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“Soy griego”
UNA HISTORIA DE CASI 3000 AÑOS EN APENAS 10 PÁGINAS
Mi objetivo en estas líneas es acercar para cualquier lector, lo más comprimida posible,
la historia milenaria del pueblo griego, y ello con dos propósitos principales: conectar
los distintos períodos en una historia conjunta, y subrayar que la persona “helena” o
“griega” ha sido cosas muy diferentes a lo largo del tiempo.
Para empezar, Grecia no tuvo por qué existir. Hay muchas formas en que la gente ha
formado comunidades a lo largo de la historia (la religión, los accidentes geográficos, la
invención de una historia común, por vínculos de lealtad...) pero, de entre todas, el
idioma ha sido una de las más efectivas. Las gentes que acabaron considerándose parte
del pueblo griego hace ya más de dos mil quinientos años, aquellas que vivían en
general a las orillas este y oeste del Egeo y en sus islas, hablaban dialectos muy
diferentes de lo que acabaron considerando una misma lengua. Sin embargo,
imaginaron pertenecer a una unidad, y así nació la Hélade.
Por entonces y aún hoy,
los relatos de Homero
fueron
fundamentales,
pero también lo fueron
las
olimpiadas:
poco
importaba que solo unos
pocos
participasen
de
estos actos de unidad
panhelénica,
como
tampoco era importante
que
La Hélade, con sus dialectos, hace dos mil quinientos años
aquellos
considerados como ciudadanos de la democracia ateniense del siglo IV fuesen una
minoría de entre todos los habitantes de la ciudad. La unidad era –y suele serlo- más
compleja que la mera suma de toda la gente que participa de la comunidad imaginada,
pero esta proyección de la Hélade alcanzaba el corazón político e intelectual de las
entidades que formaban parte de ella (aquello suele ser lo importante), e irrigaba a la
estructura social, y también ayudaba a cohesionarla.
Con Homero, se transmite a los griegos la guerra de Troya de generación en generación,
y con ella, un relato mítico común a los griegos (los aqueos enfrentados a los troyanos),
pero fue cuando el inmenso imperio persa trató de anexionar la Hélade hace casi dos mil
quinientos años cuando nace el término “bárbaro” como “el Otro” contrapuesto al
griego: el extranjero, que está alejado de la virtud. Frente a la invasión persa, algunas de
las ciudades griegas se defendieron con éxito: los persas se retiraron al otro lado del mar
(a Anatolia), y los relatos de la victoria sobre el bárbaro darían coba a la imagen de
superioridad helénica frente al despotismo y el misticismo oriental. Aunque le resultase
complicado a una persona actual distinguir a un campesino griego de uno persa, las
diferencias les resultaban fundamentales, y por supuesto desbordaban al individuo para
centrarse en las relaciones sociales, sus formaciones políticas (la democracia
promocionada por los atenienses, los grandes vencedores frente al persa) y su forma de
concebir la realidad y de analizarla: mitos, filosofía, ciencia... presentes más allá de
Anatolia, pero no reconocidas como iguales, sino como “bárbaras”.
Durante los dos siglos que siguieron a esta victoria frente a los persas, el poder y la
pujanza económica de las ciudades helenas aumentó, y después nacería el imperio de
Alejandro Magno y a sus sucesores que, habiendo nacido en una región semi-helenizada
(Macedonia), llevaría la cultura helénica a regiones muy lejanas y la combinaría con
otras culturas, todo ello es un suspiro en el tiempo histórico. No es un suspiro, sin
embargo, la huella que esto dejó en la posteridad: ya antes por las decenas de colonias
griegas que habían asentado a población helena a lo largo del Mediterráneo, y después
con el legado cultural del Imperio de Alejandro, su lengua se confirmó como “lengua
franca” del Mediterráneo, de comercio y de cultura, mientras que la filosofía, los mitos
y los modelos griegos fueron la referencia desde Persia hasta la aún joven ciudad de
Roma. Durante los siguientes años, pese a los retrocesos de los reinos helenísticos en
Oriente Medio, esta realidad no hizo más que asentarse a lo largo del Mediterráneo, y
cuando Roma se alce como un imperio y haga del Mediterráneo un “lago interior” de
sus dominios, sus sabios y políticos serán educados en la lengua griega, la culta, la de
Sócrates, Platón, Aristóteles y otros tantos filósofos, pero también la de Homero, la de
Heródoto o la de Lisias; y mientras, los comerciantes y gentes de cultura al este de
Italia, sin duda, hablarán antes griego que latín porque era el idioma práctico y de
distinción frente a quienes no lo dominaban: el Imperio había conquistado a los
gobiernos griegos, pero la cultura griega sobreviviría dentro de Roma, e incluso llegaría
a eclipsarla por momentos. Como dijo Horacio, la Grecia conquistada conquistó a su
fiero vencedor e introdujo las artes en el agreste Lacio.
