www.derecho.unam.mx JUSTICIA DIVINA Y JUSTICIA HUMANA * Por el Dr. Giorgio DEL VECClllO.Profesor entirito de la Universidad de Rotna. Traducción y palabros preliminares del I,ic. L t ~ i sD O R A N T E 5 TAMAYO. Palabras Prr1iir~i~nrn.r Hace u n nier apvoriii~odoiir~wfe qr<rdiinor fir>irirroa In tra<lucciún de este brme trabajo de! doctor Jorge del l'ecchio, sin que hubiirromos Podido, por una o por otra r<it<sn, cnvio~lno lo direccirín de erto Rcvistu para su pt~blicución. ,'lela aquí, rii>l>ero,y no dwdamos qrw las leflores acogeráw con el ben~plálicod< sicnzfire esta riruzu producción del profesor italiano, del qrle tiadie igriorn, eri E! *ircdio jtwidico, que es uno de !os nrás Prestigiosos trofadisfns de !a 1;ilosojia del Derecho de nriestro tiempo. Pero antes de presentar la traducción de que hoblatnor, @quu.iéra~~iur decir dos pelabrns sobre é.rln. Hentos hecho tina lrnducción rmi literal del texto prin~itiuo para evilor en lo porible cl dcfeclo que nor señalo el aforirrno ifeliono: traduttore, traditore ("trnductor, truidor"). Creenius q i ~ ehoy una gran parte de verdad en tsfo. Y nndn ntejor para evitnr¡o, n ntcestro rriado de ver, que haciendo una traducción h a t o cierto punto ad littcrani, a riesyo de restar eiegancia a ln formo; de esta trmncra, no nbst<~*ti.esto Ú l f i ~ i ~elo ,pcn.rniiiiento del autor queda rnós o resgzinrdo de lar auriuciortes y defor»iacione.~qxe pued~ sufrir al ser trasld<rdo e otro idionta. Todo esto no quierr decir, sin ewJ,o,nrgo, que no hayni~mrrc.rpetado los reglas de In sin1o.ri.r rartellsnii, arí COI^ 10 c.rencio1 de los cowectas for~irnr. Hnreriios pafente nf6estro agradeci>iri~titoa! flrofesor Del Veccltio, quitit tantas trt<ieitriis de ntcncidn nos prodigó cuando en e! ntrs de di- * Discurso leida septiembre de 1955. cii el XIII Curso de Estiidios Cristianos en Asís, el 1" ,te GIORGIO DEL VECCHIO cienrbrc tiltinzo cstuvi>i~osa verlo, por ~1 co>iscntiritienfoesl>onfán~oque nos brindó para la tradzrcción de czralqiiiern de sus obras. Pwis, abril de 1956. L.D. T. Tengo el deber de declarar, ante todo, que he aceptado la benévola invitacihn para tratar un tema tan arduo ("así de fuerte ha sido el afectuoso grito"), sólo después de haber advrrtido que no lile habría sido posible desenvolverlo en su integridad. Me limitaré, por consiguiente, a pocas y siinples consideracioiies. La idea de justicia es ingénita en el alma huinana (pcr natzcranz inzp?cssa mbiirb~cs),aunque el coiiociniiento de ella, como de todas las verdádes eternas, se venxa desenvolviendo sólo por grados. Desde los comienzos 4s la existencia humana (po(1eiiios decir (le la coiivi~~encia, porque 13 vida humana es cscncialmcnte social) la justicia se expresa en un cierto ordei:, esto es, eri un conjiinto de nonnas reguladoras y li~iiitadoras del obrar: nornias no forinuladas en un principio y no tileditadas, pero, sin embargo, efectivaniente seguidas, así como se siguen iiiconscienteiiicnte l a s d e la siiitaxis y de la gramática hasta por los iletra(1os y los pueblos, salvajes. S3mcjaiifé orden jurídico posili\.o rsi!~, no obstante. lejos de satisfacer $le;iainente las itistancias de la humana conciencia, aun cuando, con el anclar -ilcl tiempo, de las fases primitivas y enibrioiiales aquel orden se ha elevado a un cierto grado de perfeccihn técnica. Puede decirse, rnás bien, que .los defectos del sistema positivamente vigente se advierten mucho m5s en las fases a ~ a n z a d a sde su desenvolvi~nie~ito que eii las iniciales! 'pu& en ella lo "justo" se confunde a menudo cori lo "orileiiado". Pcro e11 todos los tieinpos, y máxinie en los momentos de crisis, se ha oiclo la invocación a las leyes eternas, o sea a la justicia divina, tiobre las mutables imposiciones de los gobernantes y legisladores Iiuinanos. Todos, creo, recuerdan el clásico llamado de la Antigona de SOfocles a los áyparrra xaáQaii B r i v v;piipa, contra una prohibición de un cruel tirano. Y es superfluo citar otros ejemplos, antiguos y inodernos. 