95 JULIO GODIO: En las Américas, pugnan dos líneas de

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u América Latina
GOBIERNOS LATINOAMERICANOS:
NEOLIBERALISMO, TRANSICION Y DESPUES…
Umbrales reunió a Julio Godio, Fabián Bosoer,
Roberto Marafiotti y Daniel Rosso con el objeto
de reflexionar e intercambiar ideas acerca de la actualidad de los nuevos gobiernos de la región. La discusión, coordinada por Edgardo Mocca, se extendió
por varias horas y atravesó temas diversos: la actualidad de los proyectos de integración regional y continental, la existencia o no de un giro a la izquierda de
estos gobiernos, sus identidades nacional-populares o
liberal-democráticas, sus fortalezas, debilidades y perspectivas. Lo que sigue es un resumen del intercambio.
JULIO GODIO: En las Américas, pugnan dos líneas de fuerza en la inte-
gración que han entrado en colisión. Una de ellas se viene desarrollando
desde hace mas de diez años, es la línea que la Administración norteamericana quiere implantar desde l994, y la que en su nivel más general,
denominaron Area de Libre Comercio de las Américas (Alca). Es el modelo
regional de relaciones multibilaterales de libre comercio que encontró
escollos y se detuvo, pero que luego avanzó en forma concreta a partir
del el Tratado de Libre Comercio entre EEUU, Cánada y Mexico (Nafta,
en inglés). Ahora, el Alca original neoliberal se desarrolla a través de acuerdos multilaterales y bilaterales en América Central y el Caribe y Chile.
Pero se ha desarrollado en los países de América del Sur, desde 2002, una
segunda línea de fuerza como una contratendencia significativa, que se
expresa fudamentalamente en la economía política del desarrollo en los
países del Mercosur, con epicentro en la Argentina y Brasil. Se ha ampliado
con la reciente incorporación de Venezuela. Cuba se ha sumado también. Esta contratendencia es el resultado de que la región no podía soportar más las políticas de “libre mercado” y el neoliberalismo conservador. Entonces, desde la perspectiva de la economía política del desarrollo se puede explicar por qué existe una fuerte tensión geopolítica
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regional entre un polo constituido por EEUU y sus aliados regionales y
un polo compuesto por los países del Mercosur y sus aliados también
regionales, con un tibio apoyo a estos últimos de parte de países de la
Unión Europea, China, Rusia e India. El verdadero problema de
fondo es que en las Américas se ha planteado una profunda contradicción entre las formas de integración neoliberales y las nacionalistas-desarrollistas. Compiten y luchan entre sí en escenarios económicos y políticos grandes visiones del “libre comercio” vs “visiones de mercados comunes integrados”. Estas diferentes versiones se expresan, luego de diez años
de abstractas y confusas discusiones entre “Alca vs. Anti-Alca”. Hay
una visión pro Alca y pro EEUU y otra gran visión liderada por la Argentina y Brasil que dice no al Alca, pero sí a la integración hemisférica. Los
campos de disputa son ahora más claros. Los campos de disputa no excluyen constantes negociaciones entre las partes para encontrar algún modo
de “coexistencia pacífica”, inestable pero, al find de cuentas, aceptable.
EDGARDO MOCCA: ¿La promoción del Alca sería el correlato nece-
sario del Consenso de Washington?
JULIO GODIO: Alca y Consenso de Washington no son la misma cosa,
ni económica ni políticamente. Pero integración hemisférica quiere decir
creación a largo plazo de una “Comunidad Económica de las Américas” que incluya a Estados Unidos, Canadá y México. Es una necesidad histórica, aunque no pueda concretarse en esta etapa ni bajo las
condiciones en que hoy lo pretende Estados Unidos. Este escenario se
da en medio del agotamiento de las tendencias neoliberales, y esto
arrastra al Consenso de Washington.
Se empieza a entender que el Alca neoliberal es una cosa y la integración hemisférica, otra. El problema es que esta distinción entra en colisión con las experiencia prácticas de los países miembros del Mercosur
con relación al neoliberalismo y las líneas de fuerza que conducen a su
abandono. Y esta realidad es muy compleja, porque hay actores estatales muy diversos dentro del Mercosur. Se los podría agrupar en dos grandes grupos: los que, por un lado, actúan confrontando con el Consenso de Washington a través de políticas más moderadas (el caso de
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Brasil y la Argentina); y por otro lado, los que representan hoy un esfuerzo
de implantar a nivel regional posiciones nacionalistas más radicalizadas,
como son los gobiernos de Venezuela y Bolivia. Venezuela, fuerte aliada
de Cuba, se mueve hacia lo que denomina Socialismo Siglo XXI, fuertemente enfrentada a EEUU. El gobierno de Morales y el MAS en Bolivia pretende instalar como nueva hegemonía un movimiento etno-campesino político nacionalista. Con el triunfo del sandinismo, Nicaragua se podría sumar al campo nacionalista-desarrollista.
