Documento 614502

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Departamento de Lengua castellana y Literatura IES DON BOSCO
Curso 2014/2015
2º de Bachillerato
El Romanticismo. Contexto histórico y cultural. Características de la
lírica y el teatro. Autores y obras más significativos
1. Marco histórico y cultural. Rasgos del Romanticismo.
Entre 1780 y 1848 el mundo sufre transformaciones enormes. Un solo hombre que
hubiera vivido entre esos años, habría sido contemporáneo de acontecimientos capitales
en el desarrollo del mundo: la independencia americana (1776), la revolución industrial
en Inglaterra, la revolución francesa, el imperio napoleónico, el Congreso de Viena y la
restauración del orden europeo, revoluciones en Rusia y en Europa, la publicación del
manifiesto comunista… Pues bien, cambios tan profundos hicieron girar también la
sensibilidad, y en los últimos decenios del siglo XVIII surge en Alemania un sólido
movimiento de renovación que se ocupa de lo sublime (lo que no puede expresarse,
categoría opuesta a la razón que iluminaba a los ilustrados) mientras en Inglaterra se
descubre la repercusión del paisaje en el ánimo y el espíritu de los poetas. De este
modo, hacia 1800 todo hablaba de unas emociones nuevas.
España participará de todos estos cambios aunque, frente a otras naciones europeas, su
situación político-social se caracteriza más bien por su inmovilismo, su atraso y la falta
de libertad, en especial durante la época absolutista de Fernando VII. Pero también
España conoció períodos de lucha en defensa de una sociedad liberal (la que representa
la Constitución de Cádiz de 1812), o de la nación contra la ocupación francesa (la
Guerra de Independencia de 1808). De todo ello es testigo y testimonio Francisco de
Goya.
Surge así el hombre romántico y el romanticismo, palabras que en un primer momento
se utilizaban como fórmula de descalificación o de autorreconocimiento y que
designaban una forma de vida y no un estilo artístico. Eso vino algo más tarde, para
referirse a un movimiento cultural que supuso un rechazo de las reglas y normas
estéticas (sobre todo del clasicismo del siglo XVIII), así como una exaltación del genio
creador individual.
El Romanticismo supone una nueva forma concebir el mundo basada en la defensa del
conocimiento irracional y la intuición para comprender el universo, en oposición al
conocimiento racional del siglo XVIII. De raíz romántica es también la concepción de
cada pueblo o nación como un organismo vivo que está determinado por su pasado, su
clima, su religión...; de ahí los movimientos nacionalistas propios del siglo XIX como,
sin salir de España, fueron la Reinaxença catalana o el Resurdimento gallego. Esta
mentalidad romántica permitió la convivencia de ideologías contradictorias:
conservadoras junto a liberales.
En literatura, el Romanticismo presenta los siguientes rasgos:
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a. Temas y motivos románticos:
Los principales temas se relacionan con la mentalidad romántica, aunque con el paso del
tiempo más que motivados por sinceros sentimientos llegaron a ser tópicos repetidos.
Son los que siguen:
1. Individualismo y exaltación del yo: el yo típico del romanticismo se siente un
elegido, un sacerdote capaz de interpretar el mundo porque su alma se comunica con el
alma de la naturaleza.
2. Evasión en el tiempo y en el espacio. Se recuperan temas históricos tomados del
pasado legendario como la Edad Media. Un ejemplo puede ser el drama El Trovador de
Antonio García Gutiérrez, basado en una historia del siglo XV. Por otro lado se busca el
exotismo del mundo oriental, aunque también España es considerada como una nación
romántica.
3. Los sentimientos personales. Uno de los sentimientos más frecuentes es el amor
concebido como una pasión irresistible que arrastra al yo a un destino trágico; pero
también el amor es una fuente de frustración y desengaño porque la relación amorosa no
satisface la concepción ideal del amor que domina al yo romántico. El segundo
sentimiento típico es un pesimismo vital conocido primero como “fastidio universal‟ y
después como, “dolor romántico”. Este dolor no siempre está provocado por una causa
concreta, aunque lo normal es que surja de la frustración del yo romántico ante la
realidad. Suele ir acompañado de soledad y tristeza, en las que muchas veces se
complace el poeta o personaje que, en ocasiones, se ve arrastrado hasta el suicidio.