La cultura griega se extiende: arriba, mapa de las colonias griegas; abajo, el Imperio
de Alejandro Magno en su máxima expansión.
Aquí se detiene muchas veces, como si se tratase de una imagen fija, el estudio de la
Hélade y del pueblo griego, e incluso a veces, el relato continúa con las sociedades de la
Europa occidental medieval como portadores de la cultura antigua... Sin embargo,
Grecia aún vive, y tiene una historia tanto o más apasionante que contar: prosigamos.
Detrás de esta brillantez cultural, momento en el que vivieron y desarrollaron su obra
buena parte de los intelectuales que lucen en bibliotecas y aulas, muchos momentos de
la historia de Grecia vienen marcados por la tragedia, y no precisamente una literaria. A
la victoria sobre los persas sobrevino la hegemonía ateniense sobre la mayoría de las
ciudades-estado griegas, hasta que un número creciente de detractores, encabezados por
Esparta, entraron en guerra contra Atenas y sus aliados, un conflicto que se prolongaría
durante décadas. Años de gestas y de brillantes discursos, pero también años sembrados
de muerte, de un reguero de sangre que discurría lento pero constante. Esparta terminó
imponiéndose, sólo para ser desbancada en la generación siguiente por Tebas,
degenerando todo en el desgaste mutuo entre las ciudades, y en los lamentos de algunos
pensadores por la derrota de la Atenas democrática a manos de la Esparta diárquica. Si
aquello les indignaba, mucho más lo haría el verse sometidos por los macedonios, que
nunca dejaron de ser considerador medio-bárbaros, y que acabaron en buena medida
con el régimen de ciudades-estado y, a ojos de muchos, con la libertad y la política
helénica. Roma llegaría a Grecia también, pero sería una Grecia diferente, y muchos
entendían que la edad dorada había pasado.
El Imperio Romano hace 1900 años. Mientras
que en el Oriente la cultura griega se mantuvo,
la romanización en Occidente llevó consigo
valores y elementos helenísticos
Hace dos mil años, los territorios griegos -tanto la “Grecia asiática” de la península de
Anatolia como la europea, que coincide con lo que hoy conocemos como Grecia- y
también todas o casi todas las colonias griegas habían pasado a formar parte de un gran
Imperio, el romano, que recogió buena parte del legado cultural helénico, apenas
alterándolo en la parte oriental del Imperio y difundiéndolo junto a elementos “latinos”
en las zonas conquistadas que, también para los romanos (aprendieron bien de los
griegos) eran “bárbaras”. Cuando el cristianismo, una religión surgida en el seno de una
religión judía y en una cultura semítica solo parcialmente helenizada, se impuso a los
demás cultos (que se denominarían “paganos”), esta religión se aferró al Imperio como
la única oficial, haciendo que Imperio y cristianismo fueran un binomio inseparable.
Para entonces, hace mil quinientos años, “ser griego”, como “ser ateniense”, “ser
romano” o “ser cristiano”, era una categoría más de un universo diferente y complejo:
los árabes llamarán “rum” (romanos) a los cristianos, pero pueblos como los armenios,
para referirse al emperador romano, hablarían del “rey de los griegos”. De hecho, ya
para entonces, cuando los bárbaros se habían hecho con buena parte de los territorios de
Occidente y Roma había dejado de ser la capital del Imperio para ser un territorio
fronterizo y lejano al centro de poder, el Imperio dejó a un lado el latín, y recogió el
griego como lengua oficial, una lengua que realmente nunca les había abandonado.