Al mismo tiempo, están naciendo en varios países sudamericanos fuertes
discusiones sobre las formas de hacer política que garanticen las estrategias
nacionalistas desarrollistas. Sin dudas, el PT –de orientación socialista pluralista–, en Brasil, ha sido el precursor de nuevas formas de hacer política a
través de un partido de nuevo tipo, anclado fuertemente en el mundo del
trabajo y los sindicatos, pero construido con la convergencia de sectores progresistas de la Iglesia Católica y diversos movimientos sociales. En síntesis,
“partidos duros” para enfrentar la tarea de realizar profundas reformas de
estructuras y garantizar que los procesos de integración se acerquen al modelo
de mercado común y unión política como es el caso de la Unión Europea.
EDGARDO MOCCA: En ese panorama, hay una incógnita que Julio
dejó abierta y yo la quiero retomar. Hay partidos que ganaron con compromisos transformadores, socialdemócratas, de centro-izquierda, socialistas o progresistas, y que de alguna u otra manera están en situaciones problemáticas. Entonces, ¿se puede hablar de un giro político?
FABIAN BOSOER: Creo que es indudable que la mayoría de las elecciones presidenciales de este año –aun con los resultados de Colombia y
México–, las gestiones de gobierno de una mayoría de países de la región
y los gobiernos que han comenzado su gestión en este 2006, en Chile y
Bolivia, muestran una suerte de giro político que representa un cambio de
escenario respecto de la referencia inmediata anterior, de cinco o diez años
atrás. Si definimos por “giro a la izquierda” el regreso de la cuestión de la
autodeterminación nacional, políticas exteriores más independientes respecto de los poderes y condicionamientos externos, la revalorización del
Estado y su intervención en la gestión económica y social, ascenso al gobierno
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de líderes y fuerzas provenientes de la izquierda del espectro político de sus
países, entonces podemos hablar de “giro a la izquierda”. Ello no supone
de por sí una transformación estructural, una superación de la crisis de
representación política o una reversión drástica de las condiciones económicas y sociales de desigualdad que caracterizan a la región. Supone ni más
ni menos que eso: un cambio de orientación de las políticas de gobierno,
en las corrientes de opinión de la sociedad y en las preferencias de la opinión pública. Pero antes que eso, se planteaban dos líneas de fuerza en la
última década, una que tendría que ver con la estrategia de la política exterior norteamericana expresada en el Consenso de Washington y el proyecto del Alca, en el marco de una tendencia de integración de mercados
a través del libre comercio, y otra hacia una integración hemisférica que
trasciende y se contrapone al modelo neoliberal. Yo veo tres tendencias, en
realidad, a caballo de una profunda reconfiguración de las relaciones entre
los Estados y las sociedades nacionales, los mercados internos y la inserción
externa: una de “integración subordinada”, otra de resistencias nacionales y otra, que es la que aún faltaría definir, de integración regional autónoma. Remitiéndonos a las etapas históricas recientes, podemos ver una
evolución de la región hacia la integración, vinculada con la reformulación
de los estados nacionales y el contexto internacional, dentro de la cual el
Consenso de Washington y la política exterior de los Estados Unidos
encuentran una línea de continuidad, y vemos de qué manera dicha tendencia va encontrando distintas resistencias, sea porque no logra instrumentarse o porque se instrumenta y deja consecuencias tremendamente
costosas y adversas. Esta sería la segunda tendencia: la resistencia a lo que,
en líneas generales, se ha dado en llamar “modelo neoliberal”. Habría un
tercer escenario o una tercera línea de fuerza, una línea a trazo grueso
bastante zizgzagueante y con segmentos en puntos suspensivos, que es la
de la construcción de un proyecto de integración regional y hemisférica,
que supone la existencia de una convergencia de las políticas y estrategias
nacionales en un nivel supranacional. La primera forma de evaluar si existe
un giro progresista o “a la izquierda” en la región, es por ello preguntarnos si existe un consenso contrapuesto y alternativo al que representó
el Consenso de Washington una década atrás. Y aquí mi respuesta es
que un rumbo y una orientación general como la que observamos no
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termina de definir, sin embargo, algo así como un paradigma alternativo. Aunque creo que habría que relativizar un poco nuestra propensión
retrospectiva. Quiero decir que en la década del 90, el Consenso de Washington no era la plataforma electoral de los gobiernos que ganaban elecciones. Fue en la desembocadura de esa década, cuando las reformas y políticas neoliberales se agotaron y fracasaron cuando se tuvo una dimensión
del “bloque histórico” que representó el Consenso de Washington. Del
mismo modo, no se debe buscar una plataforma o un programa escrito
para determinar si existe o no un proyecto alternativo al neoliberalismo.