4. La lucha infructuosa del héroe romántico contra la sociedad, la moral y el destino,
incluso contra Dios es una manifestación de la rebeldía romántica tan intensa como
inútil. Las obras románticas buscan héroes al margen de la sociedad como el pirata o el
mendigo. El protagonista del drama del Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del
sino, es un ejemplo extremo de esta lucha: su amor por Leonor choca contra la normas
sociales (don Álvaro no es de sangre noble y ella sí), pero sobre todo choca contra una
fuerza a la que no puede vencer: el sino. En este caso, un accidente hace que parezca el
asesino de su propia amada, por lo que durante toda la obra tiene que luchar contra el
resto de los hijos que lo buscan para matarlo.
b. Formas y estilo románticos:
Uno de los rasgos que mejor suelen definir el arte romántico es que rompe con las reglas
estéticas establecidas, esto es, con el predominio de la razón, del equilibrio y de las
simetrías artísticas propias del neoclasicismo. Los escritores, como en general los
artistas románticos, buscan sus propios fundamentos artísticos basados en la inspiración
y en la capacidad creativa del genio individual (por tanto, se valora la originalidad
frente a la imitación). Se prefiere lo sublime –aquello que causa impresión en el espíritu
como un paisaje sobrecogedor– a lo bello. Por este motivo, el artista romántico se
considera un elegido, un demiurgo capaz de comprender y expresar el Universo. La
ruptura con el clasicismo la apreciamos, entre otras, en las siguientes elecciones por
parte de los escritores románticos:
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1. Mezcla de géneros y estilos. Así, es característica la combinación de versos de
distinta medida en un mismo poema. Por su parte, el drama romántico se caracteriza por
combinar verso y prosa, y escenas de alta intensidad dramática con otras más cómicas
de aire popular y castizo.
2. Ambientación romántica típica: el paisaje no solo es un simple marco sino que se
convierte en confidente y reflejo de los estados de ánimo del yo. Abundan tanto los
fenómenos naturales violentos (tormentas, huracanes situados en lugares inaccesibles y
escarpados) como los paisajes nocturnos, silenciosos y solitarios como cementerios o
iglesias en ruinas (como vemos en muchas Leyendas de Bécquer).
3. Presencia de lo sobrenatural. Unas veces se manifiesta como el poder terrible de Dios
–así lo vemos en el mito de don Juan Tenorio–, y otras como ingrediente macabro. Lo
cierto es que la presencia del más allá, de los muertos que vuelven a la vida se convierte
en un rasgo más del estilo romántico. Un ejemplo muy conocido de la presencia de lo
sobrenatural es la leyenda El monte de las ánimas de Bécquer o la misteriosa mujer de
El estudiante de Salamanca que resulta ser el espectro de la antigua amante del
protagonista.
4. Dramatismo: intensidad emocional. Los escritores románticos buscan escenas donde
predomine la manifestación desgarrada de los sentimientos, no solo en la poesía, sino
también en el teatro, con escenas especialmente intensas. Lingüísticamente, este
dramatismo se manifiesta en la función expresiva con abundancia de interjecciones,
interrogaciones retóricas, apóstrofes, exclamaciones o frases con puntos suspensivos.
5. Uso de un estilo retórico y efectista. Abundan la adjetivación, las rimas en esdrújulas,
los encabalgamientos abruptos... Por otro lado, se usa un léxico culto (incluso algo
cargante, desde una perspectiva actual) pero también vemos, incluso en la misma obra,
un lenguaje popular y castizo. Por último, los escritores románticos no escatiman en el
uso de recursos literarios, especialmente desgarrados hipérbatos o llamativas antítesis.
