Indagación de las causas de la violencia en Colombia

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PERIODISMO UNIVERSITARIO
ISSN 1909-650X
El periódico de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo
Violencia
Págs. 5 - 15
Medellín, mayo de 2013 No.37
Distribución gratuita
Departamento de Antioquia. Foto: Diego Andrés Sánchez Alzate
Indagación de las causas de la violencia en Colombia
Medellín oscura, oculta y orgullosa. En las calles, en los cerros y en los barrios
estás prohibida. ¿Qué queda de la luz del medio día, cuando en las noches el fuego
enciende las llamas de la violencia? ¿A dónde van tu color, tu vanidad de ciudad
innovadora, tu eterna primavera, tu prestigio de emprendedora, cuando un niño
deja la escuela y toma las armas, cuando desaparecen tus jóvenes, cuando hay
pasos prohibidos, cuando eres tan desigual de sur a norte?
2
Opinión
Cómo nos empezó
la violencia
Un Estado fuerte, consolidado,
justo y equitativo es un asunto
que depende de seres humanos,
de nadie más.
3
Editorial
Tu historia se repite y con ella vuelven las mismas miserias: muertes, destierros,
amenazas. ¿Por qué? En esta edición el periódico Contexto indaga sobre las razones
de nuestras violencias. No es una mirada sin esperanza sino un intento por crear un
ambiente propicio para la reflexión sobre una paz construida por todos y no firmada
por algunos.
Desactivar los detonantes
de la violencia
La violencia no es un fantasma.
La violencia es producida por
los seres humanos y los seres
humanos la pueden detener.
16
Reportaje
gráfico
La oscuridad de la
“eterna primavera”
Una ciudad negra, gris, triste
y en algunos momentos
desolada es la que oculta
Medellín en su variedad de
colores.
2
Opinión
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
CÓMO NOS EMPEZÓ
LA VIOLENCIA
Ana Cristina Aristizábal Uribe / [email protected]
Dice el profesor Marco Palacios que,
por su larga duración, se tiene la tentación de presentar el conflicto armado
colombiano como un fenómeno “natural” y “consustancial” a nuestra historia,
geografía y psiquis nacional. Y en otros
contextos se ha creído que la violencia
es una característica propia del ser humano que se arropa en el gentilicio de
colombiano.
Pero realmente la violencia que
nos envuelve tiene causas humanas
que, si logramos intervenir y ojalá
desactivar, se podría detener esa espiral
que ha dejado una cifra de muertos y de
víctimas imposible de establecer desde
cuando comenzó la llamada Violencia
en la década de los años 50 del siglo XX.
Comienza la
violencia política
Uno de los factores que generó la violencia durante los primeros 60 años del
siglo XX fue la lucha encarnizada entre
las ideologías políticas. Fue una violencia sectaria, fanática, ideológica que llevó a unos y a otros a matar por un color:
rojo o azul.
La Guerra de los Mil Días, con la
que se recibió ese siglo, fue una guerra
entre conservadores y liberales, que
después de casi tres años de desangrar
al país, ganaron los conservadores. En
los años 30 ganó las elecciones presidenciales el liberal Enrique Olaya Herrera y entonces se “desató la persecución
de los liberales triunfantes contra los
conservadores vencidos, especialmente
en los departamentos de Boyacá y Santanderes”, como explicó el ex presidente interino de Colombia, Roberto Urdaneta Arbeláez, en el libro La violencia en
Colombia de Germán Guzmán, Orlando
Fals y Eduardo Umaña.
En 1946 el “turno” del poder fue
nuevamente para los conservadores. En
ese año asumió la presidencia Mariano
Ospina Pérez y comenzó a cargarse el
ambiente de odio contra los partidarios del grupo del Presidente y contra el
nuevo gobierno. Una ola de huelgas se
agudizó hacia 1947 cuando, con el fin de
derrocar al gobierno conservador, estalló un paro general de transportadores.
Hasta que reventó el “Bogotazo” que partió en dos la historia de la
Colombia moderna. Ese año 1948 llegó
cargado con la tensión social suficiente
para que las fuerzas en pugna demostraran toda su furia y dejaran al país
sumido en el caos durante los seis años
posteriores, hasta la dictadura militar
de Gustavo Rojas Pinilla y el ulterior inicio del Frente Nacional.
Hay un elemento que causó la
propagación de más violencia en aquella época: la participación de la policía
Ilustración: Mauro Zúñiga, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB
oficial del gobierno conservador para
atacar a sus adversarios políticos. El
argot popular llamó a esos policías los
“chulavitas”.
Cuando el sujeto que representa
el orden y la soberanía usa su investidura para cometer atropellos e injusticias,
la figura de autoridad pierde credibilidad y hace que el grupo en desventaja
invente mecanismos de defensa.
La participación de la policía en
favor de los intereses de los conservadores y la reacción de los liberales, la
creación de grupos armados para su defensa, fueron la gran chispa que incendió de sangre los campos colombianos
y una inmensa ola migratoria de campesinos se desplazó a las ciudades colombianas.
Las nefastas
consecuencias
La consecuencia de ese primer período
de violencia la describen sesudamente
Guzmán, Fals y Umaña en el capítulo X
de la obra ya mencionada: fue la quiebra
de las instituciones fundamentales: las
instituciones políticas (partidos tradicionales) y gubernamentales (Concejos,
Asambleas, Senado y Cámara; Policía y
Ejército; y el poder judicial); religiosas,
económicas y familiares.
A esto agrega el profesor Marco Palacios que “en esa época, cuando
fueron más delgadas y contingentes las
líneas divisorias de lo legal y lo ilegal,
de lo pacífico y lo violento, de la justicia
del Estado o la de propia mano; cuando
campeó la incertidumbre de la represión
oficial o de la respuesta armada indiscriminada, se socializaron políticamente
millones de niños colombianos…”.
La inferencia obligada es: millones de niños colombianos, los adultos
de hoy, se socializaron en un país sin
líneas claras entre lo legal y lo ilegal; lo
pacífico y lo violento; la justicia estatal
o la propia; la represión oficial y la respuesta civil armada.
Pero no fue solo el tiempo cuando quizá más se enquistó en la cultura
nacional la violencia, pues el mensaje
parecía ser que la “única solución” a los
conflictos era la vía violenta; sino que
fue, además, el tiempo en el que la Colombia ilegal empezó a aflorar con más
fuerza, con un característica: era una
ilegalidad promovida por aquellas capas sociales que, supuestamente, por
su misma posición, no tendrían por qué
actuar de formas fraudulentas.
Estas élites sociales aprovecharon el ruido de la violencia para hacer
que sus fechorías pasaran desapercibidas. Así lo describe el profesor Palacios
Rozo: “La Violencia fue una cortina que
cubrió el desacato generalizado a la ley
por parte de las élites empresariales y
plutocráticas, esto es, sus prácticas de
evasión fiscal, contrabando, tráfico de
licencias de importación, sobrefacturación, operación en mercados negros
y paralelos de moneda extranjera. La
bonanza cafetera de esa época (19451954), que se caracterizó por fuertes
fluctuaciones de precios de tipo especulativo, volvió rutinarias tales prácticas”.
La solución a la violencia partidista y sectaria, y después del golpe
militar de 1953 de Rojas Pinilla, fue el
Frente Nacional. En su momento se logró así acallar la violencia como se venía ejerciendo; sin embargo, el profesor
Palacios muestra las consecuencias del
invento frentenacionalista y advierte
sobre la discriminación política que limitó la participación a los grupos tradicionales y el modelo de economía que
desatendió las verdaderas necesidades
económicas que la violencia había dejado en los sectores rurales y urbanos
más pobres.
Así queda cultivado el ambiente para que la violencia haga parte de
la cotidianidad de los años siguientes.
Después del Frente Nacional, Colombia
lleva cuatro décadas experimentando
con furor la violencia política, la violencia guerrillera y la violencia narcotraficante que ha producido dos engendros
perversos: el paramilitarismo y las llamadas “bacrim”.
La presencia real y efectiva del
Estado es completamente necesaria
para evitar que se propaguen y reproduzcan las características de abandono
que generan violencia. Un Estado fuerte, consolidado, justo y equitativo es un
asunto que depende de seres humanos,
de nadie más.
Se tiene la tentación de
presentar el conflicto armado
colombiano como un fenómeno
“natural” y “consustancial” a
nuestra historia
CONTEXTO No. 37
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
Editorial
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la violencia Se puede desactivar
/ [email protected]
La violencia no es un fantasma. La violencia es producida por los seres humanos, y los seres humanos la pueden detener. Los colombianos no son “violentos por
naturaleza”. Hay unas causas sociales que, por lo largo
de su persistencia en el tiempo, a algunos les parece
que forman parte de la cultura nacional. En realidad
los factores detonantes son sociales y se han de desactivar.
La ausencia de Estado, la inequidad y falta de
oportunidades; la exclusión por motivos raciales, de
clase, de género; la falta de educación, las injustas
condiciones laborales, ¿no son acaso producidas por
los seres humanos? Seres libres, con capacidad de decisión, que inciden en el cambio del rumbo de estos
factores para evitar la ausencia de Estado cuando ocupan cargos públicos y, también, para mejorar la educación; para evitar la inequidad y mejorar las condiciones
laborales cuando tienen empresas; para actuar con el
principio de inclusión sin distingos de ninguna naturaleza, en cualquier lugar y momento de su cotidianidad.
Sobre estos factores que producen violencia
queremos llamar la atención en dos asuntos: uno, la
subcultura de la ilegalidad; y dos, la permisividad social
del que ni siquiera hace mala cara ante la procacidad
de ciertos comportamientos de familiares o conocidos.
Dice el profesor Marco Palacios que en la primera época de la llamada Violencia política en Colombia, en los años 50 y 60, fue cuando se presentaron
“más delgadas y contingentes las líneas divisorias
entre lo legal y lo ilegal”; fue una época aprovechada
como “cortina de humo” detrás de la cual se escondieron “las élites empresariales y plutocráticas” para vivir
en un “generalizado desacato a la ley”. De los que se
esperaba mayor ejemplo, fueron los que más impulsaron la cultura de la ilegalidad.
Si a esto le sumamos el miedo a denunciar por
el peligro a las represalias (la alerta es del arzobispo
de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo cuando pregunta: “¿Por qué si alguien denuncia personas vinculadas
con la violencia, éstas lo saben inmediatamente, exigen razones y toman represalias?”), tenemos como
resultado un ambiente de ilegalidad que corroe varias
esferas de la vida cotidiana. Parece que, poco a poco,
una Colombia se traga a la otra: la Colombia ilegal que
todo lo consigue con sobornos (si es por “las buenas”)
o con violencia y muertes (si “toca” por las malas), deglute a la Colombia legal que se acoge a las normas y
a las leyes.
Y no es solo el problema de que muchos ciudadanos (inclusive los que se creen “de bien”) se mueven
al mismo tiempo en las aguas de la legalidad y de la
ilegalidad; es también, y más grave, que algunos funcionarios sean los primeros en promover esa cultura
de la ilegalidad. La perversa actuación de ciertos empleados públicos es la primera pieza del dominó que se
cae para derrumbar el edificio entero.
Por eso la vehemencia para insistir en que la
violencia de carácter endémico que padecemos, solo
tiene solución entre nosotros mismos. Es menester
expresar que los colombianos que ejercen un cargo
público, deben ser los primeros en dar buen ejemplo,
pues uno de los factores generadores de violencia inicia con la cultura de la ilegalidad, promovida, en ocasiones, por servidores públicos que descaradamente
“aprovechan” el momento para enriquecerse fraudulentamente.
El periódico de los estudiantes de la Facultad
de Comunicación Social- Periodismo
Si además pensamos en la permisividad, característica de ciertas subculturas nacionales que no
sancionan social ni familiarmente a quien se involucra
en actividades ilegales o a quien combina lo legal con
lo ilegal, tenemos como consecuencia una espiral creciente de comportamientos al margen de la ley que
muchas veces, para ser sostenidos, necesitan del uso
de la fuerza y de la violencia.
