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Fecha de Recepción 20 Mayo - Fecha de Aceptación 22 Junio
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Número 24 Julio-Septiembre 2005
José Gregorio Hernández
La filosofía de una ciencia
Su temprana preocupación por ayudar al prójimo aunado a una profusa inclinación científica le valieron
ser, merecidamente, uno de los pioneros en el desarrollo de la medicina y la docencia en esta área,
logrando trascender, con sus hallazgos, las fronteras geográficas y tangibles que separan lo local de lo
universal, lo real de lo inexplicable.
Por Marianny Sánchez
Contadas historias de vida logran calar un sitial de honor en la narración del quehacer profesional y el
imaginario colectivo de un país. La labor realizada por el Dr. José Gregorio Hernández comprende un
acelerado paseo por una corta vida que se dividió entre la filosofía y la ciencia, emparejándolas de tal
forma que logró un matrimonio perfecto entre estas, a simple vista, disímiles disciplinas.
José Gregorio Hernández nace un 26 de octubre de 1864 en el Isnotú estado Trujillo en Venezuela. Hijo
de Benigno Hernández Manzaneda, de procedencia colombiana, y Josefa Antonia Cisneros y Monsilla,
descendiente de españoles, gozó de una infancia enmarcada en el idílico paisaje que ofrecen los
terraplenes andinos.
En su adolescencia se traslada a la ciudad de Trujillo para efectuar sus estudios de bachillerato en el
Colegio Federal de Varones, hoy Liceo Cristóbal Mendoza. No pasaría mucho tiempo antes de que José
Gregorio abandonara la tranquilidad de las tierras andinas para continuar su formación académica en la
ciudad de Caracas. A la edad de trece años prosigue sus estudios en el Colegio Villegas, uno de los
mejores de la época. Relatan quienes lo acompañaron en aquel entonces, que Hernández, poseedor de
un carácter taciturno y callado solía estudiar música y leer durante los recreos en lugar de jugar con sus
amigos. En esta institución obtiene el título de bachiller en Filosofía; era el año de 1884.
Sus estudios universitarios
Su primera vocación se orientó hacia las leyes, por lo que decidió estudiar derecho. No obstante, su padre
lo hace desistir y finalmente se decide por Medicina en la Universidad Central de Venezuela (UCV),
carrera que enrumba por los caminos de la Biología. Para aquel entonces las habilidades de José
Gregorio Hernández eran múltiples: hablaba inglés, alemán, francés, italiano, portugués y dominaba el
latín; era filósofo, músico y poseía profusos conocimientos acerca de teología. Se doctoró en la UCV el 29
de junio de 1888 y colocó así broche de oro a un fructífero desempeño evidenciado por maestros de la
talla de Adolfo Ernst, considerado el fundador de la escuela positivista venezolana, y Adolfo Frydensberg,
cofundador de la Sociedad Química de Caracas así como de la Sociedad Farmacéutica de Venezuela, de
quienes fue alumno.
A tan sólo pocos días de obtener el título de doctor en Medicina sacó a colación dos temas que
posteriormente desarrollaría ante un jurado examinador. En primer lugar contrastaría la doctrina de
Laennec, que asienta que la existencia del tubérculo es factor suficiente para la constitución de la
tuberculosis revolucionaria teoría unitaria, frente a la escuela de Virchow, que sostiene la dualidad, según
la cual la tuberculosis y la neumonía eran dos enfermedades distintas sin ninguna capacidad contagiosa.
En segundo lugar, profundizaría en el tema de la fiebre tifoidea típica de presentarse en Caracas. La
escogencia de ambos temas no eran más que un indicio de lo que más adelante se convertiría en el eje
de su profesión médica, las enfermedades bacterianas, tanto así que posteriormente fundó la Cátedra de
Bacteriología en Venezuela.
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Una vez graduado decide regresar a su tierra natal trujillana para ejercer entre los tres estados andinos
venezolanos. Cumplida su deuda de servicio con su hogar geográfico, regresa a Caracas donde comienza
su actuación como científico, filósofo y filántropo.
Una razón de peso justificaba el regreso de Hernández a la capital, uno de sus profesores y amigo, el Dr.
Calixto González, lo había recomendado al Gobierno para una beca de estudios en Europa. El presidente
de la República, Juan Pablo Rojas Paúl, en vista de la escasez de médicos dedicados a la
experimentación para el año 1889, decreta que por cuenta del Gobierno, el joven galeno venezolano sea
trasladase a Francia a estudiar Teoría y Práctica en las especialidades de Microscopia, Histología normal
y patológica, Bacteriología y Fisiología Experimental.
