Francesco Carrara INMORALIDAD DEL ENCARCELAMIENTO PREVENTIVO* Las sociedades cultas deben estudiar los medios para obtener que el castigo corrija; mas deberían estudiar también los medios para impedir que la prevención corrompa. Universalmente se reconoce que es una injusticia encarcelar a los acusados antes de condenarlos, pues, por sospechas que suelen ser falaces, se originan trastornos en las familias y se priva de la libertad a ciudadanos, con frecuencia de buena conducta, que en un sesenta por ciento son declarados inocentes al término del proceso o del juicio.1 Pero se añade que es una injusticia innecesaria, y así las leyes penales han tenido que admitir la custodia preventiva. Esta es necesaria para formar el proceso escrito, con el objeto de que el juez pueda interrogar al acusado en cualquier momento de la instrucción; pero esta razón deja de existir cuando se han agotado los interrogatorios. Es necesaria para obtener la verdad, quitándole al acusado los medios para sobornar o para intimidar a los testigos, o para destruir los vestigios y las pruebas de su delito; pero esta razón desaparece cuando termina el proceso. Es necesaria para la seguridad, a fin de que el acusado no pueda continuar en sus delitos durante el proceso; pero esta razón se anula cuando se trata de delitos cometidos en una ocasión especial o por una pasión momentánea que no presenta las características del hábito. Y es necesaria para lograr la 1 De la estadística oficial sobre juicios penales efectuados en el reino de Italia durante 1869, publicada por el ministerio de gracia y justicia (Florencia, Imprenta Real, 1871), resulta que en ese año los individuos sometidos a detención preventiva, que después fueron puestos en libertad por ordenanza de la sala de decisión, o por decreto de la sección de acusaciones, o por sentencia definitiva de los tribunales y de las cortes de jurados, sumaron 19.876, mientras los condenados fueron 26.598. Debe notarse que en estas sumas no figura el crecido número de los detenidos por su cuenta de los jueces de paz, que aproximadamente, como se desprende de esa misma estadística, llegaron a unos 20.000; y tampoco figuran los detenidos por cuenta de la autoridades de policía. *Publicado en “Opúsculos de Derecho Criminal”, Vol. IV, Editorial Temis, Bogotá, año 1976. 1 aplicación de pena, sin que el reo se sustraiga a ella mediante la fuga; pero esta razón no tiene lugar cuando se trata de delitos de los que se conmina una pena proporcionalmente menos grave que el destierro perpetuo de la patria. Si estas necesidades son la única justificación posible de la injusticia, es manifiesto que resulta intolerable y es un acto de verdadera tiranía cuando no existen las razones expuestas. En efecto, los legisladores que verdaderamente desean proteger la libertad, limitan el encarcelamiento preventivo al círculo que le es impuesto por los antedichos criterios. Así lo hacían con mucho humanitarismo y buen sentido los príncipes despóticos en el antiguo gran ducado de Toscana; mas no se hace de ese modo en el resto de Italia, donde el nuevo Código de Procedimiento Penal de 1865 ha convertido la cárcel preventiva en el más insoportable de los abusos, al extenderla, con protesta general, a los delitos más leves e insignificantes. Empero, mientras los juristas lamentan ese abuso por el aspecto del injusto despojo de las libertades individuales, yo exploro sus funestas consecuencias considerándolo por el aspecto económico y en sus relaciones con la moralidad pública. Desde este punto de vista, me parece que el abuso exagerado que de la detención preventiva han hecho algunos legisladores, es una de las causas que mayormente entorpecen la actuación universal y completa del sistema penitenciario.2 En efecto, la objeción práctica que en diversas regiones es la más poderosa que todas las otras para retardar el cumplimiento de una reforma ya reconocida como justa por muchos varones sensatos, fue la deducida de las dificultades financieras. Se observó que, al reemplazar los trabajos forzados por el sistema celular, se exponía el tesoro público a gastos cuantiosos; y las cifras exigidas por la construcción de nuevos locales y por el aumento sucesivo de personal y de gastos de manutención se elevaron tanto, que las dificultades casi llegaron a ser una imposibilidad absoluta. Ahora, con nuevos métodos de coerción domiciliaria y limitando la detención preventiva a los únicos casos en que ocurra de veras la necesidad 2 Del documento oficial ya citado aparece que, en 1869, el término medio gasto diario de los reos detenidos en las cárceles, ascendió a casi 23.000 libras. 2 que puede hacer tolerable su injusticia, quedarían a disposición del gobierno los muchos y muchos locales que hoy se llenan de ciudadanos probos, encarcelados por meras sospechas, y se ahorrarían los muy considerables gastos que lleva consigo el sistema desmesuradamente ampliado de la encarcelación preventiva. Esta disminución de gastos y de locales reduciría en alto grado las dificultades pecuniarias que se oponen al sistema penitenciario.3 Afirmo también que la excesiva precipitación par encarcelar antes de la condena definitiva y el afán tan grande de hacerlo, por simples sospechas de falta a veces levísimas, son una poderosa causa de desmoralización del pueblo. Tal es la convicción que he adquirido en muchísimas experiencias de la defensa de reos, que ejerzo desde hace cuarenta años. La custodia preventiva desmoraliza a los inocentes que por desgracia son víctimas de ella, y desmoraliza por naturaleza propia, y más todavía, por la forma como es preciso efectuarla. 