Es el caso del narcotráfico, una actividad ilícita
que, al menos en la región antioqueña y su zona de
influencia, tuvo en sus inicios la implicación de familias
enteras que conformaron redes y bandas delincuenciales. Es lo que explica el profesor Gerard Martin sobre
lo que pasó con el tristemente célebre narcotraficante
Pablo Escobar, su familia y amigos más allegados.
Martin se basa en el testimonio de la hermana
de Escobar, Alba Marina, quien aseguró en su momento que “mi mamá era muy permisiva en todo lo relacionado con Pablo”. Y también la misma hermana “cuenta
con lujo de detalles cómo no solamente ella misma,
sino también su mamá, otros hermanos, primos y tíos
pronto apoyaron actividades ilegales y guardaron dólares, insumos, hicieron balances de los negocios y
recibieron a título personal propiedades obtenidas de
manera criminal” por Pablo Escobar.
Pero no solamente se necesita la sanción familiar. También el sistema educativo debe reencontrar el
camino para impedir que pequeños delincuentes se
gesten en las aulas de la primera y la segunda escuela.
Las sanciones podrán impedir el nacimiento de delincuentes comunes y de cuello blanco.
Y esto lo valida Gerard Martin con el mismo
ejemplo de Escobar: “La única sanción impuesta a
Pablo en su adolescencia parece haber surgido en el
colegio. Hay evidencia de que fue suspendido varias
veces por un par de días y que posiblemente fue expulsado. Sin embargo, nunca fue relegado por su colegio
a algún servicio especial de reforma o resocialización,
y tampoco es claro si tal servicio profesional existía en
la ciudad. Pablo, Gustavo y Mario eran jóvenes en alto
riesgo de incurrir en carreras criminales, pero ni sus familias, ni sus instituciones educativas, ni ninguna otra
instancia, jamás adelantaron algún tipo de intervención preventiva o de rehabilitación institucional para
estos adolescentes. Aquella omisión terminó costando
caro a la ciudad y al país”.
Esa cultura de la ilegalidad y la falta de sanción
social tienen un motor (no es el único) que afecta a
la cultura antioqueña: el dinero es, generalmente, el
parámetro de valoración de las personas. Y esa ambición desmesurada por conseguirlo está sembrando la
existencia de violencia y desolación.
Ya desde el siglo XIX era evidente hasta para los
extranjeros esa manía antioqueña de valorar a la gente
por la cantidad de dinero. El médico francés Charles
Saffray pasó por Medellín en los inicios de la década de
1860, y así fue como describió el espíritu de las gentes
de estas calendas: “El término único de comparación
es el dinero: un hombre se enriquece por la usura, los
fraudes comerciales, la fabricación de moneda falsa u
otros medios por el estilo, y se dice de él: ¡es muy ingenioso! Si debe su fortuna a las estafas o a las trampas
en el juego, solo dicen: ¡sabe mucho! Pero si piden informes sobre una persona que nada tenga que echarse
en cara sobre este punto, contéstase invariablemente:
es buen sujeto, pero muy pobre.
Lo más importante es lograr entender qué produce tanta violencia para intervenir esos factores y
desactivar comportamientos que solo son circunstanciales, pero nunca connaturales al colombiano. Estamos ante la coyuntura más relevante del país. Quizá
como nunca antes, hoy todos somos conscientes de
que tenemos un gran problema llamado violencia, que
nos impide avanzar. Por eso hoy es tan necesario que,
cuando se detectan los factores que la generan, cada
uno se comprometa en su propia forma de desactivarla. Si entre todos no lo intentamos, nunca lo vamos a
lograr.
Rector: Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda / Decana Escuela de Ciencias Sociales: Érika Jaillier Castrillón / Director
Facultad de Comunicación Social-Periodismo: Juan Fernando Muñoz Uribe / Coordinador del Área de Periodismo: Juan
José García Posada / Directora de Contexto: Ana Cristina Aristizábal / Jefes de Redacción: Laura Betancur A. / Editores
Gráficos: Hebert Rodríguez G. • Catalina Rodas Q. • Pablo Monsalve M. / Redactores: Carolina Campuzano B. • Catalina
Rodas Q. • Sarita Jaramillo R. • Mónica Jiménez R. • Jakeline Giraldo A. • Camila Reyes V. • Camilo Chamat C. • Juliana
Gil G. • Laura Betancur A. • Sara Vásquez O. / Foto portada: Diego Sánchez A. / Ilustraciones: Mauro Zúñiga • Daniela
Hoyos • Thomás Restrepo • Rudy Chavarría / Diseño: Estefanía Mesa B. • Carlos Mario Pareja P. / Diagramación: Ana
Milena Gómez C. - Editorial UPB / Impresión: La Patria / Universidad Pontificia Bolivariana • Facultad de Comunicación
Social-Periodismo / Dirección: Circular 1ª Nº 70 - 01 Bloque 7 / Teléfono: 354 4557 / Correo electrónico: pcontexto@
gmail.com / ISSN 1909-650X.
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Opinión
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
Cuán pobre
puede ser la
pobredumbre
Manuela Saldarriaga Hernández / [email protected]
Se ha dicho que en Suramérica y en Centroamérica
se encuentran los índices más altos de violencia en el
mundo; que, además, esto tiene que ver con los niveles
de extrema pobreza y desigualdad que experimentan
dichas regiones, y, como si fuera poco, otro factor que
se le suma a esta lista interminable de razones es la falta de oportunidades en educación para sus pobladores.
Entre los países que se destacan están México,
El Salvador, Venezuela, Brasil, Honduras, Jamaica, entre otros. Y Colombia. Ellos representan las tasas de
homicidio más elevadas, del mismo modo sobresalen
por sus operaciones de crimen organizado, por el tráfico de drogas y, como si no nos resultara familiar, en el
caso colombiano, por el abultado sumario de muertes
por causa del conflicto armado interno.
Claro, ¿verdad? Pues yo no me como el cuento
del todo. Ni México ni El Salvador ni Venezuela ni Brasil ni Honduras ni Jamaica ni mucho menos Colombia,
son los países más pobres del mundo. En Mozambique, en Surinam y en Angola aproximadamente el 70%
de la población es pobre; en Guatemala lo es el 75%;
en Liberia, Haití, Moldavia, Zimbabue y Chad lo es el
80%, y en Zambia, por pertenecer al Cinturón de Cobre, territorio riquísimo en minerales de África, el 86%
de la población vive en condiciones paupérrimas.
La guerra
es la guerra
Amalia Uribe Jaramillo / [email protected]
La guerra es la guerra. Todo lo demás son sus consecuencias. Las bandas criminales en las ciudades, las
fronteras invisibles en los barrios, la mentalidad que
se ha construido sobre la consecución del dinero fácil,
las narconovelas, la intolerancia y la exclusión social,
la indiferencia, la angustia colectiva que sentimos por
el conflicto armado que hoy está en una mesa de diálogo y que, aun así, hay quienes no quieren diálogo,
quieren más guerra, más violencia.
No es fácil re-construir una sociedad que está
tan “acostumbrada” a un sentimiento de frustración
causado por la injusticia y la impunidad, que parece
cada vez más abismal. Y en cuanto a reconstruir sociedad me refiero al hecho de que las personas fortalezcamos nuestros valores, desde la familia, la escuela,
los espacios de entretenimiento y de cultura, el trabajo y, por ende, la ciudad.
Pero la construcción de valores no se defiende
por sí misma si no se crea un espacio para la reconciliación y para la paz, que es lo que está pasando hoy
en Cuba, aunque a simple vista parezca un circo. No
podemos ser tan mal agradecidos. Algunos se escandalizan porque los desmovilizados llegarían a la política, o porque volverían a la sociedad civil con garantías
como cualquier ciudadano común. Qué triste. Porque
Y aunque estas últimas naciones
mencionadas son todas independientes,
en el caso de las del África Subsahariana o África Negra, resulta tan sólo una
cuestión de apariencia en cuanto a su libertad. Su pobreza es producto de la explotación histórica de recursos que, en
gran medida, ha sido violenta. Un ejemplo concreto es el genocidio congoleño,
aunque dirán historiadores que las razones son más de carácter administrativo y
de gestiones políticas intervencionistas.
No obstante el discurso plantea
que la violencia tiene como génesis la
pobreza, yo diría lo contrario: la violencia ha generado y generará pobreza. Sin
embargo, considero necesario hacer
una salvedad, encuentro sólo una excepción en la que sustento cuándo la
pobreza suscita violencia: la pobreza de
espíritu, si es que éste existe y se puede
valorar en abundancia o escasez.
Cuando se es pobre de espíritu
aparece el egoísmo, la codicia y como
síntoma de la enfermedad de poder, la
corrupción, con ello el hurto y, como por
efecto de boomerang, tal “ratería” trae
de vuelta más podredumbre. Cuando se
es pobre de espíritu existe también la
egolatría, entonces hay exclusión y viene un cierto desprecio que crea brechas
sociales tan inmensas que polarizan
las ideas. Cuando se es pobre de espíritu no hay interés en darle la razón al
otro. Afortunadamente, para salirme de
esto, Descartes dijo que “No hay nada
repartido de modo más equitativo en
el mundo que la razón: todo el mundo
está convencido de tener suficiente”.
mientras continúe ese señalamiento
colectivo no avanzaremos hacia la paz,
que no es únicamente responsabilidad
del Gobierno y sus funcionarios. Es un
compromiso de todos.
No defiendo los crímenes cometidos por los grupos armados ilegales,
tampoco digo que con el hecho de que
un guerrillero se desmovilice, todo va
a estar bien. El perdón es un concepto
difícil de asimilar, más aún cuando debe
ser colectivo. Pero sí creo que mientras
haya un ambiente hostil cada vez más
notorio para las personas que, a pesar
de todo, hoy quieren tratar de llevar
una vida normal, lejos de las armas, no
habrá mucho qué hacer, aunque Santos
y Márquez firmen un acta en la que se
“negocie” la paz.
La guerra es la guerra. El Ejército
existe para defender a los pueblos, para
ejercer la soberanía del Estado en el territorio y para hacer respetar los derechos humanos de los habitantes de un
país. Por otro lado, los grupos subversivos no son gratuitos. Tienen una génesis que arrastra errores del pasado, pero
con fuertes consecuencias que se han
acumulado hoy. Sin embargo, nosotros,
la sociedad civil, somos los mediadores y
enjuiciar a los soldados o a los guerrilleros no debe ser nuestra labor en un momento como éste. Claro que nuestra voz
debe ser escuchada y debemos reclamar
por los daños, pero también tenemos la
tarea de mejorar la forma en la que nos
tratamos, convivimos y nos toleramos
como ciudadanos para demostrar, finalmente, lo que se ha dicho tantas veces:
que los buenos sí somos más.
La magia
de una
biblioteca
Pablo Andrés Monsalve Mesa / [email protected]
La tarde está fría por la lluvia que ha caído,
el lugar se encuentra solo y tranquilo, las
ventanas por donde entra una excelente
luz en los días de sol se hallan repletas de
gotas que, al mirarlas con detenimiento,
parecen competir entre ellas para llegar
primero al pie del vidrio. Hay algo particular en estas esferas que cuentan con libros
en grandes estanterías, donde ellos aguardan ser sacados, tocados, leídos, rasgados,
subrayados, prestados u observados.
Las bibliotecas conservan una magia especial donde se encuentran olores,
colores, texturas, letras, países, idiomas,
culturas, formas y mucho silencio. Si mezclamos todo esto crearemos un espacio lleno de paz y conocimiento, donde se puede
pensar y en muchos casos estar con uno
mismo.
Al estar dentro de un lugar así todo
lo que desees está al alcance de tu mente,
lo único que necesitas es tomar un libro y
darle vida a tu imaginación.
Medellín, cómo muchas otras ciudades del mundo, tiene grandes problemas de violencia, desigualdad, inequidad y
muchas más dificultades, que la han hecho
ver, en algunas épocas, como la ciudad más
violenta del mundo, con índices de muertes
que sorprenden a los ciudadanos de aquí y
de otras regiones.
