Universidad Nacional de Salta Facultad de Humanidades Carrera de Doctorado Orientación en Letras El discurso y la práctica de la hechicería en el NOA: Transformaciones entre dos siglos (Contribución al estudio de la heterogeneidad cultural) Doctoranda: Alejandra Cebrelli Dirección: Dr. Ricardo Jonatan Kaliman Co-dirección: Prof. Zulma Palermo 2005 Alejandra Cebrelli 2 Bibliografía A mi compañero del incondicional. marido Víctor, alma y amigo A mi hijo Ignacio, cómplice de aventuras y hacedor de horizontes. A mis padres, Edgardo, amorosas raíces 3 Chela y Alejandra Cebrelli 4 Bibliografía Entonces, si intento desmitificar /…/ al discurso armonioso de voz única a la que sólo responden sus ecos y representaciones del mundo que lo fuerzan a girar constantemente sobre un mismo eje, y si en forma paralela quiero reivindicar la profunda heterogeneidad de todas estas categorías es porque /…/ expresan bien nociones y experiencias de vida porque con ello /…/ señalo que ahí están, dentro y fuera de nosotros mismos, otras alternativas existenciales, mucho más auténticas y dignas, pero que no valen nada, si individuos y pueblos no las podemos autogestionar en libertad, con justicia, y en un mundo que sea decorosa morada del hombre. Antonio Cornejo Polar 5 Alejandra Cebrelli 6 Bibliografía Indice Introducción 11 Parte I Territorios y culturas en conflicto 27 Capítulo 1 Ciudades y fronteras 1.1. Las primeras décadas 1.2. Del siglo XVIII al XIX 29 30 37 Capítulo 2 La hechicería tucumana: Un más acá y un más allá de fronteras 2.1. ¿Brujería o hechicería? 2.2. Invenciones e identificaciones genéricas 2.3. La práctica represiva y el sistema judicial tucumano 2.4. De las representaciones a las prácticas sociales y discursivas las 49 49 55 57 61 Parte II Haceres jurídicos 69 Capítulo 1 Para terror y escarmiento: el cuerpo supliciado (Inés, 1703) 1.1. Los unos: Cuando testificar es legitimar el propio lugar 1.2. Las palabras y los cuerpos. El discurso de la diferencia 1.3. De las prácticas a los discursos 71 76 89 99 Capítulo 2 La hechicería como invención: la tragicomedia de los García Valdés (Clara, 1717 y 1719) 107 2.1. Prácticas prohibidas, discursos ambivalentes 107 2.2. La increíble y triste historia de Clara y su ama desalmada 109 2.3. Palabras legitimadas 113 123 2.4. Decir lo prohibido 2.5. La palabra que no se asume: médicos, curanderos, adivinos 135 2.6. La ignorancia y el silencio como táctica 145 2.7. El efecto de verdad 150 2.8. Clara y las niñas poseídas 155 169 2.9. Cuerpos naturales / cuerpos textuales Capítulo 3 Ecos inquisitoriales: la cacería de hechiceras (Magdalena y Ana de los Manantiales, 1721) 176 3.1. Huellas espectrales, presencias solapadas 7 176 Alejandra Cebrelli 3.2. El colega oficioso o el breviario de la tortura local 184 3.3. De la fuga al vuelo suspendido 188 3.4. Pertenencias y servicios 195 3.6. De encantos, maldiciones y atrevimientos. Los delitos de la palabra 198 3.7. Prácticas terapéuticas a través del lente inquisitorial: fundación de la imagen de la curandera 207 Capítulo 4 En el gozne de una nueva época: epigonías y anticipaciones (Pascuala, 1766) 223 4.1. Diabólica, impúdica y licenciosa 223 4.2. Un giro sorpresivo 225 4.3. Los intereses creados. Ventrilocuismo y diglosia 228 4.4. Cristalizaciones, vacilaciones, deslizamientos 233 Capítulo 5 El asalto a la palabra (Juana Juárez, 1785) 5.1. Palabras ásperas y amistades ilícitas 5.2. El caso del guiso envenenado 5.3. De mujer infame a pobre viuda. Las criminosas calumnias 243 243 252 254 Capítulo 6 ¿Envenenadora o hechicera? (Leona Martínez, 1858) 6.1. Hacia la construcción del estado 6.2. Una versión decimonónica de la infamia femenina 6.3. Vacilaciones significativas 263 263 266 271 Parte III Haceres evangélicos 281 Capítulo 1 Esforzados campeones y labradores apostólicos: La escritura de los misioneros jesuitas sobre el Chaco 283 1.1. Adelantando tierra hacia el Chaco 283 286 1.2. Aquellas remotas provincias 1.3. Del Infierno al Edén 291 Capítulo 2 Para mayor gloria de Dios y prueba de sus escogidos (Lozano, 1733) 301 2.1. Bajo la tradición y el mandato 301 2.2. Los relatos de origen y la perversión de tradiciones 307 2.3. Demonios, indios y hechiceros: hacia una retórica de las representaciones 313 8 Bibliografía Capítulo 3 Con el atractivo que busca la curiosidad (Guevara, 1764 ) 3.1. Enseñar y deleitar 3.2. Astutos, parleros y engañadores 3.3. Bailes, brincos y saludables azotes 3.4. Chupadores y sajadores. Acerca de la medicina chaqueña 321 321 326 329 333 Capítulo 4 El Paraíso perdido (Paucke, 1773-1780) 341 4.1. Bajo la luz de la razón 350 4.2. Otra “manera de hacer”: El nacimiento de la mirada antropológica 355 4.3. Posiciones de saber, lugares de poder 365 4.4. Violencia sobre los imaginarios, violencia sobre los cuerpos 371 Conclusiones 383 Bibliografía 411 Anexo 1 Normas de transcripción de los documentos 437 Anexo 2 Facsímil del Expediente Criminal contra la yndia Pascuala 443 Anexo 3 Mapas 447 Anexo 4 Ilustraciones del padre Florián Paucke 457 9 Alejandra Cebrelli 10 Bibliografía INTRODUCCIÓN 11 Alejandra Cebrelli 12 Bibliografía La construcción de la mirada El título de la tesis, El discurso y la práctica de la hechicería en el NOA. Transformaciones entre dos siglos. Contribución al problema de la heterogeneidad sociocultural, plantea un problema (el discurso y la práctica de la hechicería), lo acota a un espacio (el noroeste argentino) y delimita un período de tiempo (entre dos siglos). El subtítulo la enmarca en la tradición de los estudios latinoamericanistas en general y andinistas en particular que indagan en y desde América Latina. Se trata de una tradición teórica para la cual la heterogeneidad sociocultural del continente constituye un problema entre muchos de los que se relacionan con su objeto: la búsqueda de identidad en culturas donde conviven universos socio-culturales diversos, muchas veces contradictorios, cuyas prácticas convocan en un mismo presente modos de hacer, de decir y de ser cuyas raíces se hunden en tiempos y ritmos disímiles. La categoría de heterogeneidad sobre la cual se asienta la investigación fue desarrollada por Antonio Cornejo Polar para dar razón de los procesos de producción de las literaturas en las que se intersecan conflictivamente dos o más universos socioculturales (Cornejo Polar: 1995, 16-17). Así elaborada la noción sirvió de disparador para pensar los problemas relativos a los modos de circulación y reproducción de un discurso y de una práctica social que no sólo no tenían relación con la literatura sino que, para el período acotado, no se inscribió en el discurso literario canónico. De allí que se hiciera un esfuerzo de adaptación de la 13 Alejandra Cebrelli categoría de heterogeneidad que implicó, necesariamente, un recorte pero, a la vez, una profundización y una búsqueda hacia caminos no necesariamente previstos por el teórico peruano. Cornejo Polar entendía que la heterogeneidad se infiltraba en las instancias más importantes de los procesos de producción de las literaturas (emisor/ discurso/ texto/ referente/ receptor, por ejemplo) haciéndolas quebradizas, dispersas, inestables, contradictorias y heteróclitas dentro de sus propios límites (Cornejo Polar; ibídem). Una complejidad afín caracteriza, precisamente, el discurso y la práctica que constituye el objeto de la presente tesis, sobre todo, cuando se intenta aprehenderlo en todo su dinamismo temporal. Tales características exigen la consideración de la historicidad de los procesos y de las instancias que implican. Se trata, por lo tanto, de intentar aprehender una densidad histórica que es propia de producciones culturales portadoras de tiempos y de ritmos que se hunden verticalmente en su propia constitución, resonando en y con voces que pueden estar separadas entre sí por siglos de distancia (Cornejo Polar: op.cit, 18). En ese sentido, el discurso de la hechicería que atraviesa los siglos XVIII y XIX en el noroeste argentino sirve de claro ejemplo para ver el funcionamiento de esta categoría sobre un objeto afín, ubicado en un enclave sociocultural diferente al que interesaba al peruano aunque con contactos y relaciones entre uno y otro espacio que vienen desde los años de la conquista. Las evidentes distancias entre una práctica textual como la literaria y otra, como la de la hechicería -que se resiste a dejar un registro 14 Bibliografía escrito- obligaron a reconsiderar la teoría de Cornejo Polar y a avanzar sobre un terreno que él había comenzado a delinear: el problema del espesor temporal de prácticas y de discursos relacionados con los lugares periféricos de la cultura. El tipo de material textual sobre el cual se operaba, documentos del siglo XVIII y XIX, obligó –además- a buscar herramientas heurísticas que facilitaran la lectura crítica y posibilitaran la aprehensión parcial de las prácticas sociales, en particular, la de la hechicería. Se trataba de encontrar elementos articuladores entre los textos y la vida social, es decir, índices lo suficientemente confiables como para sostener la reconstrucción de las formaciones discursivas, de los roles, de las interacciones y de las prácticas sociales –lectura que se contrastó y se complementó permanentemente con los aportes provenientes de la historia social, política y económica local como así también de la historia de frontera relativa a la región. En este punto, la noción de representación social posibilitó también la articulación entre las palabras y los haceres y, a la vez, permitió aprehender el funcionamiento de los tiempos en el tiempo, es decir, acercó algunas respuestas a la semiosis de la memoria colectiva local. Esta categoría se revisó, en primer término, a partir de las reflexiones ya citadas de Antonio Cornejo Polar (Cornejo Polar: ibídem). Desde allí, entonces, se han considerado también aportes provenientes de la filosofía del lenguaje (Bajtín: 1985 y 1986; Bajtín / Voloshinov: 1992), de la filosofía de la historia (Foucault: 1980, 1990a y b, 1991a y b, 1994, 1999, 2000; De Certeau: 1992, 1995, 1999, 2000), de la sociología (Bourdieu: 1997; 15 Alejandra Cebrelli Bourdieu / Passeron: 1998) y de la sociocrítica (Angenot: 1989 y 1998; Cros: 1986, 1992, 1997). A ello se suma un trayecto de indagación tanto propio (Cebrelli: 1997b, 1998 b, c y d, 1999b, 2000a, 2001a y b, 2002a y b, 2003a y c; 2004) como compartido (Cebrelli / Arancibia: 2003, 2004, 2005) a lo largo de una década en el marco de sucesivos equipos de investigación centrados en la literatura y la cultura local1. El proceso de producción de la presente tesis terminó de ajustar lo que aquí se denomina como ‘espesor temporal’ de las representaciones sociales. Así perfilada, la noción posibilita ‘fechar’ y ubicar desde un punto de vista morfogenético e ideológico el funcionamiento de la representación de la hechicera en la memoria de la cultura local, mostrando cómo la compleja imagen resultante es múltiple y polisémica en tanto ha sido construida por discursos de filiación socio-cultural disímiles en los que actúan, a la vez, tiempos variados. Por lo mismo, colabora en la aprehensión del funcionamiento de la semiosis en textos heterogéneos como los juicios por hechicería pública, en los cuales no siempre hay coincidencia cultural y lingüística entre los interlocutores. Para dar cuenta de este tipo de funcionamiento se revisaron las nociones de lenguaje bivocal (Bajtín: 1986) y de plurilingüismo (Bajtín: 1 Me refiero a los sucesivos proyectos en los que me formé como investigadora dirigidos por Zulma Palermo que, bajo el título de Proceso de Constitución de la Literatura de Salta. Parte 1, 2 y 3, se desarrollaron entre 1992 al 2002 y que se continuaron –también con mi participación- desde el 2003 hasta la fecha con el nombre de Proyectos de descolonización del conocimiento en América Latina: El rol de las letras. Asimismo, me refiero al proyecto que desde el año 2003 dirijo junto con Víctor Arancibia y que se denomina Prácticas y discursos de resistencia: Procesos de constitución y diferenciación de las subjetividades locales.Todos ellos se han desarrollado en el marco del Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta. 16 Bibliografía 1989, 1992) postuladas por Mijaíl Bajtín y, desde allí, se propuso la categoría de plurivocalidad. Dicha categoría posibilita dar cuenta de enunciados cuya semiosis estalla en procesos interpretativos múltiples que implican traducciones no sólo de una lengua natural a otras, sino de un universo cultural a otros. Esta no coincidencia entre la producción y la recepción del enunciado es lo que define la heterogeneidad de estos tipos textuales (Cornejo Polar: 1995); la plurivocalidad sería una consecuencia directa de esa situación. Por otra parte, la necesidad de aprehender los procesos de traducción arriba aludidos, llevó a la revisión de los aportes de la semiótica en relación a las fronteras internas y extermas de la cultura (Lotman: 1996, 1998, 2000). Dichas nociones se reelaboraron parcialmente a partir de aportes provenientes de la historiografía (White: 1991; Hennessy: 1997; Stanfield: 1998) y en el marco de los proyectos de investigación ya citados. En general, estas búsquedas se realizaron mediante un recorrido permanente de ida y vuelta entre los textos y la teoría, intentando ajustar al corpus las herramientas teóricas y las metodológicas provenientes de diversas disciplinas, elaboradas sobre problemas y culturas afines. En muchos casos, los avances parciales se sometieron a discusión con los integrantes de los ya citados equipos de investigación y de otros con los cuales se comparten inquietudes comunes2. 2 Además de los proyectos ya citados en los cuales me desempeño como directora o como investigadora, me refiero al equipo del proyecto de investigación dirigido por Ricardo Kaliman en el marco del CIUNT (UNT) titulado “Identidad y reproducción cultural en los Andes Centromeridionales”, a los investigadores que dirige Jorge Torre Rogero y codirige Pablo Heredia que se llama "Los discursos del Tucumán: entrancia geocultural y 17 Alejandra Cebrelli En ese sentido, es indispensable señalar, además, la deuda de estas reelaboraciones en particular y del proceso de indagación en general con la reflexión teórica local sobre los problemas relativos a la región (Kaliman: 1993 y 1994; Palermo: 1998, 2000b y c, 2000d, 2004a y b), a las adscripciones identitarias y a las formas de reproducción cultural (Kaliman: 1997a, b y c, 1998 y 2001; Palermo: 2004d y 2005) por una parte como a las producciones literarias y culturales noroésticas (Kaliman: 2004 y 2005; Palermo: 1999b, 2000a, 2001a y b, 2002b) por otra. El intento por situar las categorías teóricas que constituye un esfuerzo permanente a lo largo de la tesis se enmarca en las reflexiones orientadas a la descolonización del conocimiento (Palermo: 2001a, 2002a y c, 2003a y b, 2004c, d y e, 2005). En síntesis, este pensamiento ha contextualizado y, a la vez, ha oficiado como disparador permanente de este largo proceso de reflexión. Con este esfuerzo se ha pretendido colaborar con la producción de un pensamiento heurístico situado, es decir, de un pensamiento capaz de responder desde la propia memoria a las particularidades de la cultura a la que se refiere y pretende explicar. Antecedentes y aportes El problema de la hechicería en el noroeste argentino ha despertado el interés de varios historiadores. Los primeros en indagar al respecto fueron J. López Mañón (1916) y Emilio Catalán (1936) desde perspectivas y articulaciones con el Cono Sur" (SECYT-UNC) y al grupo de investigadores que dirige Silvia Barei en un proyecto denominado “Lenguaje y cultura: el orden metafórico: vida 18 Bibliografía marcos teóricos muy alejados a los de esta investigación. Más recientemente, en 1997, Carlos Garcés se ocupó de estos juicios en su libro Brujas y adivinos en Tucumán (siglos XVII y XVIII) elaborando un relato de los mismos en función de la problemática de la delincuencia y del castigo en la sociedad colonial. Por su parte, historiadores muy jóvenes se han ocupado de la hechicería en Córdoba del Tucumán en relación al problema de la etnicidad (Rufer: 2001) o del género (Pizzo: 2004). Las investigaciones de Judith Farberman merecen destacarse ya que trabaja en detalle el proceso por hechicería realizado contra las indias Pancha y Lorenza en Tuama, Santiago del Estero, en 1761 (Farberman: 2000 a y b; 2001 y 2003) y refiere el resto de los procesos por hechicería del territorio tucumano sin profundizar en ellos. Farberman realiza un meduloso análisis de este material desde la perspectiva de la historia social y, por lo mismo, su lectura ha enriquecido la presente investigación. Muy recientemente, cuando ya se había finalizando prácticamente este trabajo, ha publicado un libro donde retoma el ya citado juicio contra Pancha y Lorenza para explayarse sobre el problema de la hechicería en Santiago del Estero (Farberman: 2005). Los antropólogos han demostrado interés en las creencias y en las prácticas locales consideradas mágicas –ya sea en las ‘curativas’ o en las ‘dañinas’, las cuales se estudian, en algunos casos, desde los parámetros de la medicina occidental (Rosemberg: 1939; Rodríguez Rivas: 1989; Vivante / cotidiana, medios de comunicación y textos artisticos” (SICYT-UNC). 19 Alejandra Cebrelli Palma: 1991; Paleari:1992; Madrid: 2002-2001). En tanto se ocupan de modos de hacer vigentes en éstos días, han posibilitado tanto la contrastación entre las prácticas coloniales y las actuales como el establecimiento de sus orígenes ya sea europeo, andino o chaqueño. Mucho más cerca de la mirada y del abordaje teórico del presente trabajo está el libro de Alicia Poderti, titulado La hechicería colonial en el noroeste argentino (2002), donde se relevan los antecedentes de la práctica en los primeros años de la conquista, destacando su carácter andino, femenino y marginal. El libro de Poderti hace hincapié en el juicio de 1703 contra Inés –al cual se dedica aquí un capítulo- y en dos procesos santiagueños que han quedado fuera del corpus de esta investigación, uno de los cuales es el de Tuama, estudiado también por Farberman. En lo relativo a la escritura de los misioneros jesuitas, existen trabajos importantes sobre las Cartas Anuas realizados en forma interdisciplinaria por Sara Mata de López desde la perspectiva histórica y por Elena Altuna desde la literaria apoyada en la crítica cultural (Altuna: 1998a, 67-81; Altuna y Mata de López: 1992, 125-142 y 1999). Estos artículos señalaron horizontes de lectura que resultaron provechosos para la presente investigación ya que los textos que aquí se tomaron reescriben, en parte, las citadas cartas. Asimismo, las estrechas relaciones que establece el discurso misional jesuitico con el discurso de los caminantes coloniales, exhaustivamente estudiado por Altuna (Altuna: 1998b, 82-84; 1998c: 95108; 2000: 27-50 y 2002), hizo que sus investigaciones resultaran 20 Bibliografía enriquecedoras aunque, cabe aclarar, se orientan a la construcción de las imágenes del otro en relación con los proyectos colonialistas pero no específicamente del problema de la hechicería. Por último, es indispensable destacar las indagaciones realizadas por historiadores locales sobre sociedad, población, expansión territorial y economía regional del siglo XVIII o de principios del siglo XIX que, si bien tampoco se interesan por la práctica de la hechicería, aportan datos fundamentales para reconstruir los imaginarios respectivos y, en ese sentido, han sido una herramienta insustituible en la escritura de la presente tesis (López de Albornoz: 2003; Mata de López: 2005; Mata de López -comp.: 1999; Vitar: 1999 y 2001: 201-221; Santamaría / Cruz: 2001). Los estudios arriba citados constituyen significativos aportes tanto en relación al problema de la hechicería en el noroeste argentino, como al discurso de los caminantes coloniales o al conocimiento de la sociedad local durante los siglos XVIII y XIX en la región. Si bien existen coincidencias parciales con la presente investigación, ninguno de ellos opera sobre el mismo corpus que aquí se lee ni realiza el mismo recorte temporal y geocultural. La perspectiva aquí propuesta atendió a las transformaciones de la hechicería –en tanto discurso, práctica y representación- problematizando sus relaciones con los procesos semióticos de la memoria local y atendiendo tanto a su densidad temporal como a los mecanismos de textualización según el ámbito de circulación y la instancia socio-histórica correspondiente. Asimismo, permitió develar el modo en que los discursos 21 Alejandra Cebrelli oficiales registran, evocan y valoran las prácticas alternativas -la hechicería, la adivinación, el curanderismo y la trashumancia, entre otras, explicitando su impacto en los ámbitos institucionales pero también en la vida cotidiana de los agentes. La construcción del corpus y la organización del informe El corpus se construyó considerando un sector de la producción letrada de los siglos XVIII y XIX donde se inscribe el discurso de la hechicería en alguna de sus variantes, para lo cual se relevó material documental de los repositorios locales (tucumanos y salteños). En general, se trata de escrituras producidas por y desde instituciones con fuerte injerencia en la reproducción de las prácticas y en los procesos de construcción de las identidades locales y, por lo mismo, estrechamente relacionadas con el poder de turno. Está compuesto por textualidades diferentes entre sí tales como los expedientes judiciales por hechicería pública, un expediente policial por envenenamiento y la escritura de los misioneros jesuitas al Chaco: descripciones, historias, memorias. En el caso de los expedientes citados se realizó una transcripción paleográfica completa de cada uno ya que, salvo del juicio de 1703 contra Inés (Lizondo Borda: 1941), no habían sido publicados3. 3 Los criterios utilizados quedan explicitados a pie de página y en el ítem “Normas de transcripción de los documentos” de “Anexo 1”. 22 Bibliografía A partir de la lectura analítica de ese corpus, entonces, se relevó y describió el discurso de la hechicería determinando sus variantes, sus modalidades, sus retóricas y las representaciones que entrama, siempre en relación con los horizontes referenciales vigentes en cada época. Se trata de un discurso que al referir una práctica proscripta se disemina en los intersticios textuales, enmascarándose, encabalgándose y ocultándose según las instancias históricas y variando su grado de visibilidad al punto de casi desaparecer del mercado discursivo durante la mayor parte del siglo XIX. Tal funcionamiento obligó a buscar tipos textuales producidos en el marco de las instituciones oficiales cuyas características sufrieran pocas alteraciones pese a los cambios sociales y políticos ocurridos en el período analizado y, por lo mismo, permitiesen realizar una lectura contrastiva. Este fue el criterio para incluir un expediente policial por envenenamiento que registra la vigencia de la creencia y de la práctica de la hechicería hasta 1858, cuando ya prácticamente el discurso se había silenciado en el resto de la escritura pública. A partir de ese momento, prácticamente no se vuelve a encontrar registros en la escritura jurídica local. Esta desaparición del mercado discursivo obligó a buscar otros tipos textuales que, además de los expedientes mencionados, inscribiesen el discurso de la hechicería y permitieran rastrear el proceso completo: la transformación del discurso y de los modos de inscripción de los últimos años del gobierno de los austrias a las reformas borbónicas y, desde allí, hasta los primeros años de la república. 23 Alejandra Cebrelli La inclusión de la producción jesuítica referida al Chaco resolvió parcialmente el problema pues registra el discurso de la hechicería a lo largo del siglo XVIII y permite ‘constatar’ su desaparición en una escritura que, pese a ser diferente, continúa refiriendo el territorio y a sus habitantes a lo largo del siglo XIX. Se trata de diarios de misioneros franciscanos, de gobernadores y militares que se escribieron a propósito de las ‘entradas’ al territorio chaqueño luego de la expulsión de los jesuitas en 1767 los cuales tienen en común el hecho de responder a proyectos de expansión territorial. Pese a su evidente relación con la escritura jesuítica, estas producciones sólo se citaron para dar cuenta del progresivo silenciamiento del discurso y de la práctica de la hechicería a medida que se avanza hacia el siglo XIX y hacia el proceso de constitución del estado. De la escritura misional jesuítica, se destaca Hacia allá y para acá. Una estadía con los indios mocovíes del padre Florián Paucke (1773-1780) porque no sólo inscribe el discurso sino que registra, describe e ilustra minuciosamente las prácticas chamánicas de los mocovíes desde parámetros decidamente cientificistas y modernos. Pese a que Florián Paucke escribió estas memorias en alemán, el extraordinario valor documental del texto justificó ampliamente su inclusión en el corpus de la tesis. En este punto es necesario aclarar que el particular funcionamiento de este discurso, limitó notablemente el número de textos a incluir en el corpus el cual se construyó con lo poco que había sobrevivido al tiempo y había pasado a formar parte del patrimonio cultural conservado en los repositorios locales. 24 Bibliografía En síntesis, el corpus textual quedó conformado con expedientes jurídicos y policiales por una parte y por la otra, con la producción misional. Se trata de escrituras realizadas en forma simultánea que refieren las relaciones del poder colonial con los estamentos marginales ya colonizados o en proceso de colonización. Con la finalidad de hacer inteligible el proceso de indagación se organizó el cuerpo del informe de la tesis en tres partes. La primera parte, “Preliminares”, contiene las referencias históricas indispensables para situar socio-culturalmente a los textos del corpus. Asimismo, explica las relaciones entre la práctica de la hechicería con otras prácticas alternativas y establece diferencias básicas en orden a la comprensión del problema de la hechicería, como la diferencia entre esta práctica y la de la brujería. La segunda parte lleva por título “Haceres jurídicos” y encierra la lectura crítica pormenorizada de cada juicio. Incluye el proceso policial de 1858 pues, como se demuestra, constituye el último registro encontrado del discurso de la hechicería antes de su desaparición en la formación discursiva local durante más de un siglo. La tercera parte, “Haceres evangélicos”, se abre con un capítulo dedicado a la escritura jesuítica en general y continúa con la lectura crítica detallada de la Descripción Corográfica al Gran Chaco Gualamba de Lozano, de la Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán del padre Guevara y de las ya citadas memorias del padre Paucke. 25 Alejandra Cebrelli Finalmente cabe poner de relieve el carácter provisorio y local de este trabajo. Con éste no se intenta cerrar la reflexión sobre el problema de la hechicería sino poner en evidencia las dificultades que surgen a la hora historiar prácticas y discursos marginales, tratando de no aplanar la vitalidad y complejidad de sus procesos; tampoco se pretende ‘decir la última palabra’ en torno al problema de la heterogeneidad sociocultural de las producciones locales. Por el contrario, esta propuesta tentativa pretende abrirse al diálogo y al debate con el convencimiento de que las respuestas relativas a esta cultura sólo pueden ser parciales y provisorias. Precisamente, el hecho de preguntarse una y otra vez sobre estos y otros problemas buscando aportar respuestas pensadas desde y para este enclave geocultural permite dar un paso más en orden a la construcción de teorías explicativas que signifiquen la producción de un conocimiento descolonizado y descolonizador. 26 Bibliografía PARTE I Territorios y culturas en conflicto 27 Alejandra Cebrelli 28 Bibliografía Capítulo 1. Ciudades y fronteras Un acercamiento a la vida cotidiana del Tucumán entre los siglos XVIII y XIX constituye un esfuerzo de lectura, un proceso de reelaboración, una puesta en marcha de estrategias contrastivas y la construcción de una ‘imaginación histórica’ nunca definitiva ni completa. Se trata de leer críticamente una serie de textos escritos que, con el paso de los años, han adquirido el valor de documentos. A partir de ellos, se intenta reconstruir aquello que se resiste y siempre se evade: la compleja vida social que orienta y realiza el sentido de cada uno (Bajtín: 1999, 248-294; 1992, 142) entretejiendo la producción simbólica de las sucesivas instancias de la historia local. Este tipo de rastreo implica, además, la consideración de los principales acontecimientos políticos, religiosos y económicos que conmovieron la sociedad tucumana durante la instancia temporal ya señalada. Dichos acontecimientos explican y sostienen los cambios de las prácticas sociales, ideológicas y discursivas que dejan sus huellas en los textos. Esto hace necesario una constante contrastación de sucesivas lecturas con investigaciones realizadas en el campo de la historia o de la crítica cultural, en un permanente ir y venir desde los documentos a los textos científicos y críticos4. La importante distancia temporal que media entre los hechos aquí referidos y esta instancia de indagación requiere de un acercamiento previo que ilumine la problemática de la hechicería durante esos años para, desde allí, proponer una breve historia de esta práctica y de este discurso tanto en el Tucumán como en el territorio indiano durante el último siglo de la colonia y los primeros años de la república. Esto permite integrar los textos del corpus a los procesos socio-históricos completando parcialmente los 4 Esta reconstrucción histórica es el resultado del esfuerzo de lectura, reflexión y contrastación arriba enunciado. Se coloca en este lugar a los fines de facilitar la lectura crítica de cada uno de los documentos que sigue a continuación. 29 Alejandra Cebrelli espacios lacunares y restableciendo referencias que, de otra manera y desde estas condiciones de reconocimiento, se harían muy difíciles de dilucidar. De este modo, se trata de acercar al lector –en la medida de lo posible- la compleja, diversa y multiforme sociedad del Tucumán de antaño. 1.1. Las primeras décadas A comienzos del siglo XVIII, dentro de la Gobernación, San Miguel fue la segunda ciudad en importancia después de la de Córdoba. Ocupaba un territorio clave desde el punto de vista estratégico y económico pues estaba rodeada de valles fértiles aptos para la cría de ganado y, además, estaba ubicada a medio camino de la ruta comercial al Alto Perú. Por entonces, la ciudad y su jurisdicción contaban con 500 habitantes españoles, numerosos indios, mestizos y mulatos que se repartían entre la ‘ciudad’ –de apenas una veintena de casas- y las haciendas o chacras aledañas (Vitar: 1972, 45). Las últimas proveían el grueso de los productos que se exportaban al norte y funcionaban como pequeños centros comerciales para los mercaderes de paso al Potosí. Este activo intercambio constituía la principal actividad económica de la ciudad y definía la composición social del grupo de poder integrado por encomenderos, hacendados y –en menor grado- comerciantes (Halperín Donghi: 1972, 20). Desde el siglo anterior, las tribus salvajes del Chaco amenazaban con sus avances sobre las haciendas y las ciudades de la gobernación, lo que alteraba tanto la vida cotidiana como el nutrido comercio con el Alto Perú y, además, había provocado un estado de guerra casi permanente con su consecuente crisis económica, situación que se mantuvo hasta la segunda 30 Bibliografía mitad de la centuria. Los españoles habían intentado infructuosamente su colonización desde el siglo XVI pero al fracaso de las sucesivas fundaciones se le había sumado una acción ineficaz de los ejércitos; los jesuitas no tuvieron mejor suerte en sus entradas aunque la fundación de reducciones sumadas a los fortines constituían un cordón parcialmente defensivo desde donde se ejercía una progresiva presión sobre los pueblos situados en la periferia del Chaco (Vitar: op.cit., 227-302). Los ataques asolaban el territorio donde se asentaba la mayor parte de la fuerza productiva de la ciudad dejando en crisis la economía regional. La presencia belicosa de los indígenas chaqueños, sobre todo de los temidos guaycurúes –tobas, abipones y mocovíes, amenazaba no sólo los territorios ubicados al este del río Salado –límite considerado casi natural con el Chaco durante todo el siglo- sino también las chacras y haciendas ubicadas hacia el oeste. Esta inestabilidad había provocado el traslado de ciudades completas –como la de Esteco al sudeste de Salta, y de pueblos de indios o de haciendas hacia territorios más seguros, como el valle de Choromoros. A principios del siglo XVIII, estos re-asentamientos poblacionales corrieron la frontera este hacia la ciudad de San Miguel5. 5 Para la tradición de la historiografía norteamericana, el concepto de frontera alude a regiones alejadas de los centros hegemónicos sobre las cuales se pretende avanzar; funciona como una franja territorial cuya dimensión simbólica es el resultado de conflictivas relaciones intersubjetivas, de tipo interétnico o intercultural, lo que la convierte en un espacio de tensiones –bélicas o no- pero también de negociaciones y transacciones comerciales y geopolíticas (White:1991; Hennessy: 1997; Stanfield: 1998). Así entendida, contribuye a ampliar el conocimiento de las áreas en las que los procesos de producción, de estructuración institucional y social no se han integrado aún a las formaciones hegemónicas, pero que están en proceso de formación o de transformación. Esta última re-conceptualización, resultante del abordaje historiográfico de procesos socioculturales complejos, está muy cerca de la noción de frontera cultural, entendida desde la perspectiva de la semiótica de la cultura, a la que le interesan la manera en que se 31 Alejandra Cebrelli Si bien las campañas ofensivas formales contra los indios del Chaco no fueron muy numerosas –las de 1710-1711 y las de 1747-1752 fueron las dos únicas en cincuenta años- las escaramuzas eran continuas. A la inseguridad fronteriza se sumaban los múltiples intereses que diversos estamentos y poderes tenían sobre el territorio, transformado así, desde puntos de vista muy distintos, en un problema candente. Para los vecinos tucumanos, por ejemplo, estas guerras y sus necesidades militares servían de pretexto para esclavizar a muchas familias de guerreros chaqueños, haciendo caso omiso a las benévolas Ordenanzas de Alfaro que habían prohibido tales acciones. Como resultado, muchas de estas tribus no fueron reducidas a pueblos de indios –lo que les hubiera asegurado la supervivencia- sino que fueron aniquiladas o vendidas como ‘piezas’ en calidad de esclavos (Palomeque: 2000, 132-133). En ese sentido, el programa jesuítico frenaba la avidez de los hacendados-encomenderos aunque la Compañía también tenía intereses económicos en estas reducciones, en particular en la de San Esteban de Miraflores a cuyas riquísimas tierras aptas para el cultivo y la ganadería se le sumaba una posición estratégica en la ruta comercial entre el Alto Perú y el Río de la Plata (Vitar: op.cit., 231-237). Por ese mismo motivo, la ‘pacificación’ del Chaco también interesaba a la corona española, siempre ávida de incrementar sus arcas. procesa la memoria, es decir, la información cultural (Lotman: 1996, 21-42). Para esta línea de reflexión, la cultura es un mecanismo único fuera del cual es imposible el sentido (Cebrelli: 2002a, 181-189 y 2002b, 117-130). 32 Bibliografía El contraste entre los intereses de los unos y los otros sobre la parcialidad del Chaco, resulta una muestra de los conflictos que ya existían entre la corona y los vecinos tucumanos y que giraban alrededor de la encomienda, sistema sobre el cual se asentaba el poder económico y político local pese a que desde hacía largos años había sido dado por concluido por el Consejo de Indias. Las encomiendas mantenían militarizada la región ya que, a cambio de las mercedes recibidas, los feudatarios debían poner hombres y haciendas al servicio de la defensa del territorio conquistado. De allí que la mayoría de los encomenderos formaran parte de las milicias locales y ostentaran algún grado jerárquico. Por otra parte, la necesidad de ‘pacificar’ la frontera había llevado a la corona a exigir sus derechos sobre estos encomendados y a ejercer una presión permanente para que colaboraran con dinero y con milicianos en el conflicto. Cabe aclarar que el sistema de encomiendas se dio por finalizado legalmente entre 1707 y 1721 pero sólo después de las reformas borbónicas la ordenanza se hizo efectiva en el Tucumán, minando el poder que este grupo social venía ejerciendo desde antaño (Areces: 2000, 150). Por su parte, la Compañía de Jesús pretendía la administración exclusiva de los pueblos indígenas de la frontera, a cuya consolidación contribuían los misioneros mediante continuas entradas al interior chaqueño para captar nuevos grupos y, a través de la dura batalla cotidiana, para evangelizar a los indios bravos reducidos. Tal esquema operativo apuntaba a garantizar una gestión autónoma de los pueblos puestos bajo su administración por las autoridades coloniales. Pese a que esta postura 33 Alejandra Cebrelli separatista sería duramente criticada luego de la expulsión de los jesuitas, en realidad, fue el resultado de la propia decisión de los poderes coloniales que habían delegado en estos sacerdotes una buena parte de la responsabilidad, del trabajo –y de la inversión- que significaba defender y avanzar sobre la frontera (Vitar: op. cit. 231). Los diversos conflictos surgidos a partir de la trama de intereses encontrados entre el poder local, el de la Compañía y el de la corona tuvieron un necesario impacto en la vida cotidiana e institucional de los habitantes del Tucumán, impacto que se tradujo en acontecimientos internos a la ciudad –procesos judiciales- o externos, como las ‘entradas’ continuas al territorio tan deseado como temido. Estos se sumaban a las tensiones inter-étnicas e inter-estamentarias que, propias de una sociedad abigarrada y compleja como la tucumana, también formaban parte de los intereses encontrados que motivaban dichos procesos. En todos los casos se trataba de acciones orientadas a consolidar la sociedad colonial no sólo en los aspectos materiales y exteriores –asegurar la frontera, apoderarse de tierras y mano de obra- sino y sobre todo en los aspectos simbólicos relativos a la conformación de las subjetividades locales y al control del resto de los estamentos que participaban en la vida de la ciudad y de las haciendas, fuertes y pueblos de indios aledaños. Como toda campaña de expansión y control territorial e ideológico, requería de un discurso particular, es decir, de una serie de relatos, imágenes de mundo y argumentos cohesivos y articulados a partir de los cuales se pudiesen ‘justificar’ y sostener acciones concretas que, en realidad, ponían 34 Bibliografía en juego vidas y bienes materiales. De este modo se fundó una imaginería discursiva que se puso al servicio tanto de proyectos individuales y familiares (de los de Luna y Cárdenas, de los García Valdés, de los Alfaro) como colectivos (de los encomenderos, de la Compañía, de la Corona): se trataba de representaciones de diferentes tipos de actores sociales y de territorios propios y ajenos cuya alteridad extrema se encontraba en las figuraciones de las hechiceras y de los indios chaqueños. En ese sentido, estas representaciones de lo ajeno constituían un espejo roto que reflejaba y difractaba, a la vez, los saberes y las jerarquías de la cultura dominante que los estaba refiriendo. En uno y otro caso, la otredad y la ‘necesidad’ de evangelización ‘justificaba’ el tormento o la colonización e, inclusive, el exterminio de estas ‘reas’ o de aquellas tribus que estaban ‘en la oscuridad’ del pecado o de la ignorancia de Dios, en el más allá de la cultura colonial ‘iluminada’, en cambio, por la fe en Cristo y por una racionalidad que iba a ser cada vez más evidente a medida que avanzara el siglo. En una cultura cuya obsesión por la letra escrita constituyó una de sus características más notables, estos conflictos dieron lugar a una serie prolífica de cartas, bandos, certificaciones que producía la burocracia colonial6. Mientras los procesos por hechicería pública construían imágenes de esclavas o de indias perversas, demoníacas y -con el correr de los años6 Al respecto remito a los documentos relevados por varios historiadores; en particular, los Documentos del Archivo General de Indias para la Historia del Tucumán. La Diócesis del Tucumán (Tomo 2, Siglo XVIII) publicados por P. A. Larrouy (Larrouy: 1927) y los que transcribe Beatriz Vitar, sitos en diversos repositorios latinoamericanos y españoles (Vitar, op.cit.). 35 Alejandra Cebrelli desvergonzadas, paralelamente, las representaciones del bárbaro y salvaje mocoví, toba o abipón también se demonizaban en las relaciones de los misioneros, deudoras –además- de la tradición discursiva de las Cartas Annuas. Los religiosos solían atribuir el fracaso de su acción pastoral a las prácticas demoníacas de hechiceros o hechiceras pertenecientes a algunas de las parcialidades chaqueñas. De este modo, los semas /infernal/, /brujo/ y /hechicero/ confluían en el campo semántico de lo bárbaro y de lo salvaje, que constituían la representación de la otredad colonial. Bajo la pluma de religiosos, militares o gobernadores se agigantaba la lucha contra todo tipo de dificultades que representaba el tránsito por un territorio desconocido para llegar a los asentamientos indígenas y la resistencia que éstos ofrecían a las ‘ventajas’ de la vida civilizada y cristiana que supuestamente le ofrecían. En ese sentido, toda la escritura referida a la experiencia misional de los jesuitas en el Chaco está saturada con los mismos tópicos que se leen en los informes de los jefes de las entradas que se organizaron desde Tucumán (Vitar: 230-231). De allí que las imágenes identitarias que acompañaron el trazado del territorio propio (ciudad, haciendas, misiones, fortines, pueblos de indios) y ajeno (el Chaco) iban diseñando las representaciones del espacio y del hombre salvaje que, reacentuadas por el modelo civilizatorio entramado en los diccionarios y libros de los pensadores franceses iluministas7, constituirían el material 7 La palabra civilización es usada por primera vez por el Marqués de Mirabeau. De 1765 a 1790, es un término de uso corriente en libros y diccionarios de conocidos autores como Baudeau, Diderot y Demeunier. Estos autores reconocían tres categorías de pueblos: en el grado más bajo, los ‘salvajes’; en otro vagamente superior, los ‘bárbaros’ y, por fin, los 36 Bibliografía textual donde cien años después abrevaría D. F. Sarmiento (Lojo: 1994, 1112). 1.2. Del siglo XVIII al XIX Con los años, la significación de tales estrategias de expansión y control del territorio iría ‘modernizándose’ junto con el imaginario colonial si bien nunca abandonaría su carácter represivo. La expulsión de los jesuitas del territorio indiano (1768) y las reformas de Carlos III (1759-1788) constituyeron dos de los índices más elocuentes de que el mundo colonial, con sus tradicionales modos de hacer, de mirar y percibir, estaba comenzando a disolverse inclusive en lugares tan remotos y fronterizos como la ciudad de San Miguel de Tucumán y su campaña. La política centralista borbónica había reorganizado el territorio en espacios administrativos más reducidos con la intención de facilitar su control. El proyecto de racionalización de recursos se sustentaba en el ‘espíritu utilitario’ que promovía el bienestar de los súbditos y buscaba devolver a España su lugar de privilegio entre las naciones (Altuna: 2002, 162). Las nuevas medidas se centraban, por una parte, en la venta de las grandes extensiones de terreno a los pobladores de mediana capacidad de producción, evitando la concentración de los títulos en pocas manos y, por la otra, trataban de recuperar parcelas que habían sido propiedad de la detentores de la civilité. Estos apasionados del conocimiento empiezan a asociar la civilización (originalmente relacionada con la urbanidad) con la instrucción. Dice Diderot, levantando banderas que luego hará propias Sarmiento: Instruire une nation, c’est la civiliser; Y étenidre connaissandces, c’est la ramener à l’etat primitif de barbarie. L’ignorance est le partage de l’escalve et du sauvage. (Lojo: op. cit. 11-12). 37 Alejandra Cebrelli Compañía de Jesús o de otras órdenes religiosas, asegurándose la hegemonía del poder político y económico. Pretendían, además, ampliar la base tributaria de la corona y optimizar el cobro de los impuestos, obteniendo el dinero necesario para sostener el nuevo aparato burocrático (Chiaramonte: 1997, 40-43). La pérdida del protagonismo de la Iglesia en el escenario político imperial como consecuencia del regalismo impuesto desde la corona se condijo con el intento de lograr una paulatina secularización del imaginario oficial, cada vez más influenciado por los valores racionalistas del Iluminismo que significaron el ingreso de España y de sus colonias en el paradigma de la modernidad. Desde el punto de vista ideológico, los valores relativos a lo espiritual y a lo sobrenatural se vieron cuestionados por otros de tipo racional y cívico, a partir del desarrollo de una filosofía de los derechos del hombre. Es una época de deslizamientos socioculturales y de cambios de marcos de referencia de las prácticas que implican mutaciones de lo creíble, de lo decible y de lo pensable. Este nuevo ‘orden’ de las prácticas respondía más a la ética que a la religión, haciendo evidente los procesos de racionalización de las mismas. Como se señalará a lo largo de esta investigación, la doctrina de ayer se fue transformando en creencia, en convicción o en superstición. En Europa, el proceso venía desde el siglo anterior. Durante el mismo, se habían pluralizado los marcos de los sistemas de referencias y ello había creado un nuevo espacio social que, carente de la referencia totalizadora de los discursos dogmáticos, se entregaba a la superstición o al 38 Bibliografía escepticismo, de acuerdo a la pertenencia o no de los agentes al estrecho círculo letrado. A causa de estos desplazamientos, la religión comenzó a ser escudriñada desde el exterior, tendiendo a convertirse en un objeto social y dejando de ser para los agentes aquello que le permitía pensar y conducirse (De Certeau: 1993, 152-155). Si bien el ideario que venía de ultramar y constituía la matriz misma del espíritu reformista que caracterizaba al gobierno Borbón tardaría unos años en circular por estos territorios, su matriz ideológica había llegado de la mano de las reformas administrativas que se comenzaban a imponer a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Cabe aclarar que los aires reformistas adquirieron las características de la cultura local. Por lo tanto, el pensamiento renovador de los últimos años del período colonial se caracterizó por una convivencia de rasgos que, en Europa, ya eran antitéticos pues pertenecían a épocas diferentes de su historia cultural. Cabe aclarar que muchas ideas ‘modernas’ e ilustradas estaban llegando a la región gracias al pensamiento jesuita (Chiaramonte: op.cit., 23)8 que, a la vez, mantenía vigentes lógicas referenciales de tipo sobrenatural y premodernas. Todo ello significó un cambio parcial y paulatino de prácticas, representaciones y valores que no fue muy evidente en la vida cotidiana de la sociedad colonial pero, como se tratará de mostrar, es legible en la producción escrita del momento y, a la larga, tuvo necesario impacto en la conformación social y en el sistema productivo. 8 No es de extrañar, por lo tanto, que muchos de los líderes de la revolución de mayo y de la guerra de la independencia fuesen sacerdotes. 39 Alejandra Cebrelli En líneas generales, en el plano local, las reformas apuntaban a la renovación de métodos y costumbres, contribuyendo a que los tucumanos se dedicaran al comercio y a la agricultura, pues la provincia estaba considerada como una de las más fértiles de América (Acevedo: 1965, 8384). Hubo un notable crecimiento poblacional y un aumento significativo del comercio en todo el espacio andino alrededor de la producción de plata. Una demanda creciente de alimentos impulsó el aumento de la producción agraria. Por su parte, el desarrollo mercantil y la expansión ganadera, favorecieron los movimientos inmigratorios de comerciantes peninsulares, cuyo ascenso económico y social suscitó –por su parte- una reevaloración de la preeminencia de la riqueza sobre el linaje y la construcción de un nuevo orden social vinculado a la modernidad (Mata de López: 2005, 323-324). Como resultado de tales cambios, circulaban en la formación discursiva de mitad de siglo ciertos valores y ciertas representaciones relativas a prácticas agrarias y comerciales que provenían de las ideas ilustradas y neomercantilistas de Jovellanos y Campomanes -a su vez, influenciados por los fisiócratas que consideraban la producción rural como la fuente de riqueza de las naciones (Chiaramonte: op.cit.). El control del territorio como valor económico había reemplazado al de la fuerza de trabajo y al del tributo. El cambio de mirada tuvo un impacto directo sobre las prácticas pero también sobre la expansión hispano- criolla hacia los territorios ocupados por los indios, tanto hacia los pueblos de indios como hacia el ‘salvaje’ Chaco (Mata de López: ibídem, 323). Desde la capital de la intendencia 40 Bibliografía local, sita entonces en la ciudad de Salta, comenzaron a organizarse sucesivas expediciones que daban cuenta de las políticas oficiales y de intereses de tipo institucional respecto de la región; sin embargo, en alguna de estas expediciones –como en las de Adrián Cornejo- representantes de la elite local no dudaron en arriesgar sus bienes e, inclusive, su propia vida. Se trataba de visionarios que apostaban sus bienes en este tipo de empresas buscando consolidar su posición en el grupo de vecinos y, a la vez, incrementar su patrimonio material y simbólico (Cebrelli: 2003c, 11781190). Es que en el nuevo clima, el viejo sistema de encomiendas no sólo era insostenible sino prácticamente impensable por lo que los antiguos encomenderos comenzaban a mirar el campo en busca de nuevas formas de producción en las cuales sustentar su poder. De allí que la implementación de estas reformas se viese influida por las redes parentales y comerciales locales en el marco de las coyunturas económicas y políticas de los últimos años del siglo y los primeros del siguiente. Como consecuencia, el intento por aplicar algunas medidas reformistas en materia de tierras no alcanzó los resultados esperados por los juristas españoles pues terminó beneficiando, en muchos casos, a antiguos propietarios, burócratas y estancieros vinculados por lazos de poder y parentesco con la elite local y asociados de igual manera con el capital mercantil. Ello generó el surgimiento y recomposición de grandes extensiones muchas veces improductivas en pocas manos (López de Albornoz: op.cit., 105-120). 41 Alejandra Cebrelli Al finalizar el siglo XVIII, la elite ‘reformada’ estaba constituida por comerciantes y terratenientes vinculados con las actividades agroganaderas y con los transportes. Una vez más sus intereses no coincidían con los de la corona ya que, lejos de ocuparse de cultivar sus latifundios, se esforzaban por ejercer un control cabal sobre la creciente población rural que comenzaba a competir en los mercados y amenazaba su hegemonía. Los terratenientes presentaron quejas sobre la presencia de gente vaga y malentretenida en sus haciendas, solicitando al Cabildo un reordenamiento del sistema de justicia que eliminara de la campaña a toda población considerada ‘sospechosa’. Las estrategias no eran nuevas: desde la administración anterior la elite hispano-criolla controlaba el Cabildo proponiendo y ejecutando una política favorable a sus intereses. Pronto estas medidas se traducirían tanto en una selección cada vez más afinada de los propietarios rurales como en un avance sobre las tierras fiscales y las confiscadas. La ambición expansionista no había respetado siquiera las parcelas ocupadas por los Pueblos de Indios, con el argumento de que, en esos días, estaban abandonadas y baldías. Se habían iniciado así litigios sobre las tierras de La Ramada, Nacchi, Marapa, Amaicha, Colalao y Tolombón que se resolvieron con la venta de estos terrenos a terceros recién entrado el nuevo siglo (López de Albornoz: op. cit., 105-124). En todo el Tucumán, durante los años que van de 1760 a 1779 la justicia capitular se ocupó de cuatro casos por hechicería, dos de los cuales 42 Bibliografía tienen por escenario un pueblo de indios9. El último proceso registrado para ese siglo, el de 1785 contra Juana Juarez, tuvo por protagonistas a pequeños hacendados criollos y transcurrió en los alrededores de San Miguel. De allí que estos procesos puedan interpretarse como parte de una campaña de homogeneización ideológica que ya no se instaura en y desde la ciudad colonial sino que avanza sobre la periferia; en otras palabras, estaría dando cuenta del avance territorial e ideológico de la colonia y de la necesidad de consolidar el sistema en las periferias. No parece extraño, por lo tanto, que – al ritmo de los tiempos- se ‘corriesen’ de la ciudad al campo ni que tuviesen por escenario a dos de esos pueblos en litigio; tampoco llama la atención que en ellos las representaciones y los valores que habían caracterizado la cultura colonial estén hipercodificados y –por lo tanto- férreamente esquematizados de modo que pudieran ser cuestionados por otros más modernos y aparentemente con mayor ductilidad para dar respuestas a los desafíos de la época. En el ‘revés de la trama’ se leen deslizamientos y cambios en los marcos de referencia que pasan de una matriz deudora de la religión católica a otra mucho más secular y moderna que coloca la política y la economía en primer término y que, una vez concluido el proceso, reemplazará valores de tipo sobrenatural y religioso por otros más orientados al mundo natural, estrechamente relacionados con el imaginario científico y con el modelo liberal propulsado por los estados modernos. Las trasformaciones de las 9 El proceso de Tuama (Santiago del Estero, 1761) fue uno de los más cruentos de la centuria pues terminó con la ejecución de las dos indias acusadas. Existieron, además, 43 Alejandra Cebrelli estructuras sociales, por lo tanto, actúan directamente sobre las representaciones y sobre los valores que las fundan y a la vez las sustentan. Las querellas del período dan cuenta, por su parte, del proceso de disolución de modos de pensar y de vivir que –como la misma práctica de la hechicería- habían mantenido su vigencia durante largo tiempo y comenzaban a ser desplazados hacia alguna de las periferias de la cultura local como así también de las nuevas tensiones inter-étnicas, inter-genéricas e inter-estamentarias resultantes del re-acomodamiento de la sociedad tucumana a las reformas borbónicas. La disolución fue lenta y continuaría hasta bastante entrado el siglo siguiente, sobre todo en regiones periféricas. De hecho, el último proceso del corpus acá propuesto es un caso policial producido a mediados del siglo XIX en la campaña salteña (Rosario de Cerrillos). El mismo da cuenta de la vigencia de prácticas consideradas anómalas, bárbaras y atrasadas en las periferias de la antigua intendencia que, por entonces, pertenecían a la novísima provincia de Salta. Da cuenta, además, de un momento donde las crisis sociales repercuten en el plano simbólico y muestran el funcionamiento simultáneo en los imaginarios de representaciones y valores pertenecientes a más de un horizonte de referencia. Una vez que la organización del estado provincial y nacional sea un hecho, la escritura oficial dejará de inscribir discursos que, como el de la hechicería, remitía a prácticas que contradecían el modelo civilizatorio y uno en Córdoba y otro en La Rioja (Farberman: 2000, 237-266 y 2001, op.cit.). El de Amaicha (1766) fue el único que quedó en la jurisdicción de San Miguel. 44 Bibliografía liberal. El proceso policial citado registra, precisamente, el momento previo a la estabilidad social e institucional. Con ello se prueba que las variaciones en el nivel simbólico de las prácticas son muy lentas y nunca homogéneas. Ni siquiera las transformaciones políticas producidas a partir de la Independencia ni la situación bélica que trajo aparejada se tradujeron en cambios violentos en los modos de vivir, hacer y percibir el mundo de estas provincias las cuales, cabe aclarar, habían quedado muy lejos del centro geopolítico del nuevo estado nacional. En muchos casos, viejas prácticas que –como la acá estudiada- venían de siglos anteriores se resignificaron según tendencias que ya eran evidentes en los últimos años de la colonia, constituyendo parte del material simbólico sobre los que se ‘inventaron’ las tradiciones provinciales y nacionales y, con ello, se legitimaron ciertas adscripciones identitarias (Hobsbawm / Ranger: 1984). En ese sentido, este material documental permite reconstruir el modo en que la tradición de la nueva nación se fue elaborando sobre matrices de sentido netamente occidentales y modernas pero con una materialidad simbólica que provenía de memorias locales diversas. Asimismo, muestra cómo, a lo largo de una de las épocas más convulsionadas de la historia argentina, en las regiones más aisladas de la capital convivían modos de ser, pensar y percibir el mundo cuyas representaciones, ritmos y entonaciones resonaban y circulaban en el discurso social de cada instancia en simultaneidad aunque remitían a culturas y a imaginarios de épocas diferentes que, en muchos casos, mantenían tensiones irresolubles entre sí. 45 Alejandra Cebrelli Un esbozo de estas transformaciones también pueden leerse en la escritura de los misioneros. Desde la Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba, del padre Lozano (1733) a De aquí hacia allá, del padre Paucke (1773-1780) cambia la perspectiva desde la cual se refieren los aborígenes, sus territorios y sus prácticas, pasando de la demonología jesuítica a la mirada antropológica. El cambio de imaginarios también se lee en la desaparición de la referencia a los hábitos de los aborígenes en los diarios que, a partir de 1774, se escribieron durante las expediciones político-militares que intentaban explorar el territorio chaqueño con miras al desarrollo económico de la región y continuarán durante el siglo siguiente. Ninguno de estos diarios menciona la práctica de la hechicería, dando cuenta de la inminente desaparición del discurso y de sus representaciones bajo la impronta del modelo moderno, liberal y civilizatorio sobre el cual se fundaría el futuro estado nacional (Cebrelli: 2003c, 1178-1190 y 2004, 113122)10. El contraste entre las imágenes de los unos y de los otros, de lo propio y de lo ajeno que diseñaron los jesuitas junto con las imágenes textualizadas por la escritura de carácter oficial y letrada tucumana o salteña posibilita la percepción de las prácticas sociales, de los valores y modelos de 10 Para constatarlo se ha revisado el Diario de la expedición hecha en 1774 a los Países del gran Chaco desde le fuerte del Valle por Don Jerónimo Matorras, Gobernador de Tucumán (De Angelis: VIII-A, 1972-[1837], 238-301), el Diario de la Primera Expedición al Chaco emprendida en 1780 por el Coronel don Juan Adrián Fernández Cornejo (De Angelis: ibídem, 305-383), el Diario de Viaje al Río Bermejo por Fray Francisco Morillo de la Orden de San Francisco (De Angelis: op. cit., 385-340) y Estudios sobre la navegación del Bermejo y colonización del Chaco practicado por el Dr. Emilio Castro Boedo en 1872 (Castro Boedo: 1873). Los resultados de esta lectura crítica están publicados pero no se incluyen en la presente tesis ya que no refieren la práctica de la hechicería ni inscriben su discurso (Cebrelli: ibídem). 46 Bibliografía mundo que sostenían el poder local en los años previos y posteriores a la disolución de la colonial. Su lectura permite apreciar el modo en que la mirada y los haceres van cambiando junto con las tensiones entre las ciudades y la zona rural, los pueblos de indios y el territorio sobre el que se pretendía avanzar. La diferencia, a veces sutil, entre estas múltiples miradas y modos de hacer demuestra que el poder local no fue nunca homogéneo; por el contrario, se ejercía de un modo desigual y respondía a intereses diversos y contradictorios. De allí que el ‘otro’ asumiera rasgos cuyo diseño demoníaco, anormal o bárbaro se iba transformando a medida que variaba el horizonte ideológico. La hechicería formaba parte de las prácticas que siempre se consideraron alternativas si no contradictoria a las que se instauraban desde las sucesivas modalidades de poder. Ejercida como práctica social con diversas funciones en cada una de las culturas aborígenes –religiosas, curativas, una vez que era ejercida ‘dentro’ de los límites de la cultura colonial, la hechicería se entendía como delito, treta o crimen. En síntesis, solía utilizarse como una justificación para ejercer el poder sobre los cuerpos individuales y sociales o como un modo de resistencia cuya significación dependía de quien lo estuviese refiriendo. Así, para los encomenderos, para los comerciantes, para los pequeños hacendados o para los misioneros, la práctica de la hechicería se relacionaba con una u otra cadena de significación de acuerdo a los intereses y a los proyectos a los cuales cada uno se adscribía. En todos los casos, se fue construyendo una galería de imágenes más o menos disfóricas que formaría parte del material 47 Alejandra Cebrelli simbólico a partir del cual se fue esbozando el mapa geopolítico de lo que, mucho más tarde, serían las provincias norteñas de la Nación Argentina. 48 Bibliografía Capítulo 2. La hechicería: Un más acá y un más allá de las fronteras 2.1. ¿Brujería o hechicería? Entre 1700 y 1721, el incremento de las tensiones fronterizas fue directamente proporcional al recrudecimiento de una práctica represiva que venía desde el siglo anterior11, la persecución de hechiceras y encantadoras, es decir, de aquellas cuyo ejercicio de encantamientos y maleficios era de público conocimiento. No se trataba de una práctica de ribetes asombrosos en una sociedad en la cual la magia formaba parte de rituales culinarios de casi todos los estamentos, si bien sus agentes solían pertenecer a los sectores más populares -pequeños comerciantes, artesanos o gente de servicio- y, por lo general, eran individuos de casta –negros o mulatos- o indios. Se recurría a estos a la hora de intentar descubrir una mina o hallar un tesoro, encontrar un objeto extraviado, conseguir o recuperar amores perdidos, curar enfermos, en fin, frente a cualquier dificultad de la vida cotidiana (Alberro: op.cit., 183). De ahí que hechiceros12, maleficiadores, sortílegos13, zahoíres14, maestros de remedios amatorios15 y astrólogos poblaban el 11 De acuerdo a los documentos que han llegado hasta nuestros días, se puede afirmar que, por lo menos, hubo dos procesos tucumanos por hechicería el siglo anterior: el de 1688 contra Luisa Gonzáles y el de 1689 contra Ana Vira. Ambos se encuentran en la Sección Judicial del Archivo Histórico de Tucumán (AHT) en la Caja 1 y en los expedientes Nº 9 y Nº 6, respectivamente. 12 Se explicará suficientemente el sentido del término en este mismo capítulo, un poco más adelante. 13 Se denominaban maleficiadores y sortílegos a quienes hacían maleficios o sortilegios, es decir, causaban enfermedades y otros accidentes desgraciados por arte infernal y que sólo un poder sobrenatural podía quitar (Palma, R.: 1997, 147). Eran variantes de la hechicería y de la brujería pues los anales inquisitoriales americanos tienden a utilizarlos como sinónimos. 49 Alejandra Cebrelli territorio de Indias, dando trabajo al Santo Oficio el cual, cabe aclarar, no mostraba demasiado interés en este tipo de delitos y se ocupaba, más bien, de juzgar a herejes, bígamos y solicitadores (Medina:1952b, 2-10). En América, la Inquisición se había creado –sobre todo- para luchar en contra de las herejías aunque también se ocupaba de asuntos relacionados con la superstición y con la castidad. La gran brujería diabólica que había oscurecido los cielos de Europa alrededor de las hogueras a principios del siglo XVII no llegó a la América española y tampoco desveló a la Inquisición americana que tenía, como ya se dijo, poco interés en perseguirla. Cabe aclarar que ya en 1611 se había presentado un informe al Supremo Consejo de la Inquisición donde se sostenía que, al no encontrar indicios fehacientes de la existencia actos de brujería, se podía inferir que no habían existido hasta que se habló de ellos (Alberro: op. cit., 183-184 y 311). Para los tribunales de Lima y de México –los únicos que funcionaron en el continente- la hechicería estaba considerada como un delito más relacionado con otros pertenecientes al mundo de la magia: sortilegios, adivinaciones, astrología, uso de hierbas ‘maléficas’ como coca o peyote (Alberro: ibídem; Medina: 1952a, 164-166). La creencia generalizada en el poder de la magia hizo que la hechicería pública fuera considerara como un delito de fuero civil para la legislación española. Desde muy temprano, desde la época de las Partidas 14 Se denominaba así a quienes ejercían la adivinación mediante ‘tiradas’ de maíz, trigo, coca u otros objetos semejantes. 50 Bibliografía de Alfonso X, la hechicería estaba considerada como un delito (Blanco: op.cit., 180-199) y por lo cual aparece prefigurada como tal en los juicios capitulares del Tucumán. Si a ello se le suma que históricamente haya sido uno de los delitos perseguidos por la Inquisición, no es de extrañar que los misioneros encontraran a los pueblos chaqueños plagados de hechiceros y hechiceras, es decir, de hombres y mujeres que se destacaban por poseer saberes de índole mágico-religioso y solían cumplir el rol de sacerdotes, curanderos o consejeros dentro de cada comunidad16. Su poder estaba estrechamente relacionado con sus saberes curativos pero, en algunos casos –como en el las tribus guaycurúes: tobas, abipones y mocovíes, su poder devenía de la creencia en que eran quienes provocaban la muerte de los miembros de la comunidad (Paucke: 1943, II, 236). Desde los primeros tiempos de la colonia, los misioneros no habían dudado que estaban en tratos con el demonio por lo cual condensaban en ellos lo malvado, lo repugnante, lo antinatural y lo demoníaco. Como se verá oportunamente, la mirada sobre el otro irá cambiando a lo largo del siglo XVIII y los hechiceros irán perdiendo su halo sobrenatural en la escritura misional aunque seguirán siendo considerados como enemigos no sólo porque representaban lo que estaba fuera de las normas occidentales y 15 Variante de los hechiceros. Se especializaba en atraer amores imposibles o en devolver los perdidos. Eran los trabajos más solicitados según puede inferirse de los extractos inquisitoriales americanos. 16 Me refiero a la Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba, escrita por el Padre Lozano en la ciudad de Córdoba del Tucumán en 1730 aunque fue publicada en Asunción del Paraguay, en 1733. Dicha Descripción se apoya en cartas escritas por misioneros que se remontan hacia atrás en el tiempo y, en ese sentido, constituye una escritura colectiva. 51 Alejandra Cebrelli cristianas sino porque se oponían abiertamente a la acción de los sacerdotes ya que la evangelización atentaba contra su propio poder en su comunidad. En este punto se hace necesario aclarar que la palabra brujo/a como sinónimo de hechicero/a se lee sólo en las historias oficiales de la Compañía de Jesús (Lozano; 1730; Guevara: 176417) y no con mucha frecuencia. En general, la escritura jesuítica del exilio (Dobrizhoffer: 1784; Paucke: 1773178018) y los juicios capitulares tucumanos utilizan la palabra hechicero/a para referir a los agentes que practican este tipo de haceres mágicoreligiosos-curativos. En Europa se creía según los lugares que la brujería era un don que provenía de un pacto previo con el demonio19 y podía pasar de generación a generación por herencia genética pues se creía que las brujas podían engendrar hijos con el demonio. La perversión era tal, según se creía, que sacrificaban la propia descendencia en rituales diabólicos conocidos como aquelarres. La hechicería, en cambio, era un arte que se sostenía sobre instrumentos y brebajes específicos y, por lo tanto, implicaba una forma de sabiduría no necesariamente maléfica pues muchas veces los hechiceros 17 Estoy citando el año de producción de esta historia porque recién Pedro de Angelis la editó en 1836. 18 El padre Florían Paucke escribió este manuscrito en la ciudad de Bohemia donde se refugió después de la disolución de la Compañía de Jesús en 1773 hasta su muerte en 1780. La escribió en un dialecto alemán y fue publicada parcialmente a lo largo del siglo XIX y recién en 1900 por el padre Furlong en español. 19 Para la Inquisición europea siete eran las principales especies de maleficios empleadas por los brujos: 1º Introducir en el corazón de un hombre un amor criminal por una mujer, y al contrario. 2º Inspirar sentimientos de odio o envidia una persona contra otra. 3º Impedir que el matrimonio tenga prole. 4º Causar enfermedades. 5º Quitar el juicio. 6º Matar gente. 7º Aridecer los campos (Palma: 147-148). Como se puede ver, los maleficios de los brujos subsumían los de la hechicería, de los sortilegios y de las artes amatorias. No es de extrañar que el vulgo los utilizara como sinónimos o confundiera unos con otros. 52 Bibliografía ‘cortaban’ maleficios o ‘curaban’ maleficiados (Roussell: op. cit., 27-49). Al mismo tiempo, constituía un oficio por el cual se cobraba dinero; de allí que implicaba a tres personas por lo menos: un ‘delincuente’, un cliente y una víctima (Alberro: 1996, 296). La brujería era el ejercicio de una magia que provenía de un agente más poderoso que el humano, el demonio; en cambio la hechicería implicaba el ejercicio de una práctica social, de uno de los numerosos modos de hacer que sostenían la vida de una comunidad (Russell: op.cit., 27-49). No es de extrañar, entonces, que sólo los misioneros más imbuidos en la creencia en el demonio viesen brujos en los bosques chaqueños ni que la práctica formara parte de los delitos que juzgaba la Inquisición de Lima en relación con la superstición. El carácter cuasi profesional de la hechicería, en cambio, la convertía en un crimen para la legislación de Indias. De hecho, en los juicios de la justicia capitular tucumana se habla sólo de hechiceras, encantadoras y maleficiadoras. Ahora bien, tales taxonomías podían ser más o menos claras en los papeles pero no funcionaba así en el territorio de las prácticas y menos aún en el de las representaciones sobre las cuales se sostenían y, a la vez, engendraban. Un dato de la generalidad de este tipo de funcionamiento en el nivel simbólico de las prácticas de la provincia tucumana se encuentra en los Anales de la Inquisición de Lima. En una Cédula del 20 de julio de 1751, se lee que un tal Gregorio de Arrascaeta se presentó ante el Consejo de la Inquisición, manifestando que la provincia del Tucumán estaba tan plagada de hechiceros que, siendo en su mayor parte individuos del pueblo, servían 53 Alejandra Cebrelli hasta en los monasterios y conventos, a tal punto que casi no se presentaba enfermos en la ciudad que no atribuyesen sus dolencias a algún maleficio. No tuvo reparo en aclarar que sin recato, ni mucha cautela usan de sus hechizos cuyo pacto con el demonio se sabe por ellos mismos (Medina: 1952a, 301). Por la misma época, pero en Tucumán, se utiliza la palabra “brujería” durante el juicio por encantamiento contra la india Pascuala (1766)20. Las declaraciones demuestran que a mediados de siglo XVIII la representación de la brujería –caracterizada por el pacto con el demonio- se había fundido con la de la hechicería pública y ambas estaban funcionando como sinónimos en el habla popular aunque para la justicia capitular sólo la segunda constituyera un delito. Asimismo, da cuenta de la cotidianeidad de estas prácticas y de lo amenazantes que eran sus agentes para el grupo de poder y de allí el interés que mostraba en perseguirlas y reprimirlas. Ahora bien, ¿por qué ocurre esto durante el siglo en el cual, progresivamente, se hará más y más evidente la impronta de un racionalismo y de un cientificismo para los cuales las prácticas supersticiosas sólo tenían importancia como signo de un atraso que era necesario desterrar? La historiadora Judith Farberman opina que la pregunta tiene una respuesta cierta: la concentración de procesos en ese siglo parece vincularse estrictamente con los azares de la conservación de los documentos. 20 En este juicio se reitera la idea de que Pascuala ha adquirido sus poderes mediante un pacto con el demonio (fs. 2, 3 y 6). En varias partes del expediente, en las declaraciones de los testigos y de la misma acusada se iguala encanto con pacto diabólico (fs. 2 y 3) y hechizos o maleficios con brujerías (f. 6) lo que sostiene la afirmación de que bruja y hechicera eran sinónimos para el vulgo. 54 Bibliografía Presume que también durante los siglos XVI y XVII se persiguieron hechiceros, pero no se cuentan con fuentes suficientes para los siglos anteriores (Farberman: 2001). Cabe destacar que aquí interesa buscar explicaciones que no sólo consideren las tensiones resultantes de la composición social, genérica y étnica de la sociedad tucumana o de los conflictos fronterizos (Farberman: 2005; Cebrelli: 2002) sino también el espesor histórico de estas prácticas y de las representaciones que engendran. Para acercar algunas respuestas a estos problemas, se hace necesario recordar el ‘origen’ sociocultural de la hechicería en las Indias en general y en Tucumán, en particular. 2.2. Invenciones e identificaciones genéricas La fundación del discurso represivo de la hechicería se remite a los años de la conquista, cuando los españoles -incapaces de comprender modos de percibir y de actuar sobre el mundo, modos radicalmente diferentes a los propios- entendieron que las prácticas religiosas y/o curativas de los aborígenes andinos o chaqueños tenían una naturaleza diabólica y supersticiosa. Desde entonces, la hechicería resultó una práctica y un discurso impostado por el poder sobre grupos y culturas colonizados, marginales o irreductibles cuya mirada era radicalmente diferente a la de los españoles; sin embargo, muy pronto un grupo social marginado, el femenino, hizo propio este capital de prácticas mágico-curativas que otorgaban poder a quienes lo poseían y varias brujas autoproclamadas aparecieron a lo largo del Virreinato del Perú (Silverblatt: 1992; Cebrelli: 55 Alejandra Cebrelli 1998a). Dentro de la cultura andina, las mujeres habían constituido una estructura paralela de poder económico. La nueva estructura social impuesta por los españoles las había desplazado violentamente de su lugar tradicional y prácticamente las ignoraba, salvo como bien de intercambio económico. Estas mujeres encontraron el lugar de la resistencia en el espacio invisible que la cultura colonial les había asignado, mediante la práctica de los propios rituales genéricos que utilizaron para oponerse, castigar y hasta controlar a los hombres que las dominaban. Esto sucedía en México, en el Perú y en otros lugares de América. Para muchas investigadoras (Silverblat: 1990; Behar: 1992; Poderti: 2002), la práctica se habría transformado en uno de los tantos pero siempre fugaces éxitos de mujeres -indias, negras, mestizas, sobre todo. En contraste, los juicios capitulares tucumanos muestran que la hechicería era una práctica que ninguna de las querelladas quería asumir como propia ya que las había llevado a la cárcel pública y estaban corriendo el peligro de ser puestas en el potro de torturas o, en el peor de los casos, podían ser condenadas a muerte. La identificación genérica no sólo está relacionada con la historia de la hechicería en el territorio andino sino también con los estereotipos europeos de la bruja. Este prejuicio provenía de los primeros ‘teóricos’ de este tipo de delitos quienes, como Kramer y Spenger, sostenían que las mujeres eran más frágiles de cuerpo y de mente que los hombres “por 56 Bibliografía defecto de formación” y, por lo tanto, “eran más propensas a caer en supersticiones y hechizos” (Kramer y Spenger: 2001, 47-59)21. Todo ello acercaría algunas explicaciones sobre el por qué se identificaba la hechicería pública con el género femenino en ciudades como San Miguel de Tucumán; también sería una de las razones por las cuales las mujeres acusadas de ejercerla negaban con énfasis tal acusación. En otras palabras, tanto la hechicería como su identificación genérica son invenciones europeas y, por lo mismo, resultan de la misma condición colonial americana. Esto no funcionaba igual en territorios que, como el Chaco, se mantenían parcial o totalmente ajenos a esta impronta cultural. No es de extrañar, por lo tanto, que sus tribus mantuvieran prácticas ancestrales mágico-curativas y la condición genérica de sus agentes respondiera a la tradición de cada una. Como se verá a continuación, tampoco era igual en los primeros años de la conquista, cuando la colonización era todavía incipiente y los pueblos originarios mantenían sus creencias, rituales y valores. 2.3. La práctica represiva y el sistema judicial tucumano La provincia tucumana tenía una larga tradición de persecuciones de la hechicería orientadas a la colonización del imaginario y de la memoria. 21 La misoginia puesta en juego en el Martillo de las brujas es extrema. Dedica más de un capítulo al tratamiento del problema del género para lo cual cita sentencias que van de los dichos populares a las Escrituras o a autoridades como Séneca en las cuales las mujeres son denostadas con adjetivos del tipo de ‘supersticiosas’, ‘avaras’ o ‘pérfidas’. Entre ellas, merecen destacarse “no hay cabeza superior a la de una serpiente y no hay ira superior a la de una mujer” (Kramer y Spenger: ibídem, 50) y “las mujeres son animales imperfectos” (Kramer y Spenger: op.cit., 51). 57 Alejandra Cebrelli De ello da cuenta un pedido de merced de tierras realizado en 1585 en Salta en el cual un tal Diego Camacho solicitó que le haga md. tres leguas desta çiudad pasando el algarrobal media legua mas alla o mas aca de donde se quemo el hechizero22. La cita es significativa porque el modo de mencionar el sitio del suplicio, transformado por las prácticas comunicativas cotidianas en un hito, demuestra que este tipo de castigo era habitual en la temprana sociedad tucumana. No es de extrañar, entonces, que el Sínodo de Santiago del Estero de 1597 avalara la encomienda y centrara sus ataques en la hechicería (Palomeque: op.cit., 120-121). Desde un punto de vista genético y cultural, el dato es importante pues pone en evidencia que este pacto económico, político y religioso –uno de cuyos rostros es, precisamente, la cacería de hechiceras- está en la raíz de los imaginarios locales en ciernes. Esto demuestra, por lo tanto, que en el siglo XVIII los juicios por hechicería pública no sólo se originaron en conflictos personales, familiares o socioculturales sino que, además, respondían a las prácticas que formaban parte del horizonte ideológico y de la memoria de la sociedad tucumana. Si se recuerda, además, que los misioneros luchaban encarnizadamente contra los sacerdotes y curanderos de las parcialidades chaqueñas en las reducciones fronterizas, se puede sostener que la relación entre la diferencia y la hechicería construida tanto por la escritura religiosa como por la jurídica colaboró con los procesos de construcción de las subjetividades 58 Bibliografía locales. Estas pueden ser algunas de las razones que expliquen por qué se dio esta cacería en una época cuyos cambios de orden político e ideológico pusieron en tela de juicio, precisamente, las identidades culturales. Por otra parte, es necesario destacar que la sociedad colonial se sostenía en un sistema de justicia que se caracterizaba no sólo por el ejercicio de prácticas represivas, sino también de prácticas punitivas deudoras de modelos premodernos, en particular, del inquisitorial. No es de extrañar entonces que, durante el desarrollo de algunos procesos se atormentara a los reos, llevando el suplicio, en algunos casos, hasta la ejecución. Precisamente, los juicios por hechicería pública dan cuenta de este tipo de política del terror que garantizaba el restablecimiento del poder real y de sus representantes locales sobre la vida y muerte de sus subordinados y, de allí, su eficacia como policía de costumbres y control de las creencias. Para el aparato jurídico colonial, como ya se dijo, la hechicería era un delito y, como tal, podía ser juzgada por la justicia civil cuando se consideraba que había sido causal de muerte –en este caso pasaba a ser un delito mixto fore23; sin embargo, en Tucumán la justicia capitular tomó a su cargo estos casos a través de sus alcaldes de primero y segundo voto. Esta circunstancia dio rasgos distintivos a la práctica represiva local: 1) La 22 Archivo Histórico de Salta – Caja N° 2 – Carpeta N° 76, ‘Fondo de Mercedes de Tierras y Solares (1583- 1589)’. 23 En general, sólo los tribunales eclesiásticos tenían fuero para juzgar los delitos de hechicería. Los tribunales civiles se ocupaban de los casos en que se consideraba que las prácticas habían sido causal de muerte (Duviols: 1986, XXXIV). De allí el interés de los 59 Alejandra Cebrelli situación típica en estos casos –por lo menos hasta la primera mitad del siglo XVIII- fue que los notables tucumanos (encomenderos y comerciantes) juzgaban a ‘su gente de servicio’ (esclavas e indias) respondiendo no sólo a sus propios intereses sino a los de su estamento social. 2) La suerte de las acusadas quedaba en manos de un tribunal que actuaba de oficio, es decir, que se había constituido con jueces legos cuya cultura jurídica era, por lo menos, limitada y más práctica que libresca (Farberman: op. cit.). 3) La Iglesia Católica no aparece más que de un modo indirecto y en uno solo de los juicios, el de 1721 en el que actúa un familiar del Santo Oficio como juez24. Sin embargo, es posible presuponer su impronta en las matrices de las prácticas sociales implicadas, sobre todo, en las de orden punitivo y suplicial. Si a todo ello se le suman las largas y trabajosas leguas que había que atravesar para llegar a alguno de los Tribunales que contaban con la presencia de jueces letrados como los de Charcas y Lima se entiende que los procesos tucumanos por hechicería respondiesen más bien a las normas y querellantes de estos juicios en enumerar el mayor número posible supuestas muertes por encantamiento con la finalidad de sostener el proceso que iniciaban. 24 En la ciudad de Córdoba del Tucumán, sin embargo, entre 1700 y 1759 se presentaron cinco procesos por hechicería y más de diez denuncias por sortilegio, superstición y curanderismo al Tribunal del Santo Oficio aunque se desconoce su posterior destino en los tribunales de Lima (Farberman: op.cit.¸ Pizzo: 2004, 92-107). Cabe aclarar que ninguno de ellos ha sido comentado por los historiadores que realizaron los extractos de los archivos antes de que una buena parte fuera destruida durante la guerra chilenoperuana y por un incendio posterior. Me refiero al peruano Ricardo Palma quien escribiera en 1863 sus Anales de la Inquisición de Lima (Palma, R.: 1997) y al chileno José Toribio Medina que publicara en 1863 la Historia del Tribunal de la Inquisición en Lima (1569-1829) en dos tomos (Medina: 1952a) y en 1867, la Historia del Santo Tribunal de la Inquisición en Chile (Medina: 1952b). Estos tres libros aportaron datos valiosísimos a la presente investigación. 60 Bibliografía valores de la sociedad local que a las regulaciones imperiales. Por ello dan cuenta, sobre todo, de la diversidad de los sucesivos grupos que ejercieron el poder a lo largo del siglo y de la conveniencia de los agentes que llevaron adelante estos juicios donde, como se verá luego, confluyeron los intereses individuales o familiares junto con los colectivos orientados al control de costumbres y a la homogenización del imaginario. 2.4. De las representaciones a las prácticas sociales y discursivas En el siglo XVIII, como se tratará de mostrar, la hechicera y el hechicero se habían transformado en representaciones, en máscaras que se atribuían a modos de hacer ancestrales de culturas muy alejadas de los modelos coloniales y que pretendían conservarlos resistiéndose al avance español mediante la confrontación bélica, la resistencia o la negociación. Ya fuese adentro o afuera del mundo colonial, estas contradicciones marcaban fronteras25 que se entendían, en algún punto, como lugares donde se podía – y se debía- ejercer la violencia, ‘justificada’ no sólo por la necesidad política y económica de ordenar y homogenizar la sociedad tucumana o de incorporar nuevos territorios y mano de obra, sino también por las creencias religiosas que hacían ‘necesaria’ esa especie de ‘guerra santa’ contra la 25 En este caso se utiliza la noción de frontera desde la semiótica de la cultura (Lotman: 1996, 21-42). Desde este punto de vista habrían fronteras internas y externas a la cultura. La presencia de una frontera interna señala esos espacios de extrema labilidad en el cual los valores, los códigos y los límites de las representaciones se difuminan. Por lo mismo, reenvía a los sujetos que en ella participan a sus respectivas posiciones jerárquicas, de clase o étnicas y, simultáneamente, las reubica en el interior de las estructuras socioculturales. Las fronteras externas señalan, en cambio, los procesos de diferenciación entre el adentro y el afuera de la cultura entendida como espacio único (Cebrelli: 2002a, 181199 y 2002b, 117-130). 