La propia OIT, la UNESCO e, incluso, los informes anuales del Defensor del Pueblo del estado español destacan la incidencia que tiene el estrés sobre el profesorado, remarcando las consecuencias negativas que ello tiene sobre la calidad de la enseñanza. Una variante específica del estrés en el ámbito docente es el llamado "síndrome de Burnout" o "síndrome de quemado", caracterizado por la aparición de sentimientos de cansancio emocional y fatiga, actitudes de despersonalización hacia el alumnado y una pérdida de la realización personal en el trabajo. El profesorado se ve obligado a enfrentarse a un exceso de exigencias y situaciones cambiantes, que requieren una continua actualización de conocimientos, pero que, a menudo, se encuentra con una escasez de medios o con trabas burocráticas para llevar a cabo sus tareas de la forma en que quisiera. Todo ello da lugar a una insatisfacción, cada vez mayor, que acaba convirtiéndose en desinterés y desmotivación. La prevención de este tipo de síndrome exige que la propia formación inicial del profesorado le oriente suficientemente sobre sus funciones, derechos y obligaciones, las situaciones conflictivas a las que se va a enfrentar y sobre cómo hacerlo. El propio síndrome debiera ser explicado, así como las formas de combatirlo. Los programas de formación del profesorado en activo también deben incluir la adquisición o mejora de las destrezas necesarias para hacer frente a la labor docente sin dejar la salud en el intento. En lo que respecta a la organización del trabajo, además de lo ya indicado para la prevención del estrés en general, en el profesorado hay que actuar sobre la forma de distribuir la carga docente, de manera que exista posibilidad de preparar adecuadamente las clases y que existan espacios y tiempos para la reflexión sobre la propia labor. Hay que organizar la docencia de forma colectiva, para evitar que cada persona se encuentre "sola ante el peligro", con un programa a cumplir como única guía. Poniendo en común las experiencias, las dudas y los problemas de quiénes imparten la misma materia o el mismo curso, todos estarán en mejores condiciones para desempeñar su labor, hacer frente a las situaciones conflictivas y mantener el interés, por lo que se hace y por el alumnado al que han de preparar. Sin embargo, el estrés no es el único factor de riesgo para el profesorado. El polvo originado por la tiza que se usa cada día, unido al que entra en las aulas procedente de la calle, genera frecuentes irritaciones de las vías respiratorias, en los ojos y en la piel, así como una mayor facilidad para coger catarros, pudiendo dar lugar a bronquitis crónica. Las medidas de prevención ante los riesgos generados por el polvo pasarían por la instalación de sistemas de ventilación interior, así como de deshumidificadores, un diseño adecuado de los espacios, la sustitución del material de tiza y pizarra por otros alternativos, y cuando ello no sea posible, el uso de guantes o porta-tizas. Los problemas generados por el ruido, especialmente elevado en el entorno de muchísimos centros escolares, suelen pasar desapercibidos por tratarse de algo cotidiano. Sin embargo, es un factor que afecta a la labor educativa ya que incrementa la fatiga nerviosa y la agresividad, dando lugar a problemas de comportamiento y conflictos; disminuye el nivel de atención y concentración del alumnado y obliga al profesorado a forzar la voz para poder mantener la comunicación, dando lugar a la aparición de disfonías y estrés. Las medidas de prevención frente al ruido deben iniciarse con la propia decisión de dónde ubicar el centro docente, evitando la cercanía de autopistas, vías de tren, etc. o utilizando pantallas que absorban o reflejen el ruido generado por las mismas. El diseño interior del centro también debe tener en cuenta este factor, separando las aulas de otras zonas destinadas a usos generadores de ruido (salas de música, gimnasio…), utilizando materiales adecuados y aislantes en techos y paredes, y evitando la masificación de las aulas. El polvo, el ruido y el estrés, junto con la necesidad de hablar durante largo tiempo son algunas de las causas de que los problemas otorrinolaringológicos sean tan abundantes, destacando especialmente los relacionados con la voz. La OIT considera que el profesorado es el grupo profesional con mayor riesgo de contraer enfermedades profesionales de la voz, por tener que usarla a diario para ejercer influencia sobre otras personas. De hecho, la gran mayoría del profesorado desarrolla alguna disfonía antes de los dos años de labor docente. Los síntomas suelen ser el cambio del tono o del timbre de la voz, la falta de aire al hablar, la sensación de tener algo en la garganta, dolor de garganta al final de la semana, etc. El tratamiento de las disfonías suele requerir el reposo vocal, limitando o suspendiendo la actividad docente, además de someterse a un proceso de reeducación de la voz, para poder desarrollar el trabajo sin que ello suponga un perjuicio para la salud. Las medidas preventivas pasarían por evitar el polvo, el ruido y el estrés, organizar la jornada docente de manera que la misma no sea excesiva y existan pausas, y evitar la masificación de las aulas. Un elemento fundamental para la prevención sería la formación e información del profesorado sobre los riesgos que su actividad genera para su voz, y cómo evitarlos. La educación de la voz debiera figurar en los programas de formación inicial y de reciclaje del profesorado. Un micrófono sería un equipo de protección individual (EPI) ante estos riesgos. No dudes en reclamar su instalación en todas las ocasiones en que ello sea necesario.