Al llegar a casa después de haber
pasado gran parte del día en la biblioteca,
pensé que un libro o un lugar así es una
compañía para cualquiera, y traje a la mente a los niños, jóvenes, adultos y personas
mayores que pasan días enteros solos, sin
descubrir nada nuevo, y que se encuentran
sumergidos en grandes conflictos sin saber
qué hacer.
La ciudad en estos momentos es
estudiada por los porcentajes de violencia, inequidad, desigualdad, desnutrición y
otros problemas generadores de conflictos.
Cuando un joven no tiene nada qué hacer,
qué decir o en qué pensar, la violencia llega fácil a su mente, porque no hay ningún
ideal que la detenga, además, el escenario
donde habitan muchos de los jóvenes no es
el mejor para tener la mente desocupada.
No solo las bibliotecas son espacios
de recreo y convivencia, sino las canchas
para el deporte, los parques, los cines, los
colegios de música, los teatros y muchos
otros escenarios que podrían crearle una
barrera al conflicto. Lugares donde las personas se liberen y aprendan a vivir con más
igualdad y tranquilidad, en medio de las
diferencias. Por ejemplo, no hay nada más
agradable que una cancha de fútbol, donde
todos se reúnen con la idea de patear una
pelota y sudar al son de los goles.
Si cada persona pudiera encontrar
un libro, una película, una cancha, un instrumento y unos colores afines, los días de
cada uno de nosotros tendrían una energía
mucho más tranquila.
CONTEXTO No. 37
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
ESPECIAL VIOLENCIA
¿Olvidar o recordar?
5
Foto: Pablo Monsalve M.
Los Museos de la Memoria
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, Jorge Luis Borges.
Camila Reyes Vanegas / [email protected]
Cuando inicia y termina una guerra sólo
quedan las sombras de los muertos, los
olvidados y los desaparecidos. Todos duelen en
la memoria y se despiertan en los recuerdos...
recuerdos que no será fácil nombrar. Pero,
como dice Borges, aunque la memoria sea un
engaño, es lo único que queda para recordarnos
y reconocernos.
Cuando se camina hacia el Museo Casa
de la Memoria de Medellín, se observa,
en un lateral, casi escondido, un conjunto de placas que en medio del abrazo de
un jardín sin cuidado, guardan el nombre de la persona, la fecha y el hecho
violento que causó su muerte. Este espacio recibe el nombre de: “El talud del
memorial”.
En total, son 1.200 plaquetas
que no reconocen edad ni estrato ni
raza. En medio de la maleza, se encuentran los nombres de mujeres, hombres,
ancianos y niños que han sido víctimas
de la intolerancia y la violencia de nuestro país.
En este contexto y buscando
una mirada para comprenderlo, el Área
de Memoria Histórica de Medellín, en
conjunto con la Alcaldía de Medellín y
el Programa de Atención de Víctimas
del Conflicto Armado, nació el proyecto Casa de la Memoria con el fin de reflexionar, informar y visibilizar las víctimas y eventos violentos que han tenido
lugar en Medellín y en Colombia durante los últimos 65 años.
Por ello, el Museo más que un
lugar de paso o de viaje en el tiempo,
se convertirá en un lugar para la memoria, para las historias que no se quieren
repetir pero que es urgente y necesario
contar. Así, el tratamiento narrativo y estético que tendrán se hará desde la fotografía, la pintura, la literatura, la escultura, la música y el lenguaje multimedial.
Su director, Carlos Uribe Uribe,
expresa que a pesar de la temática que
aborda el museo, éste será un lugar
“atractivo”, no solo por la construcción
de los relatos sino porque se apreciará
la historia de la ciudad. “Más que un
museo del conflicto, es un museo de la
ciudad, que va a contar los procesos históricos y sociales que hemos vivido. Un
museo para encontrar salidas posibles y
construir un lazo como ciudadanos”.
Es el primer museo que se construye en Colombia con un enfoque de
memoria nacional-local, que comienza
con el asesinato de Gaitán hasta ir cerrándola, poco a poco, hasta el conflicto
armado y otras violencias de la ciudad.
De este modo, el Museo Casa
de la Memoria de Medellín, al lado de
otros en países como Alemania, España, Argentina, Israel o Ruanda, empieza
a hacer parte de los procesos de recordación y reparación simbólica a las víctimas del conflicto.
Mónica Pabón Carvajal, arquitecta de la Universidad Nacional y especialista en Patrimonio, asegura que estos museos son para y por la comunidad
y se convierten en espacios sacros y de
introspección para producir reflexiones
sobre la identidad, la cultura y la memoria. “Lo que cuenta de estos museos es
su contenido. El edificio es el contenedor. Lo que importa es lo que está dentro; todo el trasfondo socio-cultural y
que una comunidad pueda contar con
un espacio para reconocerse”.
Así mismo, señala que el valor
de los museos de la memoria es enorme, pues se convierten en una especie
de terapia para las comunidades, para
entender sus procesos como sociedad y
como cultura, dejar todo “el dolor” allí y
encontrar por fin la tranquilidad.
En Colombia, tenemos algunos
de estos museos en los que las comu-
nidades ya se sienten más tranquilas
por tener estos teatros de la memoria
y recordar a sus seres queridos. Son los
casos de Cocorná, Frontino, San Carlos,
Granada, entre otros.
En Granada (Antioquia), el Salón
del Nunca Más se ha convertido en un
recinto sagrado y, sin duda, en un buen
ejemplo de apropiación de la memoria y
la historia. “La comunidad se ha empoderado del espacio. Lo visitan semanalmente y lo han tomado como una forma
de elaboración de duelo, de recuerdo y
de amor por sus familiares. Es la mejor
forma de tener a su familiar en su diario vivir”, expresa su directora Gloria
Elcy Ramírez y añade: “La memoria es
muy importante, porque es resistencia,
dignidad, paz y reconciliación. Es recordar para no olvidar, porque uno solo se
muere cuando lo olvidan”.
Un museo itinerante
También encontramos el ejemplo de
las madres de la Candelaria, quienes en
1999 -en medio del conflicto- se constituyeron como un museo vivo; un museo
itinerante para resistir a la violencia y al
olvido y conservar la memoria de sus
familiares asesinados, secuestrados o
desaparecidos por grupos al margen de
la ley.
Su líder, Teresita Gaviria Urrego, una dama dulce, pero de voz fuerte y gran sabiduría, recuerda: “Nadie
nos quería escuchar. Pero repetíamos
nuestra consigna: ¡Los queremos vivos,
libres y en paz! Un día, después de que
nos cerraran tantas puertas, con la ayuda de monseñor Armando Santamaría
Ortiz, logramos concentrarnos en la
Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria
y mostrar los rostros de nuestros seres
queridos. No queríamos impunidad ni
la queremos. Queremos la verdad”.
Hoy ya se cumplen 14 años del
movimiento que, en medio de las circunstancias adversas, la indiferencia y
las amenazas de muchos, ha logrado un
reconocimiento como elemento de memoria en el país.
Colombia
y la memoria
En palabras de Daniel Botero, profesor
de Opinión pública de la UPB, la memoria se ha convertido en el arma más
poderosa de las víctimas para la exigencia de sus derechos, y ser reconocidas
como actores sociales y políticos en un
país que ha sido indiferente con su dolor y lucha constante por lograr una vida
digna.
Por su parte, el profesor Carlos
Enrique Londoño, licenciado en Filosofía y Letras y Ciencias Sociales de la UPB,
considera que los museos de la memoria son insuficientes para comprender y
conocer las causas de la violencia, pues
éstas son más conceptuales. “En mi opinión, es difícil encontrar en un museo
de la memoria las causas de la violencia.
No porque no estén, sino porque hacen
parte de un campo más amplio y profundo”, asegura Londoño.
Rastrear la historia de la violencia en Colombia y sus causas es una
tarea intensa y compleja. Para el profesor Londoño algunos aspectos como
el esquema de poder piramidal donde
en la cima está la élite (los que toman
decisiones) y luego la población sumisa
y sometida, como en un sistema feudal,
genera la desigualdad.
También la falta de oportunidades y acceso para la base de la pirámide
hizo que Colombia entrara en un círculo
de violencia e inequidad permanente,
donde unos pocos tienen la concentración de las riquezas y otros se esfuerzan
por tenerla a la fuerza.
Como conclusión, con las apreciaciones de los académicos y las voces
de estos Museos de la Memoria, baste
decir que sin importar si “somos ese
quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, como
dice Borges, lo único que nos queda es
volver a la memoria, a ese retazo de recuerdos que a veces van a doler pero
que es necesario traer al presente.
6
ESPECIAL VIOLENCIA
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
Democracia colombiana
Manifestación de la sociedad
civil, más que un simple voto
Jakeline Giraldo Arellano / [email protected]
Mónica María Jiménez Ruiz / [email protected]
En Colombia la
sociedad civil está
organizada, ejemplo
de ello son los
sindicatos, las juntas
de acción comunal y
local, las ONG, entre
otras. Cada uno se
organiza de acuerdo
con un interés
común dentro de una
sociedad democrática
caracterizada por
el pluralismo y la
diversidad.
A finales de 2011 estudiantes de universidades públicas y privadas del país,
realizaron un paro y protestas en contra
de la reforma a la Educación Superior.
En febrero de 2012 unas 30 mil personas marcharon en favor de la vida, la
tierra y la paz en Necoclí, Urabá antioqueño. Este año el sector cafetero salió
a paro para exigirle al Gobierno mayores garantías para la producción y comercialización del producto. El pasado
9 de abril miles de colombianos salieron
a las calles para clamar por la paz y el
fin del conflicto. ¿Qué tienen en común
estos hechos? Todas son manifestaciones de la sociedad civil colombiana que,
a partir de un interés puntual, se congrega para exigir el cumplimiento de sus
derechos.
Definir el concepto de sociedad
civil es complejo; sin embargo, el italiano Norberto Bobbio, en su diccionario
político, la define como: “La esfera de
las relaciones entre individuos, entre
grupos y entre clases sociales que se
desarrollan fuera de las relaciones de
poder que caracterizan a las instituciones estatales”.
Jaime Jaramillo Panesso, abogado, investigador y analista de coyunturas nacionales, explica que para que
haya sociedad civil es necesario contar
con ciudadanos activos y conscientes,
que debatan y propongan soluciones
ante un hecho común; a lo que el politólogo Luis Guillermo Patiño Aristizábal
agrega que “es una sociedad crítica, actuante, participativa que tiene muy claro cuáles son sus derechos, sus deberes
y que está buscando siempre la construcción de un país mejor para todos”.
Sociedad civil
colombiana
Jaramillo Panesso expresa que cada
país tiene su nivel de sociedad civil, “no
se puede aspirar a que sea la misma en
Francia, Estados Unidos o Colombia ya
que cada una es diferente en su accionar y en sus objetivos”.
La primera manifestación de sociedad civil en Colombia se dio en 1920
con la creación de sindicatos de diversa
índole; sin embargo, Omar Alonso Urán
Arenas, sociólogo de la Universidad de
Antioquia, señala que fue entre 1940 y
1950 cuando la sociedad se empezó a
organizar en gremios como la ANDI (Asociación Nacional de Empresarios de Colombia), y Fenalco (Federación Nacional
de Comerciantes), que surgieron para
“ayudar a crear políticas de Estado que no
dependieran de uno u otro partido”; son
gremios que “impulsan sus intereses y tienen influencia en las políticas nacionales”.
En este punto, Urán Arenas, advierte que se debe hacer una diferenciación entre dos tipos de sociedad civil,
la de las élites (gremios) y la popular.
Cuando habla de la popular, se refiere
a las asociaciones y organizaciones que
se han creado para defender y exigir el
cumplimiento de los derechos de víctimas de la violencia, reclamantes de
tierras, organizaciones estudiantiles,
defensoras de los derechos humanos y
ambientalistas, entre otras.
