la estatura espiritual

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Jorge Himitian
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Verbo Mañosca, 23 de Septiembre 2013
LA ESTATURA ESPIRITUAL
Introducción
Efesios 4.13:
… Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento
del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de
la plenitud de Cristo.
1 Corintios 3.1-3:
“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales,
sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y
no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía,
porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos,
contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?”.
Pablo les dice directamente, con todas las letras: “Ustedes aún son niños
porque son carnales”. Una persona carnal es como un niño. Aún no ha
crecido. No tiene la estatura espiritual adecuada.
¿Cómo se puede saber si alguien es un niño espiritual?
En el pasaje de 1 Corintios se describen los síntomas: celos, envidia y
divisiones en la iglesia.
Creo que se trata de la falta más grave que existe hoy en día en la iglesia en
todo el mundo.
Lamentablemente, aun hay líderes, pastores y aún apóstoles que son niños
espirituales. Si uno analiza su proceder observa envidias, celos, peleas,
divisiones. Hay ambiciones de poder, de dinero, de fama; anhelo de ocupar
el primer lugar. En fin, toda una conducta carnal.
Los dones no califican a nadie como espiritual. Se puede tener muchos
dones y ser una persona carnal. Los corintios eran muy carismáticos. Se
movían en los dones, sin embargo, Pablo les dice: “Ustedes son niños”.
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Que alguien predique bien, que tenga mucha gente, que sea un buen
evangelista o que Dios lo use para hacer milagros y sanidades no significa
necesariamente que sea una persona espiritual. Si en su conducta se
observa celos, ambiciones, soberbia, se trata de una persona carnal.
¿Cuál es la causa principal de la división de la iglesia en el mundo? La
carnalidad, la niñez espiritual de los líderes; no las denominaciones. Porque
en una misma denominación existen divisiones, celos, envidias y
competencias.
¿Y cuál es la solución? El crecimiento espiritual.
¿Cuánto tiempo le lleva a un niño llegar a la estatura física de un adulto?
Alrededor de 20 años. Y, aunque se le dé más alimento, no se puede
acelerar su ritmo normal de crecimiento. Se debe esperar el tiempo
necesario.
Trasladando esto al plano espiritual, ¿cuánto tiempo tarda alguien, desde
que se convierte, en llegar a la estatura de un hombre espiritual?
El crecimiento espiritual no depende del tiempo cronológico.
Cuando Pablo llegó a Éfeso encontró a 12 “semi discípulos” con los que tuvo
que empezar todo de cero. Y estuvo 3 años enseñándoles la doctrina.
Finalmente, al despedirse, el Espíritu Santo le mostró que nunca más los
volvería a ver. Sin embargo, en solo 3 años dejó una gran comunidad con
ancianos, pastores y hombres espirituales.
Pecados inconcientes:
Salmo 19.12-13:
¿Quién podrá entender sus propios errores?
Líbrame de los que me son ocultos.
Preserva también a tu siervo de las soberbias;
Que no se enseñoreen de mí;
Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.
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AMBICIONES PERSONALES
1. Marcos 9.33-37: Una disputa carnal: ¿Quién es el mayor?
2. Marcos 10.35-45: Ambición de gloria, ambición de ocupar los primeros
lugares.
Estos dos hermanos abiertamente le hicieron un pedido al Señor. Y los otros
10, temiendo que les concediera el deseo, se enojaron con ellos. En
definitiva eran todos iguales. Carnales. Sin embargo, estas actitudes fueron
previas al Pentecostés. Los discípulos eran carnales porque todavía no
habían recibido el Espíritu Santo.
La mejor manera de luchar contra los pecados de los que no somos
conscientes es admitirlos, aunque sea hipotéticamente.
Si admitimos nuestra carnalidad podremos luchar contra ella.
¿Cómo? La respuesta de Jesús fue clara: “¿Quieres ser el primero? Sé el
servidor de todos”.
Todos queremos que los demás nos sirvan. Así es nuestra naturaleza carnal.
Cuando alguien progresa más que nosotros enseguida nos molesta. Somos
carnales. Tenemos envidia, somos celosos.
Un día se acerca un pastor y me dice: No sé qué hacer. En la congregación
somos tres pastores, y entiendo que yo soy quien debe presidir, sin embargo
cada uno cree que es él quien debe hacerlo. ¿Qué tengo que hacer?
¿Cuál es tu consejo?