61 Alejandra Cebrelli idolatría y el demonio. Como consecuencia los españoles veían hechiceros y hechiceras por todas partes y las imágenes que construyeron daban cuenta de su mirada sobre los que no eran como ellos. En contraste, los agentes y las prácticas proscriptas poseían un valor estimable dentro de las culturas originarias primero y africanas después por lo que, una vez en el seno del mundo colonial, se reprodujeron de un modo poco visible como parte de las estrategias de supervivencia de las identidades de indios, negros o mestizos. Al mismo tiempo, la preeminencia de una religiosidad popular poco ortodoxa en la cultura hispano-criolla favorecía la creencia en lo sobrenatural lo que, como ya se dijo, permitió que atravesaran los distintos estamentos y capas sociales. Como resultado, estas prácticas de carácter religioso-curativo que la cultura colonial conocía bajo el rótulo de ‘hechicería’ se movieron dentro de tradiciones predominantemente orales y sus agentes solían acceder a ellas mediante rituales de iniciación que les aseguraban un carácter secreto, indispensable para asegurar su supervivencia dentro de una cultura que las sancionaba. De allí que los conjuros, oraciones o palabras ‘mágicas’ se silenciaran y se verbalizaran preferentemente dentro del círculo de los elegidos, pasando de boca en boca26. Esta circunstancia explica parcialmente la notable capacidad de la práctica para diseminarse silenciosamente por los intersticios de lo legible, de lo decible y de lo regulado, pregnando todo el tejido social. 26 En los juicios capitulares de San Miguel no ha quedado registro de los conjuros ni de las oraciones que se acompañaban y sostenían los rituales. Estos fueron prolijamente documentados por la Inquisición de Lima la cual imponía a los reos el relato de su vida y, en caso de ser letrados, se los hacía escribir de su propio puño y letra o, en caso contrario, 62 Bibliografía Dentro de la cultura colonial tucumana, el carácter iniciático, secreto y oral de la práctica de la hechicería estaba en estrecha relación tanto con los modos de reproducción social como con el horizonte de las culturas ‘dominadas’ -o a las que se intentaba dominar. Asimismo, tiene que ver con la existencia de espacios lacunares en el tejido cultural de la colonia, espacios sostenidos por etnias que conservaban parcial o totalmente sus creencias religiosas originales como resultado de una cristianización y colonización todavía insuficientes. Todo ello explica, también, el particular funcionamiento de este discurso que, como se verá más adelante, aparece nombrado en aquel que lo reprime y lo prohibe, es decir, en el discurso judicial y en el religioso, provocando en ellos una alteración que posibilita la inscripción y el registro de voces heterónomas. En ese sentido, tanto los expedientes obrados durante esos procesos como la escritura misional constituyen un objeto de estudio privilegiado ya que dan cuenta tanto de las prácticas culturales más caras a la sociedad de la época -la judicial, la religiosa y la militar, entre otras- como de las que se pretendía expulsar en tanto atentaban contra el modelo oficial, entre las cuales se encontraba la hechicería y sus variantes –el curanderismo, en particular. En síntesis, tanto en uno como en otro, se hace evidente que el discurso colonial construyó un espacio simbólico proyectivo de la propia identidad que, a modo de espejo roto, difractaba una imaginería que fundaba lo hacía un sacerdote por ellos. El tormento les obligaba a romper todo pacto de silencio (Medina: 1952a). 63 Alejandra Cebrelli lo ‘ajeno’ para la cultura local. Durante ese proceso, se construyeron representaciones que señalaban fronteras en el propio tejido social -rayando lugares, haceres y decires- como así también fronteras que señalaban el más allá de la cultura colonial. Unas y otras colaboraban con la construcción de un mapa ideológico donde se ubicaron las subjetividades y sus correspondientes valores. Así, las imágenes de los hechiceros entraron en correlación con el resto de las representaciones para configurar el complejo y contradictorio espacio de la mismidad y de la alteridad, sosteniendo -al mismo tiempo- formas de hacer y de mirar sobre las cuales se apoyaban las identidades locales. El siglo XVIII fue una época compleja y conflictiva en la historia de la actual región del noroeste argentino. Permanentes enfrentamientos entre españoles y tribus chaqueñas modificaron los territorios y las poblaciones. Las tensiones inter-étnicas se dieron paralelamente a los conflictos interestamentales dentro de la cultura colonial motivados por los intereses de cada de uno de los grupos en lograr el dominio territorial con las implicancias económicas y políticas que esto acarreaba. En estas condiciones de producción se funda una imaginería discursiva en la cual se gestan las representaciones muy alterizadas de la diferencia socio-cultural entre las cuales estaban las relacionadas con la práctica de la hechicería. Dicha imaginería estaba al servicio del control de esta sociedad diversa, abigarrada y marcadamente estamentaria. Los juicios por hechicería son una 64 Bibliografía clara muestra de estos conflictos y de los cambios producidos en la sociedad tucumana a lo largo del siglo. A partir de mediados del mismo, se inicia un proceso de transformación en los imaginarios en circulación. Las reformas borbónicas junto con la importancia que comienza a adquirir el discurso iluminista hacen que se pase del predominio del discurso religioso al cientificista. Se percibe permanentemente la importancia económica que adquieren los territorios chaqueños para las actividades mercantiles de los españoles y las quejas de estos últimos desata una serie de procesos a partir de los cuales se busca estigmatizar las prácticas de los ‘otros’ como una de las maneras de justificar el avance sobre los territorios que éstos dominaban. La práctica de la hechicería forma parte de los hábitos que era necesario desterrar en pos de una evangelización. La escritura jesuítica registra la práctica y construye una imaginería orientada a la optimización de la empresa misional; da cuenta también del choque, negociación y convivencia de prácticas, modos de ser y de pensar disímiles en la compleja frontera chaco-tucumana. Cuando desaparezca la Compañía de Jesús y el proceso de expansión territorial quede en manos de expediciones militares, ya no se hará mención de estas prácticas disidentes. Como se explicitó, el comienzo del siglo XVIII marcó el recrudecimiento de las persecuciones a hechiceras y encantadoras en el Tucumán colonial como parte de la avanzada sobre los imaginarios considerados ‘otros’. La hechicería pública era un delito para la justicia capitular tucumana y su persecución conllevó la puesta en funcionamiento 65 Alejandra Cebrelli de un discurso y de una práctica que reprimía a los que ejercían este tipo de ‘artes’. Tales prácticas represivas y punitivas tenían deudas con el modelo inquisitorial. La fundación del discurso represivo se remite a los años de la conquista, cuando los españoles entendieron que las prácticas religiosas y/o curativas de los aborígenes tenían una naturaleza diabólica y supersticiosa. Desde entonces la hechicería resultó una práctica y un discurso impostado por el poder sobre grupos y culturas colonizadas. Este tipo de prácticas fue asumida prioritariamente por mujeres quienes hicieron propio este capital de prácticas mágico-curativas que otorgaban poder a quienes lo poseían. En el siglo XVIII y dentro de las culturas andinas aparecieron varias brujas autoproclamadas lo que contrasta con San Miguel de Tucumán, donde las acusadas de ejercer la hechicería se negaban a aceptar su relación con la práctica lo que se condice con el carácter iniciático, secreto y oral del discurso local de la hechicería. Esto explicaría el funcionamiento de este discurso que aparece nombrado en aquel que lo reprime y lo prohíbe -el judicial y el religioso- provocando en ellos una alteración y el registro de voces heterónomas. De hecho, la existencia misma de la práctica señala espacios lacunares en el tejido cultural local, dando cuenta de que las etnias y las culturas que se consideraban colonizadas conservaban parcial o totalmente sus tradiciones y creencias religiosas. La sociedad y la administración tucumanas tenían una larga tradición de persecuciones de la hechicería en el marco de la colonización del imaginario y de la memoria de las culturas locales. Esto demuestra que en el 66 Bibliografía siglo XVIII, si bien los juicios por hechicería pública se originaron en conflictos personales, familiares o socioculturales, respondían a las prácticas que formaban parte de la ideología y de la memoria oficial tucumana. 67 Alejandra Cebrelli 68 Bibliografía PARTE II Haceres jurídicos 69 Alejandra Cebrelli 70 Bibliografía Capítulo 1. Para terror y escarmiento: El cuerpo supliciado27 Corre el año 1703 en San Miguel de Tucumán. Un numeroso grupo de vecinos, la mayoría de ellos pertenecientes a la milicia y un médico de ilustre apellido -el doctor Vargas Machuca28- protagonizan un juicio contra una esclava negra llamada Inés, a la que su dueño -capitán don Francisco de Luna y Cárdenas29- acusa de practicar la hechicería pública, atribuyéndole la responsabilidad de la enfermedad de su mujer y de la suya propia y junto con la muerte de sus padres y de dos de sus nueras. La narración que se recupera del Expediente obrado contra una negra esclava por hechicería título propuesto por el historiador Lizondo Borda al transcribirlo30posibilita la reconstrucción de algunas de las estrategias de colonización que probaron su eficacia a lo largo del tiempo como mecanismos de control y política de terror. Llevada al terreno de lo discursivo, sería una de las tantas 27 Este capítulo se apoya parcialmente en varias publicaciones previas (Cebrelli: 1997a; 1998 a, b y c; 1999a, 2000a y Cebrelli-Arancibia: 2005). 28 Se ha comprobado la existencia de Bernardo de Vargas Machuca, aguerrido gobernador de la Isla Margarita durante los primeros años de la colonia (Zabala, Iris -coord.: 1992, 57) y de un ilustre médico peruano con ese apellido (Morales Padrón, Francisco: 1992, 107). 29 Larrouy cita un auto del obispo Ceballos de 1734 en el que se nombra al Ldo. Francisco de Luna y Cárdenas ayudante de un pueblo que se llamará San José de Santiago (Larrouy: 1927, II). Resulta evidente que no se trata del mismo hombre ya que el querellante de Inés era un hombre viejo y el auto es treinta y un años posterior. Seguramente se trata de un pariente muy cercano, hijo o sobrino. Lo interesante del dato es que se lo nombra ayudante de uno de los pueblos fundados luego de la alianza entre el obispo y los vilelas indios del Chaco. El honor da cuenta de la importancia del apellido en la elite tucumana y de la estrecha relación que existía entre ésta y la Iglesia local. 30 Lizondo Borda Documentos coloniales (siglo XVIII) Serie 1, Vol. 6 Tucumán: Junta Conservadora del Archivo de Tucumán, 1949. En adelante citaré por la presente edición. Para los casos en que la citada transcripción resulte fragmentaria, se usará un facsímil del documento original, lo que se aclarará oportunamente a pie de página. Cabe aclarar que 71 Alejandra Cebrelli herramientas que colaborarían, hacia el final del siglo, en el avance paulatino de los hispano-criollos sobre la campaña, ya fuese sobre los pueblos de indios como sobre el territorio ocupado por los rebeldes aborígenes del Chaco. El juicio da cuenta, además, de la puesta en escena del carácter no sólo represivo sino punitivo de la justicia colonial tucumana. El documento narra y describe el suplicio de esta esclava cuyo cuerpo encerrado, torturado, expuesto, muerto e incinerado textualiza no sólo una política de terror sino un gesto espectacular de intimidación. El juicio, entonces, tuvo por finalidad servir de ejemplo y escarmiento a aquellos que, como ella, se atrevían a desafiar los valores que sostienen la cultura criolla del momento catolicismo, matrimonio, ciencia-, valores que no sostenían los imaginarios del resto de las culturas que participaban de la heterogénea sociedad colonial. Ni la plebe, ni quienes servían en las casas de los encomenderos constituyeron grupos homogéneos pese a que la cultura española -altamente ritualizada- les atribuía una máscara que representaba, en parte, la inversión de sus propias axiologías. Ello está en estrecha relación con la organización social de tipo estamentario -cuyo proceso poseyó caracteres muy claros y definidos durante el siglo XVIII para toda América - que organizaba la sociedad en dos sectores opuestos, los blancos y los “otros”, aquellos que – pese a su estatuto devaluado- sostenían la economía colonial (Behar: 1989, dicho documento está en el Archivo Histórico de Tucumán (AHT), Sección Judicial, Caja 2, Expediente, 11, 1703. 72 Bibliografía 197-226 y Konetzke: 1991, 170-194). En el Tucumán de ese siglo, existían marcadas diferencias entre los españoles y el resto de los grupos sociales: indios, negros y sus mezclas (mestizos, mulatos y zambos), jerarquizados según el criterio valorativo de la “pureza de sangre” (Rosenzvaig: 1993, 4766). Así, la diferenciación étnica -que implicaba una connotación social, económica y religiosa- se sostenía en una legislación y en un conjunto de normas sociales no escritas que precisaban los derechos y deberes impuestos a cada grupo, axiologías de las cuales da cuenta el presente juicio . Cabe recordar que cada uno de estos imaginarios y culturas eran más o menos marginales según fuera el tipo y la intensidad del contacto con el ámbito colonial. De allí que un habitante de uno de los pueblos de indios ‘mereciera’ diverso trato y consideración a un par proveniente de alguna parcialidad del Chaco, por ejemplo. Sin duda, las prácticas más cercanas al modelo colonial y más afines al sistema de evangelización implicaban la atribución de valores distintos ya que, en el primer caso, existía algún grado de adoctrinamiento e impostación de la cultura dominante que disminuía la percepción de la distancia y de la diferencia cultural. De todos modos, aún dentro de la misma gobernación, las jerarquías eran muy marcadas entre los vecinos –blancos, españoles, católicos, miembros de la alcaldía, la Iglesia o la milicia31- y la plebe -mestizos en todas sus variaciones, negros libertos y 31 Durante algunos períodos de la colonia, los problemas defensivos de las líneas fronterizas pusieron a los españoles en un estado de militarización casi obligada pese a que no existían unidades militares permanentes. En su lugar, se implementó un servicio militar obligatorio que fue la base de las milicias americanas conocidas desde comienzos del siglo XVII. Estas milicias eran organizaciones militares no profesionalizadas cuyos integrantes gozaban de prerrogativas especiales como la de recibir el fuero militar y gozar de prestigio social. Estos privilegios indujeron a los vecinos a disputarse los cargos 73 Alejandra Cebrelli esclavos, indios encomendados o al servicio de alguna familia españolaquienes cumplían diversos oficios que facilitaban la vida cotidiana y la manutención de dichos vecinos. De allí que, pese a los diversos valores que los españoles daban a cada miembro de la plebe no sólo según su etnia sino también según su grado de colonización y la práctica social que ejercían, en algunas instancias podían representarse bajo una máscara única que pretendía ocultar tales diferencias. De ahí la importancia de revisar estas representaciones en relación con los roles y jerarquías que ordenaban los haceres como así también respecto de los discursos que las decían y hacían circular. Desde el punto de vista del discurso, este proceso judicial posee dos destinatarios posibles: los vecinos del lugar y ese “otro” múltiple. Como se verá más adelante, el sentido se resignifica de acuerdo al tipo de interlocutor. La recepción está determinada, precisamente, por el lugar social. Para Mijaíl Bajtín (1986), este tipo de funcionamiento le otorga a la palabra un estatuto de lo que él denomina bivocalidad; por lo consiguiente, el lenguaje posee –por lo menos- una doble orientación: hacia el discurso del poder y hacia el discurso ajeno. En tanto en el Tucumán del siglo XVIII los discursos de la alteridad son más de uno, dan cuenta de complejas situaciones comunicativas donde hay varias culturas en contacto; por ello, se oficiales que, además, solían comprarse. Habían milicias provinciales y urbanas. Las primeras disponían de un cuadro de oficiales activos del ejército regular. Las segundas cumplían tareas de vigilancia policial en las ciudades. Pese a que a finales del siglo XVIII, algunos visitadores generales afirmaban que las milicias carecían de utilidad ya que se habían transformado en una pura imaginación, demostraron su utilidad en diversas acciones militares, como en la insurrección de Túpac Amaru. (Konetzke: 1991). 74 Bibliografía puede afirmar que existían casos de plurilingüismo32, algunos de los cuales quedaron registrados en este expediente. De allí que su lectura posibilite la recuperación de las voces acalladas y de sus estrategias de resistencia para esta instancia sociohistórica. En principio el problema se focaliza, entonces, en la determinación de quiénes “hablan”, a quiénes y cómo, en relación a los lugares sociales que ocupan. Dicho de otro modo, son los españoles quienes -por derecho de conquista- son dueños de la palabra en un doble sentido: determinan lo que se puede decir-hacer y poseen la tecnología de la letra escrita que inscribe la apropiación de los cuerpos, de la memoria y del territorio (Lienhard: 1992 y Mignolo: 1988). Sin embargo, la plurivocidad aludida, permite que resuenen las voces silenciadas en los documentos que acompañan las manifestaciones del poder colonial y que el mismo poder registra y transforma en escritura, sin ver que, al legitimarse y escribir su memoria, inscribe las historias de los otros y las palabras que intenta excluir. Según lo arriba enunciado, cada imaginario subalterno -es decir, perteneciente a quienes son ubicados en los estamentos inferiores de la sociedad colonial, cumpliendo algún rol en el sistema productivo- inscribe 32 Aquí se acude a la categoría bajtiniana de ‘plurilingüismo’, es decir, de la diversidad de lenguas o géneros discursivos coexistentes en el lenguaje vivo de una sociedad en un momento dado de la historia; géneros que implican, a su vez, formas paródicas de los lenguajes oficiales (Bajtín: 1988, 92-93). La noción pone el acento en la contrariedad y tensión entre voces que dicen y representan modos muy diferentes de percibir y entender el mundo, estrechamente relacionados no sólo con las pertenencias de clase, sino también de grupos sociales y a la adscripción de los agentes a las diferentes prácticas sociales. En ese sentido, destaca la orientación dialogística de la palabra hacia palabras ajenas en todos los grados y en todos los tipos de extrañamiento (Arán / Barei et al: 1996, 136). En los casos de contactos multiculturales, este plurilingüismo se complejiza de un modo abrupto en los procesos de producción de sentido porque se le suman los mecanismos de traducción lingüística e intercultural (Cebrelli: 2001b: 237-249). 75 Alejandra Cebrelli su voz en la escritura colonial de acuerdo con el lugar que ocupa. Esto significa que los modos de enunciación son diferentes según las posibilidades de “poder decir”. El grado de explicitación depende de esas posibilidades y del tipo de relación establecida con el poder. El grupo más marginal sufre la prohibición de la voz por lo que su “enunciación” carece de marcas explícitas. Entonces, de lo dicho a lo no dicho, de la palabra ensordecida al silencio, se configuran las fronteras que atraviesan y señalan no sólo los ‘adentro’ y los ‘afuera’ de la cultura tucumana sino, y sobre todo, los múltiples espacios más o menos marginales, más o menos lacunares donde se cruzan, se traducen, se tensan y se diferencian tanto los lenguajes como los modos de hacer de cada uno de estos imaginarios ‘interiores’ pero nunca totalmente homogeneizados. 1.1. Los unos: Cuando testificar es legitimar el propio lugar Así como los imaginarios periféricos no eran homogéneos, el poder tampoco estaba representado por un solo tipo de actor social pues, en tanto construcción discursiva y de carácter simbólico, tal unicidad era sólo un posible –y ‘deseable’- efecto de sentido. En realidad, no sólo los intereses individuales movilizaban a estos vecinos sino también las tensiones que devenían de las prácticas y de los roles que desde allí se jugaban y daban espesor al tejido social. Cabe recordar que la práctica jurídica local –léase la justicia capitular tucumana- tenía roles prefijados por la práctica imperial y sistematizados por las leyes de indias; sin embargo, como ya se dijo antes, la justicia tucumana estaba ejercida por legos, por vecinos que ocupaban 76 Bibliografía cargos electivos en el cabildo local y por otros que, por circunstancias e intereses diversos, se avenían a participar en los procesos. Así en cada juicio se distribuían entre los miembros del Cabildo y los españoles más destacados los roles de juez, promotor fiscal, defensor, intérprete e, inclusive, el de escribano que con mucha frecuencia fue ejercido por individuos cuya única idoneidad consistía en la de ser letrados, es decir, la de saber leer y escribir. Por otra parte, cada querellante llevaba testigos a favor que demostraran la veracidad de sus acusaciones. En algunos casos, las testificatorias se constituyeron en pequeños estrados cuya función no era sólo la de sostener los argumentos incriminatorios sino también la de posibilitar la toma de la palabra a españoles cuya voz carecía de legitimidad absoluta o que, por ocupar lugares menos jerarquizados que los de los jueces-alcaldes y los de los milicianos, requerían del uso de ciertas estrategias para que su palabra tuviese peso legal y público. Es el caso del médico, un tal Vargas Machuca, cuyo protagonismo en este proceso deja entrever una situación polémica entre dos ‘artes’ muy relacionadas con la enfermedad y la muerte: la medicina y la hechicería pública. Las declaraciones de dos españolas casadas con milicianos -Doña Sabina Jaureguy de Vaquedano y Doña Juana de Montalvo- constituyen un caso de interés. La participación de estas mujeres relativamente importantes en un juicio contra una esclava vieja resulta sugerente ya que no declaran tener vínculos familiares con los querellantes; en ese caso, cabe preguntarse sobre los intereses que las movieron a dar fe de los supuestos hechizos de 77 Alejandra Cebrelli Inés sobre los de Luna y Cárdenas, caso único entre los juicios tucumanos del siglo XVIII. Desde la Petición que abre el documento, se lee el nombre del doctor Juan de Vargas Machuca, el médico que jugó un papel determinante en cada uno de los momentos del juicio. En primer término, sostuvo que la enfermedad había sido efecto de un maleficio, con lo que dio lugar a la querella. Luego actuó como testigo durante los tormentos sucesivos que llevaron a la esclava a confesar sus malas artes y, finalmente, confirmó la mejoría de los hechizados una vez que se deshizo el supuesto maleficio. De algún modo, entonces, fue uno de quienes, en nombre del Rey y de la religión católica, provocó la muerte de Inés por garrote vil, y condenó a su cuerpo a ser consumido a la voracidad de sus llamas para castigo y escarmiento. En otras palabras, actuó como instrumento consciente de una política del terror que colocaba el cuerpo del acusado en un círculo donde del tormento a la ejecución, el cuerpo de Inés –en este caso- producía y reproducía una ‘verdad’ que legitimaba el mismo proceso. En este sistema judicial, el suplicio se transforma en la modalidad pública de la confesión; aunque el reo no hable frente a un público, su propio cuerpo torturado espectaculariza y garantiza la verdad del crimen, justificando no sólo el castigo sino también el proceso judicial y el sistema de regulaciones y valores sobre el que se sostiene (Michel Foucault: 2000, 50-55). Castigar es un derecho que ejerce el poder en sus múltiples rostros (el rey, la Iglesia, los encomenderos, el médico) cuando algo o alguien transgrede las leyes que garantizan su supervivencia. En ese sentido, el ceremonial punitivo es una 78 Bibliografía venganza y una restauración de la soberanía antes ultrajada cuyo efecto resulta tranquilizador no sólo porque castiga sino porque previene, reafirmando las jerarquías y los lugares sociales. En esta instancia cabe preguntarse acerca de los intereses y pasiones que llevaron a un prestigioso galeno, descendiente de uno de los primeros españoles que llegaron al continente, a asumir un rol tan protagónico en este teatro del terror33. Sobre todo porque durante su testimonio no vaciló en declarar que era mucha verdad lo que en la petición se expresa y que estaba escrita de su letra y que en cuanto a lo que se contiene de su dicho se refería a la relación de la dicha petición y que sobre todo le contó la dicha negra a este declarante (Lizondo Borda: 80)34. Es posible que Don Francisco de Luna y Cárdenas no fuese letrado y se hubiera visto en la necesidad de dictar la petición de la querella pero, aún así, llama la atención que eligiese para una tarea tan delicada a un médico que, según sus propias palabras, los conoc[ía] sólo de ahora. Esta no coincidencia entre el yo que enuncia y abre la querella –don Francisco- y la mano que escribe -Vargas Machuca- borra y disemina las voces al punto de poner en duda quién habla en realidad. Se abre así un juego de enmascaramientos e impostaciones de la voz que, a lo largo del juicio, da cuenta de las tensiones existentes entre los mismos españoles: 33 Hay noticias de un expedicionario del mismo nombre que escribió un libro titulado Milicia y descripción de las Indias. En él hay varios capítulos dedicados a los males que podían aquejar a los conquistadores y a las terapias que convenía aplicar (Morales Padrón, 1992: 107-113). Se puede presuponer que el médico del presente juicio era un hombre respetable para los vecinos del lugar y que poseía tradición familiar que convalidaba la autoridad de su palabra. 79 Alejandra Cebrelli ¿cuáles eran las posibilidades de hacerse escuchar públicamente que tenía un médico español frente a las de un vecino con posesiones en Santiago del Estero y en San Miguel?; ¿cuáles eran los valores sobre los cuales se sostenían las palabras: el poderío económico, el apellido ilustre, la ciencia o, simplemente, la astucia personal? Por otra parte, tanto la importancia que adquiere el rol del galeno en el relato como el registro textual de sus palabras a modo de cita de autoridad dejan entrever la posibilidad de que la petición no sólo iniciara la querella judicial sino también estuviera cerrando un capítulo de una historia no escrita acerca de la polémica entablada entre la medicina colonial y las prácticas curativas locales35. Lo cierto es que, desde la conquista, los médicos europeos escasearon en América y, en su mayoría, se asentaron en los centros virreinales o en ciudades importantes como Potosí. Habría que subrayar que el bagaje de conocimientos no era muy distante del que tenían los médicos nativos, con el agravante de que, por lo menos durante los primeros años de la colonia, desconocían el herbolario local36. De todos modos, los médicos diplomados no abundaban, por lo cual muchos españoles acudían a la medicina nativa, lo que –en casos como éste- instauró 34 La negrita es mía. 35 La historiadora Farberman sostiene la tesis de que estas ‘hechiceras’ hayan sido, en realidad, curanderas ‘castigadas’ por no haber podido curar a los españoles (Farberman: 2003). 36 Tal grado de ignorancia no puede atribuirse a todos los médicos diplomados o a aquellos peritos cuya labor se desarrollaba de un modo institucional como es el caso de los sacerdotes. Durante casi todo el siglo XVIII, existían en Córdoba jesuitas que atendían la salud de sus fieles y, a partir de 1762, los Betlemitas los suplantaron en tal labor. Unos y otros conocían el herbolario local y lo usaban en sus tratamientos (Pizzo: op.cit., 57-143). 80 Bibliografía una situación de competitividad y de conflicto entre ambas ‘modalidades’ de la práctica37 y, en lo relativo al presente proceso, sugiere la posibilidad de que el protagonismo de Vargas Machuca estuviera dando cuenta, además, de conflictos interétnicos. Sin duda, la distancia temporal hace imposible la resolución de todos estos interrogantes; sin embargo, la lectura crítica permite acercar algunas hipótesis que iluminan las complejas relaciones sociales de San Miguel en los albores del siglo XVIII. El capitán don Francisco de Luna y Cárdenas, vecino desta ciudad de Santiago del Estero y morador desta del Tucumán /…/ parezco ante vuestra merced y me querello civil y criminalmente de Inés, negra mi esclava y haciendo relación del caso digo que la susodicha con poco temor de Dios y en desacato de la Real Justicia ha usado el arte de la hechicería pública /…/ y actualmente tiene postrada en cama a la dicha mi mujer /…/ que en la misma forma ha sido reconocido por el doctor don Juan de Vargas Machuca quien ha estado curándola con experiencias que ha hecho ha reconocido ser maleficio, y sobre todo en presencia suya y de testigos puso el dicho doctor a cocimiento una cuarta de jabón y en la misma paila fue en persona delante de testigos a hacer nuevo cocimiento y puesto en la mesma olla se enfrió y quedó el agua como agua de lavazas, donde se conoció que la dicha negra había en el primer cocimiento puesto mas aiuda para quietarle la vista y mandó en mi estancia el dicho doctor retirémonos a la ciudad /…/ y al día siguiente cogió el doctor a mi vista y de testigos la orina de la enferma y quebrando un huevo fresco en ella se lo echó diciendo: este no es mi arte, pero he tenido bastante experiencia en otras de este achaque; y el huevo se surtió para arriba y luego incontinenti cogió su orina y con otro huevo hizo la diligencia y se fue a pique y me dijo: despachemos por su esclava de vuestra merced que importa; se hizo el despacho y me dijo: amigo, déle a nuestro Criador gracias que ya esta[rá] vuestra merced y esposa mejor 37 Cfr. Castellón Quiroga: 1997, 21. 81 Alejandra Cebrelli mañana a las ocho del día; el por qué no me lo dijo por qué envió por ella y preguntándole dos o tres veces me dijo el doctor que en esta semana había ido a la cama de su ama y le cogió el viento en un patio como coro por la cabeza y que a mí me había cogido primero una india llamada Mataraá /…/ (Lizondo Borda: 78-79)38 Resulta evidente que la palabra del galeno incriminaba a Inés al ‘reconocer’ un supuesto origen sobrenatural en la enfermedad de doña Isabel: éste no es mi arte, declaró Vargas Machuca- pero he tenido bastante experiencia en otras de este achaque. La mención de la experiencia aludía a los propios saberes, competencia que legitimaba su participación y su rol en el juicio, pero –curiosamente- no sólo se refería a la medicina sino también a la hechicería, es decir, a una práctica muy legitimada y a otra proscripta equiparadas en la voz del médico pues no duda en darles a ambas el estatuto de ‘artes’. Todo ello permite pensar que la medicina occidental y las prácticas curativas locales ocupaban una borrosa franja que iba desde el curanderismo a la hechicería y que estuviesen compitiendo por la hegemonía más allá de las regulaciones que se explicitaban en las voces y en los discursos. Tal distancia entre lo que se decía –en relación con los valores y representaciones que conllevaban las regulaciones oficiales- y lo que se hacía –en relación la ‘efectividad’ de las prácticas mismas- está mostrando que los agentes sociales suelen ‘mover’ los valores y las 38 A continuación se utilizará el signo /…/ para señalar la fragmentación que hago del texto a los fines del análisis textual. 82 Bibliografía representaciones desde las prácticas no lingüísticas39. Al llevar este problema a la vida cotidiana, es posible suponer que –más allá del su valor jurídico- la palabra escrita estuviese enmascarando situaciones no sólo diferentes sino inclusive contradictorias a lo que se estaba relatando, inscribiendo y archivando. De allí que el doctor Vargas Machuca mostrara interés por apropiarse de esos saberes que le eran ajenos y, posiblemente, mucho más efectivos que los propios. Un ejemplo de lo antedicho resulta la ceremonia que realiza para confirmar el hechizo, una escenificación de tipo teatral, más cerca de la superchería que de la ciencia pero muy efectiva para convencer a los presentes de la legitimidad de su palabra. En primer lugar, coció jabón en agua que se cuajó una vez fría; al repetir la experiencia el jabón se diluyó, lo cual supuestamente ‘demostró’ que la dicha negra había en el primer cocimiento puesto más ayuda para quitarle la vista. Al otro día, tomó la orina de la enferma y quebró un huevo fresco que quedó flotando; en la segunda prueba, el huevo se fue al fondo, lo que le dio pie a declarar: amigo déle a nuestro criador gracias, que ya está vuestra merced y esposa mejor. Tales ‘demostraciones’ se realizaron a la vista de testigos entre los cuales se encontraba el querellante con lo cual se daba legitimidad al ritual y veracidad a una’prueba’ cuya compresión quedaba fuera del alcance de su público: un matrimonio muy enfermo, 39 Más adelante se reflexionará sobre estos problemas que también se revisan en el marco del proyecto de investigación: “Prácticas y discursos de resistencia: construcción y diferenciación de las subjetividades locales”, realizado desde 2003 en el Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta (Proyecto Nº 1180/03) bajo mi dirección y la co-dirección de Víctor Hugo Arancibia. Algunos avances pueden leerse en Cebrelli, A. / V. H. Arancibia (2005) Representaciones Sociales. Modos de mirar y de hacer Salta: CIUNSa-CEPIHA. 83 Alejandra Cebrelli posiblemente asustado, y unos indios a su servicio. Tal insistencia del médico en registrar su experiencia puede leerse como una huella temprana del funcionamiento de los mecanismos semióticos de la modernidad europea: la necesidad de la prueba según las lógicas de la causalidad. De este modo, el espectáculo resultante no sólo cumplía una función diagnóstica sino también la de ostentar el poder curativo del galeno que, por lo menos, ‘mostraba’ una credibilidad igual o mayor que la práctica de la hechicería, con el beneficio de una triple valoración positiva que provenía tanto del ‘origen’ peninsular de la práctica y del agente que la ejercía como de su estatuto de cientificidad. Otro valor positivo resultaba de la oposición que, en el juicio, se establecía entre la medicina y la hechicería a partir del rol delator que jugó Vargas Machuca en este proceso respecto de una rea considerada como maleficiadora y que, como la misma palabra lo dice, estaba considerada como un ser /malvado/ cuyos supuestos tratos con el demonio la hacían digna de castigo y escarmiento. Como consecuencia, a nivel semántico se estableció una contradicción entre las dos artes. La medicina occidental se ‘representaba’ en el texto como una práctica social confiable tanto por su poder curativo como por su origen sociocultural y, por lo tanto, recibía una sanción ética positiva. En contraste, la hechicería subsumía en su campo de sentido los semas y valores opuestos, pues enfermaba los cuerpos al punto de poner en peligro su subsistencia. Su extrema carga de valor negativo devenía tanto del carácter herético y demoníaco que los españoles le atribuían como del tipo de agentes que la practicaban, pertenecientes en su mayoría a las etnias 84 Bibliografía marginales. La oposición colocaba a ambas artes en un plano de inversión absoluta —/bien/ vs. /mal/— y, con ellas, a las culturas que las ejercían. Estas construcciones de carácter discursivo provocaban un efecto de lectura tranquilizador al determinar con claridad quiénes eran los ‘buenos’ y los ‘malos’; en ese sentido el relato que de aquí resulta daba cuenta de la formación discursiva del momento de producción, de las regulaciones que, de alguna manera, ‘rayaban’ el espacio social determinado roles y lugares más o menos legitimados según su cercanía a los grupos del poder. La eficacia ideológica del relato consistía, además, en ocultar las notables similitudes entre ambas prácticas, coincidencias no sólo del orden de las mecánicas de producción de sentido –del todo deudoras de una lógica ‘simpática’40 muy alejada de la ratio moderna- sino también en relación con el modo de ejecución de las prácticas sobre los cuerpos, ya que una y otra implicaban una ostentación del poder sobre el paciente o del hechizado. En este punto cabe una breve reflexión respecto de los roles que se juegan en una y otra práctica social: tanto el médico como el hechicero ocupan el lugar de un saber ya sea de naturaleza científica o mágica y, por lo mismo, poseen un hacer curativo o maléfico. En el otro extremo se sitúa el “paciente” o la “víctima” quien no actúa salvo para ofrecer voluntariamente o no su cuerpo al otro; cuerpo que será el objeto pasivo 40 En general, los rituales mágicos utilizan como mediación una serie de utensilios que mantienen algún tipo de relación semántica con la intención del hechicero. Así, es frecuente la utilización de un animal (un sapo, por ejemplo) que ‘representa’ el cuerpo de la víctima y sobre el cual se ejercerá una serie de acciones que, se supone, repercutirán sobre dicho cuerpo. Por ejemplo, si se le clavan espinas en el pecho del animal, el hechizado se enfermará del corazón. La relación semántica entre el objeto de la práctica y 85 Alejandra Cebrelli sobre el cual se ejercerá el poder41. Precisamente, el antagonismo entre una y otra práctica también se explica desde esa modalidad de poder, pues si las hechiceras eran capaces de matar, también podían sanar. Esto, consecuentemente, resultaba una amenaza para la práctica de la medicina occidental. El mismo auto da cuenta del fracaso de la medicina europea. Cuando la escenificación fue reduplicada por la escritura jurídica, se construyó un juego de simulacros que desviaba la atención de lo obvio: la mejoría de la enferma era inexistente. Sin embargo, la treta no alcanzó a enmascarar del todo el fracaso terapéutico porque el mismo don Francisco anotó en su declaración que el médico nunca le había dicho el por qué de su enfermedad. Una vez más la no coincidencia entre la mano que escribe y la boca que dicta abre una brecha donde se cuelan las contradicciones dando cuenta de que ninguna representación alcanza a enmascarar totalmente a su referente o, dicho de otro modo, que la vida cotidiana hecha de pasiones, tensiones e intencionalidades suele infiltrarse en la escritura, haciendo vacilar las lógicas textuales. Precisamente, el documento deja entrever el afán de reconocimiento de Vargas Machuca respecto de sus competencias curativas. En ese sentido, el secreto de su accionar, relacionado con el “ritual” también la herramienta utilizada suele denominarse ‘lógica simpática’ (Vivante y Palma: 1991, 137-156). 41 En el caso de la relación médico-paciente, cabe preguntarse, entonces, sobre las fuerzas que obligan a un individuo a ofrecer pasivamente su cuerpo para que otro actúe sobre él. Obviamente, la motivación es el temor más ancestral: el de la muerte, y, de allí, la necesidad de creer —no sólo de un modo racional— en el poder curativo del otro. 86 Bibliografía incomprensible, afirma una vez más su lugar de poder en tanto supone un saber para “iniciados”, en este caso, para especialistas. Mucho más adelante, cuando la ciencia haya ofrecido al médico un discurso más legitimado desde el paradigma de la modernidad, el secreto y la exclusión se harán patentes en el lenguaje hermético más convalidado como “científico” mientras menos comprensible resulte a los pacientes. El relato que se construye en este juicio da cuenta de la fundación de esta estrategia de convalidación. El estatuto secreto de la medicina criolla de la época es otro punto en común con la práctica de la brujería cuyo estatuto de “artes ocultas” le aseguraba tanto la efectividad de sus rituales en relación a las creencias como supervivencia en una sociedad que la excluía al extremo de negarle el derecho a la vida a quienes la ejercían. Lo destacable de esta cuestión es cómo la aparente oposición señalada se atenúa en las prácticas concretas ya que, en realidad, eran modos de hacer y de entender el mundo que circulaban en el imaginario social de la época, legitimados o no, según pertenecieran a una u otra de las culturas en contacto. Ese contacto, entonces muy conflictivo, estaba configurando un imaginario extremadamente heteróclito donde se gestaban los rasgos identitarios de una cultura. Entre ellos, sobrevivieron en permanente resignificación, tanto la convivencia de lo racional y lo mágico como algunas características de la práctica médica: el lugar de poder que ocupa el galeno, el modo de interacción con los pacientes y la puesta en escena de un ritual que legitime un saber excluyente. Es aquí donde se hace claro desde dónde se legitima el poder 87 Alejandra Cebrelli performativo de la voz: las palabras de Vargas Machuca se sostienen no sólo sobre su apellido ilustre o sobre probables estudios previos42. Don Juan necesita un ‘plus’ para asegurar la legitimidad de su voz y de su práctica: la escenificación y la apropiación del arte que, con el mismo gesto, estaba condenando. Ello deja entrever la posibilidad de que, como se dijo antes, las prácticas curativas locales estuviesen más legitimadas en la vida cotidiana que la medicina occidental; sin embargo, nada de esto es suficiente para desautorizar siquiera parcialmente la palabra del español. Así, ni la declaración del médico sobre su experiencia en el arte de la hechicería, ni su particular comprobación de la existencia del mal pusieron en duda ni la veracidad de sus declaraciones, ni la eficiencia de sus prácticas y menos aún el sistema de valores sobre el cual se sostenía. A ninguno de los participantes del juicio se le ocurrió acusar al doctor de estar en tratos con el demonio por la apropiación realizada. Esto comprueba que lo que estaba en juego no era un valor de tipo religioso o ético sino un espacio de poder que se sentía amenazado: el de la incipiente ciencia occidental en relación con los saberes equivalentes de las otras culturas. La necesidad de encontrar un “chivo expiatorio” se hace también evidente. Si se establece una relación entre la creencia en estas prácticas religiosas-curativas -entre las cuales estaba la hechicería y el curanderismoy los problemas fronterizos con culturas que poseían rituales afines, el sacrificio de Inés, la esclava, era “una muerte anunciada” desde las primeras 42 No se han encontrado más datos respecto de este médico; sin embargo, el hecho de que maneje la escritura al punto de escribir un convincente auto jurídico hace pensar que 88 Bibliografía líneas del documento. El poder necesita manifestarse como tal ejerciéndose sobre algún cuerpo. Así, el médico español necesita justificar su lugar social. Entonces, si su acción sobre los enfermos no ha sido efectiva, mostrará su dominio ejerciéndose sobre el “culpable” de tal fracaso. Por otro lado, los españoles necesitaban intimidar a sus oponentes: indios rebeldes y esclavos cimarrones. En tanto las otras culturas mantenían vivos rituales considerados demoníacos, la condena y ejecución pública de la esclava sirvió de estrategia intimidatoria. De ese modo, el cuerpo de Inés, torturado, muerto a palos y posteriormente quemado, se convirtió en un texto espectacular donde se inscribió la furia de una frustración y de una amenaza, no sólo a la medicina sino al sistema colonial que lo subsumía en tanto práctica. Asimismo, se transforma en un registro donde se lee la brutal impronta del poder sobre el cuerpo social representado y espectacularizado por el de Inés, un poder que, de este modo, reinstaló y legitimó –una vez más y de forma pública- los valores sobre los cuales se sustentaba. 1.3. Las palabras y los cuerpos. El discurso de la diferencia Rastrear la huella de la voz de Inés en el documento resulta un problema, no sólo porque sus declaraciones están sometidas a múltiples mediaciones –entre las cuales se cuenta el mismo suplicio- sino porque se instaura sobre y desde el mismo cuerpo torturado. Entonces, ¿cómo se habla con la palabra y con el cuerpo?; ¿qué lenguajes elaboran un discurso heteróclito que se adivina solapado tras la palabra autorizada? De allí que pudo haber asistido a una de las universidades americanas. 89 Alejandra Cebrelli para encontrar estos rastros apenas perceptibles se requiera rastrearlos no sólo en las declaraciones de la propia negra sino también en los argumentos que el querellante y sus testigos utilizan para inculparla y en los que usa su “defensor”. La búsqueda se complejiza porque las secuencias discursivas se resignifican de acuerdo con la orientación del discurso que, en algunos casos, resulta triple, es decir, hacia el enunciado y hacia los dos grupos sociales que participan en el juicio: español-español; español-‘otro’43. En cada caso, la direccionalidad funciona orientando el sentido. la dicha Inés rea se ratifica y revalida en su misma rati[fijación] confiesa que brotaban espinas de la cara la difunta mujer [de] Simón de Ibarra, asimesmo declaración de la dicha negra, su ratificación en que dice que la reina de la población [tenida] por hechicera en el potro de los tormentos también la a[cusó] a ella por tal; y asímismo el haberse sacado el rosario del cuello por el tiempo que su amo la amenazó que todo in...culpa y delito atendiendo a indicios tan vehementes se atajen las maldades que estos tales hechiceros con tan poco temor de Dios y de su santa 43 En este tipo de funcionamientos discursivos se apoya mi afirmación acerca de que en situaciones de contacto entre más de una cultura cuyas diferencias resulten irreductibles, se hace necesario complejizar las nociones de lenguaje bivocal y de plurilingüismo postuladas por Bajtín. En ese sentido, propongo la categoría de plurivocalidad del lenguaje para dar cuenta de situaciones comunicativas en las cuales el discurso tiene varias orientaciones: hacia el mismo enunciado y hacia varios sujetos que, al pertenecer a estamentos distintos y a culturas diferentes (más de una, como en este caso) lo interpretarán de formas muy disímiles, a veces contradictorias y, en algunos casos, imprevisibles. Se trataría de un enunciado cuya semiosis estalla en procesos interpretativos múltiples que implican traducciones no sólo de una lengua natural a otras, sino de un universo cultural a otros. Lo interesante del caso es que el enunciado en cuestión puede producirse (casi siempre con una intencionalidad monológica, es decir tiene una fuerza ilocutiva que trata de monopolizar la interpretación del mismo) por lo cual tiene una intención claramente monológica, monosémica y una acentuación única; sin embargo, la situación comunicativa que implica contactos interestamentarios y, sobre todo, multiculturales lo transforma en polifónico, polisémico y pluriacentuado, plurireferencial. La polifonía, la polisemia y la pluriacentuación y la pluri-referencialidad se darían en el polo de la recepción. Dicho de otro modo, al no haber coincidencia cultural entre le producción y la recepción el enunciado se transforma en un texto heterogéneo (Cornejo Polar: 1995); precisamente la plurivocalidad del lenguaje sería consecuencia directa de dicha heterogeneidad. 90 Bibliografía ley /.../ Mando que dicha negra Inés sea puesta en cuestión de tormentos. (Condena a tormentos: 94-95) Si se considera la relación español-español para el enunciado citado, todo el fragmento funciona como una justificación de la condena a tormentos de la esclava incriminada. Una parte de los argumentos para demostrar la condición de hechicera se apoya en las palabras de la propia Inés quien –fruto del delirio- reconoce haber sido testigo de la muerte por encantamiento de la mujer de Simón de Ibarra aunque acusa a una tal María Inda de la autoría del hecho; asimismo atribuye la causa de su fama de hechicera a las palabras que una mestiza habría pronunciado en el potro de tormentos (Interrogatorio: 91-92). Para sus demandantes, con esto Inés destaca su íntima conexión con actos de hechicería y con agentes reconocidas. La otra premisa surge del querellante quien cuenta la anécdota del rosario, gesto que formaba parte de los indicios considerados como ‘prueba’ de hechicería, brujería o sortilegio44 por lo cual, sumado al poco temor de Dios45 funciona como argumento irrebatible de la condición de Inés. En cambio, al considerar la relación de enunciación españoles-‘otro’, los enunciados adquieren un nuevo sentido. La inculpada cree defenderse al 44 En 1702, la Inquisición de Lima juzgó por el delito de sortilegio y brujería a Francisca Trujillo, mulata esclava, cocinera, soltera. Se la acusó de persuadir a las gentes a que se quitasen los rosarios del cuello. Finalmente se la condenó a salir en el Auto de Fe con coroza, insignias de sortílega, que abjurase de levi y se pasease al otro día desnuda de miedo cuerpo arriba por las calles de Lima (Medina: 1952a, 245-246). 45 Una de las estrategias discursivas de manipulación más frecuentes consiste en la alusión a las creencias religiosas de los enunciatarios. En tanto la fe no posee un estatuto racional, 91 Alejandra Cebrelli atribuir su fama a las declaraciones de una condenada. Para ella, las palabras dichas durante el tormento carecen de valor pues conoce, por experiencia propia, que se pronuncian de miedo y porque la tortura vuelve como atontadas a las víctimas. Se puede afirmar, entonces, que los significantes son reversibles según se los signifique desde uno u otro lugar. Por otra parte, las declaraciones atribuidas a Inés constituyen un problema de enunciación pues su voz recibe la mediación del intérprete y del escriba. Se habla por ella y sobre ella pero se le niega el derecho a asumir su propia voz. Figurativiza así un “no lugar” social, exclusión que se patentiza en la negación de la palabra y del cuerpo. En la sociedad colonial del Tucumán ese cuerpo sobre el cual se inscriben sucesivas denegaciones “merece” ser consumido por la voracidad de las llamas. Lo semejante destruye a lo des-semejante, sagocitándolo en una especie de canibalismo simbólico. Dicho canibalismo y su consecuente ceremonial público –castigo corporal público o privado, espectacularización de la pena capital- puede interpretarse como una de las constantes de la justicia premoderna europea puesta al servicio de una política del terror que hacía inteligible para el pueblo el poder del rey. Se trataba de un sistema jurídico cuyos mecanismos de búsqueda de información y veracidad de la prueba por un lado y de castigo, por el otro, tenían como gozne el cuerpo de los condenados. En ellos y sobre ellos, se escenificaba la confesión como parte indispensable de no puede ser cuestionada. Dicha alusión asegura la aceptación acrítica del enunciado por los destinatarios concretos. 92 Bibliografía la retractación pública y demostración de la verdad; en esos cuerpos exhibidos, paseados, denostados mediante pregones, expuestos de manera simbólica y literal para ser finalmente supliciados, se resumía la legalidad e inteligibilidad del acto de ‘justicia’ (Foucault: 2000, 11-76). En el Tucumán, frontera de las Indias, ese cuerpo es necesariamente el de un ‘otro’ que se excluye por representar el afuera de la cultura colonial. Por otra parte, si el suplicio construía la prueba condenatoria al mismo tiempo que la garantizaba, no es de extrañar que en las declaraciones de Inés se lea un creciente cambio que va de una lúcida negativa a aceptar las acusaciones a la aceptación del delito, cayendo en contradicciones y confusiones cada vez más flagrantes a medida que avanza el juicio46. En este caso, al problema de la cita hay que agregarle la resignificación que se realiza desde las situaciones pragmáticas concretas en que se efectúan estos actos de lenguaje. Por lo ya afirmado, es posible reconstruir el sentido operando -en este caso- con los efectos de lectura que dichas declaraciones producen en los enunciatarios, efectos de los cuales el mismo texto da cuenta. 46 Con respecto a las contradicciones resulta indispensable recordar la situación de enunciación: Inés está defendiendo su vida, intenta demostrar -vanamente- su inocencia por lo que, en sucesivas declaraciones, atribuye la hechicería realizada a sus amos a una india llamada Mataráa (Petición: 79), a una india Mataráa (Interrogatorio: 85); la enfermedad y muerte del cuñado de su amo, a una india amancebada con dicho Simón de Ibarra , a la que más adelante denomina como María Inda india (Interrogatorio:90); la enfermedad de su ama es el resultado de las artes de Francisca del pueblo de...tara (Ejecución:96 ; Interrogatorio: 97) de la cual se declara cómplice; la muerte de Francisco de Luna -padre de su actual amo- resulta responsabilidad de una india llamada Teresa (Ejecución: 97). En el último Interrogatorio (97-98) se declara que Inés se atribuye toda la culpa. 93 Alejandra Cebrelli El sueño que Inés narra en el segundo interrogatorio -al cual es sometida para explicar en la persona de su intérprete su contesto al conjunto de acusaciones acumuladas en su contra por declaraciones de los testigos- es un claro testimonio de lo arriba enunciado. Fuésele preguntado que porqué al tiempo que dicho su amo le puso o mandó poner los dedos en la llave de la de la escopeta, se mandó sacar el rosario que si la embarazaba, dijo que por sus culpas y pecados y como atontada lo hizo. Y que después que murió la mujer de Ibarra entre sueños se le apareció y le agarró a esta negra y le apretó dos veces la mano en señal de pedirle perdón y que hoy a vísperas también vino la dicha señora y otra señora y le agarró las manos y le pidió perdón a esta negra. Y que no sabe quién fué y que preguntándole que cómo distinguió que era señora dijo que al recordar vido que era señora y que ésta es la verdad de lo que pasa so cargo de juramento /…/ (Interrogatorio: 90-91) Pese a la doble mediación aludida, se puede leer la versión de Inés sobre el suceso del rosario. La apelación al discurso religioso católico -por sus culpas y sus pecados- como estrategia de validación del propio enunciado es evidente, pues sitúa su discurso en el campo de los valores de la cultura criolla. Esta estrategia puede leerse como un intento -tal vez no muy consciente- de señalar su pertenencia a la cultura dominante pese a ser una negra esclava47. El lexema atontada reenvía el resto del enunciado al campo semántico de lo des-semejante. Lo onírico resulta el marco adecuado para “decir” lo prohibido y, por ello, puede ser aceptado por sus interlocutores. 47 El caso de Inés es un claro ejemplo de los procesos de aculturación y transculturación ya aludidos. Su mismo dueño y querellante declara que era una esclava criada con él y sus hermanos y que gozaba del afecto de sus padres a los que supuestamente ha enfermado y muerto (Contestación: 89-90). 94 Bibliografía Como ya se dijo en forma sucinta, la aparición de dos mujeres criollas para apretarle la mano en señal de perdón figurativizan el deseo de invertir los lugares sociales. El hecho de que toquen su cuerpo -apretó dos veces las manos, agarró las manos- implica el reconocimiento del mismo, su aceptación ya que esta valoración implícita verifica la distribución de roles y de posiciones dentro de la sociedad. Por otra parte, el hecho de pedir perdón supone aceptar la igualdad si no la superioridad del otro. Así el relato del sueño discursiviza el deseo de adquirir el derecho del cuerpo, el derecho a ocupar un lugar reconocido. Por eso no interesa la identidad de la “señora” sino su estatus social. Lo antedicho se confirma en el efecto perlocutorio que tales declaraciones tienen en el querellante quien, en el alegato inmediatamente posterior al presente documento, utiliza como contra-argumento la misma secuencia. Lo tercero que hallará Vuestra Merced por las declaraciones de los testigos /.../ los delitos que debe la dicha negra por lo cual debe ser castigada y porque en su confesión y ratificación es varia e in[dudable] malicia pues estando en su negativa de su voluntad introduce que una señora se le apareció en sueños pidiéndola perdón y habiendo dicho que era mujer española dijo que no la conocía de donde se infiere /.../ que es estrucción del demonio por alegar su inocencia (Alegato: 91- 93) Es interesante observar cómo se lee la acusación implícita de Inés a sus torturadores, resignificándola desde el poder y utilizándola para incriminar a la negra. Los lexemas indudable malicia reenvían el discurso al espacio de la alteridad, al lugar donde el demonio -encarnación del disvalor absoluto- da estrucciones, es decir, “habla”. Las declaraciones de Inés 95 Alejandra Cebrelli resultan, así, una mediación del diablo, el verdadero “enunciador”48. Desde ese “no lugar” se enuncia para los criollos el discurso de la diferencia siguiendo una tradición de heteroglosias fundadas con el descubrimiento de América (Zavala: op. cit). En tanto lo diferente desborda lo semejante, el sueño es el espacio de la inversión pues se entra en él estando en la negativa de la voluntad. La denegación es significativa porque remite a un mundo ajeno, en el cual lo semejante posee un plus de sentido que desborda los sistemas de organización del conocimiento, que escapa a toda nominación y a toda comparación, que es simplemente “otro” y, como tal, resulta impensable según los estatutos de la racionalidad incipiente. Hasta aquí se han escuchado las voces de la alteridad aunque ensordecidas por las mediaciones y los quiasmos. Sin embargo, este “susurro” no explicita a quiénes se dirige Inés, además de sus enjuiciadores. Para ello, es necesaria la lectura del espectáculo que se reconstruye desde las secuencias narrativas y descriptivas que sostienen la argumentación condenatoria. A la enunciación explícita ya aludida, se agrega un modo de enunciación implícito e inmotivado, cuyo juego de enunciador-enunciatario carece de las marcas lingüísticas propias de la enunciación y cuyo sentido es producto de una reconstrucción del espectáculo descripto o narrado, 48 Con el fin de clarificar las diferentes funciones que puede asumir el yo en el enunciado y sin pretender transgredir uno de los axiomas de la teoría de la enunciación de base semiótica según el cual el sujeto de la enunciación permanece siempre implícito (Greimás y Courtés: 1982, I, 138-140 y 148), se propone aquí el uso del término enunciador para denominar el yo que se construye en el discurso mediante el procedimiento de embrague. 96 Bibliografía textualizado en el propio cuerpo de Inés. El cuerpo representado, al desplazarse en el espacio textual, construye un espectáculo que discursiviza las voces de los “otros”, los discursos de la resistencia o de la diferencia que acompañan a las manifestaciones del poder colonial y que el mismo poder registra y transforma en escritura, sin ver que en ese acto con que se legitima y escribe su memoria, inscribe las historias de los otros y de sus tretas de supervivencia, invisibles a sus ojos. Ese “cuerpo textual” posee dos enunciadores, los españoles y los “otros”. La inscripción del poder colonial en esta “escritura” la constituyen las marcas que dejan en la esclava: los dedos dentro de la escopeta, las vueltas en el potro de tortura, su muerte a garrote vil y su incineración final, prolijamente descriptas en los argumentos incriminatorios y en las secuencias condenatorias del expediente. Por otra parte, la ejecución en sí misma constituye un texto espectacular cuyos enunciatarios son aquellos a los que pueda servir de terror y escarmiento, aquellos que están fuera de la cultura criolla. Esto es legible en la elección del lugar determinado para la ejecución, un espacio apartado, espacio digno de quien sólo merece ser conducido por una bestia, la más abominable. /.../ la cual mando que se ejecute en la forma siguiente: que sea pasea por las calles públicas de esta ciudad y acostumbradas en una bestia la más abominable y en cada esquina de ellas se publique su delito por voz de pregonero repitiendo en todas “quien tal hace tal pague”, para terror y escarmiento y acabado el dicho paseo la lleven al lugar del suplicio en lugar apartado para que no cause escándalo en la ciudad y allí sea encendida una hoguera y primero se le dé garrote y fenecida la vida sea puesto su cuerpo y 97 Alejandra Cebrelli arroxado al incendio donde sea consumido por las llamas para terror y escarmiento /…/ (Ejecución: 101-102) Asimismo, la descripción posibilita la construcción de una de las imágenes de la represión durante la colonia: puede considerarse que en el cuerpo torturado, humillado y destruido de Inés se escribe la palabra de los silenciados, denunciando la brutalidad con la que se instauró el poder de los españoles en estas latitudes, como representantes de Dios y de Sus Magestades. Cabe aclarar que tanto el tormento como la condena eran muy semejantes a los que utilizaba la Inquisición de Lima por aquellos años para este tipo de delitos49 lo que pone de manifiesto las estrechas relaciones entre las prácticas inquisitoriales y las de la justicia capitular tucumana relativas al delito de la hechicería pública. De la misma matriz proviene la tendencia a la espectacularidad de las prácticas punitivas como un modo de ostentar el poder y destacar el sistema de posiciones, roles y jerarquías de cada estamento. Por todo lo antedicho, se puede afirmar que gran parte de la plurivocalidad de este documento recae en el discurso sobre la imagen, pasible de ser reconstruido desde las condiciones sociohistóricas. Dicha plurivocalidad es, en sí misma, una paradoja ya que, si bien posee una 49 En 1717, el Santo Oficio encarcela a María de la Cruz, “Hechicera de casta negra, natural desta ciudad” (Lima) por los delitos de superstición y brujería. En 1733, se la condena a participar del Auto de Fe y, al otro día, a salir por las calles públicas y acostumbradas en bestia de albarda, donde, a voz de pregonero que publicase su delito le fuesen dados doscientos azotes (Medina: 1952a, 274). Si se considera que a Inés se la condena a muerte, es llamativa la ‘liviandad’ del Santo Oficio en relación a la condena por un delito semejante. Una de las explicaciones es que Inés había sido acusada de haber enfermado y llevado a la muerte una serie de notables con sus supuestos encantos. 98 Bibliografía materialidad lingüística, circula por los intersticios textuales “apropiándose” del discurso ajeno, en este caso, el del poder. De esta manera, es posible observar que la apropiación de la palabra del otro como estrategia del discurso colonial y marca de dominación, es legible también en el discurso de la alteridad sólo que de un modo más secreto e inmotivado. La reflexión sobre ese lenguaje desenmascara ciertos mecanismos discursivos que sostienen tanto al poder como a las múltiples formas de resistencia y posibilita la reconstrucción de los imaginarios que produjeron los textos en los que se entreteje la memoria de este espacio sociocultural. 1.4. De las prácticas a los discursos Se afirmó más arriba que la hechicería elabora un lenguaje que posee un doble estatuto: “secreto” desde la marginalidad y “prohibido” desde el poder. Dicho estatuto sugiere que la práctica discursiva tiene, por lo menos, dos variantes: una elaborada desde las instituciones coloniales y, por ende, de carácter represivo- y otras que nombran y sostienen el conjunto heterogéneo de prácticas curativas y religiosas de diferente origen sociocultural que la mirada europea simplifica, reduce y cataloga como delito de hechicería pública50. Todo ello reenvía la reflexión al problema de la representación, implícito en todo acto de nominación. El acto de nombrar señala la posibilidad de “ser”; es un signo y un indicio que atraviesa los 50 Más adelante este problema ocupará todo un apartado y se seguirá desarrollando a lo largo del trabajo. 99 Alejandra Cebrelli campos de la propiedad y de la diferencia según cuál sea el lugar social y la cultura del enunciador . Para la sociedad colonial, esta actividad simbólica se apoya en el binarismo /valor eufórico/ vs. /valor disfórico/ que reproduce en el discurso la estructura del dominio español pero que contrasta con la heterogeneidad y heteroglosia de la abigarrada sociedad colonial. El problema de la brujería en América es un claro ejemplo de percepción homogeneizante por parte de una cultura hegemónica sobre aquellas a las cuales domina o pretende controlar. Al mismo tiempo, da cuenta de un lenguaje que se elabora desde la situación de poder y se le atribuye a esas culturas con diferencias irreductibles con la propia. Se trata de un discurso que -al impostarse sobre este conjunto heteróclito de prácticas cuyo único denominador común es la raigal diferencia con las coloniales- las nombra, las refiere y las unifica construyendo representaciones y atribuyéndole valores que poco tienen que ver con los de las culturas de origen. En el proceso, este discurso falseado se instituye como la única voz autorizada aunque resulte evidente que se trata de un simulacro que silencia los discursos y reprime las prácticas nominadas, castigando a quienes se sospeche que participan de ellas. El discurso construido para nombrar y reprimir la hechicería propone la representación de la hechicera, en cuyo campo semántico ingresan los atributos del imaginario medieval de lo monstruoso, de lo pecaminoso y de lo prohibido en tanto subversión del orden establecido. De allí que lo sexual, lo repugnante, lo antinatural sean las categorías atribuidas a las múltiples religiones nativas, pues tal alteridad y diversidad resulta irreductible para las 100 Bibliografía grillas interpretativas europeas. En el nivel del discurso, el proceso de aculturación y transculturación que acompaña la aparición de hechiceras públicas en América hace explotar dichas normas creando representaciones disfóricas cuyo grado de abominación es equiparable a la diferencia entre las culturas en contacto. El estallido aludido es el resultado de procesos de traducción intercultural casi imposibles51. El presente juicio da cuenta de ese funcionamiento discursivo legible en las secuencias descriptivas y narrativas que sostienen los argumentos incriminatorios. A Inés se la condena por los supuestos “efectos” de su práctica -sobre los cuales todos los testigos del querellante declaranmediante un lenguaje que remite al campo de lo abominable, “justificación moral” de su ejecución. /.../que la dicha negra había hechizado a la mujer del maestre de campo Simón de Ibarra y que lavándole la cara dicha difunta le brotaron espinas de la cara /.../ (Testimonio: 81) [El querellante] me pedía que viese y reconociese las inmundicias que del cuerpo había echado /.../ manifestó un papel envuelto y dentro de él venían huesecillos y preguntando a los circunstantes de qué animal serían, dijeron todos que parecían ser de sapo y asimesmo trajo unos palos de yerba y otras inmundicias /.../ que no se pudo determinar lo que eran y doy fe /…/ (Diligencia: 82) Tanto las inmundicias como la imposibilidad de determinar lo que eran sitúan la alteridad en lo antinatural y, por ello, repulsivo desde los 51 Este tipo de procesos de traducción intercultural permite señalar fronteras externas a la cultura tucumana colonial, como se verá oportunamente. 101 Alejandra Cebrelli modelos culturales criollos. Este lenguaje abominable, atribuido a los hechiceros, es común en los escritos europeos inquisitoriales y tiene como finalidad disuadir de tal práctica a la gente del pueblo (Caro Baroja: op.cit.). La alusión a las espinas remite a la simbología española y, por lo tanto, a un imaginario que no es andino. En Europa es frecuente atribuir al demonio el uso de la imaginería católica sagrada con el fin de pervertir el orden divino. Las espinas de la corona de Cristo, símbolo de la salvación de las almas y promesa de la vida eterna, se transforman en el símbolo del mal y de la muerte. El proceso de traducción intercultural ya aludido, da a los textos una densidad polisémica notable, resultado de la plurivocalidad antes mencionada. Ello es legible en el lexema sapo que se repite a lo largo del documento52. De las declaraciones atribuidas a Inés, se puede relevar algunos de los símbolos tradicionales de hechicería ya con fuertes marcas de hibridación cultural que significan una ruptura con el imaginario andino: la víbora verde, la araña, el sapo blanco. La inclusión de estos lexemas posibilita el reenvío a la historia de la desaparición de las deidades indígenas tradicionales por el contacto con los españoles. En el espacio andino, las contradicciones originadas por los imaginarios en contacto fusionan la idea del mal y de la enfermedad con el concepto español del /diablo/, quien toma la forma de una serpiente andina. 52 El uso del sapo como vehículo del ritual mágico era común en el Virreinato. El Santo Tribunal de Lima registró que Antonio Hurtado, mulato libre de Moquegua, solía atravesar los miembros de un sapo con alfileres en la creencia de que así dañaba los de sus enemigos (Medina: 1952a, 258). 102 Bibliografía Así, la ruptura del vínculo con las divinidades autóctonas se manifiesta en enfermedades causadas por serpientes, sapos y arañas53. En el siglo XVIII, este sistema de nominación forma parte de una memoria cuyas rupturas con el origen están olvidadas. Dicha nominación se ha “naturalizado” para aludir al mundo de la alteridad y de lo des-semejante. De este modo, las culturas no españolas que practican la hechicería incorporan a sus categorías originales otras que le son extrañas, interiorizando -a su vez- una alteridad irreductible a sus propias normas. El imaginario social resultante produce representaciones que son figuras polisémicas y bi- o multiculturales como el caso del diablo simbolizado en la víbora o en la imagen del español. /.../y que es verdad que esta negra mató a la mujer de Ibarra desparramándole espinas por todo el cuerpo y que el demonio le habla las veces que le parece y que viene en traje de español y que había hecho pacto de darle su alma al tiempo que le enseñó el arte de la hechicería y /.../ dijo que en Santiago del Estero54aprendió el arte de hechicera de su misma inclinación porque llamó al demonio y se le apareció en traje de español /.../ (Ejecución: 96) Este fragmento forma parte del documento en el cual se toma la declaración de Inés luego de ser puesta en el potro. Es legible cómo la tortura quiebra el estatuto de “secreto” que posee este lenguaje entre quienes lo practican. Así el cuerpo interrogado mediante el suplicio no sólo es el 53 Est tipo de repesentaciones con un valor mágico o sobrenatural son propios de la cosmovisión andina (Silverblat: op. cit., 49). 54 En el Chaco, la brujería fue el instrumento más eficaz para resistir la colonización. Así, la declaración de Inés de que había aprendido tal práctica en Santiago del Estero es un argumento de peso para sostener la hipótesis de que todo el juicio forma parte de una estrategia de colonización de la memoria cultural de esos aborígenes. 103 Alejandra Cebrelli punto de aplicación del tormento sino el lugar de obtención de una ‘verdad’ (Foucault: 2000, 17) y de la nominación de un discurso doblemente silenciado. Al “reconocimiento” de las culpas, se sigue la representación del demonio en la figura del conquistador, comprobándose así que en este juego extremo de la alteridad y de la semejanza que construye la justicia punitiva, los antagonistas se demonizan recíprocamente. De este modo, se establece un espacio discursivo que, organizado como la figura retórica del quiasmo, distribuye los sentidos, destacando las relaciones de contrariedad y de contradicción. El doble estatuto de este discurso reprimido, silenciado e impostado desde el poder reproduce y simplifica en el plano discursivo complejos conflictos interculturales55. Tal mecánica discursiva, transitando por los tiempos largos de la historia, dará lugar -un siglo y medio después- al sistema de representaciones atribuidas al campo de la civilización y de la barbarie, de tan fecunda y triste trayectoria en el imaginario colectivo de lo que será la nación argentina. El documento analizado constituye una puesta en escena del carácter represivo y punitivo de la justicia colonial tucumana. A lo largo del proceso, el relevamiento de la voz de Inés resulta problemático ya que sus declaraciones están sometidas a múltiples mediaciones, a lo que se suma el 104 Bibliografía hecho de que son registradas durante la tortura. Se habla por Inés y sobre ella pero se le niega siempre el derecho a asumir su propia voz, lo cual la sitúa en un margen extremo: por la etnia, por el género, por el hecho de ser una esclava. Sin embargo, las constantes referencias a las prácticas que se estaban reprimiendo, el registro minucioso de las palabras de los querellantes y de la querellada y, finalmente, la descripción de la ejecución –muerte a garrote vil y quema del cadáver- permiten el ingreso de los ‘otros’ y de sus prácticas lo que confiere a este juicio un carácter plurivocal no previsto por sus actores. Desde el punto de vista del discurso, se pueden distinguir dos destinatarios posibles: los vecinos del lugar y ese “otro” múltiple al que pertenece la acusada pero también los indios que testifican en su contra. Esto significa que los modos de enunciación son diferentes según las posibilidades de “poder decir”. La lectura crítica buscó delinear quiénes “hablan”, a quiénes y cómo, en relación a los lugares sociales que ocupaban permitiendo leer la composición estamental y, a la vez, heterogénea del Tucumán colonial así como las prácticas de cada grupo y las interrelaciones de acuerdo a su cultura de procedencia. Desde el punto de vista de las prácticas, se muestra a la medicina occidental como una práctica social confiable tanto por su poder curativo como por su origen sociocultural. En contraste, la hechicería subsume en su campo de sentido los semas y valores opuestos pues, para los españoles, 55 Más adelante se desarrollará el funcionamiento de esta ambigüedad en el nivel discursivo, a propósito de otros juicios. 105 Alejandra Cebrelli enferma los cuerpos, se sostiene en prácticas relacionadas con las etnias marginales y posee un carácter herético y demoníaco. Estas construcciones discursivas provocan un efecto tranquilizador ya que determinan qué saberes son ‘benéficos’ y cuáles no. 106 Bibliografía Capítulo 2. La hechicera como invención: la tragicomedia de los García Valdés 2.1. Prácticas prohibidas, discursos ambivalentes Al rastrear el discurso de la hechicería en el texto jurídico, se pone en evidencia una discursividad particular en tanto nombra –y con ese gesto construye- lo mismo que pretende reprimir; así, lo prohibido resulta entredicho por el mismo discurso. Como ya se dijo antes, funciona de un modo paradojal pues construye en el discurso lingüístico lo mismo que, con esa verbalización, pretende reprimir. Esto pone en evidencia, por un lado, el carácter inventivo, casi ficcional si se quiere, de la representación de la hechicera por una parte y, por el otro, el modo en que la imagen así construida funciona como una especie de máscara que pretende cubrir y ocultar, a modo de sutura, la distancia inconmensurable que existe entre la práctica que nombra –curativa, mágico-religiosa, de carácter andino, chaqueño o africano- y el modo, la lengua y las lógicas de referencialidad desde donde se la nombra, siempre de carácter occidental. Encabalgado en el discurso jurídico, el discurso represivo de la hechicería adquiere sus estrategias, valores y lógicas: desde allí, entonces, deja entrever alguna que otra huella del discurso que remite a la práctica proscripta. Pese a mantener relaciones contradictorias con el poder –una variante discursiva está a su servicio pues reprime una de las prácticas sociales que atentan contra el sistema y la otra, en ese esquema, se entiende como resistente a ese mismo poder- ambas variantes dan cuenta del funcionamiento de una gramática de producción de sentido de tipo no 107 Alejandra Cebrelli racional o sobrenatural en una sociedad que, de este modo, se presenta como heterogénea y multiétnica56. En tanto la variante que nombra la práctica proscripta sólo puede decirse en aquella que la reprime, el discurso resulta de una ambivalencia y una contradicción a través de las cuales se deja entrever, apenas, la diferencia. De allí que, en relación a los problemas aquí planteados, el predominio de la variante represiva del discurso en los documentos da cuenta de la situación en que se engendra: un juicio civil y criminal. Así se diseña un relato que sostiene un complejo sistema de indicios, de rituales y de representaciones cuya finalidad es la de construir la imagen de cada ‘rea’ en tanto hechicera pública. En otras palabras, se trata de demostrar la culpabilidad de la acusada según la lógica de la práctica discursiva jurídica caracterizada, como ya de dijo, por modos de comprobación premodernos en los cuales el rumor y el tormento aseguraban la ‘verdad’ del proceso. Esto explica que la línea de argumentación desarrollada por los querellantes se orientara a la construcción y demostración de la existencia de la pública bos y fama de los encantamientos de cada una. Ello requería de un pormenorizado detalle de los indicios -supuestos signos de la irrupción de lo sobrenatural en la vida cotidiana de estos individuos- sobre los cuales se apoyaban los relatos de los ‘casos’ de maldición, adivinación o brujería y que, puestos en boca de enunciadores legítimos o narradores autorizados, 56 La presencia de este tipo de mecanismos discursivos da cuenta, además, de la presencia de más de una frontera o zona de traducción intercultural en el seno mismo de la cultura colonial entendida como semiosfera (Lotman: 1991, 21-42). 108 Bibliografía coadyuvarían a la construcción de la culpabilidad de la acusada. En general, los relatos intertextualizan el extenso corpus legendario europeo relativo a la hechicería que venía circulando tanto en la oralidad como en la escritura y que, como estaba estrechamente relacionado con la represión de la práctica, tenía una probada eficacia en procesos semejantes. El funcionamiento de este sistema de indicios se produce mediante la deconstrucción de varios textos de circulación en el momento del juicio: el protocolo de los interrogatorios inquisitoriales57, los manuales de hechicería y el corpus legendario que circulaba entre los vecinos feudatarios originado tanto en acontecimientos provocados por la caza de brujas en el Viejo Mundo como en relatos que circulaban oralmente en el campesinado hispano-criollo. No es de extrañar, entonces, que los querellantes hayan insistido en la proliferación de este tipo de historias sobrenaturales a lo largo del juicio sabiendo, además, que su eficacia aumentaba según la credibilidad del narrador. Los dos juicios contra la india Clara, dan cuenta de este tipo de estratagemas. 2.2. La increíble y triste historia de la india Clara y su ama desalmada El día 14 de abril de 1717, un alcalde ordinario de la ciudad de San Miguel de Tucumán admitió una petición de querella por hechicería 57 La deuda de este sistema de indicios con los protocolos inquisitoriales ya se mostró a propósito del juicio de Inés (Parte II, Capítulo 1). 109 Alejandra Cebrelli presentada por Josefa Román contra Clara, una india de la encomienda de José Muñoz de Lezama. Se la acusaba de haber enhechizado a una de las hijas y al esposo de la querellante, Salvador García Valdés -a quien supuestamente tenía postrado de una enfermedad biolenta, como así también a su propio hijo, un mulato llamado Mateo. Con estos argumentos –más que frecuentes en los juicios por hechicería- se iniciaba el primer proceso criminal y civil contra Clara, interrumpido unos meses después de la muerte del sargento Mayor García. En diciembre de 1718 se abriría el segundo proceso, esta vez acusándola de haber provocado con sus encantos la muerte del Sargento, la de dos esclavitos y de haber enfermado con su arte a las dos hijas del difunto58. Esta querella por hechicería es la única que inicia e instiga una voz femenina, la de doña Josefa, lo que resulta por lo menos llamativo en una sociedad donde la mujer tenía un estatuto jurídico equivalente a un menor de edad (Ots Capdequi: 1946, 115-140). Claro está que Doña Josefa estaba casada con uno de los García Valdés cuyos miembros y dependientes eran reconocidos por esa época como de la casa de los García, en alusión al linaje, la residencia y el ejercicio del poder sobre el territorio y su gente pues tenían importantes posesiones y encomiendas en la campaña tucumana (López Albornoz: 2003, 52-53). No es de extrañar, entonces que esta mujer pusiera en funcionamiento la maquinaria de la justicia capitular que, 58 AHT, Sección Judicial, Expediente 7, Caja 2, Año 1720. (Hay un error en la carátula ya que contiene los juicios de 1717 y 1719). Consta de treinta y seis folios. La transcripción paleográfica es mía y sigue los criterios que se explicitan a pie de página y en el ítem correspondiente en “Anexo 1”. 110 Bibliografía presumiblemente, debió haber tenido problemas mucho más importantes para tratar y solucionar; sin embargo, su palabra iniciaría un proceso bastante largo que ocuparía durante dos años tanto a sucesivos alcaldes, defensores, promotores fiscales y escribanos como a testigos que provenían de varias de las familias importantes de la ciudad y de su servidumbre, representada por indios, mestizos libertos y esclavos. La acusada era una india nacida en el pueblo de Zapallares59 de la encomienda de un hacendado santiagueño, José Muñoz de Lezama, aunque estaba al servicio de los García por haberse casado con uno de sus esclavos negros60. Se la acusaba de una serie de crímenes, entre los cuales, el más grave era el de haber enhechizado a la familia que servía, a su amo –don Salvador- y a una de las niñas de la familia. Una lectura cuidadosa del documento permite afirmar que Clara estaba en la cárcel sólo para encubrir una serie de agresiones ilegales que iban desde la tortura y el encierro casero 59 El texto muestra una vacilación acerca del nombre del pueblo natal de la india. En la primera parte del proceso Clara dice que es de el sapallares (f.7); en la segunda, declara ser natural del Pueblo de El Sapallar (f. 20). Tanto el uso de la mayúscula como del artículo en singular, permiten sostener que el lugar en cuestión se denominaba El Zapallar. El dato es relevante ya que permite relacionar un juicio de hechicería transcurrido en San Miguel con los problemas de las fronteras este y oeste. Cabe aclarar que en la época existía un pueblo de indios llamado Zapallar, ubicado en las haciendas fronterizas con el Chaco, cerca de Santiago del Estero. Es probable que Clara haya nacido en este sitio ya que su encomendero tenía sus tierras en esa jurisdicción; sin embargo, en el juicio se le atribuye haber nacido en Amaicha del Valle, ubicada en la frontera oeste del Tucumán y totalmente alejada de la hacienda de su encomendero, posiblemente porque allí tenían posesiones los García Valdés. No se ha encontrado registro de tal lugar. 60 Los matrimonios entre indios pertenecientes a distintas encomiendas eran bastante frecuentes en la colonia y estaban previstos por la legislación indiana. Según una Ordenanza de 1528, se mandaba que los encomenderos no retuvieran a las indias de su repartimiento separadas de sus maridos e hijos; según la Real Cédula de 1618, las mujeres indias casadas se tenían por del pueblo de su marido. Pero Clara estaba casada con un esclavo, lo cual complicaba tanto su ‘pertenencia’ a una encomienda o a otra como su situación civil –¿era india encomendada o era una esclava? A estas ambigüedades se le sumaba el hecho de haber realizado una unión afro-indígena que, en caso de concubinato, solía ser perseguida por medios brutales (Cicerchia: 2000, 342-343). 111 Alejandra Cebrelli a reiterados y fallidos intentos de asesinato realizados contra ella por la misma querellante, doña Josefa. A lo largo de los juicios, los querellantes no abandonaron su encono ni sus exigencias de tortura y muerte para la ‘rea’; exigencias que, pese a contar con el apoyo del resto de vecinos, no lograba el castigo supuestamente ‘merecido’ pues chocaban contra el silencio y el ingenio de Clara quien, además, se negaba a aceptar los cargos que se le hacían. De allí que la habilidad de sus tretas sorprendan, aunque su eficacia también se deba a la intervención un lúcido defensor61 y, más tarde, de su encomendero. Lamentablemente se han perdido los últimos folios del documento y, por lo tanto, se desconoce el final de la historia. Lo cierto es que el documento da cuenta de las prácticas que surgen de lugares sociales y de intenciones diferentes. La palabra de doña Josefa muestra modos de hacer y de decir propios de la mujer legítima, de la rica encomendera que ha aprendido ha hacerse oír usando el discurso patriarcal, desplazándolo apenas lo suficiente para legitimar su propia voz sin traicionar el horizonte ideológico y cultural de su estamento y de su cultura, de raíz española y occidental. La india Clara, en cambio, da muestra de claros ejemplos de ventrilocución (Bubnova y Malkuzynski: 1998, 240), se 61 De todas las versiones de los hechos, la más completa es la que realiza el defensor de Clara al final del segundo proceso. Juan Rodriguez Viera era un capitán que había sido elegido por Clara y que tomaría partido por su parte con una pasión desusada para la época. Llega incluso a apelar ante el Gobernador y ante la Real Audiencia de Charcas por la condena a tormentos que el Alcalde y Juez en la causa había proveído para la acusada, sin hacer ningún caso a las apelaciones previas del defensor. En esa ocasión, Rodriguez Viera retomó el relato de los acontecimientos y agregó datos que no se conocían, tal vez porque ya se habían declarado durante el primer proceso en los segmentos de los autos que hoy se encuentran muy deteriorados –y casi ilegibles- o constaban en los folios que se han perdido. 112 Bibliografía apropia de una voz doblemente ajena (occidental, patriarcal) para enmascarar su silencio. Las estrategias de doña Josefa constituyen una variante genérica del ejercicio del poder que posee por familia, por raza, cultura y posición; por el contrario, las tácticas (De Certeau: 2000, 40-45) de Clara se orientan a la defensa de su propia subsistencia para alargar unos días más el término de su humilde vida. De hecho, la suspensión de la pena sólo se logra con la intervención de los dos vecinos ya citados: el defensor y el encomendero. En síntesis, una y otra modalidad del discurso femenino surgen en los bordes tensivos entre géneros (el masculino, el femenino), lenguas (español y quichua) y horizontes culturales diversos, dando cuenta de que el lenguaje nunca es neutro y sólo se convierte en palabra propia, genérica y culturalmente marcada, cuando ha sido re-acentuada y está poblada con las intenciones del individuo (Díaz Diocaretz: 1993, 87). 