Sobre la distribución columnar de la flexión incoativa medieval. Javier Elvira Universidad Autónoma de Madrid Preliminar. Es bien sabido que lo que los manuales de lingüística románica denominan flexión incoativa hace referencia a la existencia de un incremento morfológico en la flexión de algunos verbos. Encontramos este elemento, por ejemplo, en el verbo español encarecer, que incorpora la peculiar flexión encarezco, encareces, encarece,..., etc, en el indicativo, encarezca, encarezcas, ... en el subjuntivo; esta flexión va aparejada en la mayoría de los casos con un valor semántico de cambio de estado, que explica la denominación que recibe. En otras lenguas románicas, sin embargo, este sufijo está desprovisto de su valor semántico originario y presenta una distribución diferente; es lo que ocurre, por ejemplo, en el verbo italiano finire, que dice finisco, finisci, finisce, finiscono, en las personas 1ª, 2ª, 3ª y 6ª, respectivamente, pero presenta unas formas 4ª y 5ª (finiamo, finite) sin incremento. Por su parte, el catalán moderno presenta una situación parecida, pues en esta lengua el presente de indicativo y subjuntivo, más el imperativo de algunos verbos desarrollan un aumento flexivo: fineixo, fineixes, fineix, finim, finiu, fineixen. Por lo que al francés se refiere, sabemos que conoció la misma distribución que el catalán de hoy, y hay acuerdo en afirmar que una propagación analógica del sufijo a las personas 4ª y 5ª produciría el patrón flexivo del que parte el francés de hoy (je) finis..., (nous) finissons, (vous) finissez, (ils) finissent (Blaylock, 1975: 443). Se ha discutido mucho sobre las razones por las que se ha producido esta curiosa distribución del antiguo morfema incoativo. La teoría más ampliamente aceptada apunta a la cuarta conjugación latina como protagonista inicial del proceso. En esta conjugación las formas de presente no llevaban el acento en la misma sílaba: fínio, fínis, fínit, fíniunt lo llevaban en el radical y finímus, finitis lo llevaban en la desinencia. Con el fin de rectificar esta supuesta irregularidad, y crear un esquema acentual homogéneamente débil en el tiempo presente, el infijo -sk- se introduciría (en la época más tardía del latín) en ciertos verbos, dando lugar al sistema *finisco, *finiscis, *finiscit, finimus, finitis, *finiscunt, que proporciona la base para la conjugación italiana o catalana, por 1 ejemplo (Allen, 1977: 209). Este es básicamente la idea que recoge la teoría columnar o acentual, recogida por el propio Meyer-Lübke (1890-1906: nos. 199-201), quien reconoció, sin embargo, que la hipótesis no resulta totalmente satisfactoria. La teoría acentual, tal y como la hemos presentado, se basa en dos presupuestos fundamentales. El primero, de carácter morfofonológico, presupone un rechazo por una distribución del acento que, en algún sentido no especificado claramente, resulta anómala y provoca el consiguiente cambio. El segundo presupuesto, propiamente morfológico, apunta a la 4ª conjugación latina como protagonista del proceso. Las investigaciones que, durante el presente siglo, se han centrado en la flexión incoativa, han estado más preocupadas por justificar este segundo presupuesto que el primero. Así, la argumentación de Maurer (1951) también se refiere a la cuarta conjugación latina, aunque desde una perspectiva más restringida que implica sólo en principio a los verbos causativos de esta conjugación. Maurer supone que los incoativos se mezclaron con los causativos; así, grandesco y grandire terminaron formando una sóla conjugación: grandesco, grandescis, grandescit, grandimus, granditis, grandescunt. También es verosímil el protagonismo de la cuarta conjugación para Väänänen (1985: nº 316); este autor, citando el testimonio de gramáticos latinos, se