Las invasiones eslavas en los Balcanes y la expansión del Imperio islámico por todo
África y por Asia hasta Anatolia, dieron el poder a los bárbaros en buena parte de la
“oikumene” (el mundo conocido por los griegos), y los griegos y su idioma pasaron en
los territorios conquistados a una gradual desaparición, aunque ésta no es nunca
completa: determinados elementos culturales nos hablarán del pasado helénico, y aún
existen comunidades cristianas de habla griega en el mundo islámico oriental. Mientras
tanto, el Imperio Romano, de lengua y cultura helénicas, controlaba las modernas
Grecia y Turquía, además del sur de Italia y buena parte de la costa balcánica. Se trata,
para muchos, del fin de la antigüedad y del comienzo del medievo y del Imperio
Bizantino, pero parece tratarse más de un nuevo paso en una historia que nunca se
detiene, dejando a su paso “formas históricas” caprichosas en su aspecto y duración.
Aquel imperio romano medieval
El Imperio romano (o “bizantino”) hace 1300 años
o bizantino sobrevivirá varios
siglos, viviendo épocas de auge
y de decadencia, aunque cada
auge será a una escala menor, y
los períodos de decadencia irán
amputando
territorios
a
la
“oikumene” o ecumene griega (el “mundo habitado” o “mundo civilizado”) que vive
bajo la protección del gobierno de Constantinopla. Hace aproximadamente novecientos
años, los turcos ya habían ocupado la meseta central de Anatolia, y terminarían por
extender su gobierno, su cultura y sus pobladores, pasados los siglos, a toda la
península; mientras, los normandos se hacían con el sur de Italia, un territorio
fuertemente helenizado, del que hoy día queda el vestigio del “griko”, un dialecto
hablado en Apulia y Calabria, a medio camino entre el Italiano y el griego que alguna
vez debió hablarse en todo el sur itálico.
Hace ochocientos años, cuando los cruzados saquearon Constantinopla, destruyeron el
Imperio desde dentro e, incapaces de conquistarlo por entero, se les enfrentaron “células
resistentes” de cultura griega y aspirantes a reponer el Imperio; también consolidarían
un sentimiento de antagonismo con el Occidente traidor, que hará mella más allá del
Imperio, en toda la ortodoxia cristiana, y de la que aún hoy se escuchan los ecos en
Grecia y el mundo ortodoxo. En apenas cincuenta años, una de las células resistentes
recuperaría Constantinopla y restauraría el Imperio, un Imperio, sin embargo, pequeño y
debilitado, que entraría en una espiral de decadencia de la que ya no saldría.
Un último período de expansión territorial y poder político-militar:
el Imperio tras la recuperación de su capital, hace750 años
En la costa noreste de Anatolia, el
Imperio de Trebisonda, segregado del
Imperio y que perdurará 250 años,
mantendrá allí una gran comunidad
griega hasta las deportaciones turcas
de hace tan solo 100 años.
Rodeado de poderosos vecinos eslavos, latinos (cristianos católicos) y turcos, el propio
imperio cada vez se reconocía más como “helénico”, como si el estrechamiento de sus
fronteras lo pusiese más en contacto con lo que fue en su día el núcleo de la cultura
griega. Tampoco esta realidad duraría mucho tiempo: hace seiscientos cincuenta años,
un reino turco, el otomano, se expandió por Anatolia y saltó a los Balcanes, donde en un
abrir y cerrar de ojos relegaría al poder imperial a las murallas de Constantinopla, la
ciudad de Tesalónica y el Peloponeso. Apenas un siglo después, un Imperio otomano
fortalecido capturaría Constantinopla y anexaría hasta el último gobierno griego
independiente del mundo. El Imperio romano había desaparecido, y comenzaba la era
de la turcocracia.
