Paco Ojeda: "Delante del toro jugaba con mis sentimientos"

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ENTREVISTA
Paco Ojeda:
“Delante del toro jugaba
con mis sentimientos”
Comenzó a torear a la luz de la luna sólo porque le gustaba, en la intimidad del campo, y terminó convirtiendo aquel sentimiento en un espectáculo sobrecogedor. ¿El secreto? Acariciar la violencia del toro hasta adueñarse de su terca voluntad. “Ponerme cerquita del toro fue mi gran obsesión. Necesitaba llenarme de babas, sentir su calor”. El 25 de julio
de 1982 un ejemplar de Cortijoliva en Madrid lo puso en la orbita de las grandes ferias y al año siguiente, durante la feria de San Isidro, consiguió salir de manera consecutiva dos tardes por la Puerta Grande de la Monumental. El ‘huracán’
Ojeda ya era imparable.
Texto: José Ignacio de la Serna
Fotos: Archivos de 6toros6 y Espasa Calpe
Pregunta | Su vida ha trascurrido ligada
al campo.
Respuesta | Como debería ser la de todo el
mundo. Un hombre no debe nunca olvidar
cuales son sus raíces, ni de donde viene. La naturaleza es la esencia de la vida, porque en ella
nace y muere todo. El campo ha sido mi refugio y mi fuente de inspiración.
Gracias a ese instinto ha tenido un sexto
sentido con todo lo que le rodea.
Si te refieres al toro y al caballo, mis dos pasiones, te diré que siempre he sentido hacia
ellos una gran curiosidad. Y desde luego, una
profunda admiración. Mi gran obsesión fue penetrar en su mundo y descifrar su misterio,
algo que en principio está vedado al ser humano. Ese es el verdadero milagro del arte de
torear.
¿Cuándo sintió aquella curiosidad?
Desde que empecé a ‘navegar’ por la marisma,
toreando vacas y toros a campo abierto. Estar
cerquita del toro se convirtió en mi obsesión.
Necesitaba sentir su calor, su respiración. Llenarme de babas…
Supongo que esa capacidad para comunicarse con el toro no está al alcance de
cualquiera.
Sí y no. Cuando un hombre se propone algo en
la vida, es difícil que no lo consiga. Todo lo que
dependa de uno y de su esfuerzo, se puede lograr. Lo que no se puede confundir es ser torero y torear por torear, a convertir lo que uno
siente en un espectáculo de masas. Quizás eso
no esté al alcance de todos: acariciar la violencia del toro hasta adueñarse de su voluntad.
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En alguna ocasión ha confesado que le costó trabajo trasladar lo que sentían en la intimidad del campo a una plaza de toros
¿Por qué razón?
Porque era una persona muy tímida y reservada. Al principio toreaba en el campo porque
me gustaba, pero lo hacía sólo para mí, por
puro placer. Era feliz con lo que hacía y con
eso me sentía más que satisfecho. No tenía la
necesidad de mostrar mis sentimientos a nadie, y menos aun hacerlo en una plaza de toros llena de gente. En aquel tiempo tenía un
total desconocimiento de lo que significaba ser
torero.
Alguien alumbraría el camino…
La gente de mi alrededor aseguraba que tenía
grandes cualidades para ser torero, pero jamás
me había planteado esa posibilidad. Toreaba
porque me gustaba, igual que otros tienen
otras aficiones. Por eso tardé tanto tiempo en
dar el paso. Sin embargo, me siento torero desde que tengo uso de razón.
¿Nunca pensó en ganar dinero y alcanzar
la fama?
¿Dinero? El dinero nunca me importó. Ni siquiera cuando fui una figura. La prueba es que
he dejado de torear en varias ocasiones, porque no se trataba de eso. Te parecerá mentira,
pero ni siquiera sabía que con el toro se podía
ganar dinero, y mucho menos que para algunos esto era un negocio.
¿No sería que en el fondo tenía la dudad
de si sería o no capaz de enfrentarse al
toro?
Es que al toro ya se lo había hecho en el campo. Por tanto, no tenía ninguna duda. El problema era otro. Era el público. Y luego el tiempo, por desgracia limitado, de que disponemos
los toreros para desarrollar lo que llevamos
dentro. Todo eso me agobiaba.
¿Cuándo toreó su primera novillada?
El 20 de abril de 1976, en Sanlúcar de Barrameda. Mis amigos llevaban tanto tiempo insistiendo que al final me liaron, y cuando me
vine a dar cuenta ya estaba anunciado en una
novillada sin picadores. Recuerdo que me dio
tanta vergüenza verme en los carteles que no
dije nada en casa. Luego, cuando llegué al patio de cuadrillas vestido de luces, rodeado de
tanta gente, el mundo se me vino encima.
¿Cómo se dio la tarde?