refiere a la confusión entre -iscere y -escere y concluye que justamente aquellas zonas en las que predominó la variante -iscere son las que conocerán la absorción por la conjugación -ire y la consiguiente creación de una conjugación mixta1. Desde luego, no todos los autores están de acuerdo en otorgar a la cuarta conjugación el protagonismo del proceso. Por ejemplo, Bourciez (1967: nos. 85-86, 207) propuso una mezcla totalmente diferente y sostuvo que los verbos incoativos, después de perder su originario significado incoativo, se mezclaron con los verbos estativos de los que derivaban; su hipótesis implica, pues, a la segunda y no a la cuarta conjugación latina: floresco, florescis, florescit, 1 La variante -iscere se limitaba en principio a los deverbales de las conjugaciones 3ª y 4ª; ya en época clásica se produjo el paso -iscere > -escere en otros verbos (tremere > tremescere). El cambio inverso -escere > -iscere sólo se documentará a partir del s. IV, pero los gramáticos de la época ya no consideran que formas como clariscere o caliscere son errores. Sobre la cantidad de la vocal, parece lógico suponer que los derivados de la segunda o los que tenían escere tuvieron , que los derivados de la 3º tendrían i breve y los de la 4ª i larga. Pero, ya que la prosodia contaba como larga la antepenúltima de -iscere y la de -escere, no podemos establecer sobre esta base conclusiones claras. Téngase en cuenta además que el efecto de la analogía oscurece todavía más la claridad de los datos. 2 floremus, floretis, florescunt. Extensión románica del fenómeno. La extensión románica del fenómeno es relativamente homogénea, en el sentido de que, salvando las peculiaridades propias de cada lengua, se observa que la distribución acentual se vincula con la pérdida del primitivo valor semántico del sufijo. Esta es la situación en italiano, francés antiguo, rumano, occitano, catalán y retorromance. En el otro extremo evolutivo se encuentran el español, el portugués y el sardo, colocados en una posición muy claramente definida, que algunos consideran conservadora, frente a las otras lenguas románicas, en relación con la evolución del morfema incoativo. En estas lenguas, el antiguo sufijo incoativo se conserva hasta hoy mismo, manteniendo nítidamente el valor incoativo de esta flexión; este significado incoativo se percibe todavía hoy, por ejemplo, en muchos derivados: cf.: ennoblecer, etc. Ahora bien, el castellano, que, como decimos, se sitúa del lado supuestamente conservador, presenta algunos hechos morfológicos que lo ponen en relación con el primer grupo románico. Y ello por porque esta lengua posee desde antiguo un nutrido grupo de verbos que, aun teniendo flexión incoativa en todas las personas, están desprovistos totalmente de significado incoativo. En efecto, el castellano ha conocido desde antiguo un grupo de verbos en -ir que, a pesar de no tener semántica incoativa, han terminado desplazando su flexión al modelo incoativo. Es el caso de verbos que en latín no eran tampoco incoativos, como ofrecer, y parecer, o de los antiguos padir y contir, que son hoy padecer y acontecer. Recuérdese, por otra parte, que muchos verbos germánicos en -ian, también sin valor incoativo, se incorporaron originariamente a la tercera conjugación (guarir, bastir, escarnir, etc.) y fueron finalmente absorbidos por el modelo incoativo. En fin, este desplazamiento, se ha producido también en algunos antiguos verbos derivados de adjetivos (enflaquir, endurir, reverdir, etc.). El inventario de los verbos desplazados y sus propiedades morfológicas fue estudiado por Dworkin (1985). Un criterio de coherencia románica nos llevaría a suponer que estos verbos sin semántica incoativa pudieron tener también en el pasado una distribución de carácter