El Instituto Popular de Capacitación, IPC, se caracteriza por su trabajo
en la formación de líderes sociales, que
se organizan de acuerdo con las necesidades que tienen. Intervienen en temas
como “seguridad urbana, grupos armados, diálogos de paz, para transformar
la respuesta que el Estado les está brindando”, dice Yhoban Camilo Hernández
Cifuentes, vocero de esta institución.
En el ámbito de la violencia, según Gerardo Vega Medina, abogado y
presidente de la Fundación Forjando
Futuros, la sociedad se ha organizado de
acuerdo con el tipo de victimización porque “tiene un problema en común y tiene que presentar rutas de solución”. En
este sentido, Forjando Futuros, Red de
Paz, Arcoíris y el IPC, se han unido para
trabajar por los derechos de las víctimas.
Uno de los mayores logros de
estas organizaciones es la creación y
consolidación de la asociación nacional
Tierra y Vida, que nace para representar
colectivamente a los reclamantes de tierra en el país. Es la primera organización
consolidada que vela por la “transparencia y efectividad de las políticas públicas,
dirigidas a la restitución y el acceso a las
tierras”, explica Vega Medina.
Estado
y sociedad civil
Algunas de las características que tienen las sociedades civiles dentro de una
democracia es que son organizaciones
desarmadas, pues su principal arma,
según Carlos Enrique Londoño Rendón,
filósofo y docente de Formación humanista en la UPB, es “el diálogo, la razón,
el debate, la igualdad de condiciones y
el derecho a ser escuchados para llegar
a acuerdos comunes”.
En este sentido, Londoño Rendón considera que los partidos políticos no son como tal organizaciones de
la sociedad civil, porque “tienen como
finalidad llegar al poder”. Sin embargo,
Jaramillo Panesso expresa que “la manifestación más consolidada de la sociedad civil se da a través de los partidos
políticos”, aunque reconoce la fragilidad
de éstos en Colombia por su corto tiempo de actividad; es decir, para él, éstos
sólo son activos en época pre electoral,
después de las elecciones “son activos
los parlamentarios, concejales o diputados, o sea, las instituciones legislativas”.
Por otra parte, explica que el
accionar de la sociedad civil está determinado por la coyuntura política pues
ésta “es ante todo un actor político que
se desenvuelve en diferentes espacios,
como el territorial, laboral y administrativo”.
Es válido preguntarse si el Estado tiene algún interés en la creación y
fortalecimiento de la sociedad civil en
el país. Una de las organizaciones civiles más consolidadas son las Juntas de
Acción Comunal, creadas con la aplicación de la Ley 19, promovida por el
Foto: Pablo Monsalve M.
CONTEXTO No. 37
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
ESPECIAL VIOLENCIA
7
Foto: Catalina Rodas Q.
Estado en 1958 que incentivó la organización de las comunidades barriales
para brindarles los recursos para crecer y mejorar sus condiciones de vida.
Omar Urán Arenas indica que “el Estado
tiene un papel enorme en la creación
de sociedad”, a la vez que destaca los
logros durante el gobierno del liberal
Carlos Lleras Restrepo, quien impulsó la
organización de “los pobladores urbanos, los trabajadores y los estudiantes”,
es decir, recibieron un apoyo directo del
Estado para su manifestación y consolidación.
Del momento actual, Urán Arenas opina que el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, aunque no
promueve la creación, sí reconoce y da
autonomía a las organizaciones para
que éstas “proliferen y recuperen su
protagonismo”, ejemplo de ello es la
Ley 1448 de 2011, la Ley de víctimas y
restitución de tierras.
Gerardo Vega Medina reconoce
el esfuerzo que ha hecho el gobierno
de Santos, pues con la creación de la
ley muestra un interés en restituir las
tierras; sin embargo, piensa que el Estado en general no está interesado en
la organización de la sociedad y lo argumenta desde la falta de recursos políticos y económicos que apoyen significativamente estas iniciativas civiles. “El
Estado debe tener una decisión política
más fuerte, pues hasta el momento no
se ha creado una política pública que
dé un apoyo directo a la sociedad civil”,
afirma.
En este aspecto, el abogado Vega
Medina pregunta por qué en los escenarios de decisión no se incluye a las
víctimas y a representantes de la sociedad civil, la cual tiene que ser más participativa y “con capacidad de influencia
en los escenarios que los involucran di-
rectamente. Por ejemplo, ¿por qué no
hay víctimas reclamantes de tierra en el
Incoder (Instituto colombiano de desarrollo rural)?”. Se percibe una falencia,
pues la sociedad civil no sólo debe estar a la defensiva solicitando al Estado
el cumplimiento de derechos, sino que
debe tener un papel protagónico para
“convocar, proponer y construir una sociedad con mejores condiciones”, concluye Vega Medina.
Otro problema que debe enfrentar la sociedad civil es que repetidamente el Gobierno ha visto a las
organizaciones campesinas, obreras,
estudiantiles, de mujeres y de víctimas
como representantes del comunismo, es decir, siempre contrarias a las
políticas propuestas. En este sentido,
Londoño Rendón argumenta que: “los
movimientos sociales tienen un aplastamiento muy duro, hay represión contra
los líderes sociales, los problemas que
exponen no suelen ser solucionados,
los reprimen, los encarcelan e incluso
los desaparecen. El Estado contribuye
al debilitamiento de la sociedad civil”.
¿Sociedad
organizada?
¿Qué tipo de sociedad civil tiene Colombia? Esta pregunta, al igual que el
concepto, es compleja, pues desde la
ciencia política se argumenta que toda
sociedad, sin contar al Ejército, es civil.
Por eso, al referirse a la organización de la sociedad frente al tema de
la violencia y la resolución de conflictos,
Miguel Silva Moyano, politólogo y docente en la UPB, opina que en Colombia
no hay una fuerte organización porque
no se dimensiona que “todos somos
víctimas, pues el terrorismo y los actos
de violencia no sólo generan miedo en
quienes sufren un ataque o pierden un
familiar, sino que genera miedo en toda
la sociedad”.
El también politólogo Luis Guillermo Patiño Aristizábal, añade que la
sociedad civil colombiana es muy débil
y aunque ha habido esfuerzos por fortalecerla, como las marchas por la paz,
no se ha logrado porque “después de
esto la sociedad se queda quieta, es un
instinto de salir, una emoción de un día,
un dolor”. A esto, el vocero del IPC, Yhoban Camilo Hernández Cifuentes, añade
que “no hay una unidad en torno a los
diversos movimientos sociales, no están
articulados y cada uno tiene sus propios
intereses”. Para ambos, la sociedad civil
colombiana está claramente fragmentada.
Jaime Jaramillo Panesso, quien
fue representante de la sociedad civil
ante la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), no ve esto
como un problema, pues las sociedades
fragmentadas son características de las
democracias: “una sociedad civil única
y homogénea sólo existe en las dictaduras. En las democracias se fragmenta no por obligación sino por intereses,
porque la gente se organiza para hacer
pactos, cumplirlos y renovarlos según
sus intereses y necesidades”.
Además piensa que sí hay puntos
comunes y es lo que pasa cuando diferentes sectores de la sociedad se solidarizan con las víctimas directas del conflicto, pues “una sociedad mientras más
solidaria es, más pesa en los objetivos
que se propone”.
La sociedad civil colombiana
está claramente fragmentada.
posconflicto
Uno de los temas más controvertidos
en la actualidad nacional son los diálogos de paz que se llevan a cabo entre
el Gobierno y la guerrilla de las Farc en
La Habana, Cuba. Muchos se preguntan
cuál es la participación que debe tener
la sociedad civil en el desarrollo de los
puntos de negociación.
Jaramillo Panesso afirma que
ésta no tiene por qué estar allí pues “el
único que tiene la legitimidad para representarnos es el Gobierno, lo demás
es oportunismo”. Añade que las muchedumbres están para “movilizar, dar impactos y hacer manifestaciones de rechazo o aceptación, pero la negociación
se hace a través de los representantes”.
El politólogo Silva Moyano considera que uno de los peligros de llegar a
un acuerdo de paz, es implementarla mal,
lo que generaría más violencia, pues “la
gente la asume como una paz injusta y se
cree con autorización para tomar las armas por sus propias manos, porque no se
satisface el derecho a la justicia”. Se alude
a uno de los puntos de la negociación que
busca impunidad para todos los crímenes
y ofensas cometidos por las Farc.
Sobre los diálogos de paz y de un
posible posconflicto, Jaramillo Panesso
advierte que éste es “tan complejo y difícil como la guerra misma” y en su artículo La paz: proceso confuso y difuso,
opina que la solución no es sólo llegar a
un acuerdo con las Farc, se deben incluir
los demás actores armados, así en algún
momento se proclamará “la paz para todos o la paz para ninguno y quizá así se
logre una paz nacional… pero ese puente
tendrá que construirse con buenos materiales y mejores ingenieros, porque de
lo contrario se caerá el puente y los que
queden vivos continuarán en la guerra”.
8
ESPECIAL VIOLENCIA
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
¿Qué tipo de independencia fue la del 20 de julio de 1810?
Mitos sobre la creación
del Estado-Nación colombiano
Sara Melina Vásquez Ochoa / [email protected]
Colombia no existió como Nación sino hasta
finales del siglo XIX. Rafael Núñez fue quien,
durante la Regeneración, oficializó los símbolos
que ayudaron a consolidar la identidad del país
desde ese momento y durante todo el siglo XX.
La tarde del 20 de julio de 1810, durante
un congestionado día de mercado, Pantaleón Santamaría, un notable criollo
que vivía en el Virreinato del Nuevo Reino de Granada, se dirige afanadamente
hacia el almacén de don José González
Llorente, un español peninsular; estando allí se propone pedirle prestado un
florero que hacía falta para el recibimiento de don Antonio Villavicencio,
otro notable criollo nacido en Quito.
Llorente se niega a prestarle el florero,
por lo cual Santamaría, junto con los
hermanos Morales que casualmente
pasaban por allí, comienza una serie de
insultos hacia aquel español que aparentemente estaba despreciando a los
americanos (criollos) y que no quería
colaborar con la causa.
La trifulca trascendió rápidamente el pequeño espacio y después
de algunos minutos el señor Llorente
tuvo que correr por su vida para no ser
asesinado por los criollos, quienes para
entonces ya habían puesto a gran parte
del pueblo en su contra, argumentando
que los españoles se consideraban superiores a ellos…
Una guerra civil es
considerada un conflicto
bélico que se da en un
país en el que se ve
enfrentado el pueblo,
generalmente para definir
la organización de un
territorio; mientras que una
guerra de independencia se
caracteriza por representar
la lucha de un país contra
otro del cual depende,
con el objetivo de lograr
autonomía.
Este acontecimiento, que carece
de fundamentales aclaraciones, hace
parte de uno de los grandes hitos que
tiene la historia de la independencia que
se celebra cada año el día 20 de julio.
Después de más de 200 años,
se entiende que el improvisado conflicto por un florero, había sido planeado
con el objetivo de embarcar al pueblo
neogranadino en una lucha en la que se
exigiera al gobierno de Fernando VII, en
principio, la igualdad entre los españoles
americanos y los españoles peninsulares.
Estos hechos terminaron en una
serie de revueltas y condiciones que
permitieron la independencia años después. Para entonces, a pesar de lograr
autonomía frente al Virreinato de Amar
y Borbón, todavía se dependía de la monarquía católica.
Actualmente sobre la historia de
nuestro país y en general de la independencia de los estados-nación latinoamericanos, en la sociedad colombiana
todavía son significativos los casos de
quienes creen en ciertos mitos históricos y acontecimientos puntuales que
son narrados en las aulas de clase sin
algún trasfondo o contexto.
He aquí la ambiciosa intención
de aclarar aquellos mitos que aún en
pleno siglo XXI siguen haciendo parte
de nuestra cultura y referencia para el
pueblo colombiano.
Primer mito:
en Colombia primero
existió la Nación
que el Estado
Para las Ciencias Políticas el Estado se
fundamenta en un conjunto de instituciones coercitivas, mientras que la Nación es un discurso en el que la gente
cree y que produce una especie de cohesión social.