1-Tasta un pensador inclinado al escepticismo, como Renaii, ha reconocido la necesidad de scinejantes llamados. "Dans une de ces sitwl- tioits tvagiques, Dieu cst en quelqzie sorte le confident et le consolnirur niccssairc. Que voulez-wous, que fasscnt, si ce n'est levcr les ~ E U X(121 ciel, un2 fentilie pure accusée injustenzent, un innocent 71ictilizc#une cneur judiiiaire irr6parablc, un homnie qui mrlirt era accow~pIissantun actr de déz~oueirzent,un sagc rnassacrl. par des solda!.^ barhnrcs! Ozi chcrchcr le ii:riroi>zurai, si ce :z'est cn haz<!?"l '> Aquí se plantea el prot>lciiia: ,:c<>riiopoi:ciiiljs r<i:iocir :i I;i ~li\.inidad, o sea lo absoluto? l'uesto qii? el coiii:ciiiiiciito i~iililicauna rclación (eitlrc uri sujeto y un objeto), cui:«ccr 1ii ;ilisoluto es casi una contra(liccióii e11 los té:-mitios, ya qxe lo ;ibsoluio (se lia dicho), cri cuanto coiiocido, se torna relativo. N o ocultamr>s la fuerza de esta objccihn; pcro no creenios que sea insuperable. Hay conocimiento y conocimiento: I19.y el que se funda en los datos de los sriiiidos y rn las cxperirricias fisicas. y el que confía a una pura exigencia dc titiestro espíritu, que iiitigím eesperiinento sensible puede confiriiiar. pero -nOtrseni siquier:i desiiiciitir. ~>recisaiiieiitci>orque Ivrlei!cce a uii orden de verdad superior n los fcnónieuos. Ilay certrzas (por cjcinplo, la de iiurstro lihrc arbitrio y de nuestra irnpulabili~lad) q u iiingún instrurrier!to mecánico ha demostrado jtiniás, ni podría deinoslrar, pero que se iinponiii absoiutnmente a nucstra conciexicia, dc t;il suerte que no nos seria posible prcsciii:lir ile ellos. L o iiiisiiio p u ~ d c leci irse de la Ilamacla "voz del <Irber", qi11. 1:oiisseau llanió iio injusl:iiiieiite "voz celeste". l-!i tii1t.s certezas <!e orden inetafísico. hay -!o aílrnitimos- alguiia cosa ile misterioso (,:iio dijo acaso un gran filósofo que "la libertad es un misterio?") ; pero tal es preci~airentenuestro destino, dc pertenecer por uti la¿" al iiiuiido físico, y de cytar, ;il'mismo tiempo, CII ccintacto coi1 el tiinnclo de los valores absolutos, a los cuales nos atrae una inabolible aspiracióii dc iiucstro espíritu. Comencemos por respetar el gran inisterio que es& encima dc iiosotros y también en nosotros, puesto quc: cri nuestro fuero interno, si bien lo escuchamos, oímos su impronta; y cstarcrnos eii 1;i vía dc 1;1 sapiencia y de la :c. Tal es, si no yerro, el signiíic;iilo de la niixiiria bíblica: Initium sapirrzlac fifnor Domini. No reprinianios, por la orguilos:~ y vana pretensión de saberlo todo y de crcer sólo en lo quc se toca cori - 1 E. Reii:iri. 1 ; c i i i I l ~ sri<:tnihi:er (P:x.ric, 189?), D. xxvrrr. a "Eti i ~ ~ i :dc i es;is sitiincioiies tránir:is, Dios es. por decirlo >.si, cl ionfideiite y el coiisoladar iieces:irio. i Q i ~ équerCis que 1iag;iii. sino elevar los ojos al cielo, una mujer pura acusada itijust.~n>riite. un inocente viclima de un error judicial irreparable, un hombre que ,muere cunipliendo iin acto de sacrificio, un sabio asesiriado por soldados bárbaros? iDúii<le buscar el testigo verdadero, sino en la alta?'"'( N o t n del traductor). 12 GIORGIO DEL VECCHIO la mano, las aspiraciones y las esperanzas inefables, que a menudo dan un sentido a la vida y nos permiten soportar los dolores de ésta. Recordemos, más bien, las palabras de Dante: State contenti, umana gentc, al guia . . . Si no podemos conocer integralmente en sí misma, por los límites de nuestro intelecto, la ratio divinac sapientiae que gobierna, al mundo (lex aeterna), bien podemos y debemos atenernos a la lex naturalis, que es el reflejo de aquélla, adecuado a nuestra naturaleza (secundum proportionem capacitatis humanae natuyae, corno exactamente se expresa Santo Tomás). Hay después, en tercer lugar, la le.