―Muy fácil. Haz lo que Jesús enseña. Proponte ocupar el último lugar.
Se quedó perplejo.
― ¿Tan simple?
―Sí, así de simple. La Palabra dice: “En cuanto a honra, prefiriéndoos unos a
los otros” (Romanos 12.10). Y también: “El que se enaltece será humillado, y
el que se humilla será enaltecido” (Mateo 23.12).
3. Mateo 16.13-25: El subjetivismo
Pedro estaba entusiasmado. Había sido el elemento de una revelación
extraordinaria,
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Seguidamente, Jesús mencionó que era necesario que fueran a Jerusalén, y
que allí él padecería a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes
y de los escribas, que lo matarían y que al tercer día resucitaría.
Enseguida Pedro lo tomó aparte y lo reprendió: “¡Señor, si te van a hacer
todo eso no vayamos a Jerusalén! ¡Ten compasión de ti mismo!”
¡Ay Pedro, Pedro! Ya se estaba creyendo el consejero de Jesús.
Entonces Jesús le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás!… porque no miras las
cosas como Dios las ve sino como los hombres”. Recién había sido la voz del
Padre; y ahora, la de Satanás.
¿Qué fue lo que llevó a Pedro a reconvenir a Jesús? ¿Estaba realmente
preocupado por su Maestro? Tal vez sí. Sin embargo, no fue eso lo que lo
impulsó sino otra cosa: su subjetividad. Por eso debemos tener cuidado y
prestar atención: si lo hacemos pensando si nos favorece o nos perjudica a
nosotros estamos atrapados en nuestra subjetividad.
¿Y cuál es la solución?
Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo”.
Debemos corrernos del centro; aprender a mirar las cosas lo más
objetivamente posible. Si nos favorece o nos perjudica no debe definir
nuestra decisión. No se trata de lo que nos gusta, nos conviene o nos
parece, sino de lo que el Señor dice.
CUATRO INSTRUMENTOS DE DIOS PARA NUESTRO CRECIMIENTO ESPIRITUAL:
1.
LA CRUZ:
Jesús le dijo a Pedro: “El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y
sígame”. Si no hay cruz en nuestras vidas tampoco habrá crecimiento.
Llegaremos a un techo espiritual y nos estancaremos.
Existen ciertos peces de colores llamados carassius. Si se los pone en una
pecera pequeña crecen poco y permanecerán siempre del mismo tamaño
aunque se los continúe alimentando. Pero si se los coloca en una mayor,
crecerán más. Su tamaño es directamente proporcional al del espacio en el
que se encuentran. Y si a esos mismos peces se los lleva a un lago adquieren
un tamaño mucho mayor, aun si se les da la misma cantidad de alimento
que cuando estaban en la pecera pequeña. Eso tiene que ver simplemente
con que ahora tienen más espacio.
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Lo mismo sucede con nosotros. Necesitamos romper nuestra pecera.
Necesitamos liberarnos del espacio reducido de nuestro corazón egoísta,
avaro y ambicioso. Necesitamos tomar la cruz, negarnos a nosotros mismos y
aprender a perder la vida. Si no lo hacemos, no creceremos demasiado.
Tomar la cruz significa abandonar la ambición carnal, la soberbia que nos
lleva a creer que somos mejores que los demás (y por eso los criticamos), a
considerarnos más importantes, a ser sabios en nuestra propia opinión, a
querer ser reconocidos, honrados, mencionados, aplaudidos.
Las peleas entre los discípulos fueron antes de la cruz, antes de la venida del
Espíritu Santo. En Pentecostés se rompió la pecera. Y nunca más Pedro,
Jacobo y Juan discutieron para ver quién era el mayor. El Espíritu Santo los
llevó a una nueva dimensión, a un lago, al mar de Dios. Y allí crecieron.
Antes de Pentecostés le preguntaron a Simón: “¿Tú también eres discípulo
de Jesús?” Y él lo negó. Creía que si lo admitía lo matarían, igual que a su
Maestro. Se lo preguntaron tres veces, y siempre lo negó. Estaba atrapado
en su subjetividad.
Sin embargo, luego de Pentecostés ya no le importó más lo que le pudieran
hacer. Solo 53 días habían pasado desde la noche en la que negó al Señor.
Y, al ser lleno del Espíritu Santo, su pecera se rompió. Se puso de pie ante
miles de personas en Jerusalén y les dijo: “A este Jesús a quien vosotros
crucificasteis Dios le ha hecho Señor y Cristo”.