Respecto a la construcción del
Estado-Nación colombiano existen dos
teorías: una que señala que fue la sociedad misma la que empezó a reconocerse entre sí y comenzó a elaborar
un mito alrededor de lo que era la Na-
ción. La otra teoría indica que fue
el Estado el que creó ese discurso
y se valió de múltiples mecanismos
para hacerlo, dentro de los cuales la
educación tuvo gran protagonismo.
Cuando se lee la historia tradicional que existe sobre Colombia,
construida principalmente durante
las últimas décadas del siglo XIX y
todo el siglo XX, se advierte que
quienes tuvieron el poder de elegir
qué partes del pasado iban a utilizar para construir la historia, decidieron que era necesario dejar un
registro que evidenciara la existencia de una nación antes de la edificación del Estado, la cual había
luchado durante las guerras
para lograr la independencia.
De acuerdo con lo
dicho por Tomás Pérez
Vejo, en su libro Elegía
criolla: una reinterpretación de las guerras de
independencia hispanoamericanas, y haciendo un análisis sobre el caso colombiano,
a pesar de que fue el
Estado el que, a partir de diferentes narraciones, comenzó
a crear la nación y la
identidad de los pueblos que convivían
en el mismo territorio, durante más de un
siglo se pensó que había sido el pueblo el que,
identificado, se unió por
voluntad propia y decidió
conformar el Estado.
Segundo mito:
¿guerras civiles
o guerras de
independencia?
Una guerra civil es considerada
un conflicto bélico que se da en
un país en el que se ve enfrentado el pueblo, generalmente para definir
la organización
de un territorio;
mientras
que
una guerra de
independencia se
caracteriza por reIlustración: Daniela Hoyos, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB
CONTEXTO No. 37
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
presentar la lucha de un país contra
otro del cual depende, con el objetivo
de lograr autonomía.
Durante el siglo XX se describieron las luchas entre los pueblos como
“guerras de independencia”, no como
“guerras civiles”, tal como revelaron autores como David Brading, Jaime Rodríguez, François Xavier Guerra, José Carlos
Chiaramonte y Tulio Halperín a través de
la revisión historiográfica realizada antes
de la celebración del Bicentenario de Independencias en América Latina.
Pero se sostiene que en realidad
fueron guerras civiles porque las batallas no se libraron entre dos bandos claramente enemigos: españoles y “criollos”, como dice la tradición.
En el territorio americano hasta
principios del siglo XIX no existían diferencias trascendentales que llevaran a
los pobladores a enfrentarse entre sí,
por el contrario, tenían un vínculo muy
fuerte que los unía: la fidelidad e identificación con la monarquía española en
cabeza del rey Fernando VII.
En otras palabras: sí existieron
bandos que lucharon pero no estaban
tan claramente definidos e identificados
como se hace creer. Se unieron quienes
querían una independencia absoluta
de la monarquía católica; quienes pretendían seguir siendo fieles al Rey pero
querían ciertas libertades; y finalmente
quienes apoyaban completamente la
monarquía y querían que todo continuara como antes, motivados por
intereses particulares. Además, dentro de los bandos
estaban mezclados tanto
españoles como criollos, mestizos, mulatos
y zambos.
Las luchas fueron guerras civiles y
no guerras de independencia porque fue
un solo pueblo el que
luchó,
enfrentando
hermanos contra hermanos sin tener una
identidad establecida
para diferenciar las
masas.
¿Por qué omitir
este detalle?
Para las élites
colombianas que ayudaron a consolidar la
Nación, fue importante
narrar que nuestros antepasados habían luchado
por la independencia
del país y que habían
asesinado
brutalmente a múltiples compatriotas con una justificación válida que además
era motivo de orgullo:
la independencia de
los colombianos.
Respecto al
tema, Miguel Silva
Moyano, politólogo y
profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana explica que “el Estado
crea una historia que tiene
unos héroes y unos mitos, y
con base en ello se crea
la Nación. Es el Estado
el que comienza a
decir cuáles son
esos elementos válidos para la creación de la misma”.
Agrega que en el
caso de América
Latina, uno de los
principales vacíos de
la historia tiene que ver
con el desconocimiento de los peninsulares,
pues “para quienes
se comenzaron a inventar las naciones
era importante negar al otro, negar al
español peninsular
y decir que era sólo
una cosa entre los americanos”.
ESPECIAL VIOLENCIA
“Para el caso colombiano, algunos sostenemos que la Nación no empieza a construirse propiamente sino
hasta el siglo XX, pues durante el siglo
XIX no hubo un proceso de construcción
de Nación, lo que hubo fue una especie
de creación de un Estado profundamente débil sin Nación”, argumenta Silva.
De acuerdo con las versiones sobre la historia, Simón Bolívar es el primero en acuñar el asunto de Colombia
y de lo que es ser colombiano; pero lo
colombiano en Bolívar es muy distinto a
lo que se entiende en la actualidad. Para
Bolívar lo colombiano es lo latinoamericano y por eso él crea un Estado grande
conformado por Venezuela, Colombia
y Ecuador, teniendo en cuenta que no
pretendía quedarse ahí, sino que quería
unir a toda América Latina.
Tercer mito:
configuración
de la nación
colombiana
Colombia viene de Colón, es decir que
ese nombre surge como tributo a quien
descubrió los territorios americanos
durante el siglo XV. Por tal razón, esta
palabra tuvo una connotación amplia
que abarcaba toda América Latina y era
el nombre propuesto por Simón Bolívar
para el gran reino que pretendía conformar.
Por este significado y por la separación que se da entre los territorios
que componían la Gran Colombia en
1821, la noción de lo colombiano queda pospuesta hasta 1863, año en el que
se crean los Estados Unidos de Colombia; aunque en este momento tampoco
existe una idea clara de lo que era ser
colombiano, lo que hay es una conciencia vaga de un Estado pero no se crea
una identidad.
Ese convencimiento de ser colombiano puede identificarse con precisión cuando comienzan a crearse los
símbolos que hacen parte de nuestra
identidad: el himno nacional, la bandera, el escudo y otros elementos que
fueron oficializados durante la Regeneración de Rafael Núñez.
Por eso, “yo sostengo, y hay muchas personas que lo hacen, que quien
se inventa la nación colombiana y la
‘colombianidad’, es Rafael Núñez a partir de la Regeneración. Él se encargó de
transmitirlo a través de estos símbolos”,
sostiene Miguel Silva.
Para finales del siglo XIX son
identificados, por personajes como
Núñez, ciertos elementos que estaban
inmersos en la población y de los cuales iban a valerse las élites que crearon
la Nación: el colombiano es católico, el
colombiano está dentro de tales fronteras, es diferente al venezolano, al ecuatoriano…etc.
En Venezuela sucede algo similar. Allí es José Antonio Páez quien
comienza a crear la nación venezolana
en contraposición a la nación neogranadina: “todo lo que es venezolano, es lo
que no es granadino”.
Estas narraciones se convirtieron
en una herramienta de exclusión: el que
no estaba dentro de esos cánones, no
pertenecía a la Nación. Ejemplo de ello
era lo que pasaba antes de la Constitu-
9
ción de 1991, donde no se incluía de
forma directa a los negros y a los indígenas, mientras que a partir de 1991 se
dice que “la nación colombiana es pluriétnica y multicultural”.
Teniendo claro este panorama,
descrito en textos como “Ensayos de
historia política de Colombia, siglos XIX
y XX” de David Bushnell, resulta fácil establecer que el mito es pensar que desde el siglo XIX todos somos colombianos, que nos liberamos y somos iguales.
En ese siglo no fue así, los panameños
se creían una cosa diferente, los antioqueños otra y en general cada región se
creía distinta.
Antes de Rafael Núñez había
múltiples identidades regionales que,
en la ausencia de un Estado, comienzan
a tener vida propia y se manifiestan a
través de constituciones regionales; es
gracias a esto que las primeras constituciones definían un carácter de ciudadanía, no de nación.
Algunos autores sostienen que
en el siglo XIX existía un Estado virtual
que estaba en Bogotá. Los Estados que
tenían poder realmente eran los Estados regionales llamados en la década
de los años 50 como “Estados soberanos”, que decidieron redactar su propia
constitución. Algunos ejemplos fueron
Antioquia, Panamá, Cauca y Cundinamarca.
Lo grave de este asunto, y que
posteriormente pudo tener relación
con la fuerte violencia que ha caracterizado a nuestro país durante los últimos
60 años, es que no existió desde el principio un gobierno que integrara todos
esos territorios. De esta manera cada
uno tenía su propia constitución y por
voluntad se agregaban para algunas cosas con el gobierno de Bogotá, que funcionaba en esencia como administrador
de las relaciones diplomáticas.
Al parecer, como decía el reconocido y desaparecido Luis Carlos Galán
Sarmiento “en Colombia hay más territorio que Estado”.
Se unieron quienes querían
una independencia absoluta
de la monarquía católica;
quienes pretendían seguir
siendo fieles al Rey pero
querían ciertas libertades;
y finalmente quienes
apoyaban completamente
la monarquía y querían que
todo continuara como antes,
motivados por intereses
particulares. Además, dentro
de los bandos estaban
mezclados tanto españoles
como criollos, mestizos,
mulatos y zambos.
10
ESPECIAL VIOLENCIA
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
La voluntad de unos para cambiar
y de otros para aceptar
Levantar la
mano para decir
“yo ayudo”
Sarita Jaramillo Ramírez / [email protected]
Camilo Chamat Cujia /[email protected]
Foto: Cortesía del Programa Paz y Reconciliación
“Si uno llega a un auditorio y pregunta
quiénes quieren la paz en Colombia, todos levantan la mano. Pero si pregunta ¿quién está
dispuesto a generar un empleo y trabajar con
un desmovilizado en su empresa, en su negocio
o en su casa? Nadie levanta la mano”, asegura
Paulo Serna Gómez, Director del Programa Paz
y Reconciliación de la Alcaldía de Medellín.
De acuerdo con la Ley 1424 de 2010, para reintegrarse a la sociedad deben hacer trabajo
social. Foto: Cortesía del Programa Paz y Reconciliación
Sus pies estuvieron descalzos hasta los
12 años. La comida era huevo con arroz
y los regalos de Navidad eran juguetes
usados. Para tener con qué ir a la escuela hacía mandados y vendía El Colombiano; pero para la universidad no
había nada.
Roberto Hernández Ramírez* se
pasó varios años de su vida comerciando ropa por todas las veredas de Abejorral, Antioquia. El cliente podía ser cualquiera, no importaba si era la guerrilla
o las autodefensas, cliente es cliente y
plata es plata. Él simplemente vendía
ropa para vivir.
El 27 de mayo de 2001, el día de
su cumpleaños, por el hecho de cuidar
su vida, por miedo y porque cuando
“ellos le piden a uno el favor eso ya es
una orden y uno no se puede negar o lo
matan”, Roberto terminó siendo patrullero y guía del Bloque Metro de las AUC
por las veredas del oriente antioqueño,
en las que antes había vendido su mercancía.
Al ver que todos peleaban con
todos, el trato de los compañeros, los
enfrentamientos y la falta de comunicación con su familia, en el 2003, se
escapó con dos compañeros. Llegaron a
Medellín directo a la Fiscalía un sábado
en la tarde. Fue antes de que se dieran
las desmovilizaciones colectivas.
Juan Chávez Vargas había jugado siempre bajo el sol. En Planeta Rica,
Córdoba, hizo la primaria y el bachillerato, pero él sabía que ahí morían sus
sueños. No había dinero para pagar una
carrera universitaria, ni menos cómo
subsistir en una gran ciudad. Las manos
de los campesinos se llenan de callos
y de ampollas, por eso él buscaba otra
oportunidad.
