Evocación de los orígenes del condado de Ribagorza. Fernando

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Evocación de los orígenes
del condado de Ribagorza
FERNANDO GALTIER MARTÍ
Aurora
En primavera de 714, cuando comenzaba el cuarto año
a contar desde la llegada de los musulmanes a Hispania,
el general Muza ibn Nusayr salió de la ciudad de Toledo
camino de Zaragoza, haciéndose fácilmente con esta
plaza. No fue igual la reacción de los habitantes de la
Hoya de Huesca, cuya capital resistió, al parecer, un asedio de siete años, mientras que en sus alrededores se debió de librar una especie de guerra de guerrillas. En
realidad, los invasores se aseguraron el control de los
núcleos urbanos, desde donde contaban dominar sus
respectivas comarcas. Y, como quiera que las tierras de la futura Ribagorza –una
vez extinta Labitolosa– carecían de núcleos urbanos, sus pagos quedaron un tanto
abandonados a la fortuna.
Durante siglos se ha venido afirmando que las montañas del Pirineo, al igual que
las de Asturias, se convirtieron en el refugio de aquellos cristianos que no estaban dispuestos a tolerar la pérdida de España. En el caso de las tierras del norte
de Aragón esta afirmación no cuenta con ningún refrendo documental. Más bien,
la formación de núcleos de resistencia a los musulmanes fue suscitada por los distintos poderes francos, que concibieron la vertiente meridional del Pirineo como
su eventual escudo protector. He aquí el contexto en el que nació Ribagorza,
puesto que los condes de Toulouse (Tolosa) alentaron el nacimiento de una entidad político-militar en Ribagorza-Pallars a comienzos del siglo IX y en la que gobernaron hasta el año 872.
La presencia franca en el futuro Aragón no fue tan significativa como para que pueda
hablarse, sin exageración romántica, de un período carolingio altoaragonés. Lo cual
no fue óbice para que, cuando en 872 la familia condal tolosana cayó víctima de una
conspiración, uno de sus miembros, Ramón, que consiguió salvar su vida, se refugiara en Pallars-Ribagorza y se autoproclamara conde. Y aquellas tierras –hasta entonces sometidas al poder tolosano– se adentraron en la senda de la libertad.
De la Historia
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El conde Ramón I tuvo cinco hijos que,
con arreglo al derecho nobiliario pirenaico, asoció al poder. A Llop y a Isarn
les encomendó la gobernación de Pallars; Bernardo Unifredo y Miro se ocuparon de los destinos de Ribagorza; y
Atón, convertido en obispo, acometió
la tarea de fomentar la independencia
eclesiástica de la zona frente a la sede
canónica de Seo de Urgel.
Ruinas del castillo de Arén, documentado
desde el 823 d. C.
Hacia 920-930 falleció Ramón I y la división entre Pallars y Ribagorza se consumó, accediendo a una independencia más real que jurídica cada uno de los territorios. Bernardo Unifredo se convirtió en jefe supremo del pueblo ribagorzano y
en depositario de la troncalidad sucesoria. Su hermano Miro se encargó de velar por
las gentes que poblaban la margen derecha del valle de la Noguera Ribagorzana,
donde, por lo demás, se había hallado el núcleo germinativo de los dos condados.
La biografía del conde Bernardo Unifredo es bifronte. La leyenda hizo de él un
valiente guerrero, debelador de los musulmanes y miembro de la familia real carolingia. La historia no refrenda su fama. Su padre, Ramón I, pactó su matrimonio con Tota Galindona, la hija del conde Galindo Aznárez II de Aragón; pero
Bernardo no supo sacar provecho, como su suegro, del pacto vinculado al enlace
nupcial: la conquista de la mitad oriental del país de Cerretania, que se hallaba
entre Ribagorza y Aragón. En su vida familiar tuvo suerte, puesto que Tota le dio
tres hijos: Ramón, Ava y Galindo. Por lo demás, la rama colateral encabezada por
su hermano Miro no tardó en extinguirse: de su matrimonio con Gemo nació, al
parecer, solamente Guillermo, quien murió sin sucesión hacia 975.
No es fácil conocer la extensión del condado de Ribagorza en aquella época. La
documentación que ha llegado a nosotros procede, casi exclusivamente, de los
monasterios de Alaón, Lavaix y Obarra; y la pequeña historia de las tierras sitas en
los entornos de estos cenobios nos es accesible. Parece obvio que las comarcas situadas al norte de tales institutos religiosos, la llamada Ribagorza Super Aras, le estuviera sumisa al conde; pero no es evidente. Tampoco nos consta que el valle del
Ésera formara ya parte del condado. Sabemos que Bernardo reconquistó personalmente el valle de Soperún; y ello hace pensar que un poco más al sur de aquellos monasterios comenzaba el dominio musulmán o, acaso, la tierra de nadie.