Pues bastante mal. Aquello no tenía nada que
ver con lo que yo conocía. ¡Me pegaron hasta
diecisiete volteretas! Las contó un amigo que
estaba en el tendido. Cuando me lo dijo, contesté: ”Mejor, así aprendo”. Y ahí me entró el
veneno. Me puse a cavilar y me lo tomé como
un nuevo reto, como he hecho con todo en mi
vida. A partir de ese instante ya no quise otra
cosa que ser torero.
”U
na noche, después de salir por
la Puerta del Príncipe, cogí el coche y
me fui a la marisma a torear dos vacas”.
Algunos dudarían de sus posibilidades.
Aseguraban que era imposible que le hiciera
al toro lo mismo que a las vacas. Pensaban que
mi concepto y mis formas distaban mucho de
la realidad. Sin embargo, en mi fuero interno
estaba convencido de que a los toros se les podía hacer cosas distintas. Quería ir un paso
más allá.
¿Dónde residía la dificultad de su toreo?
Fundamentalmente, en quedarme en el sitio
después de rematar una serie, y cuanto antes
mejor. Ahí radicaba la emoción y la dificultad
de mi toreo. El toro se volvía buscando la muleta y se encontraba conmigo. Entonces me
quedaba cerquita, sentía su calor y dejaba que
me oliera la taleguilla de arriba abajo…
¿Tardó mucho tiempo en desarrollar su
concepto?
Me costó mucho trabajo y muchas volteretas.
Pero quiero dejar claro que no me cogían por
torpe. Me cogían porque quería imponer mi
voluntad a costa de lo que fuera. Buscaba nuevas soluciones, dentro de una manera personal de hacer y sentir el toreo.
No entraña el mismo riesgo pisar ese espacio cuando el toro tiene poder, a practicar un toreo encimista en el epílogo de
la faena.
¡Desde luego que no! Lo realmente difícil es
quedarse en el sitio cuando los toros tienen ganas de pelea, cuando conservan su fiereza y
movilidad. Cuando lo conseguía, me sentía
grande, y el público lo percibía enseguida.
No es fácil dominar a un toro en la corta
distancia.
Al toro se le somete cuando le obligas a que te
rodee. Cuando te conviertes en el eje de su embestida y le ordenas que dibuje espirales a tu
alrededor. Ahí los toros se vienen abajo y entregan sus ‘papelitos’.
¿Qué opina de la técnica?
Que ayuda a someter a un gran número de animales. Pero que la voluntad y sobre todo el sentimiento son más importantes. No olvides que
el valor nace del sentimiento
¿Tenía en cuenta las querencias?
Las conocía, pero no me preocupaban. Nunca
toreé al son del toro. Lo mío era obligarle a pasar por donde no quería. Sé que hay otras formas de entender el toreo, donde quizás se exponga menos y sea más ‘rentable’, pero eso no
es lo que buscaba. Sin embargo, el mérito no fue
mío, sino del público. Él fue mi gran mi aliado.
¿Fue ese su gran descubrimiento?
Su calor ha sido una de las experiencias más
maravillosas que he vivido en una plaza de toros. Sentir que me sentían. Que se emocionaban al mismo tiempo que yo. En las tardes
más afortunadas conseguí que público, toro
y torero fuéramos una misma cosa. Y eso que
nunca fui de buscar una palma. Estoy feliz de
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ENTREVISTA
haberlo conseguido en una plaza tan importante como Madrid.
¿Con un toro de La Quinta en la feria de
San Isidro de 1983?
Por ejemplo. Ese toro me puso a prueba de una
manera definitiva. Fue como un gran examen.
Con su mirada parecía decir: “A ver si te atreves conmigo”. Recuerdo que venía midiendo,
desparramando la vista, y que en mitad de un
muletazo se paró. Me miró de arriba abajo, me
olfateó la taleguilla y con la punta del pitón,
muy suavemente, me empujó los delanteros
de la chaquetilla. Lo hizo con tanto mimo y
con tanta curiosidad que todavía hoy me
emociono. Fue algo impresionante. Y el público así lo reconoció.
Cuando ha vuelto a torear en el campo,
¿Ha sentido su ausencia?
Cuando toreo en el campo lo hago con la misma ilusión del primer día. Aunque la experiencia y los conocimientos me han permitido profundizar aun más en mi concepto. A veces pienso que es una pena que todos los que
me siguieron no puedan ahora disfrutar con
las cosas que hago en el campo. Sigo buscando matices, detalles… El toreo es una fuente
inagotable de sabiduría.
No le rodaron las cosas durante los primeros años.
Como he dicho antes, me costó un gran trabajo adaptar mi toreo a la plaza. Pero también
es cierto que al principio sólo apuntaba ‘cosas’;
sin embargo, cuando lo conseguía, notaba que
el público lo percibía rápidamente. El problema fue que dejé de hacer lo que sentía y perdí la conexión con el público.
¿Cuál fue el motivo?
Siempre fui fiel a mis principios y cuando no
estaba a gusto conmigo mismo no era capaz
de traicionarme. En aquellos años no tenía aún
la madurez necesaria para desarrollar lo que
llevaba dentro. Por eso decidí someterme a un
riguroso examen de conciencia, para saber realmente donde quería llegar. Busqué en mi interior y encontré la solución al problema.