Tenía claro que no quería ser
campesino y tomó la decisión de irse
para Montería. Joven e ingenuo conoció a su reclutador. “¿Está buscando trabajo? Es muy difícil de encontrar, ¿cierto? Venga le presento a alguien que
está necesitando gente. Le dan todo, no
lleve nada”. Llegó al grupo paramilitar
Bloque Central Bolívar de las Autodefensas Unidas de Colombia, no tenía
idea de qué iba a hacer. Le pintaron la
buena vida y ya no había paso atrás. Así
duró ocho años en el monte con fusil y
uniforme.
En el 2006 todo el grupo tenía
la orden de desmovilizarse. Juan no
quería, tenía miedo. Pertenecía a un
grupo armado, pero “estaba limpio”.
Entregando las armas lo iban a juzgar
y le podían salir más cargos de los que
realmente tenía.
Ahora, ellos son dos más de los
35 mil desmovilizados que, entre 2003
y 2007, dejaron las filas de las Autodefensas y de la guerrilla, individualmente
o de manera colectiva, para entregar las
armas y reincorporarse a la sociedad.
Estas personas, rudas e intimidantes, llegan con miedo, con incertidumbre y con un estilo de vida ya formado en las armas y la ilegalidad. Pero
buscan una oportunidad, que les sean
abiertas puertas para volver a empezar.
El problema es que si no hay voluntad
de ellos para cambiar, y de la sociedad
para aceptar, se produce más violencia
de la que se pretendía sanar.
Re-integración,
¿re-exclusión?
La reintegración es el proceso mediante el cual las personas que participaron
del conflicto armado como combatientes buscan el camino para recuperar el
estado civil y volver a formar parte de
la sociedad.
Este proceso en Colombia, reglamentado por la Ley 1.424 de 2010, busca la paz a través de garantías de verdad
y en un marco de justicia transicional
que le permite a los desmovilizados de
grupos armados participar de la desmovilización, el desarme y la reinserción
en la sociedad. Al mismo tiempo, deben
contribuir con acciones de reparación a
las víctimas y con el centro de memoria
histórica.
Cuando un desmovilizado es
certificado como tal por la Alta Comisión para la Paz, y con la ayuda de la
Asociación Colombiana para la Reintegración, llega a lugares como el Programa Paz y Reconciliación del Municipio
de Medellín, adscrito a la Secretaría
de Gobierno. Este programa nació a
principios del año 2004 a propósito de
la desmovilización del Bloque Cacique
Nutibara de las Autodefensas Unidas
CONTEXTO No. 37
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
de Colombia, pero también trabaja con
desmovilizados de la guerrilla.
El Programa Paz y Reconciliación
está encargado de ayudar a las personas de los diferentes grupos armados
en su reintegración. El participante recibe acompañamiento psicosocial de
los profesionales del programa y acompañamiento educativo y en formación
para el trabajo y el emprendimiento en
la legalidad.
De acuerdo con su director, Paulo Andrés Serna Gómez, se busca que,
una vez capacitados y reintegrados a
la sociedad, los desmovilizados tengan
oportunidades. “No es cuestión de que
les den trabajo por la condición de desmovilizados, pero sí que les den las mismas oportunidades de todos para una
entrevista”.
Uno de los principales problemas con los que se enfrenta un desmovilizado cuando busca reintegrarse a la
sociedad es la falta de oportunidades.
Una sociedad que estigmatiza, alimentada por unos medios de comunicación
que refuerzan los prejuicios y reduce
dichas oportunidades. A pesar de las leyes y posibilidades que ofrece el Programa, no solo son ellos los que tienen que
poner de su parte, sino también toda la
sociedad.
La cultura colombiana es heredera de un contexto de conflicto y desconfianza. Las víctimas directas de la
violencia lloran las heridas y las lápidas
de sus hijos y sus hermanos, mientras
que las víctimas indirectas desconfían
del paso de cada día, de cada esquina
oscura y de cada desconocido.
Los desmovilizados, según Paulo Serna Gómez, son rechazados por su
condición y algunas empresas no los
aceptan cuando se enteran de su pasado. Se escuchan historias de mujeres
y hombres que entran a estudiar a la
universidad y sus compañeros cancelan
las materias para no estar en el mismo
lugar que “un malo de estos”. Es por eso
que, para no ser estigmatizados y vistos
de mala manera, los desmovilizados esconden su pasado.
Juan Chávez, el niño que antes
jugaba bajo el sol, el que no quiso ser
campesino y el mismo que estuvo ocho
años con un fusil, dejó las Autodefensas
con miedo, pero lo logró. Se acaba de
graduar en el Programa Paz y Reconciliación, estudió Derecho en la Universidad Santo Tomás y trabaja en la Secretaría de Movilidad.
“Afortunadamente no es mi
caso, yo tuve el privilegio de darme a
conocer primero como persona y luego
se dieron cuenta de que era desmovilizado, pero como ya me habían visto
antes como bueno, no me juzgaron”.
Pero Juan se atreve a decir que a un alto
porcentaje lo rechazan, que casi al 80%
de los desmovilizados lo estigmatizan
por el simple hecho de serlo. “Es triste
que si uno ha hecho un esfuerzo grande
por reintegrarse a la sociedad para estar
bien, que no lo vean. Es muy desmotivador que no se mire a la persona sino al
colectivo”.
¿Qué van a hacer estas personas
si se les cierran las puertas en la
sociedad? ¿Si los que consiguen oportunidad y aceptación son la excepción y
no la regla? Muchos de ellos reinciden
y la consecuencia es que se genera más
violencia.
ESPECIAL VIOLENCIA
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Los desmovilizados entran a un programa para recibir acompañamiento psicosocial, educativo y laboral. Foto: Cortesía del Programa Paz y
Reconciliación
Es cuestión de
voluntad
“Hay unas personas que nunca se van
a reintegrar. Hay unos que reinciden,
cometen delitos y también hay los que
tienen dificultades clínicas y psicológicas o consumen sustancias psicoactivas.
Un 20% de los desmovilizados ha sido
condenado por delitos cometidos después de haber dejado las armas. No
todo es color de rosa, pero tampoco se
puede generalizar”, explica Paulo Serna
Gómez.
Roberto Hernández es otra excepción. Se escapó de las AUC, llegó al
Programa Paz y Reconciliación y ahora
estudia Derecho en la Universidad de
Medellín con una beca otorgada por el
periódico El Colombiano. Hoy trabaja
en la Agencia Colombiana para la Reintegración.
“Es muy posible que, si a las personas les cierran puertas y no les dan
oportunidades, vuelvan a generar más
violencia. Es que la sociedad todavía no
está preparada para recibirnos, entonces muchos tenemos que bajar la cabeza y no contar que somos participantes”, asegura Roberto Hernández.
Si hay voluntad de querer dejar
el pasado atrás se logra. Pero si se busca el facilismo, al primer obstáculo se da
por vencido y busca volver a la vida que
tenía, se reincide. “Es algo de todas las
partes. De nosotros para mostrar que
estamos haciendo cosas bien, del Pro-
Los estigmas y prejuicios
hacen que miremos al
colectivo y no a la persona
grama para que nos ayude con el acompañamiento y nos busque oportunidades de trabajo en las empresas y de la
sociedad para que nos vean haciendo el
bien y no nos juzguen”, agrega Roberto
Hernández con humildad.
La vinculación de la
empresa privada
Sodexo, empresa prestadora de servicios, trabaja desde hace siete años con
población desmovilizada en un programa llamado Programa Soluciones. Empezó por una iniciativa de la Alcaldía de
Medellín que invitaba a las empresas
para que hicieran parte del proceso de
adaptación de estas personas en la vida
civil.
De la mano con Suramericana,
Sodexo administra y coordina el proceso que ya cuenta con 120 empleados
entre desmovilizados de la guerrilla, las
autodefensas y víctimas del conflicto.
“Lo que decidimos hacer desde el principio fue confiar y tomar un
riesgo, un riesgo que creemos, vale la
pena. Esto no tiene que ver con que la
sociedad se tiene que preparar para recibirlos. Nadie está preparado, es estar
dispuestos. Es hacer algo diferente y dar
un verdadero apoyo”, afirma Dálida Villa Vanegas, jefe de Desarrollo Sostenible de Sodexo.
A veces el proceso de adaptación es difícil por el cumplimiento de
horarios, de reglas, el seguimiento a
una autoridad y relacionarse con los
compañeros. “Yo les digo que hay que
jugársela por el presente y el futuro que
pueden llegar a construir. La mayoría
de los chicos que ingresaron hace siete
años sigue trabajando con nosotros y es
un programa que ha tenido muy buenos
resultados”, afirma la funcionaria de Sodexo.
Ellos entran con la tranquilidad
porque no tienen que esconder su situación. Al entrar al Programa Soluciones, no les importa nada de lo que
fueron sino lo que son. “Dar empleo a
estas personas es el camino para que
no generen por su parte más violencia
en la sociedad”, asegura la señora Villa
Vanegas.
Todos deben poner de su parte. Finalmente es un proceso conjunto
entre víctimas y victimarios. De acuerdo con el profesor Oscar Muñiz, coordinador de la línea de investigación del
proyecto de Justicia restaurativa en el
Sistema de responsabilidad penal para
adolescentes, en el oriente antioqueño,
realizado por la UPB en convenio con el
ICBF y la Gobernación del departamento, el proceso de paz y reconciliación
debe darse con la víctima y el victimario juntos. Sugiere que para un proceso
de reintegración efectivo, el victimario
debe responsabilizarse de sus actos
ante la comunidad, las víctimas deben
apoyar y promover la convivencia y el
Gobierno debe garantizar la paz. Es así
como se logra el perdón y la reconciliación y se evitan las rencillas, los rencores y los prejuicios.
“Nos tenemos que quitar ese
estigma para por lo menos convivir. Reconciliarnos es algo muy difícil de lograr
de un día para otro, pero por lo menos
sí debemos intentar no matarnos unos
a otros y vivir bien”, concluye Paulo Serna Gómez, director del Programa Paz y
Reconciliación.
No se dice que no hay oportunidades, es saber aprovecharlas y proporcionarlas. Es levantar la mano para
decir “yo”, yo ayudo y sí quiero la paz.
* El nombre fue cambiado por seguridad y petición de la persona.
12
ESPECIAL VIOLENCIA
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
Educación y conflicto
Mambrú no fue a la guerra
Carolina Campuzano Baena / [email protected]
Catalina Rodas Quintero / [email protected]
Foto: Catalina Rodas Q.
“Se están formando seres humanos
para la competencia, para generar dinero, poder y fama; somos seres humanos
capitalistas. Incluso se nos ha arrancado
del alma ese amor por lo que hacemos”,
expresa Hernán Rincón Atehortúa, director del programa de Educación Inclusiva de la ONG Cedecis, cuando habla
sobre el objetivo de la educación. La
formación en Medellín se ha centrado
en cumplir con los estándares de calidad exigidos por el Ministerio de Educación, representados en los resultados
de las pruebas Saber, Icfes y Pisa (Programa para la Evaluación Internacional
de Alumnos) y en la infraestructura de
las instituciones.
“La prueba Pisa sirve para Uganda, Suiza, Estados Unidos y Medellín,
entonces si el estudiante de Uganda la
puede contestar, ¿el de Medellín por
qué no? Lo que se contextualizan son
los resultados, para dar un panorama
de país de acuerdo con el entorno”, afirma Luz Elena Gaviria López, Secretaria
de Educación de Medellín; sin embargo,
según los informes presentados por Piedad Patricia Restrepo Restrepo, coordinadora de Medellín Cómo Vamos, los
estudiantes de la ciudad no han alcanzado ni el nivel mínimo para pasar la
prueba; además, se evidencia la brecha que hay entre la preparación de los
colegios privados frente a los oficiales,
pues estos últimos tienen más bajos resultados. Es una consecuencia de que el
Medio siglo de conflicto armado en Colombia
no ha sido suficiente para que la educación
suscite una reflexión al respecto, para que se
piense según las características del contexto y
para que se promueva una movilización social
que permita desnaturalizarlo.
Estado ha evadido su responsabilidad
con la educación, y la han asumido los
privados, como las comunidades religiosas.
