Un “testigo cercano”. Los “vínculos vitales” entre Pierre Vilar y España

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Un “testigo cercano”.
Los “vínculos vitales” entre Pierre Vilar y España
Ana ESCARTÍN ARILLA
Universidad de Zaragoza
En su contribución a la obra colectiva España: la mirada del otro, de 1998,
titulada “Reconstruir la España contemporánea”, José Carlos Mainer señala la distancia,
a la hora de comprender la realidad de un país –realidad histórica, literaria o de
cualquier otra naturaleza–, que separa a quienes han “vivido” o “heredado” los hechos
de quienes son completamente ajenos a ellos y los estudian “desde fuera”. También
Pierre Vilar planteaba esa misma reflexión en Metodología histórica de la guerra y
revolución españolas:
hay que distinguir entre quien lo vivió y quien no lo vivió. […] El testimonio es
reconstrucción del recuerdo. La historia es construcción en base al documento. Pero los
límites entre estas dos representaciones del pasado no son muy estrictos. Hay recuerdos
razonados, y narraciones históricas muy subjetivas (Vilar, 1982: 74).
Ciertamente, la línea divisoria entre una y otra perspectiva es difusa, y el caso de
Pierre Vilar, cuya trayectoria vital y profesional se fue forjando al ritmo de los
acontecimientos de España, es paradigmático. Efectivamente, la evolución personal, y
con ella la académica, de Pierre Vilar está íntimamente ligada al desarrollo de los
acontecimientos políticos españoles de los que fue, como él mismo afirmaba, “testigo
cercano”. Tenemos la suerte, gracias a la necesidad casi obsesiva de Vilar de hacer
explícitos, en aras del rigor científico, no sólo sus presupuestos teóricos y
metodológicos sino también su vinculación personal con la materia de estudio, de
rastrear en sus notas personales (prólogos, conclusiones, conferencias, etc.) la sucesión
de los hitos, de vivencias personales, que fueron guiando sus pasos en la búsqueda del
conocimiento histórico.
Para empezar, Vilar llegó a Cataluña como estudiante de geografía. Sin
embargo, la realidad a la que se enfrentó planteaba preguntas a las que él consideró más
adecuado tratar de responder como historiador, lo que le hizo modificar desde el origen
el punto de partida. En el transcurso de las primeras investigaciones durante los años
treinta, que culminarían en la redacción de la obra Cataluña en la España moderna, una
serie de experiencias personales, derivadas de las circunstancias históricas de España y
de Europa, fueron perfilando la perspectiva del trabajo y condicionaron, como no podía
ser de otra manera, el resultado final del mismo. La Guerra Civil constituyó para Vilar,
como para un buen número de hispanistas, un punto de no retorno en su interés por
nuestro país. Era inevitable, por otra parte, que la reflexión en torno a la contienda en el
seno de las historiografías extranjeras focalizase su atención en el significado de la
misma en el plano internacional1.
1
“Si doy a esta breve introducción un matiz personal es porque el lector de un libro de historia tiene el
derecho a un mínimo de información sobre las relaciones entre esa « historia » y el hombre que ofrece su
Ana ESCARTÍN ARILLA
Fue durante sus años de cautiverio cuando Vilar sintió la necesidad de elaborar –
basándose en el “testimonio”, la “historia oral”– su Historia de España. A su regreso
volvería a los archivos españoles para trabajar con los documentos y redactar la obra
definitiva, que lograría finalmente burlar la censura en España y convertirse en uno de
los referentes de la historiografía alternativa a la de los vencedores. La Historia de
España fue experimentando con el tiempo toda una serie de actualizaciones sucesivas,
reflejo fiel de la evolución de la visión que el autor se fue forjando de los hechos2.
Entretanto, el contacto de Pierre Vilar con España y con su historia fue constante,
primero como profesor en el Institut français de Barcelona y después con sus
seminarios en la École Pratique des Hautes Études. Su contribución a la
conmemoración del cincuentenario de la Guerra Civil fue su obra La guerre de
l’Espagne, traducida al castellano como La Guerra Civil española.
Huelga decir, por lo tanto, que la obra de Vilar no habría sido la misma si las
experiencias a las que se vio sometido hubieran sido otras3. Por todo ello, podemos
calificar a Pierre Vilar como uno de los paradigmas del historiador-testigo. Pero fue
mucho más que eso. En multitud de ocasiones hizo explícitas sus vivencias personales
en España y no dudó en afirmar no sólo que sus escritos en torno a la historia de España
incluían “alguna vibración un tanto personal”, sino que existen “vínculos vitales entre el
historiador y la historia” (Vilar, 1995: 8). Dos de sus obras más personales de las
dedicadas a España son sin duda Historia de España y La Guerra Civil española. A
continuación trataremos de señalar muy someramente cómo quedan reflejados en ellas
esos vínculos vitales en la construcción de la narración histórica, es decir, cuáles son
esas “vibraciones personales” que asoman en el discurso del historiador.