¡Se trataba del mismo Pedro! Pero ahora el Espíritu Santo había roto la
pecera. Y Pedro abrazó la cruz. Se dispuso a perder su vida. Sabía que si lo
hacía corría el riesgo de ser el próximo crucificado; sin embargo ya no le
importaba. Había superado todo temor.
Rompamos la pecera. Tomemos la cruz.
Las peleas entre los discípulos fueron “pre-pentecostés”. En Pentecostés el
Espíritu Santo hizo real en sus vidas la operación de la cruz.
Pedro predicó a la multitud en el capítulo 2 de Hechos, y luego en el
capítulo 3 nuevamente Pedro. Tal vez Juan podría haberle dicho que ahora
era su turno. Sin embargo no le dijo nada. Al contrario, se gozó al ver cómo
el Espíritu Santo usaba a Pedro.
Si eres pastor, ¿por qué te molestas si tu colega predica siempre? “¿Pero, y a
mí cuándo me toca? ¿Cuándo aparezco yo?” Justamente allí está el tema:
nuestro ego. ¿Cuál es el problema si no predicas nunca? Lo importante es
que se predique la Palabra, que la gente se sane y se convierta.
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Luego de Pentecostés, los apóstoles se transformaron en hombres
espirituales. Dejaron de ser carnales.
2.
LA PALABRA:
Anteriormente leímos Salmos 19, del v. 12 en adelante. Leamos ahora los
versículos anteriores, que son muy importantes para comprender el contexto:
Salmo 19.7-11
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de
Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son
rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra
los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los
juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y
más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del
panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; En guardarlos hay grande
galardón”.
Ahora volvamos a leer los versículos siguientes. Entenderemos mejor el
pasaje.
“¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son
ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen
de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (vv. 12 y 13).
¡Es tremendo el significado! La ley de Jehová es perfecta. La palabra de
Jehová convierte el alma.
Por lo tanto, cuando leamos la Palabra, ya sea a solas, en familia, con
nuestro cónyuge o con la congregación, sometámonos a ella, permitiendo
que opere en nosotros y nos transforme.
Hebreos 4.12-13:
El tuétano es la sustancia que se encuentra dentro de los huesos. Cuando
leemos la palabra de Dios debemos permitir que ella penetre de tal manera
en nuestro interior que discierna los pensamientos y las intenciones de
nuestro corazón, y que nos muestre aquellos pecados y actitudes que
cometemos sin darnos cuenta (“líbrame de los que me son ocultos”),
creando en nosotros consciencia de pecado.
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Entonces, al leer la Palabra y orar sobre lo que ella nos enseña,
sometámonos al accionar de Dios, así como el paciente se somete al
cirujano en el quirófano, desnudando su cuerpo, y permitiendo que él tome
el bisturí y, con delicadeza y precisión, corte hasta donde haga falta; para
finalmente tomar el tumor con cuidado y extirparlo por completo.
Dios ve aquello que nosotros no vemos. Todas las cosas creadas están
manifiestas ante su presencia. Él ve nuestro interior. Entonces, permitamos
que la Palabra penetre en nuestro interior, y discierna nuestros pensamientos
e intenciones, aquello de lo que no somos conscientes. Y permitamos que
cuando el Señor encuentre dentro de nosotros algún tumor de egoísmo, de
soberbia, de maldad o de concupiscencia, a través del Espíritu Santo, tome
el bisturí, lo corte y lo extirpe.
La Palabra es un instrumento poderosísimo de Dios para nuestra
transformación. Entonces sometámonos a ella y permitamos que opere en
nosotros la transformación necesaria.
3.
LA CORRECCIÓN FRATERNAL:
Se trata de otro de los recursos valiosos de Dios.
Debemos aceptar con humildad las correcciones que nos hacen nuestros
hermanos. Muchas veces ellos ven en nuestra vida cosas que nosotros no
llegamos a ver.
Si alguien sale de su casa sin haberse mirado al espejo, y tiene una mancha
de comida en el rostro, aunque él no se haya dado cuenta, los demás la
verán y se lo dirán.
En el área espiritual sucede lo mismo. Todos tenemos fallas, errores, actitudes
o pecados que cometemos sin darnos cuenta; sin embargo los demás los
ven. Entonces, cuando alguien nos dice que estamos actuando mal en
determinada área debemos tener la humildad de escucharlo sin reaccionar
mal ni contradecirlo, sin justificarnos ni tratar de explicarlo.