Por otro lado, las escuelas tradicionales no han promovido la reflexión
y el tratamiento de la temática del conflicto ni han hecho un análisis al contexto social que vive la ciudad, en el que
se tengan en cuenta las problemáticas
de cada territorio. “La educación se ha
quedado corta en el sentido de abordar los fenómenos de conflicto como
problemática central. Desde la temprana escolaridad se puede cambiar la
concepción de las personas, pero en
Colombia estamos llegando tarde a esa
reflexión, porque ésta empieza en la
Universidad, a la cual no toda la población tiene acceso”, dice José Yesid Carrillo, especialista en Derecho Internacional Humanitario.
Este cumplimiento de competencias no ha permitido que las escuelas propongan una manera innovadora
para abordar las causas y efectos de
la violencia, de modo que se haga una
construcción conjunta con estudiantes
y maestros para transformar, comenta
Beatriz Elena Betancur Gañán, profesora de Ecología y Medio Ambiente e integrante del equipo de trabajo de la ONG
Cedecis. Además, el diálogo sobre estos
temas se ha visto obstaculizado por la
dificultad que tienen los maestros para
hablar de un conflicto que sigue en pie.
El temor es otra de las razones, pues los
actores involucrados en la violencia no
están interesados en que la población
comprenda las causas porque esto provocaría rechazo y resistencia. Otro motivo que ha estancado la reflexión es la
censura que en la sociedad se hace a
quienes hablan sobre derechos humanos, pues se cree que son sólo discursos de guerrilleros y subversivos, añade
José Yesid Carrillo.
“Los profesores están en una doble desprotección: por un lado, no tienen respaldo de las autoridades educativas al momento de hacer públicas sus
denuncias, entonces silencio. Por otro,
la formación pedagógica desborda la
gravedad del conflicto, porque además
es un trabajo psicosocial y de seguridad”, asegura Jaime Alberto Saldarriaga
Vélez, Ph.D. en Teoría de la Educación y
Pedagogía Social de la Universidad Nacional e investigador de la Corporación
Región.
Otro de los problemas que presenta la educación es la manera como
se imparte, pues no hay tiempos ni espacios suficientes en las instituciones
para dialogar acerca de los temas que
no estén incluidos en el plan de estudios. Lo poco que se trata sobre esta
historia de conflicto en Colombia se
hace con la memorización de nombres
y fechas, pero no se ha tenido en cuenta que en Medellín las escuelas no son
ajenas al conflicto.
Los establecimientos educativos
son focos de reclutamiento no sólo porque los actores armados hacen allí el
llamado, sino también porque los modelos educativos no propician que los
niños sientan amor por el conocimiento, sino que la homogeneización, los
castigos, el no encontrar una fuente de
realización personal y el autoritarismo,
hacen que éstos no vean como primera
opción estudiar sino tomar un arma.
Según la Secretaria de Educación
de Medellín, “en las instituciones educativas hay programas para trabajar el
tema del conflicto como Escuelas para
la Vida, que articula los liderazgos natu-
CONTEXTO No. 37
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
rales que hay en las instituciones educativas como personeros, representantes de grupo, contralores, deportistas,
artistas y niños necios. Es un programa
de convivencia que se basa en temas
ambientales, culturales, deportivos y de
salud sexual y reproductiva”. Además, la
Alcaldía de Medellín proyecta tener un
psicólogo por colegio, para acompañar
a los estudiantes, docentes, directivos y
padres de familia; programas que según
Jaime Saldarriaga Vélez sólo mitigan lo
inmediato, mas no se trabaja el impacto
en aquellos que han vivido insertos en
las problemáticas.
Sin embargo, sólo a la escuela no
se le puede dejar la responsabilidad de
la reflexión sobre el conflicto; la sociedad, los medios de comunicación y la
familia tienen un papel primordial en la
educación y en la formación de ciudadanos críticos.
Más presupuesto
para la guerra que
para la educación
Pero la falta de educación no es la principal causante del conflicto porque hay
otros trasfondos como la exclusión en la
participación política de diversos sectores, la desigualdad en la distribución de
tierras, la corrupción, el interés particular de los grupos económicos y políticos,
la falta de reconocimiento de la diversidad, un sistema económico que no ha
permitido el desarrollo social y soluciones superficiales por parte del Estado.
Esto ha provocado que en Medellín la
violencia sea cotidiana pues desde los
años 80 las generaciones conviven con
actores armados legales, ilegales y modelos de vida narco.
La aceptación de estas formas de
vida se debe, en parte, a que las comunidades han visto a los actores ilegales
como garantes de la seguridad, la justicia y la moral, en especial en aquellos
lugares en los que el Estado se encuentra ausente como en los barrios populares y periféricos de la ciudad y más
aún en los temas educativos. El enfoque
central de los gobiernos no ha sido la
inversión social sino que el presupuesto
se destina a la defensa y el crecimiento
económico. Sólo hasta el 20 de diciembre de 2011 con la expedición del decreto 4807, en la presidencia de Juan
Manuel Santos Calderón, se declaró
que la educación oficial sería gratuita
desde transición hasta undécimo.
A esto se suma el poco presupuesto que se asigna en el PIB a la educación (3.5%) y a la investigación en
las áreas sociales y humanas, pues los
principales proyectos a los que se les
da validez, son aquellos que tienen que
ver con ciencia y tecnología. Aunque
en Medellín se ha demostrado que se
cuenta con los recursos necesarios para
tener una cobertura, una infraestructura y maestros adecuados, el problema
está en que, a pesar de esto, no se ha
hecho una transformación estructural,
pues la educación no se muestra cercana al sujeto, a su territorio, sino como
un proceso poco personal que no llama
la atención.
Sin embargo, la población ha
creado propuestas para combatir las
debilidades de la educación formal que
se da en las instituciones tradicionales.
Se han aplicado conceptos pensados
para adecuarse al contexto latinoamericano como es el caso de la educación
popular. En la ciudad, la Corporación Simón Bolívar lleva 32 años considerando
la educación como un ejercicio de pensamiento y acción, en el cual se analizan
los territorios y se idean apuestas para
la transformación de los sujetos y las
poblaciones. Para Diana Caro, comunicadora popular de dicha organización,
la educación es fundamental como posibilidad de pensar la ciudad, el país y
principalmente el barrio, considerados
también como escenarios educativos
más allá del aula. Se busca la concientización de las personas, la formación en
derechos y deberes. “Esto no es un discurso contra el Estado, sus propuestas
también tienen validez, pero todavía se
necesita más amor, más recursos y personas críticas”, agrega.
Otros conceptos que se han implementado son educación inclusiva y
metodologías flexibles. El primero se
trata de que en las instituciones se reconozca el libre desarrollo de la personalidad de los estudiantes, donde las
ESPECIAL VIOLENCIA
diferencias en los niveles de aprendizaje
no sean un impedimento para ingresar
a la escuela, y que tanto hombres como
mujeres tengan las mismas garantías. El
segundo se refiere a que “el profesor ya
no sea un juez castigador que ponga cero
cuando un estudiante no hace la tarea,
sino entrar en un proceso de diálogo, de
preguntarle por qué no la hizo, para así
encontrar las causas de sus problemáticas que pueden ser violencia intrafamiliar o hambre”, explica Hernán Rincón
Atehortúa, quien desarrolla con Cedecis
el proyecto Protegiendo el derecho de la
educación de niños, niñas y adolescentes
durante la agudización del conflicto en
Colombia, en los colegios Gabriel García Márquez, de la Comuna 8, y Marina
Orth, del corregimiento de Altavista.
Lo que pasa con esta educación
es que para obtener recursos le toca
competir con otras instituciones, y la
forma de evaluación para el acceso es a
partir de los estándares de calidad que
se han mencionado, como las pruebas
Icfes y Saber, en las que no alcanzan
buenos resultados por sus otras preocupaciones en la formación.
Otra de las dificultades que ha
tenido la educación para incidir y suscitar cambios en el conflicto, es que ella
misma es víctima de la violencia, pues
el acceso al conocimiento no será la
prioridad de una población que primero
tiene que resolver sus necesidades básicas y de seguridad. Esto se ve en las cifras de deserción escolar que aumentan
cada año en Medellín. De acuerdo con
la Defensoría del Pueblo en el año 2010
ésta estaba en el 3.4%, en 2011 aumentó hasta el 4% y el año anterior las cifras
alcanzaron el 4.4%.
Sin embargo, estos datos no son
reconocidos por las instituciones oficiales. Luz Elena Gaviria López, Secretaria
de Educación municipal, asegura que la
cifra correspondía en 2012 a un 3.8%.
“En Medellín el tema no es de deserción
escolar sino de movilización social. En la
ciudad no pasa que los niños no vuelvan
a la escuela sino que cambian de institución educativa; hay movilidad por los
temas de violencia, pero los niños donde llegan siempre tienen un cupo para
estudiar, en cualquier institución”, dice
Gaviria.
13
Educar para la
transformación
Ahora bien, la educación no es la varita
mágica que hará desaparecer el conflicto, pero dentro de los procesos de
conocimiento y reflexión que permite,
tiene un papel determinante para la
movilización social, la acción política, la
resistencia y la emancipación.
“Mientras más educación uno
tiene, existe la posibilidad de tramitar
el conflicto de manera pacífica y no violenta, esa es la relación entre conflicto
y educación, pues con ésta siempre se
agotará primero la vía de la negociación, la dialéctica y la argumentación
antes de pensar en la vía armada y la
violencia”, afirma José Carrillo. A través
de la educación se pueden abordar las
realidades sociales con diversas perspectivas, de modo que las personas
tengan herramientas para formar una
opinión crítica e informada sobre la que
el diálogo prime en la defensa del ser
humano.
Desde las organizaciones sociales como Cedecis y Simón Bolívar,
la educación no sólo es vista como la
principal herramienta de movilización
social, sino también como la columna
vertebral que apoya a la sociedad para
construir desarrollo y conocer propuestas alternas a las vías armadas. Todo
esto es posible si la formación se hace
desde el reconocimiento de las subjetividades, el replanteamiento de los padres sobre lo que quieren que sus hijos
sean; si se mejora la educación oficial
para pensar la integralidad de cobertura y calidad, para que la educación no
sea un privilegio sino que retome la inclusión, la participación, la deliberación
pública que influya en la autocrítica y el
reconocimiento de las diversas potencialidades de los grupos sociales.
Por esto, como afirma Francisco Cajiao Restrepo, analista educativo
y miembro de la Academia Colombiana de Pedagogía y Educación “se debe
mostrar a los niños que es más útil estudiar que ir a la guerra”, para que así
sean más los que digan no al dolor ni a
la pena, ni ir a la muerte como Mambrú
sino a la escuela.
Foto: Catalina Rodas Q.
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ESPECIAL VIOLENCIA
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
Víctimas y no victimarios
Niños maltratados, niños combatientes
Laura Betancur Alarcón / [email protected]
Juliana Gil Gutiérrez / [email protected]
Nacen en familias que maltratan, crecen
en barrios donde la delincuencia impera y allí
mismo inician una carrera criminal para superar
la pobreza. Los niños víctimas del reclutamiento
forzado son vulnerados en sus derechos desde
antes de hacer parte de grupos criminales.
“Escuché un escándalo y pensé: ¿ahora
qué habrá pasado? Salí a la ventana y lo
vi correr de una calle a otra. Era apenas
un niño de 8 años y huía con un bolso
en la espalda. Los policías iban detrás,
pero no lo alcanzaron. Luego de un rato,
lo vi pasar con unos billetes en la mano,
los consiguió por llevar un arma a otro
integrante del combo. Me dijo que era
para comprar unos panes…”.
Esta historia, relatada por una
líder comunitaria del noroccidente de
Medellín, da cuenta de cómo niños y
niñas empiezan a unirse indirectamente
a los combos delincuenciales ilegales.
El caso se repite de otras formas, pero
es el mismo fenómeno: el inicio de un
reclutamiento forzado que, de manera
disimulada y silenciosa, se da en la cotidianidad de los barrios.