2.3. Palabras legitimadas62 La apertura del expediente sigue los pasos habituales de estos juicios: una presentación -dictada y firmada por doña Josefa- que contiene la acusación, la justificación y la solicitud de sustanciación de la causa. Los 62 El parágrafo titulado “Palabras legitimadas” forma parte del capítulo de mi autoría “Mujeres legítimas, indias miserables. Modos de hacer y de decir en la sociedad colonial tucumana” (Cebrelli /Arancibia: 2005, 102-120). 113 Alejandra Cebrelli argumentos en los que se asienta el caso de hechicería se basan en yndicios de que es maleficio63. Da. Josefa Román muller lejítima delSargto Mor Salbador Garza, paresco ante Vmd enaquella bia yforma qe mas á lugar enderecho y amifabor conbenga y digo qe el dho mi marido sehalla en una cama postrado deuna emfermedad biolenta qe según parese y los yndisios qe tenemos es maleficio qe le á hecho layndia clara muller de unmulato esclabo qe tenemos llamado Sebastian pues nosolamente sediscurre qe al dho mi marido lo tiene destemodo sino asupropio yjo la dha yndia /…/ lo tiene enechizado y se debe discurrir asi pues enesta ocasión ultima abiendo llegado el dho su yjo a lo desumadre sano y bueno le conbido conunmate y acabadillo de beber se fue para lo de Barrionuebo /…/ y desdesta ocasion empezo aechar astillas de madera64. (f.165) La presentación se abre con el nombre de la querellante y el dato de su posición social, es muller lejítima de un Sargento Mayor, es decir, se trata de la demanda de una mujer "de excepción", casada con un vecino feudatario –los únicos que podían tener cargos en la milicia colonial66. Unas 63 Como se verá más adelante, el detalle de los indicios inscribe el discurso sobre la hechicería y sus lógicas de representación en el texto, es decir, evoca una práctica que reprime otra proscripta por el sistema cultural –la hechicería pública, propiamente dicha. 64 El documento está muy deteriorado. Desde aquí en adelante, para señalar las zonas del texto más destruidas o borrosas -y, por lo tanto, de imposible lectura- se utilizarán puntos suspensivos entre corchetes. Se trata de conservar, en lo posible, la grafía original y por ello se ha elegido lucida blackletter como un tipo de fuente que se reproduce bastante fielmente el dibujo de la letra manuscrita; sin embargo, ha sido imposible reproducir los rasgos personales de la grafía de los escribas –en especial, la forma de los acentos, los dibujos de las abreviaturas y de las mayúsculas. Por último, cabe aclarar que se ha tratado de respetar también la puntuación en los casos en que ésta aparece. 65 Se trata de dos juicios que aparecen en el mismo expediente por lo cual se los ha foliado con numeración corrida. 66 Así como los hombres señalan su lugar social -y su derecho a la palabra- mediante la mención de los cargos milicianos que ocupan, las mujeres deben indicar su pertenencia – 114 Bibliografía líneas más adelante aparece un nosotros -tenemos- que devela que doña Josefa habla por dos personas, una autorizada para hacerlo –su marido- y por ella misma –cuyo estatus genérico requiere de legitimación previa67. El enunciado constituye una estrategia para tomar la voz legible en el uso recurrente de una primera persona del plural, único medio para que esta palabra adquiera valor legal68. La relativa marginalidad social desde donde se toma la palabra -señalada sólo por la diferencia de género- justifica que el alcalde mandara en el auto siguiente a que nombre persona con la que se pueda formar juicio, responsabilidad que recaerá en uno de los cuñados, el capitán Felipe García Valdés (f. 3). Si bien la fórmula de delegación es propia del discurso jurídico, su uso devela la estratificación de la sociedad colonial69. El uso recurrente de la voz pasiva -se me notificó; se me manda- pone en evidencia el lugar ancilar respecto al poder que ocupa la demandante. Indica, por lo tanto, la obediencia a un mandato que surge de otro superior, jerarquía que depende a un marido, a un grupo social, a la religión aceptada. Con esta fórmula explicitan su parcial derecho de opinión (Cebrelli: 1998a, 991-1001). 67 Para la ley española y, por lo consiguiente, para las leyes de Indias, las mujeres tenían un estatus jurídico equivalente al de un menor de edad y, necesariamente, debían mantenerse bajo la tutela de una institución -matrimonio, Iglesia. En este caso, su toma de palabra está 'justificada' por la enfermedad que, supuestamente, impide a su esposo hacerlo por sus propios medios. 68 Sobre las estrategias que utilizaban las mujeres coloniales para tomar la palabra, remito a mi trabajo “Espejos, alteraciones, inversiones” en Palermo -coord.: 1998 b. 69 Entonces y aún hoy los querellantes -cualquiera sea su sexo- delegan su palabra en la del abogado, quien la asume en tanto agente habilitado dentro del circuito jurídico; sin embargo, en el Tucumán y por estos años era muy rara la participación de abogados en estos juicios. La delegación, por lo tanto, respondía a las jerarquías sociales más que a las jurídicas y, por lo mismo, da cuenta de los estamentos de la sociedad colonial, determinados por el género -entre otras variables destacables. 115 Alejandra Cebrelli tanto del rol institucional –alcalde y juez- como del género masculino. El yo femenino explicita aún más la dependencia al “señalar” a su cuñado para que “represente” su persona, es decir, efectúa un gesto mudo que otros deberán escribir e interpretar70. Ahora bien, la elección de don Ignacio no es inocente ya que, de allí en más, el yo que habla se hace inclusivo de la familia García Valdés en su conjunto -y no sólo del matrimonio- con lo cual se destaca el lugar social desde donde surge la voz y la denuncia –el grupo de vecinos feudatarios. Las fórmulas jurídicas mediatizan la voz de doña Josefa pero, al mismo tiempo, las relocalizan desde las jerarquías de clase y de género, lugar social desde donde toda voz se hace audible y puede adquirir un estatuto de verdad dentro del circuito comunicativo del juicio. Para comprender esta cuestión, se hace necesario reflexionar sobre la situación pragmática que engendró este documento. Como otros expedientes judiciales, éste posee como destinatario la institución jurídica asumida por la figura del juez, legible en las recurrentes apelaciones a Vuestra Merced. En el nivel del texto, el destinatario funciona como un lector modelo cuya enciclopedia y competencias están previstas por la misma institución. Desde el punto de vista ideológico, responde a los valores más legitimados del sistema hegemónico colonial; más aún, su 70 Doña Josefa firma dos autos del primer proceso: la presentación y el nombramiento del representante legal; sin embargo, es muy probable que por lo menos uno de ellos haya sido dictado a un escribiente. En el documento original puede leerse un cambio de grafía y de ortografía que estaría sosteniendo tal hipótesis; por ejemplo, en el segundo documento es notable la preferencia por una ortografía más arcaica, legible en el uso de la geminación -vg. muller (f. 3) en contraste con muger (f. 1). En ese caso, habría otra mediación e interpretación de esta voz femenina. 116 Bibliografía función social consiste en “representarlos” y “ejecutarlos” en la misma práctica. Por lo mismo, no es de extrañar que los jueces coloniales –rol concomitante con la figura del alcalde- fuesen elegidos entre el grupo social prominente, de acuerdo a sus relaciones con el poder. Las interacciones entre locutor–querellante y destinatario-juez se dan, por lo tanto, dentro de las instituciones coloniales y juegan de acuerdo a sus regulaciones. El estatuto de verdad de los enunciados se produce como efecto de una situación pragmática determinada -un juicio que involucra a gente de ‘excepción’ en los dos polos del circuito. La verdad resulta de la comprobación del derecho a la palabra del litigante, es decir, de su pertenencia a la selecta y corta vecindad. Desde este punto de vista, entonces, la palabra ilegítima –es decir, la que proviene de un lugar social disminuido- requiere de la operatoria de ciertos códigos de reconocimiento cuya contradicción la transforma en una opinión poco creíble y, por ello mismo, insignificante. En el mismo auto donde doña Josefa señala a su representante legal, se puede observar el funcionamiento de estos códigos cuyos índices pueden estar regulados por la institución –como el caso de la presentación de sus testigos- o pueden relacionarse con normativas de otro tipo -el comentario de las declaraciones que éstos aún no habían hecho frente al juez. /.../asimismo memanda presente los testigos qe hobran(?)71 ami fabor para lo qual sito y presento al 71 Como el documento está muy deteriorado, se utiliza ese signo para marcar las palabras dudosas. 117 Alejandra Cebrelli Capn. Antto de Aragón /…/ [quien] la bío a dha yndia estando ella enesta ciudad en la estancia tres leguas desta ciudad bibiendo(?) yno abia persona qe laubiese bisto y adha yndia el chileno qe dice qe sabe conebidensia qe enhechizo a su mujer y le quitó la bida /.../ y dho Mateo pardo dise qe lo tiene enhechizado la dha su madre Clara /.../ y la dha mulata Catalina dise qe es sabedora que la dha yndia Clara es feacientemente(?) hechisera y le mato todos sus yjos y dise la berdad del caso /.../ (f.3) Aquí interesan los índices no obligatorios pues ponen en evidencia el funcionamiento de normas sociales, aunque estén transgredidas. En primer lugar, la voz femenina -habilitada por el mandato del juez- enuncia desde un lugar jerárquico que le permite dar cuenta de un acontecimiento totalmente fuera de la norma legal72. Se trata de una especie de ‘juicio’ doméstico realizado previamente, para el cual ya se habían nominado, citado y juramentado a los testigos que, más tarde, en el proceso ‘oficial, se presentarían a favor de los querellantes. Esta transgresión flagrante se puede leer en el derecho a la palabra obtenido mediante el doble proceso de absorción del discurso femenino por el masculino y por el judicial. Opera, por lo tanto, en uno de los intersticios del sistema ya que se trata de un simulacro de una práctica social –el juicio- parcialmente legitimada en tanto responde a un supuesto mandato del juez –asemesmo me manda presente los testigos que hobran a mi fabor. La huella de enunciación aparece nuevamente en acusativo o en dativo -es decir, en situación de objeto- con lo 72 Desde muy temprano, desde la época de las Ordenanzas de Abreu (1576), las autoridades españolas intentaron normativas que aseguraran un mayor control estatal sobre el sistema de encomiendas, entre las cuales habían varias orientadas a limitar los abusos de los encomenderos sobre los indios. Pese a todo, el maltrato y la explotación eran corrientes; 118 Bibliografía cual el resto del enunciado –inclusive la mención del ‘juicio casero’- queda en el orden del deber ser, de la prescripción, dando cuenta del proceso de reacentuación al que ha sido sometido el discurso judicial (y patriarcal). En segundo lugar, se anticipa el alegato de cada uno de los nominados, mucho antes de que el aparato jurídico los cite. Tal mención opera como índice del reconocimiento de la palabra en el caso de los dos mulatos y del pardo. El gesto se hace mucho más evidente cuando, a propósito de los argumentos de Catalina de Avellaneda, el enunciador afirma que la dicha mulata dise que es sabedora que la dicha yndia Clara es feacientemente hechisera y le mato todos su yjos y dise la verdad del caso. Con ello, el nosotros –la familia García Valdés- atribuye su propia palabra a un sujeto del enunciado cuyo lugar social le permite la maniobra. La construcción del efecto de verdad se patentiza en el uso de los lexemas “sabedora” y “fehaciente” que, referidos tanto a la mulata como al valor de su palabra remiten al campo semántico de /lo verdadero/, explicitado en la última afirmación –y dice la verdad del caso. Cuando Catalina finalmente declara, colabora con la construcción de la imagen de Clara como hechicera pública –principal argumento condenatorio utilizado por la familia García Valdés. Se sigue, entonces, que el código de reconocimiento de la palabra habitualmente devaluada del otro social funciona sólo cuando el sujeto marginal obedece el mandato, es decir, no contradice la versión autorizada. En caso contrario, los enunciados de los los encomenderos solían mutilar y castigar a sus vasallos pues –pese a las Leyes de Indias- solían tomar la justicia en sus manos (Palomeque: 2000, 115). 119 Alejandra Cebrelli sujetos alterizados no poseen valor de verdad o, sencillamente, se silencian. Opera así un proceso por medio del cual la palabra pierde su posibilidad de decir y de participar de la semiosis cuyo vector de sentido se construye, habitualmente, desde la ideología del poder. Tal proceso de deslegitimación se hace visible en el efecto nulo de sentido que provocan los alegatos de los familiares de Clara y de ella misma durante el segundo proceso. Si bien en esta instancia se ponen en juego otras estrategias –según se verá más adelante- interesa destacar ahora los mecanismos de desautorización de la palabra. Tanto Mateo como su mujer, Antonia, relataron los recurrentes intentos de asesinato contra la india por parte de doña Josefa sin que fuesen escuchados por las autoridades. Ala tersera presta. dixo qe estando estte declarante. enfermo llego un día a su casa el Sargto Mr Salvadr Garza difunto ypreguntando le qe como estaba respondio estte declarante. qe estaba enfermo; y lo respondio dho Sargto Mr qe su madre lo thenía enfermo y aviendo ydo estte declarante. pra. sn.tiago Da. Josepha Román quiso hazer matar aladha su madre con Baltasar Míranda. Cómo la hirio el susodho; y asemesmo le dixo la dha Da. Josepha a estte declarante. qe le diese soliman en el mate pra. qe muriese dha yndia yqe le respondio estte declarante. qesu Merd. se lo diese ____________________ (fs. 16’73 y 17) Aquí Mateo, el hijo de Clara, realizó una grave acusación contra doña Josefa, asunto que ni el juez ni el representante legal de la querellante parecieron registrar en ningún momento. No se investigó el suceso, ni se llamó a declarar a Baltasar Miranda. Por su parte, el representante de doña 73 Se utiliza el número sin comilla para indicar el lado recto de una foja y se utiliza el mismo número con una comilla para indicar el lado verso de la misma foja. 120 Bibliografía Josefa se abstuvo de mencionarlo en sus petitorios sucesivos. De este modo se pone de manifiesto uno de las mecanismos del discurso jurídico, según el cual lo dicho por el decir del legislador –el representante, el juez- es lo jurídicamente existente. La nulidad de la que se ha dado cuenta significa la no existencia del objeto jurídico, en este caso, del intento de asesinato74. En contraste, otro de los sujetos con rol de legislador no sólo registró la acusación sino que sustentó en ella parte de su argumentación. Se trataba de Rodríguez Viera, el defensor de Clara durante esta segunda instancia judicial. Pese a que este defensor ostentaba el título de capitán de las milicias de la jurisdicción, su palabra perdió gran parte de su legitimidad al colocarse en el lugar de la acusada. Como se verá más adelante, ninguno de sus alegatos ni peticiones fueron registrados ni comentados por el juez, salvo cuando –haciendo uso de sus derechos como vecino- amenazó con presentar el caso personalmente al Tribunal Superior75. De este modo se pone en evidencia la relatividad de los roles y de las jerarquías sociales en relación con los lugares ideológicos. Cuando la palabra de un personaje de excepción contradecía los códigos y normativas sobre las cuales se asentaba el sistema colonial tucumano, se declaraba 74 Para Greimás, este tipo de enunciado jurídico corresponde al orden del ser. La nulidad significa la no-existencia, no es ni su falsedad ni su prohibición (Greimás: 1980); sin embargo, considero que, desde el punto de vista ideológico, la operatoria discursiva que aquí nos ocupa implica tanto una prohibición de la voz de ciertos sujetos sociales como una probable distorsión de los hechos. Es decir, si hay dos versiones de un acontecimiento y una se silencia, se instaura la duda sobre lo que realmente sucedió. Considero, pues, que la operación de nulidad no es inocente ya que opera desde la prohibición y la distorsión. 75 Desde las Ordenanzas de Alfaro (1611) en adelante era habitual que el Tribunal Superior de Charcas intentara poner un freno al abuso de poder de los encomenderos locales, sobre todo cuando se trataba de defender a los indios (Palomeque, ibídem, 127). 121 Alejandra Cebrelli como no existente; es decir, perdía su posibilidad de significar dentro del circuito comunicativo de la institución jurídica y, por lo mismo, perdía su valor perlocutivo; se trataba, sin embargo, tanto de una deslegitimación de la voz como de un desdibujamiento relativo del lugar social pues, en cuanto el locutor hacía uso del derecho a la palabra que le correspondía por nacimiento, género y posesión –es decir, de acuerdo con los valores en boga- su voz se volvía inmediatamente ‘audible’ para sus pares sociales y producía efectos directos sobre las acciones de los interlocutores. Por lo hasta aquí expuesto, puede afirmarse que los procesos de legitimación o de desautorización de la voz en los juicios respondían a un circuito de comunicación previamente instituido cuyo efecto de sentido tenía características monológicas. En tanto la unidireccionalidad resultante se respetara, se producían legitimaciones válidas sólo en esa situación de la voz de sujetos habitualmente silenciados e, inclusive, se permitían transgresiones flagrantes a la ley. Más aún, la ley –en tanto texto normativo de carácter imperial- perdía su posibilidad de funcionar en un juicio local cuando una voz autorizada daba cuenta de la presencia de un lugar de enunciación contradictorio o diferente al que se instauraba desde el poder local. En ese sentido, se puede afirmar que las normas se iban resignificando desde las interacciones de los agentes sociales76. Por lo tanto, 76 En ese sentido, se cumplen ciertas invariantes del discurso jurídico ya delimitadas desde postulados críticos deudores de la lingüística, según las cuales las normas no tienen ninguna significación precisa al margen de las interacciones ideológicas y esta significación-guía debe concretarse según un contexto y una coyuntura (Warat: 1976). 122 Bibliografía tal sistema de legitimación de la voz –y de su valor tanto semiótico como performativo- está dando cuenta del funcionamiento de un sistema cultural localizado que se sustenta en un particular modo de producción –en este caso, el de las encomiendas- a partir del cual se construyen jerarquías sociales notablemente marcadas por la sangre, el género y la posesión. Ser vecino feudatario significaba, por aquellos años, ser español; poseer encomendados, esclavos y tierras; ocupar lugares de poder en las instituciones sociales –el cabildo, la milicia; significaba, en síntesis, ostentar un poder (de palabra, de acción) asentado en bienes familiares de tipo material y simbólico. 2.4. Decir lo prohibido Queda claro, de este modo, que el discurso y la representación de la hechicera, en estos juicios, es prácticamente una invención que proviene de prácticas sociales y discursivas que, ya desde hacía siglos, estaban orientadas a su represión. En ese sentido, puede afirmarse que casi no quedan huellas en estos documentos de los haceres de tipo mágico-curativos que formaban parte de la vida cotidiana de San Miguel por esos años. Por eso, aún cuando se hable de encantadoras, maleficiadoras o hechiceras, las imágenes resultantes intertextualizan el estereotipo de la bruja europea. Uno de los casos donde se opera este tipo de intertextualidad se lee en el primer proceso realizado a la india Clara (1717) y está puesto en boca de un tal don Antonio de Aragón, un alcalde que no necesitó declarar 123 Alejandra Cebrelli demostrando que la palabra de los encomenderos era suficiente para validar tanto el relato como la atribución de la voz77. Allí se alude a una práctica tradicionalmente atribuida a la acción de la magia en Europa, según la cual un brujo gozaba del don de trasladarse velozmente a lugares lejanos –en este caso, a tres leguas desta ciudad, práctica que exigía tanto el secreto como el aislamiento –y no había persona que la ubiese visto. Se creía que este poder sobrenatural era fruto de un pacto realizado con el demonio. Desde el siglo XV, se había relevado esta creencia popular en prestigiosos tratados de brujería78 por lo que formaba parte de uno de los sistemas de indicios más utilizados para ‘reconocer’ a las hechiceras no sólo por el pueblo sino por las instituciones que las reprimían –la Inquisición y la justicia secular79. Si bien en este caso no actúa la Inquisición –ni su ‘versión’ colonial y andina, la Extirpación80- lo cierto es que la lógica de producción de 77 Más aún, durante el segundo proceso el testigo es llamado a ‘ratificar’ una inexistente declaración previa. En ese auto, don Antonio sólo declara que es publica vos y fama de que dicha yndia es hechisera y sustenta dicha afirmación en que lo oio dezir en casa de Doña Josefa Román (fs. 15 y 16). 78 En el famoso Malleus Maleficarum de Kramer y Sprenger se lee que a veces transporta a las brujas sobre animales que nos son animales verdaderos, sino demonios que han adoptado su forma, o incluso ellas se transportan sin ninguna ayuda exterior, simplemente por el poder del diablo que actúa invisiblemente (Kramer / Sprenger: 2001, 80). 79 Desde finales de la Edad Media, cuando se inicia la brujomanía europea –es decir, la caza de brujas institucionalizada- los signos más importantes son: 1-el viaje nocturno; 2- el pacto con el diablo; 3- la abjuración formal del cristianismo; 4- la reunión nocturna secreta; 5- la profanación de la eucaristía y el crucifijo; 6- la orgía; 7- el infanticidio sacrificial; 8- el canibalismo (Russell: 1998, 69). Son notables las diferencias entre la brujomanía europea y la tucumana, pues de todos los indicios ha quedado uno solo –el viaje- y notablemente modificado. 80 En este punto cabe recordar que a partir 1571, año en que se crea la Inquisición en América, ésta deja de tener fuero sobre los indígenas. Pero el mismo año se creó el Provisorato de Naturales, institución que recibió varios nombres a lo largo del tiempo. Las penas iban desde la cárcel a los azotes y se excluía la pena de muerte (Peire: 2000, 86). Otra institución afín, la Extirpación –también conocida como visitas, procesos, Casa 124 Bibliografía sentido de los segmentos correspondientes a los querellantes se asienta, como ya se dijo, en el procedimiento inquisitorial, es decir, en la construcción del delito a partir de una acusación y de testimonios que se ‘verifican’ como resultado de la prisión y de la tortura del ‘reo’81. En otras palabras, el relato de este suceso extraordinario atribuido a Clara nada tenía que ver con la vida cotidiana aunque, indudablemente, daba cuenta de las creencias populares vigentes; constituye, por lo tanto, una marca textual que remite a un imaginario de origen europeo y de carácter letrado. Otros casos, en cambio, se refieren a rituales locales de comprobación que resultan eficientes dentro del circuito comunicativo del juicio pero, al contrastarlos con las declaraciones de los individuos a los cuales se les atribuye, son ignorados o, sencillamente, negados lo que pone en duda su veracidad. El primero de ellos es el relato del encantamiento de Mateo, el hijo de la acusada, que es mostrado como una de las víctimas por la querellante. El relato se irá completando a lo largo del primer proceso en los autos incriminatorios y alude a una de las invariantes que constituyen la de Santa Cruz y Colegio del Principe- funcionó en el actual territorio del Perú en el siglo XVII y es considerada por los historiadores actuales como una “Inquisición para indígenas”. Fue una “hija bastarda” del Tribunal y de la evangelización con las peculiaredades que se originaban de la adaptación a la realidad colonial. Tenía por ‘clientela’ a las comunidades rurales no integradas culturalmente y su proyecto era el de destruir las religiones andinas. Prohibía creencias, ritos pero también costumbres y comportamientos tradicionales indígenas que consideraban contrarios a la moral y costumbres cristianas como las borracheras, amancebamientos, sodomía, entre otros (Duviols: 1986, LXXIII). 81 En general, este tipo de sistema judicial premoderno y europeo tenía entre sus matrices el modelo inquisitorial (Foucault: 2000). En el caso de la persecución de las brujas, la relación genética es mucho más evidente. 125 Alejandra Cebrelli representación de la bruja europea, es decir, el ejercicio de su arte sobre inocentes, una de las prácticas más repugnantes para los valores religiosos, jurídicos y morales tanto del medioevo como de la modernidad temprana (Russell: 105-109). Este caso se completa con un interrogatorio y se orienta a la reconstrucción de las relaciones entre Clara y Mateo a lo largo de su vida. El interrogatorio funciona como una grilla que determina de antemano las respuestas y fragmenta los decires de la madre y del hijo desde lógicas que, en realidad, son las del grupo dominante; sin embargo, ello no quiere decir que careciera de sentido para la acusada y su hijo, sino que el sentido se difractaba de acuerdo a quién lo estaba interpretando. En otras palabras, si se considera esta indagatoria como una enunciación de doble entrada -es decir, que se gesta y tiene sentido en y por la misma interacción- el texto parece un ejemplo de acabado dialogismo y produce un efecto de sentido que coadyuva a la legitimación del proceso pues 'demuestra' un afán por investigar los hechos con el fin de llegar a la 'verdad' de lo sucedido; sin embargo, la lectura crítica pone en evidencia la intención ilocutiva del cuestionario, dejando en claro que es la de influir sobre las eventuales declaraciones de los testigos a favor de los querellantes. El cuestionario ofrece, por lo tanto, un muestrario de los casos que involucraban a Clara en tanto hechicera y, por lo mismo, podían 'inspirar' numerosas declaraciones incriminatorias; funciona, asimismo, como el vector ideológico que 126 Bibliografía relocalizará la producción del sentido textual desde los modelos de mundo más caros al sistema español. Interrogatorio /…/ al conocimtto dlas Personas_______ y si saven d vistas ù oìdas qe Clara yndia mujer d Sebastián mulato esclavo d Doña Josepha Roman sea hechizera, aqe Personas lo han oído qe motivos dieron para dezir qe es hechicera y desde quando lo saven_________________________________________ _ Y si saven o an oído dezir qe la dha Clara aya [hechizado82] a Mateo su hijo y por donde lo saven isiloan oido al dho Mateo quexandose a la dha su madre y silean oido que cuando en una ocassion enfermo /.../ y que la dha su madre seavía ydo /.../ yhaciendola seguir le paso qe las gallinas se espantaron como si vieran auna vívora(?) /.../ y vio qeun sapo se asomó /.../ de junto al fogón /.../ y mandó asu muxer que lo sacase y lo saco y lo mato y qe se estiro como una lonja y según mandase dho su marido lo llevó y echó el sapo en el correr dlagua [y de esta] manera sanó el dho Matheo /.../ Y si saven olean oido al dho Matheo otros casos le ayanpasado con lla dha su madre especialmente deun83 mate dllerva qe le dio la dha su madrey lo qe [de ahí] resultó_________________________________________ Y sisaven y leanoido al dha Mateo qe dha su madre siendo el pequeño lo quiso enseñar elarte dl enhechizar(?) y leasía ber visíones y qe aniquilado desto sele huía /.../ (f. 11 y 11’)84 82 El corchete indica que la palabra ha sido restituída o, en caso de que haya puntos suspensivos, que el estado del documento hace imposible su restitución. 83 Se utiliza la v o la u según corresponda en la ortografía actual ya que la letra suele ser vacilante. 84 Se utilizan dos tipos de letra en las citas textuales con la intención de destacar si se trabaja sobre un documento manuscrito –en este caso se utiliza la letra lucida blacklettero sobre uno que ha sido publicado –para lo cual se sigue utilizando la arial. 127 Alejandra Cebrelli Desde el primer contacto con el texto llama la atención el enmascaramiento de la voz que enuncia. En primer término, el título y la modalidad verbal de enunciación, predominantemente impersonal, tienden a borrar la firma, es decir, el rol judicial desde donde se enuncia que es el del demandante, con lo cual el texto adquiere una aparente 'objetividad'. En segundo lugar, al mencionar que el cuestionario está destinado al conocimiento de las personas se incluye no sólo a los testigos de la parte querellante. El reemplazo de "testigos" por "personas" no es casual ya que parece abrir el diálogo con todo el pueblo, como si el auto -interno a un proceso judicial- adquiriese valor público semejante al de un pregón. De este modo, se acentúa la impresión de bos publica y fama que, a toda costa, se está tratando de construir desde la parte querellante. En tercer término, el uso recurrente de la interrogación directa y del potencial -y si saven o an oido decir- en tercera persona instaura una impersonalidad acorde con la desaparición de la marca de la enunciación que se acentúa al pasar de la voz activa a la pasiva. Se puede observar entonces una progresiva borradura de la responsabilidad del enunciado en estrecha relación con el tipo de saberes sobre los cuales se inquiere. Es oportuno recordar que la respuesta al cuestionario requería un conocimiento cabal no sólo de un método de comprobación de la magia sino de rituales que, supuestamente, sólo podían conocer los hechiceros, es decir, de una práctica con cuyo ejercicio nadie quería identificarse. En ese sentido, la "vista" y el "oído" marcan una distancia progresiva -y saludable- respecto 128 Bibliografía de la práctica y de sus practicantes pese a que, como se verá de aquí en adelante, el auto da cuenta de una enciclopedia bastante acabada sobre estas cuestiones. En definitiva, más allá de la intención ilocutiva y de las estrategias desplegadas para atenuar la huella de la enunciación, el documento da cuenta de un conjunto de indicios y de alusiones a los rituales proscriptos cuya mención no comprometía a nadie. El tabú que rodeaba a dichos ritos explica que de éstos aparezcan sólo algunos rasgos a partir de los cuales es posible reconstruirlos; en contraste, el método de comprobación de la presencia de la magia -convalidado por la misma Inquisición- aparece descrito con bastante detalle. Inclusive, la mención del indicio muchas veces resulta la huella del ritual que no se menciona. Cabe aclarar que tanto los rituales como el sistema de indicios tenían como base la creencia en el funcionamiento de un sistema de simpatía o conexión sobrenatural entre el hombre y el cosmos que el hechicero podía manejar a voluntad (Vivante y Palma: 1991). Esta forma de pensamiento operaba como una lógica que sostenía tanto la práctica proscripta como la que la reprimía y era el resultado de una especie de cuerpo textual en el que una y otra se engendraban y, al mismo tiempo, retroalimentaban y que circulaba por medio de la escritura -en los documentos que la misma práctica represiva obligaba a producir- y en la oralidad -los pregones y los sermones eran los tipos textuales más adecuados para su difusión. Además, si bien no es comprobable, no es difícil imaginar que estos juicios deben 129 Alejandra Cebrelli haber provocado rumores y chismorreos en tertulias y en fogones tanto en la ciudad como en las haciendas y poblaciones aledañas85. Estas creencias explican la mención del primer indicio que comprobaría el estatus sobrenatural de Clara, es decir, el hecho de que las gallinas se espantaran al paso de la acusada como si vieran a una víbora. Como ya se explicitó, el lexema "víbora” alude a la presencia de lo demoníaco lo que comprueba que la representación de la hechicera tucumana subsume a la bruja europea. El uso del conector como si instaura una igualdad en la correlación entre los lexemas "Clara" = "víbora" y sus equivalentes semánticos /hechicera/ = /demonio/. El campo de sentido se completa, más abajo, con la mención del "sapo" que, en el uso regional suele equipararse a la misma hechicera y constituye uno de los objetos predilectos para los rituales mágicos86. La aparición del batracio en un sitio no habitual -de junto al fogónsugiere la acción de un daño realizado por Clara sobre Mateo lo que, para la creencia popular, habría sido la causa de la enfermedad de este último. Para los creyentes, el daño consiste en un mal causado en forma intencional a un individuo por medio de una práctica mágica (Vivante y Palma: 1991, 53). 85 Es muy posible que desde aquí surgiera el corpus legendario local relativo a la hechicería que aún circula tanto en la oralidad como en la escritura en el noroeste argentino. De allí que los relevamientos realizados por los antropólogos en el siglo XX sean los que posibiliten la reconstrucción de los rituales de hechicería que aparecen apenas evocados en los juicios del siglo XVIII. 86 Ya se señaló a propósito del juicio anterior la popularidad de este vehículo de la magia en la región andina. En Santiago del Estero dicen que la bruja viene en forma de sapo (Fichero del Folclore del Instituto de Antropología de la Universidad Nacional de Tucumán, compilado por R. Jijena Sánchez. Citado por Vivante y Palma, op. cit., 77) 130 Bibliografía En los Andes, este ritual solía hacerse sobre un animal -preferentemente un sapo- o un muñeco con espinas u otros objetos filosos. Se suponía que el objeto que vehiculizaba el maleficio estaba en íntima conexión con el verdadero destinatario del mal de modo tal que, si se le clavaba una espina en el corazón, la persona tendría enfermo ese mismo órgano. En este caso, la acción de la magia parece comprobarse en el comportamiento extraordinario del batracio pues, al matarlo, se había estirado como una lonja. El adelgazamiento anormal del cuerpo del animal sugiere la práctica de otro ritual utilizado en la zona, esta vez para consumir a la persona, consistente en dejar secar el sapo al sol y, una vez seco, moler la piel y dársela a beber a la víctima. Se creía que ésta se secaría poco a poco. En otra de las preguntas previstas se menciona un suceso relacionado con un mate de llerva que Clara habría dado a su hijo. Si bien no se dan más detalles, se puede inferir que se refiere al vehículo utilizado para infringir ese u otro daño, ya que en la región solía utilizarse dicho utensilio para tales fines (Vivante y Palma: 76-79). El texto posibilita, asimismo, reconstruir un ritual de sanación que, según el texto, el mismo Mateo sugiere 'demostrando' una competencia en asuntos mágicos acorde con el supuesto aprendizaje. El ritual es una práctica bastante habitual en la localidad que consiste en arrojar el objeto que fue el vehículo del daño al río -en el correr del agua. Para la lógica simpática, la 131 Alejandra Cebrelli limpieza que el fluir del agua realiza sobre el sapo cura al hechizado de su mal, en este caso a Mateo87. El último párrafo intenta completar la imagen de bruja aludiendo al modo que, según se creía en Europa, se reproducía la práctica. Se contaban casos en los cuales el poder y el saber habían pasado a las generaciones venideras por vía materna (Russell: 31). Sin duda, este modo de reproducción devela la estrecha relación que existía entre brujería y sexualidad en Occidente88. En los dos procesos se declara que Chana, hija de Clara, era hechicera como su madre (f. 4)89. En esta versión, se pretende mostrar que la acusada intenta ir más allá de la tradición al intentar trasmitir su saber a su hijo varón. La transgresión de la memoria oral que ello 87 La presencia del agua en los rituales andinos responde al culto a la Mamamcocha (Silverblatt, I: 1990, 36-37); en este caso la creencia está relacionada con el culto católico y con la simbología relativa al agua bautismal, en tanto purificadora, es decir, es de raíz occidental. 88 La correlación social más pronunciada es la que se da entre brujería y género femenino. En Europa, existieron motivos sociohistóricos -como los cambios demográficos que, desde el siglo XVI, obligaron a un gran número de mujeres a vivir solas- que explican, en parte, la cacería de brujas. Asimismo, la Iglesia colaboró con esta misoginia desde los manuales de brujería. Por ejemplo, el famoso Malleus Maleficarum o Martillo de las brujas de Heinrich Insistoris (1486) afirmaba que la mujer es, por naturaleza, más propensa a flaquear en su fe y, consecuentemente, a abjurar de ella lo que es la raíz de la hechicería (Insistoris, H. Malleus Maleficarum, Londres: Montague Summers, 1928, p. 43-36; citado por Russel, ibídem, 148-149). En América la correlación existe pero posee otra explicación estrechamente relacionada con el trauma de la conquista. En general, se piensa que la práctica de la hechicería y de la brujería femenina en los Andes está más relacionada con estrategias femeninas de resistencia, como un modo de ejercer un poder al que las mujeres habían estado habituadas y que el sistema colonial les negaba (Silverblatt: ibídem, 80-91). 89 En general, se mantiene la creencia en varias culturas en que la transmisión del poder sobrenatural respeta los lineamientos del género (Evans Pritchard: 1976, 88). En España, aún hoy suele admitirse que los poderes de la bruja son trasmitidos a algún miembro de la familia del mismo género, a veces, sin el consentimiento de la heredera (Blanco, F.: 1992, 169-171). Esta creencia confluye con los paralelismos del género que caracterizaban la vida social de las comunidades andinas, estructura ideológica sobre la cual se engendró la brujería luego del impacto de la conquista (Silverblatt: ibídem, 110-144) 132 Bibliografía implicaba, permite entender la reacción de Mateo quien, según el texto, aniquilado de esto se le huía. Por otra parte, la utilización del lexema "aniquilado" para aludir al efecto que el aprendizaje de la magia en el niño es una alusión a los innumerables relatos de brujas europeas las cuales, según éstos, ejercían su poder maléfico sobre inocentes. El hecho de que el infante en cuestión fuera su propio hijo agrava la acusación y justifica el rechazo del niño, explicitado en el sintagma se le huía. La imagen así construida se tiñe con los valores disfóricos más extremos: la hechicera es, como ya se anunció, una mujer pervertida pues llega al extremo de negar la maternidad -la función social femenina por antonomasia- y, por lo tanto, muy valorada por la cultura occidental. Puede advertirse que la formulación de estos enunciados requiere de saberes bastante complejos tanto acerca de los rituales locales de hechicería como del sistema de indicios que funcionaba para comprobar la presencia de la magia. Dicho sistema formaba parte de la práctica represiva de la hechicería pero el conocimiento de los rituales pertenece a la práctica propiamente dicha, es decir, a lo proscripto. Por lo tanto, es pertinente preguntarse acerca de la responsabilidad de estos enunciados, responsabilidad eludida a través de las estrategias mencionadas oportunamente pero develada al considerar la situación comunicativa y los procesos de legitimación de la voz y de la palabra. Desde este punto de vista y más allá de la borradura del enunciador, resulta 133 Alejandra Cebrelli evidente no sólo que aquí enuncia la parte querellante sino que estos acontecimientos son de su propia elaboración. El carácter ficticio de estos casos de hechicería -por lo menos, de su atribución a la acusada- se comprueba al compararlos con los interrogatorios de sujetos subalternos implicados -Clara, Mateo y Antonia, su mujer- quienes niegan conocer estos hechos. Cabe aclarar que en sus testificaciones no hay ninguna huella del discurso de la hechicería y, menos aún, de la lógica sobre la cual se asienta. El dato resulta interesante ya que para contar y hacer creíbles estas historias se requiere un contacto directo con los rituales que, precisamente, se les estaban atribuyendo a otros -con la consecuente condena social y jurídica que ello implicaba. En otras palabras, ¿cómo los querellantes y sus testigos habían llegado a conocer tan bien los rituales de hechicería que atribuían a las acusadas?, ¿por qué casi nadie parece relacionarlos con lo mismo que denuncian90? Hasta aquí se han leído los autos donde los querellantes o sus pares es decir, las voces más autorizadas- construyen una imagen bastante convincente de las acusadas como hechicera y, simultáneamente, desvanecen cualquier indicio que los relacione con la práctica proscripta. Ambas estrategias se apoyan en la elaboración de dos representaciones contradictorias -/víctimas/ vs. /victimaria/- que, al vertirse semánticamente con los nombres de los individuos implicados en el juicio, imposibilitan que 90 Rodríguez Viera, el defensor de Clara durante el proceso de 1718-1719, advierte que el médico muestra poco temor de Dios al fijar a las niñas enfermas en la idea de que Clara es hechicera (fs. 28-29). En varios autos sugiere que la comunicacion con el maligno es cosa de los querellantes y de sus testigos más que de su parte. 134 Bibliografía se establezca una relación de igualdad entre quienes acusan y los delitos. Cabe preguntarse qué sucede cuando las huellas del discurso de la hechicería aparecen en boca de agentes cuya voz carece de impunidad y son sospechosos sólo por ser personas miserables91, es decir, por su etnia y posición social. 2.5. La palabra que no se asume: médicos, curanderos, adivinos Como ya se vio a propósito de Inés, cuando los indios o mestizos declaraban a favor de los querellantes, su intervención consistía en el relato de algún caso de encantamiento atribuido a la acusada que, por lo general, se trataba de una víctima que había estado postrada de una enfermedad biolenta cuya gravedad la había obligado a guardar cama y, frecuentemente, le había producido la muerte. Los narradores, siempre voces delegadas y autorizadas, pertenecían a los últimos escaños de la sociedad colonial. En su boca se colocan decires donde se inscribe preponderantemente el discurso que reprime la hechicería, lo cual da cuenta tanto de su función al servicio de los querellantes como de su poco contacto con los rituales descriptos. Cabe aclarar que la inclusión de este tipo de actores sociales entre los testigos ayudaba a crear la ilusión de que el proceso contenía voces representativas de todos los habitantes del Tucumán, 91 con lo cual se El atributo de ‘miserable’ no era un adjetivo seleccionado sólo según la pasión o intención del locutor sino que consistía en una condición jurídica propia de los indígenas y en estrecha relación con su condición jurídica de menor de edad. Como tal, les otorgaba derechos y servicios especiales ya que se los consideraba sin medios suficientes para afrontar, por ejemplo, los gastos de un juicio (Peire: 2000, 49). 135 Alejandra Cebrelli afirmaba el argumento incriminatorio de base: que la acusada en cuestión era hechicera según la bos pública; sin embargo, ni la situación de subalternidad de los testigos, ni las modalidades de enunciación -voces siempre delegadas y mediadas- impedía que éstos participaran en el proceso con la finalidad de lograr algún tipo de beneficio personal. Más aún, la lectura de sus intervenciones posibilita la inferencia de los conflictos sociales que se daban entre los actores que no ocupaban lugares de poder. A la hora de declarar, indios, mestizos o negros libertos se cuidan muy bien de hacerse cargo del discurso prohibido. Se preocupan por destacar que hablan porque se lo han mandado, que repiten lo que les han contado, alejándose de la responsabilidad del enunciado y, con él, de los saberes y competencias requeridos para realizarlo. La hechicería, su lenguaje y sus ritos parecen ser ajenos a estos actores; en ese sentido actúan como objeto de la práctica y, por lo tanto, sólo pueden sufrir sus efectos. Pese a las evidentes relaciones de la hechicería en tanto práctica social y discursiva con la memoria local, se transforma en un tabú: sólo se puede nombrar si se le atribuye a otro con el fin de denunciarlo desde el lugar de la víctima, para justificar la consecuente sanción. Como consecuencia, cada una de estas testificatorias instauran el relato de un ‘caso’ de hechicería pero en ninguno de ellos se muestra un conocimiento acabado de la práctica de la hechicería pública ni de sus rituales. En estas historias se entrama alguna que otra huella del discurso prohibido, dando cuenta de un sistema de creencias populares que muy 136 Bibliografía probablemente circularía en la oralidad. Esta competencia parcial en asuntos tan comprometedores es denegada por un yo que intenta construirse en el discurso como víctima para lo cual resignifica una de las fórmulas del discurso jurídico -la recurrente delegación de la voz- que usa con el fin de alejar cualquier posible efecto de sentido que pueda relacionarlo con los rituales y los saberes proscriptos. Como consecuencia, el discurso de la hechicería se transforma en la palabra que nadie -y, menos aún, la acusada puede o quiere asumir pese a que muy probablemente circulara en textos orales y formara parte de un conjunto de creencias populares lo suficientemente arraigadas en el imaginario social como para promover este tipo de juicios. Cabe preguntarse, entonces, qué pasaba en la sociedad colonial con prácticas discursivas afines como la curandería o la adivinación. A lo largo de los dos procesos, los García Valdés usaron diversas estrategias en su afán de comprobar ‘fehacientemente’ que Clara era hechicera. Entre ellas, llamaron a declarar a un adivino, a un curandero y a un médico del lugar los cuales tenían en común el hecho de dedicarse a haceres que podían considerarse curativos, ya sea porque se utilizaran tanto para diagnosticar el tipo de enfermedad como para recetar el tratamiento o la 'medicación' capaces de aliviar el mal. En cada caso, no sólo se hace evidente los esfuerzos de cada uno para alejarse de la representación de la hechicera sino también los artilugios mediante los cuales cada cual pretende agregar prestigio a su propia práctica 137 Alejandra Cebrelli El adivino, llamado Juan Corredor, fue a quien se consultó en primer término para que confirmara el carácter sobrenatural de la enfermedad que se había llevado a la tumba al sargento García Valdés y que se atribuía a las artes maléficas de Clara. Resulta evidente que, según la regulación señalada, no había modo de considerar "sin superstición" la práctica del adivino; de hecho es posible que esta circunstancia explique la resistencia de Juan a testificar ya que, para que lo hiciera, debieron encerrarlo y emborracharlo (fs. 6, 7 y 14). Sin embargo, una vez obtenida la declaración y puesta al servicio de los intereses de esta poderosa familia, el carácter sobrenatural de la misma pareció desvanecerse, su práctica se ‘naturalizó’ y su palabra adquirió el peso necesario para legitimar la acusación contra Clara. Por lo mismo, pese a los pocos vestigios de su palabra que han quedado en el expediente, es posible sostener que Corredor había hecho esfuerzos notables por alejarse de un lugar, el Cabildo, donde sus haceres podían interpretarse desde los valores y las representaciones relacionadas con la idolatría o con el crimen, al extremo que los querellantes debieron utilizar la fuerza física –encierro, borrachera- como modo de persuasión. De los otros dos ‘especialistas’ citados en los procesos, uno de ellos es un curandero que no aparece más que en el relato de uno de los testigos; sin embargo, la declaración es lo suficientemente explícita para dar cuenta del juego de representaciones y valores que estos agentes ponían en juego en sus haceres cotidianos. Se trata de un indígena de Colalao del Valle, apodado el Sacristán, que compartía con el adivino idéntica función: la de determinar el carácter 138 Bibliografía sobrenatural en la enfermedad, esta vez, de la mujer de uno de los testigos. Para ello –según el narrador, el indio habría realizado un ritual de comprobación europeo -la observación de la orina del enfermo como práctica diagnóstica. y estando así enferma vino a casa d [...] /…/ un yndio de Colalao llamado El Sacristán y aviendo ydo este yno. a hablarle pa. que curase a sumuger ledixo que guardase laorina como sela guardó y viendola dho yndio dixo que era hechizo y âdicha enferma le dixo qe dha yndia Clara la avía hechizado /…/ (f. 5’) Tanto el apelativo que poseía –el Sacristán- como el tipo de práctica que aquí se describe da cuenta de que habitualmente el curandero se esforzaba por asimilar sus haceres al modo español; en ese sentido, toda la narración puede leerse como la enunciación de uno de los deseos colectivos de estos indios ya domesticados: la necesidad de legitimarse a sí mismos y a sus prácticas asumiendo como propios los modelos de mundo coloniales, es decir, aculturándose. Con ello se da cuenta, además, de la función de traductor intercultural que este tipo de agente solía cumplir durante la colonia pues el esfuerzo de ‘incorporar’ modos de curar, recetarios y rituales españoles a sus propios haceres implicaba, necesariamente, un proceso interpretativo que significaba traslaciones, adecuaciones –y desviaciones- de un universo cultural al otro92. 92 Para historiadores como Jaime Peire los curanderos cumplieron una función de enlace entre la cultura indígena y la importada (Peire: 2000, 86). Sería interesante poder determinar si el hecho de oficiar de traductores entre una y otra práctica curativa colaboraba con el proceso de colonización y aculturación de las culturas originales o, por el contrario, favorecía los procesos de transculturación que ofrecieron una parcial resistencia a dicho proceso. Claro está que la resolución de estos interrogantes dependerá 139 Alejandra Cebrelli Por otra parte, la anécdota demuestra cómo algunos representados se esfuerzan porque sus haceres y decires actúen una representación prestigiosa –en este caso la del médico español- de modo tal de asegurarse una ‘imagen’ positiva y un lugar social conveniente. Cabe aclarar que el común de la gente no solía distinguir muy claramente entre un curandero y un médico, pese a que el segundo tenía un prestigio superior. De hecho, el médico buscado por los García para diagnosticar y curar a las niñas enfermas fue el único de estos agentes que se presentó a declarar aunque sus palabras ya habían sido citadas por varios testigos. Se trataba de alguien sin los blasones de Vargas Machuca y su escasa fama se hace evidente cuando se lo menciona indistintamente como Miguel Vallejos o Miguel Bolegos93. Es posible que se tratara de un práctico, es decir, de un curandero ascendido a médico por el hecho de conocer el arte de oficio y, probablemente, por su origen hispano-criollo. Y dixo qe aviendo esttado estte declarte. en casa de DaJosepha Roman enfermo onze días nunca oio qe las enfermas nombrasen alayndia Clarayaviendo ydo Migl Vallexos /.../ oio desir despues qe con unas bebidas(?) qe dho Migl avia dado a dhas niñas qe llamaban a dha yndia Clara y qe asimesmo las saumo con algas yerbas; y qe los mesmos remedios hasia dho Migl â estq a1te declarte. y los mesmos sahumerios el [emplaste] con oxas de algarrobo atamisqui y bosta de vaca________________ (f. 31 y 31’) El texto que antecede es un extracto de la declaración de un indio llamado como testigo del 'tratamiento' que Vallejos había dado a las García. de los casos concretos y, por otra parte, excede ampliamente los objetivos de la presente indagación. 140 Bibliografía En él puede leerse el esfuerzo que el narrador realiza para no asumir la responsabilidad del enunciado -oio decir- con lo cual se coloca en el rol de testigo de oído, no de vista; pero más allá de las estrategias mencionadas interesa la descripción del ritual curativo que se centra en el sahumerio, una práctica andina por excelencia. Inclusive los elementos utilizados para realizarlos -oxas de algarroba, atamisqui y bosta de vaca- evocan prácticas culturales locales, sobre todo, pertenecientes a la vida cotidiana de las haciendas. El uso del algarrobo es más que sugerente en ese sentido ya que remite directamente a las comunidades calchaquíes, por entonces recientemente pacificadas, las cuales veneraban este árbol como una deidad y le otorgaban propiedades mágicas94. Pese a que a la voz de estos sujetos es sobrevalorada por los querellantes -posiblemente por la urgente necesidad de convalidar sus denuncias, su estrecha relación con las prácticas curativas locales debía crear ciertas dudas acerca de su legitimidad respecto de los valores coloniales, siempre deudores de los modelos occidentales de mundo. En este juicio, las sospechas pertinentes son verbalizadas por el defensor quien, pese a sostener su defensa en un estatuto racional, no vacila en acudir al imaginario de lo sobrenatural con el fin de convencer al juez de la inocencia de su parte. Maiormente aviendo sido in formado qe el medico queantenido en sucasa y estancia yamado migel bolegos me disen las ayndusido un saumerio derbas 94 Una serie de leyendas que involucran apariciones de seres sagrados que van desde la Pachamama a San Francisco de las Llagas consideran la sombra del algarrobo como un espacio sagrado. Además, hasta mediados del siglo XX, se celebraba a su alrededor la fiesta chiqui, durante la cual se le presentaban ofrendas de animales mientras cantaban y bailaban (Rosemberg, T.: 1989, 52-57) 141 Alejandra Cebrelli las ase prorrompir enque yamen amiparte /.../ a Vd que tengo pedido esamine dho medico /.../ pues esbisto que las erbas ni saumerios nopueden disponer anadie a pronunsiar nillamar aeste ni aquel sino que sera con pacto esplisito o enplisito connel demonio pues dhas erbas no las hasenombrar elnombre de Jus (f. 30 y 30’) Aquí es evidente la intención ilocutiva del defensor: la de desviar la acusación de hechicería -que implicaba un pacto demoníaco- de Clara al médico quien, pese a ser hispano-criollo, no pertenecía al poderoso grupo de encomenderos contra el cual se estaban enfrentando por lo cual era más vulnerable. No es de extrañar, entonces, que cuando Miguel Vallejos testificó, se apresuró a borrar cualquier tipo de relación entre su práctica y la sospechosa cultura local de raíz prehispánica que le había sido atribuida por uno de los testigos. De allí que, pese al prestigio del herbolario local que, según otros testigos conocía muy bien, hizo gala de la utilización del europeo, eludiendo así cualquier huella de las prácticas curativas locales que pudieran implicarlo malamente en el juicio. Fuesele pregdo. siha curado aunas niñas qe estan enfermas en casa dDa Josepha Roman y dixo qe si las curo y qe les ha dado algas medicinas________________ Fuesele pregdo. qe achaq padesen y dixo qe a su parezer no es achaque natural el qe padecen________________ Fuesele pregdo. qe en qe lo conose y dixo qe pr no hazerles provecho los medicamtos. qe seles dan________________ Fuesele pregdo. con qe siensia les aseguro alas enfermas qe era malefisio y dixo qe con darles avever aseitte con semilla de cardo santto___________________________ 142 Bibliografía Fuesele pregdo. qe de donde ha sacado estos remedios y dixo qe los â vistto hazer__________________________ /.../ Fuesele pregdo. si la nombraban pr /.../ de algn sahumerio ô medicamto y dixo qe no lo save y qe cuando. llegdo. un día ala casa vido qe su madre la estaba sahumdo con palma vendita y romero________________ (fs. 31’ y 32) Pese a las sucesivas delegaciones de la voz, han quedado algunas huellas del proceso de enunciación que resultan interesantes. Vallejos no renuncia a su estatus de médico -insiste en afirmar el carácter sobrenatural del "achaque" pero se apresura a aclarar que lo sabe sólo porque no le hacen "provecho" sus medicamentos -negando implícitamente cualquier tipo de experiencia o contacto con la hechicería. Esta primera secuencia le sirve al narrador para evocar la representación del médico español y, a la vez, legitimar el tipo de medicación recomendada: un aceite realizado con una hierba llamada "cardo santo". Es muy posible que haya elegido la planta porque el nombre bastaba para alejar cualquier tipo de sospecha; sin embargo, ello no quita que, en lo no consciente, se esté dando un doble proceso de traducción lingüística y cultural: del quechua cachawqa rumi al español cardo santo y de una práctica andina a una española95. Finalmente, con la doble intención de sostener su diagnóstico inicial y de desviar cualquier culpa posible, advierte que la madre de una de las enfermas - 95 El dato está en La medicina natural qulla aymara y cultura de la disciplina tiwanakuta wari wiñay marka, 1967, 59-60. En ese sentido es muy posible que realmente Vallejos haya inducido con narcóticos a las niñas y las haya convencido de que estaban embrujadas por Clara. Lo que sí se puede afirmar es que los García Valdés mostraron premeditación para construir la culpabilidad de la india. 143 Alejandra Cebrelli ¿doña Josefa?- las había sahumado con "palma bendita" y con "romero", remedio tradicional español para 'purificar' el aire96. Por todo lo ya dicho, puede afirmarse que ciertas prácticas sociales como la adivinación, la curandería o la misma medicina- podían resultar sospechosas al poder por su contacto con el imaginario de la superstición; sin embargo, a diferencia de la hechicería, eran sancionadas según tres variables: quiénes la ejercían, al servicio de quiénes lo hacían y cuál era el origen cultural de las representaciones evocadas y de los rituales y saberes utilizados. Sin duda, la sobre-legitimación que recibe la palabra atribuida al adivino es el resultado de la tendencia a la "construcción" de los hechos por la parte querellante, lo cual demuestra -una vez más- que todo el proceso judicial no fue más que un simulacro realizado con el fin de justificar las irregularidades legales en las que había recaído. Es muy posible, además, que la estrecha relación de la adivinación con las creencias prehispánicas e idólatras hubiese puesto bajo sospecha a Juan Corredor en otra situación comunicativa de carácter público que involucrara a los vecinos feudatarios, aunque en la esfera privada sus predicciones pudiesen gozar de credibilidad. Las historias del curandero y del médico resultan interesantes ya que parece demostrar la existencia de una especie de "mestizaje cultural" que, visto a la luz de la conflictividad social, no da cuenta precisamente de un 96 La palma bendita se utilizaba en la campiña española para contrarrestar los maleficios e, inclusive, la caída de los rayos. La variedad vegetal de estos ramos tenían que ver con la flora de cada lugar. Así habían variaciones que iban del laurel al olivo o al pino y al romero (Blanco, F.: ibídem, 142). En el Perú los maleficios se ‘trataban’ con palma bendita, romero y olivo tostado con todo cual se sahumaba la casa del enfermo mientras se la asperjaba con agua bendita. El ritual era considerado un delito por la Inquisición local ya que implicaba el ejercicio de una práctica supersticiosa para la cual se 144 Bibliografía sincretismo simbólico sino más bien de la fuerte estratificación de la sociedad virreinal. Esto resulta evidente cuando Miguel Vallejos ostentando un saber curativo bastante respetable- 'traduce' culturalmente sus prácticas según la propia conveniencia. Este caso es el que muestra con mayor claridad cómo más allá de la eficacia curativa de los rituales y los herbolarios, sólo los pertenecientes a la cultura occidental gozaban de una legitimidad capaz de asegurar no sólo una buena reputación sino también la propia subsistencia. Los tres casos muestran que los haceres curativos eran evaluados en la colonia tucumana más por lo que parecían que por su eficacia. Sólo la astucia de los agentes -una alta competencia comunicativa que les permitía saber cómo actuar o referir su propia práctica considerando los valores que cada representación social conllevaba- les permitía sortear las estrechas normas y reglas coloniales desde donde se evaluaba el accionar de cada uno. En este juego de espejos y apariencias, no sólo la habilidad sino el lugar social les permitía obtener algún tipo de provecho; sin duda una esclava o una india feudataria casada con un esclavo tenían pocas probabilidades de jugarlo con ventaja. 2.6. La ignorancia y el silencio como táctica La "confesión" de Clara durante el segundo proceso entreteje un discurso resistente al poder cuya entonación femenina es apenas audible. ‘mezclaban’ elementos usados en el ritual católico con otros propios de las idolatrías, hechicerías y todo tipo de sortilegios ( Medina, J. T. de: 1952a, 281). 145 Alejandra Cebrelli Más allá de la función que cumplió dentro del proceso judicial, esta testificatoria constituye prácticamente el único registro de la palabra de la acusada que ha llegado hasta el presente97. Su lectura analítica posibilita no sólo la aprehensión de un discurso heterónomo sino también del modo en que el discurso hegemónico y patriarcal lo sometió a un trabajo de modelización y resignificación. La palabra de Clara, cabe aclarar, está profundamente transformada por mediaciones, re-acentuaciones y traducciones simultáneas -de la oralidad a la escritura, de la lengua general al español, de lo femenino a lo masculino, de lo andino a lo occidental- que determinan los procesos de producción de sentido. En la superficie de los textos, su palabra se ha perdido porque ha sido traducida, transcripta y translocalizada por un único saber y por una única lógica que la expresa y, al hacerlo, la traiciona sin inocencia. La intención de re-hacer y re-formar su palabra (en el sentido de darle otra forma y, con ello, otro sentido) se hace evidente en el interrogatorio a que por último es sometida. Fuesele pregdo. qe como se llama y de donde es natural y dixo qe se llama Clara y es natural del Pueblo dl Sapallar_______________________________ /.../ Fuesele pregdo. de donde save sele acomula qe sea hechizera y dixo qe pr. averle dho Da Josepha Román y elyndio Juan corredor____________________________ /.../ Fuesele pregdo. qe si save de qe murió el Sargto mor Salvaor [Garcia] y dixo qe no save___________________ 97 La "Confesión" del primer proceso está en una hoja muy deteriorada; el mal estado del documento dificulta su lectura al punto de hacer su interpretación bastante dudosa. Por lo mismo, no se la considera parte del corpus de esta indagación. 146 Bibliografía Fuesele pregdo. si save de qe enfermedad murio el hixo del Capn Igno Garza ysus dos esclavos y dixo qe nolo save pr estar entonses en casa del Mese de Cpô Joseph Muñôz de Lezama_______________________________ /.../ Fuesele pregdo. qe motibos ha dado esta declarte. pa todos gre.mte. digan qees hechizera y dixo qe pr mala querensia qe Da Josepha Roman ha thenido â esta declarte. ha dibulgado de qees hechizera por eso la han thenido ttodos pr tal______________________________ Fuesele pregdo. qe si save qn. thenga enechisadas a la hixa dl Sargto mor Salvaor Garza difunto a su sobrina ô si save qe enfemedad padescan y dixo qe no [save] solo si qe un medico les ha dado tantas cosas a [beber] qe las a hechado aperder_________________________________ Fuesele pregdo. qe de donde save qe dho medico las a hechado aperder con las cosas qe les dio avever [y] dixo qe yendo esta declarte. aver a su marido qe estaba en casa de Da Josepha Roman enfermo [vio] qe cosian diferentes yerbas y les daban avever________________ Fuesele pregdo. qe de donde save qe con dhas yerbas [les] aigan empeorado; y dixo qe las mismas niñas [han] dho qe con aquellas yerbas qe les dava el medico avian enpeorado y qe en diferentes ocasiones han themido veverlas_______________________________________ _ Fuesele pregdo. qe de donde save qe la enfermedad qe thienen dhas niñas sea mal de corazon y dixo qe lo save pr qe siempre suelen enfermar d eso y qe su padre lo solia decir______________________________________ (fs. 19’ a 21) Detrás de la barrera de citas, separadas por las preguntas que lo fragmenta y lo clasifica, se dejan entrever, apenas, las huellas de los decires de Clara. Una de las pocas marcas legibles del discurso de este sujeto femenino es, quizás, la puesta en funcionamiento de una serie de ardides con el fin de defender su vida. Su treta consistió en ‘aceptar’ su propio lugar 147 Alejandra Cebrelli disminuido que provenía del triple estigma de ser mujer, india feudataria y una hechicera sospechada, es decir, de llevar sobre sí el peso de tres representaciones sociales devaluadas. Frente a las indagaciones acerca de la muerte del Mayor Salvador García o a las insistentes preguntas sobre la causa de la enfermedad de las niñas aparecía un recurrente dixo que no save. La ignorancia resultó así una manera de eludir y negar la competencia que se le atribuía, es decir, la de ejercer el arte de la hechicería; en contraste, Clara aceptaba saber lo que había escuchado a los demás, con lo cual construyó sobre sí misma la imagen de una mujer humilde cuyos saberes restringidos eran dependientes de la palabra autorizada, imagen en todo acorde con su propio lugar social. Por lo tanto, decía "conocer" muy pocas cosas: su nombre, su lugar de nacimiento y el resto de sus declaraciones se resumían en la repetición de lo que decían los mismos querellantes. De este modo, "sabía" que la habían acusado de ser hechicera por haverlo dicho doña Josefa o que las niñas padecían mal de corazón -pues su padre lo solía decir. Con esta actitud, no sólo recurría a la cita de autoridad para legitimar tanto sus propios enunciados como la imagen de sí misma en ellos sino que delegaba en los demás la responsabilidad de lo afirmado. Se trata, sin duda, de un caso de ventrilocución: usaba una palabra doblemente ajena (patriarcal y española) y la repetía. Ese falso gesto de obediencia y aceptación escondía un proceso de re-acentuación y resignificación puesto al servicio de un interés más que legítimo: la propia supervivencia. Una vez construido en el texto la imagen del propio saber tan disminuido como su lugar social, reutilizó a su favor ciertos valores propios 148 Bibliografía de la cultura de los encomenderos. Más aún, se apoyó en el poder de la palabra de los García para denunciar su injusta situación jurídica ya que doña Josefa, llevada por la mala querencia, a divulgado de que es hechizera y por eso la han thenido todos por tal. He aquí una acusación bastante directa que pudo emerger en el enunciado sólo porque el yo se presentó como dependiente de la palabra de los demás. Idéntica táctica, la de un saber disminuido de acuerdo a la propia conveniencia, se puso en funcionamiento respecto de la acusación de haber agravado la enfermedad de las niñas, desviándola de sí misma hacia el médico. Esto es legible en la frase dixo que no save solo que un medico /.../ las a hechado a perder; por las dudas, más adelante recurrió a la cita de autoridad para sostener la acusación -las mismas niñas [lo] han dicho. Las huellas de este discurso se centran en una aparente aceptación de los modelos de mundo impuestos desde el poder, apariencia denegada por una lógica fuertemente deconstructiva. El enunciado dixo que las mismas niñas han dicho que con aquellas yerbas que les dava el medico avian enpeorado y en diferentes ocasiones han themido veverlas niega el estatuto científico de la medicina occidental, uno de los valores cuya legitimación iba en aumento entre los españoles del Tucumán durante las dos primeras décadas del siglo XVIII98. 98 Este segmento textual contiene lo que podría considerarse como la única huella del discurso del curanderismo en las declaraciones de Clara -discurso muy afín al de la hechicería- cuya función aquí es la de oponer -en lo no dicho- las prácticas curativas andinas a las occidentales. En tanto constituye el único vestigio que podría relacionar a Clara con una práctica afín a la de la hechicería, no se le puede atribuir su ejercicio en forma fehaciente. 149 Alejandra Cebrelli Todo ello demuestra que, más allá del lugar social y de la situación del locutor -india acusada de hechicería en un juicio- e, inclusive, de las mediaciones de la voz, esta mujer poseía una clara intención: la de trasladar a los demás las culpas que se le habían atribuido con la finalidad de conseguir su libertad. Asimismo demuestra que, a pesar del lugar social en que la situaba el poder -el de objeto- su palabra devela la presencia de un actor social con capacidad para interactuar y para proponer sus propios modos de hacerlo. Tal vez debido a su total marginalidad, lo que se borra es, precisamente, la entonación femenina: del género sólo ha quedado el gesto aparente de la obediencia al mandato patriarcal y la falsa asunción de los valores y modelos de mundo que de allí devienen. 2.7. El efecto de verdad Ahora bien, la astucia demostrada por Clara en sus declaraciones, no fue suficiente para atravesar las estrechas regulaciones y lógicas que, como un tamiz, clasificaban y reordenaban su palabra desjerarquizándola al quitarle validez y valor de verdad. De allí que sea necesario explicitar el sistema de valores que legitimaba -y desautorizaba- tanto los enunciados como las "pruebas" del proceso. El Capn Igno. Garcia dBaldes vecino morador desta ciud, en la causa criminal qe estoy siguiendo contra Clara yndia pr echicera y tener mal eficiadas dos sobrinas y lo demas deducido respondiendo ala vista /.../ dela confessión qhzo dha yndia parezco antte Vmd enla mejor forma ydigo qe no obstante dha confessión de dha yndia /.../ pues es publica bos yfama la cual informn, estoy dando y como enestos casos [rara] vez o nunca sea cogido alreo con los 150 Bibliografía instrumtos, con qe malefician para castigar delitos tales y aclararlos sebalen los señores jueses y mas siendo en personas ruines y de mala fama deyndicios y dotros anttecedentes bastantes para sacar una consecuencia muy ciertta para cuya aclaración yprobanza de qe la dha yndia es echicera y qetiene mal eficiadas mis sobrinas /…/ (f. 23) El documento devela que el juicio se centra en un problema de interpretación de consecuencias bien ciertas. La /certeza/ remite a los campos semánticos /verdad/ vs. /mentira/ que constituyen el eje sobre el cual se sostiene un sistema de valores99 cuyo funcionamiento se apoya en la lógica de la causalidad. Dicho problema recae sobre el juez quien para castigar y aclarar delitos tales se bale de la interpretación de indicios, antecedentes, accidentes y señales que, según el sistema canónico, se consideren muy propios de los enhechizados . En esta instancia caben algunas reflexiones. En primer término, es importante destacar que el orden en que se han mencionado las acciones del juez -castigar antes que aclarar- devela la intención ilocutiva de este auto en particular, la de justificar el pedido de tormentos para Clara para lo cual se hace necesario anular el sentido contradictorio de la "confesión" previa, lo que se explicita con el sintagma no obstante dicha confesión de dicha yndia. Con la afirmación nunca sea cogido el reo con los instrumentos con 99 Se trata del funcionamiento de la categoría de la veridicción que, desde un punto de vista semiótico, se presenta como el marco donde se ejerce una actividad cognoscitiva de naturaleza epistémica que trata de alcanzar una posición veridictoria capaz de ser sancionada por un juicio definitivo (Greimás y Courtés: op. cit., 434). Más allá del metalenguaje mediante el cual se intenta explicar y formalizar esta operatoria textual, resulta evidente la deuda del modelo con la cultura occidental. 151 Alejandra Cebrelli que malefician se quita veracidad a las palabras de Clara, valor que se desplaza hacia la publica voz y fama. Ahora bien, para que dicha voz adquiera el valor de verdad debe estar legitimada por la posición y por el rol social. De allí que el yo que enuncia pueda dar informe del delito a la autoridad judicial. En segundo término, el lexema "valerse" referido al juez cuyos semas /fortaleza/, /validez/ aluden tanto a la jerarquía del rol, como a la función legitimadora de su palabra y de sus acciones. El rol, entonces, habilita al agente que lo juega a interpretar los hechos con "certeza", es decir, "verifica" o, más corrientemente, "saca la verdad". Desde el punto de vista semiótico, el rol -en tanto mandato social- le reconoce la competencia necesaria para interpretar una serie de signos -indicios, antecedentes, accidentes y señales- según dos gramáticas diferentes: a- la lógica de la causalidad; b- el sistema canónico de indicios acerca de la hechicería -ya antes aludido. Pese a que constituyen sistemas de valores diferentes y que conllevan lógicas de producción de sentido contradictorias, ambos remiten al seno de la cultura dominante y funcionan complementariamente pues evocan prácticas sociales muy apreciadas por el sistema occidental en general y colonial en particular: la ciencia y la religión100. Desde allí, entonces, se validan y se semiotizan los hechos que se evocan en el juicio y son considerados como /verdaderos/. Al explicitar de esta manera tanto las lógicas de producción como el sistema de valores desde el cual se interpreta, 152 Bibliografía no es de extrañar que las palabras de Clara queden definitivamente devaluadas: su "confesión" es absolutamente inválida. De este modo, las palabras de la acusada -y el discurso de la resistencia que entraman- ha perdido todo valor semántico, más aún, es como si nunca hubieran sido dichas. seade serbir Vmd deadmitirme laynformación que prettendo dar delo quepasso antteVmd enmi cassa aviendo ydo Vmd aella conla curiosidad dever adhas enfermas atormentadas padesiendo la fuersa desus tormentos y enla primera noche oyo Vmd ytestigos como dhas enfermas fuera desu sentido conla grabed delos asidentes /.../ no desian otra cosa sinoes apartate Clarita yesto con gran ainco /.../ y todos estos accidentes yseñales son muy propios delos enechizados /.../ [y son] fundamentos muy bastantes todos pa proceder enel castigo de dha yndia pero para mas verificación seade serbir Vmd qe dha yndia sea atormentada y qe pase pr dhas diligencias qel derecho dispone para sacar laverdad /.../ (f. 23-24) Este "como si", fruto de las estrategias señaladas, desrealiza el referente -la "confesión" de Clara que, cabe recordar, impedía incriminarlay lo transforma en un primer simulacro textual: la confesión 'no se ha producido'. Funciona, por lo tanto, como un modo de justificar dos cuestiones de importancia para los querellantes: si la acusada 'no había confesado', 'debía' admitirse la información que ofreciera los indicios requeridos para obtener las pruebas faltantes -precisamente, los que devenían de la escenificación de la enfermedad de las sobrinas- y, además, 100 A modo de hipótesis que se intentará comprobar más adelante se puede presuponer que 153 Alejandra Cebrelli la rea 'debía' ser atormentada con el fin de que reconociera sus culpas, todo lo cual constituía parte de las diligencias que el derecho dispon[ía] para sacar la verdad y, por lo tanto, eran acciones que se encuadraban no sólo dentro de la ley sino dentro de las lógicas y de los valores vigentes. La justificación para la admisión de las noticias relativas a las sobrinas era indispensable ya que, a continuación, siguen los autos donde una serie de testigos se presentan sin citación previa a dar cuenta de esos hechos, 'espontaneidad' que estaba completamente fuera de la norma jurídica aunque no de la doxa. La previsión que muestra Ignacio García en este auto constituye una de las tantas evidencias del montaje urdido entre este encomendero, sus amigos y allegados. Al poner frente a la vista y el oído de numerosos testigos el tormento de las niñas se seguían las diligencias necesarias para construir las pruebas faltantes para que se diera la orden de torturar a la acusada, esta vez, dentro de la ley. De este modo, se muestra nuevamente la inversión ya aludida según la cual, en el nivel del texto, se produce una desviación semántica en el orden del parecer -se pasa el tormento de las enfermas a la india, de las /víctimas/ a las /victimarias/; esto resulta absolutamente contradictorio con lo que se lee en el orden del ser y del hacer, es decir, desde el punto de vista pragmático, sin embargo, a partir de esta escenificación se instaura una 'realidad' paralela, una 'experiencia' que no sólo puede verse y oírse sino que queda legitimada, precisamente, con este auto. Por lo tanto, la flagrante las matrices culturales de tipo sobrenatural operarían con mayor claridad en la doxa que 154 Bibliografía contradicción entre las palabras y los cuerpos -la víctima es, en realidad, Clara- queda oculta detrás de un juego de simulacros: el que instauran dos textos espectaculares sucesivos y las numerosas versiones oficiales que se dan de los mismos. Claro está que, para que se pudiese dar este complejo proceso, era necesario preparar el escenario textual, construirlo a partir de la denegación del discurso de la resistencia. 2.8. Clara y las niñas poseídas En líneas generales, puede afirmarse que todo juicio contiene simulacros de un suceso real, precisamente aquel que inicia el conflicto. Cada una de las partes argumenta y presenta versiones de tal suceso que constituyen simulacros en primer grado; eventualmente, el juez puede proponer dramatizaciones (simulacros en segundo grado) del hecho, con el fin de ‘comprobar’ la conformidad de una u otra versión con la situación acontecida. Finalmente, la sentencia resulta de una interpretación previa realizada por el juez, es decir, de un simulacro en tercer grado. De este modo, el proceso se instituye en y por simulacros de simulacros, todos los cuales se evalúan según su grado de conformidad con lo real; conformidad que, cabe aclarar, siempre resulta de la operatoria de un determinado sistema de valores y del funcionamiento de una lógica de representación de carácter epocal. Asimismo, se trata de la puesta en funcionamiento de un en el discurso jurídico, siempre más conservador. 155 Alejandra Cebrelli contrato de veridicción101 que, en este caso, se establece entre los vecinos que participan en el juicio. La particularidad de la segunda parte del juicio de Clara es que la escenificación propuesta se establece en el orden de la mentira, es decir, se monta un espectáculo con el fin de que parezca verdad algo que no lo es; se trata, en definitiva, de construir un acontecimiento cuya existencia se ‘probará’ durante el juicio. Este hacer persuasivo e interpretativo, desde el punto de vista empírico, supuso un gran esfuerzo: la búsqueda de potenciales testigos de 'vista y oído' entre los vecinos feudatarios, la preparación de una escena probatoria que pudiese convencer al juez dejar que Clara participara, la puesta en espectáculo definitivo y las testificatorias sucesivas que darían cuenta de la dramatización. Tal cuidado por parte de los demandantes demuestra que, en realidad, había otro circuito comunicativo posible y tan legitimado como el local: se trataba del que se podía llegar a establecer dentro de la Real Audiencia de Charcas, como se verá luego. Si la construcción de una imagen ruin de Clara por el discurso no había sido suficiente para castigarla, se hacía necesario salir del texto para ingresar en el mundo, o mejor aún, transformar el mundo en un texto; si la 101 Para la narratología el problema de la verdad se reduce al de decir - verdad o veredicción. Para que un enunciado se exhiba como verdadero o falso, mentiroso o secreto es necesario que exista un contrato previo en los dos extremos del canal de la comunicación (Greimás y Courtés: op.cit, 432-433). Cabe aclarar que el modelo de veredicción postulado por la semiótica resulta operativo sólo dentro del circuito comunicativo oficial del juicio cuyos códigos, valores y modelos de mundo son occidentales; precisamente, el documento permite reconstruir la presencia de otros contratos veredictivos, dependientes de sistemas socioculturales contradictorios o, por lo menos, diferentes al colonial. 156 Bibliografía contradicción entre lo que se decía y lo que sucedía en la vida cotidiana era tan evidente como para que uno de los vecinos feudatarios la pudiese denunciar, entonces, había que travestir la realidad, por lo menos, frente a un grupo de individuos. En otras palabras, se debía obligar a Clara a actuar como hechicera sobre un escenario donde la vieran -y la oyeran- muchas personas, para lo cual se requería salir del ámbito privado de la hacienda o de la morada del alcalde-juez y montar un gran espectáculo frente a un público formado por personajes destacados de la ciudad. Esta dramatización sería comentada, narrada y evocada una y otra vez por testigos excepcionales de modo tal que, gracias a la recurrencia de las versiones como al lugar social de las voces, se convirtiese en la prueba que estaba faltando para la condena. En definitiva, se trataba de construir un texto espectacular que sería referido en el texto jurídico, es decir, de una cadena de simulacros cuyo referente era una situación completamente ficticia, como se verá. Para agregar credibilidad, eligieron la dramatización de un caso de hechicería que implicaba la ‘posesión’ de niñas ‘inocentes’ por la encantadora, en este caso, Clara. La posesión instauraba, de por sí, un teatro cuyo juez, público y víctima se daba siempre dentro del mismo grupo social y en estrecho marco de un convento o de una vivenda familiar (de Certeau: 1993: 236-237). En esta ocasión, la disimetría social quedaba marcada por la india acusada de hechicería y, en ese sentido, no sólo se estaba actuando 157 Alejandra Cebrelli una situación a todas luces falsa sino también el sistema de jerarquías y exclusiones de la sociedad colonial tucumana. En síntesis, el efecto de verosimilitud se sostenía en varios valores a la vez: El primero, de carácter social, por el que un testigo perteneciente al grupo de poder era ‘naturalmente’ más creíble; este efecto se acrecentaba si un número de notables que participaba en el proceso, superaba la veintena. El segundo, en estrecha relación con la impronta del imaginario católico en la elite tucumana, según el cual la hechicería y la posesión interesaban por igual al Santo Oficio. El tercero, la lógica de causalidad propia de la práctica jurídica por la cual esta dramatización aportaba la prueba faltante para la condena de Clara102. Entre el 3 y el 10 de enero de 1719 se presentaron los testimonios que pretendían convalidar los textos espectaculares y otorgarles el valor jurídico de pruebas103; sin embargo, el primer relato que aparece desde la perspectiva de los querellantes es el de Ignacio García Valdés en el auto donde se comenta la vista de la confesión ya aludida. Allí solicitaba al juez que le admitiese la informacion de lo que passo /.../ en [su] cassa (f. 24), 102 La alusión a la enfermedad de las niñas aparece en el auto de apertura del segundo proceso. Allí se concretan una serie de acusaciones que van de la muerte por encantamiento a la enfermedad de una sobrina y una hija del demandante; sin embargo, la gravedad de la acusación de asesinato se fue desvaneciendo en los autos siguientes, destacándose en su lugar, la del "daño" que supuestamente había hecho Clara a las García Valdés. Es muy posible que la 'obsesión' de la parte querellante por este delito menor se deba a que éste podía 'mostrarse' frente a testigos notables y, por lo mismo, constituirse en una prueba 'irrefutable' cuya eficacia dependía de la adecuación a la gramática de producción de sentido y al sistema de validación ya aludidos. 103 La versión de Clara es la última que aparece. Para entonces, su palabra ya había perdido todo valor performativo. 158 Bibliografía adelantándose varios folios a las declaraciones de los testigos que luego se presentarían 'espontáneamente'. Este y otros fragmentos textuales dan cuenta de las previsiones que habían tomado los García tanto para el montaje del texto espectacular como para el del texto escrito. Noes dedespreciar para mayor fundamento yrealidad delo queintento provar y verificar loquesucedió [esa] noche aviendosido Vmd servido desacar dha yndia de la prisión enque estava y echolatraer a mi cassa (f. 23’) Cabe destacar que los lexemas "provar" y "justificar" abren una correlación clasemática que incluye los semas /experimentar/ y /certificar/, los cuales ponen de manifiesto tanto el carácter ficticio del acontecimiento como la intención ilocutiva de su mención en el expediente. Por otra parte, dichos lexemas -junto con "fundamento"- constituyen una indudable muestra de la jerga jurídica de la época que, con frecuencia, era enunciada por legos -lo que demuestra que la práctica jurídica estaba mucho más apoyada en la doxa que en el conocimiento cabal de las leyes. Asimismo, constituye una huella del funcionamiento temprano de unas matrices de tipo racional en el imaginario local, también legible en la presencia del sema /experimentar/ perteneciente a la misma correlación clasemática. Desde el punto de vista pragmático, la cita da cuenta de que la experiencia -como se la denominó en otros autos- se realizó con el aval aviendo sido Vuestra Merced servido- e, inclusive, bajo la orden del juez responsable de la causa -echola traer. En definitiva, las palabras de Ignacio García demuestran que el efecto de verdad se logró al respetar las lógicas y valores propios de la doxa -en su mayoría premodernos- avalados desde los 159 Alejandra Cebrelli roles y las jerarquías de la institución jurídica colonial, es decir, gracias al funcionamiento de la norma social y de la interpretación que dicha norma hacía de las leyes jurídicas. Como se verá en adelante, aquí se hace evidente que el discurso jurídico local constituía, en realidad, una especie de interpretante del discurso jurídico colonial imperial que se sostenía en los valores y en el sistema de representaciones que correspondía a la doxa. La estrecha vinculación de esta prueba con la doxa se hace evidente en la preocupación de los testigos 'invitados' a la escenificación por justificar su presencia en la casa de los García Valdés del modo más 'natural' y 'espontáneo' posible -lo cual contradice una de las características del discurso jurídico que consiste en la posibilidad de construir un espectáculo con el fin de verificar la conformidad de los enunciados sobre los acontecimientos104. Así, en la relación del comisario general don Abomar de la Llana se lee que estando en las casas del capitán Francisco de Olea fue llamado por el justicia mayor de la ciudad a las casas del capitan Ignacio Garcia para que fuese testigo de lo que viese y oyese en una esperiencia que seacia (f. 24). Por su parte, Francisco de la Madrid105 se ocupó de aclarar que su presencia en lo de Olea se debía a un accidente repentino que dio a su muger [la de Olea]. Idéntica y devota ocupación -la de visitar a los 104 Desde el punto de vista de la semiótica, el acto de decir los objetos precede y hace posible el segundo momento de la práctica jurídica, el que se denomina “verificación” y que consiste en verificar la conformidad de los enunciados sobre el mundo con los enunciados canónicos del lenguaje jurídico (Fóscolo y Schilardi: 1996, 30-31). 