Plenitud
El conde Bernardo Unifredo murió al promediar el siglo X. Sus herederos principales fueron su hijo Ramón y su hermano Miro, mientras que como cabeza religiosa del condado seguía su viejo hermano Atón. Los sucesivos fallecimientos de
Miro y Atón convirtieron a Ramón II en el señor casi exclusivo de Ribagorza; y su
matrimonio con Garsenda, la hija del conde Guillaume Garcés de Fezensac, le hizo
padre de seis hijos: Unifredo, Arnaldo, Isarno, Odesindo, Toda y Ava, cuyo prota-
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gonismo dio vida a la historia de Ribagorza hasta comienzos del siglo XI. Este
medio siglo largo constituye la edad de
oro del condado de Ribagorza.
Sin embargo, las cosas no comenzaron bien. Ramón II murió prematuramente hacia 960, siendo sus hijos demasiado jóvenes. Odesindo era,
quizás, el único hijo no adolescente,
razón por la que se le hizo obispo
para suceder al tío abuelo, Atón, que
El castillo de Perarrúa desde el noroeste
acababa de morir. Odesindo fue el
primer obispo ribagorzano que accedió a la cátedra de forma canónica al hacerse cargo de la flamante sede de Roda
de Isábena, cuyas tierras ya controlaba el condado. Garsenda, la viuda de Ramón
II, y el conde Guillermo gobernaron de consuno hasta el año 964, cuando Unifredo, Arnaldo e Isarno, quedaron investidos de la potestad condal. En cuanto a
las hembras, ya en vida de Ramón II, Ava hizo un matrimonio de fortuna con el
conde Garci Fernández de Castilla; Toda, empero, se quedó soltera y en casa.
Si a la muerte del conde Bernardo Unifredo el territorio ribagorzano era más bien
modesto, su hijo Ramón II tuvo el coraje de sobrepasar las atalayas de la alta montaña para crear una nueva frontera a la altura de la actual Perarrúa, afirmando su autoridad sobre el valle del Ésera y apoderándose de las tierras comprendidas entre
este castillo y el más oriental de Arén. En 956 se ocupó de la organización de Roda
de Isábena y hacia el 960 se interesaba por la mejor instalación de los defensores
del naciente castillo de Fantova. Buena prueba de que la nueva frontera comenzaba
a ser realidad la dio su hijo Unifredo, quien en 964 aplicaba severas sanciones a Remión, reo de colaborar con los musulmanes desde su puesto de comandante del
castillo de San Esteban del Mall, próximo a Roda de Isábena. El condado de Ribagorza, que ya había alcanzado su primera frontera histórica, la del año mil,
vivió con intensidad esta época de esplendor durante la cual se construyeron
multitud de castillos e iglesias para controlar y organizar el territorio, se fundaron nuevos monasterios, cobró fuerza la
vida civil, creció la calidad de vida de
los ribagorzanos y su nivel cultural y,
hasta tal vez, la tasa de población.
Cuando Ribagorza tenía todo para asegurarse un futuro prometedor, empezó
a flaquear la familia condal. Hacia 975
bajó a la fosa Guillermo Mirón y, al
año siguiente, el obispo Odesindo, sucediéndole en la sede episcopal de
Torre de Fantova antes de su restauración
(junto a ella la ermita de Santa Cecilia)
De la Historia
111
Roda el francés Aimerico. El conde
Unifredo, casado sin sucesión con
doña Sancha, murió en torno a 979.
Arnaldo, célibe como Isarno, devino
conde principal. Hacia 990 la familia
condal se reducía a la abuela Garsenda, Isarno –como conde en jefe–,
Toda y el niño Guillermo, un bastardillo del conde Isarno. Más tarde, Guillermo, por causa de su origen irregular, fue enviado con su tía Ava para
recibir educación en la corte castellana. Del matrimonio de Garci Fernández de Castilla con Ava nació una
prole numerosa, de la que solamente
consideraremos a Sancho y Mayor. En
995 Sancho accedió al trono castellano
y con el curso de los años Mayor llegó
a ser condesa de Ribagorza.
A fines del siglo X, Ribagorza aparecía
como un estado –en la medida relativa
en la que el término es aplicable– bien
protegido y organizado, aunque sometido en exceso al poder de los monjes y de
los militares, lo cual no era sino la norma de aquella época. Los ribagorzanos habían hecho un gran esfuerzo creativo que, por lo demás, quedaba justificado por
el peligro creciente que representaba al-Ándalus. Pero no fue bastante.