Una de las primeras sensaciones que asaltan al lector es la de “estar allí”, la de
ser, con el historiador, testigo de lo que está sucediendo. Las descripciones de Vilar,
tanto de las estructuras –geográficas, económicas– como de los acontecimientos, son
casi pictóricas o, más bien podríamos decir, cinematográficas. El autor nos hace
penetrar en el lugar donde se producen los hechos, nos imbuye de su ambiente. Gracias,
análisis. Un francés de hoy puede considerar la guerre d’Espagne como un episodio extranjero, lejano.
Para mi generación (treinta años en 1936), guerre d’Espagne ha significado amenaza hitleriana,
fanfarronadas mussolinianas, ceguera de las democracias parlamentarias, enigma soviético” (Vilar, 1986:
8-9).
2
En 1978 escribía en el prólogo a la nueva edición española: “Este libro data de 1946. De él se han
hecho, en francés, diez ediciones. En cada una de ellas he hecho un esfuerzo para modificar las últimas
páginas siguiendo las pautas de los cambios dignos de ser destacados” (Vilar, 1995: 11). Y en el epílogo
de esa misma edición precisaba: “Las conclusiones anteriores llevan el marchamo de septiembre de 1975,
el mes del último y brutal sobresalto del sistema represivo nacido de la guerra civil: atmósfera tensa,
estado de excepción, cinco ejecuciones severamente juzgadas en el mundo, aprensión del poder ante la
previsible desaparición del general Franco” (Vilar, 1995: 173).
3
Las siguientes líneas expresan con enorme elocuencia esta realidad en la que la historia “de la
humanidad” y la historia personal se entremezclan irremisiblemente: “entre 1930 y 1936, cuando yo
exploraba, en los archivos barceloneses, sobre un pasado catalán bastante lejano, compartía también, en
las vivencias y en lo cotidiano, las esperanzas, las decepciones, las exaltaciones y las angustias del pueblo
español, ya se tratase de diciembre de 1930, de abril de 1931, de octubre de 1934, de febrero, agosto o
septiembre de 1936. Y aunque seguí más de lejos el resto de la guerra civil, tuve plena consciencia de lo
que significaba, tanto para la historia como para mí: el primer acto de doble conflicto, internacional y
social, que adquiriría pronto una dimensión mundial, y que me arrojó personalmente, a partir de junio de
1940, y durante cerca de cinco años, a un campo de prisioneros” (Vilar, 1995: 8).
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entre otras cosas, a la recuperación del lenguaje del momento –citas literarias, fórmulas
propagandísticas, declaraciones habituales o puntuales de las figuras políticas y
académicas y expresiones generalizadas entre la población salpican el relato– podemos
prácticamente “oír” lo que está sucediendo. A ello se añade una narración
preferentemente en tiempo presente –algo que llama sobre todo la atención en La
Guerra Civil española–, lo que intensifica notablemente la sensación de actualidad, de
testimonio.
En efecto, el historiador se torna narrador-testigo, observador presente de unos
hechos que nos va describiendo en todas sus vertientes al ritmo marcado por sus propias
preguntas como investigador, técnica que confiere una enorme fluidez al texto. Las
referencias bibliográficas son escasas, lo que acentúa la sensación de “recuerdo”, de
descripción de una situación vivida. Privilegia entre las fuentes de información las
realidades que observa directamente o, en su caso, de las que oye hablar en la calle. De
hecho, también los fenómenos más alejados en el tiempo se ven confirmados por
fenómenos actuales que evidencian la fuerza de las estructuras.
La “visibilidad” del narrador es especialmente llamativa en Pierre Vilar. El
historiador no se limita a “aparecer” en el texto en los momentos destinados a la
reflexión o a la valoración crítica, sino que lo hace también cuando está narrando
acontecimientos históricos al estilo más clásico, obligando así al lector a recordar que es
la pluma de un autor, y no una mirada impersonal y pretendidamente objetiva, la que le
está aproximando a la historia. Vilar aparece en primera persona, describiendo actitudes,
realidades o situaciones elocuentes de las que ha sido testigo y que le permiten explicar
hechos históricos; hace además ocasionales referencias a otras realidades que le son
muy próximas, como la francesa, y no duda en manifestar asimismo apreciaciones
personales explícitas –empleando exclamaciones, seleccionando los epítetos, añadiendo
fórmulas valorativas…– y presentar conclusiones generalizadoras fruto de su propia
observación.