Su labor en Europa
Una vez en Paris, trabajó en los laboratorios de Charles Richet (Premio Nóbel 1913) profesor de Fisiología
Experimental en la Escuela de Medicina de París y quien a su vez había sido colaborador de Etienne
Jules Marey y discípulo del sabio Claude Bernard, máximo exponente de la Medicina Experimental en
Francia.
Estudió Histología y Embriología con Mathías Duval, quien, según la edición especial dedicada a la labor
de Hernández realizada por el Diario oriental El Tiempo, da constancia de los méritos del médico al
expresar textualmente: “el Dr. Hernández ha trabajado asiduamente en mi laboratorio y ha aprendido en él
la técnica histológica y embriológica, me considero feliz al declarar que sus aptitudes, sus gustos y sus
conocimientos prácticos en estas materias hacen de él un técnico que me enorgullezco de haber
formado”.
También participó en su formación el eminente Isidor Strauss, que había sido discípulo de Emile Roux y
Charles Chamberland quienes lo fueron a la vez de Louis Pasteur, todos ellos precursores de la
Bacteriología.
Concluidos sus estudios en París, solicita permiso para trasladarse a Berlín donde estudia Histología y
Anatomía patológica, a su vez que inicia un nuevo curso de Bacteriología. Paralelamente a sus estudios
compra un laboratorio en París por instrucciones del gobierno venezolano.
Contribuciones al campo de la medicina
En el año 1891 concluye su labor en Europa y regresa a Venezuela, donde el gobierno al mando de
Raimundo Andueza Palacios, decreta la creación de los estudios de Histología, Fisiología Experimental y
Bacteriología en la UCV, a cargo de Hernández como catedrático y director, consolidando de esta forma la
creación de la primera cátedra de Bacteriología en América.
La Microbiología en Venezuela hasta ese entonces, había sido un escueto y poco visible bosquejo de
ciencia impartida por instituciones de precaria duración como los Institutos Pasteur de Caracas y
Maracaibo a finales del siglo XIX. Es con la labor de José Gregorio Hernández que se afianza la apertura
hacia esta particular rama de la ciencia.
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La obra cumbre de Hernández en el campo científico la constituye su labor como docente, caracterizada
por su ética profesional y vocación social. Es entonces cuando comienza la enorme y fecunda trayectoria
del médico, sabiendo ser a la vez investigador, profesor, médico, científico, filósofo, artista; hombre
intachable dispuesto a ayudar al prójimo.
Entre los tres principales hechos de la historia médica venezolana, resaltan la creación de la primera
cátedra para la enseñanza de medicina en la entonces Real y Pontificia Universidad de Caracas por parte
de Lorenzo Campins y Ballester en el año 1793; en 1827 José María Vargas funda la Facultad de
Medicina de la UCV, y, finalmente, en 1891 funda Hernández los estudios experimentales de forma
científica. Su labor docente la desarrolló a base de lecciones explicativas con observación de los
fenómenos vitales, experimentación sistematizada, prácticas de vivisección y pruebas de laboratorio. Es el
surgimiento de la verdadera pedagogía científica.
Una de sus contribuciones más resaltantes al campo de la medicina la constituyó la introducción del
microscopio y la enseñanza de su uso y manejo; cultivó y coloreó microbios e hizo conocer la teoría de
Virchow. Fue también un destacado fisiólogo y biólogo, pues conocía a profundidad las ciencias básicas
(Física, Química y Matemática), trípode sobre el que reposa la dinámica animal.
Se declaró siempre creacionista, adversario de la teoría evolucionista, cuyos postulados por demostrativos
que fueran, no aceptó nunca como válidos ni como verdades dogmáticas. Con arraigada vocación
católica, descartó siempre como válidas las teorías evolucionistas que postulaban la transformación
constante de las especies; fue creacionista en el sentido en que jamás admitió transacción alguna entre
las demostraciones de la ciencia, especulativa o experimental, y la palabra sagrada de los profetas, por
cuya voz solía afirmar que se transmitía a la humanidad la revelación divina y la historia original de los
seres humanos.
Aunado a ello, nunca decreció su interés por la Filosofía. De carácter reflexivo, poseedor de un espíritu
selecto, con acentuado sentido crítico y pensador profundo, sintió siempre preocupación por los grandes
problemas humanos. Su contribución puramente humanística quedó plasmada en su obra “Elementos de
Filosofía” (1912), en donde expone la visión personal que tenía sobre el mundo y sobre las relaciones que
vinculaban a los hombres entre ellos y con Dios.