105 Tanto don Francisco de la Madrid como don Tomás de Avellaneda se presentaron y dieron fe de sus palabras ante sí mismos y testigos, eludiendo la presentación ante el juez de la causa. La extraordinaria situación -que reclamará inútilmente el defensor- puede deberse a que el primero ocupaba el cargo de alcalde ordinario de segundo voto y el segundo, el de alcalde mayor promotor de la ciudad. 160 Bibliografía enfermos- resultó el justificativo de su presencia en lo de García que esgrimió el sargento mayor M. de Iriarte (f. 27). El interés puesto en mostrar como 'casual' su presencia en casa de los García es una constante en las declaraciones de estos testigos 'excepcionales'. Dicho efecto de sentido se logra al poner en funcionamiento procedimientos de verosimilización que son más frecuentes en los textos literarios que en los jurídicos. Su presencia en el juicio comprueba el carácter ficticio del texto espectacular organizado por los querellantes y sus amigos -entre los cuales se contaba el mismo juez de la causa. Resulta oportuno recordar que se trataba de la dramatización de un caso de posesión diabólica para lo cual se había elaborado un guión, se habían repartido roles e, inclusive, caracterizado personajes. Más aún, se habían realizaron dos 'interpretaciones' en días sucesivos que repetían el 'guión' casi con exactitud y mantenían el 'reparto' de actores y, parcialmente, del público presente. Por lo que se deduce de los testimonios, se había previsto un público de gente tan destacada que su sola presencia podía coaduyuvar a la legitimación de esta 'prueba' decisiva aunque, como en el caso del cura, no se aviniesen a declarar. Aparentemente, se habían seleccionados los asistentes a uno u otro evento, dejando como testigos oculares de ambos sólo a quienes eran indispensables en el juicio -el juez, los querellantes o quienes se destacaban entre sus pares ya sea por el hecho de ocupar algún cargo importante, como el cura y vicario de la ciudad, o por poseer algún tipo de habilidades especiales, como la de lenguaraz o curandero. Por 161 Alejandra Cebrelli ejemplo, el capitán Alfredo Utrera Balterra y el sargento de Iriarte estuvieron presentes durante las dos representaciones. El capitán porque tenía experiencia en algunas curaciones, competencia que le posibilitaría, además, diagnosticar que estaba frente a la emfermedad de echiso (f. 26) y el sargento porque poseía una notable inteligencia en la lengua de indios (f. 27). Los acontecimientos de la primera noche fueron relatados por el mismo Ignacio García y por el sargento de Iriarte. Al contrastarlas con las relaciones de la noche siguiente, puede afirmarse que la diferencia más significativa entre una y otra era la ausencia de Clara y la menor cantidad de público presente durante el primer encuentro. Y dijo como llegando una noche en compa del Sr. Cura y Vicario de estta ciudad con la nottissia de dos niñas emfermas hija y sobrîna del Sargto Mr Salbador Garssîa /.../ y las allamos inquietas bregando con los accidentes teniendo las sugetas unos mosos yla una de las êmfermas hablando en lengua de yndio que con la intiligenssia que tengo de dha lengua desia con grande aînco apártate Clarita dejame Clarita y mas desîa preguntándole pr. la Clarîta señalava, belay esta con su hija y la dha emferma pedia un cuchillo pra. matar dha india /…/ (f. 28) La crónica del lenguaraz agrega un elemento significativo para la construcción de la culpabilidad de la india pues la mención de la hija en pleno trance sugiere la complicidad de Chana, con lo cual se construye la idea de que actuaba colectivamente. Por su parte, las niñas actúan como "enfermas" que "bregan" con una serie de desagradables "accidentes", es decir, asumen el rol de víctimas. Tanto el grupo social de pertenencia como 162 Bibliografía el rol que asumen y el guión que actúan las habilitan para intentar matar a dicha india sin recibir ningún tipo de sanción. Lo que las García Valdés dramatizan es un clásico caso de posesión según el cual el cuerpo de cada una estaría ocupado por el espíritu de la acusada. Ello explica tanto el idioma utilizado - la lengua de indio- como sus enunciados -apártate, déjame. La mención de un nombre durante las posesiones constituía uno de los saberes que al respecto circulaban en la oralidad -[lo que se ha] oído decir- con lo cual se demuestra la fuerte impronta de la doxa en los procesos de producción de sentido. Este saber no escrito se constituye no sólo en una señal para poder conoser quien a echo el daño sino en la justificación del mandato del juez para hacer estta experiencia, dando cuenta de la persistencia de la oralidad dentro de esta cultura que sobrevaluaba la letra escrita. Desde el punto de vista pragmático, esta 'función' transforma en espectáculo una serie de creencias populares con el fin de poner a prueba la credibilidad del mismo frente a ciertos vecinos notables y con la intención de que el justicia mayor a cargo del proceso permitiese la participación de Clara en la experiencia, presencia indispensable para lograr el efecto preformativo esperado por los querellantes, es decir, la tortura y condena de la acusada. Por ello, no es de extrañar que la segunda interpretación no fuera demasiado diferente salvo por la presencia de Clara, supuestamente sacada de la prisión con todo el secreto y por la numerosa concurrencia -como hasta beinte personas. La similitud se hace evidente al contrastar las relaciones de una y otra realizadas por testigos diferentes. 163 Alejandra Cebrelli /…/donde luego que entre bi dos niñas emfermas atormentadas de un accidente que se desîa ser malefisio, la una ynquieta que la sujetavan dos mosos y la otra como amortesida y en diferentes parajes puestas. Y en estta ocasión el dho jussa Mr avîa êcho sacar dela carsel auna yndia llamada Clara quien disen avîa malefisîado a estas señoras y /.../ luego que dha yndia puso los pies el umbral adentro dela quadra las emfermas al punto se alborotaron en tal manera que la que estava amortesida se levanto furiosa que casi no lapodian sugetar dos ombres mosos y partio para donde la yndia benía siendo asi que dha emferma no pudo ber a dicha yndia pr. ser mucha la gente que avía pr. delante ni menos ser savedora de dha benida y no supe si fue para oyr opara embestir con la yndia y la otra a este mesmo tiempo sujeta pr. dos o tres hombres empeso a gritar con grande ainco tapandose los ojos con un escapulario de nrâ Señora de las Mrde hablando en lengua con dha Clara que en español desía: apartate Claríta, dejame Claríta pr. amor de Dios y estto tambien sin aver bistto dha yndia ni tener siensia de su benida respectto de aver sido la sacada de la prissión de dha yndia con ttodo secretto que solo su Mrd lo savîa y los me la traían respecto de ser la intensiôn de dho Dn Jssa. Mr de aser estta esperienssia pues é oído desîr que es señal pra. poder conoser quien â echo el daño y pr. ser estto que llevo dho la verdad /.../ (fs. 25-26) Cabe destacar que los relatos de este segundo espectáculo -legibles en los testimonios de I. García, A. de la Llana, A. Utrera y M. de Araníbarmuestran una coincidencia más que sugestiva. La similitud no parece resultar de la alusión a un mismo referente sino de la intertextualización de un texto previo que funciona como modelizador de la producción posterior de sentido que, cabe aclarar, completa las figuraciones construidas por los querellantes a lo largo de los dos procesos. La coincidencia llega al punto de utilizar los mismos lexemas para referirse a cualquiera de las niñas - 164 Bibliografía "enferma", "amortecida", "inquieta", "atormentada"- e, inclusive, de repetir sintagmas enteros106. verdad Esta recurrencia estaba al servicio del efecto de y, por cierto, ocultaba el carácter ficticio de los dos textos espectaculares en los cuales se sostenían los testimonios que constituían la prueba más 'sólida' de la pública voz y fama de hechicera atribuida a la india. El llamativo número de testimonios casi idénticos y, además, referidos al mismo hecho imitaba el funcionamiento de la polifonía en el documento jurídico, creando una ilusión textual que otorgaba representatividad social a estas voces y desvalorizaba cualquier versión diferente, por racional y convincente que pudiese parecer en otra situación comunicativa. La culpabilidad de Clara, por lo tanto, se construye sobre estas ilusiones referenciales que, sostenidas por los modelos de mundo más valorados por la cultura colonial local, habían adquirido un valor probatorio casi irrefutable. La eficacia performativa de estas estratagemas provenía de su estrecha vinculación con la cultura barroca, tan afecta al ritual y al espectáculo del poder. En ese sentido, se podría convenir que sus modos de 106 Al efecto, pueden compararse los siguientes fragmentos de distintas relaciones con el fragmento anterior: “Y entrando en dha cassa ayo a dos niñas enfermas /.../ estando la una niña inquieta sujetándola dos ombres y la otra como amortecida [y llegando] Clara a los umbralesde la puerta /.../ estando las enfermas inconsultas de tal venida /.../ empesaron las enfermas a imutarse en grande manera /.../ y la una tapándose la cara con un escapulario prorrumpió apartate Clarita dejame Clarita con grande aflicción" (f. 25’); “y allando allí divididas las emfermas la una inquieta y afligida y la otra amortecida [Clara] entro en la ocasión en la quadra /.../ sin ser bista ni sentida dellas /.../ se ymutaron en tan repentino arrevatamiento /.../ y la otra /.../ prorrumpió hablando en lengua con palabras afligidas en español que desian apartate Clarita dejame Clarita y esto tapándose la cara con un escapulario" (f. 27) ; “que estavan dichas êmfermas la una beregando con su accidente y la otra en suspensson. al pareser sin sentido y luego que entro dha yndia en el quarto sin ser sentida ni bistta de las êmfermas la una se tapaba la cara con las dos manos gritando quitenmela de aquí dejame Clarita" (f. 28) 165 Alejandra Cebrelli representación -y las prácticas sociales que los sustentaban- semejaban ser fastuosos o sutiles montajes teatrales. Las procesiones, los torneos, los autos religiosos, los desfiles, los sermones constituían una puesta en escena de los emblemas, los íconos y los valores más caros al imaginario oficial. Asimismo, las prácticas represivas de la hechicería -deudoras de la Inquisición- también se caracterizaban por una tendencia a la espectacularidad que iba desde la escenificación de los casos de encantamiento frente a testigos de excepción a la temible quema de brujas107. Ahora bien, parece oportuno recordar que las dos dramatizaciones organizadas por los querellantes se alejan de las prácticas sociales mencionadas porque han sido construidos con el fin de ocultar y travestir ciertas situaciones empíricas108 y, por ello, pueden considerarse como simulacros en primer grado. Éstos son evocados en un texto escrito -el expediente judicial- que, por su parte, se caracteriza por presentar una narración que se va construyendo a partir de versiones de las partes implicadas109. Se producen, por lo tanto, representaciones en segundo y tercer grado, cada una de las cuales opera como una proyección de los 107 Durante el proceso por hechicería realizado en Tuama (Santiago del Estero) unas cuantas décadas después, la supuesta embrujada logra interesar al juez al mostrar sus síntomas -extraños vómitos e hinchazón 'móvil' del estómago- frente a testigos autorizados (Farberman: 2000, 237-266). Asimismo, cabe recordar que la negra Inés había sido quemada luego de su muerte por garrote vil en 1703. 108 Al respecto, es importante recordar los intentos de asesinato, el encarcelamiento y la tortura casera que había sufrido Clara en manos de los García. 109 Cualquier expediente judicial, aún los contemporáneos, se construyen a partir de versiones de diferentes testigos que responden a una u otra de las partes en litigio. 166 Bibliografía deseos inconscientes y no conscientes, es decir, como resultado de la emergencia de un sujeto individual y de un sujeto colectivo. Esta trama de deseos, de efectos y afectos del sentido mediatizan la relación del texto con lo real, ahondando la distancia entre uno y otro al punto de desrealizar el referente. Como estas complejas representaciones se construyen por un discurso altamente regulado -el judicial- y se sobreimprimen a una situación comunicativa particular -el juicio- las codificaciones que en ella funcionan pueden opacar el proceso descripto, incrementando el efecto de verosimilitud al extremo crear la ilusión del reflejo110. De ese modo, dentro del circuito comunicativo local del juicio, los enunciados y los textos adquieren un valor de 'verdad' casi absolutos. En el proceso realizado contra Clara, la tendencia a la espectacularidad del discurso opera como una especie de ‘valor agregado’ por el hecho de relatar desde varios puntos de vista una representación teatral, para la cual se han repartido roles, se han previsto las actuaciones e, inclusive, los efectos de sentido posibles. Las sucesivas relaciones del espectáculo previamente montado posibilitan la inserción de un conjunto de enunciados complejos en un género discursivo secundario –el jurídico. Cabe aclarar que la característica fundamental de los géneros discursivos secundarios es la capacidad para absorber y trasformar géneros primarios los cuales, al ingresar al texto, pierden su relación directa con las prácticas 110 Este proceso -que implica para Greimás una reificación del significado- resulta una de las estrategias propias del discurso jurídico mediante la cual se construye la ilusión de que las normas jurídicas están fundadas en una "realidad" (Greimás y Courtés: op. cit., 432433). 167 Alejandra Cebrelli comunicativas en las que se engendran (Bajtín: 1985, 248-293). En este caso, se trata de complejos y sucesivos procesos de secundarización, en el cual un discurso complejo absorbe, desplaza, transforma y traduce a otro igualmente complejo con lo cual la trama semiótica se densifica notablemente. Dicho de otro modo, la fuerte inscripción de un discurso secundario proveniente de las prácticas teatrales propias de la vida colonial –procesiones, autos sacramentales, desfiles, entre otras- incrementa el efecto de ‘desrealización’ que proviene de la capacidad de los géneros secundarios para representar diferentes formas de la comunicación discursiva primaria111. Como resultado, se provoca una especie de efecto ‘dominó’ por el cual el resto de los discursos entramados adquieren mayor densidad. Esta ilusión referencial puede derrumbarse si se transparenta la operatoria interdiscursiva -y los procesos de simbolización que conlleva. Claro está que para que tal resignificación pueda darse, es necesario que la lectura se realice desde 'afuera' de las normas y de los modelos de mundo que orientan la semiosis textual. De allí que las únicas versiones contradictorias fuesen las de la acusada y, apoyándose en ésta, la de su defensor. 111 Para el teórico ruso cada esfera del uso de la lengua elabora géneros discursivos y que éstos pueden clasificarse en primarios y secundarios de acuerdo con la complejidad de las condiciones de comunicación cultural. En el proceso de formación, los géneros secundarios (complejos) absorben y reelaboran diversos géneros primarios (simples), 168 Bibliografía 2.9. Cuerpos naturales / cuerpos textuales La misma Clara había elegido a Juan Rodríguez Viera como su defensor por tener entera satisfaccion del y averlo tenido en lugar de padre (f. 15). Rodríguez centró su defensa de una imagen de Clara contradictoria a la que construían los querellantes, la de víctima. De este modo, intentaba oponer la realidad de un cuerpo natural –engrillado, débil, supliciado- al de victimaria que los García Valdés y el resto de los encomenderos insistían en diseñar. A lo largo de tres extensas intervenciones (fs. 28-29, 30 y 34-35) trató de destacar que se estaba juzgando a una india encomendada de cerca de cincuenta años quien, mientras se desarrollaba el proceso, seguía engrillada en la cárcel pública de la ciudad pasando necesidades como corolario a dos intentos previos de asesinato, aparentemente, inimputables. /.../ y las declarasiones de Mateo suijo de mi parte y dAntonia su muger son prueba de que la noticia asido dad por Doña Josepha porlamala querencia por serle claro que a Vmd [la ha querido] matar abeneno como asimesmo que dho Capitan Ynasio Garsia quiso matar adha mi parte enla casa del como loentento en suestancia de donde fue la dha mi parte afaborecerse de la justicia por donde se puede echar de berla inosente que /…/ en lo que siubiera delito no biniera enbusca dela justicia como bino encasa del MaestredeCampo Dondiegodiaz de Alderete (f. 28) /.../ yen este estado [puestaen poder y casa de su encomendero] estubo dha mi parte /.../sin hacer ausencia dellahasta que a instancias de dicho su marido se la dejo llebar alla casa de suama la dicha doña Josephfa asîen que prueba ynosencia pues tiniendo culpa no se expusiera ayi donde la cataban constituidos en la comunicación discursiva inmediata. Los géneros primarios se secundarizan y pierden su relación inmediata con la realidad (Bajtín: ibíd., 248–293). 169 Alejandra Cebrelli dello yêstando en dicha casa, y no fugitiba ni escondida porque enfermaron de maldecorason una hija de la dicha doña Josephfa que antes de muerto dicho sumarido tenia dicho achaque yotra sobrinasuya ymputándola dicho achaque a dicha mi parte solo porque elmedico ocurandero de dichas senoras llamado migel bolegos por no poderlas curar de dichoachaque /.../ fue desir que las tenia encantadas ladichami parte /.../ dedonde prosedio que estando dicha miparte ensucasa quieta [y] pasifica consumarido y con la comunnicasión con dichos querellosos como muger desuesclavo derepente el dicho Incio Garsia la prendió con grillos dautoridad propia ysin mandamiento de justicia y teniendo Vmd notisia desto, hizo pareser antessi a dicho Incio Garsia y /.../ con lo cual esito laquerella dicho Incio Garsia con sitasiondela causa queseabia segido anteel Cpptt bartolomesantos daraos /.../ (f. 35’) El contraste es flagrante entre la imagen de Clara que hasta aquí se ha ido construyendo a lo largo del proceso y la que se elabora a partir de las palabras del defensor. El yo que habla diseña la inocencia de Clara a partir de los lexemas "quieta" y "pacífica" que sugieren una imagen femenina incapaz de transgredir los límites de su rol y de su lugar social, una mujer humilde -miserable y pobre, al decir del defensor en otros autos- y obediente al mandato masculino -del juez, de su encomendero. De este modo, destaca la pasividad de Clara -se dejo llebar a la casa de su ama la dicha doña Josepha- desmantelando el juego de enmascaramientos e invirtiendo el sentido de los términos en las correlaciones /sujeto/ vs. /objeto/, /activo/ vs. /pasivo/ y /víctima/ vs. /victimaria/ que habían instaurado los querellantes a lo largo del primer proceso. 170 Bibliografía Desde sus primeras intervenciones, Juan Rodríguez Viera intentó devolver al texto la imagen del cuerpo sufriente de la acusada, denunciando que dicha india ...esta pasando mil necesidades y muerta de anbre y de sed y que no se le asiste con nel mantinimiento necesario para su sustento (f. 22). De este modo, al cuerpo textual de una Clara entendida como victimaria opone la evocación del cuerpo natural de una india que, engrillada en un cepo, sufre hambre y sed sin que nadie se ocupe de ella. Por su ambigua posición -india encomendada, casada con un esclavo de los querellantes- no poseía un estatus jurídico de sujeto, ni siquiera estaba muy claro a quién estaba sujetada. En otras palabras, ocupaba un lugar en los últimos escaños de la escala social y esta posición la convertía en la víctima perfecta, en un cuerpo que estaba obligado a la pasividad y al silencio porque sobre él era posible el ejercicio de la violencia física y simbólica cuyo único 'justificativo' era el aborisimiento (f. 30) que los querellantes sentían por ella. Es decir, la voz de Rodríguez posibilita el ingreso en el texto de una figuración textual cuyo referente es una situación de injusticia que, posiblemente, haya sido bastante frecuente en la colonia. Al devolver a Clara el lugar de víctima, se elabora una imagen femenina casi paradigmática para los valores de época: humilde, sumisa y obediente hasta la negación de sí misma. Por lo tanto, y dentro de los límites textuales, Clara -devenida en figura del discurso- se presenta como un modelo que puede y debe mostrarse; de allí los sintagmas " ni fugitiva" y "ni escondida" cuya negación los coloca en la correlación semántica /expuesta/, 171 Alejandra Cebrelli /modelo/, /inocente/. De este modo, el desplazamiento del lugar de la infamia se realiza así no sólo en lo dicho -que prueba inocencia- sino en lo supuesto pues la correlación semántica mencionada conlleva el sema /público/ pero, al atribuirlo a /mujer inocente/ se invierte su anterior valor negativo. En este auto, el ámbito de lo público aparece como el espacio de lo permitido y, por lo tanto, de la exhibición, de la muestra, de lo paradigmático. En contraste, el ámbito de lo privado aparece en el auto como el lugar de lo prohibido, donde se ejercen acciones que deben permanecer escondidas o deben ser encubiertas por su carácter transgresivo e, inclusive, criminal. Es el espacio donde Ignacio García prende a Clara "con grillos" y lo hace "de autoridad propia y sin mandato de justicia". Con estas palabras se hace evidente la inversión semántica: si la acusada es /obediente/ y /sumisa/ -y, por lo mismo, sus acciones pueden ser exhibidas en público- el querellante es, por el contrario, /desobediente/ e /injusto/ lo que obliga a esconder sus acciones en el ámbito de lo privado y a enmascararlas con una querella judicial. Sin duda, más allá de las estrategias discursivas que intentan desmantelar las construcciones textuales de sus oponentes, éste y los demás autos firmados por Rodríguez Viera contienen denuncias explícitas contra sus pares -los García Valdés e, inclusive, el alcalde y justicia mayor, don Urbano de Medina y Arce. La amenaza de hacer llegar la noticia de tales injusticias a su Señoría el Gobernador y a los Señores de la Real Audiencia 172 Bibliografía se haría realidad frente a la injusta condena a tormentos a la que su parte finalmente fue sentenciada. El conjunto de los autos que contienen la defensa constituyeron una amenaza cierta para el grupo de encomenderos que actuaron en este juicio a favor de los querellantes; amenaza que se sumaba a la palabra de la misma acusada que mostraba huellas evidentes de un discurso resistente al poder que se originaba en los márgenes del sistema colonial. Estas voces corrosivas requerían, para ser acalladas, del despliegue de estrategias adecuadas tanto a las características discursivas como al lugar social de procedencia. Rodríguez Viera logra construir de este modo una perspectiva desde 'fuera' de la norma local vigente ya que sus palabras se engendran en un sistema de valores que parece ignorar la impronta de lo sobrenatural, impronta que, transportada por la doxa, vehiculiza los enunciados del resto de sus pares. Este proceso pone de manifiesto, una vez más, las diferentes posibilidades de semiosis que se sostenían, traslapaban y contradecían unas a las otras inclusive en el seno del pequeño número de agentes que formaban parte de los vecinos de San Miguel dando cuenta de la complejidad de roles y posibilidades de acceder a la palabra en la cultura local. Los trayectos de sentido señalados develan parcialmente el intrincado tejido social del Tucumán de aquellos años, evocando y convocando a la escritura oficial los conflictos de la vida cotidiana que esa misma escritura intentaba acallar. 173 Alejandra Cebrelli En esta querella se pone en evidencia los procesos de legitimación o de desautorización de la voz dentro del circuito comunicativo del juicio. Dichos mecanismos respondían a las jerarquías previamente instituidas gracias a las cuales todo enunciado tenía un efecto de sentido monológico y verdadero. En tanto la unidireccionalidad resultante se respetara y sólo en esa situación comunicativa, se producían legitimaciones válidas de la voz de agentes habitualmente silenciados. Los modos de autorización, legitimación y toma de la palabra están dando cuenta del funcionamiento de un sistema económico y social, el de las encomiendas, a partir del cual se construían jerarquías notablemente marcadas por la sangre, el género y la posesión. En los procesos analizados se estructuran varios relatos relacionados entre sí a través de un complejo sistema de indicios, de rituales y de representaciones cuya finalidad es la de construir la imagen de la ‘rea’ en tanto hechicera pública. Se trata de demostrar la culpabilidad según la lógica de la práctica discursiva jurídica caracterizada por modos de comprobación premodernos en los cuales el rumor y el tormento aseguraban la consecución de la ‘verdad’ en el proceso. Las estrategias discursivas que se destacan son la toma de la palabra por una mujer de la elite utilizando el discurso patriarcal vigente mientras que en la estrategia opuesta Clara, la acusada, utiliza la treta del ventrilocuismo al apropiarse de los discursos más legitimados de la cultura oficial logrando enmascarar su silencio. 174 Bibliografía A lo largo de las testificatorias de los representantes de los escaños más bajos de la sociedad, se construyeron relatos de varios ‘casos’ de hechicería pero en ninguno de ellos se demostró un conocimiento acabado de la práctica ni de sus rituales. Si bien en estas narraciones aparecen algunas huellas del discurso prohibido que evocan las creencias populares, nunca se asumen plenamente estos saberes ante la posibilidad de la represión que se espectraliza a lo largo del proceso. Capítulo 3. Ecos inquisitoriales. La cacería de hechiceras (Magdalena y Ana de los Manantiales, 1721) 175 Alejandra Cebrelli 3.1. Huellas espectrales, presencias solapadas Entre julio y octubre de 1721, el comisario de la caballería don Bernardo Antonio de Figueroa, alcalde ordinario de la ciudad de San Miguel, oficiaba como juez en una causa criminal levantada contra cinco indias de la jurisdicción, todas ellas acusadas por el delito de hechicería. El proceso llegó a involucrar a uno de los alcaldes de la vecina Santiago del Estero. En la ciud de SanMiguel de Tuqqm en veinte y sinco días delmes de setiembre demil setesientos y veinte y uno ao el comissario decaballería don Bernardo Anttonio de Figueroa alcaldehordinario de dha ciud y su juro /…/ por su Mgd q Dios gd porquanto el Cappn Gerardo de Brazuer defensor nombrado enlacausa criminal q sean estado sigíendo de ofisio de las Real Justisia contra Agustina, Mensía, y Paula, Madalena, Lorensa Yndias /…/ (Juicio contra Magdalena: f. 10)112 Lamentablemente, sólo se conservan los expedientes de dos de las procesadas, Magdalena y Ana de los Manantiales pues, como se lee en uno de los autos del juicio de la primera, de lo que a cada una de las sindicadas le toca se hacen y hisieron quadernos (JM: f. 12’), fragmentación que facilitó la pérdida de gran parte de esta documentación. Como resultado, no se conoce el nombre ni los motivos de quienes iniciaran la querella general; sólo el de cada uno de los implicados en los dos procesos que han sobrevivido al paso del tiempo. 112 El documento se encuentra en el Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial (Juzgado del Crimen, Instrucción y Correccional), Expediente Nº 1, Caja Nº 2. En adelante se citará sólo como JM (Juicio contra Magdalena) a los fines de distinguirlo del de Ana, citado como JA (Juicio contra Ana de los Manantiales). Consta de veintisiete folios. La transcripción paleográfica es mía y sigue los criterios que se explicitan a pie de página y en el ítem correspondiente en “Anexo 1”. 176 Bibliografía La inusual cantidad de presas acusadas por el delito de hechicería pública despierta curiosidad al respecto. ¿Quiénes serían los querellantes?, ¿cuáles los motivos para justificar que cinco indias fueran presas y engrilladas al mismo tiempo? A la base de éste como de los otros juicios por hechicería pública, se puede encontrar intereses personales y estamentarios en juego. Aún así, la cantidad de mujeres encarceladas sugiere un celo extraordinario, celo que recuerda al de los inquisidores europeos del siglo XVII; pero, claro está, los sucesos referidos ocurrieron en una de las ciudades pertenecientes al Virreinato del Perú y en una época en que los tribunales de Lima y de México apenas se ocupaban de los asuntos imprescindibles pues ya estaban en franca decadencia113. Era muy difícil, además, que actuaran en una querella contra indios ya que desde 1571, la corona española había decretado que los tribunales inquisitoriales no tenían fuero sobre los naturales los que, desde entonces, habían pasado a depender de los obispos sólo en materia de moral y fe (Alberro: 1996, 22; Medina: 1952a, 4). Por otro lado, era más difícil aún que éstos actuaran en una ciudad que por su escasa importancia dentro del virreinato carecía hasta de Comisarios y sólo contaba con familiares del Santo Oficio. 113 Desde mediados del siglo anterior, los visitadores del Tribunal de México se quejaban de que los inquisidores no hacían absolutamente nada. Habían estado activos los primeros decenios de su existencia pero luego las dificultades financieras, el estado ruinoso de las cárceles, la suspensión prolongada de los edictos de fe había favorecido la corrupción y producido un estado de modorra que en 1737 llamó la atención del visitador Medina Rico (Alberro: ibídem 30-50). La situación era semejante en el Tribunal de Lima. Ya desde mediados del siglo anterior, habían quejas de desorden, mala administración y corrupción de los inquisidores. La situación se agravó a partir de 1720 por tensiones entre el tribunal y el arzobispado. Entre 1725 y 1730 no había habido un solo auto de fe y el que se hizo a continuación tenía un solo reo lo que hablaba de la inactividad del Tribunal. En 1737, los 177 Alejandra Cebrelli El modus operandi de la institución, como se recordará, funcionaba mediante un sistema de delaciones sostenido sobre redes religiosas – apoyadas, sobre todo, en la confesión- y sobre redes laicas, ya que cualquier católico -habilitado por su ‘devoción’- podía acusar a su prójimo. Dentro de la red constituida por hispano-criollos, indios, mestizos y gente “de casta”, los familiares funcionaban como los ‘ojos y oídos’ de la Iglesia y, a la vez, representaban la alianza de ésta con la corona114. Entre sus tareas se destacaba la de ‘velar’ por la observancia del dogma, denunciando cualquier actitud sospechosa. Cabe destacar que, desde el punto de vista religioso y social, el cargo de familiar del Santo Oficio estaba considerado como una mención honorífica concedida sólo a aquellos que pertenecían a los sectores más relevantes del poder político y/o social que, supuestamente, la merecían por estar considerados como ‘católicos sin mancha’ aunque -según los registros inquisitoriales mexicanos- por esa época solían venderse a prósperos comerciantes en ascenso (Alberro: op. cit., 53-60). La aparente digresión es necesaria porque una lectura muy cuidadosa del los folios que han quedado de la causa hace evidente el protagonismo de un Ministro Familiar del Santo Oficio, Don Bernardo Antonio de Figueroa, al mismo tiempo el juez que entendía en la causa. No se menciona tal cargo hasta una de las últimas hojas del juicio contra Magdalena, precisamente, en aquel donde se cita a las partes para dictar la sentencia. inquisidores fueron reprendidos duramente y se los acusó de desidia (Medina: ibídem 269-260, 265-271 y 283). 114 Estos datos fueron aportados por la Dra. Sara Mata de López, especialista en historia colonial y miembro de la Academia Nacional de Historia. 178 Bibliografía En laciud deSanMiguel deTuqqm endies ysiete [días] del mes de disienbre demil setesientos yveinte y un ao= El Comisario del Cavallería Don Bernardo Anttonio defigueroa Ministro familiar del Santo Ofisio dela Inqqon yalcalde dhordinario de dhaciud y sujrusdicion porSuMgd (que Dios gd) jues enesta causacriminal quede ofisio dela Real Justisia sehasegido contra Madalena Indiapresa /…/ Mando seledesentensia interlocutoria del merito delproseso, paraloqual seansitadas las partes delfiscal y defensor de dha yndia /…/ (JM: f. 24’)115 La ostención del cargo funciona en ese segmento del texto como una cita de autoridad, como un modo de legitimar la competencia del juez en materia de represión de la hechicería; se trata de una mención oportuna a la hora de hacer incuestionable la sentencia dictada. Con ello se hacen visibles huellas discursivas que de otro modo serían imperceptibles, porque tanto el discurso jurídico colonial como el inquisitorial estaban orientados a la represión de la diferencia y ello hacía muy difícil su identificación desde el punto de vista de las estrategias o de los valores que acentuaban las representaciones referidas, en este caso, la de la hechicera. El discurso jurídico funcionaba, por lo tanto, como una máscara que escondía un plus de sentido, una presencia que no se terminaba de explicitar. Se trata de un discurso que no tenía razón de ser ya que la institución donde se engendra no tenía jurisdicción en ese lugar (no había Tribunal en el Tucumán), ni sobre esos agentes (no tenían fuero sobre los naturales), ni en ese tiempo (ya había pasado en Europa la época de los grandes procesos por hechicería y los tribunales indianos mostraban signos de decadencia); sin embargo, esta 115 La negrita es mía. 179 Alejandra Cebrelli presencia que funciona en las creencias, en las prácticas y en la memoria colectiva se yergue amenazante detrás del discurso oficial, atravesándolo como un espectro que contamina semánticamente toda la escritura. Cabe aclarar que aquí no se trata sólo de un funcionamiento discursivo particular sino que hace a la formación discursiva colonial tucumana. Como se verá a continuación, las huellas discursivas dejan entrever la vitalidad del imaginario de la Inquisición en San Miguel durante estos años, sobre todo en lo relativo a las prácticas punitivas puestas en juego en estos procesos, lo que estaba dando cuenta de valores y creencias, es decir, de las prácticas ideológicas que orientaban la significación del resto de las prácticas sociales. Ello pone en evidencia que en el nivel simbólico de las prácticas la Iglesia y la Corona eran percibidas como una única institución sostenida, a su vez, por un único sistema de valores aunque en la vida cotidiana ya se veían claramente las fisuras entre uno y otro poder; ello preanunciaba el inicio de un proceso de separación que sería más evidente a medida que avanzara el siglo y la impronta del iluminismo fuera mayor. Si bien el funcionamiento de prácticas engendradas en los mecanismos inquisitoriales es espectral, resulta lo suficientemente sostenido como para hacerse explícito en algunos tramos de los expedientes mencionados. Se trata de aquellos en los cuales el juez pretendía justificar acciones cuya arbitrariedad desde el punto de vista jurídico requería argumentos incuestionables para lo cual se acudía a valores ‘éticos’ o religiosos. Una de las huellas más notables se lee en el juicio contra Ana cuando su encomendero, quien se enteró del proceso cuando éste estaba 180 Bibliografía bastante avanzado, exigió que se le permitiera leer los autos obrados hasta ese momento. Don Bernardo se negaba a otorgarle la vista justamente peticionada -decisión a todas luces irregular- posiblemente porque, convencido de su infalibilidad como familiar y católico ‘modelo’, consideraba cuestionados su posición y su poder. Jusgar [que no dar vista de los autos es falta de justicia] es juisiotemerario y digno derepresion como el jusgar queel Santo Tribunal [no hace justicia] en semexantes casos que muchas veses duran lascausas diez, y mas ao sinque sede vista adefensor hiparte, deautos, deprosesos /…/ sinosolo los cargos delas culpas queseles alientan /…/ysuculpa se determina y sentensia en materias tangraves y tanarduas. YenelConsejo deTribunales [cuyos jueces son] tansantos, tan serios ydes interesados /…/ (JA: fs. 9-10)116 El texto hace evidente que la compleja estrategia se apoya en un juego de equiparaciones y jerarquías sostenido sobre valores religiosos y dogmáticos los cuales no se terminan de explicitar y, por lo mismo, tienen mayor eficacia. En primer lugar, se establece una comparación entre uno y otro tribunal que ‘borra’ la diferencia de fueros y de normas en tanto ambos están reprimiendo el mismo crimen: la hechicería. La equiparación provoca que cualquier posible crítica al accionar judicial de uno u otro se interprete como juicio temerario y digno de represión. 116 El documento se encuentra en el Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial (Juzgado del Crimen, Instrucción y Correccional), Expediente Nº 29, Caja Nº 1. En adelante se citará sólo como JA (Juicio contra Ana de los Manantiales). Consta de veintisiete folios. La transcripción paleográfica es mía y los criterios seguidos pueden consultarse en el apartado correspondiente de “Anexo 1”. 181 Alejandra Cebrelli Por otra parte, Don Bernardo se atribuye a sí mismo las “virtudes” de los inquisidores –santidad, desinterés, seriedad-, atribución también sostenida en el cargo de familiar que ostentaba. La doble mención a la santidad referida al tribunal eclesiástico y a los jueces que lo componen reestablece las jerarquías previamente instauradas en el discurso social según las cuales lo /espiritual/ estaba por encima de lo /terrenal/. Como la relación de equivalencia instaurada iguala al tribunal inquisitorial con el capitular y los inquisidores con este alcalde ordinario-juez-familiar del Santo Oficio, el proceso contra Magdalena y las decisiones de Don Bernardo quedan ‘por encima’ del resto de los vecinos tucumanos y, en especial, del defensor de la india, resultando incuestionables. Este complejo andamio discursivo sostiene el resto de la argumentación que consiste en mostrar como falta lo que no lo es -la legítima solicitud del encomendero respecto de pedir vistas a los autos obrados hasta el momento- con lo cual se invierten las normas legales vigentes. Más aún, la alusión a los lentísimos tiempos de los procesos inquisitoriales y a su carácter secreto -muchas veces duran las causas días y mas años sin que se de vista a defensor ni [a la] parte de autos- justifica cualquier otro tipo de transgresión legal porque el movimiento anterior colocó el accionar de don Bernardo no sólo en una jerarquía superior sino en un ‘más allá’ de las normas capitulares, en un lugar donde las leyes humanas perdieron su fuero. 182 Bibliografía La efectividad de este tipo de argumentos da cuenta de que, a la base de estos procesos textuales, está funcionando un ideosema117 cuyo articulador discursivo se haría explícito en las citas seleccionadas y su articulador semiótico, en las prácticas represivas puestas en juego –prisión y engrillamiento de la rea. La presencia de este ideosema permite afirmar que, por lo menos los juicios de 1721 dan cuenta del funcionamiento de prácticas ideológicas en la elite hispano-criolla, prácticas deudoras del modelo de la Inquisición que constituyen el vertimiento semántico y acentual de la práctica de la justicia tucumana durante estos años. De este modo, la justicia local devela su carácter punitivo (Foucault: 1990, 47) al modo occidental, tanto porque convierte el supuesto daño infringido en una deuda de reparación (Magdalena es obligada a servir en una casa de español durante un año) como porque encierra al ‘reo’ en la cárcel o porque termina desterrando al ‘culpable’ -como en el caso de Ana quien será confinada en casa de su encomendero. Por otra parte, el funcionamiento de este ideosema explica la recurrente mención de la ciudad de Santiago del Estero, sede del obispado tucumano, como paradigma de la persecución de las hechiceras lo que – 117 Para Edmond Cros, un texto se produce por encabalgamientos de representaciones, es decir, de articulaciones responsables de la estructuración textual. Estos fenómenos de estructuración se denominan ‘articuladores semióticos’ cuando evocan prácticas sociales o discursivas pretextuales y ‘articuladores discursivos’ cuando se trata del texto. El ideosema es la relación entre el articulador semiótico y el discursivo, por lo tanto, transforma, desplaza, reestructura el material lingüístico y cultural. Pese a que describen sólo relaciones que generan estructuras, son los responsables de la microsemiótica textual, es decir, por medio de los ideosemas las prácticas ideológicas se desplazan por el texto programando su producción de sentido. Más aún, el ideosema produce un encadenamiento semiótico a partir del cual se reconstruyen las principales estructuraciones de una práctica social (Cros, E: 1992, 15-18). 183 Alejandra Cebrelli como se verá a continuación- también resulta una huella suficientemente clara del discurso inquisitorial118. 3.2. El colega oficioso o el breviario de la tortura local Según ya se adelantó, las alusiones a procesos semejantes que ocurrían en Santiago del Estero eran frecuentes. Según se infiere de los autos firmados por el promotor fiscal, Don Bernardo había requerido información sobre las ‘reas’ a la vecina ciudad. Más aún, toda la indagatoria se había iniciado gracias a las declaraciones de un tal Antonio de Heredia quien sostenía que Magdalena y Lorenza eran sindicadas de hechiceras y eran temidas por tales en Santiago del Estero, al punto de haber sido reclamadas por la justicia de esa ciudad. Según la versión del testigo, unos indios del Potrero de Alderete habían avisado a las acusadas de que la justicia santiagueña las perseguía y éstas, asustadas, se habían puesto en fuga (JM: fs. 17’-13’). La ‘respuesta’ a esa indagatoria se incluye en los dos últimos folios del proceso contra Magdalena. Se trata de una misiva firmada por un alcalde santiagueño y dirigida a su par tucumano, en la cual no sólo el discurso punitivo inquisitorial sino también su retórica son muy evidentes. La carta en cuestión contiene una suerte de manual local de tortura, firmado por don Antonio de Alfaro, teniente gobernador de Santiago del Estero quien, por su 118 En el juicio contra Ana se afirma que este tipo de procesos sirven para poner el remedio o castigo de los delitos y especialmente de los clandestinos como se estila en Santiago del Estero (JA: f.9). 184 Bibliografía participación en procesos de este tipo, parece haber iniciado una cacería personal contra las brujas locales (Farberman: 2005, 89)119. La lectura crítica de la carta permite sospechar que Don Antonio podría haber sido también familiar de la Inquisición o que, por lo menos, simpatizaba lo suficiente con la ‘santa causa’ como para poner su pasión al servicio del eventual encarcelamiento y tortura de las presuntas hechiceras. Amigo /…/ respondo gustoso aldevmd celebrando sus continuados favores por que me avía mill años quealtanto metendrasiempre pª servirle enquanto seofresca yseasuagrado conel buen a fecto que le profeso= /…/ Mucho me alegro sehallevmden el empleo delas 6 presas dequeseagradara mucho vmddelqe sea ensuservicio yquantas mas se pudiesen agregar según el posîble delas fuersas sera mejor en mediodela poca seguridady combenîencia que paello considero pr la cortedad del lugar /…/ que padeciendo riesgo de poder safarse sera mejor aprehender poco apoco pa segurîdadmaior yque la juridiccion nosepage (?) consus fugas, quenoson vensibles los imposibles y así coneldesbelo en el seguro delasque tiene yparaproseguir sea conlo quepudiereabarcar ylesera menos penoso seguro /…/ tambîen entro en parte con esos quatro pares negrillos que […] siendo para tanbuen ministerio si mas fuere menester ú otra cuio concurso devmd sera luego obedecido; ytambîenle embîo ese rollo de cordel que aunque salîo algo muy torsido siendo bien remojado en vinagre sitvbiere ô enagua a su falta siempre aguantara hasta sinco ô seis bueltas siendo vmd conadvertencia de ir muy despacio dando las bueltas con pausa una â una porcada garrote yadormecido que el atormentado que alas tres ô quatro bueltas no confesare negara aunquelo hagan pedasos pr que las carnes con el dolor 119 Para la historiadora este teniente gobernador santiagueño inició los únicos intentos sistemáticos de persecución de actividades mágicas que conocemos en el siglo XVIII y su muerte, ocurrida en 1726, marca un cambio en los tribunales santiagueños que, a partir de ese momento, muestran una actitud más cerca de la increduilidad que del temor (Farberman: ibídem). 185 Alejandra Cebrelli seadormecen, no sienten tengo que es como elqueseasota; yde esto tengosobrada experiencia para las muchas q he dado vmd sevalga della ysexperimentara lo que digo: La Madalena y lorensaquevmd medice estanpresas complicadas en autos mîos no se quîenes sean, porque dellas ní enlos autos tengo noticîa nî reminiscencia /…/ (JM: fs. 26 y 26’) Interesa aquí destacar que el enunciador no sólo se posesiona en su rol de alcalde-juez, es decir, de brazo ejecutor de la justicia secular sino que, además, se apropia de algunos de los haceres realizados por su mandato, como el de la escritura de la documentación del proceso –mis autos. Se hace evidente, entonces, que se enuncia desde un lugar de poder que, por otra parte, comparte con el enunciatario: la pertenencia a la elite local definida por la posesión de tierras, encomiendas, cargos en la milicia y en el cabildo. En tanto el enunciador y el enunciatario se identifican con don Antonio y con don Bernardo respectivamente, el discurso establece entre ambas figuras no sólo una relación de igualdad –coherente con los roles sociales y jurídicos que comparten- sino también con una relación de amistad y de respeto –legible en los subjetivemas “amigo”, “gustoso”, “agrado” y “afecto”. El tono amical y celebratorio se condice con las valoración reiteradamente eufórica que recibe la práctica punitiva misma, valoración explícita en los adverbios de cantidad: la reiteración de “mucho” referido tanto a la alegría como al agrado que uno y otro sienten por “tan” buen ministerio el cual, según el enunciador, resultaría mejor “cuantas más” hechiceras se pudiesen encarcelar según el posible de las fuerzas. En esta correlación semántica, lo penoso se refiere a la posibilidad de una fuga 186 Bibliografía masiva provocada por la cortedad y poca seguridad de la cárcel pública, incapaz de contener cuantas más [hechiceras] se pudiesen atrapar. La representación del juez que aquí se construye tiene las características ya descriptas a propósito de la imagen que resulta de las palabras firmadas por don Bernardo. La entonación del discurso punitivo y de la representación del alcalde-juez que de allí deviene, contrasta casi brutalmente con los valores disfóricos atribuidos a las ‘reas’ quienes, además, han perdido su condición de sujeto textual. La objetivación de estas mujeres –y de otras de igual condición- se hace palpable a la hora de aconsejar acerca del uso del vinagre para que el cordel obsequiado pueda ‘durar’ más vueltas de garrote y, al momento de recomendar, no excederse en el número de golpes para no menguar el dolor de las víctimas. Así no interesa que los miembros de las acusadas se despedacen salvo porque, como consecuencia, se adormecen y la tortura pierde eficacia. La sapiencia respecto de la cantidad precisa de latigazos y de vueltas de potro da cuenta de que ambas prácticas eran muy frecuentes a la hora de reprimir diferentes tipos de delitos que, como en el caso de la hechicería, eran muy difíciles de demostrar por lo que se requería obtener la ‘confesión’ del acusado a cualquier costo si se quería lograr la condena. Ahora bien, la representación de la hechicera que se desprende de la misiva posee un único rasgo notable: tiene el poder de trasladarse de un lugar físico a otro. ¿Por qué se hace hincapié en la movilidad de estas mujeres? ¿En qué sentido tal mudanza amenazaba los intereses de la elite al 187 Alejandra Cebrelli extremo de poner en movimiento la maquinaria judicial en torno a haceres y decires extremadamente represivos? Sin duda, hay muchas respuestas posibles para tales interrogantes pero, como se tratará de mostrar, la movilidad simbolizaba la posibilidad de correrse del estamento o lugar que les ‘correspondía’ por ser persona[s] doméstica[s] (JA: f. 3) y, por lo tanto, por ser vil[es] de naturaleza (JM: f. 6) es decir, por no pertenecer al grupo hispano-criollo que ocupaba el lugar del poder. 3.3. De la fuga al vuelo suspendido Desde muy temprano, durante el siglo XVI, la legislación colonial había organizado formas de explotación de la sociedad indígena en beneficio de la economía española, entre las cuales se contaba el sistema de gobierno colonial indirecto que mantenía a los encomendados en tierras recortadas, es decir, en los pueblos de indios. Como respondían a un cacique, se denominaron indios originarios para diferenciarlos de los indios forasteros que abandonaban sus pueblos buscando mejor explotación (Palomeque: 2000, 111). En tanto los primeros pertenecían a alguna reducción o pueblo de indios y pagaban tributo, los segundos eran errantes y –hasta el siglo XIX- carecían de tierras y de obligaciones impositivas. El problema de la pertenencia –a un pueblo, a una etnia y a un estamentoestaba estrechamente relacionado con la cuestión tributaria ya que las categorías de naturales mencionadas devenían de ordenanzas y decretos de los corregidores coloniales. Había, asimismo, otra categoría de indios 188 Bibliografía ‘móviles’ o no originarios, ignorados por la Contaduría de Tasas: los agregados. Esta categoría refería a un género de residencia y de relación ocupacional y designaba a los indios arrenderos que se ‘agregaban’ a las haciendas y ganaban un jornal. Muchos forasteros y agregados habían huido de sus respectivas encomiendas o pueblos de indios buscando eludir el pago del tributo y resignando a cambio su participación en la explotación de las tierras comunales y su pertenencia étnica (Sánchez-Albornoz: 1978, 35-67). Puede deducirse, por lo tanto, que la movilidad espacial era una práctica habitual que posibilitaba el ascenso social a indios encomendados, mitayos y yanaconas como así también a las variadas castas “mestizas”. El traslado de un sitio a otro les permitía eludir y trasponer las barreras étnicas y sociales y, de esa manera, buscar un destino mejor (López de Albornoz: 2003, 81-82). Asimismo, la cuestión de la movilidad tenía una incidencia directa en la economía del imperio por una parte y por la otra, de cada región ya que no sólo facilitaba la evasión impositiva de los indígenas sino que, además, favorecía la obtención de mano de obra para explotación de las tierras o de las minas, según las localidades. Cabe aclarar que ni Magdalena ni Ana eran indias forasteras y tampoco eran agregadas sino que pertenecían a encomiendas de la zona y ‘debían’ estar en sus respectivos pueblos de origen. Su trashumancia, por lo tanto, daba cuenta de una actitud rebelde y transgresiva que por una parte, atentaba contra el sistema tributario y por la otra, contra el orden social de la jurisdicción. Para el discurso y el imaginario colonial, la cuestión étnica, el control de los recursos estratégicos y de los medios de producción separaban 189 Alejandra Cebrelli y jerarquizaban a la sociedad; sin embargo, ciertas exigencias de las economías regionales como la necesidad de mano de obra en haciendas y potreros o de indios al servicio personal de los españoles- posibilitaba que se transgrediera la rígida división estamentaria. En otras palabras, los discursos ‘dibujaban’ con mucha claridad tanto las jerarquías sociales –de linaje, de religión, de color de piel- como las regulaciones o leyes que con ellas se relacionaban; mientras tanto, las prácticas cotidianas llevadas a cabo por los unos y por los otros las transgredían volviendo borrosos sus contornos. Para atender a estos mecanismos se hace necesario reflexionar acerca de las imágenes sobre las cuales se sostenían los valores y las normas vigentes más allá de la letra escrita. Si se considera las representaciones como construcciones de carácter histórico que sitúan y localizan a los representados en una cartografía social (De Certeau: 1995b) puede admitirse, entonces, que delimitan sus posibilidades de decir y de hacer entre las que se cuenta las de circular por un territorio determinado. Pero ello no significa que los representados no puedan intentar zafarse de la imagen impuesta que pretende encerrarlos y acorralarlos. Precisamente, como se verá a continuación, este proceso por hechicería da cuenta del modo en que los actores ubicados en los últimos escaños de la sociedad se resisten a aceptar estos juegos elaborados desde el poder, ‘corriéndose’ del lugar social y simbólico que les ha sido atribuido y cómo las elites elaboran permanentes estrategias para impedir tales movimientos, llegando a quebrar las normas y leyes que ellos mismos han instaurado. 190 Bibliografía En ese sentido, las representaciones generadas desde el poder funcionan como una especie de ‘cárcel’ pues rayan el espacio social señalando límites que –a modo de rejas- marcan el territorio que ‘corresponde’ a cada actor según su propio estamento. Desde el punto de vista pragmático, la pertenencia a un espacio social o a otro implica la existencia de un régimen de posibilidades e impedimentos en los haceres cotidianos ya sea en los modos de decir como en los roles a asumir. En la sociedad tucumana de principios del siglo XVIII –como aquí se tratará de mostrar-, las representaciones también estaban orientadas al control de la movilidad dentro del territorio y, en el caso de los esclavos e indios encomendados, limitaba parcial o totalmente su tránsito de un lugar a otro120. El modo en que los representados se ‘mueven’ de las representaciones es muy evidente en el caso de Magdalena y de Lorenza. Como ya se dijo, para don Diego y para su par santiagueño (Domínguez era también alcalde) las indias eran punibles porque “huían”, es decir, /se escapaban/ del lugar donde ‘debían’ estar. El promotor destacaba, además, el hecho de que madre e hija habían mudado terrenos al escuchar el rumor – falso, si hay que creer las palabras de don Alonso de Alfaro- de que las solicitaba la justicia santiagueña. Precisamente, uno de los argumentos que 120 Tanto la existencia de negros cimarrones (los esclavos que habían huido de sus amos y, generalmente, se habían hecho bandoleros o vivían con alguna de las tribus no colonizadas aún) como la de los indios forasteros da cuenta de que la trashumancia era una práctica muy relacionada con la transgresión de las regulaciones coloniales. 191 Alejandra Cebrelli el alcalde-juez había esgrimido para mantener a estas indias en la cárcel fue la necesidad de que no puedan huir. Diego Domínguez Promottor Fiscal nombrado enla causa qe sesigue contra Magdalena, presa enla carcel puca /…/, yvista lasumaría hecha, contra ladha, y su confeción consta, dtan sindicada con pucavoz, yfama demalefica, encantadora, ymatadora pr denuncia de cinco testigos contestes. y delación notoría con evídencía de echo y asimesmo solicitadas prla justicia de la Ciudd de Sgo de Lestero pr cuîa causa â ândado suspendida deparaje, enparaje, ymudando terrenos. Como consta desu mesma confecîon, pues dise qe pr dha noticia qe tubo enelpotrero deDn Diêgo deAlderete, saliéron ellasuhijay marido de dho potrero, binîendo âsta ciudd de noche, y saliéndo â lâmesma ôra, para choromoros /…/ y dar el motívo deque lasolicítavan paadjudicarlos âJuan Gomes, y qe dha noticîa sela dío el sastre cojo en cuia cassa se aposentaronladha noche /…/ (JM: f. 4’) De la testificatoria se deduce que Magdalena y su familia se habían ido del potrero para evitar ser adjudicados al tal Juan Gómez, servicio que – por causas que no se mencionan- les resultaba inconveniente. Por boca de la misma Magdalena, se sabe que ella y su familia vivían como agregados a la hacienda o al potrero de un español u otro (al capitán don Francisco de Olea –a quien supuestamente había enfermado con hechizos- y a don Diego de Alderete) pero que habían decidido fugarse cuando supieron que serían obligados a servir a un amo contra su voluntad (JM: f. 1 y 1’). La huída se explica, entonces, como una transgresión a las leyes y a las normas coloniales tanto de los españoles –quienes no podían obligar a que los indios los sirvieran si no eran de su feudo - como de los indios –quienes tenían restringidos sus movimientos fuera de los límites territoriales de la 192 Bibliografía encomienda o pueblo de indios en cuestión; sin embargo, Magdalena y su familia habían atravesado la gobernación varias veces, según lo que se cuenta en el expediente. Ahora bien, la movilidad de Magdalena y de Lorenza se explica, además, porque casi con seguridad ambas practicaban la curandería y, en la época, era muy frecuente que quienes se dedicaban a este tipo de menesteres –médicos y curanderos- circularan de paraje en paraje y de pueblo en pueblo ofreciendo sus servicios o mandados a llamar por algún enfermo en particular121. Como ya se dijo antes, la distinción entre hechiceras y curanderas no era muy clara y las prácticas solían convivir en el mismo agente. De allí, entonces, que la categorización de ‘curandera’ o de ‘hechicera’ dependiese no sólo del lugar ideológico y cultural desde donde se nombraba al agente, sino también de los intereses particulares de los individuos implicados. El oficio de estas mujeres explica, por lo tanto, su movilidad permanente la cual, por su parte, impedía o -por lo menoscomplicaba la posibilidad de controlar sus acciones. En síntesis, al compromiso del alcalde-juez con la ideología represiva del Santo Oficio se le suma la sospecha de que teñía la práctica que ejercían las dos indias, puesto que tanto por su proximidad a la hechicería como por la trashumancia que implicaba, el oficio resultaba doblemente sospechoso. 121 Resulta oportuno recordar que tanto el médico Miguel Vallejos o Bolegos como el curandero de Colalao del Valle apodado el Sacristán que actuaran en el juicio de Clara eran itinerantes y andaban de pueblo en pueblo. La movilidad formaba parte de la localización de la práctica misma. Como se verá más adelante, los médicos andinos eran itinerantes pues así podían acudir al lugar donde había algún enfermo que requería de sus saberes curativos. 193 Alejandra Cebrelli Como consecuencia, no es de extrañar que, mediante un sugerente desplazamiento semántico, la fuga de estas mujeres del potrero de don Diego de Alderete a los Choromoros se haya interpretado como un andar suspendido de paraje en paraje, descripción que evoca el estereotipo europeo de la bruja voladora122. Más adelante, en el mismo auto, la representación se clarifica: Don Diego menciona el caso de una india del servicio de doña Mensía de Ibiri123 quien, al enfermar, contaba que había visto a Lorenza volando por el lugar (JM: f. 5). Como ya se dijo en páginas anteriores, en el Tucumán existía la creencia de que el encantado ‘veía’ a quien le había hecho daño en su delirio, por lo que la referencia a la visión de la india constituía una ‘prueba’ importante; el agregado del vuelo otorgaba espesor semántico a la representación y aumentaba el efecto de verosimilitud. Por una parte, la movilidad permanente de la familia de Magdalena puede interpretarse como una de las estrategias desplegada por quienes ocupaban los últimos escaños de la escala social para transgredir las normas que aseguraban a los hispano-criollos el control de la plebe; por la otra, la insistencia de don Bernardo de Figueroa en colocar a estas mujeres al 122 El vuelo por el aire constituye un rasgo fundacional del estereotipo europeo de la bruja. El famoso Malleus maleficarum (s. XV) decía que las brujas por instrucción del diablo, fabrican un ungüento con el cuerpo de los niños, sobre todo de aquellos a los que ellas dan muerte antes del bautismo, ungen con este ungüento una silla o un trozo de madera. Tan pronto como lo hacen se elevan por los aires, tanto de día como de noche, visible o invisiblemente /…/ o incluso se transportan sin ninguna ayuda exterior, simplemente por el poder del diablo (Kramer / Sprenger: ibídem. 79). No es de extrañar, por lo tanto, que se invoque en este proceso y en el de Clara con la finalidad de construir una imagen de las reas conforme con la representación más ‘clásica’ de la bruja. 123 Los Ibiri era una de las familias tucumanas que pertenecía a la elite local (López de Albornoz: ibídem, 86). 194 Bibliografía servicio de la casa de un español, también puede interpretarse como un intento de quebrar las leyes coloniales desde el aparato jurídico local. En realidad, desde aquí pueden leerse ambos juicios como prácticas que, más que estar al servicio de la justicia, lo estaban al de la legitimación de haceres ilegales de la elite local. Dicho de otro modo, se trataba de legitimar costumbres cotidianas de los vecinos feudatarios que transgredían los derechos de los indios pero que, probablemente, se habían naturalizado con los siglos porque aseguraban tanto el control social como el de los bienes de producción. Así, la explotación de los naturales no sólo sostenía al grupo hispano-criollo en el poder asegurándole beneficios económicos, sino que también les facilitaba la vida diaria (como el acceso a indios de servicio en sus propias moradas sin necesidad de pagar un jornal). 3.4. Pertenencias y servicios La forma de control antes expuesta es muy evidente también en el juicio contra Ana de los Manantiales124 de cuya lectura se desprende la imposibilidad de que esta mujer fuese siquiera una curandera. En ese caso, ¿por qué se la enjuicia? Y, una vez procesada, ¿por qué en la sentencia se le prohíbe visitar su pueblo cuando ella era una india de feudo? Fallo qe debo declarar y declaro ala dha Yndia Anna por libre del delito qe sele imputo, dexando en su fuerza y rigor las Probansas; y por los yndisíos 124 El documento se encuentra en el Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial (Juzgado del Crimen, Instrucción y Correccional), Expediente Nº 29, Caja Nº 1. En adelante se citará sólo como JA (Juicio contra Ana de los Manantiales). Consta de veintidos folios. La transcripción paleográfica es mía y sigue los criterios que se explicitan a pie de página y en el ítem correspondiente en “Anexo 1”. 195 Alejandra Cebrelli sindicados y los mas qe en justisîa conviene, sele da enpena la prisíon y carsel qe a tenído Y en adelante, seavista(?) la dha Anna en la casa y moradade dho su defensor y administrador pa. qe tenga el consexo y doctrina necesarîa, sin poder sa lírní ír asu Pueblo, asílo /…/ (JA: f. 22 y 22’) El juicio contra Ana pone en evidencia, por lo tanto, que la acusación de hechicería pública fue un pretexto para ejercer el control de indios rebeldes y que respondió a regulaciones sociales que no necesariamente estaban relacionadas con creencias religiosas o sobrenaturales propiamente dichas. En efecto, la sumaria de Ana se abrió en junio de 1721 y en octubre de ese mismo año apareció un ‘pedimiento’ de don Tomás Pérez Palavecino, un encomedero con tierras en el Valle de Choromoros quien reclamaba por la prisión ‘injusta’ de su encomendada, afirmando que Ana es y pertenense y toca a dicho mi feudo. A partir de ese momento, y pese a los argumentos de ‘santidad de la causa’ esgrimidos por el juez, la acusación por hechicería pública se fue diluyendo y se terminó ‘devolviendo’ a la india a la casa de su encomendero. El consexo y la doctrina necesaria resultan aquí un evidente argumento para justificar una transgresión de la elite a las leyes de Indias: A partir de ese momento, Ana debería servir en la casa de un español sin percibir jornal alguno. Tal vez esta fuese ‘la compensación’ que exigida por don Tomás ya que sus derechos como feudatario y encomendero no se habían considerado pues, durante los primeros autos del proceso, Ana aparecía como tributaria de otra encomienda. 196 Bibliografía Como Clara tres años antes, Ana había sido acusada de haber asesinado con encanto a Dª Geronima Gonsales y a su marido, don Phelipe Garsía Valdes, los cuales eran sus encomenderos, según se aclara en el primero de los autos de su proceso, (JA: fs. 1-2). El protagonismo de los García como querellantes en otro de estos juicios muestra que, aparentemente, habían iniciado una especie de persecución familiar contra cuanta hechicera pudiesen encontrar o inventar, dando cuenta –una vez másde la presencia espectral de la ideología del santo oficio en el Tucumán de esos años. Sin embargo, conociendo las estrategias de esta familia, es posible que –más allá de la vitalidad de ciertas creencias y prácticas- todo este juicio no fuese más que una cortina de humo para colocar a una india de otro feudo a su servicio con el pretexto de castigar delitos de tipo sobrenatural. La aparición sorpresiva de don Tomás Pérez Palavecino –su verdadero encomendero- habría desarmado el andamiaje jurídico construido para ocultar el simple ‘robo’ de una india de un feudo ajeno la cual, por causas desconocidas, era lo suficientemente valiosa como para justificar el esfuerzo. Lo cierto es que, como el resto de estos procesos, el juicio da cuenta de que se jugaban intereses mucho más terrenales y prosaicos que los de la hechicería, intereses por cuya causa se ‘corrían’ y borroneaban tanto las regulaciones como las representaciones que se diseñaban desde el discurso colonial. 3.5. De encantos, maldiciones y atrevimientos. Los delitos de la palabra 197 Alejandra Cebrelli Los desarrollo efectuados en las páginas precedentes permiten establecer de qué manera la figura de la hechicera se textualiza y se resignifica de acuerdo a los intereses puestos en juego en cada situación comunicativa aunque, a la vez, actualizaba rasgos ya bastante codificados en el imaginario local: Magdalena y Ana de los Manantiales125, como antes Inés y Clara, no sólo era trashumantes sino también maléfica[s], encantadora[s] y matadora[s], atributos cuya entonación negativa sobredimensionaba su impacto porque, entre otras cuestiones, acude a la memoria cultural reciente. La cristalización aludida aseguraba parcialmente la eficacia de la construcción discursiva tanto del caso como de la imagen delictiva de la rea, inclusive cuando la inocencia de ésta fuese evidente más allá de los esfuerzos incriminatorios de los querellantes. Diêgo Domínguez promotor fîscal nombrado enla causa qe, de ôficio sesigue contra Anapresa; Enla carsel pucadesta cîudd convísta delasumarîa hecha contra ella y su confesión, resulta, pr declaracîon de quatro testigos, qe la âcusan, âver muerto con encanto â DaGeroníma Gonsales muger dedn Phelipe Garsîa Valdes yâdho sus encomenderos y asímesmo âunhijo dela mulata, Dorotea de dha encomíenda yque maleficio, âuna mestíza, del Perú /…/ le sucediò, el âcsidente referido como eldela muerte de dha DaGeroníma qe estando dho sumarîdo enelChaco se devergonsò el marîdo de dha Ana con dha señora […] quelo âmenazò con suencomendero, yântes qe llegase dho enfermò, de acsîdente tan biolento qeno sele halló nî alivio y murió en breves días, y luego que llegò eldho dn Phelípe saviendo loquepassava /…/ estando entoda robustes cayò repentína mte con acsîdente qeno se conoció y muriò enbreves días cassí en la 125 Ana de los Manantiales es considerada como hechicera y matadora con encantamiento (JA: f. 1). 198 Bibliografía mesmaforma qe sumuger, y bien poco tpô, despues deella; y âunque la dha Ana, no confiésa cosa alga, ântes sí díce qe detodo ygnora, el âchaque de que muriêron sus encomenderos /…/ es vísto, qequîen todo lo níega, deltodo es culpado, prloqual deve tenerse por delincuente, ypasar âlas dilixas de drô, pr [todo] rigor del âtendíendo alavindictapuca, yalriesgo yrreparable, qeamênasan semejantes perssonas domesticas y ôcultas contan depravado Arte, prloqual /…/ mequerello deellas yle hago todala, âcusacíon digna âsu delito pr tanto= (…) (JA: fs. 3’ y 4) Acá se pone de manifiesto el proceso de cristalización de una retórica propia de este tipo de juicios, la que funcionaba no sólo en el tipo de atributos con que se diseñaba la imagen de hechicera de las reas o de las estrategias que éstas utilizaban para defenderse, sino también en el nivel de la construcción del caso propiamente dicho, es decir, en el de la narración: Se acusaba de haber maleficiado y asesinado con encantos; la ‘rea’ estaba al servicio de uno de los vecinos feudatarios; la acusada había utilizado la misma táctica del saber disminuido de sus antecesoras. Precisamente, la poca efectividad de la estrategia que Ana había utilizado frente al fiscal informa sobre este proceso de cristalización ya que éste, en respuesta, había argumentado que quien todo lo niega, de todo es culpado, fundamento que no resiste el menor análisis y sólo resulta aceptable porque se esgrime desde el lugar del poder. Si se siguen los avatares del juicio, se sabe que esa acusación se desvanece frente al reclamo de su encomendero; entonces, ¿qué mantuvo a Ana tantos meses presa? La respuesta la da el promotor fiscal: atendiendo a la vindicta pública y al riesgo irreparable [con] que amenazan semejantes 199 Alejandra Cebrelli personas domésticas y ocultan con tan depravado arte. Se abren aquí dos series semánticas que remiten a problemas de diferente naturaleza: las tensiones inter-étnicas (entre hispano-criollos e indios) e inter-estamentales (entre amos y su personal doméstico) por una parte y por la otra, la resistencia a toda textualización del discurso de la hechicería. Como la alusión es –por lo menos- triple, no se entiende muy bien cuál es el depravado arte: ¿la hechicería, la resistencia de una rea a confesar sus culpas y a explicitar prácticas iniciáticas, el hecho de amenazar a su encomendero faltándole el ‘debido’ respeto, o las tres prácticas a la vez? El mismo promotor fiscal refiere que el marido de Ana, un yeguarizo de nombre Miguel, había sido quien, en realidad, se ‘había atrevido’ a ‘desvergonzarse’ con doña Jerónima González, esposa de uno de los García Valdés. Lo curioso del caso es que no se sanciona al yeguarizo sino a Ana, su mujer, a quien se acusa de maldecir y de causar la muerte no sólo de doña Jerónima sino también de su marido Felipe -el mismo que había representado a la familia García durante el primer juicio contra Clara. Así, en una suerte de extraña metonimia, el delito de Miguel había sido atribuido sin ningún tipo de lógica a su mujer, Ana; al mismo tiempo, las amenazas y los insultos que debían ser habituales en una sociedad tan compleja como la colonial, se habían transformado en maleficios de índole sobrenatural sin que existiese ninguna explicación lógica para tal desplazamiento de sentido, salvo la vitalidad de la creencia en la hechicería y de la práctica punitiva. Más allá de la evidente obsesión de los García por perseguir, encarcelar y condenar a hechiceras locales, llama la atención la insistencia del fiscal en 200 Bibliografía atribuir a Ana las culpas de su marido, haciendo evidente que el riesgo irreparable y las amenazas de semejantes personas domésticas, no sólo se refiere a los supuestos encantos sino, y sobre todo, al atrevimiento verbal de los indios feudatarios con sus encomenderos, actitud que transgredía valores muy caros al imaginario colonial –el ‘respeto’ a las damas y al grupo hispano-criollo, poniendo en peligro las jerarquías sobre las cuales se asentaba el poder de la elite tucumana. De allí que el delito de Miguel se cobre en Ana –quien por ser mujer ‘daba’ con el perfil de la hechicera local y ‘podía’ acompañar a sus pares en la cárcel de la ciudad. Una vez más la sociedad colonial daba muestras de un fuerte patriarcalismo sobre el que se asentaba, en parte, el poder económico de los encomenderos. En este punto, interesa reflexionar sobre otro rasgo que se atribuye a la representación de la hechicera en estos delitos: el de malediciente cuyas acepciones -/que hecha maldiciones/ y /que tiene el hábito de infamar/implican la idea de /hacer ‘daño’ físico o psíquico por medio de las palabras/. La creencia en la potencia pragmática y demiúrgica de la palabra es deudora de la tradición judeo-cristiana pero también se relaciona con la tradición andina. Para los antiguos griegos, se sustentaba en la equiparación de los efectos del ritual mágico con las posibilidades pragmáticas del discurso126. 126 Teócrito, en su poema “La hechicera” (siglo II a C.) dice, citando a Gorgias, que la relación entre la fuerza del discurso y la disposición del espíritu es la misma que se da entre la disposición de los fármacos y la naturaleza de los cuerpos; pues así como unos de los fármacos expulsan del cuerpo unos humores y otros a otros, y unos calman la enfermedad y otros la vida, así también, de los discursos, unos afligieron, otros alegraron, otros espantaron, otros transportaron a los oyentes hacia el valor y otros, con 201 Alejandra Cebrelli En su vertiente andina y local, la creencia, vigente hasta nuestros días, forma parte de una variante de la práctica de la hechicería que se denomina ‘mal deseo’ y puede ser de naturaleza consciente –quien formula la maldición tiene la intención de hacer el daño- o de naturaleza no consciente –el daño se realiza por la fuerza mágica del sujeto quien tiene el don de la ‘mala boca’127. La doble pertenencia cultural de las representaciones y de las creencias implicadas se traducía en una tensión legible en el campo semántico de los atributos con que se referían tanto las personas como sus prácticas y los discursos que desde allí se generaban. A diferencia de Ana, Magdalena había ‘merecido’ el atributo de malediciente por sus propios actos. La acusación era grave porque, desde el punto de vista semántico, evocaba la serie /maldición, conjuro, invocación, sortilegio/128 claramente relacionada con la práctica y con el discurso de la hechicería. Fuesele preguntado si tienenotisîa deqe la dhas Magdalena y Lorensa, sean hechiseras. Y aqn. an hecho daño, Y dixo qe aoído decir qe asu amo franco. de Olea, lo malefisiaron, las dhas, por aver las mandado en el Cululu129, vaxasen dela carreta cierta mala persuasión, envenenaron y encantaron al espíritu (Cohen / Villaseñor: ibídem, 43). 127 En el Cusco, las dos formas descriptas del mal deseo se hallan claramente diferenciadas según la calidad moral de los individuos (buenos o malvados) y reciben nombres diferentes: k’quenchasimi, en quechua significa mala hora en el sentido de trasmitir un mal deseo por parte de personas perversas: manhallinsimiyoc, en cambio, se refiere a la ‘mala boca’ de aquellas personas que, sin intención de maldad pueden hacer cumplir un presagio oculto en una expresión (Palma: 1978, 115). 128 En el Diccionario de la Real Academia Española “sortilegio” significa adivinación que se hace por suertes supersticiosas. 129 Es probable que se refiera a la localidad de Yucucu, del curato de Chiquiligasta, al S-E de la actual provincia de Tucumán (López de Albornoz: op.cit, 75-76). 202 Bibliografía donde venían(?), por averse empantando; Y las Reto, y qe por dhs retos lo maldíxeronadho franco.deolea diciendo plegadios no llegues conbiena tu casa, Y qe siempre venian siempre amenazándole; Y diciendo les la dha su cuñada llamada Juana las dixo, y el marido dedha Juana, despues de aver consumido amuchos queris tambien consumiralamo qe la oío esta declarante y qe vío adho su marido mandar a dha Juana no hablase con dha su ermana y sobrina y qe despues deste suceso [al día] siguente comenso aenfermar dho [...] del achaqe qe hastaoi adolese= (JM: fs. 14’) Las palabras son de Isabel, una india del pueblo de Anamogasta, quien testificó por exigencia del promotor fiscal. Isabel menciona una de las escenas más recurrentes del juicio -la de la carreta- con la finalidad de comprobar la mala fama de las acusadas. Pese a las diferencias entre los relatos de unos y otros se puede inferir lo sucedido: por algún motivo que no se aclara nunca, Magdalena, Lorenza y su cuñada habían acompañado a don Francisco de Olea en calidad de personal de servicio durante un viaje al litoral. En el viaje de regreso, la carreta se empantanó y hubo que juntar fuerzas para sacarla del barro. Aparentemente, las mujeres se habían negado a descender, lo que suscitó una discusión. Como don Francisco había caído enfermo por esos días, sus males se atribuyeron a las maldiciones que había recibido de Magdalena130. 130 Es muy posible que Magdalena tuviese el hábito de insultar y de amenazar pues cuando Juana, su cuñada, fue llamada a testificar, se refirió a la escena de la carreta diciendo que no pasó tal, ni oío amenasa alguna ni la reto a ella (JM: fs. 15’ y 16), en un evidente esfuerzo por apartarla de la imagen de la hechicera; sin embargo, unas líneas más abajo se contradice y relata que un médico llamado Miguel [¿Bolegos?] la había tratado de una enfermedad aparecida luego de un entredicho con Magdalena y le había asegurado que [ella] la había maleficiado por averla negado unas naguas rojas (JM: f. 17’). 203 Alejandra Cebrelli Durante su ‘confesión’, Magdalena había intentado normalizar el episodio, evitando toda alusión a hechos que pudiesen interpretarse como extraordinarios y utilizando la misma estrategia que antes usara Clara: no sabe ni a oido decir [nada] acerca del motivo de la enfermedad de don Francisco. La única explicación que aventuró acerca de la causa de su prisión es que tal vez abran querido levantar falso testimonio a ella y a su hija ya que ninguna de ellas a hecho mal (JM: f. 1’). Aquí Magdalena calificó a sus querellantes con el mismo adjetivo que le habían atribuido a ella -el de “malediciente”- usando la acepción de /infamador/ que desvía el sentido del comprometedor campo semántico de la magia y lo reenvía hacia el universo de lo natural, de lo cotidiano y habitual131. No por casualidad, entonces, la versión de Isabel (JM: fs. 4 y 4’) hacía hincapié en el poder sobrenatural que el promotor fiscal había atribuido a la palabra de Magdalena. Este evidente ventrilocuismo implica la impostación de la palabra ‘oficial’ –masculina, hispano-criolla, occidental y cristiana- en la boca de la india. Como resultado, la imagen de hechicera de Magdalena y de Lorenza resultaba verosímil – porque uno de sus pares da 131 Interesa destacar que aquí ya se lee con claridad el proceso que transformará notablemente la práctica represiva tendrá a corto plazo. Se trata de la metamorfosis de una galería de imágenes relacionada con la práctica de la hechicería –cargada de semas relativos a la superstición y a lo no racional- en otra relativa a la delincuencia, legible en el lexema “matadora”. Lo que se está leyendo aquí es la transformación paulatina de un sistema de control de tipo premoderno en uno moderno, en el cual a los sujetos marginados ya no se le sobreimprimen representaciones cuya negatividad deviene de valores religiosos Se preanuncia, así, la representación del delincuente, que ocupará el núcleo central de la cultura local a partir de mediados del siglo XIX. De todos modos, la formación discursiva oficial impide que se haga hincapié en la acusación de matadora. En general, a lo largo de casi todo el juicio, lo que se intentará mostrar, mas bien, es el estatuto de lo sobrenatural, explícito en los lexemas encantadora y maléfica con los que se califican a cada una de las ‘reas’. De allí que se inscriba con mucha claridad el discurso sobre la hechicería que, entramado en el jurídico, se podrá al 204 Bibliografía testimonio de ello- y, al mismo tiempo, se legitimaba –pues se textualizaba desde la perspectiva de la elite local. El relato de Isabel es interesante, además, porque incluye el conjuro, es decir, aparentemente pone en texto el discurso de la hechicería; sin embargo, al leer la fórmula -Plega Dios que no llegues con bien a tu casasurgen muchas dudas acerca de su fidelidad. Cabe recordar que, como ya se ha dicho antes, el discurso de la hechicería era una palabra secreta para sus agentes y prohibida para sus detractores; más aún, volvía sospechoso a quien lo verbalizara, sobre todo si pertenecía a los escaños más bajos de la sociedad colonial por lo que no era frecuente que una india se hiciera cargo de tales saberes en el espacio público y, menos aún, en el ámbito de la justicia secular. Isabel podía hacerlo sin consecuencias porque, en realidad, respondía al mandato del fiscal. Aún así, tomó los recaudos del caso y colocó las palabras ‘peligrosas’ en labios de Magdalena, delegándole cualquier responsabilidad al respecto. Con ello, su veracidad es más que dudosa porque es el resultado de una cadena de voces impostadas – del promotor fiscal a Isabel, de Isabel a Magdalena- y ello, sin contar las mediaciones y transformaciones que la mano del escribano producía sobre el testimonio oral. Al leer la cita con atención se descubre entonces que su matriz genérica es la plegaria y no la maldición; ello es evidente tanto en el agente servicio de la ‘prueba’ que exige la práctica judicial. Por lo tanto, a falta de pruebas fehacientes se deberá ‘construir’ una imagen condenatoria de las reas. 205 Alejandra Cebrelli elegido para efectuar la acción ‘mágica’ (el mismo Dios Padre) y en el verbo (“plego” = /ruego/) que es propio de las oraciones y de las jaculatorias pronunciadas durante los ritos católicos. Asimismo, resulta llamativa la elección del contradictorio –“no bien”- en vez de su contrario –“mal”-, cuya carga semántica es mucho más afín a una maldición. Ello resulta, además, una clara herencia del origen inquisitorial tanto de la representación de hechicera como de sus supuestos decires, más cerca de la herejía que de la magia. El evidente origen occidental del enunciado lo hace más sospechoso aún en boca de una india, por mui lega en la lengua castellana para hablarla y entenderla que fuese. Es verdad que las maldiciones y los agüeros eran comunes en las prácticas cotidianas de las comunidades andinas132, sin embargo, el universo cultural al que remitían era absolutamente ajeno al europeo. En síntesis, acá lo que se cita no es la palabra de la hechicera local sino su falsificación realizada desde el mismo discurso que, para reprimirlo, lo nombra. Así, la práctica discursiva presenta dos modalidades ideológicamente contradictorias de las cuales una resulta el revés de la trama de la otra. La variante más evidente es, por lo tanto, de carácter represiva y se define por una vocación de visibilidad que suele resultar de la explicitación o de la puesta en espectáculo de los mismos mecanismos 132 Las abusiones, maldiciones y agüeros son muy frecuentes aún hoy entre las comunidades quichuas de Bolivia. Al respecto se puede citar una que trae mala fortuna y calamidades al maldecido y que los creyentes atribuyen a los inkas: atipajya, akoyraki, tiyuyraki (Rodríguez Rivas: 1989, 254-255) 206 Bibliografía punitivos y represivos: la circulación entre jurisdicciones de misivas con ‘consejos’ para torturar a las reas en este juicio; en el de Inés, la exposición y quema pública del cadáver o, en el de Clara, la teatralización del supuesto maleficio. Durante las dos primeras décadas del siglo XVIII, esta variante discursiva manifiesta plenamente los rasgos represivos, autoritarios y paranoicos que la caracterizaban desde su origen europeo, medieval e inquisitorial. Entramada en el discurso colonial tucumano, modalizada por el discurso religioso primero y más tarde por el jurídico, esta variante se define por una plurisemia propia de los discursos heterogéneos y dialógicos per se pues, por su mismo carácter represivo de una práctica otra, conserva el eco de la alteridad en su matriz de sentido y ese mismo eco resulta el referente del mundo y de la cultura que pretende reprimir. 3.6. Prácticas terapéuticas a través del lente inquisitorial: fundación de la imagen de la curandera Como ya se ha señalado a propósito de los juicios contra Inés (Parte II, Capítulo1) y contra Clara (Parte II, Capítulo 2), tanto en los pueblos de indios como en los de españoles, la medicina fue ejercida por individuos que rara vez tenían estudios formales pues, en la mayoría de los casos, debían sus saberes y sus prácticas curativas a una experiencia empírica sostenida por la transmisión generacional que se venía dando en el marco de varias culturas en contacto. Devenidos en curanderos ambulantes, estos individuos solían acudir al herbolario local -cuya superioridad sobre la botica europea 207 Alejandra Cebrelli se había reconocido en crónicas y escritos oficiales133- e, inclusive, solían acudir a rituales mágicos que la Iglesia consideraba heréticos si no diabólicos. Sus prácticas tenían mucha relación con las de los médicos andinos, los kallawayas, si bien éstos se encontraban, más bien, en la zona de influencia altoperuana. Por estos años, los kallawayas habían alcanzado el apogeo de su fama como curadores, boticarios y hechiceros eximios. Verdaderos sabios andinos, hablantes de quechua, aymara y español, habían llegado a desarrollar un lenguaje peculiar que utilizaban para trasmitir sus conocimientos de padres a hijos. Los novicios viajaban con sus maestros durante ocho a diez años hasta estar en condiciones de rendir un examen ante el consejo del pueblo al que pertenecían. Sus prácticas curativas, claramente empíricas, eran también deudoras de la medicina europea por lo cual daban cuenta de un conocimiento intercultural. Realizaban sus diagnósticos mediante la adivinación y la observación detenida del cuerpo del enfermo: uñas, iris, dientes, cabellos, entre otros134. De algún modo, constituían el paradigma de la terapéutica local puesto que muchos españoles los preferían a los europeos o a los curanderos comunes. Sus saberes eran muy respetados, sobre todo, en lo relativo a las hierbas medicinales. Ya por estos años, la impronta cada vez más notable del Iluminismo en el imaginario colonial, hizo que la incipiente ciencia 133 Hay múltiples referencias al respecto en la Nueva Corónica de Guamán Poma de Ayala y en las crónicas del inca Pachakutij (Rodríguez Rivas: op.cit, 14-15). 