Esto se relaciona precisamente con esta tercera línea de fuerza, que es la
construcción de un proyecto de integración hemisférica que sea alternativo al proyecto de libre comercio del Alca que ahora adquiere la forma de
acuerdos bilaterales de librecomercio con los EE.UU... Retomando la pregunta inicial de cómo los procesos regionales van influyendo en las políticas nacionales, creo que lo que parece pertinente, estando ya en la segunda
mitad de la primer década del siglo XXI, es observar los procesos políticos de la primera mitad y entonces ver cómo las políticas nacionales configuran este rompecabezas y cómo aportan, influyen y determinan esta
evolución regional en Sudamérica. En un año, este 2006, tuvimos elecciones presidenciales en siete países sudamericanos, con resultados que permiten establecer parecidos y diferencias dentro de una tendencia que creo
puede estimarse, como lo planteaba al inicio, como un giro a la
izquierda, de signo progresista o “neo-desarrollista” y de búsqueda de un
cambio profundo en la relación entre democracia, crecimiento y distribución de la riqueza. Los gobiernos de Venezuela, Brasil, la Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia participan, en líneas generales, de esta corriente y
las elecciones en Brasil, Perú y Ecuador, más allá de los resultados y especificidades nacionales, mostraron esa orientación. Creo que existe una tendencia que está determinada por las condiciones nacionales de cada uno
de los procesos políticos y, al mismo tiempo, por el clima de época regional que tuvo que ver, insisto, todavía más con la desembocadura y con las
consecuencias de los procesos de la década del 90 que con la construcción
de un proyecto alternativo. ¿Qué es lo que definiría esa tendencia? Hay un
factor biográfico: quiénes gobiernan y, cómo se conforman las coaliciones
electorales que ganan elecciones. Es evidente que tenemos gobiernos en la
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región que responden a coaliciones predominantemente conformadas por
proyectos alternativos a los que representó la década del 90, y ubicados
en la izquierda o el centro-izquierda del espectro político de cada país. Hay
coaliciones sociopolíticas que llegan al gobierno con mensajes claramente orientados a construir una política que recupera el Estado, que plantea la redistribución, y con líderes que reivindican una tradición, que se
asumen como continuidad de una tradición socialista, nacional-popular,
reformista o revolucionaria y que ha asumido la recuperación y vigencia
de la democracia como un piso para avanzar en transformaciones y reformas más profundas y, sobre todo, con una voluntad orientada a resolver
contradicciones que estallaron a principios de la década, que fueron la relación entre gobernabilidad, representación, legitimidad, crecimiento y distribución. Venimos de una fractura entre representación y gobernabilidad (que podría plantearse como relación entre crisis del régimen político y crisis del Estado) y de una fractura entre crecimiento y distribución, entre equilibrios macroeconómicos y desequilibrios sociales;
entre sociedad y Estado, entre representación política y representación
social. Recomponer la relación básica entre gobernabilidad democrática
y representación política y social creo que es un desafío que, a los ojos
del balance provisional que tenemos hasta ahora, ha dado un resultado
relativamente satisfactorio, y ello sin renunciar a las banderas electorales iniciales y a los orígenes de estos gobiernos. Con sus altas y bajas, la
respuesta sobre el giro progresista es, en mi opinión, claramente afirmativa
desde el punto de vista de quiénes gobiernan y con qué orientación llevan
adelante sus políticas. También hay que tener en cuenta el factor histórico
(dónde y cuándo gobiernan), el factor geopolítico (en qué condiciones
están gobernando) y, por último, con qué resultados. Estas son variables
que nos permiten determinar orientaciones y resultados, si existe una tendencia, y si ésta se consolidó o no. En síntesis, el giro progresista estaría
determinado por el carácter de las coaliciones sociopolíticas que accedieron a los gobiernos, por el perfil de los líderes, su origen y su discurso. Podemos focalizar sobre las políticas de derechos humanos y de derechos civiles; sobre el desendeudamiento y la recuperación de márgenes de autonomía respecto de los organismos financieros internacionales, sobre el
patrón de modelo económico productivo que se plantea esta idea de cre100
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cimiento a través de las exportaciones –modelo productivo que, de alguna
manera, es redistributivo–; sobre una disminución de la enorme brecha
de desigualdad, de la pobreza y de la exclusión social y vamos a encontrar mayores o menores distancias a logros que nos permitan determinar
la orientación progresista de este giro de los gobiernos en la región. Cada
uno de estos factores plantea, por supuesto, parecidos y diferencias entre
países. Chile y Bolivia son dos casos ejemplares comparativamente, que
nos permiten responder a todas estas variables, porque desde el perfil de
Michelle Bachelet y Evo Morales podemos encontrar algunos parecidos
en función del lugar desde dónde surgen y qué representan para la cultura
política de ambos países (la llegada de una mujer a la presidencia de Chile,
y de Evo Morales a la de Bolivia, ambos reivindicados socialistas). También podemos encontrar las diferencias. Chile y Bolivia parten de condiciones históricas completamente diferentes. El país que recibe Bachelet no
es el que recibe Evo Morales y los resultados de Bachelet y de Evo Morales todavía no los podemos ver, pero sí podemos ver que dentro de la región
los gobiernos que llevaron adelante estas políticas, hasta ahora, han tenido
un relativo éxito y han pagado, también, costos y tenido fuertes desgastes.