Ello no significa que estamos obligados a aceptar todo lo que los demás
digan de nosotros. Pero cuando alguien nos corrige debemos agradecerle y
considerar lo que nos dijo; y, si nos damos cuenta de que tiene razón,
admitámoslo. Y si no estamos de acuerdo agradezcámosle igualmente con
amabilidad, diciéndole que oraremos al respecto y que lo someternos a la
luz de Dios. Y luego, a solas, presentemos el tema ante Dios, considerándolo
debidamente.
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¡Qué necesaria es la corrección fraternal! Los hermanos que nos aman nos
corrigen. “Fieles son las heridas del que ama”, dice la Palabra en Proverbios
27.6a. Si todo el mundo nos dijera: “¡Qué extraordinaria persona eres!” o
“¡Eres fenomenal!” no nos haría bien ni sería real. Los verdaderos amigos
siempre nos dicen cuando ven algo equivocado en nosotros.
Un gran instrumento en las manos del Señor para mi corrección fraternal es
mi esposa Silvia. ¡No me perdona una! Tal vez no siempre estoy de acuerdo
con lo que ella me dice, pero me hace bien escucharla. A veces reacciono;
otras me callo. Sin embargo, después reviso esa área en la presencia del
Señor. En ciertas ocasiones tenemos que llamar al pastor que guía nuestro
matrimonio para que nos diga si lo que nos dijimos el uno al otro está bien. Él
habla con cada uno a solas, y nos dice lo que debemos corregir.
Necesitamos estar sujetos a la corrección fraternal.
Debemos sujetarnos tanto a nuestros mayores, a los que están en el mismo
nivel espiritual que nosotros como a los que están por debajo.
De mis 5 hijos, la que más me corregía (cuando era soltera y vivía con
nosotros en casa) era Evangelina, la menor: “¡Papá, eso que estás haciendo
está mal!” Y tenía razón. ¿Qué le podía decir: “¡cállate porque soy tu
padre!”? No. Es Dios quien nos corrige a través de las diferentes personas
que nos rodean. Démosle valor a lo que nos dicen.
De la misma manera debemos actuar nosotros con los demás. Cuando
tenemos que corregir a alguien para ayudarlo que nuestra intención no sea
herirlo sino sanarlo. Primero debemos orar para pedirle al Señor que nos dé la
gracia, las palabras apropiadas y el momento adecuado. Pero somos
responsables de decirle la verdad en amor. Y si alguien nos dice que no está
de acuerdo con lo que le dijimos podemos someterlo al pastor o a otra
persona. Y de esta manera, en boca de dos o tres testigos, aclarar cualquier
asunto.
4.
EL FUEGO DE LA PRUEBA O EL SUFRIMIENTO:
Dios utiliza diversas formas para purificar nuestras vidas.
Del pecado solo podemos ser limpios a través de la sangre de Cristo. Otras
áreas son purificadas por el agua de la Palabra. Y a otras solo las puede
purificar el fuego de la prueba.
Cuando el apóstol Pedro habla acerca de este tema, trae como ejemplo el
oro, que es afinado por el fuego. Se trata de un metal precioso. Tal vez lo
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podemos lavar por fuera con agua y con jabón pero no podemos limpiarlo
por dentro. La única manera de hacerlo es introduciéndolo en el fuego. De
esta forma se derretirá, se quemarán todas sus impurezas, y quedará puro,
afinado por el fuego.
Así también sucede con nuestras vidas. Dios nos ama tanto que nos quiere
purificar por dentro y por fuera. Y hay ciertas áreas de nuestro interior que
solo pueden ser purificadas mediante el sufrimiento. Eso no significa que Dios
sea malo. Él es un Dios de bondad.
Es cierto que el fuego, al quemarnos, nos causa dolor, pero lo que Dios logra
en nosotros mediante el sufrimiento no lo podría lograr de otra manera. El
dolor y el sufrimiento purifican nuestro corazón.
Sin embargo, para que el fuego nos purifique, y no nos consuma o destruya,
debemos tener la actitud correcta. Algunos ante el dolor se revelan contra
Dios, entonces el sufrimiento los puede destruir.