Principales publicaciones y hallazgos médicos
La metodología científica sobre la cual edificó su labor fue la de la experimentación. Comienza por
comprobar los hechos aprendidos en la teoría contrastando ulteriormente los resultados obtenidos por él
con los resultados obtenidos en escuelas extranjeras. De esta forma arriba a conclusiones como la
referente a la numeración globular roja, acerca de la cual acota en el I Congreso Médico Panamericano de
Washington en 1892, que “el número de glóbulos rojos es menor en los habitantes de las regiones
intertropicales que en los de las regiones templadas y suponemos que esta hipoglobulia depende del
organismo que teniendo menos pérdidas de calor por la irradiación, disminuye la producción globular y por
este hecho estoy perfectamente de acuerdo con la opinión antigua de que los países cálidos son los
países anemiantes por naturaleza”.
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También escribe, junto a Nicanor Guardia, acerca de la angina de pecho de naturaleza paludosa,
vaciando sus estudios acerca de la materia en un libro titulado “Sobre la angina de pecho de naturaleza
paludosa”. Para la materialización de dicha publicación utiliza sus estudios realizados en la Facultad de
Medicina de Madrid, los cuales consistieron en la observación de tres casos, cuyas causas creyeron haber
dilucidado y que les sirvió de base para el estudio de una enfermedad poco conocida y escasamente
estudiada para aquel entonces. El estudio de los tres casos anteriormente mencionados lo condujo a
concluir, mediante la observación del pigmento melánico en la sangre, que se trataban de individuos bajo
la potencia del impaludismo. Sin embargo, no observaron el hematozoario de Laveran, pero la
circunstancia de haberse transformado los accesos de angor en accesos de fiebre paludosa, es tan
demostrativa como la presencia misma del pigmento antes mencionado. A su vez, describe los tipos de
anginas de pecho: por ateroma, por simple neuralgia del plexo cardíaco o por obstrucción de arterias
coronarias por el protozoo, también descubre las granulaciones pigmentarias y la acción curativa de la
quinina en estos casos.
Dentro de sus publicaciones, realiza varias en la Gaceta Médica de Caracas y luego en 1906, publica su
obra más importante: “Elementos de bacteriología”, calificado por expertos en la materia como prodigiosa,
reflejo de concisión y claridad, además de constituir el primer libro al respecto publicado en el país. En
dicha obra define la Bacteriología, los microbios, microbios vegetales, animales, sus formas, coccus,
bacilos, spirillus, clasificación de Pasteur, entre otros.
Estudia también las lesiones anatomopatológicas de la pulmonía crupal, mejor conocida como neumonía
fibrinosa o diplocóccica. Considerada para la época como excepcional, demostró a través del estudio y
análisis clínico minucioso que era una enfermedad bastante común en Caracas, concluyendo en al
artículo que redactó para la Gaceta Médica de Caracas, titulado “Lesiones anatomo-patológicas de la
pulmonía crupal”, lo siguiente: “...La muerte puede sobrevenir en cualquiera de los periodos de la
pulmonía. (...) la causa de muerte es por agotamiento del corazón por excesivo funcionamiento“. Más
adelante aclara que “de estas consideraciones podemos deducir que la regla de conducta que debemos
observar en presencia de un caso de pulmonía fácil de sintetizar: en el tratamiento de la pulmonía lo
primero es defender el corazón”.
En el año de 1910 escribe junto con el Dr. Felipe Guevara Rojas, el artículo “De la nefritis a la fiebre
amarilla”. Documento en el que señala que las lesiones encontradas eran “aumento de volumen y
congestionamiento, manchas equiomáticas y hematuria, lesiones en los glomérulos de Malpigio.
Apartando los casos fulminantes que destrozan el hígado por esteatosis sobreaguda podemos establecer
para los demás la siguiente ley: en el tratamiento de la fiebre amarilla lo primero es defender el riñón”.
También investiga las relaciones que a su juicio debían existir entre el bacilo de Koch y el de Hansen,
basándose para ello en la ácido resistencia e inicia trabajos para contribuir al tratamiento de la
tuberculosis con el aceite de Chaulmoogra (Ginocarda odorata), sustancia que era usada para aquel
entonces sólo para tratar la lepra. Finalmente presenta en sesión de la Academia de Medicina en 1918
una nota al respecto en la que puntualiza: “el aceite de Chaulmoogra ciertamente mata al bacilo de Koch,
los enfermos tratados mejoran su estado general después de la inyección. Las dosis de 1cc o 2cc,
separados por largos intervalos es lo mejor”.