% humuna (ab hominibns inventa), que debe ser una especificación más particularizada de la lex naturalis, pero sin contradecir jamás a ésta, ni mucho menos, a la lex caeterna. Mas no sólo la len mfuralis y la lex humana sirven para dirigir el obrar humano, sino también la lex aeternu (divina), que orienta al hombre hacia un fin Último, sobrenatural.2 Debemos mirar a un supremo ideal de salvación y de perfección, aunque, por la estrechez de nuestra mente, no podamos formarnos de él un concepto adecuado. E s -repetimos- una aspiración, una vocación, un anhelo lo que nos atrae hacia este ideal absoluto, y que vale más que la observación empírica de cualquier objeto tangible. E s claro que un ideal que trasciende toda experiencia terrena, y se impone, sin embargo, a nuestro espíritu como meta suprema tiene el carácter de la divinidad, aunque -para no pronunciar el nombre de Dios en vano- no queramos identificarlo con la divinidad misma. E n esta suprema idealidad debemos poner de nuevo la síntesis de toda virtud, por consiguiente también la de la justicia; una justicia, empero, diversa y más alta que la humana. Algunos caracteres, que el análisis ha llevado a discernir en la justicia humana, pierden su significado respecto a la justicia divina, y n o son aplicables a ésta. Así, por ejemplo, mientras en la justicia tal como nosotros la experimentamos hay siempre una relación bilateral, por la cual a una obligación corresponde una pretensión, no puede ciertamente hablarse de obligaciones de la divinidad ni de una pretensión cualquiera - 2 Véase Satito Toiiiás, Sumntn Theol., l a , 2".. q. 91.. art. 4, ad I, 1. Véase tambiéii q. 93, art. Zc, donde se explica como de la l e s aetenra se tenia un cierto conocimiento, no sect:wdu>nquod in se ipsa est. sino sencfiduriz oliquoni ejus irradiafionwn. hacia ella. Asi también si se diitin;ue la justicia en dirtribi~tiaa y cunmz~tatizfa,es fácil advertir que iiirijiuiia cotitnutacióii, o cambio de bienes equivalcrrti.~,es posible entre la diriiiidad y cl hombre; por cl contrario, también la distril>ución o reparticióri de los bienes debe concebirse dr modo divcrso, scgún que se realice por justicia divina o humana. Las disputas leológicas cri torno a esto son tan numerosas, quc no seria posible resiiniirlas aquí; recordeiiios sólo, coirio índice de la dificultad y delicadeza dcl argumento, que uii teólcgo j>ortugués, Rebelo !Rebellus), queriendo aplicar los esqncinas aristotélicos de la justicia a la justicia divina, propuso las fórmulas: j~dstitia sirpcrconmt<tativo, szip<.rn'istrihzitiza, superlegalis y superpzmitiva. " M i s importatite es notar que en la justicia divina, según el coricrpto cristiano, la justicia se acomparia con la misericordia; ~nirntrasentre los hombres estas dos virtuiles estin separa<las y a ineiiudo aparecen en contraste entre si. De esta manera obscrvabi~San Juan Cris<istorno, coiiientando el salmo de David: ~ o n z i i z e ,rxaudi ~ i i cin taca justitia. A,bild ho- ~ n i n c sjustiiia privat~w ~riiscricordia; aptid D c u m autair non item, sed jristitiac qnoque admixta cst ntiscricordia.. et tanta, u t ipsa ctianz j~rstitia vocctztr clctncntia. ' Lluchos intérpretes (también a propósito del verso de Darite: "Misericordia y justici:~ se les desdeña", Inf., 111, 50) entendieron aquellos dos atributos en senliilo alternativo, de niodo que la divinidad sería algunas veces justa y :ilgunas veces iriisericordiosa. Pero la interpretación i r á s correcta parece ser, por el contrario, que las dos cualidades se uncn e11 el concepto de una superior, perfecta virtuil, cual la que sv aviene precisanieiite a la divinida<l." Esto no impide qirc uno ir otro aspecto de esa misma virtud pueda parecernos ~>reiIomiiiante,según sus varias aplicaciones. Así, la severidad parecería prevalecer en el Viejo Testamento, y la ternperaricia, por el contr:rrio, en el Nuevo. Pero ya en aquél los dos atributos son afirmados como estrechainente unidos, al grado de - 3 T. Rebelliis, LJc obligationibrcr justitinc, religionis et cli<iritiiti.