Tenemos el caso de Lula: hay indicadores que muestran que la pobreza ha
bajado en Brasil, que la distribución regresiva se ha atenuado levemente
en un cuadro de gigantescas desigualdades, lo que no significa que el gobierno
de Lula haya sido un modelo de manual de gobierno izquierdista o que
debamos compararlo con las plataformas históricas del PT, o que ello implique desconocer los tributos pagados a la corrupción, el clientelismo y la
opacidad en el modo de construir apoyos parlamentarios. En los casos de
Ecuador y Bolivia pesa, sobre todo, la precariedad de la base institucional
de gobernabilidad. El caso de Colombia marca un curso propio dentro de
esta corriente general. Pero insisto en que, partiendo de donde se partió,
poder conjugar gobernabilidad, representación, legitimidad, reconstrucción del Estado, restitución del vínculo entre el Estado y la sociedad, políticas de crecimiento que no renuncian a la bandera de la distribución, no
sólo permite hablar de un giro progresista sino también evaluar dicho giro
como una línea de avance relativamente exitosa, una referencia interesante
desde la cual pensar perspectivas de futuro y modelos alternativos de desarrollo de la democracia.
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ROBERTO MARAFIOTTI: A mí me gustaría, en función del perfil que
tiene que tener este encuentro, ponerme en un lugar distinto o, por lo
menos, decir algunas cosas diferentes. La verdad es que yo no entiendo lo
que puede ser un giro a la izquierda, no logro comprenderlo conceptualmente. Con respecto a lo que planteó Julio acerca del Alca y lo que es el
Consenso de Washington, me parece que desde el 11 de septiembre, y quizá
inclusive desde un poco antes, hay una situación en donde particularmente
Estados Unidos está absolutamente volcado hacia el enfrentamiento con
el mundo musulmán, de modo tal que asume una política fundamentalista (quizá hasta se pueda arriesgar que en el mundo musulmán el fundamentalismo es mucho más suave, ya que se basa en una perspectiva religiosa, en tanto que el fundamentalismo norteamericano, además de
tener una base fundamentalista religiosa también le añade el fundamentalismo político en cuanto defiende los supuestos valores de una civilización
occidental y cristiana). En este marco, creo que hay que ubicar la situación
actual de Latinoamérica. Es este marco el que hace que en la región se puedan arriesgar discursos de la virulencia que pueden tener los de Chávez y
Evo Morales. En otro momento acusar al presidente de los EEUU de diabólico podría haber tenido un costo mucho más alto que en la actualidad.