1°) Desmoraliza por naturaleza propia, pues deprime y abate el sentimiento de dignidad personal en el individuo que, después de haber vivido correctamente y sin cometer delitos, se ve afectado por una acusación injusta. Cuando experimenta que ha decaído ante la opinión de sus conciudadanos, pues la libertad posterior no borra de la mente de muchos el ignominioso recuerdo de la cárcel padecida, se mofa de las leyes, pues ve que se truecan en instrumento de martirio para los buenos, les cobra aborrecimiento a la sociedad y a la justicia social que lo han perseguido injustamente, y se cree con derecho a represalias. Al familiarizarse con la cárcel, por la cual sentía anteriormente un horror muy grande, el miedo de ser recluido en ella ya no le dará en el porvenir aquella fuerza moral que hasta entonces le suministraba energía para luchar contra las tentaciones del vicio. Es imposible negar que el hecho de haber 3 De la mencionada estadística se deduce que, en 1869, los gastos por solo el personal de servicio carcelario llegaron en Italia a un millón ochocientas diecisiete mil liras, únicamente en las 249 cárceles judiciales del centro y sus alrededores, a lo cual deben agregarse los gastos correspondientes a las 1.447 cárceles distritales. Y según lo indica ese mismo documento oficial, puede calcularse que más de la mitad de esos gastos deben atribuirse a las detenciones preventivas. 3 estado encarcelado, aunque no haya habido condena, deje en el ánimo cierto grado de envilecimiento y una fatal desconfianza hacia la conducta intachable. 2°) La encarcelación preventiva desmoraliza por la forma como es preciso realizarla, o por lo menos, por aquella con que hoy se efectúa en la generalidad de las provincias de Italia. Cuando se arranca del seno de su familia a un joven intachable y a una esposa honestísima, porque cualquier apariencia engañosa o los chismes de un malvado los hicieron sospechosos de delito, aunque fuera leve, es preciso recluir a esos infelices en alguna de las cárceles comunes para ambos sexos. En este caso, los próvidos cuidados educativos de los padres o la prudente vigilancia del esposo se ven reemplazados por la compañía y las enseñanzas de los vagabundos y los facinerosos, de los ladrones y las mujeres del partido que constituyen la población de esas sentinas en donde alternan diversas tendencias perversas, entre las cuales son fatalmente constantes las más depravadas. El inocente que es allí detenido, aprende más vicios en tres o cuatro meses de nefasto consorcio, que los que aprendió de una vez en toda su vida anterior; y cuando se reconoce el error de la policía judicial y ese infortunado es devuelto al seno de sus seres queridos, podemos estar seguros de que, si estos no lo reciben ya extraviado y corrompido, sí lo reciben indudablemente dañado en sus costumbres. Los gérmenes del mal que se recogen en un primera e inmerecida encarcelación preventiva, suele producir irreparable ruina moral en los individuos que, sin ese hecho, se habrían conservado toda la vida como ciudadanos integérrimos. ¿A quién se podrá culpar de esa ruina moral sino al funcionario público que, por un celo convertido en placer morboso, se apresura a encarcelar ante la más leve sospecha? ¿Y de quién será la culpa, sino de las leyes injustas que toleran ese falso celo y le confieren facultad para esa clase de encarcelaciones? Retorno, pues, con profunda convicción al epígrafe que puse al frente de este pobre escrito. Alabo y aplaudo como obra meritísima los nobles esfuerzos 4 que se hacen para inducir a los culpables al arrepentimiento, y proclamo que los gobiernos cultos faltan a un sagrado deber si no le consagran a ese intento todas las fuerzas indispensables. SI en las sociedades esto constituye una culpa de omisión, es culpa gravísima de comisión el emplear las fuerzas sociales para enviar seres buenos a la escuela del mal y para corromper almas puras y sin mancha de delito. Me parece que la segunda de estas culpas es mucho más grave que la primera. Y por esto concluyo haciendo votos para que los estudios acerca de las cárceles de condenados estén acompañados de otros sobre las cárceles de detención preventiva, y para que los gobiernos que por fin han sentido el deber de emprender reformas carcelarias, comiencen seriamente la obra reformadora de las cárceles de sumariados, lo cual conduce a dos medios de reformas: 1°) Disminuir y abreviar en cuanto sea posible los encarcelamientos preventivos. 2°) Una vez reducidos a los límites de las más estricta necesidad, reglamentarlos de modo que no sigan siendo escuelas prácticas de perversiones morales. Pisa, 27 de mayo de 1872. 5