El espectador comprometido Del show business a la política espectáculo Carlos Báez Evertsz La política se está convirtiendo en una actividad que se rige por los principios que norman el “show business”, el negocio del espectáculo. No solamente porque todo negocio implica la búsqueda de beneficios, y mientras más cuantiosos éstos sean, más estímulos para invertir en el mismo. Para nadie es un secreto que no hay actividad empresarial más rentable, en ciertos países, que la política. Dejando aparte a los Bill Gates (Microsoft) que con talento logran hacerse multimillonarios con nuevas tecnologías o los Amancio Prada (Zara) que innovan en la industria del vestido, mundializando sus productos. Habría que acudir a los Madoff, los Soros y otros grandes especuladores financieros, para tener beneficios tan enormes y tan rápidos, y en el caso de algunos políticos –con o sin uniforme-, con tan baja inversión, escasos riesgos y sobre todo, tanta impunidad. Ahora bien, cuando me refiero a la política espectáculo me refiero al uso y el abuso de las técnicas de mercadeo, de los asesores de comunicación, de imagen, de las relaciones públicas, de coaching de vida, y de la utilización de los sondeos antes de tomar la más mínima decisión. Junto a todo ello y casi “sobre determinándolo” está también la imagen. Hacer que salgas bien en la TV, tomar el ángulo más favorable, decir las frases cohetes que más vendan. Y el ejemplo de las técnicas tan actuales de los videos clips y su repetición en los medios audiovisuales para lograr popularidad y ventas masivas. De esta manera se crean y forman los “top ventas”, aparte de otras cualidades, en algunos casos, excelsas, y en otras, muy mediocres. De manera que no es de extrañar, que el estilo y la manera de hacer política, se vaya asimilando a la de las mujeres y hombres del espectáculo. Payolas incluidas. No es raro entonces que la asimilación de las técnicas y la igualación en las metas (venderse bien, colocar tu producto, y obtener beneficios post venta), conlleven a que los actores, en ambos sectores, el espectáculo y la política, sean percibidos como intercambiables. A veces, en beneficio de los primeros, con indudable mayor “glamour”. ¿Por qué extrañarse, entonces, que Wyclef Jean, el famosos rapero haitiano haya querido usar su popularidad en su país de origen y nacimiento para querer ser candidato a la presidencia? Es más famoso, tiene más dinero, mejor imagen, saber actuar ante las cámaras y ante el público mejor que los políticos, y puede incluso que sea más popular y cree más esperanzas que el grueso de los políticos haitianos. Si la política actual se reduce a eso: imagen, mercadeo, sondeos y venta, y no de programas, proyectos, compromisos serios, responsabilidad ante el cumplimiento de los mismos, y capacidad exigida a los candidatos - por los partidos que los presentan y por los votantes que los eligen-, para gestionar y ocupar públicos. Entonces, dejémosle la política a los artistas que han triunfado, ellos al menos, han tenido que demostrar que tienen algún talento. Bruselas, 15 de septiembre de 2010