~~ ((Veiieiiis, 1610), ,>p. 26-38. 4 En M i ~ e I'iifl.ol. , oraera, t. LV, p. 448. í Viase especialincnte Santo Toiliis, Stonrna Theol., 18, q. 21, art. 4. Cfr. R. <!e Mattei, Misericndio e gitüti.cla nrlla Pnfrirtice r n e l Donte (en "Giornale sloriro delln letteralura italiana", vol. cix. 1937). Sobrc el concepto de jusiifia Dei, véase también Gonelln, Aspetti teolopici del problema della giwiz.3i.in (en "Archiuio d i Filosofia"', aíio VIII, 1938, fasc. 1 1 ) . 14 GIOXGIO DEL VECCHIO formar una sola cosa (por ejemplo, en Salw. cxrv, 5 : Misericors Dominus et justus, etc.) ; y afirmaciones no diversas se encuentran entre los padres de la Iglesia, como en Origenes, San Airibrosio, etc. La superioridad de la justicia divina en comparación con la humana depende principalmente de su síntesis con la iiiisericordia; por esto, en el más elevado concepto cristiaiio, comprende también el don de la gracia y el misterio de la redención. No es iiiaravilla que, frente a tanta alteza, la justicia liuinana parezca una muy pobre cosa, hasta ser considerada algunas veces como injusticia. N o n ergo Deum nostrae justitiae similem cogitemus (escribía, por ejemplo, San Agustín) ; quoniam lumen quod illuminat, incontparabiliter cxcellentizu est illo quod i l l ~ n z i n a t u r . ~ Y San Gregorio Magno: IIumann justitia divinae justitiae comparata, iniustitia est. * E n este punto podemos, cmpero, poner la cuestión de si no sería posible que la justicia humana, inspirándose en aquel más alto coriceplo, acogiese -tainbiéii en los propios limites y en las propias formas- las instancias de la caridad y de la misericordia, junto con la del dereciio. A tal cuestión no dudamos eii dar respuesta afirniativa. Bien puede observarse que esto está y ya, en pequeña medida, realizado cii el caiiipo de la llamada legislación social (providencias para los trabajadores, para las familias desacomodadas, etc.), y alguna mínima traza de ello puede encontrarse en recientes reformas del Derecho penal (por ejemplo, en la institución del perdón judicial). Mas si se considera el problema en su generalidad, debe admitirse que muchas otras y inás radicales reformas serían necesarias. U n antiguo escritor ha distinguido tres especies de justicia: jzutitia Dei, justitia hominis, justitia diaboli. lustitia Dei cst reddcrc bonunz pro malo; justitia hominis est reddere bonum pro bono, maluln pro malo; justitia diaboli est semper reddere malum pro bono. Efecti\wneiitc, el concepto de redderc m d u m pro malo es todavía la base de iiucstros sistemas penales; con más precisión, según la fórmula de Grocio, malum passio+zis quod infligitur ob malum action,is. E s evidente, enipero, que tal 6 San Agustín, Epist. cxx, cap. IV, §§ 19-20 (en Migne, Pnfrol. lat., t. x:;uiri, p. 461). 7 San Gregorio Magno, Moraliuln, L. lat, t. LXXV, P. 716). V, cap. XXXVII, 67 (en Migiie, Pofi 01, 8 Godefridus abbas Admontensis, IIo+iiilia domin. LII (en h l i ~ q e ,Palrol. l a t . t. CLXXIV,p. 350). concepto contrasta con la jusfitia Dei, o sea con la verdadera justicia, no sólo según el pasaje poco antes cita~lo,sini] ta~ribiéiisegún otros n u cho niás iiiiportaiitcs y esti~iia<los.Rccordetiio, por ejerriplo, las pslabras de San I'ablo: Noli zgiv~cia malo, scd viiicc in bolzo +&ns. ( K o ~ n . , X I I , 21), y aquellas de Sati P t ~ l r o i\'oii : rc~tdc~ites malum pro nulo, ?lec rrwledictun~ pro n~aledictu, sc(I c contrario bcnedicentcs . . . Meliits es1 eniin brncfncioifcs, si ?!oli~wtas1)i.i ?l€/it, jiati, ([unni nwlefacientes. (Episf. r, 111, 9, 17.) Y podrkiiiios r~corilartambiiii, en un sentido niAs atnplio, aquellas máxinias