El 25 de julio de 1982 la Monumental de
Las Ventas lo lanzó como torero.
Con un sobrero de Cortijoliva. Y después encadené una racha de éxitos imparable: corté
un rabo en el Puerto de Santa Maria, otro en
Jerez, tres orejas en Nimes, dos en Barcelona
y una en Sevilla. Y para rematar, el 12 de octubre me encerré en solitario con seis toros de
Manolo González en la Maestranza de Sevilla.
Esa tarde abrí la Puerta del Príncipe después
de cortar cinco orejas. El ‘fenómeno’ Ojeda ya
era imparable.
En 1983 toreó ochenta y cuatro festejos. Entre sus triunfos más resonantes se en-
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”L
a muerte de
‘Paquirri’ me
impresionó mucho
porque no fui capaz
de entender cómo
un torero tan
poderoso podía
morir de una
manera tan
absurda”.
cuentran sus dos salidas consecutivas
por la Puerta Grande de Las Ventas, en plena feria de San Isidro.
Las cosas llegan en su debido momento, y el
mío había llegado. Estaba tan convencido de
mis posibilidades que delante del toro jugaba
con mis sentimientos.
¿Por qué le afectó tanto la muerte de ‘Paquirri’, en septiembre de 1984?
Porque no fui capaz de entender cómo un torero tan largo y tan poderoso podía morir de
una manera tan tonta. Moralmente me vine
abajo y decidí apartarme de los ruedos a meditar. Éramos buenos amigos y sentía una profunda admiración hacia él. Paco no se merecía morir de aquella manera.
¿Nunca antes se había planteado la posibilidad de morir en la plaza?
Cuando me he puesto delante de un toro lo he
hecho asumiendo todas las consecuencias, de
manera consciente y, evidentemente, morir es
una de ellas. Pero la forma en que Paco perdió
la vida no tenía sentido. Cuando ocurren desgracias como ésta, si no encuentras algo a lo
que agarrarte la duda y la incertidumbre se
apoderan de tu mente.
Su carrera ha estado salpicada de idas y venidas.
Si no estaba totalmente convencido prefería
cortar por lo sano y dejar de torear.
La gente de su entorno estaría temblando…
Ya, pero, ¿qué le íbamos a hacer? Sabía que muchos dependía de mí, que tenían una familia
y que necesitaban torear para salir adelante.
Sin embargo, me sentía incapaz de traicionarme a mí mismo. Si no estaba, no estaba. Y
no era capaz de seguir. No servía para ‘echar’
fuera una temporada. También hubo un año
en que me quité por el mal comportamiento
de la gente de mi entorno. Me sentí solo y desamparado. Les faltó sensibilidad.
”A
lgunos
toros lloran
cuando se ven
sometidos, pero
para verlo hay
que ponerse
muy cerca”.
”E
ra incapaz
de traicionarme
a mí mismo.
Si no estaba,
no estaba.
Y no era capaz
de seguir.
No servía
para ‘echar’
fuera una
temporada”.
Feliz con lo que ha sido.
Completamente. Sólo me he preocupado del
público y del toro.
¿Le trató bien la prensa?
Bueno, hubo de todo, pero en general, sí. Nunca busqué una palma, ni dentro ni fuera del ruedo. Tampoco era de darme coba, ni asistía a coloquios ni a cosas por el estilo. Es decir, que no
era lo que se dice un buen relaciones públicas.
Y claro, alguno comenzó a pasar factura y quiso negar lo que era evidente. Pero aquello me
estimulaba. Podría gustar más o menos, pero
ningunear el triunfó de un torero es decir que
el público no distingue lo que ve, cuando en realidad lo auténtico lo reconoce al instante.
Es una forma de ser…
¡Pero es que lo hacía sin ninguna maldad! Mira,
te voy a contar algo que sabe muy poca gente.
Una noche, después de salir por la Puerta del
Príncipe de Sevilla, cogí el coche y me fui a la
marisma a torear dos vacas. ¿Por qué? Sencillamente, porque me lo pedía el cuerpo. El problema es que este tipo de cosas no las enten-
dían, y les daba por decir que era un bicho raro.
¡Con el ambiente que habría esa noche en
la Feria …!
Ya, pero yo necesitaba hacerle a las vacas dos
o tres cosas que no había podido hacerle al toro.
Artísticamente siempre fui muy ambicioso.
A la marisma van a retratarse algunos toreros…
Lo hacen sin saber la grandeza que eso conlleva.
En ese sentido, los medios de comunicación están deseando ‘cantar’ ese tipo de cosas.
¿Para qué sirve la timidez?
Para superar muchas barreras.
Para terminar, confiésenos un secreto.
Algunos toros lloran cuando se ven sometidos.
¡Venga ya!
Es cierto, pero para verlo, hay que ponerse muy
cerquita de él.
Gracias, Maestro.
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