LA HOJA VOLANDERA RESPONSABLE SERGIO MONTES GARCÍA Correo electrónico [email protected] En Internet www.lahojavolandera.com.mx MOCTEZUMA II. SEÑOR DEL ANÁHUAC Francisco Monterde 1894-1985 Francisco Monterde García Icazbalceta (nació el 9 de agosto en la ciudad de México; murió en la misma ciudad, el 26 de febrero) fue poeta, dramaturgo, narrador, ensayista y crítico de literatura mexicana. Estudió en la Escuela Normal de Maestros y posteriormente se graduó de maestro y doctor en Lengua y Literatura Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Allí ejerció el magisterio en las cátedras de Literatura Mexicana e Hispanoamericana. Ocupó diversos cargos académicos y administrativos y fue relevante su labor al frente de la Imprenta Universitaria, sobre todo por la publicación de la Biblioteca Universitaria. De su libro Moctezuma II. Señor del Anáhuac (1948), procede el texto que aquí ofrecemos a nuestros lectores. TENOCHTITLÁN FLORECIENTE Aquella inundación producida por las aguas del manantial que introdujo Auízotl –los buzos taparon las bocas borboteantes, en medio de sacrificios y ofrendas–, no sólo había destruido los sembrados y desarraigado los árboles, en las campiñas de los alrededores. La inundación, en los barrios, arrasó las chozas y en la ciudad debilitó los muros de los palacios. Hubo que reconstruir gran parte de Tenochtitlán, y desde entonces Moctezuma se propuso embellecer la ciudad con palacios que superarían al de su padre Axayácatl, después convertido en convento y casa del tesoro. Su nuevo palacio, el Tecpan, fue construido frente a la plaza mayor. Tenía veinte entradas – sobre cada una, esculpida la insignia de Moctezuma: el águila, con las garras clavadas en un jaguar–; tres patios –en el mayor, una gran fuente–, y un centenar de aposentos con baños. Los pisos eran de maderas fragantes; las paredes estaban revestidas de tecalli. Sobre los pisos se extendían tapetes, esteras y alfombras de algodón y de pluma; en los lechos, suaves mantas superpuestas, hacían grato el reposo de Moctezuma y de su familia. Cuidaban del servicio más de siete veces cuatrocientos criados. Los vestidos que usaban –adecuados a sus tareas y categorías–, habían sido hechos según las órdenes de Moctezuma. Nadie llegaba hasta él, sin haber solicitado previamente audiencia: aun los señores principales tenían que descalzarse y cambiar sus vestidos suntuosos, por una humilde manta, antes de entrar a verlo; y sólo podían dirigirle la palabra, después de inclinarse tres veces profundamente. La primera vez le decían: «Señor»; la segunda, «Mi señor»; la tercera, «Gran señor». Le hablaban con la mayor cortesía, y cuando él se dignaba contestar, lo hacía por intermediarios. Todo estaba sujeto a disciplina. Si algún alboroto alteraba el orden repentinamente y el rumor llegaba hasta Moctezuma, pronto le informaban la causa. Se debía, a veces, a que un esclavo había logrado escapar de su dueño que lo perseguía: al entrar en Palacio, quedaba incorporado al servicio de Moctezuma. Muy pulcro en su aseo personal, Moctezuma se bañaba, al amanecer –en el baño azteca, de aire caliente–; cambiaba de vestiduras cuatro veces al día, y a pesar de que cada vestidura superaba en lujo a la precedente, no volvía a ponérsela. Antes de las comidas, lavaba sus ma- Febrero 10 de 2010 nos en agua fragante que le presentaba un grupo de hermosas mujeres. Había aumentado los platillos de los festines de Axayácatl; su número igualaba el de los días del año. Cada una de las viandas, preparadas con animales de tierra, mares o ríos, iba sobre un braserillo que conservaba su calor. Las piezas de la vajilla sólo se utilizaban una vez, exceptuados los vasos de oro en que tomaban refresco de cacao, tanto él como los ancianos que lo acompañaban sin verlo comer. Los señores tributarios que estaban de paso en la ciudad, se sentaban a su mesa, en palacio, mientras permanecían en la corte, y Moctezuma conservaba en prenda a sus hijos, hasta que los padres regresaban. Al terminar de comer, volvía Moctezuma a lavarse las manos; y mientras se retiraban las mujeres, entraban los comerciantes recién llegados, a mostrarle las mercancías que habían traído de otras tierras. Moctezuma elegía las que le agradaban, y los recompensaba por ellas, regiamente. Cuando salía a cazar, lanzaba los certeros proyectiles de su cerbatana, sobre las aves que cantaban en los huertos y las garzas grises que alzaban el vuelo en la laguna de Tenochtitlán, mientras se deslizaba, sin ruido, sobre las aguas, la embarcación entoldada. En Chapultepec –donde un grupo de canteros se ocupaba en desbastar la piedra que conservaría su perfil esculpido en relieve– tenía un palacio al cual se retiraba en los días de duelo. Allí no admitía séquito ni visitantes. En otros sitios compartía con los señores aliados las diversiones regias; asistía al juego de pelota y se dignaba alternar con ellos en varios juegos palatinos. Para recreo de sus parientes, Moctezuma había mandado construir la casa de fieras, en donde tenía ejemplares vivos de todas las especies conocidas, encerrados en enormes jaulas; la casa de aves, con parejas de las más raras, de brillantes plumas, y el jardín de plantas, en el cual no había sólo arbustos floridos, sino también las plantas medicinales estudiadas por los sabios curanderos. Albinos y corcovados, enanos y otros seres deformes, vivían en habitaciones especiales. Moctezuma iba a verlos, para divertirse con sus gracias, y los mandaba llamar para que danzasen ante él, después de los banquetes, acompañados por tamboriles –si no prefería oír los cantos que los poetas habían compuesto. Fuente: Francisco Monterde, “Moctezuma II. Señor del Anáhuac” en Textos de literatura, historia y educación, antología en preparación por Sergio Montes García. PROFESOR, consulta la HV en Internet. En este número: De los profesores: “El origen de la obra de arte según Martín Heidegger” por Guillermo González Rivera. De los estudiantes: “¿Por qué los niños mexicanos no tienen hábito de lectura y cómo fomentarlo?” por Valentina González Hamud, Héctor Hernández Vega, Ángel Mauricio Nava Ramos e Itzel Torres Oaxaca De la HV: “Del cuidado grande y policía que tenían los mexicanos de criar la juventud” por Joseph de Acosta. AVISO Adquiere en la librería de la FES-ACATLÁN el libro LA UNIVERSIDAD NACIONAL EN EL TIEMPO por Sergio Montes García Contenido: El anarquismo mexicano y la educación La Universidad Nacional en el tiempo Trayectoria de la Universidad Popular Mexicana Torres Bodet: la escuela mexicana y la unidad nacional