134 Cfr. Rodríguez Rivas: op. cit., 145-149. 208 Bibliografía moderna prestara atención a los herbolarios americanos. De hecho, desde mediados del siglo XVIII circularían en Charcas libros manuscritos que describían las propiedades curativas de plantas o animales, inspirados en las prácticas de estos maestros andinos135. Los curanderos o ‘médicos serviles’ que se nombran en los juicios tucumanos no parecen haber alcanzado tal grado de perfección aunque sus prácticas tienen claros rasgos comunes con las andinas entre los cuales los más notables son la trashumancia, el predominio del género masculino y el carácter empírico-mágico de sus haceres. De sus declaraciones se infiere que sus diagnósticos respondían a un conocimiento terapéutico muy limitado por lo que, frente al fracaso del tratamiento indicado, solían justificarse sosteniendo la presencia de un maleficio o de una práctica de carácter sobrenatural. De este modo, la responsabilidad de la enfermedad o de la muerte del paciente se atribuía a una mujer que transgrediese alguna de las regulaciones coloniales ya fuese por su conducta o por su fama136. Es muy posible, también que, entre sus competencias estuviese la de actuar como ‘especialistas’ en los juicios por hechicería pues solían ser 135 Ya por estos años, la impronta cada vez más notable del Iluminismo en el imaginario colonial, hizo que la incipiente ciencia moderna prestara atención a los herbolarios americanos. El número de libros manuscritos que describían las propiedades curativas de plantas o animales inspirados en las prácticas de estos maestros andinos fue en incremento a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Uno de los más famosos es de 1769, y fue escrito por un médico hispano-criollo llamado Martín de Melgar. El manuscrito que recopilaba diversos conocimientos de la medicina indígena (Gisbert: 1968, 35). 136 Esto ha llevado a la historiadora Judith Farberman a afirmar que estas mujeres eran, en su mayoría, ‘médicas’ –es decir, curanderas-, quienes eran acusadas de hechiceras por sus pares masculinos –curanderos ‘serviles’. Así interpreta que estos juicios estarían dando cuenta de tensiones inter.-genéricas y que, de algún modo ‘castigaban’ el fracaso terapéutico de estas mujeres (Farberman: 2001, 90-93). 209 Alejandra Cebrelli consultados por la parte querellante para ‘dar fe’ del estatuto sobrenatural de la enfermedad o de la muerte de la supuesta víctima. En los expedientes se los encuentra participando en los juicios como testigos o, también, a modo de cita de ‘autoridad’; de una u otra forma su presencia da cuenta de que su palabra tenía el suficiente prestigio para hacer más verosímil la acusación137. Fuesele preguntado qe mas sucedîo y save, Y dixo qe el marido de la dha Juana le hîso unas naguas de ruan, las quales le pidio, la dha Lorensa se las vendiese yporqe nose las quiso vender se enoxo Y qe llegado aquî caio enferma, hechando muchos gusanos grandes y dedos cavezas y negros y qe los vio esta declarante, Y qe curandola un medico llamado Miguel qe andubo en esta ciudd dixo averla enhechisado ladha Lorensa, y qe avia sido pr las naguas qe le nego, qe esta declarante dixo qe se lo dixo dho Miguel, Y por esta causa se huieron la dha Magdalena y dha Lorenza su hija del Pueblo y se fueronalpotrero de Dn Diego de Alderete por qesupieron lo qe desia el medico y esto responde= (JM: f. 15) El tal Miguel (quien tal vez fuese el mismo Bolegos o Vallejos que participó en el juicio contra Clara) es citado por Isabel, una india del pueblo de Magdalena, cuyo testimonio está al servicio de la parte demandante. Lo que aquí se lee es la representación del hechizado construida desde la variante represiva del discurso de la hechicería; ello es evidente en la descripción del síntoma pues Juana –la enferma en cuestión, cuñada de Magdalena- no sólo expulsa gusanos (lo que podría llevar a pensar en una parasitosis intestinal, enfermedad muy frecuente aún en el presente) sino que éstos tienen dos cavesas. Precisamente, la presencia de lo monstruoso y 137 En casi todos los procesos tucumanos se registra la presencia de un adivino -Procesos de 1688 contra Luisa González (no forma parte del corpus) y de 1717 contra Clara (Parte II, 210 Bibliografía de lo anormal señala el estatuto sobrenatural y la supuesta acción de la magia. Isabel no se queda ahí y agrega dos datos de importancia en la construcción de la representación aludida: la explicación de la ‘causa’ (ya se había dicho que Magdalena solía maleficiar a quienes les impedían ejercer su voluntad y este testimonio viene a sostener esta versión) y la ‘comprobación’ del hecho por sí misma –y que los vio esta declarante. Por otra parte, aunque la anécdota no fuese cierta, el sólo hecho de considerar que la palabra del médico tenía el poder de provocar la fuga de las acusadas es un dato significativo. Puede afirmarse, entonces, que estos médicos-curanderos tenían bastante prestigio en la sociedad colonial y que, posiblemente, su participación en estos juicios les sirviese para desautorizar a quienes competían con él y, además, eran más vulnerables por ser mujeres. Es muy difícil demostrar fehacientemente si Magdalena y Lorenza fueron curanderas más o menos reputadas y que, por tal razón, estaban compitiendo con sus pares masculinos por el reconocimiento de sus habilidades; sin embargo, algunos indicios permiten afirmar -con ciertos resguardos- que Magdalena y Lorenza tenían este oficio y que, al modo de los kallawayas, les había sido trasmitido como parte del patrimonio familiar. Y habiéndoles dado dha orden, sevinieron, Y lamesmanoche qe llegaron y sin ver adho Dn Diego Alederete, se fueron, la mesma noche, y recoxieron aescondidas sus cavallos y se [huyeron], aviendo estado, compretesto de enfermos, Y trasquilados, marido muger y hixa fingieno parasismos, Y vino acurarlos el Pe. dedha Magdalena llamado Juª. quemado, sinadmintir los remedios qe. leagensiaban Capítulo 2)- o de un médico español -Proceso de 1703 contra Inés (Parte II, Capítulo 1) o de un curandero local (Parte II, Capítulos 2, 3 y 4). 211 Alejandra Cebrelli an dando este declarante muíenfermo, caîdos los brasos é impedido de los pies, pr cuia causa no los siguió_______ (JM: f. 16’) Este fragmento forma parte del testimonio del Capitán Juan Gómez, el capataz a quien le habían adjudicado el servicio de esta familia138. De ella se infiere que Juan el quemado, padre de Magdalena, era curandero lo que permite pensar que él debió haber enseñado el arte a su hija y ésta a la suya, Lorenza. Tanto la descripción de los síntomas de la supuesta enfermedad del capataz como su resistencia a toda terapia sugiere la presencia de una acción de tipo sobrenatural, coadyuvando a la construcción de la representación del hechizado como víctima, sin la cual su contraparte, la imagen de la hechicera, resulta insostenible. De allí que, unas líneas más adelante, Juan Gómez declarara que es verdad que a dicho indio marido de dicha Magdalena y a ella los amenasó con castigo si no lo sanaban porque tenía noticias de que ellos lo habían maleficiado (JM: f. 16’). El hecho de que intime a toda la familia a curarlo permite suponer que, por lo menos uno de ellos, tenía saberes terapéuticos de cualquier índole -natural o sobrenatural- y por lo mismo podía ejercer el arte de curar. El testimonio deja entrever, además, la existencia de prácticas terapéuticas no oficiales que, por la época, formaban parte de la vida diaria. Asimesmo, le sucedio aeste declarante e ensuenfermedad, Y dolores q le ponían dentro de agua hasta la garganta, cargando palos y hechiando(?), enestos âhogos, las víaalasdhas, y 138 Es interesante, asimismo, el hecho de que el capataz acusara a esta familia de fingir estar enfermos y, al instante, no dudase en usar la misma estratagema para justificar que, siendo el responsable del potrero, no hubiese intentado impedir su huída. 212 Bibliografía volvía como de sueño, Ypreguntado sien esas visiones estaba del todo dormido qe fuese sueño, Y dixo qe no del todo sino como dormido(?) pero en todo su juisío, yacuerdo, como tambientuvo otras visiones y qe se atormentaban qe por no ser deste jusgado, ni fuero no las dise y quando convenga lo declarara____________________________ (JM: f. 17) En este caso parece peor “el remedio que la enfermedad”, al remedio que algún comedido -médico, curandero, hechicero o pariente, legible en el sintagma le ponían- lo había sometido para aliviarle los síntomas que parecen aludir a un síndrome gripal. Es posible que la inmersión en agua (¿caliente?) con hierbas de algún tipo (descripto como cargando con palos) funcionara tanto a modo de analgésico y antifebril como de expectorante, lo que podría haber causado los ahogos. Este tipo de haceres formaban parte de la terapéutica propia de la medicina empírica y no parecen tener relación alguna con la magia salvo por la intencionalidad del narrador y el funcionamiento del discurso represivo que vehiculiza el relato. El agregado de las visiones –cabe recordar, una vez más, que la creencia popular sostenía que el hechizado solía ‘ver’ al causante del maleficio- es otro argumento para sostener la tesis de que Magdalena y Lorenza habían encantado a Gómez. Con el mismo fin, se relata el episodio del hechizo de Ana Paez, lo que da pie a una descripción de rituales diagnósticos y curativos cuya pertenencia cultural es el resultado de, por lo menos, dos culturas en contacto. Es muy evidente el funcionamiento de matrices occidentales, en gran medida deudoras de las testificatorias de los procesos inquisitoriales, relativas tanto a la sintomatología del supuesto 213 Alejandra Cebrelli encanto (el hecho de ‘ver’ a las hechiceras y de echar cabellos por la boca) como a los vehículos de la magia (en este caso, una prenda de la víctima). Asimismo, pueden reconocerse matrices andinas sobre todo en relación con las prácticas curativas (la utilización del ‘vaho’ o baño de vapor realizado al colocar piedras calientes en el agua)139. Asimismo dise este declarante qe estando en missa, sucedió que estando enferma Anna paes endho potrero o echando cabellos pr. la boca qe los vio este declarante, endha suausensía llegaron ladha magdalena y suhija Lorensa, a la casa de dha Anapaes yensecreto, le pregunto primero, si yo estaba en dho potrero, ô donde estaba, y la respondio […] estar en missay entonses la encargo el secreto qe nola descubriese qe la curaría, Y prometiendole el secreto, le dixo qe sacasen una piedra qe estaba en medio delarroío donde labando la dha Anna enjaguaba el ato, y qe sacada afuera la saumasen, y qe haciendo esto laenferma sudaba ensucama, mexoro y sano del todo qe [se lo contó] en secreto aeste declarante la dha Anapaes laqual y su marido, sabran mejor del caso y […] qe sacaron la piedra por ser grande y qe lo qe refiere a sucedido y qe esto es lo qe save /…/ (JM: f. 31) La verosimilitud del relato resulta de la dificultad para diferenciar entre el carácter sobrenatural o no de la práctica terapéutica ya que, como ya se dijo, los saberes solían convivir en un mismo agente que había naturalizado sus prácticas sin reflexionar sobre el carácter mágico o natural de muchas de ellas. Asimismo, el hecho de vivir dentro de una cultura donde lo sobrenatural formaba parte de la vida cotidiana, ya fuese en su 139 Ello no significa que en la práctica misma no pudiesen haber elementos menos reconocibles en el discurso que proviniesen de otras culturas en contacto como las africanas o las chaqueñas. 214 Bibliografía versión católica y oficial como ‘supersticiosa’ o mágica, sostenía todo el andamiaje veredictivo de este tipo de acusaciones. Ello explica, por otra parte, la persistencia de la matriz inquisitorial en la percepción y en la referencia a la otredad durante una época en que la institución, como ya se señaló, había perdido poder. La presencia espectral de este tipo de prácticas ideológicas no sólo atraviesa los juicios de Ana y de Magdalena sino el resto de los procesos por hechicería precisamente porque el carácter dogmático e incuestionable de las creencias religiosas sostenía en gran medida los procesos identitarios de estos agentes interpelados permanentemente por los modelos del resto de las culturas con las cuales convivían en el seno de la vida colonial. Todo ello se pone en juego en el relato de este caso de hechicería el cual da cuenta de una compleja operatoria interdiscursiva que resulta del funcionamiento simultáneo de dos discursos: el del curanderismo y el del discurso la hechicería tanto en su variante represiva como en la que nombra la práctica. La huella más fuerte es la de la variante represiva que subsume y modaliza al discurso de la hechicería y lo iguala al del curanderismo, borrando sus diferencias. Como consecuencia, la práctica curativa asume ribetes sobrenaturales y toda la semiosis se pone al servicio de la construcción de las representaciones disfóricas de la hechicera y de la hechizada por entonces bastante cristalizadas, sin las cuales la querella es insostenible. De allí que los discursos que dicen las dos prácticas curativas – una de naturaleza mágica y la otra, empírica- aparecen encabalgados en el que las reprime y, por lo tanto, las señala como diferentes. La distancia se 215 Alejandra Cebrelli marca aún más gracias a la focalización externa del relato que, como consecuencia, registra la práctica proscripta (en este caso tanto la hechicería como la curandería igualadas en la disforia) desde un ‘afuera’ que separa claramente al narrador de lo narrado, dejándolo fuera de toda sospecha. Este proceso de producción de sentido coadyuva a la construcción de una imagen del que habla –Juan Gómez- ajena a todo tipo de saberes hechiceriles, representación que se reafirma cuando sostiene dos veces seguidas que él no fue testigo ‘de vista y oído’ porque estaba en misa; sin embargo –y más allá de las intenciones ilocutivas, ese ‘afuera’ deja el registro de una práctica cuyo discurso es resistente a toda textualización. Se hace visible, además, una de las modalidades mediante la cual un ‘yo’ habla acerca de alguien que representa para él la diferencia extrema: frente a la imposibilidad del uso de un ‘nosotros’ –que implicaría una inclusión a todas luces imposible, objetiva y nombra esa diferencia. Ese ‘otro’ aparece, por lo tanto, con los ribetes de lo anormal y de lo monstruoso pues, como afirma Edmond Cros, lo diferente desborda lo semejante (Cros: 1996, 49-66). La mención del pacto de silencio entre la hechicera y la enferma da cuenta de que el secreto formaba parte de la práctica curativa. La cita es relevante porque pone en evidencia el estatuto iniciático del discurso de la hechicería que, si bien no se ‘inscribe’ explícitamente, deja como marca su matriz de sentido: la lógica simpática, de la que se habló en el capítulo anterior. Desde el punto de vista de la práctica, el encanto (ya fuese orientado al bien o al mal) se ejerce utilizando un instrumento ‘parecido’ al individuo sobre el cual se ‘trabaja’ o usando un objeto que le pertenezca. 216 Bibliografía Desde el punto de vista retórico, se trata de la equiparación semántica de un cuerpo (el del hechizado) con otro cuerpo (el objeto sobre el cual se ejecuta el ritual), lo que produce un desplazamiento de tipo metonímico. En este caso, Magdalena y su hija habían utilizado una piedra que estaba en medio del arroyo donde Ana (quien posiblemente fuese lavandera de oficio) lavaba habitualmente la ropa y, por lo tanto, estaba en estrecha relación con la enferma. Más allá de la posible veracidad del relato, es importante destacar que aquí se considera ‘personal’ no un bien propio de uso privado (ropas, cepillos o peines, un rosario) sino un objeto que la enferma ‘usaba’ habitualmente para cumplir con sus tareas diarias (jabón, la piedra que funcionaba a modo de tabla de lavar en el caso de una lavandera o, en el caso de una tejedora, el telar y el huso). Ello permitiría pensar que la narración está dando cuenta de una formación discursiva colonial y colonizadora en la cual lo más significativo –y lo que se lee en el relato- es un modo de producción en el cual los individuos, sobre todo si pertenecen a las castas más bajas de la escala social, ‘valen’ por el lugar y el rol que ocupan en ese sistema productivo. Asimismo, permitiría inferir que funcionaría otra formación discursiva entre los indios de servicio la cual otorgaba ‘valor’ a los utensilios que aseguraban la subsistencia del grupo familiar -en este caso, la piedra sobre la cual Ana refregaba la ropa- y que ese valor era lo suficientemente eufórico como para que se le otorgara un poder sobrenatural. Continúa una secuencia que describe un ritual de sanación de tipo absolutamente empírico, también narrado mediante la focalización externa, 217 Alejandra Cebrelli donde se lee claramente el discurso del curanderismo. La práctica terapéutica queda registrada, por lo tanto, también desde un afuera que sostiene la imagen de católico practicante que intenta construir de sí mismo el hablante. No importa que la práctica sea inocua -se trata de los vahos ya aludidos, ritual de origen andino que continúa hasta nuestros días y se usa, sobre todo, en estados gripales o en cuadros de asma bronquial. Lo que aquí se está leyendo es el proceso de fundación de la representación de la curandera para la escritura oficial local. La imagen resulta de la superposición de, por lo menos, dos representaciones provenientes de diferentes culturas y tiempos cuyas entonaciones valorativas son total o parcialmente contradictorias: el kallawaya andino y la hechicera occidental. En ellas ingresan los campos de sentido de la /salud/ y de la /enfermedad/ acentuados desde el discurso represivo. Deudora del imaginario de la Inquisición, esa matriz demoniza el sentido resultante ya que, desde aquí, lo /sobrenatural/ se entiende como /anormal/ y, por el funcionamiento de representaciones fundacionales provenientes del discurso católico medieval, se transforma en /monstruoso/ y, por lo tanto, /demoníaco/. Como el ámbito donde estas palabras se dicen es el jurídico, a la imagen de la curandera -ya muy complejizada- se superpone la de la ‘rea’. En síntesis, la representación resultante deja adivinar, como a través de varios vidrios esmerilados que se traslapan, las imágenes anteriores sobre las cuales se re-inventa y a las cuales resignifica sin borrar del todo el origen 218 Bibliografía cultural y la entonación fundacional de cada una140. Como resultado de esta disímil constitución, la imagen de la curandera resulta extremadamente lábil y ambigua y cambia su acento según las regulaciones de cada formación discursiva141. Estos procesos se asentaron, en primer término, sobre problemas económicos: disputas sobre posesiones, tenencias y obligaciones de los unos y de los otros. Más allá de su dimensión simbólica, lo que resulta incuestionable es que los dos juicios funcionaban como una de las tantas estrategias punitivas de la elite hispano-criolla puesta al servicio del control social, muchas de ellas deudoras de una matriz inquisitorial que -salvo en el caso de la mención al cargo de familiar del juez de estos procesosfuncionaba de un modo espectral tanto en el nivel de las prácticas punitivas como en el de las retóricas y de los valores que las informaban. Cabe aclarar que en pos del control social, se homogenizaba parcialmente el haz de prácticas sociales consideradas disidentes que se veían implicadas en estos procesos –la hechicería, el curanderismo- y que, 140 Aquí se está acudiendo a una noción de representación social que estoy problematizando en colaboración en el marco del Proyecto del CIUNSa Nº 1180-03, Prácticas y discursos de resistencia. Proceso de constitución y diferenciación de las subjetividades locales, bajo mi dirección. Si bien -y sobre todo desde las hegemonías- se trata de mostrar las representaciones como configuraciones consolidadas y homogéneas, su proceso constitutivo es complejo, disímil, heterogéneo ya que conlleva imágenes ‘fundadas’ en tiempos diferenciados. Las representaciones, como en un proceso alquímico, van constituyéndose con núcleos sémicos, signos variados y fragmentarios provenientes de representaciones que se entienden como afines desde la formación discursiva vigente y que se sobreimprimen sin perder su propia especificidad (Cebrelli/Arancibia: 2003a, b y c; 2005a). 141 De allí que, atravesando los tiempos largos de la historia, en el imaginario oficial de la Argentina contemporánea no sólo se considere /mala/ sino /ilegal/ mientras que, por resistencia a los excesos de los médicos ultra-especializados y tecnócratas, muestre una tendencia a revalorizarse junto con las varias modalidades de la medicina alternativa. 219 Alejandra Cebrelli no por casualidad, estaban también relacionadas con el origen étnico y estamental de sus agentes. Con todo ello, la elite hispano-criolla intentaba estabilizar las imágenes de sí y del resto de las castas y etnias sobre las cuales ejercía o pretendía ejercer su poder, pese a que estaba en franca minoría respecto de éstas. Los procesos tucumanos por hechicería pública de los últimos años de los Austrias dan cuenta, a la vez, del modo en que los actores sociales se resistían a tal homogenización e interpelaban con sus acciones, sus decires y sus prácticas tanto las subjetividades como los lugares que ostentaban estos prominentes vecinos. Las tretas puestas en juego por estos agentes desde los últimos escaños de la sociedad colonial muestran también que, más allá de los juegos discursivos, existían cuerpos sociales e individuales diversos y heterogéneos -las ‘castas’ (tanto los esclavos o libertos resultado de diversos contactos inter-étnicos con la raza negra) y los indios sujetos o no al sistema de encomiendas- quienes no se dejaban avasallar sin intentar pactar, negociar o resistir con la humilde intención de defender su supervivencia o su libertad. Este recorrido se popuso reconstruir la representación discursiva en la causa criminal contra cinco indias acusadas por hechicería. En los dos procesos que han sobrevivido al paso del tiempo, el discurso jurídico funciona como una máscara que escondía las matrices ideológicas de tipo inquisitorial funcionando de un modo espectral en las creencias, en las 220 Bibliografía prácticas y en la memoria colectiva. En ese sentido, las prácticas relacionadas con la Iglesia y con la Corona eran percibidas como provenientes de una única institución y sostenidas por un único sistema de valores. Quedan muy claras las tensiones inter-étnicas (entre hispanocriollos e indios) e inter-estamentales (entre los vecinos y la gente de servicio). La representación de la hechicera que se pone en juego incorpora la imagen de quien tiene el poder de trasladarse de un lugar físico a otro. La movilidad simbolizaba la posibilidad que tenían los agentes marginales para correrse del estamento o lugar que les ‘correspondía’. Se textualiza entonces el problema de la pertenencia –a un pueblo, a una etnia y a un estamentoque también estaba relacionado con la cuestión tributaria. Los juicios ponen de manifiesto que, con la finalidad de ejercer el control social, el discurso jurídico colonial identificaba representaciones engendradas en prácticas afines como la de la hechicería y el curanderismo. Cuando el curanderismo se asimilaba a la práctica proscripta funcionaba a modo de una de las múltiples fronteras internas de la cultura colonial tucumana, señalando lo que estaba permitido para los sujetos subalternos y separándolo de lo prohibido o de lo mal ‘visto’: la movilidad espacial, el ‘atrevimiento’, los saberes curativos no occidentales, el ejercicio femenino de la práctica, entre otras ‘malas’ costumbres. Finalmente cabe destacar que, desde el punto de vista de los procedimientos de la justicia capitular, estos procesos son una clara muestra de que en el Tucumán todavía estaba todavía vigente la práctica punitiva del tormento lo que se modificará en el 221 Alejandra Cebrelli transcurso del siglo debido a los cambios políticos impuestos por el régimen borbónico. 222 Bibliografía Capítulo 4. En el gozne de una nueva época: epigonías y anticipaciones (Pascuala, 1766) 4.1. Diabólica, impúdica y licenciosa El 22 de enero de 1766 el capitán Antonio de Toro inició una querella civil y criminal contra Pascuala, natural del Pueblo de Amaicha, por haber enfermado a una esclava de su propiedad142. Si se considera que este tipo de juicios estaban en franca desaparición en las ciudades importantes de la nueva Intendencia, cabe preguntarse acerca del por qué de la aplicación de este tipo de estrategias de control en la campaña tucumana143. De hecho, el caso de Pascuala constituye un hito dentro de los juicios por hechicería que se procesaron en la ciudad de San Miguel, precisamente porque tuvo por escenario una hacienda colindante con un Pueblo de Indios. Pascuala era una india de feudo, es decir, pertenecía a una de las encomiendas que, por esos años, ya estaban en franca decadencia. Según sus propias palabras, se había ejercitado en tejer para otros apercibiendo de estos el importe de su trabajo para mantenerse (f. 6). Se trataba de una mujer de avanzada edad que había ido a parar a la cárcel de la ciudad por 142 El documento se encuentra en el Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial (Juzgado del Crimen, Instrucción y Correccional), Expediente Nº 42, Caja Nº 6. Consta de once folios. La transcripción paleográfica es mía y sigue los criterios que se explicitan a pie de página y en el ítem correspondiente en “Anexo 1”. 143 Cuatro años antes se efectuó un juicio semejante a éste en el pueblo indio de Tuama (Santiago del Estero) que tuvo como protagonistas a Pancha y a Lorenza (Farberman: 2005) y lo que se referirá oportunamente. El proceso muestra que este tipo de estrategias de control se habían movido hacia las periferias, dirección que señala tanto el movimiento territorial expansivo del Tucumán tardo-colonial como el nuevo interés que había adquirido la tierra en el marco del ideario fisiocrático que pregnaba las reformas borbónicas. 223 Alejandra Cebrelli tener pública y notoria fama de hechicera impúdica por sus encantos y hechicerías (f.1)144. Cabe destacar que, como sus antecesoras, a lo largo de este juicio fue catalogada como hechicera y matadora (f.1) y su supuesta práctica fue referida como infame abilidad, diabolico arte, entre otros atributos (f.3). La disforia acentuaba también el sistema de indicios utilizados tradicionalmente para ‘probar’ que los indudables encantos y hechicerías eran producto de sobrenaturales tormentos (f.1), resultaban muy extraños (f.3) pues eran cosas ympropias de la naturaleza (f.2) o constituían achaques irregulares (f. 5). La correlación que se construye, centrada en el campo semántico de lo antinatural o sobrenatural, actualizaba así la versión más devaluada de la imagen de la hechicera que se leía desde principios de siglo en este tipo de expedientes; sin embargo, el atributo de impúdica era una novedad pues no apuntaba a la acusación de asesinato por encantos sino al hecho de que la acusada mostraba una actitud poco pudorosa en relación al propio cuerpo. Más adelante, uno de los testigos de la parte querellante la califica como desvergonzada –sinónimo de impúdica- y le agrega el atributo de licenciosa que etimológicamente significa /estar en venta/. Como resulta evidente, la nueva correlación tiene menos que ver con la representación de la hechicera que con la de la prostituta, aunque ambas imágenes tienen en común el carácter de pública. Pese a la persistencia de los valores que remiten al imaginario de lo sobrenatural dando cuenta de su vigencia en el campo de 144 La negrita es mía. 224 Bibliografía las creencias, la aparición de la segunda correlación semántica –relativa al aspecto público de esas prácticas y representaciones femeninas- da cuenta de que tanto los modos de hacer como los de pensar están comenzando a cambiar en San Miguel y en sus territorios aledaños. Se trata del inicio de un deslizamiento que llevará la imaginería relativa a la infamia del pecado al delito; de lo sobrenatural, religioso y extraordinario a lo natural, cívico y cotidiano. Pese a todo el arsenal discursivo puesto al servicio de la construcción de la imagen de la hechicera sobre la persona de Pascuala, algo interrumpe la puesta en funcionamiento del aparato judicial y de la práctica represiva y punitiva: cuatro meses después, imprevistamente, el capitán Toro decide perdonarle el agravio, con el argumento de que este apartamto lo hase desu espontanea voluntad, y por servicio de Dios como tiene dho y no porque no sele guardesu Justicia (f.12). Tal sujeción y obediencia a borrosas leyes divinas -¿el mandato de caridad, el de perdón al prójimo?- llama la atención, sobre todo si se considera que hasta ese momento no se habían mencionado tales leyes, omisión consecuente con el momento de producción del discurso. 4.2. Un giro sorpresivo En uno de los últimos autos del juicio contra Pascuala, precisamente en la solicitud de condena a tormentos, salta a la vista que a mitad del documento cambia en forma notable el grosor del trazo y el tipo de pluma utilizada, lo que sugiere una interrupción en el proceso de escritura. Dichas 225 Alejandra Cebrelli alteraciones podrían parecer insignificantes pero coinciden con la inversión del tono e intención del discurso el cual, cabe aclarar, muestra además una evidente impronta religiosa. Sr. Alcalde: ElCapitan Antonio Toro en la causa y demanda Criminal que [contra] pascuala yndya tengo puesta /…/ y que las declaraciones de los cinco testigos que presentados tengo se hallan todas tan contestes que plenamet justifican el delito de dha Pascuala tan antiguo como otros en sus execuciones [por lo que] devera ser ya condenada […] que por tan enormes y enormisimos delitos tan reincidenciados se merece y por [justicia] divina y humana le compete sin que obste la negativa de su confeción /…/ teniendo en contra plena provanza a su delito que para este como no puede aver testigos oculares Basta la [...] antigua lamala fama de la dha Pascuala para para que se pasase a darle el castigo entormentos. Esto reflexionadas que aun execrable agrabio mirando la Caridad con que Dios manda se perdone al enemigo en mi parte desde ha ora para siempre perdono ala dha india Pascuala y me aparto en el derecho que lo obrado me da por lo qual= Avm pido y suplico me aya por presentado y admitido el perdon que por mi parte hago a la dha Pascuala de su justicado y criminoso delito justicia que espero ypido movido solo de christiana Caridad a la que vm [examine] su christiano obrar 145 /…/ (f. 8 y 8’) El cambio imprevisto es también notorio a nivel retórico. La primera parte (transcripta aquí en negrita) se modeliza según el deber ser –se deverá condenar- y se caracteriza por el uso de la hipérbole146 –tan antiguos como 145 Se intenta reproducir el evidente cambio de tinta, de pluma y de discurso. En el ítem “Anexo 2” puede cotejarse la cita con un facsímil del documento original. 146 La hipérbole se entiende como una transgresión de la relación ‘normal’ entre el concepto y la cosa significada mediante una operación matemática que consiste en modificar los 226 Bibliografía ciertos; enormes y enormísimos delitos; execrable agravio; dichas estrategias están puestas al servicio de la construcción de la culpabilidad de la acusada sobre la cual el juez podía justificar el paso a tormentos. Los argumentos que se esgrimen son más bien de tipo religioso que jurídicos puesto que, en éste último caso, sólo se apoyan en la mala fama de Pascuala pues no hay testigos oculares de sus supuestos crímenes. La segunda parte de la transcrición (sin utilizar la negrita) interrumpe una oración cambiando brutalmente la entonación, exabrupto que se lee en el carácter elusivo e incoherente que adquiere. En ella se deja constancia de que el capitán Toro, como se insiste en el último auto, se desiste y aparta en la querella /…/ y le perdona la infamia y cualquiera otra acción civil y criminal (f. 12). El argumento que se esgrime entonces es también de tipo religioso pues se asienta en el mandamiento de la caridad. La violenta pasión puesta en la construcción de la representación de la infamia evoca la fuerza represiva del discurso inquisitorial; sin embargo, luego del corte aludido, se atenúa sin desaparecer del todo pues se insiste en el carácter injustificado y criminoso de su delito. Al destacar que otorga el perdón movido sólo de cristiana caridad, el enunciador construye una noble y generosa imagen de sí mismo; al mismo tiempo y en lo no dicho, solicita que Pascuala sea puesta al servicio de un español, lo que hubiera podido resultar del examen del cristiano obrar de esta india escasamente colonizada semas intensivos del semema. Cabe aclarar que la norma aquí invocada es la de un lenguaje verdadero en tanto espejo de lo real (Grupo µ: 1987, 214-216). 227 Alejandra Cebrelli si se piensa en antecedentes que existían al respecto, por ejemplo, la sentencia de Clara (1717-1719). 4.3. Los intereses creados. Ventrilocuismo y diglosia Frente al sorprendente giro que tomó la querella se pueden proponer varias hipótesis que van desde la intervención de un mediador desconocido –cosa imposible de comprobar- hasta los cambios en los modelos de mundo epocales. Aún así resulta extraño el hecho de que se tome la decisión del perdón a la mitad de la escritura del auto donde se había solicitado ya la condena a tormentos. Por ello, es posible inferir que el proceso pudo ser una cortina de humo utilizada para esconder móviles e intereses muy diferentes de los que se habían declarado en el primer auto: la supuesta defensa de los derechos de una esclava del querellante. Y teniendo yo mi hacienda en dicha estancia, inmediata al citado pueblo de dha india ha acaecido enfermarseme una negra mi esclava, llamada Maria del Carmel padeciendo los mayores e insoslayables sobre naturales tormentos [ya que] de las mas partes de su cuerpo sele estan sacando con […] abundantes espinas […] que le penetran las carnes /.../ por lo que se haga servir Vm mandar poner dicha [india] enla mas estrecha clausura […] [para que] en algún modo suavise su envenenado corason y […] mandar practiquen las diligencias deprueva asu mal obrar /…/147 (fs. 1 y 1’) Resulta evidente que la relación entre el querellante y la acusada era más bien de carácter indirecto y se instauraba sobre valores de tipo 147 El folio está muy deteriorado. Muestra varias roturas en distintas partes de la hoja y, además, la tinta se transparenta de un lado y del otro, haciendo muy difícil su lectura. 228 Bibliografía económico y territorial: la necesidad de conservar una posesión en buen estado (la salud de la esclava supuestamente hechizada) y la situación de ‘vecindad’ entre sus tierras y las del pueblo de la acusada, cuestión que no resulta un dato menor ya que –como se verá- el resto de los testigos hispano-criollos, también tenían posesiones en la zona. Por entonces, la tenencia de una encomienda legitimaba los derechos sobre los terrenos implicados de quienes poseían el título. Esto era de capital importancia porque los hispano-criollos pretendían incrementar sus posesiones sobre las tierras mejor ubicadas, con buenos pastos para la invernada y aptas para la agricultura. El aumento de la población y el desarrollo mercantil de mediados del siglo habían incentivado el interés por territorios que, en muchos casos, estaban ocupados por aborígenes desde la época de la conquista. Muchos pueblos de indios estaban ubicados en zonas fértiles y, como consecuencia, esas parcialidades habían incrementado su valor. Algunos vecinos estaban promoviendo litigios con la finalidad de despojar a los indios de sus parcialidades, proceso que se veía en los alrededores de San Miguel (Lizondo Borda: 1931, 296) pero también en el resto de la gobernación. En el Valle de Lerma y en los Valles Calchaquíes, por ejemplo, se declaraban las tierras vacías –vacas, en el lenguaje de la época- ya que de este modo se podía solicitar su ocupación. En muchos casos, los encomenderos habían instalado a los indios en sus chacras, en sus haciendas o los habían puesto a 229 Alejandra Cebrelli su servicio personal en total transgresión de las leyes, favoreciendo así el despoblamiento de esos pueblos (Mata de López: 2005, 60-74)148. En el marco de esta apropiación sistemática de las parcialidades indígenas es posible interpretar este proceso judicial como una de las muchas estrategias utilizadas por los vecinos hispano-criollos con tal fin. Era posible prever que la sentencia final pasara por colocar a Pascuala al servicio de un español, sacándola de su propio pueblo. Al mismo tiempo, la querella misma funcionaba a modo de intimidación para el resto de sus coterráneos y, en algunos casos, podía convencerlos de abandonar el terreno comunal en busca de una vida ‘mejor’ y más tranquila. Finalmente, al construir una representación criminal de la india se ponía en circulación un discurso que ‘justificaba’, de algún modo, la expansión de los hispanocriollos sobre territorios que legítimamente no les pertenecían. De allí que los dueños de las haciendas, chacras y estancias aledañas –Toro, Sancheztuviesen sumo interés en dejar sentado el carácter delictivo de, por lo menos, uno de los habitantes del Pueblo de Amaicha ya que, por contigüidad semántica, podría atribuirse a los demás. Esta es la única explicación a la insistente descalificación a que es sometida Pascuala por los testigos de la parte querellante, cuando nada hay en el expediente que permita pensar que practicaba la magia y, menos aún, la prostitución; por el contrario, se puede inferir que se trataba de una humilde tejedora la cual no parecía entender muy bien el tenor de la 148 La estrategia pasaba por considerar vacías –vacas- las tierras de los pueblos de indios. En 1768, el Obispo Abad Ilana se lamentaba que en los términos de Salta, Chicoana y 230 Bibliografía acusación. De hecho, Pascuala no sólo había negado su participación en prácticas hechiceriles sino que ni siquiera había podido interpretarlas desde los valores cristianos. Pregdo= si sabe es malo matar aotro, û otra como ella con hechizos, ô pactos diabólicos ô maleficios ô haziéndoles daño como comunte llaman y [responde] qe aunqe no ha oydo a nadie si es malo ô bueno sele pregunta, pero que en su mente concibe que es bueno hazerlo. Pregdo= pues concibe es malo lo que por la antecedente pregunta sedise por que lo ha hecho con varios [como] se le acusa y resulta dela sumaria y responde que no ha hecho tal cosa cossa con nadie, ni sabe de tales [hechizos], encantos, ni brujerías. (f.6’) Más allá de que Pascuala pretendiera utilizar la misma estrategia que Clara, Ana o Magdalena para negar su relación con la práctica, aduciendo que [no] sab[ía] de tales hechisos, encantos ni brujerías, no había vacilado en admitir que –aunqe no había oydo anadie [decir] si [matar a otro con encantos ô hechisos] es malo ô bueno en su mente concibe que es bueno hacerlo (f.7)149. Es evidente que en tal aserción ‘hablaban’ dos lenguas –quechua y español150-, dos voces –la de la india y la de la elite hispano-criolla- y dos culturas –la andina y la colonial. El uso del término mente y del verbo “concebir” en el sentido de /entender/ o /interpretar/ resulta bastante improbable en la boca de una india iletrada e ignorante del español, más Calchaquí ya casi no había vestigio de la indiada (Mata de López: ibídem). 149 La negrita es mía. 150 El juez nombra a un intérprete porque Pascuala hablaba la lengua del Cusco. 231 Alejandra Cebrelli bien parece un caso de ventrilocuismo, de impostación de la propia palabra en la boca ajena que no sólo responde a la intención incriminatoria de quienes escriben y juzgan, sino también a la imposibilidad de escuchar a otro al que se percibe como absolutamente diferente de sí mismo. Más allá de las mediaciones, traducciones y traiciones que es posible atribuir al sentido ‘original’ de estas palabras, resulta evidente que Pascuala desconocía el efecto que podían producir en sus interlocutores. Tal falta de ‘adecuación’ a la lógica discursiva hispano-criolla está dando cuenta de una colonización y evangelización todavía incompletas, lo que permite presuponer que estos indios conservaban gran parte de su patrimonio cultural pese al fluido contacto que mantenían con el mundo colonial. De allí que Pascuala declarara, en primer término, su ignorancia acerca del modo en que los españoles consideraban la práctica de la hechicería para, en una instancia posterior, acudir a la propia cosmovisión a la hora de validarla, sin prever que esta mirada contradecía la de la cultura dominante y, por lo tanto, podía llevarla directamente a la tortura o colocarla en peligro de muerte. Pese a la importancia determinante que tenía esta declaración para la parte querellante, aparentemente nadie –salvo el escriba- pareció registrarla y, si se atiende a la pregunta siguiente, puede afirmarse que tanto el juez como el promotor fiscal habían entendido lo contrario –pues, [si] concibe es malo lo que por la antecedente pregunta sedise por que lo ha hecho con varios como se le acusa. La falta de registro se sostiene sobre la representación de la culpabilidad de Pascuala; puede interpretarse, además, 232 Bibliografía como el resultado de la incomprensión parcial entre unos y otros que hace legible la distancia cultural y lingüística y pone en evidencia la complejidad de la comunicación en este tipo de enclaves tan frecuentes a lo largo de la colonia. 4.4 Cristalizaciones, vacilaciones, deslizamientos Ahora bien, el delito –la hechicería pública- sobre el que se sostenía la querella formaba parte de un conjunto de prácticas jurídicas que ya por entonces se estaban cuestionando desde la hegemonía. Precisamente, este juicio marca un gozne que señala el paulatino corrimiento de la persecución de brujas como mecanismo de control a la construcción de un sistema punitivo sostenido en modos de comprobación de la ‘verdad’ más racionales, apoyados en pruebas bastante alejadas del tormento que comenzaba a ser considerado como un método arcaico. De allí que el carácter de los delitos también variara y se desestimaran acusaciones como la de la muerte por hechizo en pos del asesinato realizado por medios químicos –venenos, entre otros, por armas (blancas o de fuego) o por golpes, métodos fácilmente comprobables mediante la observación o la ciencia. Los índices del inicio del proceso epigonal que incluía tanto la práctica punitiva como la creencia en la hechicería se leen en la edad avanzada de los testigos citados por Miguel de Molina, alcalde ordinario y juez de la causa. De hecho, Francisco Siquimay y Matías Gonzalez eran indios del Pueblo de Amaicha que tenían setenta años poco más o menos; 233 Alejandra Cebrelli por su parte, Bartolo Sanchez contaba con cincuenta años y Joseph Sanchez tenía sesenta a la hora de participar en este juicio. Los Sanchez eran vecinos de la ciudad con abitación sobre el Río Grande151, es decir, formaban parte de la elite local aunque vivían en la campaña. La ancianidad de los declarantes permite presuponer que ellos ‘creían’ o bien en el poder maléfico de la magia y la consiguiente necesidad de reprimirla, o bien pensaban que los demás (el resto de la heterogénea sociedad tucumana) mantenía el temor a la práctica y, por lo tanto, la creencia. La cuestión es significativa porque la creencia suspende la visibilidad de las estrategias de enunciación por parte de los interlocutores. Dicho de otro modo, el ‘creyente’ no puede apreciar los juegos de discurso orientados a la construcción de ciertas representaciones según las intenciones de quien se hace responsable de lo dicho. De ahí que sostener un argumento sobre la creencia del otro asegure una manipulación efectiva. Ahora bien, para legitimar su avance sobre el territorio indio, los españoles habían recurrido a un imaginario ya cuestionado en los centros del poder colonial, por lo menos a nivel discursivo152, pero que todavía seguía vigente en las prácticas e imaginarios153, sobre todo de las zonas periféricas 151 La única excepción la constituye Norberto Ledesma, un joven de veintitrés años, también vecino de la jurisdisión. 152 La vocación iluminista y reformista de la formación discursiva oficial de la España borbónica dejaba menos lugar aún para este tipo de creencias. 153 Por los años que median entre 1762 y 1772 la Inquisición de Lima juzgó a varios individuos por los crímenes de superstición y hechicería, si bien los reos eran perdonados aduciendo que las acusaciones se debían a la rica ‘imaginación de mujeres’ (Medina: 1952a, 309). Ricardo Palma comenta un caso que demuestra hasta qué punto estaban vivas en el imaginario popular estas creencias. En 1760, el Tribunal juzgó y condenó a recibir azotes a un negro llamado Manuel Galeano quien, siendo curandero, recurría a la 234 Bibliografía como las ciudades de Tucumán y Córdoba154. La falta de credibilidad ‘oficial’ no sólo en la hechicería sino en el suplicio como sistema punitivo quitaba efectividad a la querella como política de control, pero la creencia seguía vigente en los individuos, por lo que era posible sostener una campaña de descrédito sobre ésta. En otras palabras, una vez que se actualizara la representación negativa de los legítimos dueños del territorio deseado por estos ‘reputados’ vecinos, el suplicio -tortura, ejecución- ya no era necesario e, inclusive, su implementación podía volver en su contra la campaña de descrédito. Todo ello responde a los nuevos esquemas interpretativos que comenzaban a impregnar las prácticas sociales que estaban llegando al Tucumán de la mano de las reformas institucionales y administrativas impuestas por Carlos III, entre otros medios. El imaginario europeo ilustrado consideraba salvaje e, inclusive, ‘gótico’ el suplicio corporal como forma de control y castigo y lo había reemplazado por la pérdida de bienes o derechos –el de la libertad, sobre todo (Foucault: 2000, 11-74). En el Tucumán, la práctica punitiva se estaba desplazando del centro –San Miguel- a la campaña e, inclusive, comenzaba a perder efectividad y rigor. En 1761, el pueblo de indios de Tuama (Santiago del Estero) había sido testigo de un proceso por hechicería que había culminado con el suplicio de las reas; sin embargo, el mismo documento registra el farsa de hacerse pasar por hechicero para cobrar a los enfermos mayor cantidad de dinero (Palma: 1997 [1897], 134). 154 En la ciudad de Córdoba, la mayor cantidad de casos de denuncias por maleficio se dan entre 1736 y 1760, si bien la mayoría no llega a juicio (Pizzo: 2004, 96). 235 Alejandra Cebrelli corrimiento aludido. Al principio del juicio se aclara que el alcalde dijo qe si no la sanaba [a María Antonia] la avia de quemar sin dar cuentas a los jueces de la ciudad 155 (Farberman: 2000, 238). La aclaración no sólo registra la libre interpretación del alcalde indio sobre las Ordenanzas de Alfaro (1611-1612) que había investido a estos individuos con el carácter de auxiliares de la justicia ordinaria (Farberman: ibídem), sino también que el suplicio formaba parte de estrategias de control basadas en el terror vigentes por esos años en las haciendas, quintas y encomiendas tucumanas aunque no necesariamente en las ciudades156. En el juicio de la negra Inés de 1703, según se vio, la insistencia del alcalde-juez en aclarar que el suplicio tenía como fin servir como terror y escarmiento a la población o los consejos sobre cómo torturar con eficacia que le daba un alcalde santiagueño a su par tucumano en 1721, se puede afirmar que, por lo menos durante las dos primeras décadas del siglo XVIII, el tormento y la ejecución pública cumplieron una función jurídico-política orientada a reinstaurar los valores en los que se sustentaba el poder (del rey, de la Iglesia, de los encomenderos) supuestamente mancillados por las reas. Se trataba de una ‘insensibilidad’ respecto del cuerpo ajeno fruto, por un lado, tanto de una cultura donde la muerte y el dolor formaban parte del horizonte cotidiano -por las guerras, el escaso desarrollo de la medicina occidental y la fuerte impronta de un catolicismo que daba más valor a la 155 La negrita es mía. 156 Este juicio ha sido minuciosamente comentado por Judith Farberman (Farberman 2000a, b, c; 2001 y 2005). 236 Bibliografía ‘vida eterna’ que a la vida natural; por otro lado, era el resultado de un sistema económico en el cual las fuerzas de producción –los indios encomendados, los esclavos- no tenían todavía la utilidad y el valor comercial que les atribuiría el liberalismo. Ya a mitad del siglo XVIII, en contraste, una sensibilidad cada vez más moderna hacía tal castigo innecesario y poco económico pues, entre otras cuestiones, significaba la pérdida parcial o total de uno o varios de los integrantes del grupo social de donde provenía la fuerza de trabajo. Si a ello se suma la pérdida de credibilidad oficial en las prácticas sostenidas en estatutos no racionales, particularmente en la magia y en la hechicería, resulta fácil deducir el carácter epigonal que empezaba a tener tanto la persecución como la creencia en la hechicería en el imaginario hegemónico local. Como ya se dijo, la época en que se desarrolla el juicio (1766) señala el comienzo del proceso: los cambios no se manifiestan del todo en las prácticas –de allí que se insista en la querella por hechicería pública como estrategia punitiva y de control social aunque no se culmine el proceso- sino en funcionamientos discursivos no muy diferenciados todavía pero que, en conjunto, hacían ‘girar’ el mundo representado de otro modo: padeciendo los mayores he insoslayables sobre naturales tormentos que lleva â tan mas partes de su cuerpo del que selestan sacando […] abundantes espinas de [quimili] que le penetran las carnes […] lo causa la dha india Pasqualapor lo publico de su mala fama; por lo que se ha de servir vm mandar poner a dha [india] enlamas estrecha clausura […] de prisiones que podra[n] ser medio a que en algun modo suavise su envenenado corazon 237 Alejandra Cebrelli (fs. 1 y 1’) La negrita utilizada destaca la nueva sensibilidad arriba señalada. Puede entenderse como la huella del funcionamiento muy temprano de una forma de sentir e interpretar el mundo que, mucho más adelante, se conocerá como romántica pero que en 1766 preanuncia el cambio del imaginario local. En el ‘revés de la trama’ se leen deslizamientos y variaciones de los marcos de referencia que pasan de una matriz deudora de la religión católica a otra mucho más secular y moderna en la cual el individuo y su sensibilidad se colocan en primer término. En contraste, la descripción del ‘síntoma’ del supuesto caso de hechizo podría haberse extraído del juicio de 1703 contra la negra Inés157 o del proceso de 1717 contra la india Clara158. La recurrencia señalada da cuenta de que el discurso represivo de la hechicería entonces se había hipercodificado: la expulsión de espinas o de astillas de madera por diferentes orificios del cuerpo –suceso absolutamente increíble para un imaginario racional e insostenible en un sistema judicial moderno- formaba parte del arsenal de datos que funcionaron durante los primeros siglos de la colonia como índices de verosimilitud y, por lo tanto, constituyeron argumentos válidos para ‘comprobar’ la existencia del supuesto daño 157 En el testimonio del capitán Miguel de Aranciaga se lee que sabía que la dicha negra había hechizado a la mujer del maestre de campo Simón de Ibarra y que lavándole la cara a dicha difunta le brotaron espinas de la cara (Lizondo Borda: 81). 158 En le juicio contra Clara se lee que una de las supuestas hechizadas empezó a echar astillas de madera (f.1). 238 Bibliografía sobrenatural. De allí que, en el plano discursivo, se haya cristalizado y se repita, con pocas variantes en boca del querellante y sus testigos. Ha acaecido enfermárseme una negra mi esclava, llamada María del Carmel padeciendo las mayores he insoslayables sobre naturales tormentos [sobre su] cuerpo /…/ selestan sacando /…/ abundantes espinas de [quimili] que penetran las carnes (Declarado por el capitán Antonio Toro, f.1) y aora aoido que una negra del Demandante está enferma, y que disen que la dha Pasquala la tiene assi consus encantos, opactos Diabolicos sacandose espinas largas dela cara porlos ôjos, boca, y narices, y otros êxtremos, y que las dhas espinas son de quimili toda cosa ympropia ala naturalesa /…/ (Declarado por Francisco Siquimay, f. 2) y queaoido que /…/ la dha negra hadado sea sacar de la voca, naris y parpados de los ojos, oydos, y otras partes de la cara y, dizen del cuerpo donde le ha dado comeson, espinas de dos tamaños dasta de quatro â cinco dedeos de las que suelen llamarle de quimili (Declarado por Norberto Ledesma, f. 2’) Las variantes aludidas están al servicio o bien de la meticulosidad de cada uno de los declarantes o, como en el caso de Norberto Ledesma, de una evidente intención por ‘despegarse’ de cualquier tipo de relación directa con la hechicera o su práctica, legible en la insistencia en aclarar que sólo ha oído lo que los otros dicen. Ledesma agrega a su testimonio el relato de dos ‘casos’ no menos codificados: la imposibilidad de que, salvo la encantada, viese a la supuesta responsable del hechizo en el lugar del hecho (fs. 2-3); que los encantamientos tuviesen como móvil la venganza por algún disenso sin importancia –en este caso por habérsele negado un poco de ají (f.3). Uno 239 Alejandra Cebrelli y otro caso incriminatorio, recuerdan las acusaciones realizadas contra Clara, Magdalena y Ana durante los juicios de 1717,1719 y 1721. La cristalización no sólo es evidente en la construcción de historias y situaciones con valor de prueba sino también en la necesidad de aclarar que se trata de una enfermedad de carácter mágico, preternatural –insoslayables y sobre naturales tormentos, toda cosa ympropia a la naturalesa- , todo lo cual es fruto de la intervención del Demonio (la tiene assi con sus encantos o pactos diabólicos). Bajo las nuevas condiciones de producción, la aclaración se transforma en una pieza de museo, en una especie de arcaísmo cuya única eficacia pasa por recurrir a una creencia muy difundida todavía en los sectores menos instruidos y más alejados de las ciudades159. Estos movimientos y cambios legibles en el nivel de los discursos, ponen en evidencia que las prácticas sociales en su conjunto están comenzando a cambiar de un modo no siempre pacífico, como resultado del impacto de las por entonces muy recientes reformas borbónicas y de la impronta cada vez más evidente de los valores racionalistas y cientificistas. De hecho, los últimos autos del juicio contra Pascuala se estaban escribiendo mientras en la vecina ciudad de Córdoba se iniciaban los tumultos en el Capítulo de la orden de La Merced que provocaron varias muertes. Se trataba de una escandalosa rebelión de mercedarios de casi 159 De esta circulación no ha quedado registro escrito; sin embargo, la persistencia hasta el siglo XX de la creencia en el estatuto sobrenatural de ciertas prácticas relacionadas con la curación, la enfermedad, la vida y la muerte de los individuos en las zonas rurales de la región –persistencia de la cual sí existen registros- permite sostener que, como se verá más adelante, tanto las prácticas como la creencia se mantuvieron en la vida cotidiana, circulando en la oralidad, hasta que el imaginario hegemónico ‘permitió’ su registro en la escritura, si bien vehiculizado en el discurso literario o antropológico. 240 Bibliografía todas las comunidades de la provincia, apoyada por representantes de la elite local a la que los religiosos estaban ligados por redes parentales y amicales. Los ecos de estos conflictos conmovieron a las ciudades de la intendencia e, inclusive, obligaron a la participación del Gobernador Juan Manuel Fernández Campero que residía en Salta. Resulta interesante observar que, tanto en el juicio por hechicería como en el escandaloso Capitulo mercedario, se estaban poniendo en juego valores que pertenecían a un nuevo entramado discursivo. El cuestionado padre Provincial escribiría más tarde que la rebelión había estado dirigida por sacerdotes de la provincia públicamente escandalosos (Larrouy: 1927, 470-474)160. Cabe recordar que el atributo que reciben los ‘rebeldes’ pertenece al mismo campo semántico de /lo impúdico/ y /lo licencioso/, rasgos con los cuales se había actualizado la representación social de la hechicera en el juicio contra la india Pascuala. No parece una coincidencia; por el contrario, se trataba de uno de los índices de que el mundo colonial ya no era el mismo; apenas un año después, llegaría la expulsión de los jesuitas que cambiaría el rostro de la frontera chaqueña para siempre. El juicio analizado da cuenta de un cambio en los imaginarios sociales mediante el cual se corren hacia la periferia todas aquellas creencias o prácticas sostenidas sobre lógicas y matrices catalogadas como 241 Alejandra Cebrelli irracionales mientras se hegemonizan las que responden a un horizonte de referencia de tipo empirista. Una muestra de ello es el atributo de impúdica que recibe Pascuala. Era una novedad pues no apuntaba a la acusación de asesinato por encantos sino al hecho de que la acusada mostraba una actitud poco pudorosa. Más adelante se le suman los calificativos de desvergonzada y de licenciosa que establecen una nueva correlación más relacionada con la representación de prostituta que con la de hechicera con lo que se produce un deslizamiento de la antigua representación de la hechicera hacia el terreno de la infamia social y del crimen. En el marco de la expansión territorial y de la apropiación sistemática de las parcialidades indígenas, es posible interpretar este proceso judicial como una de las estrategias utilizadas por los vecinos para sacar a la india de su pueblo y ponerla al servicio de algún español. Con ello, además, se pretendió intimidar al resto de sus habitantes para que abandonaran el lugar, dejándolo ‘baldío’ y –de esta manera- legalizar el despojo. El juicio marca un gozne ya que señala el paulatino corrimiento de la persecución de brujas como mecanismo de control a la construcción de un sistema punitivo sostenido en modos de comprobación de la ‘verdad’ más racionales. 160 Utilizo la negrita para destacar el sintagma “públicamente escandalosos” que pertenece al mismo campo semántico de /lo impúdico/ y /lo licencioso/ y responde al cambio de paradigma mencionado. 242 Bibliografía Capítulo 5. El asalto a la palabra: Juana Juarez (1785) 5.1 Palabras ásperas y amistades ilícitas El 10 de octubre de 1785 murió repentinamente el dueño de una pequeña propiedad rural161 dejando una viuda y varios hijos pequeños162. El hecho sucedió en el paraje de Nacchi del curato del Río Chico163. Pese a que la localidad estaba al suroeste de la actual provincia tucumana y a muchas leguas de San Miguel, el caso llegó a la ciudad porque se sospechaba que la viuda, Juana Juarez, había asesinado a su marido con maleficios Porquanto; seme acaba de dar noticîa, haber fallesîdo en este Paraje de Nacchî Pedro Roldan dejando varîos hijos menores y sin otorgar disposicÎon alguna testamentaría, pa. asegurar los yntereses de dhos menores, y qe. no se malversen y dilapîden en perjuicio y detrîmento de dichos ynteresados, y al mismo tiempo, respecto aqe. pr. varîas denuncias que se me han hecho, tengo entendido, nò haber sido casûal, nî naturalmte. acontesída, la [súbita] muerte de dho Roldan, sinó pr. maleficio, en su muger llamada Juana Juarez, pa. asegurar el ynteres de aquellos, y procederse, contra la criminalidad de esta, en la forma qe. corresponde mando su Mrd formar este auto, cabesa de proseso pr qe â su tenor sean examinados, los tgs sabedores del hecho y se haga, manifestacíon yntegra de los 161 En el expediente no hay datos claros respecto del tipo de bienes de los Roldán y no hay registros conocidos de que éstos pertenecieran al estamento de los propietarios rurales importantes (López de Albornoz: op.cit.). Se puede inferir que los Roldán no eran terratenientes pero tenían bienes suficientes para que el alcalde creyese oportuno iniciar un juicio para resguardarlos en relación a los derechos de los menores. 162 El documento se encuentra en el Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial (Juzgado del Crimen, Instrucción y Correccional), Expediente Nº 48, Caja Nº 8. Consta de trece folios. La transcripción paleográfica es mía y sigue los criterios que se explicitan a pie de página y en el ítem correspondiente en “Anexo 1”. 163 Según el censo de 1799, el paraje de Naschi –en el documento aparece citado como Nacchi- pertenecía el Curato del Río Chico y estaba sobre el río Marapa, cerca del actual límite con Catamarca (López Albornoz: 2003, 76). El mapa correspondiente puede consultarse en “Anexo 3”. 243 Alejandra Cebrelli vîenes qe. hayan fincado pr. muerte del dho Roldan haciendose expediente separado, sîempre qe resulte enel sumario [verificado el maleficio] dela referida Juana para qe obrando en querdas separadas se [evite] toda confucîon procesal, sobre ambos juicios /…/ (fs. 1 y 1’) Si bien no se dan nombres ni se cita a los responsables de las varias denuncias, se presupone que se trata del padre y de la madre del difunto que vivían al lado de la familia de Juana y Pedro. Es posible que, a la base de esta querella por encantos se encuentre la disputa por los derechos de la herencia entre los suegros y la nuera, aunque tanto la denuncia como este problema se fueron diluyendo a lo largo del juicio gracias a la astucia de Juana. El proceso quedó en manos del alcalde de segundo voto don Manuel Pérez Padilla quien, además, era juez de menores. No es de extrañar, entonces, que priorizara los intereses patrimoniales de los hijos de Pedro Roldán sobre la averiguación del modo en que murió. El esfuerzo por mantener estos juicios en querdas separadas da cuenta de la necesidad de diferenciar un proceso judicial plenamente justificado por la ausencia de un testamento, de una causa criminal cuya comprobación era dudosa desde las pautas culturales por entonces vigentes. El primer expediente, que abrió don Manuel Pérez Padilla, se orientaba a la defensa de los intereses patrimoniales de los cinco hijos del matrimonio, por lo que solicitó la manifestación íntegra de los bienes del occiso. La urgencia con que se inicia el juicio de sucesión es un índice de los prejuicios del alcalde-juez que, influido por las denuncias hechas en 244 Bibliografía contra de Juana Juarez, suponía que ésta podía malversar o dilapidar la herencia familiar en perjuicio y detrimiento de los derechos de los menores. Cabe aclarar que, según las Leyes de Indias, la viuda podía administrar dichos bienes pues el nuevo estado le daba plena capacidad civil (Ots Capsdequi: 1946, 116); además, como los hijos tenían derecho a la herencia y eran menores de edad, en general, se consideraba que al padre vivo le correspondía el usufructo de la potestad (Ots Capsdequi: 1946, 150). En el Tucumán tardo-colonial se seguía la legislación mencionada y, a la hora de realizar la división de bienes por fallecimiento de un cónyuge, generalmente la propiedad inmueble pasaba a manos del otro, sobre todo si habían quedado hijos menores. Era frecuente, además, que las mujeres administraran los establecimientos rurales y, muchas de ellas, participaban en las tareas de siembra, cuidados de animales y fabricación de textiles (López. de Albornoz: op.cit., 135-136). En otras palabras, el patrimonio de los Juarez iba a parar a manos de una mujer considerada de dudosa reputación tanto por ley y como por derecho de costumbre. Las medidas del juez, por lo tanto, estaban orientadas a salvaguardar el conjunto de bienes materiales hereditarios alrededor de los cuales se consolidaba si no el poder familiar, por lo menos la supervivencia de los menores y, en ese sentido, su acción resultaba de una equidad indudable. El segundo expediente, en cambio, respondía a la necesidad de comprobar la dudosa acusación de asesinato por encanto que pesaba sobre la viuda. A lo largo del mismo, y consecuentemente con el cuidado explícito 245 Alejandra Cebrelli de evitar toda confusión, la voz del alcalde-juez estableció una notable separación entre el yo que hablaba y la creencia en la magia: Al justificar la acción legal contra la viuda, aclaró que lo hacía obligado pr varias denuncias respecto a no haber sido casual, ni naturalmte acontesida, la subita muerte de dho Roldan, sino pr maleficio de su muger llamada Juana Juárez (f. 1). Idéntica separación se repite en las declaraciones de los testigos. El esfuerzo es notable en la voz del padre del difunto quien, pese a ser uno de los querellantes, sólo admitía su seguridad respecto del carácter repentino de la muerte; en contraste, planteaba a modo de hipótesis la culpabilidad de Juana, legible en el uso del verbo parecer y en el hecho de destacar el estatuto de suposición del maleficio –presume, tiene sospecha, supone- lo que contrasta con la aserción inicial. Juan Roldan /…/ dijo que es cîerto haber muerto repentinamte. Pedro Roldan dejando varios vîenes y sinco hijos menores de hedad y qe. segn. tiene sospecha parese haber muerto de malefîcio, y qe. se presume ser complise su muger Juana Juarez, pr. su conducta poco arreglada, qe. dîó causa â estar sîempre de riña con su marido, y preguntàdo pues díse haber muerto repentínamte. dho Roldan, y que supone ser de maleficio /…/ (f. 1’)164 Sin duda, desde el punto de vista de la intención ilocutiva, don Juan intentaba incriminar a su nuera, pero la conducta sospechosa de la misma no pasaba tanto por el probable maleficio –nunca sostenido en forma abierta- 164 La negrita es mía. 246 Bibliografía sino por su conducta poco arreglada, qe dió causa â estar siempre de riña con su marido. La prevención del juez y del suegro para aludir al estatuto sobrenatural del supuesto crimen explica que la acusación inicial se fuera desvaneciendo y, en su lugar, comenzara a construirse un relato de infidelidades, maltrato y conflictos interétnicos. De hecho, la crítica de don Juan Roldán se explayaba en lo relativo a los haceres cotidianos, naturales y morales de la nuera cuya visibilidad los hacía fácilmente evaluables, dejando de lado las prácticas de carácter sobrenatural. En lo no dicho, su testimonio evocaba la representación de la ‘perfecta’ casada cuyos hábitos y comportamientos respondían a lo que se esperaba de una esposa en el ámbito de la familia rural; representación que contrastaba notablemente con la imagen que se fue construyendo de Juana a lo largo de la querella. En los últimos decenios del siglo XVIII, la condición marital de la mujer suponía la sumisión al esposo y el cumplimiento de una serie de deberes. La mujer casada vivía llena de obligaciones que iban de la fidelidad al servicio incondicional al marido. En toda ocasión debía demostrar buenos modales, absteniéndose de tener demostraciones de enojo, rebeldía o sarcasmo; no debía levantar la voz ni podía murmurar y, mucho menos, agredir al esposo (Santamaría / Cruz: 2000, 102-103). Como se verá, Juana Juarez tenía poco y nada que ver con este estereotipo pues, más allá de las intenciones de los querellantes, el hecho de enfrentar al juez por su propia cuenta, como ya se verá, demuestra la diferencia. 247 Alejandra Cebrelli Cabe destacar, por otra parte, el hecho de que los Roldán tampoco respondían al paradigma del buen matrimonio. Para quienes los trataban era evidente que Juana y Pedro tenían desavenencias. Al respecto, don Juan Roldán (f. 2) y don José Francisco Moreno (f. 3) declararon que el matrimonio vivía mal. Francisco Serda agregó que, además, Juana trataba ásperamente a su marido (fs. 3 y 4). El último testigo era un indio forastero proveniente de la ciudad de Salta que solía parar en la casa de los Roldán y había estado presente en el momento del deceso, por lo que tendría un protagonismo inusual a lo largo del juicio. Desde el principio, su testimonio fue demoledor en relación a la imagen de Juana Juarez como esposa dedicada. Díxo que el día juebes de este mes murío repentînamte. Pedro Roldan en cuiá casa se allaba el declarante pr. tener de costumbre pararen ella en susvîajes; Y habiendose acostado ínmedîato al dicho Roldan pr. haberse lebantado una tormenta, le desperto el Declarante, pa. qe. entrase dentro, y como no húvîese movimîento alguno, llamò âsus híjos y muger, quîenes binieron; Y habîendole dado varios empellones, pa. qe. despertase, arrecîando el agua, se entro dentrosu Muger, sin haser demostracíon alguna, y se hechò â dormír, en cuîo estado, compadecîdo el Declarante de dho Roldan, /…/ ayudado de sus hijos, lo metio dentro del quarto, donde dormía la muger /.../ pasò lanoche resando hasta qe. venîdo el dîa /…/ llamo de nuebo âsu muger, dicîendole como habîa muerto su Marîdo, y entonses saltò ella de la cama y comensando â componerse muy despacîo, se asercò al Difto. y estirandole un braso y la pîerna, se volvîo otra ves âsu dormitorio, acîendo qe. lloraba= (f. 2’) Resulta significativo el hecho de que Serda hubiese introducido al muerto a la habitación de Juana y que se quedara allí toda la noche 248 Bibliografía velándolo mientras la dueña de casa dormía a su lado. Para entender este hecho, se hace necesario aclarar que las viviendas rurales de la época solían consistir en una cocina, una galería y una habitación donde dormía toda la familia junto con sus huéspedes (Gil Montero: 1997, 66-67165). Lo que hoy se consideraría promiscuo formaba parte de los hábitos del campesinado de la zona. El tipo de vivienda e, inclusive, el hecho de que los suegros de Juana viviesen en otra habitación considerada como una casa adyacente166, da cuenta de que los Roldán eran, como ya se adelantó, pequeños propietarios rurales. El dato es importante porque se esperaba mayor sumisión al hombre y dedicación al trabajo en las mujeres casadas pertenecientes a este grupo social que en las de la elite (Santamaría / Cruz: 2000, 103). Según el relato de Serda, Juana Juarez no hacía demostración ni de una cosa ni de la otra. Frente al fallecimiento de su esposo no había hecho demostración alguna y se había ido a dormir. En la testificatoria, la indiferencia resulta brutal frente a la actitud compasiva que refirió el visitante de sí mismo quien, según sus propias palabras, había puesto el cadáver a resguardo de la tormenta y se había pasado resando toda la noche. Dos rasgos definen el diseño de la mala mujer que aquí se construía: en primer término, el egoísmo y la superficialidad que Juana había mostrado 165 La historiadora ha descripto este tipo de unidades habitacionales para la puna jujeña a fines del siglo XVIII (Gil Montero: 1997, 47-77). El presente juicio brinda indicios de que este tipo de construcciones también abundaban en la zona rural de la actual provincia de Tucumán 249 Alejandra Cebrelli al no intentar velar ni arreglar el cadáver mientras, en cambio, dedicaba tiempo a su propio arreglo matinal –comenzando a componerse muy despacio. El hecho de que fingiera un dolor que no sentía completa el diseño de la imagen de la mujer infame que contrasta violentamente con el modelo femenino entonces en boga. El cuidado que puso Serda en la construcción de una representación tan devaluada de Juana da cuenta que la criminalidad femenina ya no se asentaba sólo en la violación de la ley de Dios –en ningún momento se habla acerca de que Juana conociese el arte de la magia o, siquiera, de la curandería- sino, y sobre todo, en la transgresión de leyes sociales de carácter patriarcal que caracterizaban la cultura local. De hecho, una vez que a la viuda se le había puesto el rótulo de mala mujer, era posible agregar más disvalores a su imagen en pos de la construcción de una representación de la delincuencia al tono con las normas y regulaciones no necesariamente escritas. Juana era por entonces una mujer cuarentona, muy madura para la época, pero fue acusada por el mismo Serda de handar en malos pasos con un peón del señor Juancho Roldan (f. 2). Otro testigo aclaró que se trataba de un mulatillo libre167 de apenas diez y seis años (f.3). La suegra de Juana, María Lorenza Muñoz Santana, contó que su hijo había prohibido entrar a su casa al tal Anacleto 166 Era frecuente, también, que dos o más familias con estrechas relaciones de parentesco entre sí viviera cada una en un cuarto, compartiendo la cocina, el patio y un eventual comedor (Gil Montero: ibídem, 67). 167 Anacleto pertenecía al grupo creciente de sirvientes, criados y agregados que formaban parte del servicio de los propietarios que, aunque no tuviesen latifundios, solían tenerlos como ayuda para las tareas domésticas y rurales. El calificativo de libre lo diferencia del 250 Bibliografía Juarez pero con todo el mulato seguía entrando y especialmente a deshoras y cuando el marido no estaba (f. 3). La imagen del adulterio quedaba así completada. El dato que se había agregado no era menor. Juana no sólo tenía un amante sino que éste era de casta y pertenecía al personal de servicio. Tampoco había alcanzado la mayoría de edad; peor aún, Anacleto podía haber sido su hijo. Se constituía así el retrato de una mujer que mantenía relaciones ilícitas, interestamentarias, interétnicas, casi incestuosas. De ser verdad, Juana había transgredido todas las regulaciones del género relativas a las relaciones amorosas de tipo cívico, etáreo, étnico y de casta. Si, además, había sido la homicida del propio marido, el diseño de la infamia femenina se había completado sin importar demasiado el tipo de instrumentos –maleficios o venenos- que había utilizado en el crimen. De hecho, a esta altura del proceso había desaparecido cualquier tipo de mención a lo sobrenatural y mágico. En la época era frecuente que el adulterio femenino fuera acompañado por el asesinato del marido; los dos delitos eran rigurosamente castigados, inclusive por el poder informal (Santamaría / Cruz: 2000, 106). En otras palabras, Juana Juarez había quedado expuesta a un seguro castigo judicial y social más allá de los resultados del proceso cuyo juez, de aquí en más, intentará comprobar el delito de envenenamiento. El delito de hechicería pública que había abierto el expediente ya había quedado en el esclavo que también formaba parte de la servidumbre (López de Albornoz: 2003, 308309) 251 Alejandra Cebrelli olvido, relevado por la sospecha de adulterio y uxoricidio, crímenes mucho más fáciles de comprobar desde los paradigmas modernos y empiristas en boga. 5.2. El caso del guiso envenenado Hasta aquí resulta evidente que la muerte repentina de Pedro Roldán había dado pie al rumor de la intervención de una causa no natural – maleficio o envenenamiento- lo que movió a sus padres a iniciar el proceso criminal contra Juana. A ello se sumaba el hecho de que, según las consideraciones de sus suegros, huéspedes y vecinos, la conducta de la viuda no era la que se esperaba de una buena esposa, lo que hacía creíble tanto la acusación de infidelidad como la sospecha de homicidio. En ese sentido, fue de capital importancia el testimonio de don Juan Roldán relativo al hecho de que Juana -contraviniendo otra norma no escrita- no guisara habitualmente a su marido pues Pedro se negaba a que le cocinase recelándose de algun maleficio y, en su lugar, se guisaba y ministraba solo la comida. Al narrar los sucesos de la noche fatal, don Juan comentó que en esa oportunidad Pedro había permitido que le isiese el plato su muger (f. 1) con lo cual –y según la lógica del relato- Juana había tenido la ocasión colocar veneno en la comida o de haber concretado el maleficio inicialmente sugerido por el padre. No parece casualidad, por lo tanto, que las referencias al cadáver de Pedro Roldán coincidan con los signos de envenenamiento más conocidos. Francisco Serda destacó en su testificatoria que mientras velaba al difunto 252 Bibliografía había notado qe despedía mucha sangre por la boca y qe se le había inflamado ê inchado la barriga (f. 3). Estos índices coinciden con los indicios que llevaron a la madre del difunto a inferir el supuesto envenenamiento. Según las declaraciones de la misma Juana, al enterarse de la muerte de Pedro, su suegra había registra[do] al difunto aver si tenía alguna caída y no encontrándole ninguna pr haver notado en el cadáver asî al pecho algunas manchas moreteadas (f.17). Más allá de los estrechos límites del juicio, las observaciones referidas demuestran que había variado el horizonte referencial de la época pues había un nuevo modo de ‘comprobar’ y de construir la verdad en el discurso y en las prácticas, una forma empirista que se apoyaba en la observación de datos que provenían del mundo natural. Las citas dan cuenta, además, de un cambio radical en las prácticas sociales: ya no se hacían acusaciones basadas exclusivamente en la voz pública; aún dentro de la privacidad de una familia168, sólo podían sostenerse sobre pruebas tangibles. Ahora bien, desde el punto de vista del discurso aparece aquí una torsión más que interesante: el discurso represivo y punitivo de la hechicería es reemplazado sin solución de continuidad y en el mismo texto, por el discurso represivo y punitivo de la criminalidad. La representación de la hechicera en tanto rea se ha desvanecido detrás de la imagen criminalizada de la mala mujer capaz de echar veneno en la comida (f. 15) y de mantener tratos ilícitos con un mulatillo (f.7). No se trata de un reemplazo sino de una 168 Es probable que esta versión de un hecho privado, no responda cabalmente a los sucesos que refiere; sin embargo, el hecho de que Juana la considere verosímil y, por lo tanto, con 253 Alejandra Cebrelli superposición: los dos discursos, los dos imaginarios y sus lógicas respectivas están funcionando a la vez, dando cuenta de la vacilación antes aludida. 5.3. De mujer infame a pobre viuda. Las criminosas calumnias Hasta aquí la querella iniciada contra Juana Juarez tenía muchas posibilidades de lograr una sentencia en su contra. A lo largo de las testificatorias se había hecho coincidir en una sola persona las representaciones femeninas más devaluadas de la cultura tardo-colonial tucumana: la de hechicera, la de envenenadora, la mala esposa y la adúltera; esta última imagen agravada, en este caso, por la diferencia étnica, de posición y de edad respecto del supuesto ‘amante’. Estas imágenes que casi resumían las modalidades de la infamia femenina para el siglo, se superponen y traslapan a lo largo de la primera mitad del proceso en una tensión sin resolución aparente. Tal tensión está dando cuenta del funcionamiento de valores que ponían en tela de juicio modelos de mundo no racionales, a los que remitía la representación de la hechicera, y habían vuelto mucho más creíble la figura de la envenenadora pues aludía a una práctica milenaria cuyos efectos eran más fáciles de verificar y comprobar. Sin embargo, a Juana no se le probaría ninguno de estos delitos y las imágenes que se le habían atribuido se desvanecieron en el mismo momento en que ella tomó la palabra y se querelló civil y valor argumentativo permite suponer que este tipo de prácticas eran frecuentes en el ámbito familiar. 254 Bibliografía criminalmente contra Francisco Serda -uno de los testigos de la parte acusadora- arguyendo, en primer término, que éste la había implicado injustamente en un robo de quince pesos en plata. Unas cuantas líneas más abajo se dice que el tal Serda también había hecho rodar la versión de que había envenenado a su marido, asunto que se diluye en medio de la enumeración de las injurias que, según Juana, el tal Serda había levantado en su contra. Juana Juares Vesina y Moradora en este partido del Rio chico Jurisdccion de Sn. Migl. de tucuman como proceda mejor de drô. anteVmd. paresco en la mas bastante forma qe. haia lugar en drhô y Digo: qe. me precento, civil, y criminalmte. contra la persona de franco. Serda, forastero, quien me ha ymputado un robo de quinse pesos en plata, diciendo qe. de mi cassa se le han perdido y qe. yo se los he robado, y en esse yntermedio se sirvió su Divina Magd. llebarse ami finado esposo, Pedro Roldan de muerte repentina /…/ pr. cuio fin, y muerte, ha este dho. Serda tambien ymputandome el haver muerto, ami Marido, yo propinandole beneno en la comida qe. el dho finado senô la noche de su fin /…/ (f. 7) Si se atiende con cuidado a la apertura de esta querella, se hace evidente que Juana tomó la palabra desde un lugar social definido –como vecina y moradora del partido de Río Chico, posición que la habilitaba a realizar esta acción. Además, la denuncia contra Serda por haberle imputado un robo de quince pesos en plata, recordando al juez su posición de indio forastero169, muestra el modo en que la viuda deslegitimó la palabra del 169 Cabe recordar lo que se dijo a propósito de los casos de Magdalena y Ana de los Manantiales respecto de la categoría de indios forasteros. Ya en la época del juicio eran sospechosos porque, en realidad, se trataba de indios que habían escapado de su feudo y de los tributos que debían pagar. Casi sesenta años después, cuando las encomiendas 255 Alejandra Cebrelli indio, el principal testigo en su contra ya que era el único que había estado presente la noche fatal. De allí a que no sólo se limitara a recodar al juez el lugar étnico y social del testigo sino a hacer ‘dudosa’ su versión pues ¿cómo un indio y, peor aún, un forastero podía poseer tal cantidad de dinero? El planteo quitaba importancia al hecho de que nadie hubiera mencionado el tema del supuesto robo hasta ese momento. Para evaluar el valor que significaba en la época basta señalar un dato: ese año, en paraje Los Páez del mismo curato del Río Chico se había vendido un terreno de 14 por 45,5 varas a 17 pesos de plata (López Albornoz: 2003, 366)170. No en vano la viuda solicitó al juez que averiguase lo primero qe enqe traia asegurada esta plata y qe donde la acomodo en mi cassa; la segunda qe dè prueba de donde saco esa plata y pr qe efecto la trajo qe si fue pa comprar alguna hacienda de la campaña a quien lo propuso (f. 7). Con ello Juana desviaba la atención y las sospechas de sí misma a alguien que tenía muy pocas posibilidades de conseguir testigos a favor. Como bien sabía, esos quince pesos en plata constituían una suma de valor excesivo para formar parte de los bienes de alguien que muy probablemente se conchabara para realizar algún tipo de trabajo rural. De este modo, al entraron en evidente crisis, este tipo de sujetos abundaban en la campaña tucumana y salteña, lo que era motivo de quejas permanentes de los vecinos (López de Albornoz: op.cit., 81-82 y 326-327). 170 Se puede dar otra referencia para evaluar el valor que tenía en la época el monto de dinero que Juana mencionaba. Un vecino “español” de ese mismo curato, en realidad era un mestizo, había dejado al morir para su mujer y sus siete hijos 50 ovejas, 47 vacas, 10 bueyes, 11 yeguas y 12 caballos. Contaba además con un esclavo y una suerte de tierras, casa, capilla en ‘mal estado’. Todos estos bienes que eran escasos pero permitían sobrevivir a una familia fueron tasados en 40 pesos (López de Albornoz: op.cit., 324). 256 Bibliografía acudir a una representación deslegitimada por la elite tucumana, la del indio forastero, Juana hacía doblemente sospechosas sus acciones, sus dichos y sus acusaciones. Como se vio, el Tucumán tardo-colonial estaba transitando hacia el nuevo sistema borbónico durante el cual tanto el crecimiento demográfico como la expansión territorial había provocado una borradura de las diferencias étnicas y estamentarias; las transformaciones señaladas habían posibilitado la acumulación de bienes y la transposición de barreras jurídicas y sociales. La elite local intentaba, por lo tanto, frenar el avance de las clases subalternas mediante el incremento del poder policial. Eran frecuentes las denuncias vinculadas con la proliferación de esta población nómade. Los hábitos dispersos de residencia provocados en gran medida por el hecho de que la ganadería era la actividad dominante y suponía una gran movilidad de la población, habían generado muchos resquemores y la necesidad de ejercer el control sobre ella (López de Albornoz: 2003, 327). Sólo con el atributo de forastero que había recibido en este documento, Francisco Serda había quedado igualado a esos “vagos y malentretenidos” que tanta preocupación despertaban en el grupo social al cual pertenecía el Capitán Comandante de Milicias Pérez Padilla que oficiaba de juez. Desde ese lugar social, la palabra de una vecina y moradora del curato adquiría un peso y una credibilidad doble pues quien hablaba –y firmaba el documento jurídico- era dueña de tierras y, además, formaba parte de los habitantes de ese lugar. 257 Alejandra Cebrelli La viuda utilizó una serie de estrategias ya que debía lograr que el juez desestimara la seria acusación de homicidio por envenenamiento recibida. Para ello pasó su argumentación del horizonte asentado sobre lógicas racionales y prácticas empiristas que ocupaba el lugar de la hegemonía, al otro horizonte de tipo sobrenatural todavía vigente en los imaginarios locales. De allí que, en medio de la enumeración de las injurias de Serda, diese su propia versión de los hechos. Según ella, el indio había estado la noche en que, su divina Mgd se sirviese llebarse[lo] de muerte repentina. Al acudir al dogma y a las creencias religiosas vigentes en la comunidad, la muerte de Pedro sólo podía entenderse como resultado de la voluntad de Dios. Cabe recordar que la acusación de asesinato era muy difícil de desestimar porque se sostenía en la palabra de María Muñoz Santana -madre de Pedro- la cual, desde el punto de vista de las jerarquías socio-étnicas, tenía tanto valor como la propia. De allí que buscara una voz autorizada para sostener su inocencia. procurò propagar, pr. toda la jurisdn., [que había envenenado a mi marido] nobstante qe. un religîoso domînîco llamado Pe. Leîba qe. tîene opinîon de docto, y de exemplar vída, le persuadîó â su suegra, no hísîese juîcîo [tan] temerarîo, pues su híjo, había muerto de muerte natural, aunqe. repentînamte.