¿Y por qué no desaparece el infierno también?

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El Clarí-n de Chile
¿Y por qué no desaparece el infierno también?
autor José María Pérez Gay
2007-04-23 16:21:19
"¡Ay, Pepe, estás en el limbo", decÃ-a mi madre decepcionada y de mal humor, cuando me veÃ-a ausente o distraÃ-do.
Yo, que habÃ-a cumplido entonces 10 o 12 años de edad, me imaginaba el limbo como un lugar -sin tiempo y sin
espacio- donde habitaban los individuos torpes o los imbéciles fugaces. En su riguroso sentido latino, limbo significa el
fin o extremo de alguna cosa, en especial se llama limbo a la orla o parte última de un vestido. Mi necesaria educación
jesuita me explicó más tarde su auténtico significado.
En el segundo año de secundaria, el "hermano" -por ese entonces no se habÃ-a ordenado sacerdote- Juan Lafarga nos
dijo que el limbo era el nombre de un reino celestial donde estaban depositadas las almas de los Santos Padres y
Patriarcas, esperando la redención del género humano.  Y también se llamaba limbo -nos dijo con un tono de misterio
inescrutable- al lugar donde van las almas de los que mueren antes de tener uso de razón, sin haber recibido el
sacramento del bautismo. "Más lejos del infierno y más vecino al Cielo está el limbo de los padres, llamado por
excelencia "seno de Abraham" -recuerdo haber leÃ-do en alguno de los textos canónicos, que nunca entendÃ-.
La Comisión Teológica Internacional, un departamento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha publicado el
viernes 20 de abril un documento -con la autorización del papa Benedicto XVI- La esperanza de salvación para los
niños que mueren sin haber sido bautizados, resultado de las investigaciones y conclusiones sobre la "Cuestión del
limbo". Hace tres años fue llevada ante la comisión la idea del limbo para ser sometida a un examen teológico
exhaustivo que determinara la naturaleza, el remedio y el destino de una floración teológica parasitaria que
amenazaba con destruir la idea de salvación en el cristianismo.
El Vaticano ha decidido abolir el concepto de limbo "por reflejar una visión excesivamente restrictiva de la salvación".
La comisión subrayó que consideraba el tema una cuestión pastoral urgente "por la cantidad de niños nacidos de
padres católicos no practicantes y porque muchos otros son vÃ-ctimas del aborto antes de nacer" (La Jornada sábado
21 de abril). Esta decisión parece un disparate histórico. En efecto, el limbo surge el año de 418 en el Concilio de
Cartago. Es decir, 600 años después de Cristo y era una verdad aceptada por todo el mundo cristiano de que el limbo
se fundamentaba en la idea del pecado original, cuya primera aparición por escrito se encuentra en la EpÃ-stola de
Pablo a los romanos, en el año 57 dC, un pasaje difÃ-cil y oscuro, donde Pablo establece un paralelismo entre Adán y
Cristo.
Mientras el pecado y la muerte entraron en el mundo por la caÃ-da de Adán -"la muerte gobernó desde Adán hasta
Moisés", escribe Pablo, "más todavÃ-a: reinó sobre aquellos que aún no habÃ-an pecado"- la gracia y la vida eterna
llegaron por la resurrección de Cristo". "¿Oh, muerte dónde está tu aguijón? ¿Oh, sepulcro dónde está tu victoria?".
Pablo, un viajero incansable, escribió en Corintio esta carta a Roma, capital de un imperio que se extendÃ-a desde
Inglaterra hasta los paÃ-ses árabes. El versÃ-culo más citado de Pablo, donde según los comentaristas fundamenta la
idea del pecado orininal es el siguiente: "Por la desobediencia de un solo hombre, Adán, todos se convirtieron en
pecadores". Un salmista, muchos siglos antes, escribió: "He aquÃ-, en maldad he sido formado, Y en pecado me
concibió mi madre".