2. Características de la poesía lírica romántica. José Espronceda, Gustavo Adolfo
Bécquer y Rosalía de Castro
La poesía fue el género romántico que tardó más en consagrarse. Hasta los años treinta
del nuevo siglo, casi toda conservaba un aire clásico. Será en el 1840 cuando se registra
una cosecha espléndida de una nueva poesía: fue el año de publicación de las Poesías
líricas de Espronceda, los Ensayos poéticos de Salvador Bermúdez de Castro o las
Poesías de Nicomedes Pastor Díaz. Y en años sucesivos aparecieron los Cantos del
Trovador de Zorrilla, los Romances históricos del Duque de Rivas o las Poesías de
Gertrudis Gómez de Avellaneda o Carolina Coronado.
Será abundante la poesía narrativa, pero un movimiento que tiene como bandera la
expresión del sentimentalismo más íntimo y la exaltación del individuo resulta
inevitable que desarrolle una lírica muy característica.
Temáticamente, el medievalismo, el orientalismo, la presencia de figuras históricas o
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marginales, el análisis de las pasiones humanas ocuparán el centro de estos nuevos
versos. También la ambientación será novedosa: la noche, la luna, los sepulcros, las
ruinas que avisan de la fugacidad de todo lo humano, destruidas por el paso del tiempo
y cubiertas por una naturaleza caótica y desordenada; y rodeando todo esto, los
sentimientos de soledad, la melancolía y el pesimismo.
Formalmente, los nuevos poetas líricos destacan por la libertad en el uso de versos de
variadas medidas (polimetría), pues tratarán de que fondo y forma se enlacen
estrechamente, y de estrofas (innovarán también aquí, como por ejemplo la bermudina
debida a Salvador Bermúdez de Castro, una octava endecasílaba, con los versos cuarto y
octavo agudos):
La noche
¡Siempre te amé! Tu placida tristeza
en mi infancia feliz me arrebataba;
por contemplar tu sombra abandonada
la clara luz de mi tranquilo hogar.
Yo te cantaba al resonar del viento;
de la brisa invocábate al arrullo;
de la selva en el lánguido murmullo,
o en playas pacíficas del mar.
Son frecuentes los adjetivos y epítetos, las palabras esdrújulas, las frases exclamativas,
los contrastes extremados (“sombríos fuegos”, “umbrías lunas”), el énfasis y la
expresividad arrebatada que logran con el uso de palabras resonantes y toda clase de
recursos retóricos que subrayen lo cantado.
El gran poeta del primer romanticismo fue, sin duda, José de Espronceda, cuya corta
vida se confundió desde un principio con la leyenda romántica: conspirador adolescente,
huido y emigrante en Londres, seductor de Teresa Mancha y abandonado por ella,
revolucionario, rebelde… De formación clásica, (La entrada del invierno en Londres
es un bello poema meditativo de características dieciochescas), en la década de los
cuarenta se convierte en el mayor exponente de la nueva poesía lírica. Las estupendas y
rítmicas composiciones La cautiva, La canción del pirata, El mendigo, El reo de
muerte o El canto del cosaco son un verdadero ejemplo de lírica romántica: la lección
de esa galería de héroes orgullosos y marginados se expresa en inolvidables estribillos
(“…que es mi barco mi tesoro…” o “Hurra, cosacos del desierto, hurra…”, o “Mío es
el mundo, como el aire libre…”) y los efectos sonoros –la polimetría y las rimas agudas
particularmente- relazan un contenido donde dominan los adjetivos inquietantes
(lúgubre, fantástico, furioso, confuso…), los ruidos (bramidos, truenos) y otros
términos de gran fuerza evocadora (aquilones, rielar, histérico, bacanal…).
Los mismos rasgos podemos encontrar en El estudiante de Salamanca, ejemplo de
poesía narrativa, pero su obra mayor fue, sin duda, El diablo Mundo, que consta de una
introducción y seis cantos (el más famoso el segundo, el Canto a Teresa) y algunos
fragmentos de un séptimo, pues quedó incompleta. Se trata de una obra larga, compleja
y digresiva de la que es difícil delimitar el tema. Se habla en ella de la juventud perdida,
de la búsqueda de la inocencia y de la fuerza primera, del cansancio de la inteligencia,
de las diferencias entre las clases sociales… Tras un comienzo alegórico, se pasa a una
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escena realista y a una meditación sobre la vida humana, para terminar siendo cada vez
más revolucionario. Todo es en él arrebatadamente romántico.