acentual y que 3 terminaron sufriendo el mismo proceso de reajuste analógico que otras lenguas e incorporaron la terminación también a las personas 4ª y 5ª. Desde este mismo criterio, Menéndez Pidal (1944: 288), recogiendo una antigua sugerencia de A. Gassner, lanzó la idea de que el castellano pudo haber conocido también la distribución columnar; esta misma idea está contenida en el manual de Lloyd (1987: 289). Estos autores consideran que en los verbos del grupo que se acaba de citar el incremento se introdujo primero en las formas fuertes y después en las débiles; se basan para ello en algunos pasajes del Cid (vv. 2850-61) en los que las formas gradeçe (2853) y gradeçen (2856) se combinan con gradimos (2860), gradid (2861) o gradió (2850); aunque Menéndez Pidal dio importancia al dato, lo consideró menos significativo por el hecho de que el texto del Çid incorpora muchos casos de incremento también con formas débiles. En su conocida investigación sobre el Libro de Alexandre, Dana A. Nelson (1972-73: 282) proporcionó algunos datos en la misma dirección. De acuerdo con estos datos, el castellano medieval podría encontrarse en la transición de dos tendencias contrapuestas: por un lado, la de extender un sufijo -ezc-/-ec- sin significado y organizado de acuerdo con el esquema acentual; por otro lado, la tendencia conservadora, que retiene el significado del verbo y extiende el sufijo -ezc-/-ec- a todas las personas. La lucha entre las dos tendencias se decidiría normalmente a favor de la tendencia conservadora desde el período preliterario, pero algunos restos de la tendencia innovadora se podrían haber dejado sentir durante algunos siglos. Lloyd (1987: 289) apunta que una razón para esta retención pudo ser la mayor preferencia del castellano por la conjugación tercera frente a la preferencia por la segunda en los dialectos occidentales. Esta tendencia explicaría que durante algún tiempo se prefiriera la variante en -ir de verbos como gradir, padir, antes de desplazarlos definitivamente a la segunda. Problemas teóricos. La evolución del sufijo incoativo que estudiamos podría citarse como ejemplo de lo que algún teórico ha llamado exaptación (Lass, 1997: 316-321), es decir, reutilización o reciclaje de elementos lingüísticos, que permite a la lengua el empleo de un material lingüístico en funciones diferentes de las que tuvo incialmente asignadas. Esto es especialmente claro en lenguas como las que integran el primero de los grupos que hemos distinguido, en las que el antiguo incremento, 4 una vez perdido su originario valor, se destinó a otra función diferente, que, como hemos señalado, algunos denominan acentual o columnar, es decir, la de mantener una acentuación homogéneamente débil en las formas del presente. Formulada en estos términos, la teoría acentual presenta cierta debilidad, pues no resulta claro el motivo por el cual el sistema verbal habría de rechazar en el presente de algunos verbos la acentuación de radical que mantienen sin problema otros verbos de la misma u otras conjugaciones. La investigación futura de la evolución de la morfología latina deberá prestar más atención a este punto. En todo caso, y visto el problema desde el punto de vista morfológico, hay que hacer notar que los nuevos paradigmas de presente muestran un tipo de alternancia que resulta familiar para las correspondientes lenguas. En efecto, trabajos recientes en el terreno de la morfología histórica románica2, han mostrado que las lenguas románicas han tendido a morfologizar y extender ciertas alternancias, es decir, a hacerlas inteligibles en términos gramaticales, haciéndolas corresponder con oposiciones entre categorías gramaticales vigentes. Es este el caso de la nueva alternancia incoativa, que se acomoda a un patrón románico