del Evarigelio que rios iiiiljoneii aniar a Iiuestros enemigos. (Mateo, v, 20, 43 y sig.) 1.a opinión dc que sea licito infligir sufriniientos a los autores de (lelitos está, sin ernbargo, tan arraigada, que la f6rmula s u s ~ l i c h a (correspondiciiic, en sustaiicia, a la lcy del Talión) es acogida sin discusión en todos o casi todos los tratados de Derecho penal, al niisnio tieinpu ciuc encucritra aplicación coricreta en la dureza de los actuales sistcirias carcelarios. Si, por el contrario, partiiiios drl concrpto de que el mal *e reyani ver11adcr:~metitesólo con el bien, debemos sustitiiir aquella formula r o e otra: boizifm aciiorris proptcr itlailrn~artiorbis. N o se crea que esta fórma1.1 signifique una rrriuncia a la liiclia contra c1 ~lelito;antes bicri, abre el acceso a uiia acsibn iiiiicho iiiis eficaz contra nquí.1, corno trataremos de demostrar brevemciite. 1:uera de duda ?.<ti, ante todo, que debe qucclar integro el derecho <le lc.:.ítiiria dcfetisri, c1 cual, sin embargo, no tierie de ningbn modo la iiiir;i (le infligir sufriniientos. sino sólo de iinpedir cl entuerto. Y la legitiinn dcivnsa -1iOti.scpuede coinprender restricciones aun graves de 1;i libcrta;l persoii;il (le i:icli\~i<lu«s prligrosos, como las que se aplican, por ejemplo, a los locos. a quicricn iiadie tampoco se propone hacerlos sufrir. Otro principio racional indiscutible es el de rjue cualquier clelito iriiplica la oLilig;iiibii <Ic resarcir el daño; principio reconocido generalrnciiti: en trorin, más ~lescui~lado casi del tod80en la práctica. 2Quii.n poclríü sustciier que los his:ci~ias penales hoy en uso facilitan el cumplimiento de csta obligaciriii? i N o es iiiás bien cierto que lo impiden, quitando casi sieiiiprc rt los pen;i~losla posibililla(1 <le un pro\.echoso trabajo? Agri.griise que las I X I I R S , conlo hoy se practican, constriñen a los conden;\dos a extinguir sus oblignciones <Ir :isi?tt,ncia fainiliar; mientras ocasionan crueles sufriinientos jespecialincnte en los casos dc reclusiijn por largo tiempo o por toda 1;i >-ida) n los faiiiiliarcs inocentes de los condena<los. Creo 16 GIORGIO DEL VECCHIO que bastaría esta última consideración, para hacer surgir en toda recta conciencia- una duda al menos sobre la justicia de los vigentes sistemas penales. Queestos sistemas no alcancen ni siquiera el fin de inducir a los reos a ~nmcndarsey redimirse espiritualmente, es desgraciadamente civrto. Muy frecuentes son los casos de reos liberados de la cárcel que cometen nuevos delitos, quizás meditados o aprendidos de los companeros de pena en la cárcel misma. La reeducación moral de los deliticuentes debería realizirse con medios y en ambientes del todo diversos. Que la duración de las penas carcelarias para los distintos <lelincuentes se fije por las leyes positivas de manera empírica y siti base alguna científifa, es del mismo modo evidente. Sólo por una vana ilusión se puede pensar que la turbación del orden jurídico causado por un delito. sea reparada porque el autor de éste sea tenido en la cárcel por un cierto número de días, o de meses, o de años; mientras el daño producido por el delito a personas particulares y a la sociedad entera no lia sido con esto, ni en algún otro modo resarcido. Adviértase que los actuales sistemas no sólo dejan insatisfecha, en la inmensa mayoría de los casos, la elemental exigencia del resarcimiento del daño (afirmada, sin embargo, e11 algún articulo de la ley, que permanece casi siempre letra muerta), sino que ni siquiera se preocupan de proceder a una verdadera determinación del daño mismo, cuando precisamente éste debería ser el primer deber de la justicia. Para obtener el justo resarcimiento debería, en mi opinión, instituirse un sistenia de vigilancia sobre el género de vida de los deudores ex delicto, los cuales habrían de ser obligados al trabajo; un sistema