Si alguien le hubiera avisado a tiempo que la idea del limbo iba a ser abolida, mi profesor Fernando Sodi Pallares admirable intérprete de Tomás de Aquino, y profesor de filosofÃ-a en la Uia el año de 1962- habrÃ-a podido ahorrarse
muchos dolores de cabeza antes de que intentara explicarnos la idea del limbo. Don Fernando planteaba dos dilemas:
el primero, ¿adónde va el alma de un niño inocente si la muerte lo sorprende antes de ser bautizado? Tomás de
Aquino afirmaba que esos niños "son por naturaleza beatos". Desterrar al bebé al infierno era una medida no sólo
implacable, sino horripilante. Al mismo tiempo no podÃ-an permitir su entrada al Cielo, porque desmentÃ-a la idea
cristiana de la salvación a través del renacimiento por el agua (bautismo). La Iglesia creó entonces un nuevo reino
celestial llamado limbus infantum, el limbo de los niños, que se localizaba -desde una perspectiva cosmográfica- al "sur
del Cielo", vale decir: debajo. Todos los bebés sin bautismo y todos los fetos muertos desde el principio de los tiempos
estaban todavÃ-a en el limbo, esperando el juicio final, momento en el que resucitarÃ-an con sus cuerpos, limpios de
pecado original, y una corte de ángeles los acompañarÃ-a al Cielo. El limbus infantum, limbo de los niños, se ha
convertido ahora con toda seguridad en una ciudad fantasma, sin memoria y desploblada.
Don Fernando Sodi Pallares enfrentaba el segundo dilema. Abraham y los patriarcas del Antiguo Testamento, hombres
santos pero desdichados, habÃ-an muerto antes de que Cristo redimiera a la humanidad. ¿Qué hacer entonces con
tanto pagano honorable como Platón y Aristóteles? Sodi era un conocedor sagaz de Aristóteles. ¿Qué hacer con su
alma? ¿Dónde se habrÃ-an escondido las almas virtuosas durante todos los siglos de los siglos? Si recuerdo bien a
Tomás de Aquino, y mi memoria no traiciona a don Fernando Sodi Pallares, la Iglesia creó un limbo anexo: limbus
patrum, el limbo de los padres, el lugar donde reposaban los santos del Antiguo Testamento y los paganos de buen
corazón. El limbus patrum está desde hace tiempo vacÃ-o, porque Cristo abrió las puertas del cielo a las almas
mortales (?). Abraham, Platón, Aristóteles y las demás legiones de hombres inteligentes y buenos han ascendido pasando a través de un techo de cristal- al cielo.
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Algunos teólogos católicos se han negado a desmantelar el limbo de los padres, lo han reservado para las almas de
los buenos judÃ-os, los budistas generosos, los millones de santos hindúes o musulmanes de nuestros tiempos -todos
ellos buenos pero desdichados por no ser cristianos, condición que les impide entrar en el Cielo. Sólo después del
juicio final se abrirán las puertas doradas del Cielo cristiano y pasarán todas las gentes justas de las otras religiones. La
idea del limbo ha sido producto de una permanente improvisación y ha sido también muy poco clara. Ningún Papa se
atrevió a declarar al limbo un dogma y, antes de su definitiva abolición, se convirtió en uno de los puntos más
inestables de la teologÃ-a cristiana, una suerte de sala de espera. El limbo era, en efecto, un limbo.
A pesar de que nunca ha sido doctrina de la Iglesia católica apostólica y romana, la proposición teológica del limbo se
impuso a lo largo de los siglos. En octubre de 1958, el Ministerio del Interior del Vaticano -con el fin de que los recién
nacidos que fallecÃ-an no fuesen a reposar en el limbo- alertaba a los padres de familia y a los párrocos: "En algunos
lugares se ha difundido la práctica de retrasar el bautismo por razones de conveniencia... El Santo Padre, PÃ-o XII,
advierte a los fieles que los niños deben ser bautizados tan pronto como sea posible".