Esta situación peculiar en el mundo hace que Estados Unidos esté absolutamente volcado hacia el problema del mundo musulmán, y desde ese
punto de vista creo que hay un cierto retiro de ciertos principios extremos del neoliberalismo en la región, pero en verdad el neoliberalismo como
tal no ha desaparecido, si no hay que ver la política económica de Lula, o
la de Bachelet... Esto lo sostengo porque me parece que uno debería matizar algunos planteos. En Latinoamérica, después de siglos, hoy tenemos en
toda la región gobiernos democráticos. Sin embargo, creo que no sería
ocioso preguntarse acerca de lo que le pasa efectivamente a la gente con
estos regímenes. Particularmente, opino que es importante en términos de
la región advertir el incremento de la pobreza y el hecho de que Latinoamérica se ha convertido en el continente en el que la distribución de la
riqueza es la más desigual del planeta. El ritmo de cambio en nuestros países es un ritmo excesivamente lento y tardío y no se advierte que se puedan resolver estos problemas estructurales sin la adopción de medidas que
tiendan a apartarse de los designios del consenso de Washington. Yo creo
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que, evidentemente, los gobiernos actuales son mucho más positivos y auspiciosos que los de hace una década, sin dudas uno se siente mucho más
feliz de compartir los procesos que se están dando en nuestros países,
pero hay algunos problemas que no están resueltos y no sólo eso, sino
que además uno no ve un movimiento muy rápido en términos de que eso
cambie. Y pongo el ejemplo de Brasil, para ser claro, porque me parece que
es una situación muy paradojal, porque la pobreza extrema subsiste y los
inconvenientes estructurales también subsisten. Hay un reportaje a Marcos Camacho, que se hace llamar Marcola, que me parece que debería convertirse en un texto obligatorio para los estudiantes de sociología o ciencia política. Está en Internet, de modo que es de fácil acceso. El es el jefe de
la banda carcelaria de San Pablo denominada Primer Comando de la Capital (PCC), que durante este año ha provocado numerosos actos en esa ciudad y alrededores. Marcola se erige en una señal de estos tiempos, él lideró
esos levantamientos y sostiene que, en verdad, durante décadas, en Brasil
nunca se miró a los pobres verdaderamente. Los pobres fueron noticia
cuando aparecían en las canciones o cuando se caía un “morro” en las favelas pero nunca se los tomó como un problema efectivo y hoy cuando las
cárceles están abarrotadas de pobres se muestra un fenómeno nuevo: la
droga permitió que haya una circulación de dinero como nunca antes tuvieron estos sectores. La posibilidad de manejar desde las cárceles el tráfico
hace que se puedan manejar capitales, operar sobre personajes políticos,
hacer videoconferencias entre líderes de la droga en las cárceles y, por
supuesto, tener una serie de prerrogativas dentro de las éstas que nunca
antes se habían tenido. “Ahora estamos ricos con la multinacional de la
droga. Y ustedes se están muriendo de miedo. Nosotros somos el inicio tardío de la conciencia social de ustedes.” Otro aspecto del que habla Marcola es del temor a la muerte como un temor cristiano que lo tienen aquellos que pueden discriminar entre la vida y la muerte, pero los pobres siempre tuvieron un contacto más próximo con la muerte que cualquier otro
sector social. De allí que no sea una preocupación intensa: el problema
de la seguridad, más bien, es el problema de quienes tienen asegurada su
vida. Introduce la idea de la post miseria que genera una nueva cultura asesina, ayudada por la tecnología (satélites, celulares, Internet, armas modernas). “Es”, concluye, “la mierda con chips, con megabytes. Mis comandaumbrales n° 1.
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dos son una mutación de la especie social. Son hongos de un gran error
sucio”. Esto es de una intensidad y una fuerza que hace que cualquiera se
quede absolutamente pasmado de la fuerza del discurso de Marcola. El
dice, citando a Dante (porque además tiene en la cárcel una biblioteca de
3.000 volúmenes y es un lector inteligente y atento): “Pierdan las esperanzas, todos estamos en el Infierno”. Reitero, el texto tiene una importancia
enorme porque habla de problemas que la clase política ha dejado de
lado o piensa que se podrán solucionar en tiempos y formas que, por cierto,
los más urgidos manejan de otro modo. Otro tema que me llama la atención, y que refuerza esta idea que sostengo de que, en verdad, no podríamos hablar de un giro nítido hacia la izquierda sino más bien de una adecuación a un nuevo momento histórico, es la distinta realidad que tiene
cada uno de los partidos políticos latinoamericanos.
Algunos partidos políticos latinoamericanos tienen una historia y una composición que es absolutamente paradojal y singular en cada país. Pero esa
historia no garantiza tener una política determinada. El caso más claro sería
el Justicialismo en la Argentina, que puede llevar adelante el proceso de
desnacionalización más salvaje de la historia argentina y, al mismo tiempo,
proponer un presidente como el actual, que lleva una política absolutamente antitética de la del menemismo. El caso de Lula sería el extremo
opuesto: surge como una fuerza política de izquierda con una fuerte tradición sindical y cuando llega al gobierno, mantiene una política económica
análoga a la del gobierno de Cardoso. Quizás en la segunda presidencia,
Lula tome más en cuenta esta realidad pero no se debería ser muy optimista porque la presión del empresariado paulista tiene una intensidad
enorme. En este sentido, uno no podría decir que la tradición del MAS
es la tradición del PJ o de la Concertación chilena o del PT. El caso de Venezuela es un movimiento novedoso pero que usa el Estado para promover
un cambio social y un proyecto político que apunta a incluir a Cuba y a
Bolivia en una Republica Bolivariana que, por ahora, no va más allá de la
enunciación verbal aunque está teniendo un impacto fuerte en la región.