Todo ello pone de manifiesto la profunda “identificación” de Pierre Vilar con su
objeto de estudio. El lenguaje le delata: mantiene numerosos términos en español para
no perder en contenido y elocuencia, habla en muchas ocasiones “desde España” –
utiliza el verbo “venir”, el adverbio “aquí”, etc–. Su conocimiento de la historia de
España y de su presente social y cultural es asombroso. Sus obras están plagadas de
referencias generalizadoras que tratan de conectar los hechos del pasado con realidades
profundas de hoy y de siempre. Es plenamente consciente de las concepciones
comúnmente asumidas y se adelanta a ellas en sus reflexiones. Es capaz de penetrar en
el imaginario y el discurso de los colectivos y hablarnos desde allí. Su proximidad a la
población española le permite indagar incluso en los sentimientos comunes.
Limitación de las referencias bibliográficas, intervención personal del
historiador, identificación del investigador con su materia de estudio, descripción de
sentimientos… Tal vez todo lo expuesto pudiera hacer dudar del carácter científico de la
obra de Pierre Vilar. Nada más lejos de la realidad.
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Que el historiador participa de los fenómenos históricos de su tiempo es un
hecho innegable4, de ahí la necesidad, tantas veces proclamada por Vilar, de que éste
haga explícitos sus presupuestos con el fin de responder a las exigencias del
conocimiento científico. Para Vilar, la más ancestral paradoja de la ciencia histórica es
la que gira en torno al enfrentamiento entre “la exigencia de una objetividad” y “la
evidencia de una subjetividad por parte del historiador” (Vilar, 1992: 70), y dedicó
mucho tiempo, esfuerzo y espacio a tratar de demostrar no sólo que esa ligazón del
historiador con la materia concreta que estudia no va en detrimento del rigor de su
método y de la validez de sus conclusiones, sino que es, en tanto que plasmación del
“compromiso ineludible de todo ser humano social, a modo de necesario punto de
partida” (Ruiz Torres, 2004: 244), muy útil a su propósito.
La cuestión de la objetividad en Pierre Vilar, que requeriría un estudio
monográfico por su envergadura y su interés, queda muy someramente explicada en este
fragmento de su intervención en el Coloquio Internacional sobre la Guerra Civil de
España celebrado en Barcelona en 1979:
Yo no he “vivido” este episodio, pero he sido su testigo cercano […], sin ser nunca
indiferente a este proceso. No me creo, pues, capaz, yo menos que nadie, de dejar de
lado mis recuerdos, mis ideas, para jugar al historiador “objetivo” y frío. Sin embargo,
quisiera esforzarme en ser historiador, es decir, intentar comprender, frente a los hechos
sociales, su encadenamiento y sus mecanismos (Vilar, 1982: 73).
Como podemos observar en esta definición de lo que es la historia para Pierre
Vilar, subjetividad y verdad no son incompatibles; están más bien obligadas a
entenderse. Así pues, Vilar, un autor particularmente interesado, como vemos, en
explicitar su adscripción metodológica y política con el materialismo histórico, así
como su vinculación sentimental con el objeto de su estudio, dicho de otro modo, sus
presupuestos personales, “subjetivos”, no dejó por ello –más bien al contrario– de
erigirse en maestro de varias generaciones de historiadores españoles gracias tanto a la
validez de sus principios metodológicos como al valor de sus conclusiones.
No en vano, la visión histórica aportada por Vilar ha hecho grandes
contribuciones en la forma en que los propios historiadores españoles han entendido y
entienden la historia de España5. Su contribución a la “renovación de la ciencia
histórica” en España (Fontana, 1985) y la relevancia de sus investigaciones sobre
nuestro país son innegables. Y ello se debe no sólo a su procedencia francesa –la
historiografía francesa, debido a sus propias posibilidades y a las circunstancias internas
del mundo académico español, hizo aportaciones más que significativas–, sino
precisamente a la naturaleza misma de su relación con España.
4
Vilar afirmaba a menudo que el historiador “está en la historia” y “pensar históricamente” es la única
manera posible de pensar. En su charla titulada precisamente “Pensar históricamente” aducía: “¡Pensar al
margen de la historia me parece tan imposible como a un pez vivir fuera del agua!” (Vilar, 1992: 121). Y
añadía: “Cualquier análisis que se limita a la lógica de uno de esos momentos o que los supone una lógica
común, corre el riesgo de perderse y de perdernos” (Vilar, 1992: 122).
5
En palabras de Fontana, el acercamiento de Vilar a Cataluña se lleva a cabo “por el doble camino de la
investigación histórica y del conocimiento personal. Se identificó con la suerte de este pueblo y eso le
permitió entendernos hasta el punto de ser capaz de enseñarnos a nosotros mismos a entendernos mejor”
(Fontana, 2004: 8).