Oscar Wilde afirmaba que no valÃ-a la pena cometer ningún pecado, salvo que ese pecado fuese el original. En la
teologÃ-a cristiana, el pecado original es la mancha hereditaria que lleva en el alma todo mortal -excepto la
Bienaventurada Virgen MarÃ-a- por la desobediencia del primer hombre: Adán. San AgustÃ-n ordeñó la idea del pecado
original hasta extremos insospechados. La Iglesia se estremece todavÃ-a, los teólogos se preocupan y lamentan el
ataque implacable de San AgustÃ-n, obispo de Hipona, contra los inocentes bebés: "Esos niños desdichados -que
fallecen sin ser bautizados- deben enfrentar el juicio de Dios, porque son recipientes de injurias y la ira de Dios está
sobre ellos". Los historiadores cuentan que AgustÃ-n se ponÃ-a frenético en los debates públicos, poseÃ-do de una
cólera divina, cuando se tocaba el tema: "El bautismo es lo único que puede liberar a estos desgraciados niños del
reino de la muerte y del poder del mal. Si nadie los libra de la garra del demonio, ¿deberÃ-a sorprendernos que
padezcan en las llamas del infierno. No puede haber duda en este tema: irán al fuego eterno con el demonio".
En el transcurso de los siglos, los teólogos cristianos han defendido a San AgustÃ-n afirmando que no quiso decir lo que
dicen que dijo de modo tan apasionado. Según sus defensores, el obispo de Hipona sólo querÃ-a asestar un duro golpe
a los seguidores de Pelagio, un grupo de herejes que floreció con una fuerza increÃ-ble en los siglos IV y V de Cristo,
negando la idea del pecado original. Por desgracia, la Iglesia estuvo de acuerdo con AgustÃ-n -a menudo con enorme
disgusto- durante los cinco siglos que siguieron. "No hay nadie que pueda estimar" -escribe Charles Panati- "el número
de bebés no bautizados que fueron al infierno como consecuencia de una teologÃ-a tan errática". Tomás de Aquino más demócrata si en la Edad Media tal cosa era posible- sostenÃ-a que los niños no bautizados, incapaces de poseer
la inteligencia que les permitiese" pecar por sÃ- mismos, sufrÃ-an el "dolor por la pérdida" de Dios, pero no "el dolor del
sentido" del fuego. El doctor de la Iglesia argumentaba en sentido contrario a la perspectiva Ã-gnea de AgustÃ-n.
La idea del limbo no existirÃ-a sin la creencia en el pecado original, tal como fue definida por el Concilio de Trento en el
siglo XVI, aparece antes en las cartas de San Pablo, y le da cuerpo San AgustÃ-n 300 años más tarde. Pablo era quizá
ambiguo en este tema, el obispo de Hipona, por otra parte, era estridente, inflexible e inequÃ-voco. Quizá haya sido
Alberto el Magno, en el monasterio de Colonia, Alemania, el que acuñó el término "limbo" -aunque, en la época de
Alberto, se creÃ-a que el limbo era la frontera con el infierno; en alemán limbo se dice Vorhölle, vale decir: la antesala
del infierno.
A finales de la década de los 50, en el Instituto Oriente de Puebla me llamaba la atención que los sacerdotes jesuitas,
nuestros maestros, nos prohibÃ-an leer libros que no tuviesen inscrita la leyenda nihil obstat, "aprobada". He vuelto a
recordarlo porque en esos años quise leer un libro: El purgatorio y el limbo, y me lo prohibieron. Ahora que el limbo ha
desaparecido, me pregunto: ¿Y por qué no desaparece el infierno también? ¿No es suficiente con nuestro diario
exterminio? ¿Alguien puede imaginar en Africa peor castigo que vivir en ese continente? ¿Las llamas del infierno? No,
el salario del pecado de los seres humanos no es la muerte, sino Armenia, Auschwitz, Kolyma, Camboya, Guatemala,
Perú, Aguas Blancas, Srebenica, Sudán y Sierra Leona.
ArtÃ-culo publicado en La Jornada
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