Es un caso interesantísimo, aun cuando Chávez pueda decir todo lo que
dice porque tiene el poder que le dan los barriles de petróleo y las estaciones de servicio norteamericanas. Por otro lado, me parece que Bolivia es
un caso más complicado, porque, en definitiva, Venezuela puede hacer las
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cosas que hace porque es una potencia petrolera. Hay situaciones que a
uno le parecen subyugantes y atractivas, pero que al mismo tiempo nos
hacen preguntar: ¿adónde vamos con todo esto? Quisiera también mencionar el caso de México, porque me parece que también es una potencia
mundial y evidentemente allí colapsa un sistema político tradicional, que
no encuentra muy bien de qué manera orientarse... Bueno, me gustaría
que en el contexto de esta discusión incorporáramos algunas de estas cosas...
DANIEL ROSSO: Yo creo que hay un giro hacia la izquierda, o hacia el
centroizquierda. Hay una serie de atributos de los nuevos gobiernos consistentes con el argumento de que giraron a la izquierda o centroizquierda,
y no creo que sea sólo consecuencia de que ese actor dominante, Estados Unidos, hoy tiene sus objetivos puestos fuera de la región. Me parece
que hay otro factor relevante, un factor interno: el agotamiento del modelo
anterior. Con respecto a este agotamiento, Guillermo O’ Donnell había
planteado con relación al modelo dominante de los 90 –incluso antes
de la llegada de Kirchner al gobierno nacional– que “el interés particular del capital financiero no puede ser de manera alguna el interés general
de la sociedad”. O Donnell agregaba que en la Argentina, durante los 90,
el capital financiero, a diferencia de muchos otros países, logró ser la rama
netamente dominante del capital. En ese sentido, uno puede leer que la
crisis del 2001 de la Argentina mostró que el cambio de gobierno que se
había producido con la Alianza no logró relegitimar el modelo de dominación social hegemonizado por un capital financiero autónomo. En esta
perspectiva, la crisis del 2001 expresó un vacío de oferta de proyecto nacional. Cualquier gobierno estaba obligado a transitar el período desde la crisis a la post crisis con la oferta convincente y verosímil de un proyecto
nacional. Por esa misma época, O’Donnell afirmaba que era necesario
promover una alianza productiva fundada en valores de equidad social y
de proyecto nacional: “La primera obligación de un gobierno progresista es establecer un gobierno nacional”. Es decir, que ante el vacío que
dejó la crisis del 2001, había una necesidad de poner en escena un proyecto de desarrollo nacional. Estos proyectos de desarrollo nacional no
resuelven todas las demandas sociales; justamente son “proyectos de desarrollo nacional” (en la terminología clásica, desarrollo de las fuerzas pro-
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ductivas), ni tampoco se plantean de modo estructural las alteraciones de
las relaciones de producción; en todo caso plantean algunas reformas y
alteraciones graduales como producto intrínseco del proyecto de desarrollo nacional. En la Argentina, cierto descenso del nivel de pobreza y de
la desocupación es la dimensión de desarrollo social intrínseca dentro de
todo proyecto de desarrollo nacional. Me parece que la dimensión que
aúna a buena parte de los nuevos gobiernos que podríamos englobar dentro del “giro progresista” es que todos, de uno u otro modo, ofertan proyectos de desarrollo nacional. Algunos ofertan proyectos de desarrollo en
ruptura con lo anterior, como es el caso de la Argentina y de Bolivia, y hay
otros que lo hacen con cierta lógica de continuidad del modelo anterior,
como el caso de Brasil y de Chile. Pero el aspecto que me parece que
los junta es que en mayor o menor medida, el rol dominante del capital financiero de los 90 se agotó y que en ese vacío fueron necesarias ofertas de proyectos nacionales. Esa me parece que es una particularidad
más o menos común de todos estos gobiernos. La otra particularidad
es que me parece que hay una noción de gobernabilidad distinta: se ha
pasado de una noción de gobernabilidad defensiva a una noción de gobernabilidad ofensiva. Para mí es interesante el planteo de los uruguayos
del Frente Amplio, quienes argumentan que cuando se llega al Estado no
comienza allí un nuevo gobierno: cuando se llega al Estado, el nuevo bloque político y social que venció en la elección desata la confrontación con
el otro bloque con posiciones históricas en el interior del Estado. La
elección no desaloja mágicamente al otro bloque del Estado: sólo sitúa en
su interior a una nueva elite política que debe producir gradualmente ese
desalojo y debe desarticular un sistema de relaciones históricas dentro del
Estado. De esta argumentación, se desprende una idea de gobernabilidad diferenciada con respecto al modelo de gobernabilidad anterior:
se pasó de un modelo de gobernabilidad defensiva a un modelo de gobernabilidad ofensiva. Este nuevo modelo de gobernabilidad explicaría
buena parte de la conflictividad que generan estos gobiernos. Estos líderes expresan desde el Estado procesos de transición, transición hacia el
poder, hacia el control de esferas de decisión expropiadas por el bloque dominante. Son líderes en el Estado pero en transición hacia el desmantelamiento del conjunto de mecanismos estatales que dejó el neo106
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liberalismo luego de 20 años de control de los Estados, y ese proceso
es necesariamente conflictivo. Entonces, muchas veces cuando se cuestiona la conflictividad del gobierno de Kirchner o de Chávez, desde esta
lógica, yo pienso que en realidad habría que cuestionarles que sean poco
conflictivos. Desde una mirada progresista, uno dice que el problema
no es que sean conflictivos sino que no lo sean más o que no lo sean en
determinados temas o situaciones. Este modelo de gobernabilidad ofensiva es común dentro de estos gobiernos que protagonizan lo que podemos llamar “un giro hacia la centro izquierda”. Me parece que hay expresiones de esta nueva noción de gobernabilidad y de esta oferta de proyecto
nacional en casi todos los nuevos gobiernos de la región, con las diferencias propias derivadas de expresar matrices de culturas políticas distintas.
