el dolor.
Las conmemoraciones oficiales del 11-M tampoco se libran ya de un cierto disimulo,
aunque por razones políticas. El antropólogo de la Universidad de Burgos Ignacio Fernández
de Mata compara la vivencia de los atentados madrileños con otro drama similar, el de las
Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. "En Estados Unidos hay mayor
unidad en torno a las víctimas. Fue un drama nacional indudable y sigue teniendo esa
dimensión. El elemento sentimental es el que mayor atención recibe; también el apoyo a las
familias y el respeto a la memoria de los muertos", apunta.
En España, sin embargo, la desunión mostrada el pasado día 11 por los dos principales
partidos "fue un triste espectáculo. No se puede romper el apoyo social, porque eso
minusvalora el dolor de las víctimas. Si lo que predomina en una ocasión así es subrayar el
rechazo a las decisiones de un partido, estamos haciendo un flaco favor a los damnificados.
Hemos pasado de puntillas por el quinto aniversario del 11-M", subraya el antropólogo.
Si de duelos colectivos hablamos, en el reverso de la Ley de la Memoria Histórica
también aparece la experiencia del duelo. Como coordinador de exhumaciones de fosas
comunes de la Guerra Civil en Aranda de Duero (Burgos), Fernández de Mata contribuye a
"cerrar el círculo", es decir, a permitir que "un duelo inconcluso, perpetuado durante décadas,
pueda cerrarse". Fernández de Mata considera la existencia de restos humanos en fosas "un
problema de orden histórico, pero también, y sobre todo, humano y emocional. Los muertos, en
nuestra época, tienen su lugar, y ese lugar es el cementerio, sean o no creyentes".
"Está como un perro, como un animal, tirado por ahí", es una de las frases recurrentes
que Fernández de Mata escucha de boca de familiares de fusilados. "Sienten que tienen una
deuda, una carga moral; creen que deben solucionar una mala muerte; lo que buscan es
culminar un rito cuya dilación los ha tenido desazonados". Y pone como ejemplo la frase de
una mujer nonagenaria, con dos hermanos enterrados en profano y cuyos restos pudieron ser
finalmente hallados: "Ésta ha sido una muerte que ha durado tanto...".
Los ritos también se aprenden. Como cualquier otra construcción cultural, dependerán
de las convenciones de la época y de la enseñanza que se reciba, pero en las aulas la muerte
brilla por su ausencia: los críos no reciben ninguna información. "La muerte satura todo el
currículo de cualquier nivel educativo. Por ejemplo, la historia es una ciencia basada en el
pasado y en la muerte. La biología rodea la muerte, y la literatura la incluye de forma diferente.
Sin embargo, los proyectos educativos no la recogen, ni los currículos oficiales europeos la
incluyen expresamente", dice Agustín de la Herrán, profesor de Teoría de la Educación en la
Universidad Autónoma de Madrid y promotor de una "pedagogía de la muerte". "En educación
la muerte sigue siendo un tabú, semejante formalmente al que un día fue el sexo. La causa
más probable es, por un lado, que la formación pedagógica de nuestro profesorado es
superficial; por otro, la excesiva presencia de lo confesional o religioso en los centros de
enseñanza", explica De la Herrán.
La exclusión de los niños de los cortejos fúnebres y del proceso de duelo, inédita en
otras latitudes, provoca choques cuando se dan de bruces con la muerte. Con la de algún
familiar, o incluso la de alguna mascota. Pero cuando la muerte se produce masivamente,
como sucedió en el 11-M, el shock es de difícil digestión. Agustín de la Herrán considera
fundamental hablar claro: "Lo que un niño no entendería jamás es que al dolor de la pérdida le
añadiésemos el dolor de 'una mentira por su bien".
Mar Cortina, presidenta de la Asociación Española de Tanatología, recuerda la
experiencia improvisada que tras el 11-M instrumentaron el Colegio Oficial de Psicólogos de
Madrid y el Ayuntamiento de Leganés: documentos de urgencia con pautas de actuación en
colegios e institutos, una guía de orientación para profesores y otra para las familias.
El 11-M, de nuevo, servía de partera. La confrontación con la muerte, inopinada y
bestial, dejaba al descubierto las carencias de la sociedad española a la hora de dolerse y
condolerse. Porque, como dice Cortina, el mensaje social vigente "tiene que ver con el
bienestar y los imperativos de la juventud, la facilidad y el egoísmo. Si te dicen que hay que ser
joven toda la vida para que sigas consumiendo, ¿dónde encajar la muerte?".
Pero Cortina no es pesimista, ni en la asunción de su mortalidad ("vivir
conscientemente la finitud de la vida no te amarga la existencia, al revés") ni en la
irreversibilidad de este silencio construido para tapar la muerte: "El tabú de la muerte es
bastante reciente. Y últimamente se nota un interés creciente por superarlo". Porque, como se
suele decir, todo tiene solución menos la muerte.
Cuando el dolor es un fenómeno de masas
Lady Di, el papa Juan Pablo II y las víctimas de los atentados de las Torres Gemelas
de Nueva York y del 11-M de Madrid tienen algo en común. "Son muertes sentidas como
socialmente traumáticas", explica la antropóloga Cristina Sánchez-Carretero, del Laboratorio de
Patrimonio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Sánchez-Carretero ha dirigido la elaboración del Archivo del Duelo del 11-M, que reúne
70.000 objetos recogidos en los lugares públicos donde la ciudadanía dejó constancia de su
dolor: en los santuarios espontáneos de Atocha y las estaciones de El Pozo o Santa Eugenia.
"Analizamos la utilización de espacios públicos para un duelo colectivo. El del 11-M fue una
especie de duelo de segunda generación; la gente que depositaba flores, velas o poemas no
conocía a las víctimas de los atentados, pero se sintió concernida. Hubo una herida social. Y la
acción de depositar objetos no fue solamente testimonial, sino que también demandaba
medidas -la palabra más repetida en los mensajes era paz-, como las flores y cruces que a
veces se colocan en el lugar de un accidente de tráfico, que recuerdan al muerto pero también
señalan el punto negro". Ese duelo colectivo, amplificado por los medios de comunicación, tuvo
una magnitud inédita, "aunque el detonante [del fenómeno] fue la muerte de Lady Di", dice
Sánchez-Carretero.
"La sociedad actual ha desarrollado formas de expresión del dolor inéditas, una mezcla
de elementos nuevos y tradicionales, como ese acompañamiento comunal en el dolor", dice.
Entre los documentos sonoros del archivo "hay testimonios de chavales que se enfrentaban por
primera vez a la muerte. Ése fue otro gran trauma social".
Preservar para el futuro "las voces más efímeras de la ciudadanía" es el objetivo de
este magno proyecto, realizado en colaboración con la Biblioteca del Congreso de EE UU, una
de las instituciones con más experiencia en iniciativas semejantes.
Descargar