Los griegos pasaron entonces a ser una minoría más del inmenso Imperio Otomano,
islámico por definición pero realmente transigente con unas determinadas religiones del
Imperio, entre ellas la cristiana ortodoxa. De hecho, existieron por entonces círculos de
griegos poderosos que alcanzaron los más altos puestos del gobierno otomano, y la
propia denominación de “griego” pasó a englobar en parte a unos grupos sociales,
además de referirse al idioma y a la religión. El Imperio otomano era la propiedad
exclusiva del sultán y, mientras que en el círculo de poder las circunstancias políticas
daban lugar a extraños compañeros de cama, la interacción del gobierno con la sociedad
no buscaba por lo general la conversión al Islam, sino recaudar los impuestos y
mantener el orden querido por el sultán. Mientras tanto, aún Venecia mantuvo su
presencia en el Egeo, ya fuera dominando Creta o, más adelante, el Peloponeso; en
cambio, ningún gobierno griego proliferó entre las soberanías otomana y católica.
El nacionalismo griego moderno, se dice, nació en las mentes de los jóvenes griegos
adinerados que fueron enviados a las academias occidentales para proseguir allí sus
estudios. Trajeron de Occidente dos ideas: que cada nación, delimitada básicamente por
los que hablan una lengua, debía luchar por formar un estado para ser dueña de sí
misma; y que el pueblo griego era un indigno heredero de sus ancestros clásicos, por lo
que era un imperativo recobrar o al menos hacer justicia a su gloria pasada. Es este el
comienzo del nacionalismo griego tal y como se ha entendido en nuestra sociedad
actual: una dinastía alemana crearía el reino de Grecia y se asentaría en una Atenas
liberada del turco con la ayuda -mitad romántica, mitad interesada- de unas potencias
occidentales cada vez más alejadas en su progreso de los países no industrializados;
mientras tanto, los griegos recogerán como nunca antes su legado antiguo, idealizándolo
y muchas veces entrando en conflicto con su propia realidad, alienándolos: muy por
encima y alejada de los concurridos barrios de Atenas, las ruinas de la Acrópolis serán
el modelo de todas las estampas y postales, y de vez en cuando el griego se girará a
contemplar el Partenón, quizás buscando un referente, quizás apenado por vivir en el
tiempo equivocado, o quizás porque la intelectualidad occidental, la hegemónica, le
animará a ello continuamente.
La “joven Grecia”, aunque
vuelta a su pasado clásico, no
olvidará tampoco ni su pasado
imperial romano-bizantino ni
su identidad cristiana ortodoxa
ni, quizás sobre todo, que la
mayoría de los griegos aún
vivían fuera de sus fronteras,
sometidas
al
turco
y
al
musulmán y necesitadas, se
entendía, de un estado griego
capaz de reunirles: se trata del
panhelenismo,
descomposición
y
tanto
interna
la
del
Imperio Otomano como la
ayuda
occidental
favorables
a
le
serán
Grecia
para
extenderse por el Egeo, en un tiempo en que el nacionalismo calaba en la mentalidad
popular, como aún hoy, de forma asombrosa. También en nombre del nacionalismo,
pero a ello contribuyeron otros tantos elementos de las ideologías modernas, se
realizaron atrocidades nunca vistas. Hace apenas cien años, cuando tras la Primera
Guerra Mundial el Imperio otomano desaparecía por momentos y sus enemigos trataban
de quedarse con el máximo posible de sus territorios, células nacionalistas radicales
turcas saltaron al poder, y en nombre de la salvación nacional atacaron a buena parte de
las nacionalidades no-turcas como nunca antes se había hecho. A los armenios les
deparó el genocidio y la muerte de cientos de miles compatriotas, un acto aún no
reconocido como genocida por buena parte del panorama internacional; a los griegos,
que aun habitaban buena parte de la costa del mar Negro (los griegos pónticos), así
como la costa egea y la Turquía europea, les esperaban persecuciones, masacres y
expulsiones hasta que, cuando el gobierno turco y el griego (desesperanzado de
conquistar más territorios a los turcos) llegaron a un acuerdo, se procedió a deportar
masivamente a la población turca de Grecia y a la griega de Turquía. Aquel acto,
perpetrado desde arriba y no sin violencia y vejaciones (los turcos despidieron a los
barcos griegos de Esmirna a cañonazos) fue otro nuevo mar de lágrimas, pero a partir de
entonces los conflictos de base nacionalista parecían cercenados. Mientras tanto, una
nueva diáspora griega, desde Grecia y Turquía hacia todo el mundo, daría lugar a
nuevas comunidades griegas junto a las que ya existían en Siria, Palestina o Egipto
desde hacía siglos.