Es un delito convertido en costumbre, en rumor, en secreto. “No todo
el mundo lo sabe, unos nos hacemos los
bobos, a otros nos da miedo, otros nos
quedamos mudos porque no tenemos
para dónde irnos… Es mejor silenciar
esa palabra reclutamiento, pero que lo
hay, lo hay en la Comuna”, opina la líder
comunitaria.
Según el ex personero de Medellín, el abogado Jairo Herrán Vargas,
los combos delincuenciales urbanos
utilizan a los niños en diferentes tareas
desde los siete u ochos años, incluso en
la primera infancia como denunció en
abril de este año el director del ICBF,
Diego Molano Aponte. Son utilizados
para cargar armas y municiones, transportar estupefacientes, llevar mensajes
o dinero entre los miembros del grupo,
hacer seguimiento a personas, cobrar
vacunas y extorsiones, entre otras tareas. Así empiezan su carrera en los
combos y luego llegan a cometer delitos
mayores como hurtos u homicidios.
Negarse a realizar estas acciones,
según el Informe de Derechos Humanos
de 2012 en Medellín, elaborado por la
Personería, constituye una de las principales razones para que los niños sean
amenazados en la ciudad. Este mismo
documento advierte el riesgo de ingreso
a las estructuras criminales, aun cuando
no estima cuántos niños, niñas y adolescentes hacen parte de estos grupos.
Sin embargo, en marzo de este
año el Sistema de Alertas Tempranas
(SAT) de la Defensoría del Pueblo calcu-
¿Por qué los reclutan?
Razones de los grupos criminales
Son diversos los beneficios que representa la vinculación de los niños para
una banda criminal o un grupo armado ilegal. De acuerdo con Carlos Durán Franco, personero delegado en lo penal, los niños son importantes en la comisión del
delito por su habilidad para ciertas operaciones y su inimputabilidad, es decir, que
siendo menores de 14 años no puedan ser juzgados.
No obstante, de acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario y las
directrices que ha sentenciado la Corte Constitucional (por ejemplo la sentencia
C-203 de 2005), la responsabilidad penal de las acciones violentas no puede recaer en el individuo, sino en las organizaciones criminales que han establecido la
práctica de reclutamiento. De esta manera, la justicia en Colombia debe reconocer al menor de edad como una víctima y no un victimario, a pesar de los delitos
cometidos.
Otras de las razones para los delincuentes, según la investigación de la periodista Natalia Springer en su libro Como corderos entre lobos: del uso y reclutamiento de niños, niñas y adolescentes en el marco del conflicto armado y la criminalidad en Colombia, publicado en 2012, es fácil extraer a los niños de hogares
pobres y, a su vez, la falta de una formación emocional en los hogares hace más
sencillo para los criminales desmontar el pudor, la vergüenza o el miedo que siente el niño frente a la víctima.
Esta investigación también revela que para los grupos armados es más económico tener entre sus filas a niños y jóvenes, quienes en la mayoría de los casos
no reciben remuneración por sus tareas y se enferman menos que otros combatientes.
La periodista Springer encontró que quien ejerce la función de reclutador
dentro del grupo recibe incentivos por el ingreso de cada nuevo niño y el mantenimiento de las bases de apoyo en el territorio. Es así como el reclutamiento permite que la estructura criminal se fortalezca y expanda su dominio en el espacio
donde opera.
Ilustración: Thomás Restrepo, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB
ló que alrededor de 18.500 niños, niñas
y adolescentes de las Comunas 8, 13, 16
y los corregimientos de San Antonio de
Prado y Altavista, se encuentran en situación de riesgo de ser cooptados por
los grupos al margen de la ley. Incluso,
según Carlos Durán Franco, personero
delegado en lo penal de la Personería
de Medellín, este fenómeno se da en un
70% de los barrios populares.
Riesgo en las calles
y en los hogares
Para Durán Franco, en general las causas del reclutamiento son la falta de
oportunidades para superar la pobreza
extrema. Al no encontrar maneras lícitas para hacerlo, niños y jóvenes optan
por buscar soluciones en las calles de
sus barrios.
Pero en estas calles los recibe
un contexto en el que existe un tránsito
continuo de actores armados; donde se
dan el microtráfico, el narcomenudeo
y los cultivos de uso ilícito; donde hay
persecución de la Policía o amenazas de
un combo a otro; donde es evidente la
precaria atención del Estado en servicios de salud, educación y recreación.
Son calles donde la violencia ha
imperado desde que los niños y jóvenes
tienen uso de razón. “Quien ahora está
mandando en las calles es el niño que
en tiempos de la Operación Orión veía
disparar. Quien le tenía miedo a las armas, ahora las tomó”, opina la líder comunitaria del noroccidente.
No obstante, las razones del reclutamiento se encuentran antes de
que el niño salga de su hogar. De acuerdo con un informe de 2013 de la Fundación Agencia de Comunicaciones Periodismo Aliado de la Niñez, el Desarrollo
Social y la Investigación (Pandi), “el 83%
de los niños y jóvenes que estuvieron
en los grupos armados fueron víctimas
de violencia intrafamiliar. Esta cifra confirma que el primer factor expulsor de
El reclutamiento de niños y
adolescentes es distinto si sucede
en la ciudad o el campo. En las
zonas rurales, la guerrilla es la
principal reclutadora y utiliza a los
niños en actividades domésticas;
en cambio, en las urbes los niños
son seducidos con beneficios
o amenazados por los combos
delincuenciales.
CONTEXTO No. 37
ESPECIAL VIOLENCIA
Mayo 2013 UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
15
Ilustración: Rudy Chavarría, Módulo Imagen Ilustrativa, Diseño Gráfico - UPB
los niños y las niñas de sus hogares para
que sean víctimas del reclutamiento por
parte de grupos armados ilegales es su
propia familia”.
Estas familias son conocidas por
la psicología como “familias expulsoras”.
Según una psicóloga, que pidió reserva
de su nombre, y que trabaja en programas estatales con niños víctimas del
reclutamiento, en estos núcleos familiares se presenta maltrato físico, abuso
sexual, explotación laboral y sexual (porque en múltiples ocasiones los niños deben llevar un sustento a su hogar), ausencia de los padres (en su mayoría son
familias de madres solteras, que deben
dejar solos a sus hijos por largos periodos de tiempo), dificultades económicas
e incluso consumo de drogas y alcohol
por parte de los cuidadores.
Sin embargo, también influye en
este delito la percepción de los niños y
los adolescentes. En el trabajo desarrollado por la campaña “Soñar es un derecho”, de la Fundación Mi Sangre, con
asociaciones de víctimas, líderes y organizaciones sociales, en 19 municipios
del departamento, se ha encontrado
que ellos se sienten motivados a pertenecer a estos grupos “por la sensación
de sentido de pertenencia y reconocimiento, el gusto por las armas y la idealización del armado, el enamoramiento,
la búsqueda de seguridad, el huir de
situaciones de maltrato y las promesas
de dinero”, afirma Catalina Cock Duque,
directora ejecutiva de esta fundación.
“Se reclutan solos”
“¿Qué hace el niño si en la escuela el
mismo profesor le hace bullying, si en
el colegio lo maltratan los compañeros,
si no tiene comida en la casa...? No hay
necesidad de reclutarlo, el niño se recluta solo…”. La líder comunitaria también
afirma que ya no existe una persecución
puerta a puerta como 10 años atrás en
su barrio, pero que ahora es el hambre
y la desprotección lo que incita al joven
a entregarse a sí mismo.
Sin embargo, de acuerdo con el
Derecho Internacional Humanitario, la
voluntariedad no es aceptada en casos
de reclutamiento forzado de niños. “En
ningún caso es voluntario. En tal sentido
los niños, niñas y adolescentes son siempre víctimas del delito de reclutamiento
y utilización”, asegura Cock Duque.
En una investigación de la Defensoría del Pueblo en 2006, que buscaba
evidenciar las circunstancias en las que
se encontraban niños y niñas antes de
entrar a los grupos armados, se asegura que aun cuando “el 83,7% de la
población estudiada mencionó haber
ingresado al grupo armado de manera
voluntaria, el análisis sobre las condiciones familiares, sociales y afectivas de la
población permiten concluir que existen contextos de vulnerabilidad social
y cultural (…) que obligan a cuestionar
y relativizar el carácter ‘voluntario’ del
ingreso”.
En estos contextos de riesgo son
pocas las acciones del Estado, concluye el ex personero Jairo Herrán Vargas.
“No hay mecanismos adecuados, no
existen programas ni infraestructura ni
recursos públicos que permitan garantizarles a estos niños la estadía por fuera
del grupo”, denuncia.
Esto se muestra en la insuficiencia de programas que atienden a esta
población en la ciudad. En el último
informe de Derechos humanos de la
Personería en 2012, se denuncia que el
proyecto “Crecer con dignidad”, de la
Alcaldía de Medellín, sólo tuvo capacidad de 406 cupos frente a una cifra de
6.907 casos que requirieron atención
por vulneración de derechos en la ciudad durante el año pasado.
Sumada esta desatención del Estado al contexto de violencia intrafamiliar y de delincuencia en los barrios, ni-
ños, niñas y adolescentes son proclives
de ser reclutados por la falta de garantías de todos sus derechos. En sus casas
y en las calles de sus barrios son pocas
las opciones para vivir una infancia digna, puesto que la pobreza, el hambre y
la falta de cuidado hacen que ellos opten por “reclutarse”.
La vida de los niños
antes del reclutamiento
De acuerdo con una investigación realizada por la Defensoría del Pueblo en 2006
con niños, niñas y adolescentes desvinculados de los grupos armados ilegales, que
hacían parte del programa de atención del Instituto Colombiano de Bienestar familiar, las carencias económicas, sociales, familiares y afectivas eran factores que
influían en su ingreso a los grupos armados ilegales.
Al comprar las estadísticas más relevantes del estudio, con los derechos
fundamentales de los niños, se evidencia el grave contexto de vulneración de los
menores, quienes huyeron de hogares violentos a otros contextos que lo eran más.
•
Protección contra todo abuso sexual. Cerca del 70% de los niños, niñas y
adolescentes que habían sido reclutados, afirmaron haber tenido relaciones
sexuales entre los 5 y los 13 años, lo cual indica para los investigadores que
fueron víctimas de delitos sexuales antes de ingresar al grupo armado.
•
Derecho a la educación y la cultura. La cercanía con el conflicto armado y
las precariedades económicas fueron las razones para que la mayoría de niños abandonaran la escuela. Antes de ingresar al grupo armado (en promedio
a los 12 años), en un 65,6% este grupo de niños y niñas habían cursado algún
grado de primaria, un 10% no había estudiado ningún curso y solo un 24,9%
llegó a estudiar en bachillerato.
•
Protección contra explotación laboral. Según el boletín de la Defensoría
del Pueblo: “La explotación en trabajo infantil fue una constante en la vida de
estos niños y niñas antes del reclutamiento, más del 90% afirmó haber realizado por lo menos un tipo de actividad productiva”.
•
Protección contra violencia física y maltrato. Del grupo estudiado el
66,8% manifestó haber sido golpeado al menos una vez en su vida y una cuarta parte expresó que la violencia fue una práctica frecuente en sus hogares.
16 Reportaje gráfico
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA CONTEXTO No. 37 Mayo 2013
La oscuridad de la “eterna primavera”
Pablo Andrés Monsalve Mesa / [email protected]
Una ciudad negra, gris,
triste y en algunos momentos desolada es la
que oculta Medellín en
su variedad de colores.
Al caminar por sus calles
y mirar con calma sus
edificios, sus mercados y
sus miles de locales, se
siente una energía desalentadora. Su conflicto
ha creado una oscuridad
que a simple vista no
se nota pero que está
presente. Al observarla
desde las alturas, en la
noche o en el día, se ve
armónica, aunque guarda una profunda melancolía por la sangre que ha
sido derramada en sus cimientos, aceras, recodos
y callejones…
Desde el Parque Berrío mirando al norte.
Desde Biblioteca España mirando al sur.
Desde La Playa mirando al occidente.
Desde El Palo mirando al oriente.
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