muy extendido que opone formalmente las personas 1ª, 2ª 3ª y 6ª frente a las personas 4ª y 5ª. Estas últimas son, según se ha señalado a menudo, las más marcadas e infrecuentes e incorporan en muchos lugares del sistema verbal una expresión diferente. Por tanto, la llamada teoría acentual tiene, como señalábamos al principio, un aspecto morfológico que no conviene olvidar si queremos entender algunos datos de su evolución en las diferentes lenguas románicas. Los datos medievales. Nos encontramos, por tanto, ante la posibilidad, sugerida más que demostrada hasta ahora, de que el castellano medieval, aun situándose en la zona conservadora respecto a la distribución del sufijo incoativo, pudo conocer casos de organización acentual en algunos verbos sin significado incoativo. Para contribuir a evaluar esta hipótesis he efectuado un rastreo de la flexión de ocho 2 Aski (1977), Matthews (1981), Maiden (1991, 1992), Elvira (1998: 178-206). 5 de estos verbos en una decena de textos medievales. Los verbos examinados son aborrir, contir, escarnir, fallir, gradir, guarir, podrir y remanir. Los resultados de nuestra búsqueda de datos se recogen en la TABLA I, que contiene un desglose de la variación cualitativa de los datos e indica, para cada texto, qué formas aparecen con incremento (detalladas en minúscula en una columna a la izquierda) y cuáles aparecen sin el sufijo incoativo (detalladas en mayúscula en una columna a la derecha). TABLA I CID: contesca ESCARNIREMOS escarnece *FALLEN *falleciere FALLIESEN gradecen FALLIR *remaneciere GRADID *remaneció GRADIMOS GRADIÓ GUARIR GUARNIDO GUARNIR REMANDRÁN *REMANGA REMANIDO MILAGROS: *contecido CONTIDO *falleciero *CUNTE *falleció CUNTÍEN *gradecer CUNTIÓ gradesco ESCARNIDO *remanecido ESCARNIR *remaneció FALLIDO FALLÍE FALLIR GRADID GRADIRÁ GUARIDO GUARIR GUARNIR PODRIDO PODRÍE 6 ALEX-0: *aborrecer ABORRIR contece CONTIDO *contecer CONTIÓ *conteció CONTIORON *fallecer CONTIR *fallecí CONTIRÁ *fallecía CONTIRON *fallecido ESCARNIDO *fallecíe ESCARNIR *falleciere FALLIDO *fallecieron FALLIR *falleció FALLIRÉ *gració GRADIDO *gracir GRADIR *gradecer GUARIDO *gradecimos GUARIR *gradecir GUARNIDO gradesco PODRIDO *guarecer REMANIDO guareces *remanecer *remaneció ALEX-P: *aborrecer ABORRIR *contec(e)rá CONTIERE contece CONTIR *contecer *CUNTE *contecieron CUNTIDO *conteció CUNTIERON *escarnecer CUNTIÓ *fallec(e)ré ESCARNIDO fallece ESCARNIR *fallecer FALLENDO *fallecí FALLERES *fallecía FALLIDO *fallecido FALLERON *fallecíe FALLIÓ *fallecieron FALLIR *gradecer GRADIR *gradecido GUARIDO *gradecimos GUARIR *gradeció GUARIRÁS gradesco GUARNIDO *guarecer GUARNIR 7 guareces PODRIDO podrece REMANIDO *remanecer *remaneció APOLONIO: *fallecer ABORRIR *gradecer CONTIR *gradeció FALLIDO gradesco FALLIR GUARIDO GRAN CRÓNICA DE ULTRAMAR: *aborreció ESCARNIDO contece FALLIDO *contecer GUARIDO *conteciera GUARIR *conteció fallece *fallecido *fallecíen *fallecieron *falleciese *falleció *gradecieron *gradeció gradesco *guarecer *guareció CUENTO DE TRISTÁN DE LEONÍS: contece FALLIDO *contecido FALLIR *conteció GUARIDO fallece GUARNIDO *fallecía GUARNIR *gradeció CANCIONERO DE PARÍS: aborrece ABORRIDO *aborreciendo ESCARNIDO contece FALLIDO 8 fallece FALLIR *fallecía GUARIR *falleciendo GUARNIDO *falleció guarece *guarecer UNIVERSAL VOCABULARIO: aborrece CONTIDO aborrecen ESCARNIDO *aborreciendo ESCARNIR contece GUARNIDO contecen PODRIDO *contecer PODRIR contesca fallece *fallecía *falleciendo *falleció *gradecido podrece podrecen *podrecido remanece fallecen _____________________________________ Un examen detenido de estos datos nos permite extraer las siguientes observaciones: Podemos observar, en primer lugar, que los textos examinados pueden clasificarse en dos grupos, en relación con el tipo