Tres actitudes posibles frente al sufrimiento:
1. Rebeldía: Enojarnos contra Dios por la prueba que nos tocó vivir.
2. Resignación: Es mejor que la rebeldía, sin embargo no es suficiente.
Aceptamos que Dios es soberano y que está en el trono, por lo tanto
no nos animamos a rebelarnos contra él; pero no estamos de acuerdo
con lo que nos sucede, y nos sentimos impotentes, sin saber cómo
modificar la situación. Entonces nos resignamos. Sin embargo esa no
es la actitud que conviene. El que se resigna no se rebela pero se
apaga. No logra cumplir el propósito que Dios tiene planeado para su
vida.
3. Aceptación: Aceptamos la voluntad de Dios cualquiera que fuere. La
Biblia no dice que a los hijos de Dios todo les saldrá bien. Sin embargo,
no fue Dios quien creó la enfermedad ni la muerte. Estas entraron al
mundo a través del pecado de Adán, a raíz del cual también
surgieron muchas otras consecuencias negativas. Pero la Biblia dice:
“Y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a
bien…” (Romanos 8.28a). El único que puede tomar lo malo y
reciclarlo para nuestro bien es Dios en su sabiduría y para sus
propósitos. Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a
Dios. Tal vez algunos se pregunten: “Pero, ¿en qué puede ayudar para
bien semejante desgracia? ¡No lo entiendo!” Sin embargo, el pasaje
continúa diciendo: “… a los que conforme a su propósito son
llamados” (v. 28b). Y el versículo 29 aclara el propósito: “Porque a los
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que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos
conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre
muchos hermanos”.
El propósito de Dios es que seamos formados a la imagen de su Hijo. Así que
el cuarto elemento que utiliza para que lleguemos a ser iguales a Jesús es el
fuego del sufrimiento. Y ante él es sometida a prueba nuestra fe para que
salga purificada, así como el joyero purifica el oro a fin de que todas sus
impurezas sean quemadas.
¡Cuánto agrada a Dios que aceptemos las pruebas y el sufrimiento! Es
normal que al principio oscilemos entre la resignación y la aceptación. En
general, la mayoría de los cristianos no responde con rebeldía porque sabe
que Dios es soberano, pero sí con resignación porque es difícil aceptar el
sufrimiento. Sin embargo, una vez que pasaron los primeros días, nuestra
actitud debería ser postrarnos, adorar al Señor y decirle: “Acepto tu
voluntad. No me quiero resignar. Digo amén a tu voluntad. Todo es tuyo.
Todo te pertenece a ti. Te agradezco por amarme y por lo que este dolor
está produciendo en mí”.
Palabras finales
Debemos agradecer al Padre porque se propuso hacernos conforme a la
imagen de su Hijo. Él tiene un propósito, una meta, un plan para nuestras
vidas: que formemos parte de la gran familia de hijos semejantes a Jesús.
Abracemos la cruz una vez más. Rompamos la pecera. No nos quedemos
atrapados en nuestro corazón, que es egoísta, avaro y mezquino.
Librémonos de él y comencemos a nadar en el océano de Dios. Ese es su
propósito para nuestras vidas.
Seamos hombres y mujeres espirituales. Renunciemos a la carne con todas
sus pasiones y deseos, y declaremos que con Cristo estamos juntamente
crucificados, y que ya no vivimos nosotros sino él. A través del Espíritu Santo
hagamos morir las obras de la carne. Pidámosle al Señor que nos dé el valor
para ser violentos contra nuestra carne y actuar en la dirección opuesta.
Seamos los primeros en servir, ocupemos el último lugar, honremos a los
demás y entreguémonos por completo a ellos. Salgamos de nuestra
subjetividad, de evaluar si las cosas nos favorecen o no a nosotros. Y
comencemos a pensar que todo debe favorecer el avance del reino de
Dios.
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Que el Señor opere en nosotros con la espada de doble filo; que nos pase
por su tomógrafo divino, que es la Palabra, y nos examine y revise, para
mostrarnos si hay en nosotros caminos de perversidad. Y dejémosle que
extirpe todo tumor, ese cáncer (nuestra carne) que está enquistado en
nuestros hábitos, costumbres y manera de ser.
Agradezcámosle por los hermanos que nos corrigen, y pidámosle que nos dé
la capacidad de aceptar la corrección fraternal. Y, asimismo, que nos dé
humildad para corregir a nuestros hermanos a fin de ayudarlos en su
crecimiento.
Finalmente, agradezcámosle por el fuego de la prueba, que nos purifica, nos
une en oración con nuestros hermanos y quita toda impureza de nuestro ser,
a fin de que seamos formados a la imagen de su Hijo.
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