Monasterio de Santa María de Alaón
Ocaso
En el período que llamamos del año mil a punto estuvo de malograrse el condado
de Ribagorza, al igual que tantas otras formaciones políticas cristianas. Todo comenzó allí hace ahora otros mil años, cuando en verano de 1003 cAbd al-Malik, el
hijo del célebre general Almanzor, encaminó su ejército contra Cataluña. El conde
Isarno cometió el error de oponérsele en Monzón, en donde él perdió la vida y la
casa de Ribagorza su último varón legítimo. La anciana condesa Toda, hermana del
difunto, ciñó la débil corona, circunstancia que los pallareses aprovecharon para
adueñarse de la zona ribagorzana del valle de la Noguera, mientras que cAbd alMalik preparaba una razia contra el condado, que se llevó a efecto en verano de
1006. Ribagorza quedó parcialmente arrasada y sometida; y totalmente humillada.
Restablecer la unidad territorial y tener un conde fueron las dos tareas que más
hubieron de urgir a doña Toda y a la clase dirigente de Ribagorza. La primera opción para salir de la crisis fue pésima: la condesa contrajo nupcias –imperfectas y,
seguramente, blancas– con el pillo del conde Sunyer de Pallars, quien confundió
Ribagorza con una venta robada. Castilla brindó la solución correcta: Guillermo,
el hijo natural de Isarno, volvía a Ribagorza como conde. Para perfeccionar la
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legitimidad, Guillermo compartiría el poder con su medio prima Mayor, hija de
Ava de Castilla y nieta de Ramón II de Ribagorza. Y, con el fin de solventar el problema pallarés, Mayor casó con Ramón, un hijo del conde Sunyer. Con la ayuda
militar de los castellanos, Guillermo ya era conde de Ribagorza en febrero de
1009. Bajo su autoridad se recuperaron las comarcas que los musulmanes ocuparan en 1006 y se desplegó una nueva e intensa actividad en el condado, que condujo a que los días de gloria retornaran. La buena estrella se eclipsó cuando, en
verano de 1016, Guillermo fue asesinado en oscuras circunstancias. Y Ramón y
Mayor, tal vez no exentos de culpa, se hicieron con el poder.
La muerte de Guillermo no dejó impasible al rey Sancho III el Mayor de Pamplona
(1004-1035), puesto que perjudicaba los intereses de Castilla encarnados en su propia esposa Muniadona. Sancho actuó rápidamente para ocupar Ribagorza. De camino, recobró el condado de Aragón, abandonado a su suerte tras la razia de Almanzor de 999, y trató de domeñar los cantones cerretanos, todavía libres de
cristianos y musulmanes. La campaña pamplonesa sobre Ribagorza, que duró desde
1017 hasta 1025, no logró recomponer la unidad territorial, puesto que el valle de
la Noguera quedó todo él bajo dominio pallarés.
Hacia 1030, Sancho III el Mayor, en acuerdo con el derecho pirenaico, asoció a sus
hijos al poder. Tras su muerte, dos de sus cuatro vástagos serían soberanos y otros
dos quedarían mediatizados ante García, su primogénito, que por ser tal le correspondía heredar el reino de Pamplona-Nájera y la troncalidad sucesoria. Por parte
de Muniadona, Fernando quedaba instituido conde de Castilla. Los hijos menores
serían reguli del princeps García: Ramiro sobre el antiguo condado de Aragón,
aumentado con la mayor parte de la frontera de los Arbas, el Onsella y el Gállego;
y Gonzalo sobre Ribagorza y lo que luego se llamó Sobrarbe, que correspondía
a la mitad oriental de Cerretania, más el enclave de Loarre-San Emeterio.
En los años inmediatamente posteriores a 1035, los hijos de Sancho III respetaron
las últimas voluntades de su padre; pero un cúmulo de problemas condujo a que
aquel reparto vitalicio tuviera consecuencias muy distintas a las queridas por el
testador y a que adquiriera estabilidad jurídica.
El rey Gonzalo murió asesinado en
1044, probablemente a manos de los
cerretanos, siempre remisos a aceptar
cualquier dominación extranjera. De
nuevo sin soberano, los señores de Ribagorza –probablemente temerosos de
caer una vez más en la órbita pallaresa– ofrecieron a Ramiro I de Aragón
la corona de su difunto hermano. Ramiro, en trance de romper con García,
aceptó; y su nueva investidura dio lugar al reino de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. Y en nuestro viejo condado
comenzó a escribirse una nueva –y
poco brillante– página de su historia.
Montañana. Castillo e iglesia vistos hacia el sur
De la Historia
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Bibliografía
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114 Comarca de La Ribagorza
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