de distribución del incremento que presentan. Encontramos, en efecto, que los textos más antiguos (desde el Cid hasta ambos manuscritos del Libro de Alexandre) muestran la convivencia de formas con y sin incremento, presentes tanto en las formas personales como en las no personales. Si se observan con atención las formas que carecen de sufijo (colocadas en mayúscula en las columnas de la derecha), notamos que se trata en la mayor parte de los casos de formas débiles, es decir, con acento en el radical. Las excepciones son muy pocas y se han marcado con un asterisco. Tan sólo una aparición de CUNTE, en Berceo y en el manuscrito P del Alexandre, y otra de FALLEN, en el Cid, desafían nuestras espectativas respecto al rechazo medieval de las formas fuertes sin incremento. Salvo estas excepciones aisladas, las 9 formas sin infijo son siempre débiles. Estas formas débiles sin incremento se encuentran en el presente, como los ya citados gradimos y gradid del Cid o, naturalmente, en los otros tiempos y modos, que son siempre débiles. La situación es más confusa por lo que se refiere a la distribución de las formas con incremento, es decir, a las situadas en las columnas de la izquierda, pues comprobamos que, de acuerdo con lo esperado, el sufijo se introduce en las formas que serían fuertes sin el incremento (aborrece, en vez de *aburre; contecen, en vez de *cunten; gradecen, en vez de *graden; guarecen, en vez de *guaren; remanecen, en vez de *remanen; etc.). Pero la presencia del incremento no se explica siempre por este deseo de evitar las formas fuertes, pues lo encontramos también en tiempos y personas que serían igualmente débiles sin la presencia del infijo; hemos marcado estas formas con un asterisco, intentando resaltar con ello que no se ajustan, como las que no lo tienen, a una distribución acentual del sufijo (aborreciendo, fallecía, falleciendo, gradeciendo, gradecieron, guareciese, guareciere, remaneciere, etc.); de hecho, constatamos la existencia de dobles soluciones (aborrecido y aborrido, contecer y contir, contecido y contido/cuntido, conteciera y cuntiera, fallir y fallecer, falleciese y falliesen, escarnecer y escarnir, gradecido y gradido, etc.). En este primer grupo de textos hay, por tanto, atisbos de flexión acentual, como habían supuesto ya los ilustres hispanistas que se han citado anteriormente; pero esta distribución se muestra vacilante y, probablemente, en retroceso, como prueba la vacilación detectada en las formas con acento, lo que nos indica que el sufijo se va extendiendo desde las formas con acento en el radical, donde estuvo originariamente, a las formas débiles o sin acento en el radical, en las que tiende a instalarse también. Ahora bien, frente a estos textos más antiguos, un segundo grupo formado por el Libro de Apolonio y los textos posteriores nos presentan un panorama totalmente diferente. En todos ellos observamos que, sin excepción alguna, las primitivas formas sin infijo han quedado recluidas al infinitivo y al participio; esto se comprueba observando las formas de las columnas de la derecha, que sólo contienen formas como ABORRIR, ABORRIDO, CONTIDO, ESCARNIDO, FALLIDO, GUARIR o GUARNIDO. En estos mismos textos, el infijo incoativo se instala en las modos y tiempos diferentes de los anteriores, con independencia de que las formas correspondientes sin incremento pudieran ser fuertes (aborrece, contece, fallece, guarece, gradesco, 10 podrecen, etc.) o débiles (aborreció, fallecíen, fallecieron, gradeció, guareció, guareciese, etc.). La presencia o ausencia del incremento son ahora independientes del acento y se relacionan más bien con el tipo de forma verbal afectada. Si nos fijamos, las formas sin sufijo están reducidas a una flexión mínima similar a la que organiza también