Me parece que Chávez y Evo Morales se expresan a través de una
matriz nacional-popular, y en el caso de Tabaré o de Bachelet, lo hacen a
través de matrices más liberal democráticas clásicas. El caso de la Argentina de Kirchner presenta una particularidad: la agenda liberal democrática en nuestro país estaba claramente en manos de la centro izquierda, y
desde mediados del gobierno Kirchner esa agenda aparece cooptada por
la derecha. Entonces, aparece una derecha que empieza a tomar la agenda
liberal democrática y ahí se genera una especie de ruptura, entre la agenda
de las transformaciones económicas y sociales y la agenda de las reformas institucionales, que tiende a ser tomada –sin demasiadas convicciones, por puro oportunismo– por una derecha que no sólo no cree en la
mejora de la calidad de la política sino que históricamente se ha beneficiado con la política en estado de desprestigio.
EDGARDO MOCCA: Desde ese punto de vista, Venezuela es aún más
problemática en el marco de la agenda que vos decís. Ahí está más
partido, ¿no?
JULIO GODIO: Ahí estamos en el primer peronismo.
FABIAN BOSOER: Me parece importante distinguir entre los estilos de
liderazgo presidencial, la implementación de políticas, y de qué manera
impactan las políticas y estilos de gobierno en el sistema político, en un
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nivel de alcance más amplio. Podemos tener políticas de gobierno progresistas y sistemas políticos estancados, con instituciones débiles. Se confunden muchas veces los niveles de análisis: Chávez puede llevar adelante
políticas sociales inclusivas mientras el sistema político venezolano puede
dar muestras de deterioro y autoritarismo. Las dos cosas pueden ser ciertas
al mismo tiempo. En otra escala, Lula pudo llevar adelante un gobierno de
centro-izquierda relativamente exitoso pero ello no necesariamente significa “gobierno virtuoso”, ni mayor calidad institucional ni una transformación del sistema político brasileño, ni siquiera una reversión en la enorme
desigualdad social y condiciones de vida de la población más pobre. Lo
mismo pasa con el Estado: la centralidad del poder ejecutivo y el activismo
presidencialista, antes utilizado para privatizar, desregular y abrir las economías; ahora utilizado para regular, intervenir, proteger y asistir a los
sectores más castigados por las políticas precedentes. Tenemos tres esferas
interactuando: la de los gobiernos, la de los sistemas políticos y la de los
Estados. Se podría evaluar el rumbo según cómo interactúen estas tres esferas, o podemos quedarnos en el análisis de una sola de ellas; por ejemplo,
los procesos electorales, los estilos y las políticas de gobierno. Ocurre que
si no observamos la interacción entre estas tres esferas en el proceso político de cada país, resulta más difícil luego analizar su incidencia en el proceso político regional. Por ello ocurre que lo que solemos ver en la región
es más un caleidoscopio que un “arco iris de orientaciones”: cada uno puede
armar el caleidoscopio según prefiera o según el factor que esté incidiendo
más. Puede haber políticas progresistas en cada gobierno, pueden existir
similares orientaciones nacionales, pero el resultado final, en términos regionales, puede ser absolutamente contradictorio con la orientación de las
políticas nacionales; por ejemplo, con el reingreso en las competencias, rivalidades y conflictos bilaterales. Aquí es donde yo encuentro el mayor “talón
de Aquiles”, la mayor vulnerabilidad del actual rumbo político de la región
y el riesgo de que se desaproveche la oportunidad histórica de asentar una
corriente progresista y forjadora a nivel regional; aquello que permite confirmar la perspectiva que se tiene en Washington de la inexistencia de “una”
América latina: el factor nacionalista-territorial, los “juegos de suma cero”
y la persistencia de una concepción conservadora y estrecha del “interés
nacional”. La preocupación territorial, asociada al acceso y la disponibili108
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dad de los recursos naturales es un dato que, paradójicamente, unifica para
dividir. Permite a los líderes políticos cohesionar a las fragmentadas sociedades nacionales y separarse del descrédito de la dirigencia política tradicional en sus países, pero proyecta al vecindario retóricas altivas, comportamientos inamistosos y escaladas de hostilidad que permiten acumular
poder doméstico al mismo tiempo que desgastan las relaciones regionales.