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En este sentido, y volviendo a la distinción apuntada por Mainer, la historia del
presente la vive Pierre Vilar desde dos puntos de vista: como observador externo de los
hechos, con fines científicos, y como miembro de la comunidad, aunque se trate en este
caso de una especie de “miembro adoptivo”. Jorge Lozano, en defensa de la afirmación
por parte de Batjin de la importancia del distanciamiento en la observación, elabora en
su obra El discurso histórico una muy interesante reflexión en torno a las aportaciones
de esa conjunción entre el observador ajeno y el testigo cercano:
Es una gran cosa para la comprensión, dice [Batjin], este “encontrarse fuera” del
investigador –en el espacio, en el tiempo, en la cultura– respecto a lo que él quiere
creativamente comprender. Así hace frente Batjin a la idea “muy tenaz, pero unilateral y
por consiguiente errada” según la cual para tener la mejor comprensión de una cultura
ajena se debe como transferirse a ella y, olvidada la propia, mirar al mundo con los ojos
de esa cultura ajena. Naturalmente, añade, una cierta identificación en una cultura ajena,
la posibilidad de mirar al mundo con sus ojos, es un momento necesario en el proceso
de su comprensión, pero si la comprensión se agota en ese momento sería una mera
duplicación y no aportaría ninguna novedad y enriquecimiento (Lozano, 1987: 197).
Una vez más, en el caso de Pierre Vilar la frontera entre las dos perspectivas no
está netamente diferenciada. Las “vibraciones personales” que antes hemos señalado no
pueden atribuirse sin discusión a uno de los dos observadores, el de “fuera” y el de
“dentro”. El sentimiento que unía a Pierre Vilar con España podríamos calificarlo de
“empatía”. Y es ésa quizá una de las claves del éxito de su observación:
Hacer –sin renunciar a la simpatía– la historia de un país (o de un hombre), no consiste
en decir: así veo yo su pasado, sino más bien: este es su pasado, bajo todos los aspectos
reconstruibles; aquí tenemos una recopilación de todos estos factores, intentemos
comprenderlos. Comprender no excluye juzgar. Pero comprender correctamente implica
sin duda la capacidad de ‘sentir con’. Y a menudo es necesario ‘sentir con’ realidades
contradictorias (Vilar, 1992: 79).
Lo que unió a Vilar con Cataluña en un primer momento no fue ningún tipo de
lazo familiar, como había sospechado Braudel, sino precisamente lo ajeno de la realidad
que presenciaba. En la introducción a su obra Pensar históricamente, en respuesta
precisamente a Braudel, aduce: “El caso [de los catalanes] no me había seducido por
pertenencia [appartenance], sino más bien, al contrario, por extranjería [étrangété]6”
(Vilar, 2004: 20) Y finalmente concluye: “El fenómeno catalán me impresionó en su
primer momento justamente porque lo percibí como un hecho extraño. Digo extraño, no
necesariamente extranjero” (Vilar, 2004: 205). Es precisamente lo “extraño” lo que
despierta la curiosidad de Vilar y lo empuja a estudiar a fondo una realidad en principio
totalmente ajena que se va volviendo inevitablemente mucho más familiar.
Como señala una vez más Mainer en el artículo antes citado, “la sensibilidad del
extraño, más selectiva y (en el mejor sentido) más ingenua, advierte mejor que la del
indígena lo que es significativo y procura distinguir lo axial de lo adventicio” (Mainer,
6
Señalamos aquí el término original utilizado por Vilar porque consideramos que la palabra “extranjería”,
empleada en la traducción, no refleja adecuadamente lo expresado por el autor, y más aún si tenemos en
cuenta la siguiente precisión del autor en torno a la diferencia entre lo “extranjero” y lo “extraño”. Sería a
nuestro entender mucho más adecuado hablar de “extrañeza”.
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1998: 96). Así pues, y dado que el primer contacto de Vilar con España fue, como él
mismo explicó en numerosas ocasiones, puramente fortuito, podemos afirmar que en su
caso el principio de “ingenuidad” apuntado por Mainer se cumple a rajatabla, una
ingenuidad que significa ausencia de prejuicios, que es sinónimo de curiosidad del
investigador, el cual se enfrenta a las realidades sin una conclusión ya determinada y se
deja orientar por lo que va sucediendo a su alrededor.
En una conversación con Arón Cohen y Pablo Luna, Vilar destacaba la
importancia de
situarse ante algo completamente desconocido, que no había pensado antes, y
descubrirlo. […] Descubrir algo es importantísimo y también carecer de todo prejuicio,
porque, francamente, yo no había pensado en Cataluña en ningún momento hasta
entonces. […] ir a un lugar sin prejuicios y descubrir que hay un problema y cómo se
plantea ese problema. Me parece algo fundamental (Cohen y Luna, 2004: 131-132).
Y es muy probablemente la honestidad científica de Vilar plasmada en esta
reflexión una de las cualidades que cautivaron para siempre a toda una generación de
historiadores españoles y a sus discípulos de hoy.
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