la conjugación de algunos verbos que la Real Academia Española (1973: 311313) incluye bajo el grupo de los verbos defectivos. Estos verbos, según la mencionada institución, se han usado sólo o casi exclusivamente en participio (aguerrido, buido, denegrido, desolado, despavorido, desvaído, embaído, embebecido, empedernido y trascordado), infinitivo (desabrir, fallir, manir, agredir, arrecir, aterir, preterir, trasgredir, abolir, colorir, descolorir y compungir) o, eventualmente, en formas con -i- inmediatamente después de la raíz. Sin embargo, como ocurría con en el primer grupo de textos, el nuevo principio regulador no se aplica sin vacilación en el segundo grupo, pues es también posible encontrar casos, en ocasiones abundantes, de infinitivos y participios que, en contra de lo esperado, llevan infijo (aborrecido, contecer, gradecer, gradecido, podrecido, etc.). Por poco elocuentes que puedan parecer estos datos, estaremos de acuerdo en que la evolución desde el primer grupo de textos al segundo deja ver, al menos, dos cosas. En primer lugar, que la lengua medieval ha reanalizado o reinterpretado en alguna medida el papel que el incremento incoativo desempeña en la flexión de los verbos que estudiamos. En segundo lugar, que ninguno de los dos papeles que la lengua asignó al incremento llegaron a consolidarse, como prueba la vacilación que muestra su uso. Por tanto, los textos examinados nos dan testimonio de un prolongado intento de la lengua medieval por encontrar un lugar en la morfología al infijo incoativo, intento que, al parecer, no da resultado positivo en ningún caso. Por lo que se refiere al primer sistema, es decir, la distribución acentual del sufijo, podemos decir, sin especular demasiado, que dicha distribución no se encontraba en las mejores circunstancias para perdurar, porque en castellano el mismo sufijo se encuentra en otros verbos con valor semántico de cambio de estado sin atenerse a la distribución acentual. De hecho, como ya se ha señalado, la distribución acentual se consolida sólo en las lenguas en que el sufijo perdió su valor semántico. En ese sentido, parece plausible suponer que el castellano medieval se encontraba en una zona de transición entre dos evoluciones diferentes del antiguo sufijo incoativo: la solución 11 occidental y conservadora, que mantiene el sufijo semánticamente activo y la oriental, que lo reconvierte en un incremento morfológico gramaticalmente transparente pero semánticamente vacío. No es de extrañar que algunos de los textos que hemos estudiado (Milagros, Apolonio, Alexandre, etc.) presenten elementos de filiación oriental ya que, en los verbos que se examinan, la vitalidad de las formas sin sufijo parece ser muchísimo mayor en el oriente que en el occidente. Un sistema que asigna un doble papel al incremento incoativo es difícilmente sostenible y el sistema castellano terminará generalizando el uso del sufijo a todas las personas, incluso fuera del presente, como ocurre desde antiguo con los verbos propiamente incoativos. Al final, las formas sin incremento quedan, como hemos visto, temporalmente recluidas en el infinitivo y en el participio, es decir, se reducen casi al mínimo flexivo teóricamente posible; un mínimo en el que sólo hay flexión de participio e infinitivo, es decir, las formas verbales ajenas a las categorías verbales por excelencia (tiempo, persona, modo, etc.) y que tienen además un comportamiento sintáctico diferente. Nóm ina de textos: Cantar de Mío Cid (ed. de Ramón Menéndez Pidal, en Cantar de Mio Cid. Texto, gramática y vocabulario, vol. III Madrid: Espasa-Calpe (5ª edición de 1976). Gonzalo de Berceo, Milagros de Nuestra Señora, ed. y notas de A. G. Solalinde, Madrid, 5ª ed. 1958. 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