= (f. 8’). Juana acude así a las jerarquías genéricas y sociales vigentes. Sin duda, la palabra de un sacerdote dominico tenía una legitimidad de la que carecía la de una pequeña propietaria rural. Con este testimonio, además, 258 Bibliografía había encontrado al testigo más competente de la localidad para negar la acusación inicial por hechicería171 que parecía haberse desvanecido detrás de la de envenenamiento. El testimonio de este dominico se sostenía en valores premodernos –su conocimiento de lo sobrenatural- que se dan por presupuestos mientras se mencionan sólo los modernos: la sabiduría y la ejemplaridad de su vida. Sobre Juana pesaban todavía dos imágenes negativas que podían jugar en su contra a la hora de la sentencia: la de mala esposa y adúltera. Para desarticularlos, acudió a dos representaciones femeninas superpuestas, imágenes capaces de mover a compasión al alcalde tucumano y hacerle olvidar las pocas dudas que, respecto de sus accionar, pudieran haberle quedado. De hecho, el auto se cierra solicitando al juez que atendiese a tantas y justas súplicas de una pobre viuda y [que] la mire justamte. como puede hacerlo [gracias] a su buen celo (f. 7). Puede verse cómo Juana Juarez ha variado imperceptiblemente las fórmulas jurídicas habituales, apenas lo suficiente como pare mover al juez a compasión. Escudada en la supuesta debilidad del género y puesta en el lugar de la víctima, esta mujer acusada de adulterio y de homicidio se presentó a sí misma como una pobre viuda que elevaba sus justas súplicas al alcalde, único capaz de restituir la justicia. La estratagema utilizada buscaba, con una sola frase, despertar en el juez la conmiseración necesaria para ser liberada. Para una sociedad de tipo paternalista, la viudez 171 Cabe recordar que la orden de los dominicos fue una de las congregaciones que tuvo más representantes en el Santo Oficio. 259 Alejandra Cebrelli significaba la pérdida de la protección -y del control- del hombre, situación que se ‘remediaba’ con la participación del juez. Con esta argucia también justificaba y legitimaba la nueva querella pues, en apariencia, su ejecución resolvía una situación anómala y restauraba los valores más caros al sistema patriarcal. La mujer asumía así su ‘debilidad’ al suplicar la participación y la decisión del hombre en asuntos jurídicos y monetarios los cuales, una vez resueltos, la ponían en posición de resguardar a sus hijos. Más allá de las estratagemas de la inteligente viuda, en la trastienda del proceso, se lee la otra narración posible: la historia de un matrimonio desavenido, de una mujer golpeada pues, como ella había declarado en una testificatoria anterior, pr más qe ella procurase darle gusto entodo, su marîdo la maltrataba de obra, y de palabra (f. 17), lo que explicaría tanto la probable infidelidad como la indiferencia ante la muerte repentina del cónyuge, acciones que destacaron y criticaron cada uno de los testigos del proceso. Esta toma de la palabra y de la escritura por una mujer sólo fue posible por la habilidad de Juana al hacer jugar a su favor el conjunto de representaciones que sobre sí mismos y los otros tenían cada uno de los representantes de los estamentos implicados. De hecho, las estrategias utilizadas por la viuda movieron a piedad y a tranquilidad a sus suegros quienes, retractándose de sus palabras iniciales, en los últimos autos afirmaron que contemplaban sin culpa a la referida Juana Juarez pues si alguna cosa [tenían] de contrario declarado ha sido por bos del Sordo Serda. De esta afirmación resulta notable la mención, aparentemente casual, 260 Bibliografía de la discapacidad física de Serda que terminó con la poca credibilidad que pudiese haberle quedado después de la querella iniciada por Juana. Con esta declaración de los padres de Pedro, los Roldán recuperaron el buen nombre que habían perdido a lo largo de todo el juicio. No se conoce en forma cabal el final de esta historia porque se interrumpe abruptamente. Todo hace pensar que Juana quedó libre, hábilmente sostenida sobre los valores étnicos, estamentarios y empíricos que caracterizaron la cultura tardo-colonial tucumana; mientras tanto, por lo menos en el rumor, un indio forastero y deslenguado -el tal Serda- terminó cargando con su fama y con parte de sus culpas. A lo largo de todo este proceso, es evidente la vacilación entre un imaginario moderno y otro premoderno, con el consecuente desplazamiento de valores. El discurso represivo y punitivo de la hechicería está siendo reemplazado por el discurso represivo y punitivo de la criminalidad. La representación de la hechicera en tanto rea se desvanece y se confunde con la imagen criminalizada de la mala mujer. No se trata de un reemplazo sino de una superposición: los dos discursos, los dos imaginarios y sus lógicas respectivas están funcionando a la vez, dando cuenta de la ambivalencia aludida. Este es el último proceso tucumano analizado y en él se había hecho coincidir en la acusada las representaciones femeninas más devaluadas de la cultura tardo-colonial tucumana: la de hechicera, la de envenenadora, la 261 Alejandra Cebrelli mala esposa y la adúltera; esta última imagen agravada por la diferencia étnica, de posición y de edad. Estas representaciones se superponen y se traslapan a lo largo del proceso en una tensión sin resolución aparente lo cual está dando cuenta del funcionamiento de valores que ponían en tela de juicio modelos de mundo no racionales. A Juana no se le pudo probar ninguno de estos delitos y las imágenes que se le habían atribuido se desvanecieron por la toma de la palabra y de la escritura realizada por querellar contra uno de sus detractores. Esto sólo fue posible por el lugar social y por la habilidad para hacer jugar a su favor el conjunto de representaciones que sobre sí mismos y los otros tenían cada uno de los agentes implicados. Capítulo 6. ¿Envenenadora o hechicera? (Leona Martínez, 1858) 6.1. Hacia la construcción del estado Casi ochenta años separan el proceso anterior de que se realizó contra Leona Martínez en 1858. Se trata de un caso contra una mujer embarazada acusada de haber intentado asesinar a la joven esposa de su 262 Bibliografía amante y que aconteciera en Rosario de los Cerrillos, en los alrededores de Salta, una provincia que antes había pertenecido al antiguo Tucumán172. Como los implicados pertenecían a los sectores populares, se registró en un expediente policial realizado en el mismo curato173. Cabe destacar que para la justicia capitular las mujeres sólo podían ser condenadas por hechicería o por homicidio intencional; en los restantes casos carecía de responsabilidad penal (Santamaría / Cruz: 2000)174. Con el advenimiento del estado y la implementación de un modelo cultural liberal y enciclopedista, no había modo de sostener la figura jurídica de la hechicera y quedó, en su lugar, la de la asesina. El cambio fue lento. De hecho el caso de Leona Martínez da cuenta del momento en que la sustitución no se ha completado y funcionan, a la vez, las dos figuras delictivas. El relevo parcial de la representación criminal de la hechicera pública a la de envenenadora da cuenta no sólo del cambio paulatino en las formas de pensar, actuar y 172 El curato de Rosario de los Cerrillos estaba ubicado a unas pocas leguas de la ciudad de Salta y estaba integrado por localidades como Cerrillos y Nuestra Señora del Rosario. (Mata de López: 2005, 78 y 99). El mapa correspondiente puede consultarse en el “Anexo 3”. 173 El documento se encuentra en el Archivo General de la Provincia de Salta, Poder Judicial (Juzgado del Crimen), Expediente Nº 21. Consta de treinta y seis folios. La transcripción paleográfica es mía y sigue los criterios que se explicitan a pie de página y en el “Anexo 1”. 174 Estas cuestiones se han estudiado en relación a la jurisdicción de San Salvador de Jujuy y para el siglo XVIII. En la época, se tendía a buscar al varón que ha incitado u obligado a cometer un delito pues se suponía que la debilidad física hacía cómplice involuntaria a la mujer y la colocaba en situación de pasividad moral frente al delito. El adulterio o la amistad ilícita femenina se condenaba moralmente y según los estamentos. Las transgresiones de mujeres pertenecientes a la elite solían silenciarse para cuidar el honor familiar; en el caso de aquellas que pertenecían a sectores urbanos populares o de castas solían ser entregadas en depósito a una casa decente para su cuidado, salvo cuando manejaba dinero propio (por ejemplo, si era la dueña de una tienda) en cuyo caso el criterio se asimilaba al de la elite (Santamaría / Cruz: 2000, 81-121). 263 Alejandra Cebrelli creer sino del paso de las formas de criminalidad femenina del ámbito de lo público a lo privado. De hecho, el proceso es una pequeña muestra de las modificaciones que el siglo XIX trajo a la sociedad de lo que hoy es la República Argentina. La guerra de la independencia, las luchas fratricidas entre unitarios y federales, la inestabilidad política, jurídica y económica -sólo por mencionar algunos hitos- convulsionaron los imaginarios locales, dotando de labilidad las matrices ideológicas y en los valores. Ritmos y prácticas pertenecientes a épocas distintas –colonia y república- convivían pese a la impronta cada vez más fuerte de la cultura oficial que, a medida que avanzaba la centuria, se fue imponiendo a lo largo y a lo ancho del nuevo país175. Para el antiguo Tucumán colonial, reorganizado políticamente en varias provincias, la adecuación no fue fácil176. Varias situaciones de crisis provinciales y nacionales, agravadas por conflictos internacionales, provocaron desplazamientos en sus imaginarios que se debatían entre modelos culturales viejos (que remitían sus marcas identitarias a los polos de religación de la colonia) y la necesidad de incorporar los que demandaba el proyecto nacional (Palermo et al: 2002, 20-23). La situación geopolítica 175 Luego de la caída de Rosas, se promulga la Constitución Nacional de 1853 a la que todas las provincias adhieren con la excepción de Buenos Aires. La integración de todas las jurisdicciones no se produce sino hasta 1862, momento en el que todas las provincias adoptan la Constitución. Sin embargo, más allá de la adhesión o no a la Constitución de 1853, los gobiernos provinciales coinciden en la necesidad de formar un nuevo país que requiere –a su vez – de nuevas instituciones y de otro tipo de regulaciones que se diferencien de las existentes, devenidas de la instancia colonial (Arancibia: 1999a y 1999b). 176 Para la nueva provincia de Salta, por ejemplo, la crisis política estalló a mediados de la década del ’60 cuyos hitos más significativos fueron la revolución de Uriburu (1864) y la invasión de Felipe Varela (1867). 264 Bibliografía en el nuevo mapa del país reubicó al antiguo Tucumán en el extremo noroeste, con lo cual se resignificaron y se acentuaron las características de frontera que poseía desde la colonia. Durante estos años, nuevos modos de ver e interpretar el mundo, otras formas de hacer -más modernas y occidentales- pretendían acabar con las coloniales: sin embargo, no se trataba más que de desplazamientos paulatinos, de cambios de las prácticas de un ámbito a otro y de deslizamientos de universos discursivos o de variaciones de registro a veces imperceptibles. La cultura oficial había cambiado radicalmente pero numerosos núcleos más o menos periféricos mantenían las viejas matrices y se resistían al cambio. Instituciones como la jurídica se iban ‘modernizando’ lentamente pero mantenían prácticas coloniales ya que la mentalidad de quienes actuaban en ellas –jueces, escribanos, querellantes, querellados y testigos- respondía a matrices culturales mucho más antiguas donde, precisamente, se sustentaba su identidad. De estas transformaciones da cuenta el proceso contra Leona Martínez. El expediente policial caratula el delito como envenenamiento pero registra un testimonio donde el crimen se ‘confunde’ y aparece superpuesto al de la hechicería pública. En ese sentido, el documento permite aprehender las vacilaciones y traslapamientos177 legibles a nivel de discursos y de representaciones, 177 la superposición de horizontes Término muy usado por la historiografía de cuño norteamericano y por la historia de mentalidades latinoamericana (overlap: traslapar, solapar, cruzar sobre, cubrir) que remite a la idea de que las imágenes se cruzan y/o cubren parcialmente (Alberro: 1994, 26; Peire: 2000, 55). 265 Alejandra Cebrelli referenciales, de lógicas y de lenguajes en las periferias, en fin, las irregularidades y disimetrías que ponen en evidencia la no homogeneidad del tejido de la cultura local. 6.2. Una versión decimonónica de la infamia femenina El Juez de Paz de Rosario de Cerrillos se ocupó de abrir la causa que elevó al Juzgado del Crimen de la Ciudad de Salta sólo porque en ese lugar no [había] seguridad pa la prision de una muger embarazada como lo esta la mencionada Leona a quien remitió a la cárcel de la capital, además, para mayor seguridad y mejor estado de la infeliz (f.1). Del extenso expediente se puede reconstruir la historia de un triángulo amoroso entre el sargento Julián Alarcón casado con Jovita Lamas y Leona Martinez (la acusada), tía carnal de la joven, mujer legítima de Lucas Villada. Según los testimonios de los protagonistas y de varios testigos, Leona había sido amante de Alarcón no sólo durante este matrimonio, sino durante uno anterior (aparentemente, el sargento era viudo). Llamado a testificar, el sargento Alarcón declaró que había intentado separarse de Leona al contraer matrimonio con Jovita y por esta razón, Leona le havia tomado antipatía a su muger (f.7). Un sirviente del matrimonio, Facundo Morales, testificó luego que había entregado a su desconfiada ama, Jovita, dos presentes de Leona –un pan y una botella de chicha- que contenían un polbito blanco (f.7) que, otros testigos, 266 Bibliografía interpretaron como solimán (f. 8), uno de los venenos más utilizados en la época. A lo largo de casi todo el expediente, Leona es descripta como una mujer de mala vida cuyo despecho la había llevado a pergeñar un asesinato, haciendo caso omiso a su propio embarazo. Se construye así la representación de la criminalidad femenina: mujer inmoral, madre de hijos ilegítimos, incapaz de respetar el vínculo matrimonial propio o ajeno y, peor aún, su propio estado de gravidez. Al atentar contra la esposa legítima de su antiguo amante, Leona hacía tangible la amenaza que este tipo de mujeres significaba para la familia –institución donde se apoyaba la sociedad decimonónica, justificando su detención en la cárcel y el juicio a que es sometida. En síntesis, Leona encarna la quintaesencia de las representaciones de la mujer infame del siglo, las cuales respondían a modelos y a valores liberales, cientificistas y modernos; sin embargo, en una de las testificatorias, a esta imagen decimonónica se superpone la de la hechicera colonial. De hecho, la lectura este expediente policial permite observar cómo ha avanzado el proceso de sustitución del discurso represivo de la hechicería por el de envenenamiento178 que, si bien venía de mucho tiempo atrás, todavía no había concluido totalmente. Cuando este discurso ambivalente se 178 En ese sentido, es necesario recordar que en 1752, don Gregorio de Azcaeta (vecino de la ciudad de Córdoba) realizó una denuncia al Tribunal de la Inquisición de España donde como buen católico decide informar sobre el infernal vicio de hechicero que tenían negros, indios, mulatos y mestizos quienes por naturaleza eran dados a la venganza y que con los venenos ocultos que usaban cometían delitos y homicidios (Pizzo: 2004, 93-94). El documento no sólo pone en evidencia la relación que el imaginario español establecía 267 Alejandra Cebrelli inscribe en el discurso policial, lo hace vacilar y deja entrever el funcionamiento de otras lógicas, matrices y valores que la política estatal estaba tratando de dejar en un definitivo olvido. En otras palabras, los conflictos entre modos de hacer y de decir hegemónicos y tradicionales y su alternancia dejan su huella en el entramado discursivo de los textos escritos e inciden, como se verá, en la constitución de las representaciones sociales. La imagen de la mujer infame del siglo XIX –adúltera, asesina, mala madre- se superpone casi totalmente a la representación de la infamia femenina que venía de la colonia, cuya quintaesencia se condensaba en la hechicera pública. La nueva representación no alcanza a ‘cubrir’ totalmente la tradicional; por esa fisura se ‘filtra’ la antigua imagen y, con ella, todo un sistema de prácticas, creencias, valores que parecían haberse olvidado. ¿Funcionamiento de otros tiempos en un solo tiempo (Cornejo Polar: 1995)? Sin duda, pero, también, una huella –tal vez una de las últimas179- del discurso de la hechicería en la escritura oficial y local del un siglo cada vez más pretendidamente ‘civilizado’ y ‘moderno’. Qe. hará como ocho dias mas ó menos, despues de la fiesta del Rosario, qe. la encontró a la declaranta qe. venia de lo de Lorenzo Viste, de la Merced de arriva serca del Encon, á la mencionada Leona qe. iba del lado del Pucará acompañada de Santos Mamani y otros dos Muchachos /…/ qe. travó comversacion con la Declaranta quedandose atras entre hechicería y castas sino también que, desde mediados del siglo XVII, era cada vez más visible la relación entre maleficio y envenenamiento. 179 Pese a haber realizado un minucioso rastreo en los repositorios locales no se encontró un texto que inscriba el discurso de la hechicería para referir la práctica en la misma época. 268 Bibliografía de sus compañeros, y le preguntó qe. sería vueno pa. maleficiar á su marido Lucas villada por qe. nada le daba y qe. era muimalo y queria un remedio pa. qe. sefuese lejos y la dejase sola: qe. la declaranta le contesto qe. ella no savia esas cosas, qe. se viese con la Secundina Carrillo vecina de Casavindo qe. esta era baquiana: qe. entonses la Leona le encargo á la declaranta sela ablase á la dha Secundina y abiendola avlado, dijo la Secundina: digale qe. esta muivueno qe. le de un peso adelantado y cuando ella se viese con la Leona le saquaria mas y la denunciaria al cura por qe. asi sedeve aser con estas mujeres locas /…/ (fs. 9’ y 10) El fragmento da cuenta de los conflictos inter-genéricos dentro de la población rural de menores recursos. Según el testimonio de María Daría Mamaní, Leona critica a su marido, Lucas Villada, porque nada le daba, es decir, porque no cumplía con sus funciones de proveedor familiar. La evaluación negativa sirve de argumento para solicitar orientación acerca del modo de maleficiar al “mal” marido para que se fuese lejos y la dejase sola. Se hace evidente así la inscripción del discurso más tradicional de la hechicería pues se hace referencia a una práctica capaz de cambiar los comportamientos masculinos y hacer hacer lo que se desea, en este caso, dar a Leona la posibilidad de vivir plenamente su relación con el sargento Alarcón. En contraste, resulta evidente que la “hechicera” en cuestión, Secundina, más que realizar un “maleficio” por encargo, pretende estafar a Leona. Se produce, así, un proceso de actualización mediante el cual si bien se ha registrado la vigencia de la creencia y de la práctica de la hechicería por un lado, por el otro se demuestra que, en general, se trata de una superchería. Como consecuencia, 269 se comienza a construir una Alejandra Cebrelli representación polifacética de la hechicera (con poderes sobrenaturales pero, a la vez, mentirosa y estafadora). La imagen de la hechicera como hipócrita tiene puntos de contacto con la que los misioneros jesuitas habían construido desde mediados del siglo anterior respecto de las tribus del Chaco180. Por otra parte, el complicado sistema de mediaciones entre Leona y Secundina, la hechicera en cuestión, da cuenta de que la práctica mantiene su entonación disfórica y sigue considerándose tan peligrosa como durante el período colonial. El esfuerzo por separarse de ella es evidente no sólo cuando Daría afirma que ella no sabe de esas cosas –lo que contradice su propio relato- sino también en su negación a nombrar el agente de la práctica –la hechicera, utilizando en su lugar el eufemismo de baquiana. Con ello, Secundina da cuenta de la vigencia de las estrategias utilizadas por indios o mestizos durante las querellas de los primeros años del siglo anterior, con la finalidad de que nadie los relacionara con la práctica de la hechicería. 6.3. Vacilaciones significativas El fragmento analizado en el parágrafo anterior muestra, además, que el discurso de la hechicería se ha contaminado con el discurso científico como parte del proceso de actualización mencionado. El hecho de que 180 Cfr. Parte III, Capítulo 3: “Con el atractivo que busca la curiosidad (Guevara, 1764 )” y Capíutlo 4: “El Paraíso perdido (Paucke, 1773-1780)”. 270 Bibliografía Secundina se refiera a Leona como loca pone en evidencia que la representación de la hechicera también se ha traslapado a la de la insana mental al punto de constituir otro ‘rostro’ que se agrega a los de maleficiadora y mentirosa que ya tenía la representación de la hechicera pública. La idea de la locura se relacionaba en Europa con la de la higiene social y representaba también lo anormal, lo marginado, lo peligroso (Foucault: 1999, 115-120). En Salta también se registraron estas transformaciones. De hecho, en las cartas de lectores de los diarios locales de la época aparecieron varias quejas de vecinos importantes acerca de los insanos que circulaban por las calles profiriendo insultos y poniendo en peligro a los transeúntes (Arancibia: 1999 y 2001a). Cabe aclarar que el modo de actualización del discurso y de la representación de la hechicera variaba no sólo de acuerdo a las regulaciones de la formación discursiva oficial sino también a las características del discurso que lo inscribía y mediante el cual se textualizaba su imaginería. En este caso, el discurso de la hechicería se inscribe en el policial, caracterizado por su pertenencia al aparato regulativo y represivo oficial de los estados nacional y provincial en formación. En otras palabras, lo que en el documento se refiere se hace con la intención de castigar, encarcelar y juzgar. Para ello, la institución se apoya en la práctica de la delación y es aquí donde se lee el funcionamiento paralelo de dos imaginarios, dos prácticas y dos lógicas en la sociedad rural salteña. 271 Alejandra Cebrelli Lo arriba enunciado se lee en el hecho de que Secundina, según el relato de Daría, amenazó con denunciar a Leona al cura porque así sedeve aser con estas mujeres locas. La superposición de formas de hacer que difieren entre sí por remitir a una u otra época es evidente. La práctica de la delación estaba tradicionalmente relacionada con la Inquisición; si bien es cierto que en el Tucumán no había funcionado el Santo Oficio, ya se mostró que sus prácticas se habían diseminado y formaban parte de la vida cotidiana hasta muy avanzado el siglo anterior. A la denuncia hecha al cura –por sinécdoque, a la Iglesia- se traslapa la representación de la locura en tanto delito –propia del siglo XIX- sobreimpresa a la antigua imagen de la hechicera. Con ello se muestra que, aunque el discurso se ha trasvestido con lógicas modernas y, como consecuencia, las prácticas disidentes y sus representaciones se han criminalizado, todavía se mantienen vigentes los ecos de la antigua práctica represiva y punitiva de la hechicería y de las transgresiones de tipo religioso que implicaba. qe. solo se acuerda la declarante qe. le deve un medio, y tres riales mas restos de un peso qe. la referida Leona le habia dado á la declarante pa. qe. le diese á la Secundina en adelanto del pago qe. devia aser por el maleficio á Lucas —Pdo. si esa mujer Secundina sabe andar por acá y si sabe qe. bendra, cuando. Dijo: qe. sabia venir a vuscar mais, y para todo Santos devia venir al Rosario. Dijo más, qe. la referida Leona le havia dho qe. ya antes habia pagado seis pesos a una mujer en Salta pa. qe. le aga maleficio a su marido y la havia engañado. Pdo. qe. como se llamaria la mujer de Salta. Dijo qe. le había dicho era una mujer gorda del barrio de San Francisco más no le dijo el nombre /…/ (f. 10) 272 Bibliografía Más allá de que el relato de Daría fuese cierto, era coherente y resultó lo suficientemente verosímil como para interesar al juez y llevarlo a indagar acerca de la identidad de estas mujeres, mostrando la persistencia de la entonación disfórica que conservaba la práctica. Se puede afirmar, entonces, que a mediados del siglo XIX en la ciudad de Salta y en sus alrededores (Rosario, La Merced, el Encón, Pucará, Cerrillos) la hechicería era un oficio redituable para algunas mujeres a las cuales acudían personas que, como la misma Leona, carecían del poder suficiente para vengarse de quienes abusaban de ellas y, como consecuencia, pagaban por supuestos encantamientos. La vitalidad de la creencia en el vulgo se lee en el hecho de que se interprete como engaño o estafa el hecho de haber encargado y abonado un maleficio que nunca se cumplió. Pese a la persistencia de la creencia y a la vitalidad de la práctica, la impronta de la formación discursiva oficial es muy fuerte, por lo menos en la escritura; como se verá más adelante, la matriz ideológica de tipo liberal, cientificista y moderna de dicha formación impide el registro de una práctica y de un discurso que pasó a formar parte de lo más criticable de las costumbres heredadas de la vituperada época colonial181. Por lo tanto, salvo 181 Los historiadores destacados de las antiguas capitales virreinales, intelectuales del tipo de Juan María Gutierrez en Buenos Aires o Ricardo Palma en Lima, dedicaron parte de sus esfuerzos –que, cabe aclarar estuvieron orientados a la invención de las tradiciones de las nuevas naciones- a revisar y a criticar la acción de la Iglesia y de su aparato institucional desde las lógicas y matrices civilizatorias, modernas y liberales (Gutiérrez: 1934, 174-195; Palma: 1997 [1897]). Estos intelectuales mantenían una fluida comunicación epistolar y estaban muy comprometidos con los proyectos políticos de sus respectivos países. No por casualidad, entonces, se ocuparon de comentar los mismos juicios inquisitoriales. Entre ellos merece destacarse el de Angela Carranza, una tucumana perteneciente a la importante familia tucumana de los Luna y Cárdenas que se hizo pasar en Lima por santa e iluminada durante muchos años hasta que, finalmente, cayó en manos 273 Alejandra Cebrelli en el testimonio de Daría, en ninguna otra parte del expediente se encuentra otra huella del discurso o de la práctica en cuestión: el resto del juicio responde cabalmente a su carátula: Proceso criminal contra Leona Martínez por haber tratado de envenenar. Cabe aclarar que Leona nunca hizo alusión a su relación con Alarcón o con Jovita. Utilizando la vieja estratagema de ignorar cualquier hecho que la ligara con la acusación, tampoco reconoció haber enviado a la esposa de su amante ningún tipo de presente. Según su versión de los hechos, el encuentro con Daría le había permitido reclamarle una botella que luego entregó al otro testigo, Facundo Morales, para que se la guardara hasta su regreso a Rosario. Se trataba de la misma que, según el resto de los declarantes, había enviado a Jovita con la chicha donde previamente había mezclado el solimán. Para el juez de paz la existencia de la botella era prueba suficiente del delito; por lo tanto, ordenó su traslado a la cárcel de Salta. Más tarde, a pedido de su defensor y en consideración a su avanzado estado de gravidez, fue internada en el Hospital de donde se fugó. Al dictarse la orden de confiscación de sus bienes para pagar los gastos del proceso fallido, su esposo, Lucas Villada, se presentó ante el juez para solicitar que se la castigara con prisión domiciliaria bajo su responsabilidad, declarando que le perdonaba cualquier ofensa recibida (f. 20). del Santo Oficio y fue juzgada en un sonado proceso a finales del siglo XVII (Cebrelli: 2001a, 267-291). 274 Bibliografía La resolución del proceso pone de manifiesto la importancia que tenían los bienes materiales en la época, al punto de hacer que un marido se hiciera legalmente cargo del cuidado –y de la custodia- de una mujer con la que no vivía desde hacía años y que a todas luces lo había engañado (por entonces Leona tenía dos hijos adúlteros y estaba esperando el tercero). Cabe preguntarse también si, entre las ofensas que Lucas declaraba perdonar se contaban los sucesivos maleficios que, al decir de Daría, Leona había encargado y pagado. Más allá del final de esta historia de pasiones encontradas, lo cierto es que el expediente registra la progresiva desaparición de la práctica punitiva y represiva de la hechicería en el marco de la justicia local y, a la vez, la vitalidad que mantiene la práctica y la creencia en la vida cotidiana. El registro escrito del discurso de la hechicería es posible por el estado de inestabilidad política y social del país en general y de la provincia en particular. Dicho de otro modo, más allá de las intenciones regulativas de los grupos políticos, funciona más de una formación discursiva a la vez las cuales, en conjunto, constituyen la particular configuración discursiva del momento de producción. Aparecen así puntos de tensión en los cuales las formas de referir el mundo cotidiano y sus haceres se cuestionan, se enrarecen, se vuelven más y más polisémicos y poliacentuados. De esta configuración discursiva da cuenta el funcionamiento de la representación de la hechicera que se está actualizando y, en ese proceso, vacila y se superpone a otro tipo de imágenes femeninas con las cuales tiene 275 Alejandra Cebrelli en común el hecho de que refieren estereotipos absolutamente disfóricos y que significan transgresiones a normas sociales más o menos vigentes y de distinto tipo: religiosas (maleficiadora), genéricas (adúltera), familiares (mala madre), morales (hipócrita), higiénicas (loca) o penales (envenenadora). De este modo se va configurando en el imaginario oficial local el campo semántico de /lo anómalo/. El campo se conforma con todas aquellas prácticas y formas de ser que, sin ser interpretadas necesariamente como /bárbaras/182, el poder consideraba indispensable su delimitación, penalización y represión con la finalidad de aislarlas en pos del control efectivo de esos sectores de la sociedad que ‘alteraban el orden público’ y amenazaban la implementación efectiva del estado. Por otra parte, la superposición de imágenes de la infamia femenina hace visible el espesor temporal que reviste la representación de la hechicera en 1858, dando cuenta de la vitalidad y de la complejidad del funcionamiento semiótico de la memoria cultural. Cada imagen permite ‘fechar’ una época de la cultura ya que remite al momento en que tuvo mayor circulación: la maleficiadora evoca un largo período de tiempo que va desde el siglo XVI a las primeras décadas del XVIII, cuando la práctica se consideraba diabólica y todavía se castigaba con el encierro, el suplicio y –a veces- con la muerte. La imagen de la hipócrita, en cambio, remite a un tiempo mucho más corto, desde mediados del siglo XVIII en adelante y que 182 Me interesa destacar el hecho de que la barbarie, en sí misma, no es penalizable. De allí que se haga indispensable construir figuras de criminalidad que, más bien, refieren la anomalía en el sentido de transgresión a la norma legal (Arancibia: 2001b). Ello no quita que los periódicos de la época calificaran algunas de estas prácticas como ‘bárbaras’ pero, a la hora de reprimirlas y castigarlas era necesario encontrarles una forma jurídica propia. 276 Bibliografía coincide con el que convoca a la escritura la representación de la envenenadora. La figura de la locura femenina, finalmente, es la más nueva pues remite al momento de producción del proceso contra Leona, a mediados del siglo XIX. El hecho de que se actualicen y se nominen ciertas imágenes no impide que otras se mantengan en latencia, contaminando de todas formas la semiosis textual. En este proceso, la faceta de la mujer adúltera funciona permanentemente; no llega nunca a manifestarse en forma explícita pero evoca innumerables relatos orales y escritos sobre el adulterio femenino que circulaban en los imaginarios locales desde finales del siglo anterior. En síntesis, cuando la representación de la hechicera se textualiza en una época donde ha sido relegada a formaciones discursivas periféricas, activa imágenes femeninas con las cuales está parcialmente traslapada por algún tipo de relación semántica –en este caso, los clasemas de /anormalidad/ e /infamia/. Cada una de las imágenes adosadas a la ‘antigua’ representación de la hechicera funciona a modo de mecanismo traductor183 de una formación discursiva a la otra, de un horizonte de referencias al otro. Cada una de ellas se actualiza de acuerdo al tipo de discurso donde se entrama y a las ideologías circulantes en las formaciones discursivas implicadas. Ello no quiere decir que se olviden configuraciones discursivas 183 Para J. Lotman (1996) los mecanismos traductores funcionan como operadores en las fronteras de una semiosfera permitiendo el paso de un elemento que se encuentra fuera de la estructura de la cultura hacia el adentro de la misma (24-30). Se posibilita de esta manera que lo insignificante para una determinada formación se incorpore al sistema semiótico de una semiosfera determinada, operando las alteraciones, apropiaciones y reelaboraciones necesarias. Este proceso de semiotización opera en las zonas de frontera 277 Alejandra Cebrelli que habían sido canónicas en otras épocas y que, por entonces, están en posiciones más o menos periféricas pues, precisamente, este modo particular de funcionamiento de las representaciones pone en evidencia lo contrario. Cabe aclarar que la visibilidad de estos procesos semióticos que dan cuenta del espesor temporal de las representaciones sociales y, a la vez, muestran el funcionamiento de varios tiempos en un tiempo se debe al estado de profundos cambios en todos los órdenees que se está viviendo en el país y en las provincias cuando se escribe el proceso contra Leona. El proceso permite visualizar que la hechicería era un oficio redituable para algunas mujeres. Pese a la persistencia de la creencia y a la vitalidad de la práctica a mediados del siglo XIX, la impronta de la formación discursiva oficial es muy fuerte y el expediente sólo inscribe el discurso en una de las testificatorias. A medida que se vaya organizando el estado, no se va a registrar la práctica de la hechicería en ninguna de sus variantes y, como todo lo considerado bárbaro e irracional, se silenciará de la escritura oficial o será ‘traducido’ por el discurso jurídico o científico. La lectura de este expediente policial permite observar cómo ha avanzado el proceso de sustitución del discurso represivo de la hechicería por el de envenenamiento. La representación de la hechicera que se está actualizando, vacila y se superpone a otro tipo de imágenes femeninas con tanto internas como externas reelaborando permanentemente los sistemas de referencialidad a los que apela la producción discursiva de una cultura determinada. 278 Bibliografía las cuales tiene en común el hecho de que refieren transgresiones a normas sociales: religiosas (maleficiadora), genéricas (adúltera), familiares (mala madre), morales (hipócrita), higiénicas (loca) o penales (envenenadora). De este modo se va configurando en el imaginario oficial local el campo semántico de /lo anómalo/ considerando indispensable su delimitación, penalización y represión. 279 Alejandra Cebrelli 280 Bibliografía PARTE III Haceres evangélicos 281 Alejandra Cebrelli Capítulo 1. Esforzados campeones y labradores apostólicos: La escritura de los misioneros jesuitas sobre el Chaco 1.1. Adelantando tierra hacia el Chaco Desde sus comienzos, la ocupación del Tucumán se había caracterizado por la implementación de proyectos políticos, económicos y religiosos que provenían de diferentes espaio del poder peninsular o virreinal y que implicaron diferentes maneras de extender o profundizar el dominio sobre territorios y cuerpos. En ese juego expansivo, el Gran Chaco 282 Bibliografía Gualamba184 fue uno de los puntos de mira de las primeras expediciones de los españoles, motivadas por el mito de ‘El Dorado’ o por la irresistible y utópica ‘Ciudad de los Césares’. Cuando poco tiempo después se puso de manifiesto la inexistencia de tales riquezas, se planteó la posibilidad de aprovechar las vías fluviales chaqueñas para construir un camino de enlace rápido y seguro entre Potosí y el Atlántico. Con tal fin, se fundaron ciudades que, como la de Concepción del Bermejo y la de Santiago de Guadalcázar, debieron ser abandonadas en pocos años, tanto por causa de la resistencia indígena al sistema de encomiendas como por el aislamiento y por la falta de apoyo sistemático de las autoridades que, durante el siglo XVII, se concentraron en la guerra contra los calchaquíes (Trinchero, 2000: 108110). En 1667 los españoles habían ‘pacificado’ –y vaciado- la frontera oeste; no parece una coincidencia que recién entonces prestaran atención a las incursiones de los indios mocovíes del Chaco y decidieran atacarlos. La destrucción total de la ciudad de Esteco (1692) agravó el peligro (Mata de 184 El Gran Chaco comprende la porción septentrional de las llanura orientales de Argentina, Bolivia y Paraguay cuyo límite norte es una línea imaginaria que une Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) con Corumbá (Brasil); al oeste, las Sierras Sub-andinas y las Sierras Pampeanas; al este, los ríos Paraná y Paraguay y al sur, otra línea imaginaria que atraviesa la laguna de Mar Chiquita y la ciudad de Santa Fe. En este trabajo interesa la zona del Chaco Bajo que actualmente pertenece a la República Argentina y que se extiende desde los ríos Paraguay y Paraná por el este hasta el extremo oriental de los esteros del Pilcomayo y Patiño, luego por la unión del río Teuco con el antiguo cauce del río Bermejo, delimita con la depresión de Mar Chiquita. Posee una vegetación preponderantemente subtropical y, en lo que actualmente se conoce como parque chaqueño, habían bosques de madera dura, muchos de los cuales han sido talados. Hacia el sudoeste aumenta la aridez (casi absoluta en los salares de Santiago del Estero) y predominan las cetáceas arbóreas y leguminosas espinosas (Tomasini: 1997, 11-15). Se ha preferido una división morfológica elaborada desde parámetros geológicos (Tomasini: ibídem) porque coincide con las áreas de ocupación aborigen que el antropólogo H. Trinchero señala en el mapa de la Argentina para el siglo XVIII (Trinchero: 2002, 74). A 283 Alejandra Cebrelli López: 2005: 33-34). A partir de ese momento, las incursiones de los chaqueños obligaron a la sociedad blanca a replegarse y a retraer la frontera (Altuna / Mata de López: 1999,11). Esta situación se extendió hasta los primeros treinta años del siglo siguiente y, según las crónicas de la época, los mocovíes y otras tribus tenían infestados los caminos, cometían en los viajantes atroces crueldades, espacialmente en la frontera de Salta, Tucumán y Jujuy, por donde no se podía traficar sin numerosas escoltas y se atrevían ya a invadir a las mismas ciudades, dentro de cuyos recintos no había seguridad (Lozano: 1941, 49-59). Por entonces, los estancieros fronterizos de San Miguel de Tucumán, Salta y Jujuy eran los más perjudicados, aunque más tarde también sufrieron estos embates los de Santiago del Estero y Córdoba (Lizondo Borda: 1931, 292-295). Las maloqueadas y las escaramuzas causaban daños de diferente tipo, sobre todo, pérdidas de ganado y de bienes. Frente a tales problemas, la corona había comenzado a exigir sus derechos sobre los poderosos encomendados y a ejercer una presión permanente para que colaboraran con dinero y con milicianos en las ‘entradas’ al Chaco185, a lo que los tucumanos se negaban (Vitar, 1990: 227302). partir de este momento, el lexema “Chaco” alude a un recorte, al Chaco tucumano que era la zona de influencia de la antigua Provincia del Tucumán. 185 Por esos mismos años (entre 1710 y 1711) el gobernador Urízar y Arespacochaga había realizado exitosas entradas que dejaron en paz a la provincia por varios años. Pero hacia 1727 las tribus chaqueñas volvieron a las incursiones, lo que llevó a los tucumanos a iniciar campañas casi continuas entre 1731 y 1766 (Lizondo Borda: 1931, 292). 284 Bibliografía Pese a todo, se realizaron sucesivas entradas militares cuya presión permitió crear fortines y misiones, si bien la acción de éstas permitió y sostuvo el poblamiento de las zonas fronterizas más candentes, permitiendo la incorporación de este espacio fronterizo de singular importancia económica por su conexión con el mercado potosino. Hacia 1760, los jesuitas manejaban con mucho celo siete reducciones repartidas entre los límites de Salta, Jujuy y Santiago del Estero. En ese sentido, el programa de evangelización jesuítico frenaba la avidez de los hacendados-encomenderos aunque la Compañía también tenía intereses económicos en sus reducciones (Vitar: 1990, 231-237) que formaban parte de la vasta Provincia Jesuítica de Paracuaria o Paraguay186, dentro de la cual se encontraban las misiones guaraníticas cuyo éxito político y militar por un lado, y su indudable productividad económica, por el otro, las fue transformando en un atractivo ‘bocado’ tanto para los encomenderos locales como para los portugueses y para la misma corona española a lo largo del siglo. A estos intereses encontrados se sumaba el hecho de que, a lo largo del siglo, entraron en crisis y desaparecieron tanto la encomienda -sistema sobre el cual se asentaba el poder económico y político local- como la misma Compañía de Jesús. Si bien estos procesos culminarían bajo el gobierno de los Borbones, fueron atravesando todo el siglo XVIII. 186 Al coincidir el nombre de la provincia jesuítica con el de un territorio español de dimensiones mucho más reducidas, siempre se producen confusiones por lo que prefiero utilizar el nombre Paracuaria para el de la Compañía. Dicha provincia tenía una extensión inmensa, como señala uno de los misioneros, pues abarcaba desde el el Brasil hasta el Perú y Chile y, hacia el sur, desde la desembocadura del Río de la Plata hasta el país amazónico (Dobrizhoffer: 1967, T.1, 93). Para evitar confusiones, entonces, utilizaré de aquí en más el criterio del padre Dobrizhoffer que coincide con el de la edición 285 Alejandra Cebrelli En síntesis, durante la primera mitad de dicho siglo, el Gran Chaco seguía sin integrarse al territorio colonial187 y ya fuese por los intentos más o menos pacíficos de colonización y evangelización o por la resistencia de los aborígenes a tales esfuerzos, se generaban conflictos de diferente naturaleza. 1.2. Aquellas remotas provincias Tales tensiones y conflictos se leen en la elección del topónimo que, si bien era una voz aborigen, había sido respetado por los españoles desde los primeros años de la conquista. El término Chaco proviene del quechua (chacu) y se traduce como /cacería de batida/. Gualamba es de origen wichi (huanjloi o gualang) y significa /ñandú/. Ruy Díaz de Guzmán había designado a los indios chaqueños con el nombre de gualachos, españolización de gualang, no sólo porque su hábitat coincidía con el de esta ave sino porque tenían como característica común el ser “alárabes”, “nómades” y “ligeros de andar” (Tomasini: 1997, 14). Evidentemente, el topónimo elegido por los españoles para nominar la región aludía a la dimensión simbólica del territorio y sus habitantes; en otras palabras, se refería tanto a los hábitos de las tribus chaqueñas –la mayoría era recolectora y cazadora- como a las dificultades que les había ofrecido, desde tucumana de Hacia allá, para acá. Una estadía con los indios mocovíes, del padre Paucke (Paucke: 1942). 187 Durante la segunda mitad del siglo e, inclusive, durante la primera centuria de la nueva república el territorio chaqueño mantendría gran parte de sus misterios. 286 Bibliografía un primer momento, la apropiación del territorio, los cuerpos y los imaginarios188. Esta percepción del espacio y la galería de representaciones que de ella devenía se mantuvo hasta finales de la época colonial, si bien con ciertas actualizaciones que se señalarán oportunamente. Esta persistencia parcial es lgible en la Historia de los abipones del padre jesuita Martín Dobrizhoffer, escrita luego del extrañamiento de la orden189. En una época ya muy marcada por los paradigmas racionalistas, era importante explicar la etimología del topónimo como un modo de referir e iluminar la comprensión de un territorio apenas explorado por los habitantes de las provincias españolas o portuguesas colindantes y absolutamente desconocido para la mayoría de los europeos. El comentario que sigue a continuación muestra cómo el lenguaje no es inocente y que las palabras –y las representaciones- contienen un espesor histórico cuya percepción posibilita comprender mejor los procesos de construcción de la memoria colectiva. 188 De hecho, la movilidad permanente de estas tribus obstaculizaba no sólo su conquista sino -y sobre todo- su colonización ya que, en caso de ser reducidos, sus prácticas ancestrales los hacían huir al monte. Ello explica que los españoles consideraran el nomadismo como un problema y una amenaza a sus propósitos tanto expansivos como de control territorial. Para los misioneros –y, en especial para los jesuitas,- las prácticas de subsistencia aludidas impedían a los indios vivir una vida sedentaria que allanase el camino de la conversión. Como consecuencia, su sedentarización y su sujeción a practicas ‘racionales’ –como la agricultura- se había trasformado en un objetivo primordial para el desarrollo de los proyectos misionales; de allí que la resistencia al contacto demostrada por los grupos considerados ‘salvajes’ fuese objeto de una obstinada demonización (Vitar: 2001, 210). 189 El libro de Dobrizhoffer se escribió en Austria, entre 1777 y 1782. Fue publicado en alemán (1783-1784) y casi simultáneamente en latín bajo el título de Historia de abiponibus (1784). Refiere las experiencias del padre jesuita Martín Dobrizhoffer entre 1764 y 1767 en una Reducción conocida como de San Carlos, o del Timbó o del Rosario, ubicada en un punto medio entre la ciudad de Formosa y el Puerto Bermejo. 287 Alejandra Cebrelli Hay que agregar a las gobernaciones de Buenos Aires o del Río de la Plata, Tucumán y Asunción la región del Chaco, llamada así por la voz Chacú que en la lengua del Cuzco o del Perú indica un cúmulo de fieras muertas en la caza y colocadas en un mismo lugar. Como esta provincia es asilo y refugio de muchas naciones, los antiguos le han dado con razón el nombre Chaco. (Dobrizhoffer: 1967, 216)190 Al explicitar la etimología del topónimo, las correlaciones /cacería/ y /cúmulo de fieras muertas/ se igualan a /asilo/, /refugio de muchas naciones/, pese a que en otro contexto sus significados serían parcialmente contradictorios. La ambigüedad del sentido que así se construye, alude a la historia misma del contacto hispano-chaqueño. Cabe recordar que las características fito-geográficas del Chaco habían obstaculizado desde un principio su conquista, favoreciendo la resistencia de las tribus que lo habitaban; sin embargo, las sucesivas entradas militares, los fuertes y las reducciones que se fundaban con cada una habían corrido paulatinamente los límites Chaco adentro. A fines del siglo XVIII, “el mismo lugar” –es decir, el Gran Chaco Gualamba- a que se refiere el fragmento analizado había adquirido menos el significado de un asilo que de un potencial cementerio. Este tipo de semiosis muestra cómo las representaciones conservan elementos sémicos y valores provenientes de tiempos y culturas disímiles que permanecen más o menos latentes y son actualizados desde un hic et nunc, con lo cual no sólo se da respuesta a los interrogantes y tensiones de 190 La negrita es mía. 288 Bibliografía un tiempo determinado, sino que se lo hace desde textos arcaicos. De este modo, se crea un efecto de eternidad –de que siempre fue así y siempre será. Si bien en este caso la estrategia está puesta al servicio de la defensa de la empresa jesuítica -por entonces desaparecida- y funciona casi como una expresión de deseo191, en general está orientada a consolidar el imaginario de los pueblos colonizados. De allí que, en el texto del padre Dobrizhoffer, el punto cero lo constituya el inicio de la escritura colonial. En este caso, “los antiguos” se refiere a los primeros cronistas, entre los cuales se encontraba Ruy Díaz de Guzmán a quien se debe el atributo de Gualamba (ligeros en el andar), significado que también actualiza y refuerza la finalidad justificatoria de este discurso y de su imaginería: la ‘necesidad’ de ‘dar caza’ a estas tribus si se pretende colonizarlas y apropiarse de sus territorios. 191 Cabe aclarar que este tipo de procesos de significación operaban en la dimensión ideológica de las prácticas, en la parte menos visible y explícita de las mismas. Lo que aquí se denomina como ‘dimensión ideológica de las prácticas’ toma como punto de partida las nociones de práctica social, ideológica y discursiva tal como las presenta la sociocrítica de la Escuela de Montpellier (Cros:1986); sin embargo, al cruzarlas con el constructo de habitus tal como lo entiende Bourdieu (1997) se puede afirmar que lo que E. Cros denomina prácticas ideológicas, no son sino una dimensión de las prácticas sociales, aquella que conlleva los valores y las representaciones y que es, precisamente, el punto máximo de simbolización de las mismas. Por lo tanto, aquí se considera práctica ideológica a una serie de procedimientos que constituyen y son constituidos por redes de valores solidarios que condicionan la visión del mundo de los actores sociales. Las prácticas ideológicas se actúan en las prácticas sociales, mientras ‘se dicen’y se diseminan en las formaciones discursivas de un estado de sociedad. Funcionan como grillas a través de las cuales se percibe, se conforma y se valora el mundo aunque, desde las mismas prácticas sociales y discursivas, sean cuestionadas, resignificadas y ajustadas en un permanente juego de tensiones, distensiones, superposiciones y quiebres. En este caso, se verbalizaron y se hicieron legibles porque en esta Historia se textualiza el discurso jesuítico inmediatamente posterior a la expulsión que se caracteriza, entre otros rasgos, por demonizar todo lo que se había opuesto a la labor misionera de la Compañía en América: aborígenes tobas, mocovíes pero también las autoridades imperiales y los ávidos vecinos españoles. 289 Alejandra Cebrelli Si bien el proyecto misional era aparentemente más benigno, la evangelización significó para los habitantes del Chaco la colonización de su propio imaginario. No en vano a las reducciones en la frontera tucumanochaqueña se les había asignado el papel de baluarte defensivo contra las agresiones de los indómitos guaycurú y, junto con los fuertes, tenían la función de ‘adelantar’ la tierra en los terrenos ‘recuperados’ a los chaqueños (Vitar: 1997, 128). Asimismo, y más allá de la idealización con la que se suele mostrar a las misiones en la historiografía tradicional, es importante destacar su importancia económica como fuente generadora de infraestructura, lugar de producción y mercado de bienes (Langer: 1991, 14). La implementación de las reducciones jesuíticas en la frontera había sido muy difícil. Entre los múltiples problemas con los que se habían encontrado, derivados en gran medida de las características culturales de las tribus, los sacerdotes se enfrentaban a los chamanes quienes oponían una resistencia permanente a la palabra, a la acción y al poder que cada uno de ellos detentaba dentro de la reducción y, por las redes parentales de los indígenas, fuera de la misma (Vitar: 2002, 37). Gracias a la encendida pluma de los antecesores del padre Dobrizhoffer, se habían construido a lo largo del tiempo representaciones no muy elogiosas del territorio chaqueño, de su fauna, flora y también de sus habitantes. Los rasgos positivos que estos sacerdotes les habían atribuido dependían de la mayor o menor capacidad para aceptarlos, de su velocidad para aprender la doctrina (Altuna / Mata de López: 1999, 19-20) y de su 290 Bibliografía aptitud para el trabajo que, en general, solía reconocerse más a las mujeres que a los hombres. En esta galería de imágenes se insertan las de los hechiceros chaqueños, protagonistas de esta escritura en tanto sus palabras, sus haceres y su fama constituían uno de los obstáculos más difíciles de vencer para los sacerdotes de la orden. No es de extrañar que hayan sido referidos en estas relaciones cargados de valores cuya disforia aumentaba según se agudizaran o no las dificultades misionales. De este modo, los sacerdotes de la Compañía de Jesús participaron en la construcción de representaciones del hechicero que, contrastadas con las que se diseñaban por la misma época en los juicios capitulares evidencia la complejidad del tejido cultural colonial no sólo en sus periferias tucumanos, ponen en sino dentro del ‘corazón’ del poder local, representado por el estamento político-económico y por el religioso. 1.3. Del Infierno al Edén La Provincia Jesuítica del Paraguay incluía el Chaco tucumano, habitado por tribus mucho más resistentes a la evangelización que las guaraníticas. No resulta sorprendente que -a principios del siglo XVIII, cuando misiones como la de San Ignacio estaban en pleno florecimiento, se hubiera agudizado el proceso de demonización aludido sobre las etnias que ofrecían mayor resistencia a la vida reduccional, como el grupo guaycurú (tobas, abipones y mocovíes); de allí que estas tribus fueran estigmatizadas bajo la denominación de salvajes e infieles y el territorio donde se refugiaban deviniera en infierno (Vitar: 2001, 208). 291 Alejandra Cebrelli Al dar cuenta de la experiencia en el Chaco como una guerra santa no sólo se justificaban los fracasos parciales de la acción evangélica sino que se exaltaban los méritos de la Compañía y se consolidaba la representación de los jesuitas en tanto soldados de Cristo por ‘mandato’ divino (Vitar, 2001, 203). La escritura de la orden respondía a la tradición de catecismos ya por entonces centenarios, como el de Canisius (de finales del siglo XV) en donde la lucha inevitable entre Dios y el Diablo explicaba las calamidades del mundo (De Mello e Souza: 1993, 127). La demonización de la diferencia, entonces, era un lugar común en la multiplicidad de escritos generados alrededor de ciertas empresas coloniales de la modernidad que, herederas de una tradición espiritual de tipo monástico, las veían como la ocasión ideal de participar en la batalla cósmica entre Dios y Satán (Vitar: 2001, 201). En lo que respecta al mundo cristiano europeo, la reafirmación de la creencia en el demonio se había operado durante la crisis del pensamiento tomista en el siglo XIX y había evolucionado durante los siglos siguientes en el marco de la colonización de América. En general, el territorio de allende los mares (respecto, claro está, en relación al continente europeo) era percibido como un espacio amenazador en tanto se ubicaba en el confín del universo (De Mello e Souza: 1993, 119-125). Satán había sido considerado como el inspirador del los cultos idolátricos, por lo cual tanto la extirpación de las idolatrías realizada en el Perú como la mayoría de las empresas misionales en suelo americano se habían dado en el marco ideológico de la evolución de la demonología europea en los primeros años 292 Bibliografía de la modernidad (Cervantes: 1996; González. 1992)192. No era de extrañar, por lo tanto, que la evangelización americana y la Inquisición poseyeran estructuras similares en tanto se justificaban en el mismo fin: la lucha contra el demonio y la maquinaria represiva puesta al servicio de la ‘defensa’ del cristianismo (De Certeau: 1992), inclusive dentro de órdenes consideradas muy exitosas en sus misiones, como la Compañía de Jesús. Los misioneros jesuitas fueron incansables no sólo en lo relativo a su afán misional, sino también en el esfuerzo por documentar sus acciones. Dejaron una rica colección documental formada por las cartas anuas193 escritas en la Paracuaria, algunos escritos menores y otros producidos por quienes ocuparon sucesivamente el cargo de ‘Historiador de la Provincia del Paraguay’, entre los que se destacaron el padre Pedro Lozano y el padre José Guevara. Sus relaciones, en particular la de Lozano, constituyen un verdadero archivo documental pues se basaron en todo el material que tenían a su disposición en los archivos de la época. Así, además de consultar y citar la escritura oficial los historiadores de la orden, se habían apoyado en cartas e informes de los primeros jesuitas que habían estado en contacto con los chaqueños (siglos XVI y XVII), en la producción diversa de los misioneros que se desempeñaron en la región durante el siglo siguiente, 192 Citados por Beatriz Vitar en el trabajo “La evangelización del Chaco y el combate jesuítico con el demonio”, publicado en la Revista Andes (Vitar: 2001, 201-221). 193 Las cartas anuas eran escritas por un Padre Provincial encargado de informar del estado de la provincia en respuesta a una demanda de informes emanada de su superior General; para ello citaba cartas de los misioneros quienes oficiaban, en el texto, de ‘obreros’ e intermediarios entre Dios y los indios (Altuna: 1998: 67-68). Desde el punto de vista textual resulta el entrecruzamiento de la relación con la epístola (Altuna: 2002, 34-35) y, desde esa perspectiva, está en estrecha relación con la literatura de viajes de la época. 293 Alejandra Cebrelli memoriales de los Padres Provinciales, Cartas Anuas, crónicas éditas e inéditas y noticias orales, todo un material que de otro modo se hubiera perdido (Altieri: 1941, XVI-XVII; Vitar: 2001, 203))194 y que constituía un todo tan abigarrado que -en muchas ocasiones- la voz narrativa no era suficiente para homogeneizar la superficie textual. Estas historias respondían, en general, al modelo de ‘Historia Natural’ plasmado muy temprano en las Ordenanzas en Instrucciones Reales de Juan de Ovando (1573). Según éstas la Historia Natural perpetua de cada región provincia y lugar comprende las naciones de hombres, los animales silvestres y domésticos, su caza y aprovechamiento, los insectos, serpientes, árboles, plantas silvestres y de cultivo, frutos de la tierra y /…/ todo lo que pudiese beneficiarse, enfermedades de cada zona y medicinas para su cura (Altuna: 2002, 21). El carácter eminentemente oficial de esta escritura, más allá de las eventuales estrategias discursivas, presupone un enunciador colectivo -la Compañía de Jesús- y una finalidad explícita, la de descubrir campos dilatados, a que se aficionen y en que se empleen muchos nuevos misioneros apostólicos que pasen a aquellas provincias remotas, desde acá, de nuestra Europa, llamados de la vocación divina (Lozano: 1941, 7). Resulta evidente, por lo tanto, la intención de construir una la imagen heroica de estos misioneros los cuales, en palabras del padre Antonio Machoni –por 194 Así se conocen los nombres de los padres Bárzana, Añasco, Osorio, Pastor, Machoni, Solinas, Fernández y del licenciado Luis de Vega, entre otros. 294 Bibliografía ejemplo195, se transformaban en esforzados campeones, capaces de pelear exitosamente la batalla del Señor hasta conseguir notables trofeos del infierno (Lozano: 2-4). En contraste, los indios enemigos del yugo y sujeción eran presentados como gente bárbara, fiera, y cruel, en particular los hechiceros o hechiceras cuyo trato familiar con el demonio hacía que sus acciones estuviesen movidas por el espíritu maligno y conspirasen para hacer fracasar la labor misional e, inclusive, para dar muerte a estos esforzados sacerdotes (Lozano: 119-120). Con el correr de los años, y según la impronta del modelo iluminista se hizo más y más evidente, el halo diabólico se fue perdiendo paulatinamente. Este proceso resulta muy notable en la Historia del Paraguay (1764). A pesar de que el padre Guevara fue también un historiador de la orden y trabajó, como el padre Lozano, sobre una multiplicidad de documentos anteriores, su Historia tiende a desconfiar del poder sobrenatural de los hechiceros y se esfuerza por develar los artilugios que éstos utilizaban para hacer creíble su supuesto poder curativo y mágico entre los miembros de su comunidad. Pese a las diferencias señaladas y otras relativas al estilo de cada una, en general, estas historias tienen ciertos rasgos en común. El más importante es su carácter oficial pues están escritas por mandato de un superior de la orden y ello determina un enunciador y un enunciatario modelo por un lado (los mismos misioneros) y por el otro, un circuito de 195 Este sacerdote fue el autor del mapa que acompaña el texto del padre Pedro Lozano y fue, además, uno de sus prologuistas. 295 Alejandra Cebrelli lectura privilegiado e interno a la misma congregación o, en el mejor de los casos, a las mismas reducciones a las que se referían. Desde el punto de vista ideológico, por lo tanto, resultan extremadamente coherentes y se escriben en el marco del pensamiento demonológico antes aludido, si bien – como ya se advirtió, con algunas diferencias de carácter epocal. En segundo lugar, estas historias son palimpsestos, es decir, están escritas sobre las escrituras de otros gracias a lo cual adquieren el valor agregado de ser una especie de archivo de archivos pero, en su defecto, el Chaco está visto a través de la documentación y, por lo mismo, carece de la verosimilitud de lo autobiográfico196. De allí deriva la tercera característica: el territorio y sus habitantes son mirados desde un triple extrañamiento, lingüístico, cultural y desde la experiencia ajena. Como consecuencia, los representados –en este caso, las tribus chaqueñas- no sólo carecen de voz sin que les resulta imposible dejar en la escritura siquiera una pálida huella de su modo particular de mirarse a sí mismos o a los europeos que pretendían evangelizarlos. En contraste, la producción jesuítica posterior tiene una impronta autobiográfica que produce un fuerte efecto de veracidad el cual responde, además, al afán cientificista que era común en Europa a finales del siglo XVIII. Como fue escrita en el exilio, luego del extrañamiento de la orden en 196 Si bien es cierto que la realidad es siempre referida por el lenguaje y los discursos de un modo indirecto –en el cual existen mediaciones y articulaciones múltiples que difractan el mundo representado, no produce el mismo efecto de lectura la descripción de lo visto y oido, es decir, de lo que se presenta con valor autobiográfico que la referencia a un universo sólo conocido a través de otros textos. Cabe destacar que, del cuerpo textual aquí 296 Bibliografía 1767, cada uno de estos libros se escribió por sugerencia de algún personaje importante bajo cuya protección estaba el sacerdote en cuestión. El mandato, entonces, respondía al interés y a la curiosidad de un noble o del prior de otra orden religiosa quienes, en algunos casos, funcionaron a modo de mecenas. De esa obra, además de la ya mencionada Historia de los abipones, del padre Martín Dobrizhoffer (1784), se destaca Hacia allá y para acá. Una estadía entre los indios mocovíes (1773-1780197), del padre Florián Paucke198. El manuscrito del padre Paucke se caracteriza por haber sido escrito por un sacerdote que había vivido casi veinte años entre los feroces mocovíes y, por lo tanto, pretende dar cuenta de lo que habían visto y oído, es decir, de su propia experiencia en la región. Más allá de los formatos textuales o de los tipos discursivos predominantes, resulta evidente el esfuerzo por reproducir en forma cabal la vida reduccional. De allí que aparezca un tenue huella de la voz de los aborígenes, si bien sometida a todo tipo de mediaciones, traducciones y traslaciones a cargo del enunciador. considerado, sólo las relaciones de los padres Dobrizhoffer y Paucke responden a las características genéricas de la autobiografía. 197 El padre Florián Paucke escribió su manuscrito en la ciudad de Neuhaus en Bohemia a pedido de sus protectores sin que se conozca la fecha precisa. Vivió allí entre 1773 hasta su muerte, acaecida en 1780 (Wernicke: 1943, VIII-XIX). 198 Las similitudes entre ambas son muchas, sobre todo en lo que hace a las condiciones de producción y al asunto. Las historias se escriben casi en simultaneidad y en el exilio por una parte y por la otra, refieren los acontecimientos de dos reducciones de la etnia guaycurú –abipón y mocoví- durante los mismos años (los dos misioneros viajaron hacia América en el mismo barco y volvieron a Europa después del extrañamiento de la orden). Hay, en cambio, una diferencia notable de orden discursivo legible desde el título. En la Historia de Dobrizhoffer predomina el discurso científico, en Hacia allá y para acá de Paucke –en cambio- predomina el literario. La segunda, por lo tanto, da cuenta con mayor claridad del imaginario epocal y posibilita la aprehensión cabal de las representaciones sociales como de la retórica en la que se sostienen. Por todo ello se ha elegido Hacia allá 297 Alejandra Cebrelli A lo largo del texto, el enunciador se esfuerza en dar un carácter científico al mundo representado, para lo cual se despega del halo sobrenatural y demonizador que había caracterizado a la literatura misional anterior; sin embargo, en los largos tramos destinados al relato de la propia experiencia misional, el discurso se vuelve predominantemente literario y, por lo mismo, seductor. Todo ello, sumado al estatuto de espacio transitado y al extenso e íntimo contacto que el escritor tuvo tanto con el territorio chaqueño como con sus habitantes, conspira para que el mundo representado aparezca ‘humanizado’, para que la alteridad y diferencia sociocultural sea el resultado de la falta de evangelización y de educación y no una condición de naturaleza ontológica o étnica. La hechicería es vista, por primera vez, como una de las tantas prácticas sociales propias de las culturas aborígenes y sus agentes son considerados enemigos sólo si se habían opuesto fehacientemente a la labor misional dentro del marco de cada reducción. Más aún, bajo la pluma de este exiliado, la misión entre los mocovíes –una de las tribus más temidas por los españoles en esa épocaaparece como un pueblo edénico, como un paraíso perdido del cual ha sido injustamente echado por el Imperio Español. La demonización, en los pocos casos en que ha subsistido en estas escrituras aparece como huella del discurso jesuita tradicional y, además, ha sufrido un deslizamiento semántico e ideológico significativo: ahora se utiliza para destacar la maldad y para acá como parte del corpus analítico y se ha dejado la Historia de Dobrizhoffer como texto de referencia. 298 Bibliografía de los mamelucos portugueses y de los españoles que no sólo habían atacado sus misiones sino que habían llegado al extremo de echar a los misioneros de las reducciones que con tanto esfuerzo habían levantado, defendido y mantenido. Del infierno al paraíso perdido, entonces, esta escritura deja entrever no sólo la historia de la evangelización jesuítica en el Chaco sino también toda una imaginería relativa a sus enemigos, los hechiceros chaqueños pero también los hispano-criollos y los portugueses ávidos de apropiarse de un territorio con un creciente valor estratégico y de aborígenes que empezaban a percibirse como mano de obra. El siglo XVIII está marcado por una trama de intereses encontrados entre las órdenes religiosas y la corona por una parte y de éstas con los aborígenes del Chaco por la otra lo que generó discursos centrados en la construcción de representaciones del espacio propio y del ajeno pero también del hispano-criollo y del chaqueño. Esta imaginería quedó registrada en la prolífica serie de documentos burocráticos (cartas, bandos, certificaciones, entre otros) debido a la fuerte impronta de la letra escrita en la cultura colonial, por una parte y, por otra, en las cartas, historias y relaciones escritas por los misioneros. Las representaciones de la ‘otredad’ se fueron diseñando según los proyectos a los que respondía el escriba de turno aunque siempre estaban al servicio de la justificación del avance europeo-criollo sobre los territorios, los imaginarios y los cuerpos. 299 Alejandra Cebrelli En este estado de sociedad, los sacerdotes de la Compañía de Jesús participaron en la construcción de representaciones del hechicero que, contrastadas con las que se diseñaban por la misma época en los juicios capitulares tucumanos, ponen en evidencia la complejidad del tejido cultural colonial no sólo en sus periferias sino dentro del poder local, representado por el estamento político-económico y por el religioso. Capítulo 2. Para mayor gloria de Dios y prueba de sus escogidos (Lozano, 1733) 2.1. Bajo la tradición y el mandato La Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba del Padre Pedro Lozano fue escrita en Córdoba del Tucumán aunque se publicó en la 300 Bibliografía ciudad española del mismo nombre en 1733. En la época en que Lozano se ocupó de escribirla ya era el Historiador de la orden en la Paracuaria y este libro no sólo fue su opera prima 199 sino el primero en su género sobre esta región. Como se lee en las palabras introductorias, el sacerdote tenía conciencia de esta situación y se jactaba de ofrecer una nueva historia y tan nueva que es la primera de esta gran provincia del Chaco (Lozano: 13). Pese a que -como ya se adelantó- por entonces existía una gran cantidad de manuscritos referidos a esta provincia jesuítica, el libro fue durante muchos años la única fuente édita referente al Chaco y, por lo mismo, constituye aún hoy un punto de partida inexcusable para los estudios etno-históricos de la región. Tal como lo anuncia el título200, el procedimiento predominante de la escritura funciona no sólo como modelo para ver y ordenar el espacio (Altuna: 2002, 11-12, 21-22; 34-35) sino también como ‘única’ forma de dar cuenta de un territorio otro y de habitantes diferentes; ello presupone que quien es mirado es incapaz de mirarse a sí mismo y a su mundo del mismo modo que quien se instaura como sujeto de la escritura y de la descripción. Así, desde las primeras líneas, se hace evidente el predominio de una retórica deudora de las historias naturales pero, sobre todo, de las historias morales que se escribían desde los primeros años de la conquista. 199 El padre Lozano escribió en Asunción del Paraguay también una de las más extensas cartas anuas que abarcan el período 1720-1749. 200 Tanto el nombre descripción, es decir /inventario/ como su atributo corográfica (que proviene de “corografía”, es decir, /descripción de un país, de una región o una provincia/) redundan sobre la misma idea. 301 Alejandra Cebrelli Las historias naturales se centraban en la descripción de la flora, fauna y tipo de habitantes de cada región, provincia o lugar; las historias morales daban cuenta del proceso mismo de conquista de cada sitio, con especial atención a los hábitos, costumbres y cultura de sus pobladores con miras a facilitar su colonización (Torre Revello: 1941, 11). En la relación del padre Lozano, los primeros diez y siete capítulos están destinados a dar noticias generales del Chaco y de las naciones que lo habitan y los sesenta y cinco restantes al relato de la historia misional y del estado de las reducciones en el momento de producción. La retórica de estas historias era el resultado de una mirada común a varias prácticas discursivas, entre ellas la ‘literatura de viajes’201 y había adquirido el estatuto de ‘modelo’ gracias a que en ella confluían prácticas jurídico-administrativas y prácticas relatorias, descriptivas y de visitas propias del régimen colonial (Altuna: 2002, 223) junto con las prácticas escriturarias engendradas en el marco de la evangelización americana202. La 201 Los trabajos de Elena Altuna sobre el discurso colonialista de los caminantes en los siglos XVI al XVIII me han resultado ineludibles para pensar la dimensión textual, discursiva e ideológica tanto de las cartas anuas (Altuna: 1998, 67-94; Altuna / Mata: 1992) como en lo referido a lo que tradicionalmente se ha denominado literatura de viajes en la historiografía latinoamericanista (Altuna: 1998, 95-107; 2000: 27-51 y 2002). Para ella, la literatura de viaje abarca aquellos textos producidos en las Indias entre los siglos XVII y XVIII que se caracterizan tanto por inscribirse en el proyecto colonialista y, a la vez, expresarlo cabalmente en sus etapas como por poseer características comunes, entre las cuales se encuentra el mandato de escritura y la matriz descriptiva de los mismos cuya fundación señala en la Instrucción y Memoria de López de Velasco de 1577 (Altuna: 2002). 202 Cabe destacar que las disposiciones del Consejo de Indias respecto de las Relaciones que comenzaron a elaborarse en el último tercio del siglo XVI, alcanzaban también a los miembros del clero ya que muchos, en su doble carácter de letrados y de viajeros, contestaron los cuestionarios y dejaron relatos de sus viajes. Esto le permite a la investigadora sostener la existencia de una retórica común descriptiva más allá de sus evidentes diferencias (Altuna: 1998, 88-89). 302 Bibliografía conformación de esta estructura descriptiva, dada desde el siglo XVI en adelante, daba cuenta de un modo particular de percibir y categorizar el espacio indiano y sus habitantes y era concomitancia con la situación colonial sobre cuya fundación y reproducción había tenido un fuerte impacto (Altuna: 1998, 82-89). La Descripción Corográfica acá abordada no se trata de un libro de viajero propiamente dicho -es decir de aquel en el cual el enunciador asume el rol del caminante y el texto se transforma en el relato de ese itinerariosino que tiene en común con ellos sólo la retórica arriba mencionada. Coincide con éstos, además, en el hecho de recoger, ordenar y clasificar la masa documental obtenida dentro de una institución –en este caso la Compañía de Jesús- y de presentarla bajo la forma de compendio o tratado. Según se vio, la Descripción Corográfica está escrita a modo de palimpsesto ya que estos historiadores tenían como mandato el de dar cohesión a la multiplicidad de manuscritos diversos que la orden había producido en su empresa evangélica en la Provincia Jesuítica. A diferencia de las cartas anuas cuyo destinatario era el Padre Provincial de la Orden Jesuítica, la Descripción del padre Pedro Lozano se dirige al lector cristiano capaz de tener curiosidad e interesarle aumentar su erudición sobre una buena parte del nuevo mundo (Lozano: 13-16). Si bien presupone a los sacerdotes de la Compañía como lectores privilegiados, el libro explícitamente está dirigido a todo aquel capaz de interesarse o bien por la 303 Alejandra Cebrelli gesta de aquellos obreros apostólicos (Lozano: 6) o por el casi desconocido territorio donde ésta se ha desarrollado a lo largo del tiempo. En el plano del discurso, el texto se abre con un enunciador en primera persona en singular o plural que funciona a modo de sujeto colectivo e intenta homogenizar la diversidad de textos sobre los cuales se apoya. De allí que según el tipo de pretexto que cita o alude, varíe la persona de la enunciación y –con ello- el enunciatario, señalando el complejo sistema de intermediaciones que engendra esta escritura –en ello muy semejante a la de las cartas anuas (Altuna: 1998a, 73-74). Es frecuente que desembrague a tercera persona cuando se apoya en textos informativos referidos a los accidentes geográficos, a la fauna o a la flora, pero embraga nuevamente al citar fragmentariamente, por ejemplo, cartas de los sacerdotes quienes, a su vez, cuentan en ellas su experiencia misional e intercalan el relato de un caso o de un ejemplo siguiendo una tradición de herencia medieval203. De hecho, esta manera de utilizar el dicendi produce un fuerte efecto autobiográfico que sostiene la verosimilitud textual. Con la misma intención, la primera persona aparece en las anotaciones de tipo metatextual, cuando se hace referencia al proceso mismo de producción o se asume el rol de historiador. 203 Esta característica es el resultado de la inclusión de fragmentos de las cartas anuas o de misivas escritas por misioneros de épocas anteriores a la de Lozano. Tales casos son una herencia de la casuística religiosa del siglo XIII por una parte y, por la otra, de los ejemplos de la literatura de la misma época (Altuna: 1998a, 73-74) al modo del Conde Lucanor. Los casos que aquí se relatan se relacionan entre sí por la idea de la victoria de lo celestial sobre lo terreno sostenida por el discurso demonológico jesuita al que ya se hizo referencia. 304 Bibliografía Se trata, pues, de un yo que coincide con quien firma, el padre Pedro Lozano, y –de este modo- se instaura como autoridad y autorialidad de la escritura; en otras palabras, adquiere la figura de aquel por cuyo lugar en la institución eclesiástica y por cuya erudición tiene la legitimidad y la competencia requeridas para escribir esta historia. En tanto voz autorizada institucionalmente, utiliza un nosotros inclusivo que subsume las voces del resto de los misioneros de la Compañía. Como resultado, se construye un sujeto colectivo que produce un simulacro de polifonía pero, en realidad, excluye cualquier tipo de voces ideológicamente contradictorias. En ese proceso de homogenización colabora también el hecho de tener un enunciador y un enunciatario claramente delimitados pues son catalogados como cristianos y, además, preferentemente son jesuitas. No es de extrañar, por lo tanto, que el Chaco y sus habitantes aparezcan demonizados según la tradición discursiva católica y en la versión más canónica de la orden. La distancia entre las voces que narran o enuncian, claramente posicionadas en la cultura occidental-cristiano-jesuítica y el mundo chaqueño referido, señala que al otro –en especial si era un enemigo- se le tenía por alguien que ha de ser visto, no alguien que –como el que escribíatambién ‘podía’ ver, percibir y evaluar desde sus propios parámetros (Sontag: 2003, 86). Precisamente, esta percepción del otro legitimaba el enunciador ya que, con ese gesto interpretativo, se instauraba como jerárquicamente superior y como única autoridad, ya que su punto de vista se posicionaba como verdadero y como fiel registro de lo que se estaba 305 Alejandra Cebrelli describiendo. Ello está en estrecha relación con el evidente proyecto colonialista en que este tipo de literatura se inscribía pese a que, en este caso, se trataba de escritura puesta al servicio de la Iglesia y no sólo de la Corona Española. Desde una perspectiva socio-semiótica, tales prácticas sociales y discursivas conformaban una lógica referencial sobre la cual se asentaba el horizonte de expectativa del lector de la época204. Dicha lógica era el resultado del conjunto de reglas culturales de construcción de representaciones que posibilitaban al lector establecer las relaciones entre un referente codificado según textos vigentes y en circulación dentro de la formación discursiva y la imagen que lo refería y representaba. Todo ello sumado al uso de una retórica en boga permitía al lector reconocer la descripción y reconstruir un referente verosímil que recién entonces se percibía como ‘real’. Este efecto de realidad invisibilizaba la entonación y la carga ideológico-religiosa de los enunciados. Para que esta imaginería discursiva fuese una eficaz herramienta de evangelización, se debía “inventar” (Hobsbawm y Ranger: 2002) un relato de origen que diera cuenta del inicio de la guerra santa librada entre la Compañía y el Maligno en tierras chaqueñas, al modo de los que ya se 204 He tomado estas nociones de R. Barthes. El teórico francés discrimina entre constricciones estéticas y constricciones referenciales al tratar el conjunto de imperativos de tipo retórico y cultural que operan como mecanismos semióticos en la descripción realista (Barthes: 2004, 96-97). Lo que aquí denomino ‘lógica referencial’ sería lo que aquel considera como constricciones referenciales. 306 Bibliografía habían elaborado a propósito, por ejemplo, del descubrimiento del Brasil205. Se trataba de instituir una ‘tradición inventada’ capaz de sostener y consolidar las prácticas misionales mediante la cuales se pretendía impostar una identidad occidental, católica y colonizada sobre las de las comunidades chaqueñas. Simultáneamente, se intentaba generar efectos de cohesión en los mismos misioneros a través de la construcción de mecanismos que reforzaran los mecanismos identitarios. 2.2. Los relatos de origen y la perversión de tradiciones Los primeros capítulos de la Descripción Corográfica retoman manuscritos que por entonces ya tenían más de cien años, a los cuales la voz que enuncia presenta como monumentos. Según se afirma, en ellos constaba claramente cuán numerosas eran las naciones chaqueñas (Lozano: 14). Mucho más adelante, en la parte del libro que responde al modelo de las historias morales de la época, se destina un capítulo entero para explicar el motivo por el cual la provincia estaba tan poblada de hombres en quienes la lumbre de la razón apenas se divisaba porque estaba casi extinguida por sus abominables vicios, como habían sido catalogados estos chaqueños en las primeras páginas (Lozano: 14). 205 En la História do Brasil escrita en 1627 por Fray Vicente Do Salvador se lee una explicación sobrenatural de la nominación del territorio:.. el capitán mayor Pedro Alvarez Cabral […] puso el nombre de Santa Cruz a la tierra que había descubierto […]; sin embargo, como con la señal de la cruz el demonio perdió todo el dominio que tenía sobre los hombres, recelando perder la gran influencia que tenía sobre los de esta tierra, se esforzó para que se olvidara el primer nombre y perdurase el del Brasil, a causa de un palo así llamado de color abrasado y bermejo con el que tiñen los paños, en vez del de aquel divino madero (Citado por De Mello e Souza: ibídem). 307 Alejandra Cebrelli Dicho capítulo se centra en un relato de origen que, en realidad, es una reescritura de un mito de raíz indígena que se conocía gracias a la exitosa experiencia previa que tenía la Compañía en las misiones guaraníticas. Se trata de la leyenda de la tierra sin mal según la cual un dios -descripto como ‘dueño de todas las cosas buenas’- había prometido a sus fieles una especie de reino de la inmortalidad y de la abundancia. La búsqueda de este utópico territorio explica las migraciones hacia el oeste del continente de numerosas tribus de la etnia tupí-guaraní a lo largo de varios siglos (Saignes: 1990, 36-37 y 240-241). El mito guaranítico no sólo es referido y traducido lingüísticamente sino que es reinterpretado desde los paradigmas jesuíticos de la lucha entre el bien y el mal. Para ello, se acude la lógica referencial aludida que, además de pervertir el relato de origen, incorpora la reescritura dentro de la prestigiosa tradición jesuítica americana y legitima la nueva versión. La naturalización de esta lógica invisibiliza la manipulación ideológico-cultural a la que los relatos aborígenes habían sido sometidos, dando cuenta – además- de la eficacia de tales estrategias en la acción evangelizadora. Vengamos ya a tratar de las muchas naciones que habitan esta gran provincia; pero antes será bien se sepa el origen de donde nació el hallarse toda tan poblada, cuando entraron los primeros Españoles. Referiré en substancia lo que escribe el venerable Padre Juan Pastor /…/; dice pues, que diez años antes de la entrada de los Españoles a la Provincia del Tucumán que sería por el año de 1533, precedieron en ella señales notables, que atemorizaron mucho a todos los indios del Tucumán porque hubo mucha seca, de que se originaron hambres y pestes que les quitaban la vida sin remedio. (Lozano: 1941, 55) 308 Bibliografía La primera persona del plural que abre el capítulo –vengamos- subsume las voces del padre Lozano y del padre Pastor –a quien se debe el manuscrito que se está citando. Así, el nosotros permite la construcción del sujeto colectivo, la Compañía de Jesús, mediante el cual se pretende homogenizar el palimpsesto, la superposición de lógicas referenciales y de instancias de producción aunque sin lograrlo del todo. Por ejemplo, en la cita el origen del choque entre culturas tiene una cronología que no coincide del todo pues, al ubicar el año cero de la historia del Chaco en el primer contacto entre estas tribus y los europeos, el inicio de la historia de la orden en la región aparece apenas posterior pero sin una fecha precisa. Tales imprecisiones están en estrecha relación con el carácter mítico del relato por una parte y, por la otra, con la construcción de una imagen no sólo heroica sino también santa de los misioneros. Sin duda, las señales notables que se mencionan forman parte del universo bíblico en el cual lo maravilloso y lo extraordinario se naturalizan por la fuerza del dogma; al evocar el inicio del “Éxodo” del Viejo Testamento –entre otros pasajes famosos en los cuales Dios anuncia los grandes cambios mediante signos extraordinarios- el relato guaraní es relocalizado en el universo occidental y judeo-cristiano. De este modo, la versión jesuítica se instituye como la ‘explicación’ primera, ‘sagrada’ y ‘verdadera’ de este choque entre culturas, ocultando parcialmente y justificando la brutal violencia que significó evangelización y la conquista para estos los pueblos. 