Sin embargo, aquí no terminaría la historia de los griegos, ni tampoco sus penurias.
Como tantos otros países europeos, serían ocupados por las potencias del eje en la
Segunda Guerra Mundial, como parte del sueño de Mussolini de recrear una suerte de
Imperio Romano fascista. Derrotado el fascismo, y también después las guerrillas
comunistas en una guerra civil, Grecia participaría del espectacular crecimiento
económico que vivieron países como España, Portugal o Italia durante la segunda mitad
del siglo pasado, y desde muy pronto fue invitado a formar parte de una Unión Europea
deseosa de contar con ella para rescatar a la Grecia clásica y sumar con ella otra
legitimación histórica para unidad de los europeos. No faltarían aún en estas décadas los
conflictos: reproduciéndose las querellas con Turquía en un nuevo escenario, el Chipre
recién independizado del Reino Unido y mayoritariamente habitado por griegos sería un
auténtico campo de batalla étnico y entre potencias, y aún hoy sigue dividido física y
étnicamente en un conflicto que dista mucho de ser resuelto. Por otro lado, los años 60 y
70 griegos estarán marcados por la dictadura de los Coroneles, que intentarán dirigir el
país de forma autoritaria, y que encontrarán una creciente resistencia popular e
intelectual hasta ser arrojados del poder, ellos y la monarquía que permitió aquello.
En este momento (los años 80), y no por casualidad, se produjo en Grecia la decisión de
sustituir a nivel oficial la katharévousa, una forma culta y arcaica del Griego, por el
griego demótico, un intento de aglutinar la lengua que se hablaba efectivamente entre la
población. A este cambio hubo todo tipo de respuestas, desde aquellos que señalan
cómo el griego ha tenido y tiene aún hoy el problema de ser una lengua complicada por
el interés que se presta a reflejar aspectos arcaicos del idioma y ya poco prácticos, o a
aquel filólogo que escuché lamentarse porque el griego hubiese cambiado más en unos
pocos años que en varios siglos de existencia. Aún en determinados círculos y
publicaciones sigue vigente la katharévousa, y la Iglesia emplea su propia variante
idiomática apegada a las escrituras sagradas.
Podemos dar por finalizado nuestro viaje: hoy Grecia se encuentra sumida en una
profunda crisis económica, pero también una crisis social e ideológica, que puede ser
especialmente ácida en tanto que el mundo, y en muchas ocasiones la propia Grecia,
observa al país a través del velo del clasicismo. Tres mil años de historia separan a
Grecia de sus orígenes: aquel constructo histórico pretende ensalzarles, pero quizá hoy
más que nunca sea necesario considerarse libres de su propio pasado y dueños de su
propio destino.
Francisco López-Santos Kornberger
Imágenes extraídas de:
♦ http://commons.wikimedia.org/wiki/File:La_expansi%C3%B3n_territorial_de_Grec
ia_%281832-1947%29.PNG
♦ http://en.wikipedia.org/wiki/File:ByzantineEmpire717%2Bextrainfo%2Bthemes.svg
♦ http://shipofstate.wordpress.com/2011/08/04/the-western-boundaries-of-the-romanempire-have-shifted-again/
♦ http://commons.wikimedia.org/wiki/File:ByzantineEmpire1265-es.svg
♦ http://www.zonu.com/detail/2009-12-30-11516/El-Imperio-Macedonio-deAlejandro-Magno-323-aC.html
♦ http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Greek_dialects.png
♦ http://ireneses.wordpress.com/2012/08/09/trade-lane-megacities-tres-puertoshistoricos-en-torno-a-gibraltar/
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