Con el romanticismo ya parecía estar agotado, surge un poeta fabuloso, el mayor poeta
del siglo con Espronceda y un autor determinante en el futuro desarrollo de nuestra
lírica. Gustavo Adolfo Bécquer llegó a Madrid desde Sevilla para hacerse un hueco en
la vida cultural como escritor, y pronto comenzó a publicar prosas y artículos y a
ganarse la vida como censor de novelas. Perdido el manuscrito de un libro de poemas
que quería titular El libro de los gorriones, volvió a escribir todos esos versos
extraviados en un libro comercial. Su temprana muerte dejó esos poemas en manos de
sus amigos, que los publicaron con el nombre de Rimas.
Encontramos en estos versos de Bécquer algo de su formación clasicista, que se percibe
en el uso de algunos hipérbatos, en algunos adjetivos y en el recuerdo que sus estrofas
traen de las liras. Pero por otro lado hay también en él recuerdos de las insolencias
esproncedianas y de esa confusa aspiración romántica hacia lo inefable e infinito, así
como el gusto hacia la poesía popular, recuperada en la época, como expresión de un
lirismo más auténtico.
Pero Bécquer es un autor personalísimo. Son suyos la preferencia por la rima asonante
en los versos pares, la métrica poco frecuente pero de rara musicalidad (dodecasílabos,
combinaciones de decasílabos y hexasílabos), la llamativa combinación de rimas agudas
y llanas… Y, sobre todo, fue muy personal su temática: gran parte de su poesía habla del
hecho mismo de la inspiración poética y la escritura, que vio como una conciencia
confusa de sensaciones que no es posible atrapar mediante el lenguaje. El amor es una
de esas sensaciones, optimista al comienzo pero que conduce al desengaño romántico y
al hastío vital, tratados a veces con ironía. Junto con el amor y la propia creación
literaria, habla Bécquer de la premonición de la muerte y de la condena del olvido,
anticipando la poesía existencial. Muchas de las Rimas son breves y en forma de
diálogo, ese diálogo entre el poema y la poesía, entre el amado y la amada, que acaba
fatalmente en la incomprensión y la decepción romántica.
Un año después que Bécquer nació Rosalía de Castro. Hija de un sacerdote y una
hidalga pobre, nunca fue feliz. Comenzó publicando “en dialecto”, en lengua gallega.
Sus Cantares gallegos (1863) fueron el mejor logro del retorno hacia formas de la
poesía popular que tanto apreciaron los románticos. Al poco, muchos de sus poemas
consiguieron esa condición de populares, como si fuesen salidos de la inspiración
colectiva (Campanas de Bastabales, Airiños, airiños, aires), inspirados por el dolor de
la emigración, la nostalgia de la tierra y un vago panteísmo naturalista. Más ambicioso
fue Follas novas (1880), donde aparecen elementos románticos como la fascinación o el
temor ante lo desconocido, cierta ironía resignada, la tristeza existencial, etc. A este
libro pertenece Negra sombra, uno de los poemas más admirados y enigmáticos de la
escritora.
Después Rosalía rompe con su lengua materna y publica su último libro en castellano,
En las orillas del Sar (1884). Se acerca en él a las formas del verso libre, y ese peculiar
ritmo de los versos muy dilatados se corresponde maravillosamente con el desasosiego
y lo indefinible de los que se habla en ellos: “La palabra y la idea… Hay un
abismo/entre ambas cosas, orador sublime. / Si es que supiste amar, di, cuando amaste,
/no es verdad, no es verdad que enmudeciste?” La poetisa no sabe lo que busca pero “te
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adivinaba en todo”. Se convierte en la loca soñadora de la que se burlan las gentes: un
miembro del cortejo de “los tristes”.
3. Características del drama romántico. Ángel Saavedra (duque de Rivas) y José
Zorrilla
Durante el período romántico se siguieron representando obras teatrales del Siglo de
Oro, teatro de raíz neoclásica y sainetes; pero surge un género que vino a renovar el
panorama teatral: el drama romántico. El arranque en España del drama romántico se
produce en 1834 con La conjuración de Venecia de Martínez de la Rosa y triunfa con el
estreno de Don Álvaro o la fuerza del sino en 1835.
