Primera exhortación Michel Rémy

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Primera exhortación
Michel Rémy
Coleccionista floydiano, director de los Cahiers du Pink y, naturalmente, fan. He seguido con interés las intervenciones de mi colega
italiano, pero quisiera correr el foco del debate hacia una cuestión
de la cual hasta ahora todos se han mantenido alejados con una sistematicidad por lo menos sospechosa. A los fans de todo el mundo
les quiero preguntar frontalmente: entre Dave y Roger, ¿con quién
se quedan? Olvídense de Syd, por un instante, y díganme de qué
lado están. No es un asunto de menor importancia, porque es evidente que atañe a la concepción misma que se tiene de Pink Floyd.
Para no dar vueltas alrededor de esto les digo desde ahora mismo
que yo estoy con Roger, y les voy a explicar por qué.
Roger es el Lírico, pero cuando se lanzó con la música estuvo
magnífico: excepto por “Comfortably Numb” y alguna otra cosa,
The Wall es todo suyo. No se puede decir lo mismo de Dave, que
para escribir las letras le tuvo que pedir ayuda a su mujer Polly.
Roger supo sacar lo mejor de Dave incluso en los momentos
de tensión, como en esa subvalorada obra maestra que es The Final
Cut. No puede decirse lo mismo etc., etc.
Roger hace obsesivo todo lo que toca; la obsesión es su relación
con el mundo. Dave, en cambio, todo lo sumerge en la melancolía. Lo veo bien en los Beatles, cantando “The Long and Winding
Road” o “While My Guitar Gently Weeps”. Pero Pink Floyd no es
los Beatles, y la obsesión es justamente lo que los distingue. Ergo.
A Roger hay que redescubrirlo como cantante. No es cierto que
el famoso “Floyd sound” esté ligado exclusivamente a la voz de Dave
o, mejor, sí lo es pero con una condición: justamente, que uno primero haya tomado partido. ¿Pero de quién son esos terroríficos y
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fundantes alaridos de “Pow R. Toc H.” y de “Careful With That
Axe”? ¿De quién es el silencio alienado de “Brain Damage”, de quién
el venenoso semifalsete de los tres temas de Animals dedicados a los
cerdos? ¿De quién es la voz palpitante de “Mother” o la metálica de
“Empty Spaces”, de quién el ímpetu operístico de “Bring the Boys
Back Home”, de quién la amplitud de “One of My Turns” desde la
desgarradora delicadeza del inicio hasta la histeria del final? ¿Y quién
podría interpretar “Comfortably Numb” con el mismo elegante sadismo? Comparen la primera y la tercera partes cantadas por él con
la segunda y la cuarta cantadas, aunque maravillosamente, por Dave,
y díganme. Díganme también si en “The Trial” Roger no parece la
versión masculina de Lotte Lenya. Díganme si en “The Thin Ice” la
voz de Roger no se adelgaza como ese hielo. Y díganme quién habría
podido cantar todo The Final Cut sin repetirse jamás.
Roger tendrá el carácter que tiene, pero nadie puede negar que
siempre trató de mantener a Pink Floyd en su camino asfaltado de
orgullo y excepcionalidad. Dave, al contrario, inconscientemente,
gradualmente, fatalmente, siempre los ha empujado hacia las melifluas orillas del easy listening, como lo demuestran sus dos primeros
álbumes solistas, donde ha podido expresarse y expandirse libremente su naturaleza. Es verdad que en A Momentary Lapse of Reason y en
The Division Bell ha desenfundado canciones como para atravesarte
de lado a lado, pero no hace falta mucho para entender que, al salir
esos dos discos bajo el nombre de Pink Floyd, Dave se autocensuró,
más aún, interiorizó e hizo propias las antiguas, ásperas, dramáticas
exigencias de Roger. Esos discos salieron polemizando con Roger,
pero justamente para demostrar que Pink Floyd seguía siendo Pink
Floyd aun sin Roger, Dave tuvo que, de alguna manera, convertir
en Roger una parte de sí. Es así como pudo cantar “High Hopes”
con la misma fuerza con que en The Wall había cantado “Hey You”.
Psicología barata, pero de una exactitud impresionante.
Roger, hasta que por iniciativa propia se marchó, ha dado las
órdenes. Esto quiere decir que se lo permitieron, que para ellos
estaba bien, que reconocían su carisma, que tenían menos personalidad que él. No estoy hablando solo de los otros dos, que… bueno… ya se sabe… No, también hablo de Dave, que con tal de hacer
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su trabajo colaboró también cuando Roger se volvió un dictador…
Tratemos de imaginar qué habría pasado si Roger no se hubiera
ido. Rick nunca habría vuelto, y Nick habría seguido golpeando
los tambores como si nada. ¿Pero Dave? Yo creo que Dave habría
seguido siendo un músico de Roger, tal vez no para siempre pero
seguramente por algún otro disco todavía. ¿Y luego? Quizás al final
su amor propio lo llevara a alejarse, pero en este caso jamás habría
pretendido que el nombre Pink Floyd se extinguiese con él, jamás,
como sí en cambio pretendió Roger, dando aparentemente pruebas
de egoísmo y arrogancia, pero en realidad jugándose su reputación
en un acto de amor nunca antes visto. Porque quería tanto a Pink
Floyd, por quien había dado todo, que no podía correr el riesgo de
que se convirtieran en otra cosa, ¡no podía! Y menos mal que Dave
cultivó e hizo crecer un pequeño Roger dentro de sí, porque de lo
contrario su naturaleza habría vuelto realmente irreconocible al grupo, un poco como le pasó a Genesis cuando quedó en manos de
Phil Collins. Solo piensen en los que metió como músicos adicionales, de Guy Pratt a Phil Manzanera, toda gente que estaría mejor
para un grupo californiano… Por otro lado, ¿a quién quiso para su
último disco solista? ¡A David Crosby y a Graham Nash! Un poco
más y estábamos ante Crosby, Stills, Nash, Young & Gilmour…
Roger, por último, envejece mejor. Mírenlos ahora, ya avanzados los años 2000, díganme si Roger no parece más joven, si no es el
más rozagante de todos, y si Dave no se ha puesto gordo y perdido
su frescura… ¿Quién iba a decir que el cuello se le iba a poner así?
He sido duro, lo sé. Pero justamente porque los quiero a los dos
tuve que elegir, y vivir en carne propia las heridas. También ustedes
deben hacerlo.
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