309 la Alejandra Cebrelli La demonización a que el mundo referido es sometido incorpora el relato en la tradición historiográfica de la historia del mundo entendida como una guerra entre Dios y Satán pues constituye la huella del momento de producción del texto del padre Pastor (siglo XVI). Y les dijo [el demonio a quien habían invocado en busca de consejo y ayuda] “el único remedio /…/ para evadir tantos males como os esperan, y libertaros de antemano /…/ es que abandonéis vuestra patria /…/ y seguidme seguro de que os llevaré a partes donde viviréis libres de tan mala gente /…/ Nada os faltará allí para pasar con tanta comodidad como aquí la vida; no será muy larga la distancia, pero será total la comodidad. Otras gentes semejantes a vosotros y de vuestras mismas costumbres, habitan aquellos parajes /…/ Seguidme, pues, animosos que ya os quiero llevar al paraje destinado” (Lozano: 57-58) El dicendi permite al sujeto colectivo separarse de lo dicho y relatado, responsabilizando al diablo del éxodo de las tribus a la selva. Al colocar la promesa de esa especie de paraíso de la abundancia y libertad del mito guaranítico en boca del demonio –a quien se cataloga en esta versión como el padre de la mentira-, se ‘devela’ la esterilidad de la búsqueda. De este modo, se apunta directamente al conjunto de prácticas sociales sobre las cuales se sostenía el nomadismo de estos pueblos, característica que – segñun se señalara- impedía el control de los mismos en el marco tranquilizador de un territorio acotado, no en vano denominado ‘reducción’, como el de la misión. Ya fuesen indios ‘de a pie’ o ‘de a caballo’, la movilidad permanente de estas etnias se sumaba a las dificultades geográficas que ofrecía el Chaco a las entradas de los españoles. Las tribus más temidas eran las que atravesaban el Chaco e ingresaban una y otra vez 310 Bibliografía en el territorio colonial en sus correrías y malocas sin que los españoles pudieran detenerlos. En este proceso de deconstrucción y traición, la estrategia del discurso misional pretende, además, sustituir el lugar idílico que proponía la leyenda aborigen por un infierno al modo europeo porque allí no puede penetrar el poder español y consiguientemente, ni la luz evangélica, que venían comunicando a todo este hemisferio, [quedando] sin remedio sepultados en las oscurísimas tinieblas para ser presas de las infernales furias [del demonio] (Lozano: 56). En la explicación, de evidente intención colonialista, el campo semántico de la /luz/ subsume las representaciones relacionadas con el poder occidental (es, decir, con el imperio español y con la Iglesia católica, con su clero y con sus misiones) acentuadas con los valores de la bondad, la racionalidad y el equilibrio. Las representaciones de las imágenes del imperio, de Dios, del español (del europeo) y del misionero están teñidas por la quintaesencia de las virtudes más valoradas en la Europa de esa época. En las antípodas de la escala valorativa y semántica, en el campo de la /oscuridad/, se sitúan las representaciones del diablo, del hechicero y del indio chaqueño, imágenes parcialmente superpuestas gracias al funcionamiento de los clasemas /maldad/, /irracionalidad/ y /violencia/. Correlativamente, la selva y el bosque chaqueño equivalen al infierno por lo tanto la misión evoca -en lo no dicho- una especie de paraíso terrenal. 311 Alejandra Cebrelli De hecho el “Génesis” es uno de los intertextos a la base de esta reinvención de tradiciones. En el texto bíblico, la palabra divina – performativa per se- genera un universo a partir de una distinción esencial: la luz y las tinieblas. El mundo aparece, se hace visible y, con ello, se instauran las primeras categorías de lo cognoscible y de lo valorable, del sentido y del dogma. Desde estos parámetros, la leyenda guaranítica se presenta como la inversión absoluta del Génesis –el demonio lleva a los hombres hacia la oscuridad, entendida ésta como la ausencia de toda razón y de todo bien. Por lo consiguiente, si el verbo divino puede engendrar el universo, la escritura jesuítica puede crear la historia. Una y otra fundación comparten los valores de lo verdadero, lo sagrado y, por lo tanto, lo indiscutible. Una vez re-acentuado el espacio chaqueño con los valores del infierno católico y ‘deificada’ la versión jesuítica responsable de tal proceso, la construcción de las representaciones de sus habitantes se elaboran entramadas en este universo demonizado. Por lo tanto, la figura del misionero (que subsume las del imperio, de Dios y del europeo) intensifica el halo angélico y sagrado, lo que destaca los valores disfóricos de su contraparte, el indio satanizado. Dentro de la galería de imágenes así fundadas se destacan la de los magos y hechiceros que, por contaminación semántica, pasan a representar lo “abominable” y a ser mostrados como la quintaesencia de la alteridad de las naciones tucumano-chaqueñas. 312 Bibliografía 2.3. Demonios, indios y hechiceros: hacia una retórica de las representaciones El texto que sigue, pone de manifiesto la función que cumplía la figura de los hechiceros en la versión jesuítica de este relato de origen: la de lugartenientes del Demonio y, por lo tanto, enemigos de Dios y de los hombres. Faltos de consejo por carecer del conocimiento del Dios verdadero /…/, acudieron a consultar su magos y hechiceros que eran entre ellos sus letrados sabios [quienes] les aconsejaron que se convocasen de todas partes a consultar a diferentes ídolos a quienes adoraban como los hicieron /…/ con muchas ofrendas y abominables sacrificios. En todo este tiempo se les hizo sordo el demonio, sin querer darles respuesta alguna. Instaron de nuevo los hechiceros con otros más sangrientos sacrificios en una junta general que tuvieron, para obligarle a que les diese la respuesta que deseaban. Celebraron los referidos sacrificios con grandes borracheras y festines a la usanza antigua, llamando al demonio al son de flautas, pingollos, atambores y calabacillos huecos con piedras dentro, instrumentos ordinarios de los hechiceros para darle culto e invocarle. Ni aún entonces se dio por entendido el demonio, con que no es decible cuán confusos quedaron todos. Más no por eso desistieron de sus infames súplicas /…/ (Lozano: 1941, 55-56) Algunos trazos irónicos -como la equiparación entre hechiceros chaqueños y letrados sabios- ponen en evidencia el trabajo deconstructivo que esta versión realiza en relación con el mito guaranítico que funciona de intertexto, muy evidente en la equiparación de la figura cristiana del demonio y de los diferentes ídolos que adoraban estas tribus chaqueñas. La acumulación de atributos -“infames”, “sangrientos”, “abominables”- que reenvían el mundo narrado al universo de lo /malo/ y, por lo tanto, /condenable/ sumados al horizonte referencial ya aludido termina por demonizarlo. Así se tiñen de disforia rituales como oraciones, sacrificios y 313 Alejandra Cebrelli festines realizados a la usanza antigua pero también las creencias, los sacerdotes y la concurrencia. El proceso de inversión y demonización alcanza hasta los instrumentos musicales usados en los festines y cuyo empleo se registra hasta el presente en algunas comunidades del Chaco flautas, pingollos, atambores y calabacillos huecos con piedras dentro. El modo en que se construye tanto la narración como sus tramos descriptivos y las representaciones entramadas da cuenta de que se está atacando no sólo el rol de estos chamanes dentro de las tribus chaqueñas sino el conjunto de haceres y de creencias sobre las que se sostenía cada una de estas culturas las cuales constituían, de hecho, el real obstáculo de la acción evangélica. Para ello se acude a modelos retóricos europeos sobre los cuales se instaura la construcción del mundo representado. Las figuras utilizadas – metáforas, metonimias y sinécdoques- operan sobre las matrices referenciales posibilitando al lector no sólo reconocer las representaciones sociales referidas sino asegurándole un impacto de orden afectivo y estético que colabora con el funcionamiento ideológico del texto. Desde aquí se explican las frecuentes alusiones al aspecto estético de los aborígenes, descripto como desemejante al de los Europeos (Lozano: 61). La diferencia se percibe como negativa, en particular en lo relativo a la vestimenta y aderezo de estas naciones: cuando se tiñen de colores están sobremanera feos que parecen unos demonios y causan espaanto al más animoso, sino está acostumbrado a verlos o prevenido de antemano con las 314 Bibliografía noticias de su horrible fealdad (Lozano: ibídem). La comparación, absolutamente descalificadora, establece una identidad de tipo sinecdóquica (Grupo µ: 1987, 185), según la cual “demonio” e “indio” tienen en común una ‘parte’, en este caso, el sema /fealdad/ que contamina y superpone ambas representaciones. En el fragmento que sigue se hace muy visible un proceso semejante de identificación, esta vez entre la representación del demonio y la del hechicero. Prepararon al cabo de días, una gran ramada o casa grande, donde en otra grande junta, volvieron los hechiceros a sus invocaciones diabólicas /…/ al cabo, apareciéndose allí visible el padre de la mentira /…/ les hacía saber que presto entraría en su tierra, una gente desconocida, valiente, belicosa y enemiga capital de los indios /…/; que aquellas gentes conquistarían y se harían señores absolutos y despóticos dueños de su tierra, de sus mujeres, de sus hijos y aun de su propia libertad, abusando de todo según su antojo y tratándolos a todos ellos como a esclavos suyos. (Lozano: 57) En este caso, la relación que se establece entre ambas imágenes es de contigüidad, es decir metonímica, en tanto pertenecen a una misma totalidad material206, en este caso al Chaco devenido en infierno. Cuando unas líneas más abajo se presentan a los hechiceros como ministros fieles del demonio, la figura retórica es más evidente y posibilita la identificación tanto de las 206 El Grupo µ entiende la metonimia como un metasemema (es decir, la figura retórica que sustituye un semema o palabra por otro). La metonimia consiste en el traslado del significado de un semema al otro por contigüidad espacial, temporal o causal; dicha contigüidad sería el resultado de la co-pertenencia de ambos a una misma totalidad material (Grupo µ: 190-192). 315 Alejandra Cebrelli representaciones individuales –hechicero, demonio- como de la compleja que resulta del traslapamiento producido por el tropo en cuestión. A la vez, los valores negativos que conllevan las acciones de los hechiceros (calificadas como abominables e infames) pasan de los haceres al agente. El proceso sinecdóquico acentúa de un modo disfórico las imágenes ya traslapadas del hechicero-demonio-indio. La compleja representación resultante es una variante de la imagen de la hechicera pública que circulaba en la formación discursiva oficial del Tucumán de la época. En contraste con los vecinos tucumanos, estos sacerdotes fueron capaces de despegar su percepción del estereotipo de la bruja europea, quebrando la relación entre el género femenino y la práctica. De allí que sus agentes pudiesen ser hombres o mujeres según los hábitos de la cultura a la cual se estaban refiriendo y de la que pretendían dar noticia mediante su escritura. La posibilidad de percibir el mundo de otro modo se debe, entre otras causas, a la intención informativa de la Descripción Corográfica207 y a las prácticas sociales de las que devenía, enraizadas en la necesidad de relevar datos fidedignos que facilitaran la evangelización y colonización del territorio indiano. Cuando se registra la presencia de hechiceras en estas tribus, se diseña una imagen que guarda estrecha relación con la imaginería chaqueña 207 En las primeras páginas, la voz autorial explicita el valor informativo del texto cuando aclara su intención de darte [al lector] un nuevo empleo a tu erudición en esta nueva historia ( y tan nueva que es la primera de la gran provincia del Chaco) (Lozano: 13) 316 Bibliografía y, por lo tanto, se diferencia de la que se construía en el discurso jurídico por la misma época. Esto se hace evidente en el relato de los sucesos acaecidos en la reservación de San Francisco Javier208. Era ella /…/ una insigne hechicera, a quien extrañamente respetan los infieles, y penden de su boca como de oráculos /…/ y ellas ganan este aprecio con diabólica elocuencia, para que les ministra el demonio rara verbosidad con que perseveran hablando muchas horas, en que todos les escuchan atentísimos. (Lozano: 224) Resulta muy evidente que la representación mantiene algunas invariantes propias de la hechicera pública –su estrecha relación con el demonio, la edad avanzada de sus agentes y el género- pero muestra ciertas diferencias. La hechicera chaqueña no sólo tiene voz entre sus pares, sino también una notable verbosidad de donde deviene su poder. Los lexemas extrañamente y rara aluden a la situación de otredad cultural. Posiblemente esta distancia simbólica, esta ubicación de la representación en un afuera de la cultura colonial y católica explique, además, que estos misioneros pudiesen registrar la práctica de la hechicería y de sus agentes sin la mediación de los estereotipos que funcionaban en el interior del imaginario oficial y secular con el cual, cabe aclarar, no necesariamente tenían un contacto fluido209. 208 La reducción estaba habitada por quinientas familias y era multiétnica puesto que las formaban mocovíes, tobas, malbalás y mataguayos (Lozano: 222). No se aclara a qué tribu pertenecía la hechicera en cuestión. Capítulos atrás se había mencionado el caso de una hechicera guaycurú que finalmente había admitido el bautismo (Lozano: 155-157). 209 Es necesario recordar que los misioneros eran de nacionalidades diversas y algunos de ellos pasaron varios años en una reducción, a veces muy aislados del mundo colonial. 317 Alejandra Cebrelli En síntesis, la representación del diablo-hechicero-indio chaqueño carece de marca genérica en la producción jesuítica aunque mantiene trazos negativos que devienen de su capacidad para simbolizar las antípodas de la cultura católica, occidental e hispano-criolla. Con los años, dicha representación será objeto de un trabajo de semantización y re-acentuación siempre más o menos disfórica en la escritura de estos sacerdotes. Cuando los modelos de mundo respondan cada vez menos al paradigma de lo sobrenatural, la imagen del diablo y el halo maravilloso de la representación desaparecerán, resonando sólo en la entonación negativa de la imagen del hechicero-indio chaqueño. La Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba del Padre Pedro Lozano pone en juego una retórica deudora de las historias naturales pero sobre todo de las historias morales que se escribían desde los primeros años de la conquista. Está escrita a modo de palimpsesto ya que tenía como mandato el de dar cohesión a la multiplicidad de manuscritos diversos que la orden había producido en su empresa evangélica en la Provincia Jesuítica. En la escritura se construye un verdadero sujeto colectivo -el de la compañía- que produce un simulacro de polifonía pero, en realidad, excluye cualquier tipo de voces ideológicamente contradictorias. Allí aparece la representación de los hechiceros que mantiene algunas invariantes propias de la hechicera pública –su estrecha relación con 318 Bibliografía el demonio, la edad avanzada de sus agentes y el género- pero muestra ciertas diferencias. La hechicera chaqueña no sólo tiene voz entre sus pares, sino también una notable verbosidad de donde deviene su poder. 319 Alejandra Cebrelli 320 Bibliografía Capítulo 3. Con el atractivo que busca la curiosidad (Guevara: 1764210) 3.1. Enseñar y deleitar Dentro de la escritura jesuítica referente al Chaco, se hace indispensable considerar un manuscrito que surgió de la pluma de otro sacerdote, el padre José Guevara, en 1764. Recién se publicó en 1836, bajo el título de Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán. Tal como lo anuncia su título, el libro pretende dar cuenta de las características de cada región y provincia, de sus habitantes, animales y de sus árboles, prestando especial atención en la descripción de las naciones de los naturales que las habitan; en ese sentido, se trata de una historia natural subordinada a una moral pues el interés está centrado en la relación indígenas-religiosos. Pocos años antes de la expulsión de la Compañía, cuando las relaciones entre la orden y la corona estaban en su punto de máxima tensión, la necesidad y la pasión puesta en la defensa del proyecto evangelizador jesuita se hace muy evidente y tiene un indudable impacto en la construcción y actualización de las representaciones que venían de siglos atrás, actualización realizada por un enunciador en primera persona cuya pasión se condice con la función autorial que, más allá de los desembragues a tercera persona, se mantiene a lo largo del texto y le otorga una 210 El padre J. Guevara escribió su Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán en 1764 y fue publicada como parte de la en el primer tomo de la Colección de Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata que recopilara y publicara Pedro de Angelis en 1836, la Imprenta del Estado de la ciudad de Buenos Aires. Estoy trabajando con el Tomo I de la edición de Plus Ultra (1969) de esa monumental Colección. 321 Alejandra Cebrelli homogeneidad de la que carece gran parte de la producción jesuítica anterior. En general, y pese al predominio del discurso religioso, la resistencia de estas etnias a las ‘bondades’ de la evangelización se explica con argumentos que remiten a la construcción de un imaginario claramente moderno. Bajo la pluma de Guevara, los indios son promiscuos, sucios, ociosos y borrachos, atributos que, si bien ya se habían utilizado en la Descripción Corográfica, en la Historia del Paraguay… son mucho más frecuentes. El halo maravilloso y extremadamente disfórico de este tipo de representaciones se hace muy evidente en las primeras páginas. Más adelante se va diluyendo el proceso de demonización; así el territorio y sus habitantes se diseñan desde nuevas matrices culturales sin perder del todo la carga negativa de la acentuación tradicional. La diferencia entre uno y otro horizonte referencial para el mismo tipo de representaciones pone en evidencia que el proceso de escritura de estas historias, sostenidas sobre documentos antiguos que no siempre han sido sometidos a una crítica y actualización de su contenido. Como resultado se producen acentuaciones dispares para el mismo referente, disimetrías y contradicciones parciales que el trabajo sobre el discurso no alcanza a borrar. Esta especie de ‘montaje desparejo’ –resultado del proceso mismo de la escritura jesuítica- es evidente inclusive en la historia del padre Guevara pese a que en ésta hay méritos suficientes como para que los estudiosos se entretengan con su lectura, como bien destacaba en la época 322 Bibliografía uno de sus prologuistas aludiendo tanto a la intención didáctica como literaria del texto en cuestión (Guevara: 506). En la Historia del Paraguay…, entonces, no sólo se lee la intención de seducir a los lectores sino la de producir un fuerte efecto de verosimilitud muy a tono con el empirismo del momento211. Si bien el yo de la escritura coincide con la firma, a diferencia del enunciador que se lee en la Descripción de Lozano éste se instaura, además, como un sujeto crítico de la rica y ya varias veces centenaria producción jesuítica anterior. Con ello se pone de manifiesto la intención de deleitar y de enseñar de este texto o, en otras palabras, que el mundo representado se modaliza por el doble trabajo del discurso literario y del científico. Lo antedicho resulta evidente en cuanto al referirse a la contextura física de los habitantes del Chaco, se alude a la escritura de misioneros anteriores quienes sostenían la existencia de pigmeos entre los chiriguanos. Después de toda esta autoridad [se refiere a la producción anterior], dudo mucho de la existencia de lo pigmeos. El Chaco está muy trasegado de los españoles y misioneros jesuitas /…/ Nada de esto se encuentra archivado y así se puede tener por inverosímil la existencia de los enanos. No convence el testimonio del padre Juan Fecha [1737]: no habla como testigo ocular, y refiere lo que /…/ dijeron los chiriguanos, gente infiel, y nacida para urdir engaños /…/. En lo demás las otras naciones de estas tres dilatadísimas provincias son de estatura y correspondencia de partes 211 Se llama así la concepción filosófica según la cual el conocimiento humano se funda en la experiencia. Se opone al racionalismo cuyos representantes sostienen que el conocimiento es una creación de la razón humana y al innatismo el cual afirma la preexistencia de ideas anteriores a la adquisición de datos empíricos. El empirismo de la época en que se escriben estas historias (Bacon, Locke) afirma que no hay más realidad que la accesible mediante la experiencia sensible (Di Tella: 2001, 222 y 587-588). De allí que, a diferencia de lo que tenía valor de verdad en los juicios capitulares por esos años (tanto lo que se sostenía por haber sido visto u oído de primera mano como la fama) aquí lo tiene sólo lo que se ha experimentado y, por lo mismo, puede comprobarse. 323 Alejandra Cebrelli bastantemente proporcionadas, con alguna diferencia en facciones y en color, que declina en aceitunado, en unos más claros y en otros más oscuros. La frente ceñida y humilde: rasgados y muertos los ojos: las narices chatas y abiertas: el rostro prolongado en demasía, y abultado sobradamente. Todo el encaje de la cara y textura de facciones es vivo diseño de un ánimo agreste, incivil, tosco y propiamente bárbaro. (Guevara: 521-522) El texto muestra el esfuerzo por separar esta historia del corpus legendario de corte maravilloso fundado por los primeros cronistas. Este esfuerzo en pos de la ‘verdad’ sigue, sin duda, los modelos científicos vigentes. Desde aquí se otorga más valor de verdad al testigo ocular que al testigo de oídas, sobre todo si repite la palabra de un chiriguano, catalogado como incapaz de decir ‘cosas verdaderas’ –gente infiel y nacida para urdir engaños. Por otra parte, se muestra una retórica literaria que responde a lógicas referenciales occidentales legibles en el uso del superlativo referido al espacio –dilatadísimas provincias- que contrasta con la representación del indio cuyos rasgos positivos –las proporciones de su cuerpo- están limitadas por el adverbio bastantemente. La mirada europea apenas puede quebrar el continuum de la percepción, señalando matices en el color de la piel y dando cuenta de la existencia de variantes mínimas entre una y otra nación –con alguna diferencia en facciones y en color. La pluma se afina para dar cuenta del rostro y pone el detallismo propio de la matriz descriptiva al servicio de una disforia progresiva. Se pasa de la mención de la frente ceñida, es decir, /falta de inteligencia/ a los 324 Bibliografía ojos muertos –calificativo que no sólo refuerza el significado anterior sino evoca el sema /cadáver/ que conlleva el gentilicio “chaqueño”212, aquí reemplazado por la paráfrasis -de estas tres dilatadísimas provincias. Por otra parte, una y otra figura conllevan los semas /sin raciocinio/ y /sin luz/ cuya concomitancia y complementariedad pone en evidencia el funcionamiento del imaginario racionalista. A la descripción de las partes le sigue la del todo, en este caso, el rostro cuyos atributos -prolongado y abultado- se encuentran determinados por adverbios puestos al servicio de la hipérbole –en demasía, sobradamente. Como resultado, la figura del chaqueño se transforma en una especie de caricatura que evoca y actualiza el campo semántico de lo /monstruoso/ y /deforme/ donde históricamente se venía ubicando al aborigen americano. Estas facciones se condicen con un carácter cuyos atributos no sólo son negativos sino que, en lo no dicho, ‘justifican’ el proceso de evangelización en tanto acción capaz de invertir lo incivil y bárbaro en ‘civilizado’ y de trasformar lo agreste y tosco en ‘urbano’, ‘culto’ y ‘delicado’. Resulta evidente, por tanto, el modo en que los nuevos modelos de mundo inciden en la actualización de las representaciones de los habitantes del Chaco. Cabe destacar que la novedad no pasa sólo por el tipo de atributos desde los cuales se diseñan, como agreste o incivil, sino por la 212 Los semas /muerte/ y /cementerio/ que conforman parte del vertimiento semántico del topónimo “Chaco” para los hispano-criollos se mantienen activos por lo menos hasta 1837. Pedro de Angelis afirma que el Chaco ha sido por mucho tiempo el sepulcro de los Misioneros (De Angelis: 1972, 212). 325 Alejandra Cebrelli actualización de otros, por entonces tradicionales, como bárbaros, infieles o engañadores213. Estos últimos poseen un sentido vacilante con el que contaminan la imagen del indio chaqueño, vacilación que adquieren al ingresar en cadenas de significación propias de una formación discursiva que se está imponiendo sin desprenderse del todo del lugar que ocupaban en la formación anterior. Dicho de otro modo, los adjetivos referidos –de capital importancia en el diseño de la representación del chaqueño- están funcionando como significantes flotantes, es decir, se trata de elementos que no terminan de fijarse a una o a otra cadena discursiva de la coyuntura histórica (Laclau /Mouffe: 180) del momento de producción; sin duda se trata de una época de grandes cambios y tensiones en el imaginario local e imperial, tanto en lo relativo a la historia de los jesuitas en América como a las reformas borbónicas que se comenzaban a imponer. Como se tratará de mostrar, todo ello tuvo un fuerte efecto en la percepción de sí mismo y del otro y puso en tela de juicio las lógicas referenciales antes aludidas. 3.2. Astutos, parleros y engañadores Interesa particularmente la incidencia que los cambios mencionados produjeron en la construcción de las representaciones del hechicero 213 En general se trata de atributos ya muy utilizados. En el “Capítulo V” de la Historia del Nuevo Mundo, del Padre Bernabé Cobo (1640) ya se lee que estos pueblos se hallaban envueltos en las tinieblas de su gentilidad y bárbara ignorancia (Altuna / Mata: 20). El atributo de infiel en el sentido /aquel que no conoce a Dios/ se utilizaba en el discurso religioso desde la época medieval. Finalmente cabe destacar que en la Descripción orográfica ya se consideraba a los indios chaqueños como engañadores. 326 Bibliografía chaqueño que aquí funciona en orden a una defensa de la evangelización jesuítica, por entonces, muy cuestionada. De allí que se dedique una sección entera al comentario de los hechiceros chaco-tucumanos que, a los ojos de este apasionado narrador, son culpables de gran parte de las dificultades misionales más por sus características étnico-culturales que por mantener supuestas relaciones con seres sobrenaturales (Guevara: 1969, 542-551). Lo que aquí se lee es un proceso de separación bastante avanzado de la imagen del chamán respecto de la del Diablo, resultado de la coyuntura histórica del momento de producción. La vacilación, casi imperceptible pues se lee en lo no dicho, da cuenta de que la representación del hechicero funcionaba como uno de los significantes flotantes en la discursividad de la epoca y que, en no mucho tiempo, iba a vaciarse completamente de los elementos sémicos propios del campo de lo sobrenatural. Más temible era una maldita ralea de fingidos demonios que se predicaban árbitros de las tempestades, rayos, tormentas, ríos, inundaciones, pestes y muertes. Estos eran unos hombres astutos y parleros, demonios vivos y visibles, que tenían mucho séquito y aceptación entre estas gentes. No sucedía mal, ni desgracia, que no los clamoreasen efecto de su enojo y venganza. No había prosperidad ni dicha de que no se declarasen autores /…/. Estos son los que llaman hechiceros: gremio autorizado por el poder que se apropian y temibles por los males que amenazan. (Guevara: 545) Las matrices racionalistas postuladas desde la formación discursiva que se está imponiendo atenúan los componentes de la representación del hechicero relativos al universo de lo mágico y, en su lugar, incorporan y ponen en posición nuclear a los semas referidos al campo de lo natural. En 327 Alejandra Cebrelli otras palabras, los elementos que están funcionando de un modo latente se leen en el lexema “maldito” (= /endiablado/); por su parte, el clasema /engañoso/ que la imagen del hechicero traía desde la Descripción Corográfica se ha transformado en nuclear214. El estatuto humano de los hechiceros y de sus hábitos se refuerza al referirlos como hombres astutos, parleros 215 y engañadores. De los atributos ‘naturales’ de la representación cabe destacar los de “vivo” y “visible” que atentan contra el halo espectral de la imagen anterior. Pese a que sus rasgos sobrenaturales se han opacado, mantiene la extrema valoración negativa que conllevaba, legible en maldita ralea de fingidos demonios. El sintagma abre el párrafo y funciona como referencia catafórica, es decir, a modo de síntesis anticipada de lo que se desarrollará. De ese modo, el conjunto de atributos que se refieren a continuación no sólo aluden al chamán sino también a la etnia en su conjunto (”ralea” significa /raza o clase/), dando cuenta –a la vez- del peso de la conformación racial en el imaginario del siglo XVIII en la América hispánica. Unos párrafos más adelante, la vacilación parece haber desaparecido del todo216. Ello se debe al afán crítico orientado a la construcción de la veracidad del texto que se viene señalando. 214 Se trata de un proceso de contaminación semántica que se produce a partir de la apelación del “diablo” como “padre de la mentira” y del traslapamiento parcial entre una y otra representación ya señalada. 215 En la Historia de los abipones también se encuentra la misma representación: los hechiceros son considerados charlatanes (Dobrizhoffer: 1967, 161) 216 Estas vacilaciones responden a las condiciones coyunturales de la época y no solamente a la galería de representaciones relacionadas con la práctica de la hechicería en el Chaco. De allí que, aunque algunos significantes flotantes parecen estabilizarse en una cadena 328 Bibliografía Algunos autores, llevados de innata propensión a amenizar sus historias con novedades inauditas, describen los embustes de estos fingidos hombres como hechicerías, y a los que son puros engañadores, los hacen familiares del diablo. (Guevara: 545) Desde parámetros cada vez más racionales y empiristas, la demonología que había caracterizado a buena parte de la tradición escritural de la Compañía y sobre la cual se fundaba la representación sobrenatural del hechicero ha perdido su prestigio original al punto de requerir algún tipo de justificación. Así, la escritura de Guevara explica el uso de esas imágenes como el resultado de juegos retóricos propios de autores con una propensión a amenizar historias con novedades inauditas; es decir, le atribuye una loable intención didáctico-literaria. Con ello, el yo autorial se legitima sin salirse de los estrechos carriles del discurso jesuita. 3.3. Bailes, brincos y saludables azotes En contraste, y pese a la evidente inscripción del discurso literario, la Historia del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán pretende referir sin amenidades, indudable deuda con los paradigmas científicos del momento. Con tal fin, se realiza un registro minucioso de las costumbres y de la equivalencial, otros siguen vacilando entre una y otra formación discursiva y esa mayor o menor ‘flotabilidad’ puede variar de texto en texto. Ello se hace evidente al seguir este tipo de funcionamiento en otros documentos de la misma época o inmediatamente posteriores, como se señaló a propósito de los juicios de Pascuala y de Juana e, inclusive continuar casi un siglo más en las periferias, como se mostró a propósito del proceso policial contra Leona Martínez. 329 Alejandra Cebrelli naturaleza de la zona utilizando lógicas de referencialidad que, pese a su marcado tono de época, mantienen su valor documental hasta el presente. Dicho de otro modo, para que una descripción sea creíble en la época de Guevara, pero también en la actualidad, no sólo debe responder a modelos estéticos y retóricos en boga sino y sobre todo, a modos de percibir, registrar y nombrar el mundo, modos capaces de construir un efecto de realidad en el lector (Barthes: 2004, 96-97). En ese sentido, aquí la tradición escrituraria anterior es actualizada desde modos de percepción y registro cuya adscripción a la ratio occidental y moderna permite que mantenga su efectividad pese al paso del tiempo y a los paradigmas científicos vigentes en el siglo XXI. Así, al contrastar descripciones como la que sigue a continuación con otras realizadas por los mismos aborígenes en la actualidad, se puede comprobar que el ritual no ha cambiado demasiado pese los años transcurridos. Este tipo de comparaciones no son gratuitas pues demuestran que los modos de reproducción de prácticas alterizadas por modelos culturales racionalistas y empiristas primero e iluministas y positivistas después – como la de la hechicería- son múltiples y, aunque se dan en forma ininterrumpida, no siempre se registran pues suelen circular al margen del mundo letrado de un modo preponderantemente oral217. 217 Esto es muy visible en culturas cuyo alfabeto es muy reciente como la de los toba o de los wichí. Los talleres de ‘Memoria étnica’ realizados en Tartagal se relevaron dos descripciones rituales con evidentes semejanzas a las que describe Guevara aunque, desde otro horizonte referencial, se valoran de un modo positivo (2003, 113-123). Mi abuelo era un brujo que hacía el bien, él se ponía unas cosas que daban sonido en los tobillos, en la cintura y en la 330 Bibliografía Éste era también el ejercicio del hechicero brasileño que penetró al Guayra. Al son desacompasado que hacían las uñas de venado dentro de la calavera, bailaba, brincaba con agilidad increíble, soplando fuertemente al aire, y provocando los rayos y tempestades contra los que le hiciesen oposición. (Guevara: 547) En la Historia de Guevara la disforia que tiñe la descripción de las prácticas resulta del espesor histórico de la representación del hechicero. Si a ello se suma que la focalización del enunciador se hace desde un afuera de la cultura aborigen, se agudiza la situación de alteridad. En el texto, ello es legible en el atributo desacompasado que da cuenta de una alteración de la percepción occidental del tiempo que, por contraste, resulta /en compás/. Ahora bien, la matriz descriptiva y la intención de verdad que están a la base del texto ambiguan la acentuación referida ya que, a la hora del relato de un caso218, permiten que se filtre y se anote la extrema violencia a la cual se sometió a los aborígenes en las misiones jesuíticas, lo que atenúa el halo angélico de la representación que los sacerdotes habían construido de sí mismos y que, como era previsible, estaba en franca crisis. De este modo, se cuenta que un hechicero brasileño había entrado en el Guayra y cabeza en forma de corona, tenía el porito en la mano y cantaba con el bombo y bailaba. (Jorgelina Jara, wichí) Mientras yo crecía veía que llegaban personas enfermas y mi abuelo empezaba a cantar y a danzar a la vuelta del enfermo, hacía soplidos al aire, le tocaba el cuerpo y soplaba al aire. (Virginia Romero, toba) 218 El caso pertenece a la tradición escrituraria jesuítica y, en general, era de tipo hagiográfico. Suponía un desarrollo argumentativo y narrativo yuxtapuesto al descriptivo 331 Alejandra Cebrelli amenazaba a los indios reducidos hasta que los misioneros lo sometieron a fuerza de latigazos. El fiscal del pueblo de San Ignacio, despreciando sus amenazas, le cogió, y puso un par de grillos, y en presencia de todo el pueblo descargó cien azotes sobre el fingido numen y verdadero embustero. A los primeros golpes, no soy yo, exclamó, no soy yo Dios, sino un pobre indio corno los demás y ningún poder tengo para dañar ni causar mal alguno. No satisfechos los ignac i a n o s con la confesión del reo, los dos inmediatos días repitieron el castigo de los saludables azotes, y humillaron su altiva presuposición. (Guevara: 547-548) La anécdota muestra que el poder misional se sostenía no sólo en la persuasión sino, más bien, en prácticas punitivas ejercidas directamente sobre los cuerpos de los indios; prácticas que al unir la falta y el castigo en el mismo escenario, afirmaba a la Compañía como un poder armado y organizado según la lógica de la guerra. Estos ‘soldados de Cristo’ imponían, sin lugar a dudas, una mecánica de poder según la cual la desobediencia era un acto de hostilidad, un comienzo de sublevación que era necesario reprimir públicamente. De esa manera, se postulan como más poderosos que los hechiceros y como ‘develadores’ de los supuestos engaños, con lo cual ejercen un rol ‘iluminador’ de las mentalidades. No una, sino muchas veces ha salido bien la experiencia de los azotes: ya sea porque la vejación da entendimiento, ya sea porque el engañador descubierto, y descifrada la doblez de sus procederes, pierde la esperanza de ser creído, y de hallar entrada en quien penetró sus enredos. (Guevara: 548) (Altuna: 2002, 49). La pérdida de la perspectiva sobrenatural explica, en parte, el valor documental que esta historia mantiene hasta nuestros días. 332 Bibliografía Atrapada por la búsqueda de la veracidad y por la lógica descriptiva, la escritura registra el modo en que la escenificación del castigo suplantaba la falta de una vigilancia continua sobre los indios reducidos – por otra parte imposible en el ámbito de una misión que, en general, contaba con muy pocos sacerdotes en relación al número elevado de chaqueños. Sin embargo, la fuerza axiológica del discurso jesuítico lleva al narrador a justificar esta violencia corporal aunque más no sea con argumentos para entonces muy cristalizados en el discurso religioso y político como el de afirmar que la vejación da entendimiento pone al descubierto las transgresiones e intenciones de los reos –justificaciones históricas del suplicio, deudoras en gran medida de las prácticas inquisitoriales. En síntesis, más allá de la fuerte inscripción del discurso literario y del jesuítico, la escritura es atrapada por retóricas y lógicas referenciales propias del discurso científico predominante en este tipo de historias. De este modo, las axiologías religiosas suelen quedar parcialmente ambiguadas lo que da cuenta, una vez más, de la particular coyuntura histórica que se estaba viviendo en el momento de producción de este texto. 3.4. Chupadores y sajadores. Acerca de la medicina chaqueña Como las prácticas curativas de los aborígenes chaqueños eran realizadas por esos hechiceros tan denostados por la escritura del padre Guevara, tampoco reciben mejor valoración. Siguiendo la retórica ya aludida, sus rituales son cuidadosamente referidos pero, en tanto se consideran tan engañosos como engañadores (Guevara: 551-552), la 333 Alejandra Cebrelli minuciosidad de la descripción se pone al servicio del develamiento de tal mistificación219. Desde este lugar de enunciación, se refieren dos rituales de sanación: el de los chupadores y el de su variante, los sajadores220. El narrador dedica mayor atención al primero, tal vez por ser una práctica común a varias etnias chaqueñas221. El intertexto es un fragmento de la Descripción Corográfica anteriormente citado (Lozano: 95-96), deconstruido y elaborado por el discurso literario que aquí predomina. Todos los preceptos galénicos se ceñían a la práctica de chupar y por eso los autores los califican con el nombre de chupadores /…/ Llegados a la chozuela del enfermo, entran haciendo espantosos visajes, hinchando de viento los carrillos, y soplando fuertemente el aire. Como no entienden de pulso y la aplicación de medicina se ha de hacer sobre la parte dolorida, preguntando qué es lo que duele al enfermo, luego aplican la boca y chupan la parte lesa con increíble vehemencia. Aquí comienzan los gestos: aquí el expeler entre contorsiones y espumarajos, el palito, la piedrezuela, la espina y el gusano, que de antemano previenen según las precauciones del arte de chupar. – “¡Cómo había de descansar –dicen-, cómo no se había de afligir, cómo no se había de quejar, si este gusano le roía, si esta espina le picaba, si este palito y piedra se le entró 219 En la Historia los curanderos reciben el atributo de engañadores (Dobrizhoffer: 168). Evidentemente, las representaciones se mantienen con muy pocas variantes dentro del discurso jesuítico y de la misma formación discursiva en tiempos cortos como los que median entre la Descripción y las dos Historias mencionadas. 220 Práctica curativa que, según Guevara, consiste en sajar –hacer sangrar- la parte dolorida para luego chuparla con la finalidad de extraer las flechas del Ayaquá, deidad maligna de los lules (Guevara: 554). 221 Los actuales nivaclé (también conocidos como chulupíes), denominan toiyeéj a un tipo de agente que funciona como lo que la mirada occidental consideraría un sabio, curandero y brujo a la vez. Estas comunidades mantienen vigentes prácticas mágico-curativas que la antropología define como shamánicas. Uno de los rituales de sanación que consiste en acostar al enfermo sobre una manta o cuero mientras el toiyeéj se acuesta a su lado. Entonces entona un canto en el que invoca a un auxiliar (especie de representación de tipo animista que le otorga un tipo particular de poder al toiyeéj y requiere ser invocada mediante cánticos especiales) y succiona el cuerpo con el fin de extraer el daimon .(especie de entidad maligna) que, para esta cultura, se ha introducido en él y le provoca la enfermedad (Tomassini: 1997, 92). 334 Bibliografía en las carnes vivas! Ahora se aliviará el enfermo, porque cesando la causa que aflige, se remite el dolor que mortifica”. (Guevara: 552-553) Tanto el funcionamiento de la focalización externa en el plano de la enunciación como de la hipérbole en el del enunciado –espantosos, fuertemente, increíble vehemencia- no son inocentes; por el contrario, marcan la alteridad de estas tribus respecto del yo que observa, describe y narra el cual, una vez más, no puede romper las lógicas referenciales occidentales y los valores que de allí devienen. La imposibilidad de romper tales marcos perceptuales y semióticos se hace más evidente porque la hipérbole quiebra la relación normal entre las palabras y las cosas; norma que, en este caso, es europea y resulta la ‘medida’ mediante la cual se percibe y evalúa el mundo ‘otro’. El funcionamiento de la sistemática del ‘mundo al revés’, legible desde las primeras líneas, destaca aún más el extrañamiento cultural desde el cual se está mirando, midiendo y registrando. Para el lector europeo, la comparación entre los preceptos galénicos y la práctica de chupar no sólo es absurda sino cómica, efecto que se produce por la disimetría entre el uso culto y vulgar de cada término, uso que contamina y acentúa los haceres curativos referidos. Cabe aclarar que la disimetría también está marcada por el verbo ceñirse, entre cuyos semas se encuentra el de /encoger/. La diferencia raigal entre una y otra cultura también se lee en la afirmación de la supuesta falsedad del curandero y de su consecuencia, la 335 Alejandra Cebrelli imposibilidad de una sanación efectiva; es decir, al no coincidir la terapéutica aborigen con la que por entonces era habitual en los círculos letrados europeos –no entienden de pulso-, las acciones de estos hechiceroscuranderos resultan espantosas e increíbles y sus movimientos son descriptos mediante un lenguaje que remite al campo semántico de lo /abominable/ –espumarajos- y de lo /deforme/ -contorsiones, propio también del discurso represivo de la hechicería que se inscribía por entonces en los juicios capitulares. La alteridad extrema que se va construyendo explica la mayor traición del registro respecto de su referente: la imposibilidad de reproducir no sólo las voces sino la lógica de la práctica curativa en cuestión. Enunciados del tipo de se aliviará el enfermo, porque cesando la causa que aflige, se remite el dolor que mortifica, no resultan verosímiles en la boca de estos indios ni siquiera mediando un proceso de traducción lingüístico e intercultural. Se trata de un caso de ventrilocuismo puesto de manifiesto, además, por la ironía que se lee en la presencia de relaciones causa-efecto que no se sostienen desde lógicas occidentales -¡cómo no se había de quejar, […] si este palito y piedra se le entró en las carnes vivas!. Los guiños humorísticos se hacen más evidentes todavía por el efecto de teatralidad producido por el texto y logrado por la descripción de la gestualidad del curandero que, sumado al uso del discurso directo, funcionan al modo de una didascalia. A todo ello colabora la modalidad exclamativa, acorde –además- con la hipérbole antes señalada, acentuando el efecto teatral aludido. 336 Bibliografía El texto muestra que la representación del hechicero y la del curandero comparte el mismo núcleo sémico -/falsedad/- el cual, según se señaló, es idéntico al de la imagen de los indios chaqueños más alterizados por esta escritura, los chiriguanos. La coincidencia parcial señalada hace evidente el traslapamiento de estas tres figuras ya que si bien tienen el mismo núcleo, el resto de la composición semántica de cada una es cambiante. Estas identificaciones parciales dan cuenta tanto de la extrema alteridad donde el enunciador ubica las representaciones de los chaqueños más resistentes a la evangelización –ya fuese por su pertenencia étnica como por su rol social y por sus prácticas- como del proceso de secularización a que están sometidas por la escritura. Si a ello se suma el trabajo deconstructivo del lenguaje literario que enrarece más aún el referente, resulta innegable la distancia cultural extrema que media entre el que asume la posición de sujeto y los que son objeto de la escritura, entre quien representa y los representados. Por otra parte, la Historia del padre Guevara registra una instancia sociocultural en la que el mundo y sus lógicas están cambiando para siempre. Las consecuencias religiosas, políticas, administrativas, científicas e ideológicas de esta coyuntura se harán sentir a lo largo de las décadas subsiguientes. La vacilación de algunos significantes o la persistencia de valores premodernos en un imaginario cada vez más moderno dan cuenta de estas transformaciones. 337 Alejandra Cebrelli Como ya se vio a propósito del juicio de Pascuala (Parte II, Cap. 4), el cambio no es homogéneo. Mientras en las ciudades coloniales las peticiones culturales se van orientando hacia modelos cada vez más cercanos a una Ilustración que entonces recién se está iniciando en Europa, en las periferias de la cultura local siguen vigentes modos de percibir, juzgar, evaluar y decir mucho más cercanos a la superstición que a la razón y a la ciencia. La escritura da cuenta de los grandes cambios y tensiones en el imaginario local e imperial, tanto en lo relativo a la historia de los jesuitas en América como a las reformas borbónicas que se comenzaban a imponer. Comienza a funcionar un nuevo paradigma que apela a la ratio occidental y moderna para dar cuenta de los lugares, los animales y los habitantes del Chaco. Estas lógicas desplazan la demonología que había caracterizado a la tradición escritural jesuítica y sobre la que se asentaba la representación anterior del hechicero que, como consecuencia, pierde su halo sobrenatural y es visto como un mistificador en el cual recaen las culpas de las dificultades misionales. Se registra una vacilación entre los dos horizontes referenciales que contamina las representaciones, mostrando que cada una ingresa en cadenas de significación de la nueva formación discursiva sin desprenderse del todo del lugar que ocupaba en la formación discursiva anterior. La escritura da cuenta de las inscripciones de los discursos literario, religioso -particularmente el jesuítico- y científico predominantes. Los 338 Bibliografía valores religiosos se ambiguan debido tanto a las operatorias interdiscursivas como a la particular coyuntura histórica que se estaba viviendo en el momento de producción de este texto. 339 Alejandra Cebrelli 340 Bibliografía Capítulo 4. El paraíso perdido (Paucke: 1773-1780) El padre Florián Paucke nació en Witzingen (Austria) e ingresó muy joven a la Compañía de Jesús con la intención de prepararse para llevar la palabra de Dios a los infieles. Hechos sus votos, mantuvo su vocación inicial y logró que lo enviaran a la Provincia Jesuítica de Paracuaria. En 1748 llegó hasta la ciudad de Córdoba del Tucumán, desde donde partió a una reducción en el Chaco austral222. Allí trabajó entre los indios mocovíes, una de las tribus pertenecientes a la etnia de los temibles guaycurúes, hasta que el extrañamiento de la orden lo devolvió a su patria. A partir de ese momento, se asiló en el convento cisterciense de Zwettl, donde escribió sus extensas memorias a pedido de sus benefactores en un lapso de tiempo indeterminado entre su llegada, en 1773, y su muerte en 1780. El sacerdote las tituló Hacia allá [fuimos] amenos y alegres, para acá [volvimos] amargados y entristecidos223, aunque se conocen bajo el título de Hacia allá y para acá. Una estadía entre los indios mocovíes: 1748-1767. 222 Las memorias del padre Paucke poseen un extraordinario valor antropológico y, en particular, dan cuenta tanto de la importancia de la hechicería entre los mocovíes como de las formas de represión y disciplinamiento a que sus agentes fueron sometidos. Resultan pertinentes, por lo tanto, para rastrear la inscripción del discurso de la hechicería en la escritura de la orden y, desde allí, considerar las transformaciones en los modos de representar la práctica y sus agentes a lo largo del siglo XVIII. La importancia que tiene para la presente investigación me ha llevado a incluirlas en el corpus pese a que para ello he tenido que considerar no sólo el criterio territorial español sino también el jesuítico. La misión de San Javier formaba parte de la extensa Provincia Jesuítica de Paracuaria que entre otras localidades, comprendía las actuales provincias argentinas de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Formosa, Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires (Paucke: I, 1943, XVII). Pese a que la reducción no estaba ubicada en lo que hoy se considera Noroeste argentino, formaba parte de la frontera chaqueña sur-este pues se encontraba al norte de la provincia de Santa Fe. Asimismo, estaba habitada por los mocovíes, pertenecientes a la etnia guaycurú, los cuales eran de las tribus que maloqueaban en la frontera tucumano-chaqueña. 223 Utilizo la traducción de Edmundo Wernicke, especialista en el alemán del siglo XVIII quien también tuvo a cargo una versión al español del Viaje al Río de la Plata (1534- 341 Alejandra Cebrelli De toda la escritura de los sacerdotes de la Compañía sobre el Chaco, el manuscrito de Paucke es el que inscribe con mayor fuerza el discurso literario en su variable autobiográfica, sin abandonar la matriz descriptiva propia tanto de las historias naturales y morales como de la literatura de viajes de la época224. De allí que para su comprensión se haga indispensable conocer tanto los avatares del escritor como el horizonte cultural e histórico en el cual se escribió. De hecho, el título da cuenta de las particulares condiciones en que se produjo: un doble exilio obligado: de la reducción chaqueña de San Javier en la cual Paucke había vivido casi dos décadas y de la congregación que el Papa Clemente XIV había disuelto en 1773 (Di Steffano y Zanatta: 2000, 125) además de encontrarse bajo el mandato de un prior que no era su superior jerárquico sino el del convento donde se había refugiado al disolverse su propia orden. 1554), de Ulrich Schmidel. Wernicke tradujo desde una copia del manuscrito original, hoy extraviado, corregido por el mismo Paucke. Dicha copia fue encontrada en el Monasterio de Zwettl (Bajo Danubio, Alemania) por el padre Guillermo Furlong. Esta traducción constituye la primera edición completa de la obra –se habían publicado extractos en alemán y en español- y se ha puesto el mayor cuidado en presentar una lectura lo más literal posible, rehuyendo todo afán de embellecer o modificar sus expresiones, que siempre resulta en detrimento de la exactitud (Paucke; 1943, I, XXIII). El cuidado del traductor llega al extremo de trabajar contrastivamente con las ediciones previas y con las cartas manuscritas del padre Paucke a sus superiores que, por entonces, se conservaban en el Archivo General de la Nación Argentina. El hecho de leer una traducción me obliga a evitar en lo posible el análisis del discurso de base lingüística, salvo en lo relativo a los índices gramaticales de enunciación y a la consideración, con ciertas restricciones, de algunas isotopías. De allí que prefiera considerar matrices relativas a los tipos textuales y discursivos implicados y le dé particular importancia a la dimensión ideológica. 224 La estrecha relación de Hacia allá y para acá con la literatura de viajes es indudable, como se afirma más adelante. En ese sentido, es importante destacar que, para Altuna la dimensión autobiográfica puede emerger como resultado del tránsito mismo, de la intención que tiene el viajero de narrar su experiencia, tal como sucede en Un viaje fascinante por la América Hispana del siglo XVII, de Diego de Ocaña. Para la investigadora colonialista, el aquí y el allá señalan la disociación del sujeto de esa escritura (Altuna: 2000, 146-150). 342 Bibliografía Por otra parte, el título también alude a una escisión desgarrada entre un aquí desolado y un allá feliz, entre el exilio europeo y el añorado territorio chaqueño. Desde las primeras palabras, entonces, se convoca a la escritura el mito del paraíso perdido que, a modo de texto cultural225, le otorga una organización semántica, patémica e ideológica que produce la semiosis aunque sólo aparece de modo fragmentario y subyacente. El espacio edénico se convierte en objeto de un texto que se configura como una memoria y, como tal, aparece atravesado por una pasión puesta al servicio de la defensa de la propia acción misional y de la gesta jesuítica en su conjunto. Como se verá más adelante, estas mediaciones y constricciones difractan no sólo el mundo representado sino la imagen y la voz de quien, figurativamente, lo está refiriendo. Hasta ahora no había tenido ningún impulso para tomar la pluma y dar a conocer a alguien mi viaje a la lejana América; pero después, a causa de las múltiples solicitaciones de mis muy estimados y apreciados favorecedores, me he dejado animar a acceder a su pedido dentro de mis posibles y darles a conocer tanto mi viaje por el Mar Mediterráneo y Mar Grande como también por tierra en América occidental hacia las provincias de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, pero principalmente para relatarles mi actitud durante diez y ocho años en las reducciones recién establecidas hacia el norte, junto con 225 Edmond Cros entiende por texto cultural un fragmento de intertexto de determinado tipo que interviene según modos específicos de la geología de la escritura. Se trata de un esquema narrativo de naturaleza doxológica en la medida en que corresponde a un modelo infinitamente retransmitido, el cual, como consecuencia, se presenta como un bien colectivo cuyas marcas de identificación originales se han perdido […] No existe más que reproducido en un objeto cultural y sólo se manifiesta fragmentariamente en el texto emergiendo a través de huellas imperceptibles, fugaces, susceptibles de un análisis (Cros: 1996: 25-40). Creo que, en este caso, por su origen bíblico y la fuerte inscripción del discurso religioso en el texto el mito mantiene sus marcas de identificación aunque están diseminadas en la escritura. 343 Alejandra Cebrelli mi retorno desde estos países a España y desde ahí hacia Holanda. (Paucke, 1943, I, 3) La fusión en el yo del enunciador, del protagonista del relato y de quien firma –una de las características del discurso autobiográfico (Léjeune: 1975, 147226; Pozuelos Ivancos: 1993, 188-189; Loureiro: 1991, 3-4)- se hace evidente en las palabras que abren el “Prefacio”. La mención del particular mandato que ha dado lugar a esta escritura da cuenta del carácter público de la misma227, abierta a un lector indefinido que ya no podía ser la congregación. La construcción de este tipo de destinador y destinatario rompe con la tradición jesuítica cuya escritura se había engendrado desde y para la misma Compañía de Jesús y sólo se había abierto, de manera indirecta, a aquellos lectores cristianos (Lozano: 13-16) capaces de compartir la particular visión desde la cual los misioneros representaban sus travesías dentro la Provincia Jesuítica de Paracuaria. En este caso, en cambio, se toma la pluma para contar las propias aventuras a un alguien cuya única competencia exigida es el interés por conocer la travesía completa y la larga estadía en la América occidental. A continuación, se explicita el plan de escritura del libro, estrategia típica del discurso autobiográfico (Mateos Montero: 1995, 128) que permite 226 Me refiero a El pacto autobiográfico de Philipe Léjeune, citado por José María Pozuelos Ivancos (1993, 188-192) y por Aurora Mateos Montero (1995, 125-130). 227 Otra de las características de la autobiografía señalada por Mijail Bajtín (1898: 221-223; Mateos Montero: ibídem; Pozuelos Ivancos: ibídem). 344 Bibliografía organizar el material narrativo228. Esto pone de manifiesto el carácter ficcional de este discurso que suele pasar desapercibido gracias al funcionamiento de un ‘pacto particular de lectura’ según el cual el contenido se considera como ‘verdadero’ (Léjeune: ibídem, 147; Pozuelos Ivancos: ibídem, 189; Loureiro: 1991, 4), La elección del género autobiográfico refuerza el contrato veredictivo propio del discurso científico que también forma parte del tejido interdiscursivo en el que se entrama el texto. El esfuerzo perlocutivo está puesto al servicio de lograr la mayor verosimilitud posible sostenido por la intención de justificar el propio trabajo misional, legible en relatar mi actitud durante diez y ocho años en las reducciones. Se instaura así una dimensión argumentativa que emparenta esta autobiografía con otras prácticas textuales y discursivas propias de la época tales como la confesión, el encomio (Bajtín: 1989, 221; Altuna: 2000, 159) y la memoria –en particular, la de expedicionarios militares al Chaco (Cebrelli: 2003c y 2004a229). Con estas prácticas comparte también la construcción de una imagen positiva del yo que enuncia. En todas ellas se intenta construir una autorepresentación apta para ser mostrada en la vida 228 Se trata de la estrategia llamada ‘subida’ (Mateos Montero: ibídem) que el enunciador utiliza varias veces a lo largo del extenso manuscrito (Paucke: II, 174 y II, 133). 229 Me refiero a la “Relación de Méritos y Servicios” que el Maestre de Campo Blas Joaquín de Brizuela redactó por orden de Don Jerónimo Matorras, gobernador de Tucumán, durante la expedición de 1774. Fue publicada bajo el título “Diario de la expedición hecha en 1774 a los Países del Gran Chaco desde el fuerte del Valle por Don Jerónimo Matorras”, en el tomo VIII-A de la Colección de Obras y Documentos (de Angelis: 1972-[1837], 241-301). También sirven de referencia dos diarios escritos durante una misma expedición al Chaco en el año 1780: El “Diario de la Primera Expedición al Chaco emprendida en 1780 por el Coronel Don Juan Adrián Fernández Cornejo” (de Angelis: 1972-[1837], (de Angelis: 1972-[1837], VIII-A, 305-183) y el “Diario del Viaje al Río Bermejo por Fray Francisco Morillo del Orden de San Francisco” (de Angelis: Ibídem, 385-430). 345 Alejandra Cebrelli pública que responde a las ideologías que sustentan el diseño general, la selección y la organización de rasgos y valores (Bajtín: ibídem). En las memorias de Paucke, la imagen de sí mismo está estrechamente relacionada con una insistencia en la veracidad de su palabra en tanto se sostiene en la experiencia personal y en la observación del mundo referido. Pero a lo que yo me obligo especialmente durante el transcurso de este relato e información será a observar la sincera verdad de mi informe, la que no se basará en noticias ajenas recogidas sino sobre la experiencia propia. Si acaso se incluyera algo que fuera conocido por informes extraños, será mi deber el no ocultarlo al lector y dejar establecida la verdad de aquellas cosas allí donde y por quien han sido comunicados. /…/ En esto hay que advertir que lo que yo refiero aquí ha de entenderse de las costumbres y manera de vivir conocidas propiamente por mi y observadas por la experiencia referente a estos indios. (Paucke: ibídem) Se trata de un yo que se modaliza desde un deber-decir-verdadero, legible en –yo me obligo a observar la sincera verdad. Dicha observancia surge de la voluntad individual pero también de una autodisciplina propia de la práctica sacerdotal que devela a quién enuncia en realidad: un yo inclusivo, un yo hablando desde y por una institución recientemente desaparecida pero que mantenía intacto el poder aglutinante entre sus antiguos miembros. El hecho de que la Compañía fuera clausurada hace que el nosotros aparezca velado, apenas visible en la pasión del yo voluntarista e intenso (Greimás / Fontanille: 1994, 35). Desde aquí se explica la recurrencia tanto de la dimensión ética como de la pragmática. La desmesura se hace evidente al considerar tres 346 Bibliografía cuestiones: 1- la verdad de un enunciado no sólo depende de su adhesión al referente sino de los condicionamientos dialógicos y conversacionales230; 2la inscripción del discurso autobiográfico asegura un contrato veredictivo; 3- el funcionamiento del discurso científico y de la matriz descriptiva reafirman dicho contrato y lo remiten a los paradigmas empiristas e iluministas de la Europa de finales del siglo XVIII. Asimismo, el estatuto de ‘verdad’ de esta palabra –y de su locutorse asienta también en otras prácticas discursivas religiosas: la del sermón y la de la enseñanza del catecismo. Estas implican la difusión de la palabra de Cristo, considerada por el dogma como verdadera per se, la cual -por contaminación metonímica231- pasa sus atributos a la palabra del enunciador-sacerdote-misionero-firmante. Como resultado de estas estrategias se construye una representación del Pater que se contrapone a la del Español –cuyo rey, Carlos III, había sido el responsable de la expulsión de la Sociedad de Jesús de América. Esta imagen es atribuida a vecinos, encomenderos, milicianos y autoridades con las cuales había tratado el padre Paucke en la ya antigua Paracuaria. Los Patres marcharon [a pacificar a los indios] con peligro de su vida /.../ Los misioneros expusieron la causa de su venida y en nombre del comandante pidieron tranquilidad 230 Sigo a Herman Parret (1995: 25-34) quien sostiene –junto con Charles Peirce- que la realidad puede ser independiente de lo que un grupo de personas crea de ella pero es globalmente dependiente de lo que la comunidad de interpretación (científica o no) considere como tal. La ‘verdad’, entonces, dependería del horizonte lógico-referencial antes aludido como así también de la dimensión ideológica del enunciado. 231 Dicho de otro modo, si la metáfora se basa en la intersección sémica de dos clases, la metonimia reposa en el vacío ya que la relación requiere de un término intermedio (Grupo µ: op.cit., 190-191). La relación lo que hace verdadera a la palabra del misionero es el hecho de que éste repita la palabra de Dios. Sin esta práctica de repetición –la del sermón, la del catecismo- no existiría la sustitución sémica. 347 Alejandra Cebrelli y paz /…/ Todo el hospedaje consistió en una piel de tigre que mandó a tender en el suelo e hizo señas que se sentaran sobre ella. [… El cacique] después de haber oído bien todo respondió: -Estará muy bien lo que los Patres me comunican y yo no desconfío de lo que ellos me expresan /…/ pero los Españoles son hombres falsos, tienen de cierto buenas palabras pero sus sentimientos nos perjudican. Yo sé muy bien que los Patres se encargan de nosotros y tratan de cuidarnos como padres /…/ pero los Españoles han engañado en demasía a nuestros antepasados: su amistad es una traición y una amistad simulada, pues sólo trataron de hacernos esclavos y matarnos a azotes y, como si nosotros no fuéramos seres humanos y no tuviéramos entendimiento, nos emplearon como a bestias de carga. (Paucke: I, 8-9) Aquí el enunciador acude al tradicional discurso en defensa del indio inaugurado por el padre Las Casas que, en la supuesta voz del cacique, está puesto al servicio de la defensa de la acción misional jesuítica. En el proceso de actualización, la /falsedad/ constituye el núcleo sémico de la representación del español, aludiendo –en lo no dicho- a las acusaciones y rumores que llevaron a Carlos III a ordenar la expulsión de la orden, marcando un hito en el proceso de descrédito que desencadenaría en el cierre de la institución. La representación del misionero ahora suma las virtudes de la valentía, de la astucia diplomática y de una humanidad de tipo paternalista, las cuales también contrastan con los disvalores que tiñen la imagen del colonialista español. Al colocar en la boca del indio la acusación de maltrato y de esclavización a sus pares -en total transgresión de las leyes de Indias, la escritura no sólo denuncia tal situación sino que convoca las tensiones y conflictos entre misioneros jesuitas y españoles respecto del trabajo 348 Bibliografía aborigen fuera de las reducciones. La frase como si nosotros no fuéramos seres humanos y no tuviéramos entendimiento actualiza, además, la leyenda negra de la ya citada tesis de Bartolomé de Las Casas, con lo cual se señala, una vez más, la superioridad ética de los jesuitas. Transformado por la añoranza en un paraíso perdido y trabajado por las matrices cientificistas de la época, el Chaco ha perdido completamente su halo sobrenatural y demoníaco. En las poquísimas ocasiones en que se menciona al Demonio, éste aparece mediatizado por el afán de verosimilitud ya mencionado. En frecuentes veces yo he hecho presente a mis indios que a mí no me parecía otra cosa sino que el Enemigo Malo fuere el maestro de todos sus idiomas para que su dificultad detuviere a los misioneros y con ella si bien no impidiera la salvación de sus almas la hiciere a lo menos muy dificultosa. (Paucke: II, 171) El yo alude a los sermones dirigidos a los mocovíes de la reducción de San Javier y reproduce parcialmente el modo paternalista de dirigirles la palabra, lo que explica la utilización del nombre de Enemigo Malo para referirse al Diablo. El enunciador evita un estilo asertivo al atribuirle la responsabilidad de las dificultades misionales y emplea para ello un doble índice de subjetividad –legible en el uso del verbo parecer y del modo subjuntivo, dando cuenta del cuidado puesto en evitar el discurso demonológico tradicional. Para el lector ilustrado de finales del siglo XVIII ya era muy difícil considerar seriamente la responsabilidad del Demonio en la diversidad lingüística de las tribus del Chaco. Pese a que la leyenda bíblica de la Torre de Babel aparece evocada a modo de texto cultural, su 349 Alejandra Cebrelli función es más bien la de ubicar al episodio dentro del horizonte referencial del lector occidental. De hecho, la intención de romper con la tradición demonológica y ‘explicarla’ desde ese horizonte se pone en evidencia en varios tramos de las memorias. Cuando, por ejemplo, refiere las prácticas funerarias de los mocovíes durante las cuales éstos solían llorar y gritar de dolor por las noches haciendo un barullo al que se sumaban los perros con su aullido; afirma que, como consecuencia, la gente imagina un infierno lleno de maldecidos (Paucke: II, 238). Desde este lugar cultural, ideológico y patémico se entiende el notable esfuerzo por reconstruir las representaciones del Chaco y de sus habitantes vigentes hasta ese momento, lo que marca una diferencia con la escritura jesuítica anterior y constituye uno de los valores antropológicos de estas memorias. 4.2. Bajo la luz de la razón La tercera parte del libro lleva como título “De la manera de vivir, usos y costumbres de los indios americanos en el paganismo” y se abre haciendo explícita la intención crítica respecto de las imágenes y estereotipos que circulaban en la época. Desde que la Sociedad de Jesús ha laborado con efusión de su sudor y sangre ya por el tercer siglo /…/ en América, se cree en nuestros países /…/ en las Indias todos los indios hablan una misma lengua y tienen iguales costumbres e inclinaciones /…/. No hay tal cosa. (Paucke: II, 133) 350 Bibliografía Tal deconstrucción es posible porque el enunciador ha asumido la obligatoriedad de un decir verdadero y, por lo tanto, ‘puede’ mostrar la realidad chaqueña tal como es notorio a [su] experiencia y, para ello, utilizar un estilo asertivo –no hay tal cosa232. Advierte, además, que dará continuidad al relato según pregunta y respuesta para mejor conocimiento del lector, puesto que si las preguntas se siguen en buen orden la capacidad memorativa podrá contestar entonces con mayor facilidad /…/233. La aclaración pone de manifiesto la deuda de esta escritura con la práctica discursiva y textual del catecismo, a la cual el sacerdote debió haber recurrido durante su estadía en San Javier234. Pregunta: ¿Tienen pues los indios un entendimiento tan bueno como las gentes de nuestros países? Respuesta: Ellos tienen un entendimiento tan bueno como todos nosotros pero no es tan agudo porque ellos viven sin doctrina ni ocasión que podría hacer agudo al entendimiento. ¿Pero [no] eran los antiguos alemanes como paganos? /…/ Ahora si los antiguos alemanes no hubieren tenido la oportunidad de llegar a ser más razonables y expertos, seríamos aún en estos tiempos unos indios ignorantes, si bien a pesar de un siglo tan ilustrado yo podría dar con propia firma y sello aun a muchos la carta de certificación de que ellos, aunque iluminados con 232 El plus de verosimilización que adquiere el enunciado también deviene del funcionamiento de los presupuestos empiristas en boga en la Europa de fines del siglo XVIII. 233 Desde el capítulo I al XV inclusive se mantiene una estructura dialogal que desaparece cuando se narra un viaje a Buenos Aires, lo que da pie a la fuerte inscripción de un discurso político-religioso desde el cual se critica a los españoles y se defiende las acciones de la orden con el ardor y la pasión que ya se ha señalado. 234 La estructura de cuestionario también responde a la matriz retórica descriptiva de lo que Altuna denomina discurso colonialista de los caminantes, que también forma parte del horizonte referencial e intertextual de estas memorias (Altuna: 2000, 15-33). La aclaración que se hace en Hacia allá y para acá acerca del modo en que los cuestionarios favorecen la capacidad memorativa me lleva a pensar que, en este caso, están incidiendo con mayor fuerza los modelos retóricos relativos a prácticas textuales y discursivas más próximas a la práctica religiosa y evangélica del padre Paucke. 351 Alejandra Cebrelli la luz de la verdadera Fe, proceden en sus costumbres y conducta de manera más irrazonable que los indios. /…/ Pues instrúyasele al indio, enséñesele cualquier cosa que se hace en nuestros países y él lo imitará todo. (Paucke: II, 238) La pregunta reproduce una de las representaciones que, desde los primeros años de la conquista, se había cristalizado en el imaginario europeo: la imagen del indio como un salvaje carente de raciocinio o con sus capacidades racionales disminuidas. El enunciador pasa a primera persona del plural que se hace más inclusiva, al punto de abarcar a los lectores alemanes señalando una identidad cultural, étnica y religiosa sintetizada en el hecho de poseer un buen entendimiento. Ese es el punto de partida desde donde se deconstruye la representación aludida pues así se igualan enunciador, lectores e indios. Claro está que la identidad no puede ser absoluta; de ser así, no hubiese tenido sentido que la Sociedad de Jesús [hubiese] laborado con efusión de su sudor y sangre en esa parte del mundo (Paucke: II, 133). El reenvío a tiempos pretéritos es un recurso que responde a la hermenéutica clerical de la época, resultado del esfuerzo por superar el criticado probabilismo jesuítico235 sometiendo el pasado a una lectura iluminista236 (De Certeau: 1993, 195). 235 Uno de las grandes críticas que habían recibido los educadores jesuitas en el Virreinato del Río de la Plata –no hay que olvidar que tenían a su cargo la Universidad de Córdobaera su adhesión a doctrinas que se consideraban contrarias a las de la Corona española, en particular, la teoría del probabilismo que se enseñaba en Teología Moral; ésta sostenía que, frente a una situación dudosa, es lícito seguir una opinión fundamentada y probable, aunque no la más probable. Para comprender el alcance político de tal afirmación es preciso aclarar que, por ejemplo, una sentencia probable sería la del ‘tiranicidio’; en otras palabras, este tipo de teorías fundaba las bases morales para sostener un probable asesinato del rey en caso de que éste se convirtiese en tirano (Di Stéfano y Zanatta: 2000, 128-145). 352 Bibliografía Por otra parte, la distancia temporal señalada participa en la fundación de la idea del supuesto ‘atraso’ de los habitantes de América respecto del permanente ‘progreso’ de los europeos. La representación de la disimetría temporal –que tendrá larga vida en el discurso científico de corte occidental y colonialista- está en estrecha relación con una modernidad que estaba hegemonizando cada vez más los imaginarios epocales y estaba pregnando las prácticas sociales sin respetar aquellas que, como las religiosas, se apoyaban en creencias más cercanas a la fe que a la razón. A la disimetría temporal arriba señalada se le suma el hecho de que la imagen de los indios conlleva un entendimiento tan bueno como [el de] nosotros pero no tan agudo. La primera explicación de esa disminución es de carácter dogmático, porque ellos viven sin doctrina, afirmación que resulta coherente porque la igualdad entre alemanes y chaqueños se había hecho a partir de la situación inicial de paganismo. La segunda explicación que se da es la ausencia de educación, un motivo mucho más al tono con ese siglo tan ilustrado el cual, más allá de la ligera ironía con que es enunciado, produce un desplazamiento de los marcos de referencia, un paso de la religión a la razón que impacta en el interior de las prácticas cognitivas y discursivas. El desplazamiento es mucho más visible en estas memorias escritas desde el doble exilio del jesuita; esto lo coloca parcialmente -y más allá de 236 Desde este paradigma el padre Florián Paucke está describiendo, relacionando y reinterpretando los acontecimientos que había vivido durante los dieciocho años en la reducción de San Javier sin que, necesariamente, los hubiese comprendido de ese modo en la época en que los había vivido. 353 Alejandra Cebrelli su voluntad- fuera de los parámetros de la congregación. Se produce, entonces, un funcionamiento casi imperceptible en el nivel de las prácticas – de hecho el sacerdote se ha refugiado en un convento y escribe siguiendo el mandato del superior del mismo; lo que varían, parcialmente, son las jerarquías y los valores. En este caso, resulta evidente en la argumentación donde se reconstruye la representación de los indios vigente en la época; así cuando se afirma que, aunque algunos alemanes hayan sido iluminados con la luz de la verdadera Fe pueden mostrarse más irracionales que los chaqueños. La jerarquía que se instaura entre el sentido religioso y el filosófico de la palabra “luz” señala un notable corte entre estas memorias y el resto de la producción jesuítica anterior. Desde aquí se entiende la prescripción instrúyasele al indio, enséñesele cualquier cosa que se [haga] en nuestros países y él lo imitará todo. La antigua representación del aborigen como salvaje ha sido reemplazada por la imagen de un ser humano casi igual al europeo pues una vez educado, puede emularlo. He aquí el argumento más sólido en defensa de la tarea evangélica de los jesuitas en el Chaco: su utilidad. El enunciador puede dar fe con propia firma y sello de la eficacia de esta tarea en la educación y occidentalización de estas tribus. No en vano tiene puesta toda su pasión en hacer creíble y en legitimar sus acciones. La defensa de la gesta jesuítica resulta, por lo tanto, su lógico corolario. Cabe recordar que sus lectores, los alemanes, no eran mayoritariamente católicos y estaban muy imbuidos del imaginario 354 Bibliografía iluminista. El esfuerzo por justificar la acción jesuítica en América debía hacerse desde un horizonte referencial más o menos común. De allí que Paucke intente escribir desde y para esos marcos, intención que explica los desplazamientos aludidos, pero también la necesidad de quebrar parcialmente la tradición escrituraria de la Compañía –sobre todo en la tendencia a las explicaciones de tipo sobrenatural- y la urgencia por deconstruir representaciones que, como la del hechicero, habían sido demonizadas por sus antecesores. 4.3. Otra “manera de hacer”: El nacimiento de la mirada antropológica En Hacia allá y para acá la descripción de la manera de vivir de los mocovíes se entrelaza con el relato de la propia experiencia misional desde un presente cuya distancia temporal y espacial permite una cierta objetivación de la mirada. Por ello el yo construye una perspectiva que, sin dejar la pasión de lado, se esfuerza por comprender el rol y la importancia de cada agente dentro de la comunidad mocoví. La percepción de los hechiceros, entonces, parte de la apreciación del efecto que provocan entre sus pares: el temor; esta observación constituye el punto de partida de las representaciones que se construyen en estas páginas, elaboradas desde una perspectiva indagadora, desacralizada casi antropológica. El punto de vista da cuenta de los desplazamientos que han sufrido las religiones populares en el imaginario europeo oficial como resultado de la impronta de las Luces, 355 Alejandra Cebrelli pasando de la herejía y heterodoxia al folclore en pos de la ‘utilidad social’ (De Certeau: 1993, 178-181). De hecho, tal afirmación es el resultado de la observación e indagación del misionero en las creencias y en las prácticas locales con la finalidad de ‘aislar’ las axiomáticas a la base de su sistema de creencias, lo que está del todo acorde a la perspectiva arriba señalada. Desde aquí advierte que, para los mocovíes, la muerte sólo puede advenir por medio de un accidente –pelea u otros- o por la acción de un brujo o una hechicera237 (Paucke: II, 236). Destaca, además, que entre ellos los hechiceros son los únicos médicos que pueden curar todas las enfermedades (Paucke: II, 248). De este modo, el yo asume también el rol de un observador al modo científico y, desde ese lugar, se transforma en un enunciador capaz de mirar al otro para comprender la diferencia cultural. Ello le permite mostrar la hechicería como una de las prácticas aglutinantes de la sociedad mocoví, lo que lleva al observador a realizar una indagación detenida. De este modo, la escritura se separa de la tradición escrituraria jesuítica aunque tal mirada se haya orientado a la optimización de la empresa evangélica. De hecho, la ‘utilidad’ del conocimiento se encuentra en la posibilidad de elaborar estrategias efectivas para una conversión masiva, aculturación mediante – claro está. Ellos curan poco mediante hierbas u otros remedios, la cura más general es chupar el mal la que se realiza de este modo: el enfermo debe acostarse a lo largo en la tierra; el hechicero pregunta después dónde es que siente 237 Es muy probable que el uso indistinto de las palabras hechicero o brujo se deba a un efecto de la traducción pues sólo se utiliza en este capítulo. 356 Bibliografía el dolor; coloca allí su boca y comienza a mugir como un buey /…/ De pronto hecha de la boca un pedacito de madera, de presto un pequeño hueso los cuales él secretamente había metido adentro y simula que él lo había chupado del cuerpo del enfermo. (Paucke: ibídem) La adscripción al iluminismo no significa que se haya olvidado la prestigiosa tradición de la Compañía. Como puede leerse, aquí se reescribe la descripción que hiciera el padre Guevara de los chupadores chaqueños (Guevara: 552-553) la cual ha perdido el halo sobrenatural. Se nota, además, que ha desaparecido la ironía deconstructiva propia de la Historia del Paraguay. La mirada antropológica explica el reconocimiento de la capacidad medicinal de tales agentes y de sus prácticas –ellos curan mediante hierbas u otros remedios- aunque aminorada por el funcionamiento de la representación del hechicero en tanto mentiroso, proveniente del mismo intertexto. La otra diferencia proviene del estatuto autobiográfico de la nueva escritura, cuya lógica posibilita la inclusión de anécdotas que se legitiman desde la propia observación y vivencia, aportando una versión ‘personal’ de la representación de los rituales curativos chaqueños238. Yo visitaba a una india enferma que fue muy mortificada por la disentería; a su lado estaban sentadas diversas enfermeras y entre ellas algunas que eran estimadas como hechiceras; éstas dijeron que pedazos enteros de hueso salían de ella. Yo reí ante esto y /…/ observé en la mano de una un pedazo de hueso del dorso de un venado joven /…/ la enferma tuvo que apartarse, entonces la del 238 El afán de registro lo lleva a tomar nota de la mayor cantidad de rituales posibles. De hecho, también se describe el uso de la saliva del hechicero para aliviar los dolores de cabeza; dicha saliva es restregada sobre el punto doloroso, mientras el hechicero dice algunas palabras secretas hasta que, soplando sobre el enfermo, lo declara curado (Paucke: II, 249). 357 Alejandra Cebrelli hueso estuvo ahí enseguida para asistirla. Mientras ella estaba en su obra, las otras oyeron caer algo y me dijeron: -otra vez se ha ido de ella un hueso. /…/ –Ay, mujer mentirosa, contesté yo- tú has tenido ya más antes este hueso en sus manos, yo mismo lo he visto: ¿para qué quieres engañar a otros? Mándate a mudar a tu casa y no te hagas ver más. Ella no respondió nada y se fue a su choza. Tales engañadores y engañadoras tiene en esto un buen provecho porque comen en vez de la enferma, que ésta muera o sane, la hechicera debe ser pagada por los enfermos. La paga es acaso una buena manta o un caballo. (Paucke: II, 248-249) Pese a que las perspectivas desde las cuales se elaboran la escritura del padre Guevara y la de Paucke responden, en general, al mismo paradigma, en ésta última se lee la impronta plena del modelo iluminista. De allí que el protagonista de Hacia allá… sea capaz de explicar la hechicería chaqueña como un modo privilegiado dentro de los haceres de la sociedad mocoví no sólo porque se sustente en el sistema de creencias de la comunidad, sino porque posibilita al agente un prestigio social que, a la vez, asegura la subsistencia y la comodidad –una manta o un caballo, ese buen provecho logrado más allá del resultado de su ritual: es decir, sin importar si el enfermo muere o sana. Si bien la Descripción Corográfica –y, antes, las cartas anuas- daba cuenta de que los misioneros jesuitas veían en los hechiceros chaqueños a los enemigos naturales de la campaña de evangelización, la creencia cabal en la guerra santa entre Dios y Satán impedía que se evaluara ‘cómo’ y ‘por qué’ estos agentes significaban una amenaza para sus propios intereses. La Historia del padre Guevara resultó un avance en ese sentido, aunque su 358 Bibliografía adhesión a la tradición escrituraria jesuítica por una parte y por otra, la vacilación de los modelos culturales en boga no le permitió una descripción cabal del referente. De allí que sólo el texto del padre Paucke fuese capaz de mostrar la hechicería como uno de los modos de hacer sobre el cual se entramaba gran parte de las creencias, del poder y de la vida social mocoví, al punto de constituir un lugar privilegiado que todos querían ocupar. Si fueren hechiceros y hechiceras todos los que se confiesan por tales y a los cuales se conceptúa hechiceros entonces la tercera parte de los indios serían hechiceros. Entre ellos quieren hacerse importantes ante los demás y también temibles y uno quiere ser superior al otro /…/ Cuando muere un indio u un hijo de cacique los amigos o el padre del fallecido se encaminan hacia un hechicero; le preguntan cuál de entre ellos había muerto al fallecido. El indicado está seguro que él debe dejar la vida /…/. De esta manera muchísimos son asesinados en tierra silvestre aunque ellos ni han muerto de magia al difunto ni entienden algo de este arte. (Paucke: II, 249) Se describe acá el ritual según el cual el hechicero tenía el poder de individualizar por medio de la magia al supuesto causante de la muerte de uno de los miembros de la tribu. Se trataba de un ritual al que no sólo se había hecho alusión unas páginas atrás sino que también se había representado de manera icónica (Paucke: II, 236-238). Precisamente, parte del indudable valor de estas memorias lo constituyen los dibujos realizados por el misionero a lo largo de sus dieciocho años en América. Estas 359 Alejandra Cebrelli ilustraciones conforman otra de las formas de registro y archivo de este mundo tan diferente al europeo al cual se pretendía representar239. Si la afirmación de las Luces es la de la legalidad y la de la inteligibilidad (De Certeau; 1993, 177), no es de extrañar que en estas memorias “ilustren” su referente, en el doble sentido del término. La escena del reconocimiento del ‘asesino’ se ha dibujado junto a una serie de rituales que el enunciador considera propios de la gentilidad o de la vida en tierra silvestre (Paucke: II, 236-237). Cabe destacar el importante desplazamiento en la entonación que ha sufrido la representación del hechicero desde la Descripción Corográfica de Lozano hasta este manuscrito: ahora ya no es más demoníaco, ni bárbaro, tan sólo embustero; sin embargo el trazo del pincel resulta mucho más conservador, posiblemente, por influencia de la iconografía religiosa que acompañaba a los almanaques y folletos populares de circulación en la época (De Certeau: 1993, 190). La lámina referida (Anexo 4, “Lámina XXVI”) muestra seis escenas organizadas como pequeños núcleos aislados al modo de la pintura barroca europea, relacionados entre sí por pertenecer a las prácticas curativas y funerarias de la comunidad. Las figuras se recortan sobre un fondo blanco y se ubican según la cosmovisión judeocristiana que entiende como /bueno/ lo que está a la derecha y arriba de la página y como /malo/ lo que se encuentra abajo y a la izquierda. Cabe destacar que, si bien la imagen del chupador está colocada al medio y a la derecha –pues, como ya se indicara, aquí se lo 239 Paucke realizó 104 láminas, parcialmente coloreadas, que fueron agregadas a la edición que estoy manejando. Treinta y siete se dedican a la flora, treinta y tres a la fauna y treinta 360 Bibliografía considera sólo un engañador-, el dibujo de la escena del reconocimiento aparece en el extremo inferior izquierdo (Debray: 1994, 52-57 y 80-85). La diferencia en la ubicación –sólo en estos dos ‘núcleos’240 se ilustra la imagen del hechicero- da cuenta del modo en que el observador afinó la mirada y es capaz de distinguir entre ambas prácticas y de evaluarlas de un modo diferente sin importar que sean ejecutadas por el mismo agente. En el diseño de los chupadores241, se acude a la representación del hechicero = mentiroso que ya tenía cierta tradición en el imaginario jesuita. Esto es así porque constituye una práctica visible y, según el mismo protagonista relata, es posible ‘demostrar’ su carácter de superchería según los paradigmas científicos más reconocidos del momento (el sacerdote ve y denuncia el engaño). La otra242, en cambio, se sostiene sobre creencias mucho menos conscientes en tanto están relacionadas con los ciclos de la vida y de la muerte y responden a rituales secretos que, por lo mismo, resultan mucho más difíciles de desterrar. No es de extrañar que su referencia icónica ocupe el lugar de la disforia absoluta. El dibujo es de mayor tamaño que el resto pues parece responder de una manera precaria a las normas de la perspectiva europea con un solo y cuatro a los trajes y costumbres (Ver “Anexo 4”: “Lámina XXVI”). 