De vida efímera –podemos decir que termina con el Don Juan Tenorio de Zorrilla en
1844– se puede decir que el drama romántico no es más que una adaptación del teatro
barroco a los nuevos tiempos y modas, sobre todo por influencia de las traducciones del
teatro francés. Además de las obras citadas, son dramas románticos El trovador (1836)
de Antonio García Gutiérrez y Los amantes de Teruel (1937) de Juan Eugenio de
Hartzenbusch.
Las características del drama romántico son las siguientes:
a. Libertad creativa: se combina la prosa con distintos tipos de versos; lo trágico con lo
cómico; el número de actos varía entre tres y cinco; se mezclan registros cultos y
literarios con otros populares y castizos; no se respeta la regla clásica de las tres
unidades...
b. Importancia de la escenografía: el efectismo y la exageración favorecen el uso de
efectos de luz y sonido o de la tramoya, que intensifican las escenas dramáticas.
c. Personajes: suelen responder a unas mismas características: la dama, el antihéroe,
criados y personajes populares, personajes marginales... pero por encima de ellos
destaca el héroe romántico. Se trata de un personaje que se rebela contra su propio
destino aunque él mismo experimenta contradicciones.
d. Temas: se tratan los propios del Romanticismo como el amor (vivido como una lucha
contra el destino), el misterio de lo sobrenatural, o la fatalidad que lleva a un final
trágico.
El nuevo teatro comenzó con las refundaciones de las comedias del XVII, que fueron
popularísimas las tres primeras décadas del siglo, pero hubo que esperar a 1835 para
asistir al estreno del primer gran drama romántico, Don Álvaro o la fuerza del sino.
Pese a los notables antecedentes de La conjuración de Venecia de Martínez de la Rosa y
el Macías de Larra, la obra del Duque de Rivas supone la quintaesencia del teatro
romántico y es un drama espléndido: cinco actos, cincuenta y cinco personajes,
escenarios diversos y evocadores, mezcla de prosa y un verso muy brioso, una escena
final con suicidio, tormenta entre las peñas y el canto del Miserere a cargo de unos
frailes… Todos estos elementos fueron imitados por muchos dramas posteriores. El
argumento es una mezcla de fatalismo –la mala suerte del protagonista-, cristianismo –
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hay arrepentimientos furibundos- y folclore legendario, aunque quizá haya también
algún componente de humor autoparódico y las huellas de cierta crítica social. Sin
embargo, la obra no está ambientada en la Edad Media o el siglo XVI, sino en el todavía
muy próximo siglo XVIII. Los actos I, II y V arrancan como verdaderos cuadros de
costumbres y hay escenas –por ejemplo el reparto de raciones de un convento a sus
pobres-, de cierto realismo.
(En Don Álvaro se cuenta cómo su protagonista mata por accidente al padre de su
amada Leonor. Mientras ella se refugia en un convento, los otros dos hijos buscan al que
creen asesino de su padre para matarlo, pero don Álvaro acaba con los dos. En la escena
final, reproducida más arriba, el hermano moribundo mata a su propia hermana, Leonor.
Finalmente, don Álvaro se suicida.)
José Zorrilla, que se dio a conocer en el entierro de Larra, fue un gran versificador, un
poeta fecundo. Como dramaturgo, destacan El zapatero y el rey, El puñal del godo y
Traidor, inconfeso y mártir, todos ellos dramas históricos, con personajes de oscuro
origen y destino fatal. Sin embargo, su aportación más famosa a la escena romántica
fue, sin duda, el “drama religioso-fantástico” Don Juan Tenorio (1844), verdadero
almacén o compendio de sentencias brillantes y frases hechas que han durado cien años.
Zorrilla hereda el tema y personaje de Tirso de Molina y también la dimensión
romántica que le dieron Byron y Dumas. Cobran así protagonismo el reto profanador y
la conversión final del personaje, símbolo de una época donde ya asustaban los héroes
impíos e impenitentes de Espronceda.
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