Contribuyen a esto también competencias personales por la escena y la
proyección externa, otro rasgo tan característico de la cultura política del
presidencialismo latinoamericano que incide también a veces como acelerador, a veces como freno o como factor erosivo de los procesos de integración regional, del Mercosur y de la imaginada Comunidad Sudamericana
de Naciones.
JULIO GODIO: En la medida en la que la Confederación Sudamericana
de Naciones (CSN) y el Mercosur se desarrollan, el problema que surge
es el siguiente: el neoliberalismo se instaló en la mayoría de los países de
la región por medios democráticos. Pero terminó deteriorando a la democracia política en tanto el poder económico concentrado subsumió a la
política. Pero ahora nos encontramos frente a la contratendencia que
pugna por la refundación los sistemas políticos y el restablecimiento de
los principios republicanos, pero asociando estas metas con el nacionalismo desarrollista. Surgen nuevos intentos hegemónicos democráticos,
por ejemplo en Brasil con el PT y en la Argentina con el kirchnerismo.
Estas nuevas hegemonías se sustentan en Estados que pretenden no sólo
regular sino también “organizar a los mercados”. Estas operaciones de
refundación estatal se desenvuelven, obviamente, en el contexto de economías de mercado y apertura económica anteriores. Los partidos conservadores y las grandes organizaciones empresarias se han colocado a la
defensiva frente a la contraofensiva nacionalista-desarrollista.
Es bueno que discutamos también sobre la relación entre sistemas de
partidos y reformulación de los partidos. Por ejemplo, en la Argentina está
naciendo un nuevo sistema bipartidista compuesto, por un lado, por el
kirchnerismo (Partido de la Victoria, Frente para la Victoria, PJ alineado
con Kirchner y Concertación Plural de partidos) y, por otro, un centro
moderado antikirchnerista que deberá hacer alianzas con partidos de dereumbrales n° 1.
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DEBATE
cha para poder instalarse en el centro de la política. Probablemente, formas todavía no acabadas de la nueva bipolaridad terminen por definir el
resultado de las elecciones presidenciales de octubre 2007. Claro, esta reformulación del sistema de partidos es mas fácil porque estamos en un tiempo
en el cual la economía está en crecimiento sostenido, no sólo en la
Argentina sino en toda Latinoamérica, y esto repercute sobre lo político,
favoreciendo la irrupción de nuevas formas de hacer política. Pero la nueva
bipolaridad argentina ya tiene antecedentes fuertes en la bipolaridad que
se ha instalado en Brasil desde 2002. Debemos avanzar en esta dirección.
Pero sabiendo que si las cosas económicas desmejoran, nos enfrentaremos a reacciones conservadoras populistas y autoritarias. Este último peligro es permanente en los países de la región, sencillamente porque representa los fuertes intereses del capital concentrado local e internacional.
ROBERTO MARAFIOTTI: Yo creo que hay otra cosa que podemos incorporar. Junto con el tema del “movimiento de cola” de la economía mundial, también habría que incorporar otro aspecto, que tiene que ver con
cierto espíritu de época acerca de los cambios. Digo, vos hablabas de
la noción de mercado, y me parece que esa noción de mercado existe,
pero también está la presencia del individuo, del individuo como sujeto.
En otro momento, la idea de individuo era absolutamente despreciable. Hoy, en cambio, lo único que cuentan son los derechos individuales y los derechos sociales. Por suerte, empieza a volver a plantearse
esta idea. A mí me parece que es interesante tratar de tomar en cuenta
determinados fenómenos de transformaciones culturales, que tienen
mucho que ver con todo esto, porque la política en general se queda
cada vez más sin palabras o, por lo menos, se podría decir que le faltan
las palabras más pertinentes para dar cuenta de una realidad compleja.
Me parece que también, uno le reclama a la política la respuesta para
cosas que, en realidad, la sociedad cambia y cambió en un tiempo mucho
más veloz y de una manera muy fuerte. Entonces, terminamos desencantados de los partidos políticos, o de ciertas visiones políticas que uno
dice hoy que son “insuficientes”, pero lo que ocurre en realidad es que
la sociedad ha cambiado a una velocidad mucho mayor de lo que era
esperado. Y nos cuesta y nos va a costar mucho acompañar esto.
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América latina
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