susceptible de varios grados, como poner a prueba, ante todo, la buena voluntad del deudor y recurriendo sólo en las casos más graves a formas directas de coerción; excluyendo, sin embargo, siempre las vejatorias e inhumanas, propias de regímenes juridicos superados. No olvidemos, sobre todo, que la espiranza de vencer e11 la baiall:i contra el delito debe fundarse, mucho más que en los medios aflictivo.; (de los cuales la historia misma ha deinostrado y mueqtra cada día 1:i ineficacia), en la obra de saneamiento de la sociedad, tiiedintite la clevación moral y material de las clases más necesitadas, a la luz de los principios cristianos de justicia y de caridad. Séame lícito repetir aquí las bellas y nobles palabras de Settembrini: "Oh, vosotros que hacéis las leyes y que juzgáis a los hombres, respondrdme y decid: Antes que és- 17 JLFSTICIA DIVILVA Y JUSTICIA HliMA.VA tos hubieran caido en cl delito, iqué habéis hecho por ellos? ;Iinhéis ccluc:ido su infancia y aconsejado su juventud? zhahí-is alivinilo su miseria? 210s habéis educado con el trabajo? éles habéis euseña<lo l«s deberes (le su coridición? ;les habéis explicado las leyes? Vosotros que « S 1l;imais Iáinpai-as del iu~iiiclo, ¿habéis iluminado a éstos que caminaban cii las tinieblas de la ignorancia? Y si no habéis hecho esto, que era vuestro debrr, ¿no tenéis entoiices culpa de sus delitos? Ahora, icjuién os da el derecho de castigarlos? Pues bien, vosotros que los castigáis según vuestra ley y vuistra juslicia, seréis juzgados según otra ley y otra justicia." Todavía dos reflexiones son quizás oportuiias, para cerrar cstc breve discurso. La coinparaci6n entre la justicia divina y la humana hasta <le por sí para amonestarnos que nuestros juicios son falibles; por lo que dehzmos ser cautos, especialmente al pronunciar condenas. A esto se refiercii las senteiicias evangélicas: Nolite judicarc, ut non judicentini. (Mateo, vil, 1 ) ; Nolite condcmnare et non condemnabimini. nimittite, ct <ilntitteiniiti. (Lucas, VI, 37.) No olvidemos jamás que riosotros inisinos estamos sujetos a ser juzgados, y no podemos presumir de ser inmunes a las culpas y pecados que, si tuviésemos tal presunción, cometeríamos por csto mismo el pecado de soberbia. IZecordeinos aún la tremenda pregunta: iQltid autcrn vides fcstucam in oculo fratis tui, et trabem i n oculo tuo non uides? (Mateo, vri, 3 ) . De esto deberíamos sacar, por lo menos, la conclusión de que las condenas niás seviras son casi siempre las menos justas, y que debería ser admitida en todo caso la revisión de ellas. Ile otro error d'ebemos guardarnos: y es el de considerar el Derecho cunio la úiiica regla de la vida. E n la suprema justicia, ya lo hemos hecho notar, la juridicidad se une con la misericordia. Por lo cual nosotros, <lucrieiido mirartios en aquélla, deberemos tener presente que el derecho secala sólo un limite, mas dentro de este limite debe ejercitarse la caridad, ia cual puede también imponernos, en ciertos casos, renunci:ir ;i nuestros derechos, que no por ello es negado, sino reafirinado (puesto cjuc se retnuncia sólo a lo que se tiene). Así podemos, por ejeinplo, condonar una deuda y perdonar una ofensa, sin que esto signifique alguna violacióii a la justicia. como advertía ya Santo Tomás. Erraría, por tanto, quien creyese cuiiiplir todo deber y ser plenatncnte "justo" absteniéndose sólo de violar las leyes jurídicas positivas, 9 L. Settcmbriiii. Ricordi d d l n lnia viin (ed. de Bari, 1934), vol. 10 Véase Santo Tom5s. Slimnu TIieol., 3'. q. 46, arts. 2-3. 11, p. 41. y apoyándose en ellas para sacar el mayor provecho posiblc. Estas lryes son a menudo rígidas y angostas, y en ningún caso bastan por si solas para señalarnos la vía que conduce al bien supremo. Adeinás de la justicia terrena, miremos a la eterna, y de ella tomenios norrna: s61o así salvaremos nuestras almas.