El galeno venezolano estudia además el flagelo de la bilharziasis entre la población nacional, alertando al
gremio médico y al público en general acerca de la importancia de la endemia, poniendo en evidencia que
su extensión en Venezuela era mucho mayor de lo que se creía.
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Un legado que trasciende la historia
Fue uno de los 35 fundadores de la Academia Nacional de Medicina en junio de 1904, formando el grupo
de médicos de la época convocados por Luis Razetti para membrar la salud en Venezuela. En 1909 fue
nombrado Jefe de Laboratorio del Hospital Vargas y cuatro años más decide retirarse a la Cartuja (Sevilla
- España) por lo que envía una carta al entonces presidente de dicha Academia, a lo que Razetti le
responde: “Señor Doctor José Gregorio Hernández: Honorable Colega, considerada por esta Academia la
renuncia de miembro de ella, que usted se ha servido enviarle con fecha 18 de los corrientes, tengo la
honra de decirle que la Academia no la ha aceptado porque considera que el cargo de Miembro de una
Academia no es renunciable. Soy de usted seguro servidor y colega”.
Posteriormente entre los años 1914 y 1915 dicta clases de Medicina en forma privada y sin remuneración
alguna en el Colegio Villavicencio. En 1917 viaja a Estados Unidos para cursar nuevos estudios en
materia de bacteriología. Regresa a la UCV en 1918 y se convierte en el primer profesor en enseñar a los
alumnos la toma de la tensión arterial.
En resumen, Hernández dictó 21 cursos universitarios más dos prácticos de una duración de un año cada
uno, que alternaba con el ejercicio particular de la Medicina en un consultorio privado localizado en su
propia casa, lo que según datos estadísticos, le permitió recabar unas 7000 recetas médicas.
El domingo 29 de junio de 1919 José Gregorio Hernández salió a atender a vecinos enfermos. La última
persona atendida fue una anciana de pocos recursos a quien decidió ayudar comprándole las medicinas.
Al salir de la farmacia de la esquina de Amadores y Uparal en el centro de Caracas, fue arrollado por un
carro que le puso fin a su vida.
Al respecto de Hernández, Razetti señala: “Creía que la medicina era un sacerdocio, el sacerdocio del
dolor humano y siempre tuvo una sonrisa desdeñosa para la envidia y una caritativa tolerancia para el
error ajeno. Fundó su reputación sobre inconmovible pedestal de su ciencia, de su pericia, de su honradez
y de su infinita abnegación. Por su prestigio social no tuvo límites y su muerte es una catástrofe para la
Patria”.
En 1947 el Instituto de Medicina Experimental de la UCV, por disposición del Consejo Universitario y del
Congreso de la República fue designado como el Instituto de Medicina Experimental Doctor José Gregorio
Hernández y está destinado fundamentalmente a las labores de investigación, perfeccionamiento de la
enseñanza, promoción y restitución de la salud, consignas que Hernández desde sus inicios en la
medicina, promulgó y ejemplificó.
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Fuentes
CONTRERAS ANDRADE, Floreal Vicente. Vida del Doctor José Gregorio Hernández. Valencia:
Universidad de Carabobo, Dirección de Medios, Publicaciones y RRPP, 1997.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Sobre el número de glóbulos rojos. Gaceta Médica de Caracas, 18931894.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Sobre angina de pecho de naturaleza paludosa. Gaceta Médica de
Caracas, 1894.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Lecciones de Bacteriología. Gaceta Médica de Caracas, 1910.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Lesiones anatomo – patológicas de la pulmonía simple o crupal.
Gaceta Médica de Caracas, 1910.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. De la nefritis a la fiebre amarilla. Gaceta Médica de Caracas, 1910.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Renuncia ante la Academia Nacional de Medicina. Gaceta Médica de
Caracas, 1913.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Nota preliminar acerca del tratamiento de la tuberculosis por el aceite
de Chaulmoogra. Gaceta Médica de Caracas, 1918.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Elementos de bacteriología. 2° ed. Caracas. El Cojo, 1922.
HERNÁNDEZ, José Gregorio. Obras completas. Caracas. Universidad Central de Venezuela, 1968.
Consultas en la Web:
www.diarioeltiempo.com.ve/edicion_especial/josegregorio.php
http://albino.com/torralvo/gregorio.htm
www.anm.org.ve
www.med.ucv.ve/escuelas_institutos/IME
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