240 Ver “Anexo 4”; Detalles de la lámina XXVI: “La hechicera chupando al enfermo” y “Hechicero tira a la garganta del difunto /…/”. 241 Ver “Anexo 4”; Detalles de la lámina XXVI: “La hechicera chupando al enfermo”. 242 Ver “Anexo 4”; Detalles de la lámina XXVI: “Hechicero tira a la garganta del difunto /…/”. 361 Alejandra Cebrelli punto de fuga (Arnheim: 1985, 235-246). En él se ve a un aborigen de pie con un arco en la mano y, en el suelo, al cadáver rodeado de fuego con una flecha atravesándole el cuello. Aparentemente, se trata de una hechicera pues lleva una pechera –el resto de las imágenes de indios llevan un pecho liso y descubierto- aunque la leyenda que acompaña el dibujo se refiere a esa imagen como matador de garganta. La contradicción entre el lenguaje verbal y el icónico crea un espacio de ambigüedad sexual243 que sumado al significante del fuego, agrega disforia a la representación y sugiere la presencia de lo demoníaco. Se puede ver, entonces, que el dibujo alude a la imaginería más antigua en la tradición jesuítica mientras que, por el contrario, el registro verbal da cuenta de la versión ‘ilustrada’. Tal contradicción muestra que aquí están resonando dos ‘tiempos’ de la historia de occidente en simultaneidad. Dicho de otro modo, en esta representación del hechicero están funcionando -a la vez y de un modo superpuesto- dos imágenes gestadas en diferentes momentos y que responden a distintos paradigmas: uno moderno y otro premoderno. Pese al paso de los años y a la preeminencia del paradigma de la modernidad, la representación ‘conserva’ más o menos latente la memoria de modalidades previas que, sin desaparecer del todo, se dejan entrever en la forma más reciente, en este caso, en la que responde a condiciones de producción racionalistas y cientificistas. Resulta evidente, entonces, que los cambios se están dando sobre símbolos colectivos 243 Cabe destacar que los ángeles son seres asexuados y el demonio es un ángel caído por lo cual también carece de sexualidad. 362 Bibliografía tradicionales los cuales son reelaborados sin hacer desaparecer la versión anterior. En otras palabras, la contradicción entre el registro verbal e icónico demuestra que la diversidad puede existir en el interior de una misma práctica discursiva pese a la homogeneidad que le otorga tanto el dogma como la pasión puesta, en este caso, al servicio de la justificación de una gesta comunitaria pero también de la propia biografía. Asimismo, la evocación de la variante más antigua y disfórica de la representación del hechicero pone en evidencia que, más allá del afán de verosimilitud y de la adscripción de la escritura a los modelos ilustrados, las viejas creencias se mantenían latentes en el imaginario social y seguían circulando en la parte que, paradojalmente, era menos visible de una formación discursiva obsesionada por la escritura alfabética. Los signos icónicos, por lo tanto, registran la persistencia de una cosmovisión degradada desde la hegemonía por pertenecer al universo semántico de la superstición, pero cuya vitalidad era innegable en el plano de las prácticas al punto que, con el tiempo, la formación discursiva oficial habría de darle un lugar en el ámbito de lo ‘folk’. Si esto era así en la Europa ilustrada donde el padre Paucke escribía sus memorias, con mayor razón dentro de la pequeña reducción donde años atrás había trabajado y cuyos habitantes recién se habían comenzado a ‘occidentalizar’. Desde aquí se entiende el empeño del misionero en predicar a sus fieles la necesidad de no creer jamás tales cosas sino la enseñanza de los sacerdotes (Paucke: ibídem). A lo largo del manuscrito, el 363 Alejandra Cebrelli protagonista narra varias anécdotas que dan cuenta de sus insistentes intentos por desterrar no sólo las ‘peligrosas’ creencias sino también a quienes las instigaban dentro de la reducción de San Javier (Paucke: II, 208, 236-238, 246, 249-252). Todo ello devela que la evangelización de estas tribus requirió que se desmontase parte de su entramado social y se reelaborara su sistema de jerarquías. De este modo, los misioneros se colocaban ‘por encima’ de los caciques (Paucke: I, 113-132), ocupando el lugar del poder políticoreligioso-económico de las reducciones. Pero este movimiento no era suficiente para controlar y ordenar las costumbres pues gran parte de los haceres de una sociedad pasan por el hecho de ocupar diferentes posiciones de saber (Kaliman: 2001, 45-50)244 y, en ese sentido, los hechiceros significaban una competencia a la cual, para poder reemplazar, era necesario deslegitimar o reprimir. 244 He tomado la noción de ‘posición de saber’ propuesta por Ricardo Kaliman y su equipo de investigación (Kaliman: 2000) porque la considero adecuada como categoría explicativa de una sociedad pre-moderna y no accidentalizada aún como era la de los guaycurúes antes de la evangelización. Para Kaliman, entonces, las posiciones de saber constituyen un mecanismo que posibilita la reproducción de cualquier sociedad. En un sentido general, todo agente incorpora la información necesaria para moverse en un conjunto social; se trata de conocimientos de tipo empírico más o menos especializados según el tipo de rol que cada uno asuma y el tipo de sociedad de la que se trate. Cada agente encuentra a cada paso u ocupa posiciones de saber lo que implica la existencia de una gran gama de éstas cuyo valor depende de las relaciones que establezca con las demás; sin embargo en todos los casos, cada una tiene la propiedad de que el agente que así la interpreta está dispuesto a incorporar en su saber práctico el conocimiento que le brinda quien ocupa dicho lugar y, por lo mismo, está en una posición de influencia respecto de él (Kaliman: 47-48). De esta manera, es posible entender la reproducción como un proceso permanente y disimétrico que se da en todos los puntos de la red social, instaurando jerarquías más o menos estables que implican conflictos, tensiones, negociaciones, resistencias, entre muchas respuestas posibles. Dichas posiciones permiten 364 Bibliografía 4.4. Posiciones de saber, lugares de poder En Hacia allá y para acá se destina un capítulo entero a comentar las “supersticiones” de los mocovíes y es en él donde, como era de esperar, los hechiceros alcanzan el mayor protagonismo (Paucke: II, 247-257). La importancia que se adjudica a este tema resulta otro signo de la fuerte impronta iluminista en esta escritura. Durante esa época, la moral suplanta a las creencias religiosas como marco referencial y normativo de las prácticas. Las religiones no oficiales pasan a ocupar el universo de la superstición y se transforman en objeto de estudio de la ciencia. Montesquieu postula esta hermenéutica cuando afirma que todas las religiones contienen principios útiles a la sociedad (De Certeau: 1993, 179). Estos desplazamientos del imaginario europeo de finales del siglo XVIII dejaron su indudable huella en la escritura del padre Paucke; sin embargo, el interés por conocer e intentar describir las supersticiones de los aborígenes también responde a las lógicas de la labor misional. Si se piensa que el proceso de evangelización implica la sustitución de un sistema de creencias por otras, se entenderá que el Pater destine un capítulo de sus memorias a tales asuntos. Esta cuestión es de capital importancia si se considera –además- que los poderes y, en particular, las posiciones de saber que los agentes ocupan dentro del tejido social de una comunidad implican tanto la posibilidad de “hacer creer” como el dominio del conjunto de conocimientos que los sostienen y, a la vez, aseguran un fuerte impacto en entender los mecanismos sobre los cuales se asentaba el poder de los hechiceros en una sociedad sin instituciones al modo occidental. 365 Alejandra Cebrelli los procesos de constitución de las subjetividades. El hecho de que un agente ocupe una determinada posición de saber implica que el resto de la comunidad le atribuye la posesión de una verdad (Kaliman: 2000, 47); cuando este caudal de conocimientos está relacionado con los ciclos de enfermedad-salud y vida-muerte -como es el caso de los hechiceros- quien los ‘posea’ ocupa, sin duda, una posición que incide en la vida cotidiana de los individuos y, en forma parcial, influye en los procesos de reproducción social. Por otro lado, cabe recordar que para los mocovíes sus hechiceros no sólo eran los chamanes de la comunidad sino también quienes tenían capacidad para ver y hacer más allá que el resto. Estos compartían en parte sus saberes especializados con el resto de los miembros de la tribu cuando recomendaban alguna hierba curativa, cuando chupaban o salivaban a los enfermos, cuando señalaban al ‘culpable’ de una muerte o cuando pronosticaban el futuro. El conocimiento de tales prácticas les aseguraba un lugar de influencia respecto de su propia comunidad, posición que le otorgaba a su palabra un valor de verdad indudable. Es comprensible, por tanto, que los misioneros se preocuparan por su presencia y se esforzaran por deslegitimarlos, castigarlos o expulsarlos, según los casos. Con seguridad, la evangelización requería que los sacerdotes ocuparan en el imaginario de los indios reducidos el lugar que antes habían tenido los hechiceros. Desde este punto de vista, entonces, es posible entender la tarea de ‘conversión’ no sólo como un programa de aculturación, sino también 366 Bibliografía como un proceso de apropiación de esas posiciones de saber, posiciones desde las cuales dicho programa se hace mucho más efectivo. El capítulo titulado “De la superstición de los mocovíes” explicita los procesos arriba señalados. Para lograr una comprensión más acabada, es necesario separar el yo que enuncia en el discurso del que protagoniza la historia. Esta distinción posibilita entender cómo el misionero sustituye a los hechiceros en el imaginario de la tribu mediante una manipulación poco ética y de qué modo, al mismo tiempo, el yo que narra sus memorias justifica muchos años después esas dudosas acciones frente a sus eventuales lectores. Se trata de un doble movimiento retórico en el cual el yo ocupa simultáneamente dos posiciones de saber. En el nivel del discurso esa posición hace verosímil y legítimo el relato y en el nivel de la historia, en cambio, el lugar alcanzado por el protagonista le permite completar el proceso de conversión de la tribu, disciplinamiento y aculturación mediante. Uno de los primeros pasos en el sentido señalado se da en el nivel del discurso y consiste en establecer similitudes entre una cultura y otra. Al instaurar analogías entre europeos e indios se hace posible ‘comprender’ la sustitución de saberes y roles que se hará en el nivel de la historia. /…/ si yo trajera a comparación las supersticiones de los Mocovíes paganos con las supersticiones de los cristianos hasta donde yo conozco, puedo confirmar con verdad que los indios no tienen la 50ª ¡más! ni la 100ª parte que los cristianos ponen en real ejecución. (Paucke: II, 248) El yo que enuncia va un poco más allá de la simple analogía y otorga a los aborígenes ciertas ventajas –son bastante menos supersticiosos que los 367 Alejandra Cebrelli cristianos- que se explican en la insistencia de sostener la viabilidad de la evangelización de estos indios por la acción de este yo que, como ya se señaló, asume la voz de la orden desaparecida para contar y confirmar su verdad. De todos modos, la aserción –tal vez muy difícil de aceptar para el lector europeo de la época- está limitada por la experiencia del sacerdote – hasta donde yo conozco- lo que deja abierta la ‘tranquilizadora’ posibilidad de que este porcentaje pueda variar o invertirse en cualquier otra circunstancia. Recién entonces se inicia el relato de cómo el sacerdote había intentado deslegitimar los saberes mágicos de los hechiceros hasta lograr que recurrieran a los propios. Lo que en el plano cognitivo puede entenderse como un intercambio de saberes, en el de las prácticas significaba la sustitución de una forma de hacer tradicional –chupar, salivar- por un modo de hacer perteneciente a la cultura del dominador –un pedacito de azúcar que ellos debían beber con agua caliente, higos almibarados, un pedacito de bizcocho (Paucke: II, 250). El hecho de que se equiparen alimentos europeos a medicinas chaqueñas es posible porque, desde una perspectiva occidental y cientificista, unos y otras pertenecen a esa masa de conocimientos que provienen directamente de la experiencia diaria y, por lo tanto, se los considera ‘menores’ y, en ese sentido, afines245. Al mismo 245 Estoy utilizando la categoría de saberes menores propuesta por Michel Foucault al desarrollar su genealogía del saber. Para el filósofo francés, existe una serie de saberes olvidados que a modo de bloque existen en el interior de los conjuntos de conocimientos científicos, funcionales y sistemáticos. Se trata de saberes descalificados por la ciencia por considerarlos incompetentes, discontinuos, singulares pero que constituyen parte de la memoria de la gente. La genealogía es el acoplamiento de los conocimientos eruditos y de 368 Bibliografía tiempo, el intercambio significa la sustitución de elementos propios de prácticas locales tradicionales por los de la cultura ajena, con lo cual se acelera el proceso de aculturación indispensable para la colonización del imaginario aborigen. Al final, tras toda mi fatiga aplicada, conseguí sin embargo que muchos indios despacharan de sus casas a tales enfermeros, aunque otros aún los emplearan. Ellos vieron que sus hijos no sanaban aunque los hechiceros habían empleado todas sus ceremonias para su cura; luego vinieron a mí y pedían auxilio. A los que yo sabía que antes no habían empleado un hechicero les di lo que de cualquier modo no podía hacer daño a los niños enfermos. Ellos regresaban contentos a sus casas pero yo les ordené que no consultaran más a ningún hechicero y sólo usaron aquello que yo les había dado. ¿Pero qué medicinas eran estas? No eran otras que las que de primero se me ocurrían y los niños sanaban /…/ pero de los que habían acudido al hechicero ninguno sanó y todos murieron. (Paucke: II, 250) El objetivo de dicho intercambio es la apropiación de la posición de saber que ocupaban los hechiceros en la comunidad. El misionero se “aplica” y se “fatiga” hasta lograr que los indios reducidos no consulten más a los hechiceros y, en cambio, lo busquen a él aunque, como confiesa más adelante, no supiera en qué ayudar y recomendara lo que de primero se [le] ocurría, atendiendo sólo a lo que –según sus escasos conocimientos- no podía hacerles daño (Paucke: II, 250). La sustitución se legitima y se sostiene en la representación del hechicero = embustero, dando cuenta de que por esa época ya estaba cristalizada en el discurso religioso jesuítico. las memorias locales que permite la constitución de un saber histórico de lucha y la utilización de ese saber en tácticas actuales (Foucault: 1980, 129-130). 369 Alejandra Cebrelli Dicho de otro modo, el reemplazo de roles se apoya en la convicción de que los hechiceros carecían de cualquier tipo de conocimientos médicos certeros y, a esa altura del siglo, era insostenible la creencia en un de poder sobrenatural de tipo supersticioso que pudiera cubrir tal falencia. En tanto ni el hechicero ni el misionero conocían el arte de curar, la incidencia de uno y otro sobre la salud del enfermo era, desde este punto de vista, inexistente y el relevo de roles, por lo tanto, se hacía posible y relativamente justificado. La flagrante mentira en la que había apoyado el relevo de posiciones también se justificaba en el ya citado probabilismo jesuítico. Según esta teoría, frente a una situación dudosa como ésta, era lícito seguir una opinión cuyo fundamento fuera más o menos probable (Di Stéfano y Zanatta: 2000, 128-145), en este caso, la necesidad de evangelizar a los ‘paganos’. Ahora bien, cuando Florián Paucke está escribiendo sus memorias sabe que muchas de las críticas que había recibido la Compañía de Jesús pasaban por el hecho de sostener tal doctrina, a todas luces peligrosa para el poder de turno; por lo mismo, sabe también que debe buscar otros argumentos para legitimar su labor evangélica entre los mocovíes. Uno de los argumentos resulta de la misma lógica del relato. Como el protagonista había declarado en varias partes de las memorias su resolución de oponer[se] a los hechiceros y destruirlos (Paucke: II, 251), se construye una situación polémica que hace verosímil el hecho de que los enfermos ‘tratados’ por el Pater sanaran y, en cambio, los que habían sido chupados por los hechiceros murieran. Tal situación evoca, además, la tradición jesuítica de la guerra entre Dios y Satán, si bien no se explicita; 370 Bibliografía con ello se evita una contradicción mayor con las matrices iluministas ya mencionadas. El segundo argumento recurre a la lógica del discurso religioso pues el enunciador atribuye el éxito de las sanaciones a la buena Fe y a la confianza en Dios [de] estos nuevos cristianos. (Paucke: II, 250). El reenvío al poder divino de la religión oficial le otorga no sólo mayor credibilidad sino el justificativo moral que estaba faltando y, a la vez, suma otro punto en defensa de la gesta misional. En el nivel de la historia, el misionero había ganado una guerra de posiciones gracias a la cual ocupaba un lugar desde donde podía influir en las creencias y en los haceres de sus feligreses. De aquí en más, debía planificar cómo mantenerse en esa posición, asegurando a la vez la reproducción de los nuevos saberes y de las nuevas formas de hacer, de ser y de creer. 4.5. Violencia sobre los imaginarios, violencia sobre los cuerpos Hasta aquí se han señalado una serie de estrategias que se leen a pesar de la traducción del alemán al español ya que se sostienen tanto en la intencionalidad de la escritura como en sus matrices genéricas e ideológicas. Pero, más allá de los juegos del discurso, las memorias dejan entrever que la acción misional sobre la tribu mocoví no era inocua. Por el contrario, la sustitución de posiciones, de saberes, de prácticas y de roles implicó una violencia sobre el imaginario de la comunidad que no se ejerció sin que los implicados en forma directa intentaran resistirla. 371 Alejandra Cebrelli [Los hechiceros] comenzaron a amenazarme [y dijeron que] todos ellos unidos iban a matarme por medio de una magia; también amenazaron al pueblo que por lo pronto debería pasar por una gran inundación y los que escaparan al agua serían todos cautivados por los Españoles y serían hechos esclavos (Paucke: II, 251) En el texto se lee que, para asegurar la reproducción del paquete de las prácticas occidentales en la tribu, se hacía necesario instituir formas de control del comportamiento que fuesen efectivas. De hecho, todas las acciones del sacerdote se orientaban a instaurar una disciplina mediante un conjunto de técnicas, de instrumentos, en fin, de una tecnología sobre la cual sostener su creciente poder (Foucault: 2000, 212). Las amenazas de los hechiceros son muy elocuentes al respecto. Más allá de las traducciones lingüísticas y culturales, se deja entrever la voz de estos chamanes guaycurúes legible en el destino que auguran a sus pares si continúan escuchando al misionero: el cautiverio y la esclavitud246. Ahora bien, el presente capítulo pone de manifiesto que el proceso de evangelización no les prometía un futuro mucho más promisorio; por el contrario, la reducción imponía una disciplina que implicaba una vigilancia y un autocontrol permanentes. Para demostrarlo, basta con revisar los pasos que siguió el misionero cuando vio que la sustitución de roles no había sido del todo 246 Es posible que en la palabra Españoles resuene también la voz amargada del jesuita desterrado pero lo cierto es que los hechiceros no se equivocaron del todo en sus augurios. Pasarían más de cien años, pero estas tribus terminarían viviendo un destino si no de esclavitud por lo menos de domesticación y miseria en manos de los herederos y, en algunos casos, de los descendientes de esos españoles tan denostados por la pluma de Paucke. 372 Bibliografía eficaz. Según su propio relato, el sacerdote exigió a los caciques que obligaran a toda la comunidad a acudir a misa. Una vez que hubo reunido a todos, les dio un sermón acerca de los falsos profetas, amenazándolos con escribir los nombres de [los hechiceros y hechiceras] en un papel que colocaría bajo la imagen de San Javier. Les aseguró además que, cuando les llegara la hora de la muerte, iba a prohibir que los enterrasen en tierra santa con el resto de sus parientes y los iba a dejar abandonados en campo llano como a las bestias (Paucke: II, 251-251). Es posible que parte de la efectividad de la amenaza estuviese relacionada con alguna de las creencias tradicionales de la tribu, pero lo cierto es que los mismos que antes habían pretendido ser hechiceros, a partir del sermón negaron su relación con tales artes. Todos tenían sus excusas, ninguno quiso confesar que sabía de tales nigromancias –Bien –dije /…/-¿entonces es cierto que ninguna y ninguno de vosotros entiende de magia? -Ellos contestaron: -nadie-. Tras esto me dirigí a los caciques y demás gente que había concurrido: -Ahora habéis oído de ellos mismos que no os pueden dañar ni ser útiles mediante la magia. De aquí en adelante todos debéis saber que quien de todos vosotros viera a alguno /…/ lo [hiciere] público enseguida. (Paucke: II, 252) La anécdota pone en evidencia el modo en que el sacerdote había instaurado un tipo de disciplina occidental y moderna entre los mocovíes. El hecho de haber podido reunir a los caciques y darles órdenes demuestra que el misionero manejaba los hilos de la vida política de la reducción. La posibilidad de otorgar castigos o recompensas según el accionar de cada uno (en este caso de tipo simbólico) muestra que en él recaía, además, el 373 Alejandra Cebrelli ejercicio de la justicia civil pero también religiosa ya que, cabe recordar, la práctica de la confesión lo colocaba en un lugar de observación y control privilegiado de las conductas de la comunidad mocoví. ¿Cómo había logrado un solo individuo concentrar en su persona la suma de poder que le permitía controlar las prácticas y las conductas de la tribu? La anécdota pone al descubierto las estrategias utilizadas. A partir de este sermón, el Pater había completado el relevo de varios roles: el lugar de control político y jurídico que antes tenían los caciques y de la posición de saber y de poder que, hasta ese momento, habían ocupado los hechiceros. Al poner al descubierto la falsedad del supuesto poder de los chamanes, desestimaba los anuncios de catástrofes futuras que éstos habían hecho a la comunidad en respuesta al ‘trabajo’ misional; asimismo, el relevo había vuelto temibles sus propias amenazas y volvía promisoria la efectividad de la orden de delación a quienes practicaran las artes mágicas tradicionales247. Con la misma estratagema se había asegurado la visibilidad de las futuras transgresiones a las normas de la reducción mediante la denuncia, práctica cuya eficacia venía comprobando la Inquisición desde hacía varios siglos. Con todo ello, había logrado instalar esa tecnología casi invisible que hace posible el auto-disciplinamiento (Foucault: 1991 a y b; 2000), tecnología gracias a la cual aseguraba la diseminación del poder misional en el tejido plural y complejo de la sociedad indígena siempre y cuando se la mantuviese aislada de las tribus silvestres, es decir, mientras pudiese 247 El sacerdote no dudaba en amenazar con dar azotes fuertes a los reincidentes (Paucke: II, 256). 374 Bibliografía asilarlos para conservar la visibilidad y el control del grupo. De hecho, según su relato, hubiera podido sujetar por esos medios los hábitos y agentes que atentaban contra la reciente evangelización, tanto la beodez248como a los mentirosos hechiceros, si hubiese podido evitar que los indios salvajes visitaran a sus parientes y amigos de San Javier (Paucke: II, 256). De no mediar la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, es muy posible que el Pater hubiese podido perfeccionar estas estrategias de control que no por ejercerse preponderantemente sobre los imaginarios eran poco violentas. Claro, esto hubiese sido posible porque dichas estrategias se habían engendrado, en parte, el disciplinamiento que la Iglesia venía poniendo en práctica con éxito dentro y fuera de los conventos desde hacía muchos siglos. De hecho, si bien la minuciosa descripción de los haceres chaqueños de chupar y de salivar y el diseño de las representaciones que conllevan tienen una fuerte deuda con las matrices iluministas, mantienen resonancias no sólo del discurso jesuita anterior, sino también del discurso fuertemente represivo del Santo Oficio. De ello da cuenta el conjunto de estrategias que instituye el sacerdote con la finalidad de asegurarse el ejercicio del poder y, con él, la posibilidad de completar el proceso de evangelización y de ‘educación’ al modo europeo de los mocovíes. 248 Para el jesuita la afición de los mocovíes a las bebidas alcohólicas durante las fiestas rituales era una de las prácticas que volvía salvajes a los indios reducidos y, por lo tanto, era necesario desterrarlas para completar el proceso de evangelización. En la segunda parte, destina un capítulo entero a tratar este problema al que titula “”Medios para quitar a los indios el hábito de emborracharse” (Paucke: II, 93-99). La práctica también es el referente de una de las ilustraciones (Lámina XXIV). 375 Alejandra Cebrelli El exilio del padre Florián Paucke de la reducción impidió que tales medidas se hicieran realmente efectivas y, a la vez, posibilitó que una década después escribiese estas memorias atravesadas por diversas pasiones: el resentimiento contra los Españoles, la añoranza de San Javier y de su vida misional, la obsesión por darle valor de verdad a su palabra, la ardiente defensa de la gesta jesuítica y la urgencia por justificar su recorrido vital en los últimos años de su vida. Pese a ello, Hacia allá y para acá tiene valores antropológicos que superan los de la escritura de sus predecesores – inclusive, los de la Historia del Paraguay del padre Guevara- y los de diarios y memorias de religiosos de otras órdenes que se produjeron en la región por la misma época. Contrasta, por ejemplo, con el Diario escrito por el sacerdote franciscano Francisco Morillo (De Angelis: VIII-A, 385430) durante la expedición al Chaco del Coronel Adrián Fernández Cornejo249 en 1780, el mismo año del fallecimiento del padre Paucke. 249 Me refiero al ya citado Diario de la Primera Expedición al Chaco emprendida en 1780 por el Coronel Don Juan Adrián Fernández Cornejo (De Angelis, op. cit., 305-183). La imaginería que allí se construye responde, sin duda, a las intenciones del viaje que estaba orientado al estudio de la factibilidad de la navegación del río Bermejo en el marco de un proyecto de explotación económica del territorio. Bajo una retórica elogiosa, el territorio se idealiza al punto de transformarse en un locus amoenus. Deudora de la retórica pastoril –y tan verosímil como ella, la escritura imagina un territorio pacífico, sereno, casi paradisíaco en absoluta contradicción con los pantanos y con la selva chaqueña. La seducción de esta representación se sostiene, además, en el motivo del cuerno de la abundancia que aquí se ‘derrama’ en una enumeración casi caótica de maderas riquísimas, de piezas copiosísimas de caza o pesca y de aguas cuyas bondades se exageran al punto de atribuirles fama de medicinales (Cornejo, 1972: 358-361). En orden al mismo proyecto colonizador, la semblanza de sus habitantes se construye a partir de pares de opósitos, indios amigos y enemigos (Cornejo: 359), en el que cada uno conlleva las representaciones positivas o negativas que por entonces circulaban en el imaginario social de la época. La geminación de la representación del chaqueño da cuenta, una vez más, del proyecto a cuyo servicio se construyen pues se elabora con la finalidad de permitir a futuras expediciones la previsión de armas y hombres considerando tanto la fuerza de apoyo brindada por los indios amigos como la probabilidad de choques armados con algunas de las parcialidades del país; en ese punto, una retorización excesiva hubiese atentado contra el éxito mismo del proyecto colonizador (Cebrelli: 2004, 1183). En el 376 Bibliografía El Diario del Viaje al Río Bermejo de Fray Morillo pretende advertir sobre la imposibilidad de explotación económica de los territorios lindantes con el río, ya que los considera óptimos enclaves de futuras reducciones franciscanas. La descripción del Chaco y de sus habitantes está puesta al servicio de la potencial acción evangelizadora de esta orden que había heredado mayoritariamente las antiguas misiones jesuíticas en la región que, valga la aclaración, por entonces estaban muy venidas a menos (Vitar: 1993, 122-124). Las representaciones de los aborígenes responden a la necesidad de justificar el poco éxito que habían tenido los frailes hasta el momento en la región. De allí que la imagen de los indios ya reducidos responda a la representación del ‘buen salvaje’ entonces en boga (Morillo: 423) y del resto de la indiada se destaque un supuesto deseo de reducirse en misiones dirigidas por los franciscanos (Morillo: 418). En esta galería de representaciones, los guaycurúes –aquellos que la pluma del padre Paucke refería como iguales en todo a los antiguos alemanes- en las páginas de Fray Morillo son descriptos como el reservorio de toda inhumanidad y fiereza en tanto constituían uno de los grandes obstáculos para las ambiciones franciscanas (Morillo: 430). A diferencia de Paucke, Morillo no conoce a fondo las etnias chaqueñas por lo cual no puede identificar claramente las diferencias entre unas y otras y, menos aún, las distintas formas de hacer sobre las que se articulaba cada una de estas en tanto sociedad con sus propias marco de este tipo de proyectos expansivos, los hechiceros dejan de constituir un obstáculo significativo y desaparecen del discurso. 377 Alejandra Cebrelli particularidades. Los hechiceros, por lo tanto, se invisibilizan y ni siquiera se mencionan. La diferencia se explica, además, porque el cambio de época ha transformado radicalmente tanto las estrategias colonizadoras como las concepciones de expansión y conquista político-administrativo- militar a la que los programas evangelizadores estaban parcialmente subordinados. La acción del padre Paucke y del padre Dobrizhoffer –sólo por mencionar dos de los misioneros jesuitas que evangelizaron a tribus chaqueñas por esos años- todavía se entroncaba en la vieja idea de colonialismo según la cual interesaban tanto el espacio como sus habitantes. De allí que, una vez realizada la conquista, se hiciera necesario conocer a fondo el tejido social de los pueblos sojuzgados con la finalidad de colonizar su imaginario e instaurar las estrategias de dominio que aseguraran su control en forma permanente. En contraste, el padre Morillo formaba parte de una empresa de expansión militar para la cual resultaba importante sólo la posibilidad de control, dominio y explotación del territorio a conquistar; sus habitantes constituían, en esa política de arrasamiento, sólo un obstáculo a ‘despejar’. El padre Morillo no comparte del todo esta política –de allí el énfasis puesto en desestimar la posibilidad de navegación del río Bermejo, base del proyecto expansivo militar de Cornejo; sin embargo, su escritura responde también a las ideologías en circulación en el momento de producción y, por lo tanto, no le resultan relevantes las prácticas culturales de los aborígenes chaqueños. El Diario de Morillo inaugura una época en la cual será más importante ‘correr’ las fronteras a sangre y fuego que reprimir los haceres 378 Bibliografía tradicionales para colonizar los imaginarios. A partir de ese momento, el Gran Chaco será objeto de numerosas expediciones militares y científicas algunas de las cuales dejarán un registro escrito de su viaje250. Como la del padre Morillo, entonces, esta producción estará siempre al servicio de la implementación de algún tipo de proyecto colonizador de carácter masivo desde el cual no serán significativos los modos de hacer o de ser de sus habitantes, salvo en su faz militar o utilitaria. La práctica de la hechicería, entonces, ya no tendrá cabida en esa escritura ocupada en medir terrenos y en evaluar el potencial económico de la región y de sus habitantes, considerados como probable mano de obra barata (Cebrelli: 2003c y 2004). Esto pone de manifiesto que, durante el siglo XVIII y para el Tucumán colonial y sus fronteras, el discurso de la hechicería sólo se textualizaba cuando era necesario controlar los imaginarios que no respondían a los modelos oficiales. La hechicería formaba parte de prácticas locales tradicionales que, por colocar a los agentes en algún tipo de posición de poder dentro de su comunidad o por transgredir las regulaciones y normativas escritas o no por la sociedad hispano-criolla, ponían en peligro la empresa colonial. La inscripción de este discurso en la escritura administrativa seglar o religiosa señala esas periferias por donde el modelo oficial se quebraba y se diseminaba ya fuese en el ámbito de San Miguel, de 250 Al respecto y a modo de ejemplo, pueden citarse los Estudios sobre la navegación del Bermejo y colonización del Chaco practicado por el Dr. Emilio Castro Boedo en 1872 (Castro Boedo: 1873), la Histoire physique, économique et politique du Paraguay. 18441847 (Demersay: 1946 [1862]), Aventuras y desgracias de la Señora Libarona en el Gran Chaco. América meridional, 1840-1841 (Moussy: 1946 [1861]). He realizado trabajos críticos sobre ellos que he excluido de la presente tesis doctoral ya que no textualizan el 379 Alejandra Cebrelli sus haciendas o en las reducciones que marcaban hitos en esa borrosa y siempre cambiante frontera chaqueña. El discurso de la hechicería se inscribe, entonces, en su variante más represiva, lo que muestra el modo en que la pesada herencia inquisitorial seguía resonando en los imaginarios locales más allá de las ‘buenas’ intenciones, de los programas de colonización de raigambre político-administrativo o religiosa, de las pasiones, de las conveniencias y de las añoranzas de quienes registraban precisamente lo que pretendían acallar, expulsar o reprimir. Del suplicio a la exclusión, de la condena a muerte a la promesa de azotes se extiende una amplia gama de prácticas represivas y punitivas que se ejercieron sobre los cuerpos de aquellos que encomenderos o sacerdotes consideraron como amenazas a sus intereses, a su posición o a su proyecto de vida. En el medio, quedaron los cuerpos de estos individuos maltratados, manipulados quienes, con mayor o menor fortuna, intentaban resistir la violencia que se estaba ejerciendo sobre ellos. La historia oficial los dejó en el olvido pese a que habían dejado en la escritura del poder algunas marcas y, a veces (muy pocas), vestigios de su voces apenas perceptibles. Esas ligeras huellas posibilitan la reconstrucción de estas historias fragmentarias, dispersas, discontinuas desde donde es posible pensar el tejido de la cultura sin desatender su espesor temporal y su densidad social, esa heterogeneidad y heteronomía a la que debe su propia vitalidad. discurso de la hechicería ni hacen mención de su práctica o de sus agentes (Cebrelli: 2003c y 2004). 380 Bibliografía . En el texto analizado los hechiceros están representados desde una perspectiva indagadora de tipo ‘antropológico’ que da cuenta de los desplazamientos que han sufrido las religiones populares en el imaginario europeo oficial como resultado de la impronta de las Luces. Esta perspectiva permite elaborar una mirada que reconoce la capacidad medicinal de tales agentes y de sus prácticas aunque aminorada por el funcionamiento de la imagen del hechicero en tanto mentiroso, proveniente de las representaciones precedentes. Otra particularidad de estas memorias es la presencia de dibujos que dan cuenta de las influencias de la iconografía religiosa que acompañaba a los almanaques y folletos populares de circulación en la época. Se produce una contradicción entre el registro verbal e icónico lo que demuestra que la diversidad puede existir en el interior de una misma práctica discursiva. Los signos icónicos permiten ver la persistencia de las representaciones que habían ocupado el lugar de la hegemonía y que habían sido desplazadas por otras más modernas e ilustradas. Las memorias dejan entrever la sustitución de posiciones, de saberes, de prácticas y de roles operada por los misioneros sobre los indígenas lo que implicó una violencia sobre ese imaginario. Se hace evidente la resonancia del discurso jesuita anterior y la herencia del discurso fuertemente represivo del Santo Oficio pese a la actualización a que este material ha sido sometido desde matrices iluministas. Al contrastar la escritura jesuítica con la de los procesos judiciales y policiales, se puede afirmar que el discurso de la hechicería sólo se 381 Alejandra Cebrelli textualizaba cuando era necesario reprimir prácticas locales tradicionales que ponían en peligro la empresa colonial o del proyecto estatal, mostrando el modo en que la pesada herencia inquisitorial sigue resonando en los imaginarios locales pese a la impronta cientificista y moderna de la época. 382 Bibliografía CONCLUSIONES 383 Alejandra Cebrelli 384 Bibliografía El discurso y la práctica de la hechicería como procesos culturalmente situados La fundación del discurso represivo analizado a lo largo de esta investigación se remonta a los años de la conquista, cuando los españoles entendieron que las prácticas religiosas y/o curativas de los aborígenes tenían naturaleza diabólica y supersticiosa. Desde entonces la hechicería resultó una práctica y un discurso impostado por el poder sobre grupos y culturas colonizadas. Este tipo de prácticas fue asumida prioritariamente por mujeres quienes hicieron propio este capital que otorgaba poder a quienes lo poseían. En el siglo XVIII y dentro de las culturas andinas aparecieron varias brujas autoproclamadas lo que contrasta con San Miguel de Tucumán, donde las acusadas de ejercer la hechicería se negaban a aceptar su relación con la práctica. Este dato resulta un índice del modo en que las prácticas sociales, ideológicas y discursivas se sitúan socio-culturalmente, dando cuenta de los procesos de autodescripción –transformaciones, traducciones pero también invenciones y actualizaciones- en los que se sostienen las identidades locales. En lo relativo al discurso de la hechicería en el Tucumán, cabe recordar que sólo dejó un registro escrito cuando se entramó en aquellos discursos que lo reprimían y lo prohibían -el judicial y el religioso; al hacerlo, provocaba alteraciones y disimetrías que posibilitaron tanto su identificación como la inscripción de voces heterónomas. De hecho, la existencia misma de la práctica señala espacios lacunares en el tejido cultural local, dando cuenta de que las etnias y las culturas que se 385 Alejandra Cebrelli consideraban colonizadas conservaban parcial o totalmente sus tradiciones y creencias religiosas. La sociedad y la administración tucumanas tenían una larga tradición de persecuciones de la hechicería en el marco de la colonización del imaginario y de la memoria de las culturas locales que ponían en evidencia la estrecha relación de intereses políticos, jurídicos, económicos y eclesiásticos. En este punto cabe mencionar que para las leyes de Indias la hechicería era un delito y podía ser juzgada por la justicia civil cuando se consideraba que había sido causal de muerte. También es importante señalar que los notables tucumanos eran los encargados de generar justicia inclusive en contra de su propia gente de servicio- y, en tanto miembros del cabildo, solían oficiar de jueces aunque con frecuencia eran legos. Finalmente, si bien la Iglesia aparece sólo circunstancialmente y de manera indirecta en dos de las querellas aquí consideradas, el imaginario inquisitorial atraviesa de un modo espectral las prácticas jurídicas tucumanas de las dos primeras décadas del siglo XVIII. Todo esto demuestra que en ese siglo los juicios por hechicería pública respondían a las prácticas que formaban parte de la ideología y de la memoria oficial tucumana aunque sus disparadores fueran conflictos personales, familiares, inter-estamentales o inter-étnicos. De hecho, el discurso de la hechicería se entramó en los expedientes de la justicia capitular tucumana y en las relaciones de los misioneros jesuitas referidas a las reducciones que tenían en el Gran Chaco Gualamba, es decir, en la escritura producida tanto en el corazón de la cultura colonial 386 Bibliografía local situado en la ciudad de San Miguel como en sus fronteras. Estos tipos textuales utilizaron estrategias similares porque estaban orientados a la colonización del territorio y de las mentalidades. La más destacada fue la del control de los cuerpos mediante una desvalorización de los haceres o de los decires que recaía sobre el estamento, el género, la cultura y la etnia de los agentes ubicados en los últimos escaños de la sociedad colonial. Entendida como delito o como práctica demoníaca primero y resistente después, la hechicería remitía siempre a agentes y a horizontes referenciales diversos y/o contradictorios al oficial. Por esta razón la práctica fue referida en la escritura producida en instituciones que, como la Iglesia y el Cabildo, no sólo estaban estrechamente relacionadas con los grupos que ejercían el poder colonial sino que tenían, entre otras funciones y prerrogativas, la capacidad de poner en funcionamiento mecanismos represivos y punitivos con la finalidad de homogeneizar y controlar la abigarrada sociedad tucumana por una parte y por la otra, con el objetivo de expandir las fronteras hacia tierras de indios o hacia el territorio chaqueño. Alrededor de estas prácticas oficiales, entonces, se generó una escritura que participó en la construcción de representaciones del espacio propio y del ajeno pero también del habitante hispano-criollo y del chaqueño. La mayor o menor ‘otredad’ se fue diseñando según los proyectos a los que respondía el escriba de turno aunque estaba siempre al servicio de la justificación del avance europeo-criollo sobre los imaginarios, los cuerpos y los territorios. De allí que tanto los expedientes judiciales como la escritura misional hayan inscripto el discurso de la hechicería en una 387 Alejandra Cebrelli variante que, si bien estaba al servicio de la condena y represión de la práctica, posibilitó su visibilidad y su registro hasta mediados del siglo XIX, momento que marca la desaparición de cualquier mención posterior en la escritura pública. Pese a las coincidencias señaladas, resulta evidente la distancia que media entre los tipos textuales y discursivos en los que el discurso de la hechicería se entramaba. También son notables las diferencias entre una y otra situación comunicativa (un proceso judicial –en el ámbito del cabildo de San Miguel- y la redacción de manuscritos –en la intimidad de un convento por citar algunos contrastes) lo que incidía directamente tanto en las retóricas utilizadas como en la imaginería referida a propósito de una práctica siempre proscripta. En este sentido, al leer contrastivamente los modos de inscripción, retorización y elaboración de representaciones relacionadas con la hechicería en la escritura judicial y en la jesuítica se hace evidente la heteróclita constitución del tejido cultural local para la época que aquí interesa. De hecho, se advierte cómo la variante represiva y punitiva del discurso de la hechicería rayaba la formación discursiva oficial, colaborando en el establecimiento y en la demarcación de las jerarquías y de los roles inter-étnicos, inter-estamentarios e inter-genéricos hacia fuera y hacia adentro del territorio colonial tucumano. Ni las lógicas de referencialidad, ni las retóricas o las representaciones del discurso de la hechicería producidas en el Tucumán a lo largo del siglo XVIII en uno y otro ámbito son idénticas pero al 388 Bibliografía compararlas se reconstruyen parcialmente los imaginarios de las diferentes instancias socio-históricas; ello posibilita la aprehensión de los procesos de transformación -nunca homogéneos y siempre disimétricos- aunque en innegable interacción dialógica. Se trata de la construcción de imágenes de los ‘otros’ y de prácticas consideradas ajenas y, por lo mismo, subversivas en relación a las propias, en cuyo proceso se construyen, a la vez, representaciones autodescriptivas donde se sustentan los mecanismos de adscripción identitaria. La aprehensión, por lo tanto, de los modos de inscripción del discurso de la hechicería y de los mecanismos de represión de la práctica en lugares relativamente alejados y disimétricos del tejido cultural colonial posibilita aprehender la vida cotidiana y la formación de las identidades locales en todo su dinamismo. Cuando el discurso de la hechicería se entrama en los procesos judiciales muestra los esfuerzos de la elite para controlar la población marginal parcialmente colonizada y ponerla ilegalmente a su servicio. En contraste, al inscribirse en las historias o memorias escritas por los misioneros jesuitas señala el inicio de esa dominación. Cuando los sacerdotes nombraban y describían las costumbres bárbaras de las tribus chaqueñas en orden a la evangelización, estaban realizando el primer gesto colonizador: referenciar un universo culturalmente extraño y, con ello, inaugurar un modo de mirar ciertas imágenes de mundo que, en lo no dicho, instauraban formas hacer orientadas a la apropiación de los territorios y de los cuerpos doblemente ajenos en tanto se resistían a tal conquista y, como consecuencia, eran ubicados en un ‘afuera’ de la cultura colonial. 389 Alejandra Cebrelli Las reformas borbónicas de mitad de siglo trajeron cambios sustanciales en el imaginario, en las prácticas y en las instituciones. La impronta iluminista del modelo hegemónico puso en tela de juicio los valores religiosos de otrora con lo cual ya no había modo de sostener la acusación de hechicería pública en los procesos judiciales de San Miguel y éstos desparecieron de la ciudad para trasladarse a los pueblos de indios y a las haciendas aledañas en un corrimiento que, además, da cuenta de la expansión territorial de la sociedad tucumana por esos años. Muy pronto se hizo necesario criminalizar la práctica desde parámetros empiristas para mantenerla en el ámbito de lo punible y de lo reprimible. De este modo, el delito de hechicería se transformó en el de envenenamiento, crimen mucho más fácil de determinar y probar con métodos empiristas propios de la segunda mitad del siglo XVIII, en estrecha relación al paradigma cientificista que se estaba consolidando. De allí en más, la hechicería dejó de mencionarse en la escritura oficial de las nuevas provincias, salvo en lugares muy periféricos. Por su parte, las reformas borbónicas también se hicieron sentir en la frontera chaqueña a través de la expulsión de los jesuitas de las reducciones que habían fundado, mantenido y controlado con regular éxito. Algunos de estos misioneros escribieron sus memorias desde el exilio en una Europa decididamente iluminista; como resultado, las representaciones de los hechiceros se elaboraron desde matrices cientificistas muy alejadas del halo sobrenatural que había impregnado la escritura de sus antecesores. 390 Bibliografía El impacto desestabilizador que produjo la expulsión de los jesuitas se sumó a la creciente importancia que fueron adquiriendo las tierras para los hispano-criollos lo que trajo aparejado el interés gubernamental sobre este territorio chaqueño. Pronto se realizaron frecuentes expediciones militares orientadas a la conquista definitiva del territorio junto a otras cuyo carácter aparentemente científico ocultaba, en realidad, el interés colonizador. Ya no interesaba encontrar hechiceros entre los pueblos chaqueños sino justificar futuras campañas militares por lo cual el discurso de la hechicería dejó de leerse en este tipo de escritura. El proceso no había sido abrupto y tampoco homogéneo aunque tenía hilos conductores que la lectura crítica dejó entrever. Durante las dos primeras décadas del siglo XVIII, en San Miguel se estaban llevando a cabo querellas donde se solicitaba el paso a tormento de las acusadas, sostenidas en prácticas punitivas e ideológicas deudoras de la Inquisición. De la persistencia de este imaginario, da cuenta, casi una década después la Descripción Corográfica del padre Lozano. Tanto los juicios de 1766 y 1785 como la escritura de los padres Guevara (1764) y Paucke (1773-1780) muestran el avance cada vez más visible de las matrices modernas, empiristas y liberales sobre las de tipo pre-moderno que habían ocupado durante la colonia un lugar preeminente. De aquí en más, como ya se adelantó, el discurso de la hechicería desaparece de los diarios de expedicionarios militares y viajeros al Chaco. Un expediente policial salteño de 1858 puso en evidencia el hecho de que, más de cincuenta años después, el discurso represivo y punitivo de 391 Alejandra Cebrelli la hechicería había perdido su razón de ser y, como consecuencia, tendía a desaparecer de un mercado discursivo marcado por los modelos culturales impuestos desde un estado nacional que comenzaba a instaurarse como tal. Los registros En el año 1703 se produjo un juicio contra una negra esclava de nombre Inés en el que se la acusa de hechicería pública. El documento narra y describe su suplicio por lo que constituye una puesta en escena del carácter represivo y punitivo de la justicia colonial tucumana. Una de las particularidades de este juicio es que permite leer la composición estamental y, a la vez, heteróclita del Tucumán colonial así como las prácticas de cada grupo y las interrelaciones de acuerdo con su cultura de procedencia. Desde el punto de vista del discurso, se pudieron visualizar dos destinatarios posibles: los vecinos del lugar y ese “otro” múltiple al que pertenece la acusada pero también los indios que testificaron en su contra. Esto significa que los modos de enunciación son diferentes según las posibilidades de “poder decir”. Por ello la lectura crítica pudo determinar quiénes “hablan”, a quiénes y cómo, en relación a los lugares sociales que ocupaban. Desde el punto de vista de los haceres cotidianos, la escritura de este proceso muestra a la medicina occidental como una práctica social confiable tanto por su poder curativo como por su origen sociocultural. En contraste, la hechicería subsume en su campo de sentido los semas y valores opuestos pues, para los españoles, enferma los cuerpos, se sostiene en prácticas muy 392 Bibliografía relacionadas con las etnias marginales y posee un carácter herético y demoníaco. Estas construcciones discursivas provocaban un efecto tranquilizador ya que determinaban qué saberes eran ‘benéficos’ y cuáles no. Lo que se ponía en juego no eran valores de tipo religioso o ético sino un espacio de poder que se sentía amenazado: el de la incipiente ciencia occidental en relación con los saberes equivalentes de las otras culturas. A lo largo de la querella, el relevamiento de la voz de Inés resultó problemático ya que sus declaraciones estuvieron sometidas a múltiples mediaciones a lo que se suma el hecho de que fueron registradas durante la tortura. Se habló por Inés y sobre ella pero se le negó siempre el derecho a asumir su propia voz lo cual la situó en un margen extremo: por la etnia, por el género y por ser esclava; sin embargo, las constantes referencias a las prácticas que se estaban reprimiendo, el registro minucioso de las palabras de los querellantes y de la querellada y, finalmente, la descripción de la ejecución –muerte a garrote vil y quema del cadáver- permitieron el ingreso de los ‘otros’ y de sus prácticas lo que le confirió a este juicio un carácter plurivocal que no estuvo previsto por sus actores. De esta forma se pudo rastrear de qué manera se fue constituyendo un discurso para nombrar y reprimir la hechicería, en cuyo campo semántico ingresaban los atributos del imaginario medieval relacionado con lo monstruoso, con lo pecaminoso y con lo prohibido en tanto subversión del orden establecido. Otro caso lo constituyen los dos procesos en contra de Clara, una india de encomienda, iniciados en los años 1717 y 1718. A lo largo de los 393 Alejandra Cebrelli mismos los querellantes mantuvieron su encono y plantearon permanentemente sus exigencias de tortura y muerte aunque no lograban conseguir el castigo pues chocaban contra el silencio y el ingenio de la acusada quien se negaba a aceptar los cargos que se le hacían. En los procesos analizados se estructuraron varios relatos relacionados entre sí a través de un complejo sistema de indicios, de rituales y de representaciones cuya finalidad era la de construir la imagen de la ‘rea’ en tanto hechicera pública. Se trataba de demostrar la culpabilidad según la lógica de la práctica discursiva jurídica caracterizada por modos de comprobación premodernos en los cuales el rumor y el tormento aseguraban la consecución de la ‘verdad’ en cada querella. A lo largo de las intervenciones se pusieron en evidencia los procesos de legitimación o de desautorización de la voz dentro del circuito comunicativo del juicio. Dichos mecanismos respondían a las jerarquías previamente instituidas gracias a las cuales todo enunciado tenía un efecto de sentido monológico y verdadero. En tanto la unidireccionalidad resultante se respetara, y sólo en esa situación comunicativa, se producían legitimaciones válidas de la voz de agentes habitualmente silenciados. Los modos de autorización, legitimación y toma de la palabra estaban dando cuenta del funcionamiento de un sistema económico y social, el de las encomiendas, a partir del cual se construían jerarquías notablemente marcadas por la sangre, el género y la posesión. A lo largo de las testificatorias de los representantes de los escaños más bajos de la sociedad, se construyeron relatos de varios ‘casos’ de 394 Bibliografía hechicería pero en ninguno de ellos se demostró un conocimiento acabado de la práctica ni de sus rituales. Si bien en estas narraciones aparecieron algunas huellas del discurso prohibido que evocaban las creencias populares, nunca se asumieron plenamente ante la posibilidad de una represión cuya presencia era permanente aunque espectral a lo largo del proceso. Entre las estrategias discursivas que se destacaron a lo largo de las dos querellas se puede mencionar la de la toma de la palabra por una mujer de la elite utilizando el discurso patriarcal vigente, tal como lo hace la encomendera que inicia el primer proceso. La estrategia opuesta se leyó en las declaraciones de la procesada, Clara, quien utilizó la treta del ventrilocuismo que -al apropiarse de los discursos más legitimados de la cultura oficial- logró enmascarar su silencio. Una y otra modalidad del discurso femenino dió cuenta de la tensión entre géneros, lenguas y horizontes culturales diversos. Se le dio particular importancia a la dramatización que se montó durante el segundo proceso contra Clara. Para ‘demostrar’ el hechizo, se reunió a casi todas las familias de la elite en las habitaciones de dos supuestas posesas, miembros del mismo grupo social; de este modo, al hacer entrar a la acusada ‘en secreto’, las dos enfermas prorrumpieron en gritos delante de testigos prominentes. Esta estrategia buscaba brindar un efecto de verosimilitud que se sostenía en varios valores a la vez: el primero era de carácter social, por el cual un testigo perteneciente al grupo de poder era ‘naturalmente’ más creíble; el segundo estaba relacionado con la impronta 395 Alejandra Cebrelli del imaginario católico en la elite tucumana, por la que la hechicería y la posesión podían confundirse pues, a la base, se suponía la acción del Demonio; el tercero era la lógica de causalidad propia de la práctica jurídica mediante la cual esta dramatización aportaba la prueba faltante para la condena de Clara. De esta manera, la escenificación relatada permitió visualizar la complejidad de la composición social, de los roles y de las formas de interactuar, decir y registrar de la sociedad tucumana a fines de la segunda década del siglo XVIII. En tercera instancia, se encuentran dos expedientes pertenecientes a una causa criminal levantada en 1721 contra cinco indias de la jurisdicción de San Miguel, todas ellas acusadas por el delito de hechicería o encantamiento. Se trata de los juicios contra Magdalena y contra Ana de los Manantiales que no sólo dan cuenta, una vez más, de los intereses personales y estamentarios en juego sino que registran el funcionamiento de lógicas y matrices inquisitoriales en la justicia capitular local. En este caso, el discurso jurídico funcionaba como una máscara que escondía la vitalidad de valores de tipo inquisitorial que entonaban las creencias, las prácticas y la memoria colectiva, modalizando parcialmente el discurso oficial de un modo espectral. En ese sentido, se pudo afirmar que la Iglesia y la Corona imponían un único sistema de valores, si bien diferían parcialmente en el modo de implementarlos, reproducirlos y sostenerlos. La representación de la hechicera que se ponía en juego respondía al estereotipo de la bruja europea y, por lo tanto, poseía el ‘poder’ de trasladarse de un lugar físico a otro. La movilidad simbolizaba la posibilidad 396 Bibliografía que tenían los agentes marginales para correrse del estamento o lugar que les había sido asignado por nacimiento, etnia y patrimonio. La trashumancia era una práctica habitual que permitía a los indios trasponer las barreras étnicas y sociales en busca de un destino mejor, eludiendo –además- el pago del tributo. Se puso en evidencia, por lo tanto, que la acusación de hechicería pública se solía utilizar como pretexto para ejercer el control de indios rebeldes y que respondió a regulaciones sociales que no siempre estaban relacionadas con las creencias religiosas o sobrenaturales propiamente dichas. De hecho, estos procesos pusieron en evidencia las tensiones inter-étnicas (entre hispano-criollos e indios) e inter-estamentales (entre amos y su personal doméstico) que estaban a la base de cada uno. Por otra parte, se destacó que en los pueblos de indios como en los de españoles la medicina fue ejercida por individuos que rara vez tenían estudios formales. Estos curanderos ambulantes solían acudir al herbolario local e, inclusive, solían acudir a rituales mágicos que la Iglesia consideraba heréticos si no diabólicos. Por ello, estos procesos dan cuenta de una compleja operatoria interdiscursiva que resulta del funcionamiento simultáneo de dos discursos: el del curanderismo y el de la hechicería tanto en su variante represiva como en la que nombra la práctica. La huella más fuerte es la de la variante represiva que subsume y modaliza a la otra variante y la iguala al del curanderismo, borrando sus diferencias. Los discursos que dicen las dos prácticas curativas –una de naturaleza mágica y la otra, empírica- se visibilizan al inscribirse en el que las reprime y las señala como diferentes. De allí que estos juicios pongan de manifiesto el 397 Alejandra Cebrelli modo en que el discurso colonial traslapaba representaciones engendradas en prácticas que, como la de la hechicería y el curanderismo, estaban muy próximas entre sí y solían coincidir en un mismo agente que pertenecían a los últimos escaños de la escala social. En ese sentido, el curanderismo funcionaba a modo de una de las múltiples fronteras internas de la cultura colonial tucumana señalando lo que estaba permitido para los sujetos subalternos y separándolo de lo prohibido o de lo mal ‘visto’: la movilidad espacial, el ‘atrevimiento’, los saberes curativos no occidentales, el ejercicio femenino de la curandería, entre otras ‘malas’ costumbres. Cabe destacar que desde el punto de vista de los procedimientos de la justicia capitular, los procesos de 1721 resultan una clara muestra de que, por esos años, en el Tucumán todavía estaba vigente la práctica punitiva del tormento; más aún, la elite estaba muy lejos de considerarlo como un método jurídico ‘bárbaro’ o ‘salvaje’ y, por el contrario, lo valoraba como un ceremonial apto para restablecer y reactivar el propio poder. Mientras estas querellas se estaban realizando en la ciudad de San Miguel, los misioneros jesuitas que intentaban evangelizar los indios rebeldes en las misiones fronterizas escribían cartas, historias y relaciones dando cuenta del territorio recorrido, de las dificultades encontradas, de las culturas con las que iban entrando en contacto y de los resultados de su tarea evangélica. Desde ese rol, entonces, los sacerdotes de la Compañía de Jesús también colaboraban con la construcción de las representaciones del hechicero que, contrastadas con las que se diseñaban por la misma época en los juicios capitulares tucumanos, pusieron en evidencia la complejidad del 398 Bibliografía tejido cultural colonial no sólo en sus periferias sino dentro del poder local, representado por el estamento político-económico y por el religioso. La Descripción Corográfica del Gran Chaco Gualamba del Padre Pedro Lozano (1733) puso en juego una retórica deudora de las historias naturales pero sobre todo de las historias morales que se escribían desde los primeros años de la conquista. Está escrita a modo de palimpsesto ya que tenía como mandato el de dar cohesión a la multiplicidad de manuscritos diversos que la orden había producido en su empresa evangélica en la Provincia Jesuítica. En la escritura se construyó un verdadero sujeto colectivo -el de la compañía- que produjo un simulacro de polifonía pero, en realidad, excluía cualquier tipo de voz ideológicamente contradictoria. En ese punto se señaló que la representación de los hechiceros mantenía algunas invariantes propias de la hechicera pública –su estrecha relación con el demonio, la edad avanzada de sus agentes y el género- pero mostraba ciertas diferencias. La hechicera chaqueña no sólo tenía voz entre sus pares, sino también una notable verbosidad de donde devenía su poder. A medida que transcurrió el tiempo y se avanzaba hacia la segunda mitad del siglo, muchos cambios políticos dieron nuevos sentidos a las prácticas jurídicas y también a las religiosas. Al régimen borbónico le interesaba el control cabal de los territorios e inició una doble campaña de colonización: de los imaginarios en las zonas rurales y del espacio en la frontera chaqueña. Como consecuencia, la frontera se fue militarizando y la mirada de la policía de costumbres se focalizó en la campaña: en los pueblos de indios y en las haciendas, lugares por donde se filtraban prácticas y 399 Alejandra Cebrelli creencias que podían atentar contra la hegemonía hispano-criolla. La impronta del iluminismo en el imaginario fue quitando rigor punitivo a la práctica jurídica y cuestionó la creencia en la magia y en la hechicería. El impacto de estos modelos de mundo se dejó sentir inclusive en el ámbito de la Compañía de Jesús que, por entonces, ya estaba muy cuestionada por los poderes seculares. Precisamente, la Historia del Paraguay, el Río de la Plata y Tucumán escrita por el padre José Guevara apenas tres años antes de la expulsión de su orden, muestra los grandes cambios y tensiones en el imaginario local e imperial, tanto en lo relativo a la historia de los jesuitas en América como a las reformas borbónicas que se comenzaban a imponer. En ella, funciona el paradigma que apelaba a la ratio occidental y moderna para dar cuenta de los lugares, los animales y los habitantes del Chaco en general y de los hechiceros en particular. Estas lógicas desplazaban la demonología que había caracterizado a la tradición escritural jesuítica y sobre la cual se había asentado la representación anterior del hechicero. Como consecuencia, esta imagen perdió su halo sobrenatural y se mostraba como la de un hombre sin poderes, un mistificador en el cual se hacían recaer gran parte de las culpas por las dificultades misionales. Se registró una vacilación entre los dos horizontes referenciales que contaminaban las representaciones; asimismo, se mostró como cada una ingresaba en cadenas de significación de la nueva formación discursiva sin desprenderse del todo del lugar que ocupaba en la formación discursiva anterior. Finalmente, se puso en evidencia que la escritura daba cuenta de 400 Bibliografía las inscripciones de los discursos literario, religioso -particularmente el jesuítico- y científico predominantes. Los valores religiosos se ambiguaban debido tanto a las operatorias interdiscursivas como a la particular coyuntura histórica que se estaba viviendo en el momento de producción de ese texto. Vacilaciones semejantes se leyeron en una querella escrita apenas dos años más tarde, en 1766. El impacto de modos de percepción cada vez más racionales en imaginarios todavía proclives a la creencia en prácticas supersticiosas como la de la hechicería se señalaron en el proceso contra Pascuala, una india del pueblo de Amaicha, realizado apenas un año antes de la expulsión de los jesuítas. Se llamó la atención sobre el hecho de que en el mismo auto donde el querellante –un vecino con tierras linderas al pueblo de la acusada- solicitaba los tormentos, sorpresivamente cambiara de tono y retirara la demanda. En el marco de una expansión territorial y de una apropiación sistemática de las parcialidades indígenas, fue posible interpretar este proceso judicial como una de las muchas estrategias utilizadas por los vecinos. Se pudo sostener, entonces, que con la querella se intentó sacar a la india de su pueblo para ponerla al servicio de algún español y, con ello, se pretendió intimidar al resto de sus habitantes. La querella contribuía con una campaña de descrédito de esos indios y tenía la finalidad de ‘justificar’ el ya señalado proceso expansivo. El juicio daba cuenta del cambio en los imaginarios sociales gracias al cual se vuelvían hegemónicas matrices empiristas y racionalistas mientras se corrían hacia la periferia todas aquellas creencias o prácticas sostenidas sobre lógicas y matrices relacionadas con la superstición y lo sobrenatural. 401 Alejandra Cebrelli La represión pasaba del pecado a la transgresión moral y al delito. Una muestra de este proceso es el atributo de impúdica que recibió Pascuala. Era una novedad pues no apuntaba a la acusación de asesinato por encantos sino al hecho de que la acusada mostraba una actitud poco pudorosa. Más adelante se le sumaron los calificativos de desvergonzada y de licenciosa que establecieron otra correlación más relacionada con la representación de prostituta que con la de hechicera, lo cual produjo un deslizamiento de la antigua representación de la hechicera hacia el terreno de la infamia social y del crimen. En contraste, los relatos de los casos de hechicería que se le atribuían a la acusada respondían cabalmente a los modelos instaurados por las querellas anteriores, dando cuenta de que la variante represiva del discurso de la hechicería se había hipercodificado, paso previo a su epigonización completa. El juicio contra Pascuala marcó un gozne ya que señaló el paulatino corrimiento de la persecución de brujas como mecanismo de control a la construcción de un sistema punitivo sostenido en modos de comprobación de la ‘verdad’ más racionales. Ya a mitad del siglo XVIII un imaginario cada vez más moderno hacía el castigo innecesario y poco económico. La época en que se desarrolla el juicio señala el comienzo de los cambios que no se manifestaban del todo en las prácticas sino en funcionamientos discursivos no muy diferenciados todavía que terminarían en el reemplazo de la imagen de la hechicera por la de la envenenadora. Una década más tarde, el texto del padre Florián registró con mucha más fuerza el impacto del imaginario moderno. En sus memorias, los 402 Bibliografía hechiceros están representados desde una perspectiva indagadora casi antropológica. Este modo de escritura daba cuenta de los desplazamientos que habían sufrido las religiones populares en el imaginario europeo oficial como resultado de la impronta de las Luces. El yo había asumido el rol de un observador al modo científico y, desde ese lugar, se había transformado en un enunciador capaz de mirar al otro para comprender la diferencia cultural. Pese a estas notables diferencias con la escritura misional anterior, Hacia allá y para acá presentaba la ‘utilidad’ del conocimiento sobre el otro como uno de los pilares sobre los cuales era posible elaborar estrategias efectivas para una conversión masiva, aculturación mediante. La mirada antropológica, por otra parte, permitió reconocer la capacidad medicinal de tales agentes y de sus prácticas aunque aminorada por el funcionamiento de la representación del hechicero en tanto mentiroso, proveniente de las representaciones precedentes. Otra particularidad que se destacó de esta producción fue la presencia de dibujos que daban cuenta de las influencias de la iconografía religiosa que acompañaba a los almanaques y folletos populares de circulación en la época. Durante su lectura crítica se señalaron contradicciones entre el registro verbal e icónico con lo cual se demostró que la diversidad puede existir en el interior de una misma práctica discursiva pese a la homogeneidad que le otorgaba tanto el dogma como la pasión puesta, en este caso, al servicio de la justificación de una gesta comunitaria pero también de la propia biografía. Los signos icónicos permiten ver la persistencia de las representaciones que habían ocupado el 403 Alejandra Cebrelli lugar de la hegemonía y que, aparentemente, habían sido desplazadas por otras más modernas e ilustradas. Las memorias dejan entrever la sustitución de posiciones, de saberes, de prácticas y de roles operada por los misioneros sobre los indígenas lo que implicó una violencia sobre el imaginario. Tanto en este punto como en las ilustraciones, se hizo evidente la resonancia del discurso jesuita anterior y del discurso fuertemente represivo del Santo Oficio pese a la actualización a que este material sígnico había sido sometido desde matrices iluministas. Al contrastar la escritura jesuítica con la de los procesos judiciales y policiales, se pudo afirmar que el discurso de la hechicería sólo se textualizaba cuando era necesario reprimir prácticas locales tradicionales que ponían en peligro la empresa colonial o -muchos años después- el proyecto estatal, mostrando el modo en que la pesada herencia inquisitorial seguía resonando en los imaginarios locales. De estos ecos, cada vez menos audibles, dan cuenta los dos últimos procesos del corpus, separados entre sí por más de ochenta años. Se trata del juicio contra Juana Juárez por hechicería (Tucumán, 1785) y el proceso policial contra Leona Martínez por envenenamiento (Salta, 1858). Pese a los años transcurridos, los dos expedientes daban cuenta de la vida familiar en las zonas rurales de la región y, a la vez, de las variaciones epocales de las representaciones femeninas relacionadas con la infamia ya que las dos acusadas eran consideradas mujeres de moral sospechosa. Los dos casos, además, registraron dos tramos de un largo proceso de transformación de los modos de inscripción y registro de la práctica de la 404 Bibliografía hechicería, proceso que coincidió con el paso del período tardo-colonial al inicio de la etapa de organización del estado nacional y de los estados provinciales. Dicha transformación estaba estrechamente relacionada con los cambios en la percepción del delito penal en general y femenino en particular lo que daba cuenta, además, de la ‘modernización’ avanzada de los imaginarios. El proceso contra Juarez fue el último realizado en San Miguel que se ha conservado hasta el presente. Esta mujer había sido acusada por sus suegros de haber maleficiado y envenenado a su esposo, un pequeño propietario rural; sin embargo, la acusación inicial se fue desvaneciendo al construirse un relato de infidelidades, maltrato y conflictos interétnicos. A lo largo de las testificatorias de la parte querellante se había hecho coincidir en la viuda las representaciones femeninas más devaluadas de la cultura tardo-colonial tucumana: la de hechicera, la de envenenadora, la mala esposa y la adúltera; esta última imagen estaba agravada por la diferencia étnica, de posición y de edad. Estas representaciones se superpusieron y se traslaparon a lo largo de la primera mitad del proceso en una tensión sin resolución aparente lo cual estaba dando cuenta del funcionamiento de valores que ponían en tela de juicio modelos de mundo no racionales. A Juana no se le probó ninguno de estos delitos y las imágenes que le habían atribuido se desvanecieron en el mismo momento en que ella tomó la palabra y querelló civil y criminalmente contra Francisco Serda –el único testigo que había presenciado la muerte del marido. Así transformó una querella en su contra en otra por calumnias contra un indio forastero que 405 Alejandra Cebrelli tenía muy pocas posibilidades de defenderse. Esta toma de la palabra y de la escritura por una mujer sólo fue posible por el lugar social y por la habilidad de Juana al hacer jugar a su favor el conjunto de representaciones que sobre sí mismos y los otros tenían cada uno de los representantes de los estamentos implicados. A lo largo de todo el proceso, fue evidente la vacilación entre dos imaginarios, con el consecuente desplazamiento de valores. El discurso represivo y punitivo de la hechicería había sido reemplazado por el discurso de la criminalidad. La representación de la hechicera en tanto rea se desvaneció y se fundió en la imagen criminalizada de la mala mujer. No se trató de un reemplazo sino de una superposición: los dos discursos, los dos imaginarios y sus lógicas respectivas funcionaban a la vez, dando cuenta de la ambivalencia aludida. El último documento que inscribe el discurso de la hechicería registrado en el ámbito jurídico en la región se trata de un caso por envenenamiento que sucedió en Rosario de los Cerrillos en 1858 (Salta). La situación geopolítica en el nuevo mapa nacional había reubicado al antiguo Tucumán en el extremo noroeste, acentuando sus características de frontera. Los nuevos modos de ver e interpretar el mundo produjeron desplazamientos paulatinos, cambios de las prácticas de un ámbito a otro y deslizamientos de universos discursivos o variaciones de registro. La lectura este expediente policial permitió observar cómo había avanzado el proceso de sustitución del discurso represivo de la hechicería por el de envenenamiento. Cuando este discurso ambivalente se inscribió en el 406 Bibliografía discurso policial, lo hizo vacilar dejando entrever el funcionamiento de las lógicas, matrices y valores que la política estatal estaba tratando de dejar en un definitivo olvido. De esta configuración discursiva daba cuenta el funcionamiento de la representación de la hechicera que se estaba actualizando y, en ese proceso, vacilaba y se superponía a otro tipo de imágenes femeninas con las cuales tenía en común el hecho de que referían transgresiones a normas sociales más o menos vigentes aunque de distinto tipo: religiosas (maleficiadora), genéricas (adúltera), familiares (mala madre), morales (hipócrita), higiénicas (loca) o penales (envenenadora). De este modo se había ido configurando en el imaginario oficial local el campo semántico de /lo anómalo/ considerando indispensable su delimitación, penalización y represión en pos del control estatal efectivo. El proceso dió cuenta que, a mediados del siglo XIX, la hechicería era un oficio redituable para algunas mujeres. Pese a la persistencia de la creencia y a la vitalidad de la práctica, la impronta de la formación discursiva oficial resultaba muy fuerte y el expediente sólo inscribió el discurso en una testificatoria. A medida que se fue organizando el estado, la mención de la práctica de la hechicería no volvió a tener lugar en ninguna de sus variantes y, como todo lo considerado ‘bárbaro’ e ‘irracional’, se silenció de la escritura oficial o fue ‘traducido’ por el discurso jurídico o científico. 407 Alejandra Cebrelli De cara al futuro Las variaciones discursivas determinadas a lo largo del desarrollo de esta investigación marcan los recorridos entre dos siglos de la práctica y el discurso de la hechicería. La resistencia a la visibilidad paralela a su inscripción en las escrituras oficiales de dos instituciones centrales de la cultura colonial como la judicial y la religiosa sumadas a la construcción, reconstitución y variabilidad de las representaciones marca una de las características del discurso local de la hechicería. La desaparición del registro en la producción textual de las instituciones hegemónicas desde el siglo XIX en adelante, abre una serie de preguntas que pueden orientar recorridos y búsquedas posteriores. ¿En qué otros lugares deja su huella este discurso escurridizo?, ¿sólo se registra su variante represiva?, ¿cuáles son las estrategias discursivas que posibilitan su ingreso y qué lugar le asignan en esa producción?, ¿quiénes son los destinatarios y los productores de esos discursos desde la segunda mitad del siglo XIX en adelante y cuál es la relación que tienen con los grupos y actores sociales que por esos años mantienen la creencia y protagonizan la práctica de la hechicería?, ¿cuál es la vigencia de las matrices coloniales y cómo se relacionan con las prácticas chamánicas que los pueblos originarios –andinos o chaqueños- mantienen hasta estos días?, ¿en qué sentido estas prácticas colaboran con los procesos de constitución de las identidades locales interpeladas por la cultura global? A lo largo de esta investigación se han esbozado algunas hipótesis y algunos recorridos posibles que no llegaron a concretarse porque excedían 408 Bibliografía los límites de la misma. La indagación de estos problemas en la escritura literaria de corte romántico, nativista o de tradición oral, en los textos periodísticos, en los mediáticos y en el riquísimo corpus del cancionero popular puede completar y enriquecer, sin duda, el rastreo que aquí se ha iniciado. Al mismo tiempo, puede posibilitar la aprehensión de las transformaciones del discurso y de las representaciones de la hechicería funcionando con toda la vitalidad que la misma práctica tiene en la región del noroeste hasta estos días. En este sentido, la investigación que aquí se cierra tal vez pueda aportar algunas herramientas que sirvan como instigadoras a la reflexión de nuevos desafíos relacionados con este tipo de prácticas locales sustentadas por agentes marginados. Si esto ocurre, se comenzará a cumplir con la tarea prescripta por Cornejo Polar y que motivó esta búsqueda, la posibilidad de recorrer otras alternativas existenciales, mucho más auténticas y dignas que permitan que individuos y pueblos puedan autogestionar en libertad, con justicia, un mundo que sea decorosa morada del hombre. 409 Alejandra Cebrelli 410 Bibliografía BIBLIOGRAFÍA 411 Alejandra Cebrelli 412 Bibliografía Corpus Expedientes judiciales y policiales Juicio contra Inés, negra, por hechicería (1703) Juzgados del Crimen, Instrucción y Correccional, Expediente 11, Caja 2, Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial. Se ha utilizado la transcripción sita en Lizondo Borda Documentos coloniales (siglo XVIII) Serie 1, Vol. 6, Tucumán: Junta Conservadora del Archivo de Tucumán, 1949, 78-104. Juicio contra India Clara por hechicería (1717-1718) Juzgados del Crimen, Instrucción y Correccional, Expediente 7, Caja 2, 37 fs., Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial. La transcripción es de A. Cebrelli. Juicio contra India Magdalena por hechicería (1721) Juzgados del Crimen, Instrucción y Correccional, Expediente 7, Caja 2, 27 fs., Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial. La transcripción es de A. Cebrelli. Juicio contra India Ana por hechicería (1721) Juzgados del Crimen, Instrucción y Correccional, Expediente 29, Caja 1, 22 fs., Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial. La transcripción es de A. Cebrelli. Juicio contra India Pascuala por hechicería (1766) Juzgados del Crimen, Instrucción y Correccional, Expediente 42, Caja 6, 11 fs., Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial. La transcripción es de A. Cebrelli. Juicio contra Juana Juarez por hechicería (1785) Juzgados del Crimen, Instrucción y Correccional, Expediente 48, Caja 8, 13 fs., Archivo Histórico de Tucumán, Sección Judicial. La transcripción es de A. Cebrelli. 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Se conservaron las abreviaturas, intentando imitar las grafías individuales y el lugar de las letras en superíndice siempre que fue tecnológicamente posible. En algunos casos, no se ha podido transcribir las consonantes o vocales dibujadas sobre el resto de las letras de la abreviatura y se las ha colocado en superíndice y a continuación. Por ejemplo: Tuqqm. 251 Las excepciones se han señalado con el signo*. 252 Se han obtenido en http://pizarro.fil.urv.es/proyecto/transcripcion.htm . El libro de Victoria Cohen Imach sobre la escritura conventual de los siglos XVIII y XIX también ofreció criterios iluminadores. En el resto de la bibliografía consultada y que figura a continuación se prefiere, en general, actualizar la ortografía a los fines de una mayor legibilidad pero en desmedro de la literalidad de la transcripción. 253 Se mantiene la unión o separación de las palabras con la intención de lograr una transcripción lo más fiel posible. 439 Alejandra Cebrelli 3. Se respetó la acentuación en los pocos casos en los que aparece. Por los motivos arriba enunciados, se han obviado los acentos circunflejos o de cualquier tipo que estaban escritos sobre consonantes. 4. Se transcribieron las consonantes geminadas del tipo de Anttonio, cappitan, entre otros ejemplos. 5. Se mantuvo el uso de i e y, ya sea como vocal o consonante. Por ejemplo: yndia, maior. 6. Se conservaron las contracciones. Por ejemplo: della, laqual, desta, ques, qes. 7. Se transcribió la puntuación en los pocos casos en los que aparece. 8. Se imitaron, en lo posible, algunos signos de puntuación hoy en desuso como = al final de párrafo o documento y ____ al concluir cada respuesta de los interrogatorios.*254 9. Se respetó el uso de mayúsculas y minúsculas del original. En los casos en que la grafía del escriba de turno las hacía dudosas se optó por el criterio ortográfico moderno. A este conjunto de normas se han añadido una serie de notaciones que dan cuenta del estado de los documentos y de la fragmentación que se ha hecho de los mismos a los fines de la presente tesis. 1. En los casos en que se presentan dudas acerca de la interpretación correcta de alguna palabra, se señala con el signo (?) colocado a continuación. 440 Bibliografía 2. Cuando una o más palabras resultan ilegibles por el estado de avanzado deterioro que presentan muchos folios de los expedientes judiciales y policiales consultados se indica con el signo […]. 3. En los casos en que se consideró necesario a efectos de la lectura crítica, se ha fragmentado el texto original lo cual se señala con la notación /…/. 4. Las palabras restituidas se colocan entre corchetes y responden a la gramática moderna. Por ejemplo: [dijo que]. 5. Se han numerado los folios de cada expediente en forma sucesiva y continua. La cara recta lleva el número que le corresponde (f. 1) y la cara versa el mismo número con una comilla (f. 1’). Bibliografía consultada ARRIBAS ARRANZ, Filemón (1965) Paleografía documental hispánica Valladolid: Publicaciones de la Universidad, 17-20 COHEN IMACH, Victoria (2004) “Criterios empleados en la transcripción” en Redes de papel. Epístolas conventuales Tucumán: Instituto Interdisciplinario de Estudios Latitnoamericanos, 99-101 GARCIA, Carlos (2000) Traducción de un manuscrito en otomí y español, hecha por Diego García de Mendosa Motecsuma (Versión de David Charles Wright Carr) París: Editions SUP-INFOR 254 Se reproducen estos signos siguiendo el criterio arriba enunciado. 441 Alejandra Cebrelli MILLARES CARLO, Agustín y José Ignacio MANTECON (1975) Album de paleografía hispanoamericana de los siglos XVI y XVII Barcelona: El Albir 1975, 96-100 Proyecto “Estudio Histórico del Español en América, Canarias y Andalucía” Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (ALFAL) en http://pizarro.fil.urv.es/proyecto/transcripcion.htm VVAA (1957) Normas para la transcripción y edición de documentos históricos. Córdoba: Fac. de Filosofía y Humanidades-UNC 442 Bibliografía ANEXO 2 443 Alejandra Cebrelli 444 Bibliografía 445 Alejandra Cebrelli 446 Bibliografía ANEXO 3 447 Alejandra Cebrelli 448 Bibliografía 449 Alejandra Cebrelli 450 Bibliografía 451 Alejandra Cebrelli 452 Bibliografía 453 Alejandra Cebrelli 454 Bibliografía 455 Alejandra Cebrelli 456 Bibliografía ANEXO 4 457 Alejandra Cebrelli 458 Bibliografía 459 Alejandra Cebrelli 460 Bibliografía 461 Alejandra Cebrelli 462 Bibliografía 463 Alejandra Cebrelli 464